lunes, 11 de septiembre de 2017

El engranaje del gran reloj

   Cuando tenía apenas diez años, Carlos tuvo que ir a una cita médica de urgencia por una hemorragia severa. Sin querer, su hermana menor le había dado un golpe con el codo directo a la nariz con una gran fuerza. La nariz estaba rota y la sangre había manchado ya varios cuartos de la casa antes de que los padres se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo. Para cuando llegó al hospital, el pobre niño estaba algo mareado y no sabía muy bien lo que pasaba a su alrededor.

Despertó muchas horas después y, por fortuna, no tuvo que quedarse mucho tiempo allí. Solo los días suficientes para que los vasos sanguíneos se sanarán y los médicos hicieran una simple cirugía para arreglar el daño causado. De ese acontecimiento de la niñez surgieron dos cosas. La primera fue un lazo de amistad muy cercano con su hermana Lucía. Carlos jamás la dejó atrás de ahí en adelante, metiéndola a todos los juegos e incluyéndola en conversaciones a las que normalmente no estaba invitada.

 Esto creó en ella una confianza sin par, que se vio relucir en sus años de adolescencia y más allá. La joven agradecía siempre a su hermano por todos sus éxitos y le dedicaba siempre algún tiempo para que compartieran confidencias. Más que hermanos, eran amigos muy cercanos que sabían todo del otro. Fue así como ella fue la primera en saber que a Carlos le gustaban los chicos, muchos después de que él mismo empezara a experimentar por su cuenta.

 La razón para una experimentación tan temprana eran fruto de la segunda consecuencia que había tenido el accidente de la nariz: los médicos habían hecho análisis de sangre exhaustivos para verificar que el niño no sufriera de algo grave, como hemofilia. De esos exámenes salió un resultado inesperado: el niño tenía un gen bastante raro que se había probado era inmune a una gran variedad de virus que afectaban al ser humano. Entre esos estaba el virus del VIH/Sida.

 No era común que a un niño le hicieran ese tipo de examen y los padres reclamaron al escuchar los resultados de los exámenes. Les ofendía que su hijo se convirtiera en un conejillo de indias o algo parecido, y mucho menos para investigar enfermedades que solo tenían los “enfermos sexuales”. Esas fueron las palabras exactas que escuchó Carlos a esa joven edad. Eso selló, de cierta manera, su manera de ser frente a sus padres. Ello nunca sabrían de su verdadera vida sino hasta muy tarde, cuando ya no tenía sentido acercarse pues la distancia había crecido demasiado.

 El tema de su sangre e inmunidad, intrigaron mucho al niño. Los médicos insistieron una y otra vez en hacerle más exámenes pero los padres se negaron. Como era menor de edad, los doctores se rindieron pues sin el consentimiento de los padres nada sería posible. Sin embargo, todo el asunto hizo que Carlos se interesara por su especial característica y empezó a averiguar todo lo que podía en la biblioteca más cercana y en el portátil que pedía prestado a su padre, alegando querer jugar cosas de niños.

 La única que sabía de sus investigaciones era su hermana, que parecía interesada a veces y otras de verdad que no entendía que era lo que buscaba su hermano con todo ese asunto. Pasados dos años, con mucho conocimiento encima y las hormonas a flor de piel, Carlos experimento su primer encuentro sexual con un chico algo mayor que él. Se habían conocido en el equipo de futbol del que él era parte y habían terminado en sexo sin protección en la casa de su compañero.

 Tras el suceso, supo que era homosexual y que le gustaba el sexo. Entendió que su inmunidad lo hacía especial de cierta manera, pues así había convencido a su amigo de no usar un preservativo, que él aseguraba poder robar de un cajón en la habitación de sus padres. Ese fue el inicio de la vida sexual de Carlos, que tuvo muchos personajes y varios momentos en los que el joven se dedicó a explorarse a si mismo, no solo de manera física sino en otros niveles igual de importantes.

 Apenas cumplió los dieciocho, aplicó a una beca para irse a estudiar a Europa. La verdad era que no resistía más vivir en casa, con la tensión clara con sus padres y una hermana que ahora tenía su propia adolescencia para vivir. Tan pronto le anunciaron que había ganado la beca por sus buenas notas y dedicación al estudio, Carlos lo anunció a sus padres que estuvieron muy orgullosos y lo apoyaron sin condiciones. Fue la vez que se sintió más cerca de ellos, en la vida.

 Los abrazó en el aeropuerto y le dio besos en las mejillas a su hermana. Sin duda la iba a extrañar pero le prometió escribirle un correo electrónico al menos una vez por semana con lujo de detalles sobre su vida en un país nuevo. Y así lo hizo. En los estudios le fue excelente, siendo siempre dedicado y cuidados con sus estudios. Pero en Europa descubrió con rapidez que podía ser un joven homosexual abierto, que podía dejar de esconderse de todo y podía vivir de manera libre, haciendo lo que quisiera sin los límites de su vida anterior.

 Usaba la historia del codazo siempre que quería ligar con alguien. Con el tiempo, se dio cuenta que ha muchos no les interesaba escuchar historias de infancia. Su vida universitaria la vivió entre el estudio entre semana y las sesiones de sexo los fines de semana. Era casi una rutina que había adquirido con los días y que solo se detuvo con el tiempo, unos años después de terminar la carrera y empezar a trabajar. Como en muchas cosas, la razón para este nuevo cambio fue el amor.

 Cuando vio a Juan por primera vez, no supo que hacer. Eso era bastante extraño pues siempre había sabido qué decir y como comportarse frente a otros hombres, en especial si buscaba tener algo con ellos. Pero entonces entendió que no quería tener sexo con Juan sino algo más. Tal vez era por haberlo conocido en un lugar diferente a un bar o a un club de caballeros, pero el punto era que por muchos días no pudo quitárselo de la cabeza hasta que lo volvió a ver, por pura casualidad.

 Fue en una farmacia. Carlos estaba detrás de Juan en la fila para preguntar por medicamentos. Solo se dio cuenta que era él cuando lo tuvo de frente y a la bolsita que tenía en la mano. Juan se veía nervioso y Carlos se puso igual. Los dos estaban así por razones diferentes pero sonrieron al darse cuenta que causaban un pequeño embotellamiento en la farmacia. Carlos, de la nada, le pidió a Juan que los esperara. Pidió su crema especial para el dolor de músculos y se apresuró a hablar con Juan frente a la farmacia. Lucía supo todo a las pocas horas.

 Fue así como empezaron hablar. Pocos días después tuvieron una primera cita. Luego otra y otra y así pasaron varios meses, escribiéndose mensajes tontos por el celular y yendo a ver películas para luego criticarlas comiendo comida chatarra. Las noches de películas se trasladaron a sus apartamentos y fue en una de esas noches, meses después de conocerse, en la que Carlos quiso tener su primer encuentro sexual con alguien que amaba de verdad. Pero Juan lo detuvo, con una mirada seria.

 Juan tenía VIH. Lo confesó con lágrimas en la cara. Era algo con lo que vivía hace mucho pero era la primera vez que se enamoraba de alguien y creía que las cosas no podrían seguir pues era algo demasiado serio, en especial en una pareja del mismo sexo.


 Sin embargo, Carlos lo besó y le contó su historia. Más o menos un año después, la pareja se casó en un pequeño balneario junto al mar. Se quedaron allí varios días, felices de haberse encontrado en la vida. Parecía algo imposible pero nadie podía estar más sorprendidos que ellos mismos.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Liz

   The album filled with pictures from her childhood had to be somewhere handy. She would always bring it out when her children visited and now it was nowhere to be seen. She looked for it beneath the sofa, inside very shelf and drawer and even on the small and cramped space above the house that people called an attic but it was not as big as she thought an attic should be. She had to bring out a stick to bring down the stairs and at her age it was not an easy thing to do.

 Liz was her name and she had never been too fond of her name. Her mother had named her after Queen Elizabeth and her father had agreed. She would always ask her dad why he had let that happened and he never thought she was speaking seriously. The truth was that Liz didn’t feel anything like a queen, specially living in such a secluded place, when most people didn’t even care about such things. She would have wanted a simpler name, a more normal one in a way.

 Finally, she found the album behind a big chair near the curtain. It was right then when the wind broke the glass and she was forced to duck down, scared a big piece would cut her face or any part of her body. After all, Liz was all alone in that house and the only way to get to a shelter was to go down the road towards the town, where a big sports venue had been built more to shelter people when hurricanes happened than for hosting sporting events, rare in the island.

 When she realized the glass had fallen far from her body, Liz stood up and decided it was time to get into the car. The keys were on the dining table, next to her jacket. It was a bright yellow jacket, which came with a hat of the same color. Her niece had bought it for her in a big fancy store in New York and she had to accept it in order not to make her sad. The truth was that Liz had never liked yellow but with that rain, the jacket had finally become pertinent in her small world.

 Before heading outside, she stood up in the middle of her living room, looking around, trying to remember if she had left something. There was a backpack with some clothes in the car, along with Jim, an orange cat that had accompanied her for the last three years. Besides that, she had her album beneath the jacket, to protect it from the water, and she was closing her right hand around the car keys. She then realized that, maybe; she would never see her home ever again. That realization sunk her heart a bit but her feet suddenly moved.

 Moments later, she was shaking her gray her in the car and Jim was meowing like crazy. He was sitting in the copilot’s seat and he seemed to be a bit scared of the storm. Honestly, it was much stronger that what Liz had predicted. The wind was moving the car, so it felt as if she was in the middle of an earthquake. On the windshield, lots of water was pouring down. It was impossible to see beyond the car’s hood. The lights of the town were nowhere to be seen and the sun had been lost.

 Nevertheless, Liz turned on the ignition and started moving her car very slowly down the road. It had been a great idea by her son Richard to pave the road all the way down to the village. They had made a big garage sale and with the money they had managed to fix the access to the house. It was one of those things George had always hated about living right there, far from his beloved ocean. But the properties down there could only be afford by the wealthy and they weren’t any of that.

 It had been George who had discovered the island, in a way. He had been there while doing business and he had fallen in love with birds and the ocean and the lush green soft hills all over the place. When he visited, the island only had a couple hundred people living in it. His insurance business could do great with things like hurricanes. Liz laughed when remembering that, she thought the irony of him never seen such a storm living there having insured the whole island was just too funny.

 Maybe too funny indeed because it was right then when she accidentally stepped on the accelerator and the car when downhill fast for a few meters before she could react properly and hit the breaks. When the car stopped, Liz was very scared and Jim was meowing even more than before. But she wasn’t afraid of the storm. She had lived through others after her husband had died. The thing was that she was certain to have seen a man outside, through the windshield, before pushing the brakes.

 It was getting darker outside and Liz didn’t dare to step outside the car and check if everything was right, if it was her eyes that were creating mirages in front of her or if something had actually happened. Jim fell silent and that for Liz was louder than an alarm. She put on her hat again and opened the door, letting in lots of water and wind into the car. Jim didn’t say anything; he seemed to be too preoccupied for that. Liz was about to close the car door when she felt something on the pavement. She screamed the moment a hand grabbed her left ankle.

 But it wasn’t a zombie or anything of the sort. It was a man, a black skinned man, much younger than her. He was very weak and his hand soon fell to the floor from her ankle. Liz kneeled in front of him and touched his face. He was very cold and it was obvious he had been outside for too long. Maybe he was extremely sick. There was no one near and screaming didn’t help at all. The wind was howling much too hard for anyone to notice her, even if they were close.

 Liz grabbed the man’s face again and she gently patted her cheeks. Seeing nothing happened, she slapped him harder. The man opened his eyes and he started mumbling but nothing made sense. There was no reason for him been there, unless he had gotten lost in the storm. Maybe he had left his house after the rest of his family and then he had just lost track of them in the storm. No one, not even the youngest person, could ever see a thing or two with all that rain, haze and wind.

 The older woman decided to do the only thing that made sense. She opened one of the back doors or her car and then grabbed the man by the armpits. She pulled as much as she could. It took her a while to get him close to the door. Then she slapped him again and managed to make him help her, by raising his waist a little bit. That was enough to get him in the car. She pushed his body gently by closing the door and then she hopped on the vehicle, all wet. Liz had lost her hat and she hadn’t realized.

 It was easier to go up that road backwards, than moving down. She knows that at full speed, she would be back home in less than a minute. Liz stopped the car right before she hit her house. Jim had jumped to the back seat and had helped by keeping the man awake, although he kept trying to talk, as if he was in the middle of a very deep dream. Urged by the situation, Liz grabbed the man by an arm and took him to the house. Jim followed, unbothered by the rain. The car had been left open.

 Liz left the man in the small room beneath the stairs. He would be safe there. She would hide in a tiny cellar that her husband had built beneath the kitchen to keep his wine bottles cold. She took the bottles out and snuggled with Jim in the cramped space.


 Few minutes had passed when she heard a horrible noise, as if a tree had been pulled out of the ground. It was awful. She closed her eyes in horror. But instead of remembering something comforting, she reminded herself of the album she had left in the car. Her memories were gone.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Que puede haber de malo en ello?

   Según comprendía, tenía que sentirme apenado por lo que hacía todos los fines de semana, los tres días. Cada una de esas noches me rendía mis placeres terrenales y me veía con extraños para disfrutar de fiestas que la mayoría de la gente pensaba que habían quedado en la Antigüedad, en aquella época en que los romanos parecían ser las personas más libidinosas de todo el planeta. Pero lo cierto es que hay un mundo entero debajo de la superficie que la gente no ve o, tal vez, se niega a ver.

 Yo entré a ese mundo de una manera muy casual, nunca tuve la intención de ir a un sitio así. La verdad es que jamás se me había pasado por la cabeza, a pesar que desde el comienzo de mi pubertad había experimentado mucho más que la mayoría de mis compañeros de clase. En secreto me reía de sus conclusiones e hipótesis acerca del sexo y de los placeres de la carne, porque hablaban todos como niños y yo, en ese aspecto al menos, ya era un hombre. Y sin embargo, lo de las fiestas empezó después.

 A los dieciocho años todavía no había salido de la escuela. Me quedaba medio año más viendo esas caras que detestaba, las de mis profesores y las de los alumnos que asistían a ese colegio que tenía más cara de cárcel que de institución educativa. Tenía algunos amigos fuera de ese maldito espacio con los que ya fumaba y había experimentado las drogas en pequeñas dosis. En ese momento recuerdo que me sentía orgulloso de ser un drogadicto en potencia. Así de tonto es uno cuando es joven.

 Fue mi amiga Betty la que me llevó a la tienda de juguetes sexuales. Ella tenía veinte años y quería algo para mejor sus relaciones intimas con su novio que tenía cinco años más que ella. Mientras ojeaba ropa interior con encaje, yo me dirigí hacia los artículos para hombres. Vi objetos demasiado grandes y otros demasiado pequeños, si es que ustedes me entienden. Pero lo que no había notado era que alguien me veía a mi sin quitarme los ojos de encima. Me di cuenta cuando ya estaba muy cerca.

 Era un trabajador de la tienda. Al parecer era el único puesto que allí solo estábamos él, Betty y yo. Se presentó como Armando y me preguntó si necesitaba ayuda para encontrar algo. Yo le dije que no buscaba nada pero el sonrió, me miró de arriba abajo y me miró directos a los ojos. Me dijo que de seguro habría algo para mí en la tienda y entonces empezó a mostrarme de todo un poco. Yo me sentía incomodo y aún más cuando Betty se dio cuenta de lo que sucedía y se rió de mi. Lo peor es que me dejó solo con el tipo ese, pues había decidido no comprar nada.

 Me debatía entre salir corriendo y quedarme hasta que el tipo se callara. Pero entonces me di cuenta de que no era el único que había visto a Betty salir pues el tipo cambió un poco su tono de voz y me preguntó si tal vez no estaría interesado en otros productos. Su manera de decirlo me intrigó y, debo admitirlo, me excitó. Al mirarlo mejor, Armando podía ser un poco amanerado pero tenía un muy buen cuerpo y de cara era bastante guapo, moreno y lampiño.

 Se habrá dado cuenta de cómo lo miré porque caminó hacia la caja registradora y, de un cajón junto a ella, sacó una cajita de madera de balso. La abrió y me mostró lo que contenía: eran drogas pero ninguna que yo hubiese consumido para ese momento. Solo fumaba marihuana con mis amigos y a alguna vez habíamos consumido cocaína, pero era demasiado cara para niños de colegio y universidad como nosotros, sin un trabajo estable ni nada para mantener esos vicios de alto nivel.

 Armando, de repente, sacó una bolsita de plástico y puso en ella algunos de los artículos. Me pidió un monto muy bajo por todo lo que había allí y dijo que era su precio especial para chicos guapos. Yo me sonrojé y al oír el halago solo saqué mi billetera y le pagué. Hasta después me di cuenta de que ese dinero debía de utilizarse para otros gastos y no para entretenimiento. Pero no me había podido resistir. Armando además escribió algo en un papel, lo metió a la bolsa y me guiñó el ojo, deseándome “muchas diversiones”.

 Lo cierto es que no demoré mucho en probar lo que había en la bolsa. Mis padres se iban seguido los fines de semana por varias horas en las mañanas, entonces aproveché. La experiencia fue genial, nunca había sido capaz de explorar mi cuerpo de la manera que lo hice aquella vez. Hoy me doy cuenta que tal vez fue demasiado para alguien tan joven pero la verdad es que no me arrepiento y, en cierta medida, me parece bien que un hombre de esa edad sepa lo que quiere.

 En medio de mi sesión vi el papelito que me había dejado Armando en la bolsita. Era un número de teléfono. Abajo pedía que lo agregara en una aplicación para el celular y lo saludara allí si me había gustado la bolsita que él había inventado para mi. En ese momento no tenía mucho criterio, así que le escribí en segundos. Luego me quedé dormido profundamente, hasta que llegaron mis padres, que no se dieron por enterados de nada de lo que había hecho. Era lo normal, nunca se daban cuenta de mucho aunque pasara debajo de sus narices. No los culpo.

 Esa noche vi que Armando me respondió con una carita feliz y me agregó a un grupo de conversación. Había montones de hombres, más de treinta o cuarenta. Hablaban de una reunión, una fiesta o algo así. Y entonces empezaron a enviar fotografías y fue entonces cuando me decidí: iba a ir a esa fiesta pasara lo que pasara. Quería seguir experimentado, quería seguir explorando quien era con personas nuevas. Ya había sido suficiente de mis novios marihuaneros. Era hora de algo diferente.

 Es gracioso. Estaba muy emocionado pero les puedo decir, con toda franqueza, que no sabía a lo que iba. En mi mente, era una fiesta con muchas personas donde todos nos drogaríamos y tal vez nos besaríamos un poco, nada más. En mi mente no pasaba nada de lo que vería entonces, cuando entrara por esa puerta metálica y cada uno de todos esos hombres se me quedara mirando de maneras distintas. Algunos como los leones mirando a una gacela, otros preguntándose que hacía yo allí.

 El dinero para pagar el permiso de entrada lo conseguí vendiendo algo de lo que me había dado Armando en la bolsa a mis amigos de la marihuana. Habían pagado muy bien por ello y lo que me había quedado era suficiente. Además, después de la fiesta, ya no me importaba quedarme con nada más porque había vivido algo que iba mucho más allá de las simples drogas. Había vivido el físico éxtasis, el de verdad, el que se basa en el cuerpo y en los más bajos instintos.

 Desde ese momento hasta mi salida de la universidad, fui asistente asiduo de esas fiestas. A Armando lo llegué a conocer muy bien e incluso todavía le hablo hoy en día, aunque no nos veamos muy seguido. Ahora vivo lejos y asisto a otras fiestas. Los pocos que saben de mi afición piensan de una manera y sé como es: es algo inseguro, peligroso de muchas maneras y simplemente sucio. Esa es la palabra clave. Les parece sucio e inmoral y no quieren saber nada de ello.

 Cuando me subo al metro por las noches, los vagones casi vacíos, miro las pocas caras a mi alrededor y me pregunto si debería sentirme avergonzado, si debería sentirme sucio y renunciar a una vida que está al limite e incluso puede que más allá.


 Pero no. Mi conclusión es siempre la misma: no me siento sucio sino todo lo contrario. Me siento liberado, me siento limpio de todos los prejuicios y cargas de la sociedad. Lo que hago me hace sentir mejor, me hace vivir y sentir la vida. Así que, ¿que puede haber de malo en ello?

lunes, 4 de septiembre de 2017

Singin' ain't so

   From her earliest youth, Jessica knew exactly who she wanted to be. She wanted to be a singer, to spend her days on top of a stage and just please millions of people with her voice and personality. She insisted so much to her parents that they finally accepted to pay for acting lessons and singing lessons. They didn’t really support her aside from the money aspect, so every single thing that happened afterwards was done only by that young idealist girl who wanted to eat the world.

 She spent every single weekend practicing in her singing school and at home. Her family didn’t really like it because her voice was not very good at the beginning. And even when she improved it, it was still very annoying for people that just wanted to relax at home after long days at school or at the office. Jessica sometimes left the house and sang outside, walking to the store or the park. In her mind, she had to keep using her voice until someone noticed her.

 In all the magazines, her favorite singers and stars told the stories of their discovery exactly in the same way: someone had seen them in a public space; sometimes it was the supermarket and others in an ice-cream parlor. The point was that they just saw them around and knew that they could be amazing artists. As she wanted to be a singer, she decided to sing in the park sometimes, hoping for people to stop by and just stay for a while, enchanted by her voice and talent.

 Jessica convinced her best friend Anna to play the guitar while she sang. Anna had been pressured by her parents from a young age, leading a very different life than the one her friend had. She had been told that by the age of ten she should know how to play at least three instruments, and one of those was the guitar. She accepted Jessica’s request after her friend said that it was the best way to be far from her mother, who was always telling her what to do, even in summer holidays.

 They started doing their small shows when they were around thirteen years old. They would sing five songs, chosen that same morning by the both of them. They had to do an act that would attract young people to the park but also adults that had connections to the artistic world in order for them to get noticed by a label. Anna was not as optimistic as Jessica, but she supported her nevertheless, mainly because it was such a fun time to have every so often. It didn’t happen every day, that would have been impossible, but they sat on the lawn of the park as often as they could.

Four years passed, very slowly for Jessica and very fast for Anna. They had only one more year of high school to go and then they would be sent to college. Their respective families had been saving for a long time and it would only be the right thing to do to keep studying and go on to live a life where they could be someone. But Jessica had already chosen who she wanted to be and nothing could ever change that. I her mind, she had a year to breakthrough and then, it would be undiscovered country.

 Anna was always checking universities on her laptop, even moments before their musical outgoings. She would tell all of the details to Jessica, who never really paid attention. She was too busy memorizing the lines of several songs or learning about her favorite artists. She had her room all decorated with several pictures of them as well as of other artists and bands that had come before. Her aim was to be in one of those posters in the future, inspiring other young girls to be the best they could be.

 However, life has a way of laughing at people’s dreams. One of those days, in which they sang on the park, Anna was late with her guitar, as her mother had decided to argue about the prospects of university. She wanted her daughter to study to be a chemist or a biologist. However, Anna wanted to learn something that required more creativity, more freedom. She had seen a lot of brochures about design schools, film schools and others like those. She wanted more than what she already had.

 As they fought with her mother, she forgot that time was passing and that Jessica was not the most patient human on Earth. Once before, Anna had been five minutes late and she had been received by a furious Jessica yelling at her a bunch of things about decency and manners that a person in the artistic world should have. She also said some hurtful things and it made Anna regret her decision to help her friend. Jessica apologized later but made her promised she was not going to be late ever again.

 But she was. Jessica had been waiting for a while. As winter was coming, the clouds and the sky turned darker sooner than before. It was the perfect moment for a criminal coming from outside of town to attack her right there, in the park. He covered her face and dragged her away from the lawn and into a wooded area, where he gagged her and raped her. A woman walking her dog found her the following day. Jessica had passed out the day prior and was still asleep when she was found. Not even the sound of more people around her and the paramedics woke her up.

  Jessica woke up in the hospital three days after having been found. Some of her bruises were already receding. Her mother was on the room when she woke up. It was obvious she had been crying for a long while. Her father came in later and he hugged her and cried, without saying a word. It was very strange but she didn’t even try to say anything. It wasn’t that she couldn’t talk; it just seemed wiser to just listen and wait for the right moment to say the right amount of words.

 That night, the doctor told her what had happened, her parents had left only minutes prior. She cried in silence as the man told her that the police had captured the man the day before on a road. He had been cornered by them, trying to take advantage of another girl. He was so surprised to see the police that apparently let the girl go and shot himself on the mouth. The police didn’t even have a moment to properly respond or to save his life in order to get the criminal to jail.

 Jessica nodded. She wasn’t really hearing the doctor. She was thinking about her career, about her possibilities now that she had been through something that horrible. She felt physically ill, disgusted and just tired. But something in her brain made her think that it wasn’t the end or something like that. She felt that there was more to her story than just that. She made sure the doctor knew she was going to get out of that hospital bed soon in order to achiever her goals, by any means necessary.

 Sure enough, she started writing songs the moment she was able to leave the hospital. Jessica closed her room door and did not come out of there for a whole week. Her mother would bring her food and she would often tear up but not say a word. Her father stood by the doorframe and watched her, absolutely stunned that she could be that active after what had happened. It didn’t seem right, but at the same time, Jessica seemed to be in her element writing in silence.

 Three songs came out of those writing sessions. She grabbed her video camera and recorded three different videos, which she uploaded to YouTube on the same day. She sang on them about what had happened, about how she felt and about what was going through her head.


 Her music was a success. Millions of viewers saw the videos and shared them in less than a week. Soon enough, a recording label contacted her and an album was planned to be released within the year. And Anna… She never saw her again. She couldn’t forgive her.