Mostrando las entradas con la etiqueta variedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta variedad. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de septiembre de 2016

La vida de un vendedor

   Estaba ya harto de hacer paradas cada que cruzaba una calle pero era imposible no hacerlo con semejante calor: el sol brillaba con fuerza en lo alto, en el cielo azul sin que ninguna nube lo tapara. El cielo estaba completamente limpio. El sol era tan brillante que la cantidad de gente en la calle era poca. Se había alertado en la televisión que la cantidad de rayos ultravioletas era muy alta para personas de piel sensible e incluso lo que tenían la piel fuerte debían abstenerse de salir a la calle por su propia seguridad.

 Por eso, aunque era verano, la gente trataba de no salir en la mitad de la tarde. Obviamente, había muchas personas a las que les daba lo mismo lo que pudiese pasar y se arriesgaban de manera tonta. Así era lo que había pasado con Jaime, el que tenía que parar en cada cuadra para ponerse a salvo debajo de alguna parte que lo protegiera del calor. Lo hacía más por necesidad que por nada más pues debían seguir tratando de vender para subsistir.

 Trabajaba como vendedor puerta a puerta, yendo de arriba abajo con un maletín ya un poco viejo donde cargaba las revistas más recientes y se informaba al detalle de los últimos cambios en cuanto al clima con su celular. Esa era la razón por la que era común verlo corriendo para resguardarse del calor.

 La gente que conocía en su trabajo era toda demasiado distinta y cada quien con sus particularidades. Si le preguntaban si tenían clientes que pudiesen llamarse normales, diría que de esos no tenía pues había que ser bastante excéntrico para hacer compras solamente por catalogo, a través de una persona a la que se le paga por el servicio. Sin embargo, había muchos a los que ese sistema les había salvado la vida pues no podían salir a la calle y necesitaban que alguien los ayudara.

 Su trabajo era agotador, no solo por el hecho de ir caminando por todos lados o pro el calor de la temporada, sino porque en toda la semana tenía que subdividir su recorridos y cada día iba a una zona diferente de la ciudad. Esto lo hacía para poder llegar a la mayoría de sus clientes lo más pronto posible. Antes de partir a trabajar, planeaba con cuidado sus caminatas para optimizar el recorrido lo más posible.

 Antes, cuando había empezado, había tenido la mala idea de ponerse traje con corbata y zapatos gruesos. Y el traje solía ser de un material que no respiraba nada. Eso era porque su ropa de trabajo era prestada ya que no tenía ni idea de cómo iban a funcionar las cosas. Ya para el segundo día decidió hacer un cambio extremo y se dio cuenta que a nadie le importó con tal de vender lo que le tocaba.

 Los mejores clientes eran aquellos que lo invitaban a comer o a tomar algo mientras repasaban los catálogos y elaboraban la lista de compran de la semana o del mes, dependiendo de lo sigue que le pase a uno eso. Había de todo tipo de clientes: algunos con mucho dinero y otro con menos, los que vivían en casas o  los que vivían en apartamentos, los que tenían mascotas e incluso uno que otro que intentaba algún avance romántico hacia Jaime. De todo había.

 Los que tenían más dinero no siempre eran los mejores clientes, aunque eso pudiese llegar a parecer. Muchas veces, eran las casas donde ofrecían menos, ni siquiera un vaso de agua de la llave. En la casa de la viuda Jones, por ejemplo, siempre llegaba sudando porque no había mucha sombra cerca para resguardarse y sin embargo los sirvientes jamás se acercaban para darle n vaso de agua o de lo que sea.

 En cambio, había otros hogares en los que inclusos se había quedado a cenar mientras la persona que hacía la compra hacía una lista exhaustiva de lo que quería y de lo que no. Ofrecían de tomar y de comer e incluso de fumar y aperitivos para pasar el rato pues elegir ropa y artículos varios por catalogo podía tomarse bastante tiempo.

 A veces Jaime salía de casa a las siete de la mañana y no llegaba a su casa hasta que eran las ocho de la noche. Seguido pasaba que alargaba las visitas si estaba lloviendo, cosas que no pasaba muy a menudo, o si el sol estaba demasiado brillante. Con algunos clientes podía ser sincero y decirles sus razones y ellos entenderían fácilmente pero otros a veces parecían tener afán de que se fuera, como si estuviesen ocultando algo.

 En todo el día comía una sola vez y normalmente era algo comprado en un supermercado pues la mayoría de restaurantes, sino es que todos, de los barrios que frecuentaba, eran muy caros para poderse permitir almorzar allí todos los días. Incluso había zonas a las que iba en las que no había restaurantes por ningún lado y por eso muchas veces prefería comprar algo antes en un supermercado y comerlo a la sombra cuando fuese la hora apropiada.

 Cuando llegaba a casa en las noches trataba de comer algo mejor para él peor la verdad era que seguido llegaba exhausto y con muy pocos ánimos de hacer nada. Comía algo de atún de una lata que había dejado en la nevera o a veces comía solo helado y nada más. Hacía mucho ejercicio pero no estaba comiendo nada bien y eso podía ser un problema. Desde hacía mucho tiempo lo había notado pero no tenía como parar pues su trabajo le daba dinero para sobrevivir pero le impedía comer de manera decente.

 Su único momento libre a la semana eran los domingos. Esto era así porque la mayoría de sus clientes tenían cosas mucho más interesantes que hacer que estar paradas en su casa por varias horas eligiendo nuevos cuchillos de un catalogo. Y no era que él tuviese algo mejor que hacer pero le gustaba tener esa día para despertarse un poco más tarde, ver alguna película que estuviese queriendo ver hace rato, comer algo rico (lo que casi siempre quería decir comida chatarra) y tan solo relajarse y no pensar en su trabajo.

 Los domingos se despertaba tarde y apagaba su celular para que no lo molestaran. Esos días siempre se duchaba muy tarde, si es que se duchaba. Se quedaba en la cama más de lo previsto para ver televisión o disfrutar de lo rico que se sentía no hacer nada, estar a la sombra en su casa y ojalá tener algo frio para tomar. Ese era el día que se hidrataba más y eso que había aprendido a llevar un termo con agua fría en su maletín.

 A veces Jaime se preguntaba, solo los domingos, si no debería dejar de trabajar en algo tan demandante. Esos pensamientos pronto se iban volando cuando recordaba que nadie lo había querido contratar para desempeñar el trabajo por el que tanto había estudiado en el colegio. Cada vez que había habido una vacante había hecho el intento pero siempre había algo más listo, más preparada o que conocía a algunos de los que decidían.

 No era que no le gustara lo que hacía sino que a veces podía ser muy complicado pues era como si su trabajo tomara posesión de él en vez de ser al revés. Sentía que él estaba al servicio de todas esas personas que pedían por catalogo en vez de ser al revés. Y había habido momentos en que eso le había molestado bastante pero eso ya había pasado. Solo había sido al comienzo.

 El resto de los domingos se esforzaba por no pensar ni hablar de trabajo. Otra cosa es que hubiese querido tener amigos o una pareja para poder compartir la vida un poco pero luego se daba cuenta que eso tampoco sería muy posible pues no hay mucha gente dispuesta a adaptarse a una persona así, que vive yendo de un sitio a otro y que no tiene una estabilidad real ni tiempo para crear algo fuerte.


 Por eso el amor era algo que no conocía pues jamás o había experimentado por falta de tiempo. Al fin y al cabo que ya llevaba cinco años en el mismo trabajo y era muy difícil tratar de hacer cualquier cosa al mismo tiempo. La mayoría de veces estaba tan cansado que lo único que quería era dormir antes de tener que despertarse temprano para comenzar un nuevo día de caminar y anotar y escuchar cosas que muchas veces no tenían el mínimo sentido.

lunes, 16 de mayo de 2016

Pastelería

   El primer bocado era un pastelito pequeño. Tenía una base de galleta y el relleno era de crema de limón con naranja con un algo de espuma de adorno que era merengue hecho a mano. Esteban mordió la mitad y lo masticó lentamente, tratando de no dejar caer migas encima de la cama. Hizo un sonido que denotaba placer y entonces le alcanzó la mitad del pastelito a Diego, que lo miraba atentamente para saber cuál era su opinión. Diego dejó la mitad del pastelito en el plato que tenían al lado y esperó la respuesta.

-       Delicioso. – dijo Esteban.

 Diego sonrió ampliamente y le explicó que había demorado mucho tiempo buscando la receta ideal para la galleta, para que no fuera demasiado dura pero tampoco insípida. Esteban le dijo que lo había logrado pues el pastelito tenía mucho sabor y era algo que se podía ver comiendo todos los días. Lo dijo mirando directo a los ojos de Diego. Se miraron un momento antes de compartir un beso.

 Diego le puso una mano en el hombro a Esteban. Tenía un anillo en su dedo anular, algo muy rudimentario, liso, sin ningún tipo de joya o de marca. Esteban tenía uno exactamente igual. Los dos se separaron del beso y decidieron que era hora de levantarse definitivamente de la cama. Estaban sin ropa y era ya bastante tarde para no estar haciendo nada. El plato, que Diego puso en la mesa de noche, tenía varios pedazos de otros postres.

 Esteban se puso de pie primero pero entonces Diego lo tomó de la mano y lo jaló hacia sí mismo. Esteban casi se cae pero logró poner la rodilla en la cama para evitarlo. Tenía una rodilla a cada lado de Diego y se le quedó mirando como esperando una respuesta a esa acción. Diego le preguntó que le habían parecido, con toda honestidad, los postres que habían estado comiendo. Esteban le respondió que estaban muy ricos y que él único que no le había gustado era el de kiwi, un sabor que a él personalmente le desagradaba, pero no por eso estaba mal hecho.

 El pastelero, que venía trabajando hacía mucho tiempo para elaborar una lista de productos que pudiese vender a varios proveedores, lo abrazó, poniendo su cara sobre la panza de Esteban y dándole suaves besos. La verdad era que estaba muy nervioso pues se había metido en lo de la pastelería hacía muy poco y todavía no sabía como iba a resultar.

 Esteban lo tomó de la mano y lo llevó hasta el baño. Se metieron a la ducha juntos y compartieron allí un rato largo que aprovecharon para dejar de pensar en todo lo que había afuera de la ducha. La idea era solo estar los dos. Hubo muchos besos y mucho tacto pero la verdad era que Diego estaba distraído.

 Cuando salieron de la ducha, él se cambió primero de ropa y salió disparado al supermercado. No le dijo a su novio qué iba a hacer o porqué, solo tenía que seguir intentando para ver que podía inventarse. Al otro día debía presentar sus productos a una compañía que organizaba eventos de variada naturaleza. La idea era convencerlos de que sus postres eran los mejores para poner en bodas, bautizos, cumpleaños y hasta velorios. Ya había encontrado dos personas que lo ayudarían a hacer los pedidos completos y una cocina grande donde hacerlos.

 Mientras miraba cada producto en el supermercado, pensando las posibilidad que tenía, Esteban se quedó en casa. Se vistió con cualquier cosa y se puso a revisar su correo del trabajo en el portátil. Fue entonces cuando sonó el teléfono y era uno de los amigos de Diego. Fue entonces que Esteban se dio cuenta que su novio no había llevado el teléfono móvil con él al supermercado. Tuvo que tomar el mensaje, uno no muy agradable.

 Apenas llegó Diego tuvo que decirle, pues era mejor resolver los problemas apenas se presentaban y no después, no dejar pasar el tiempo. Uno de los amigos que iba a ayudar con la manufactura de los postres, había decidido retirarse del proyecto pues había tenido un problema con su trabajo y no podría usar tiempo extra para dedicarlo a otra cosa. Debía estar enfocado en su trabajo entonces no habría como ayudar.

 Diego lo llamó y habló con él por un buen rato pero al final se dio cuenta que no había manera de convencerlo. Solo tenía un ayudante y la cocina y eso podría no ser suficiente. Esteban lo animó diciendo que, tal vez, las primeras ordenes no serían tan grandes. Pero Diego le recordó que muchas veces eran para bodas y las bodas podían tener cientos de invitados, al menos así eran las que la compañía en cuestión organizaba.

 Esteban estaba seguro de que podría arreglárselas, al menos mientras empezaba. Además no era algo que comenzara al otro día. Tendría un poco de tiempo para conseguir más y seguro habría alguien con tantas personas sin empleo. El problema era el sueldo pues Diego no tenía como pagar uno de entrada pero Esteban lo convenció de que debía buscar alguien nuevo y no complicarse antes de intentar solucionar las cosas.

 Para distraerlo, Esteban preguntó que había en las bolsas que había dejado en el mostrador de la cocina. Uno a uno, sacó varios productos. Algunos eran comunes y corrientes como canela y azúcar pero otros no eran lo más usual como pitahayas, clavo de olor y unas frutas asiáticas que venían en una lata. Diego respondió que necesitaba inspiración y nuevos ingredientes podrían ayudar.

 Se veía preocupado y triste. No parecía ser solo por el hecho de que alguien se hubiese retirado de su empresa. Era algo más pero no hablaba de ello ni decía nada respecto a lo que le preocupaba. Esteban ya lo había notado en la ducha y ahora lo notaba en la pequeña sala del apartamento que compartían hacía menos de un año. Se le acercó a Diego mientras ordenaba sus ingredientes y le tomó la mano sin decir nada. Él dejó de mover las manos y entonces abrazó fuerte a Esteban sin decir nada.

 Cuando lo soltó, Esteban había sentido algo de lo que su prometido sentía. Había sido un abrazo extraño, como si al tocarse se hubiesen pasado lo que sentían y lo que pensaban. Era algo muy raro pero a la vez se sentía bien, aunque pesado. Esteban se limpió los ojos humedecidos y le dijo a su novio que debían empezar a cocinar pronto si querían que les alcanzara el día. Habían dormido mucho y ya eran casi las tres de la tarde.

 Diego sonrío. Esteban había entendido que necesitaba ayuda a pesar de que el no había sido capaz de decirlo a viva voz. En las siguientes dos horas la pequeña cocina se convirtió en un laboratorio con varios platos y recipientes llenos de cremas y espumas y diferentes tipos de dulces que irían en copa de galleta que se horneaban, bandeja tras bandeja, en el horno de la pareja. Prefirieron no pensar en el recibo del gas por el momento. Cruzarían ese puente cuando llegasen a él.

 Pasadas las cinco de la tarde, viendo que ya iban a terminar, Esteban pidió una pizza que llegó justo cuando estaban terminando de adornar los últimos pastelitos. Esteban la abrió de golpe en el sofá e inhaló el delicioso olor del pepperoni mezclado con las aceitunas. Le dijo a Diego que se sentara a comer y él obedeció, pero no sin antes mirar sus pequeñas creaciones. Había bandejas y bandejas con pastelitos de varios sabores e incluso había tratado de hacer panes pequeños con frutas exóticas y otros inventos.

 Estaba bastante contento con lo que veía y, sobre todo, porque había dado lo mejor de sí para inventar algo que a la gente le pudiese gustar y que pudiesen comprar cuando quisieran. Su sueño era tener una pastelería propia pero tenía que ahorrar primero para cumplir ese sueño. La mitad de su vida había estado perdido en cuanto a sus deseos para el futuro, por lo que tener a Esteban y a la pastelería, era casi un sueño hecho realidad para él.


 Se sentó en el sofá y tomó una porción de pizza. Esteban ya había comenzado. Al comienzo solo comieron, estaban hambrientos. Pero cada cierto tiempo compartían una sonrisa. Cuando empezaron a hablar de nuevo, se dieron cuenta de lo felices que estaban con sus vidas pues, a pesar de las complicaciones, eran lo que siempre habían querido.