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miércoles, 3 de agosto de 2016

La torre del señor Pump

   Cuando el polvo se asentó, el edificio que había estado allí por tanto tiempo, ya no existía. Los vecinos habían logrado su cometido de retirar semejante monstruosidad del barrio y lo habían hecho con protestas pacificas y tratando de hablar con el dueño de los apartamentos, un tal señor Pump. Era un hombre que nadie conocía personalmente pero lo que se sabía de él era que tenía mucho dinero y que invierta en proyectos como ese edificio, que tenían especificaciones muy particulares en su ubicación o construcción.

 La torre había tenido unos cuarenta pisos en un barrio en el que la casa más alta tenía cuatro pisos, si se incluía el ático. Con el tiempo se descubrió lo que todos sabían, que la torre nunca había tenido permisos reales de construcción y que existía por la única razón de que alguien había pagado a las personas correctas para que el edificio tuviese un permiso y  pudiese existir como tal. Ahora todo eso salía a la luz de nuevo pero no era que importar pues la torre estaba en el suelo.

 El día de la implosión, todos los vecinos del barrio tuvieron que salir de él y ser reubicados temporalmente en otra parte. Pero lo que más querían era subir a la colina más cercana y ver desde allí el espectáculo de su triunfo. Jamás se habían dado cuenta de lo horrible que era esa construcción, una clara cicatriz sobre la cara de la ciudad. Al fondo, estaba el mar azul y más cerca de ellos uno de los parques más grandes del país.

 Se decía que desde la torre del señor Pump se podían ver las islas de Fuego en un día claro. También que era el lugar ideal para construir un mapa de la ciudad y ver, en vivo, como funcionaban las carreteras y otras calles, como arterias y venas que hacen circular la sangre para que el cuerpo, en este caso la ciudad, sigan funcionando. Había mucho que decir de la torre y la verdad era que casi todo era inventado o al menos no había manera de probarlo a ciencia cierta.

 Aunque se suponía que era una torre de vivienda, los vecinos jamás vieron que nadie entrara o saliera a menudo de allí. Solo durante la construcción el sitio tuvo actividad. De resto, siempre había permanecido solo. Sin embargo, jamás estaba sucio ni nada por el estilo. Se le pagaba a un hombre para que fuera cada mes y limpiara los vidrios con otros dos compañeros. Terminaban en una semana y no hablaban con nadie de nada.

 Era un sitio extraño, como una casa embrujada pero de vidrio y varios pisos. Algunos aseguraban haber entrado de noche y decían que el único que vivía allí era el mismísimo señor Pump. Decían que así era porque buscaba estar cerca de sus proyectos y vivía en cada edificio que hacía por un tiempo para probar su estabilidad y buena calidad a los posible inversionistas.

 Si era verdad o no, era otra cosa más que nadie nunca supo. Jamás vieron una limosina estacionada frente al edificio y mucho menos vieron al señor Pump yendo a la tienda a comprar la leche y el jugo para el desayuno. Obviamente que un hombre tan rico no estaría a cargo de algo por el estilo pero el caso era que jamás había pisado el barrio. Eso ofendía más aún a los vecinos pues no entendían porqué entonces había decidido de construir precisamente allí y no en ningún otro lugar de la ciudad.

 Al parecer era esa imponente vista doble, al mar y al parque. A unas diez calles o menos estaba el acantilado que daba a la ciudad su personalidad. Había playas más al sur, siguiendo la carretera costera pero la ciudad había sido construida al lado de una serie de acantilados que daban a un mar agresivo y normalmente muy picado , que en invierno parecía una sopa en ebullición a punto de regarse por todas partes. Era hermoso pero daba miedo al mismo tiempo.

 En cuanto al parque, era una vista casi única pues ninguno de los barrios circundantes tenía tampoco estructuras tan altas. Los ambientalistas se quejaron cuando empezó la construcción pero como tenía todos los permisos en regla, incluso el ambiental, no hubo manera de detenerlos. Para los defensores de la naturaleza, era claro que el edificio cambiaría el comportamiento de las aves y afectaría a los animales pequeños y sus costumbres.

 La verdad es que, aparte de ellos, nadie se quejó hasta que fue muy tarde. A muchas personas, aunque más tarde lo negaron, les gustaba la idea de tener un rascacielos en la mitad del barrio y la razón era muy sencilla: pensaban que con un proyecto de esa magnitud, su propiedad aumentaría de precio astronómicamente y  podrían vender y luego comprar un apartamento en la misma torre y hacer un gran cambio en toda la ciudad.

 Pero el efecto del edificio fue exactamente lo contrario pues el ruido de la construcción afectó negativamente a todo el mundo. Quienes conducían por la zona para ir a los acantilados, un lugar popular en la ciudad, decidieron evitar el barrio por la cantidad de camiones que usaba la construcción. Esto quería decir que los negocios perdían dinero y la gente evitaba el barrio a propósito.

 Ya nadie quería vivir allí y la gente del resto de la ciudad sabían que no era un buen lugar para vivir. Cuando terminó la construcción, algunas personas tuvieron la esperanza de que todo mejorara pero como se convirtió en un edificio fantasma, no había manera de que el valor del terreno se moviera para ningún lado. El fracaso era evidente.

 Por eso fue increíble tener que luchar por la destrucción del edificio por más de cinco años. Cualquiera hubiese pensado que los problemas eran tan evidentes que los vecinos podrían ganar el caso con facilidad pero se dieron cuenta de todos los recursos del señor Pump y de cómo estaba dispuesto a gastar dinero, su reputación y miles de horas, en un edificio que estaba vacío y que no tenía de verdad a nadie que lo apoyase o que lo considerara, al menos, una joya arquitectónica.

 Era un edificio moderno pero simple, eso era todo. No había ninguna especificación especial, no tenía una piscina en el último piso, no había locales comerciales u oficinas o parte de hotel. Nada de eso. Solo apartamentos distribuidos casi todos de la misma manera. Se decía que sí habían tenido ventas pero que la demora en la construcción y la polémica con los acantilados había sacado corriendo a los compradores.

 El día del triunfo del barrio en la corte fue la única vez que pudieron ver al señor Pump. De verdad que no se le notaba que fuese tan rico como decían que era. No era muy alto y tenía la piel blanca como un papel. Permaneció casi estático durante todo el proceso y solo habló al final, antes de escuchar el veredicto del juez. No era una persona con encanto ni era atractivo. Era solo un hombre con mucho dinero y nada más. Muchos de los espectadores se sintieron decepcionados.

 El caso es que perdió y el edificio fue demolido. Se hizo de manera que colapsara sobre sí mismo pero era tan grande la edificación que debieron sacar a todo el mundo de sus casas para que no los afectara el polvo creado por la implosión. Las casas aledañas casi seguramente quedarían dañadas y el señor Pump fue obligado a pagar cualquier reparación que pudiesen necesitar las viviendas afectas.

 La vista desde la colina era increíble y, cuando la torre cayó, fue la primera vez que encontraron a la torre hermosa pero en un sentido trágico. La nube de polvo era increíble y tuvieron que esperar hasta el otro día para poder empezar a remover escombros y dejar ese terreno despejado en la mayor brevedad posible.


 Sin embargo, los curiosos fueron en mitad de la noche a tomar recuerdos de las ruinas del edificio y fue entonces cuando la noticia se volvió mundial. Entendieron ahora porque nadie vivía allí, porque era una edificio desierto. Resultaba que no eran viviendas, ni hotel, ni oficinas. Cuando el polvo se despejó, había restos de huesos, de objetos de valor y muchas otras cosas. Era como un museo pero daba miedo solo verlo. El señor Pump parecía ser, después de todo, alguien muy especial.

miércoles, 20 de julio de 2016

Vida dental

   Para Diego, lo más importante del mundo era su profesión. Desde pequeño, cuando miraba la televisión o jugaba con sus amiguitos, se imaginaba siendo el mejor de los odontólogos. Claro, no era un sueño poco común pero había nacido de un sentimiento noble de ayudar a los demás, dándoles algo en la vida de lo que pudiesen estar orgullosos. Los dientes de pronto no eran lo más importante para nadie, pero son una de esas cosas que es mejor tener bien cuidados y con todo en orden para no tener que preocuparse.

 Suponía que su idea de ser odontólogo había empezado cuando, al ver sus programas favoritos, los personajes aconsejaban en un momento determinado que los niños, es decir los televidentes, se cepillaran los dientes después de cada comida para tener una boca sana y una sonrisa perfecta. Por alguna razón, eso a Diego siempre le había parecido muy importante y desde esos día siguió al pie de la letra las instrucciones para cepillarse los dientes correctamente.

 Cambiaba su cepillo regularmente, usaba diversos tipos de dentífricos, tenía hilo dental de varios sabores para cambiar todos los días y guardaba botellas y botellas de enjuague bucal, listas para ser consumidas. Incluso tenía de esas pastillas que teñían los dientes e indicaban donde hacían falta cepillarse. Todo eso lo compraba en el supermercado con sus padres y era siempre muy insistente al respecto.

 Cabe decir que este gusto por los la higiene bucal, no le venía a Diego de sus padres. Su madre era asesora financiera en una firma importante de la ciudad y su padre era abogado. Ninguno de los dos tenía el mínimo interés por los dientes o por la salud en general. Es decir, se preocupaban como cualquiera pero no insistían mucho en el tema pues creían que era más importante tener una educación de calidad que nada más.

 El día que llegó la hora de entrar a la universidad, Diego no tenía ninguna duda de lo que quería estudiar. Sin embargo, sus padres trataron de disuadirlo, tratando de convencerlo de estudiar sus carreras y exponiendo porque era buena idea hacer una vida en esos campos. Sus razones siempre giraban alrededor del dinero y de la estabilidad económica pero su hijo no era un tonto: también él había ensayado su discurso.

 Una tarde, les mostró una presentación que había hecho, explicando porque quería estudiar odontología, centrada también en el hecho de que se ganaba buen dinero y además sería feliz haciendo lo que siempre le había interesado. Ellos no insistieron más y lo apoyaron en lo que necesitara pues sabían que tenían un hijo decidido, con metas claras y determinado a cumplir sus sueños a como diera lugar.

 Los años de universidad fueron los mejores años de la vida de Diego. No solo empezó a aprender más sobre lo que lo apasionaba, sino que también conoció gente que compartía ese entusiasmo y para la que sus particularidades respecto a la higiene bucal no eran excentricidades sino productos normales de la preocupación de un ser humano por su salud. Las conversaciones que tenían no solo giraban alrededor del tema dental pero casi siempre lo hacían y a Diego eso le parecía en extremo estimulante e interesante.

 Sus padres estuvieron muy orgullosos el día que presenciaron la graduación de su hijo. Al recibir el diploma, los saludó enérgicamente y les mostró su cartón, indicándoles que había terminado esa etapa de su vida de la mejor manera posible. En las prácticas que había tenido que hacer, en las que ayudaban a personas que no tenían el dinero para pagar un servicio dental adecuado, conoció a un profesor que le dijo que era uno de los mejores alumnos que había tenido y que debería pasarse por su consultorio algún día.

 Esa sugerencia dio origen a su primer trabajo, siendo asistente del profesor por un periodo de dos años. Ganó buen dinero pues los clientes que tenía el profesor eran personas acomodadas que se hacían varios procedimientos estéticos al año y varis de ellos tenían que ver con los dientes. Cada intervención era bastante compleja e interesante para Diego, por lo que aprendió todavía más y encima ganó buen dinero.

 A pesar de todo ese éxito, el resto de la vida de Diego no iba tan bien. De hecho, jamás había sido algo muy estable. Durante los años de universidad había tratado de tener relaciones sentimentales con varias personas pero jamás había logrado establecer algo duradero con nadie. Sentía que su profesión de alguna manera se metía entre él y la otra persona y que eso creaba una barrera que era imposible de franquear.

 Se daba cuenta de que muchos en el mundo consideraban que ser un odontólogo no era lo que él siempre había pensado. Claro, a él le encantaba y eso no iba a cambiar nunca, pero la mayoría de gente que conocía fuera de su circulo de trabajo no eran tan agradable cuando él empezaba a hablar de su trabajo y de lo que había visto en la semana.

Su vida sentimental era nula e incluso su relación con sus padres se fue estancando a medida que se hizo más exitoso. Su teoría, años después, era que a ellos jamás les había ido tan bien en sus trabajos después de muchos más años de constante esfuerzo y dedicación. Él, en cambio, había ascendido como la espuma y todavía podía ascender más.

  Cuando dejó de trabajar con el profesor, fue porque quiso independizarse buscando un espacio para él solo. Su sueño era ese, tener una consulta propia con todo lo necesario para dar una atención de calidad a quien lo necesitara. Diseñó varios planes para personas con poco dinero y estableció precios competitivos para intervenciones que la gente con dinero se hacía con frecuencia. Adquirir los equipos le costó casi todo lo que había ganado en los años anteriores, pero estaba dispuesto a arriesgar. Y eso probó ser la mejor decisión de su vida.

 Tan solo un año tuvo que pasar para que su vida diera un cambio completo: se mudó de la casa de sus padres a un apartamento de soltero muy cerca de su consultorio, se podía pagar las mejores vacaciones a lugares exóticos y lejanos y además estaba más feliz que nunca, ayudado de dos asistentes que le colaboraban con la gran carga de trabajo que tenía. A veces tenía que trabajar demasiado pero valía la pena y seguía aprendido, seguía fascinado por los dientes y eso era asombroso.

 Sin embargo, Diego empezó a sentir más y más que se estaba quedando solo. Sus amistades reales eran pocas, no hablaba casi con sus padres y no había sentido nada por nadie en años. Hubo una temporada en la que se decidió a salir a tomar algo en las noches, a bailar o a cualquier sitio. Le pidió a sus pocos amigos que le ayudaran pero nada funcionó. Había algo en su personalidad, algo que no podía ver él mismo, que alejaba a los demás.

 Por un tiempo, su rendimiento en el trabajo bajó significativamente. Sentía que el éxito laboral no podía ser todo en el mundo para él. ¿De que servía todo ese dinero si no lo podía compartir con nadie? Fue a un psicólogo para ver si podía averiguar que era lo que lo hacía tan repelente pero dejó de ir a las dos semanas. No solo por el ridículo precio de las consultas que no llevaban a ningún lado, sino porque las preguntas que hacía el disque doctor no tenían nada que ver con lo que Diego quería saber.

 Cuando su consultorio se hizo más grande y tuvo otros odontólogos a su cargo, decidió que era el momento de unas largas vacaciones. Se tomó varios meses y decidió explorar el mundo, alejarse de todo lo que conocía y quería para ver si podía reconocerse a si mismo fuera del mundo que había construido en su oficina y con los clientes y demás componentes de su vida laboral.


 Pero tras ese largo viaje, no encontró nada. Volvió al consultorio acabado y sin ilusiones pero una vez allí, fue como inyectarse con el elixir de la eterna juventud. Todo lo demás no importaba. Ese era el amor de su vida, la razón de su existencia. No hacía falta más, o eso se dijo a si mismo varias veces.

lunes, 2 de marzo de 2015

No importa nada

   No recuerdo nada y sin embargo sé que hay o hubo algo allí, m de mi propia vista y tal vez incluo de mi entendimiento.ás allá de mi propia vista y tal vez incluso de mi entendimiento. Pero de todas maneras ya no importa. Fue un sueño y nada más que eso. Me suele pasar que me obsesiono, me vuelvo loco queriendo saber que significaba una cosa o la otra pero la verdad es que, al final de cuentas, no importa. Que influencia tiene en mi vida si un sueño fue de significa sexual, o de mis secretos más oscuros o tuvo su base en algún miedo paralizante? Da igual.

 En la vida diaria eso no interesa o al menos no si no es algo de todos los días. Y ese sueño no lo fue. Fue solo una vez y me frustra solo recordar un fragmento de todo. De pronto es por eso que estoy obsesionado con ello, solo porque no puedo recordar cada detalle y lo que estaba haciendo o no. Solo recuerdo bajar unas escaleras, algo oscuras, vistiendo solo unas chancletas y una bermuda, con mi camiseta al hombro. Sé que el sitio era en clima cálido pero no recuerdo como era todo al salir de esas escaleras. No recuerdo más que eso.

 Y sin embargo sé que hay mucho más que eso puesto que cuando me desperté, sentí que había corrido miles de kilómetros. Me sentí cansado y mi espalda dolía, cuando siempre he dormido cómodamente en mi cama. Algo que no recordaba, seguramente, era el causante de semejante dolor, que después de unos minutos fue simplemente ridículo y me avergoncé de mi mismo: cansado por correr en un sueño cuando en la vida real no corro ni aunque mi vida dependa de ello.

 Lo mejor es despejar la mente y salir a caminar pero eso, después de un par de minutos, no parece ayudar en nada. En vez de observar la vida urbana desarrollarse ante mis ojos, lo único que veo esa maldita escalera, casi en espiral, y mi pecho bronceado, cuando en la realidad está lejos de ser así. No me fijé en ninguna de las personas que casi golpea caminando, pensando en cosas que de nada sirven.

 Y luego me invade, de nuevo, ese otro gran miedo: el de ser un fracaso enorme, una de esas personas que no son útiles en este mundo, porque si algo hay que ser en este mundo es útil, hágase lo que se haga. Ese miedo no necesita de mis sueños para alimentarse ni de situaciones sin sentido para seguir perforándome el cerebro. No, ese miedo que es hoy en día una presencia casi corpórea no necesita de ayuda alguna para acosarme y empujarme de un lado a otro, cansándome pero cuidando que no me rinda definitivamente muy pronto.

 No lo hago. Para que rendirme? Para que cualquier cosa? Hacer y hacer y hacer y después de todo eso nada. Para que? Es posible que por eso me obsesione con mi sueños: no tengo nada mejor que hacer ni que pensar y, pensándolo bien, los sueños son mucho más generosos conmigo que la realidad de la vida. Cambiaría esos mundos sin sentido cualquier día por esta realidad que no me sirve de nada, por este mundo que solo me quita energía y se niega a dejarme pelear de pie, prefiriendo que me arrastre y me sienta cada vez peor, por una razón u otra.

 Siendo justos, es posible que yo sea así de nacimiento. Susceptible a todo alrededor, seguramente más débil que el promedio entre los seres humanos. Es posible que sea una de aquellas personas que simplemente se van agotando hasta extinguirse por ellas mismas, cosa que me da más miedo que nada porque si algo sé y de algo estoy seguro es que soy un cobarde. No me gusta enfrentar nada y no soy alguien que combata ni pelee por nada, así lo aparente. Soy ese perro que ladra demasiado pero muerde poco.

 Auto compasión? Otro concepto inútil que no me sirve de nada en este momento ni nunca, para ser claro. Para que lamentarme de mi vida, de mi situación o del agujero negro en el que me siento caer cada día más? Para que ponerme a llorar o a rasgarme las vestiduras cuando sé que ese ser, esa presencia asquerosa no va irse nunca, me sienta mal conmigo mismo o no. Tengo que aprender a vivir con ella y, por algún tiempo, lo he hecho de maravilla. Sí, ella molesta de vez en cuando pero siempre cuando la dejo, es decir, cuando estoy susceptible a su amargada y retorcida voz que solo quiere mi perdición.

 Mi perdición… No sé exactamente que es eso pero sé que cualquier cosa que tenga que vivir tendrá que asumirse en el momento, ni antes ni después. Y si resulta en mi destrucción pues que así sea. Quien soy yo, al fin al cabo, para decir que debe pasar o no en mi vida o a mi alrededor? No soy nadie. Y no, no se trata de una de esas frases de “pobrecito yo” sino una realidad humana que es dura pero cierta desde hace eones: no somos nada más que polvo y recuerdos inútiles que, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada ni tienen la más mínima consecuencia.

 Y después de todo esto me doy cuenta que estoy un lugar muy lejano a mi casa. Lo conozco pero no tanto como para sentirme cómodo, la tarde ya cayendo sobre los tejados y ocultando entre las sombras más de una sorpresa indeseable para cualquier ser humano decente. Lo que hago es sacar la salvadora tarjeta de transporte público para tomar un bus que me acerque a mi hogar. Dejo pasar uno que otro ya que o no se dirigen a mi casa o simplemente los dejo pasar, sin más.

 Cuando por fin llego a mi hogar, lo único que puedo hacer es tratar de distraerme, tratar de sacar todo lo que estaba en mi mente hasta hace algún rato porque lo único que puedo tratar de hacer es acelerar el tiempo, hacerlo lo más llevadero y así esperar a que todo pase rápido y o me muera o ocurra algo que me haga sentir menos vacío. Vivo mi vida en lo que se podría llamar piloto automático, yendo sin destino alguno por el cosmos, sin que me importe nada más. Sí, hago cosas como los demás pero no puedo decir que eso me llene de alegría o de nada. Lo que hago lo hago sin sentimiento alguno.

 He pensado que los sentimientos puros me dan alergia, me cansan, me aburren y simplemente no los entiendo. El amor, por ejemplo, es un animal en el que no creo, casi como un unicornio. No creo que exista y me da risa quienes creen que lo han sentido, como si se tratase de una presencia cósmica masiva que simplemente no se puede entender ni nadie puede pelear con ella. Yo creo que es pura mierda pero no voy por el mundo destruyendo lo que creen los demás. Por mi que cada uno crea lo que quiera.

 Como dije antes, no importa, a nadie le importa de verdad. Por eso la gente más patética es aquella que se mete en los asuntos de los demás. Muchos de ellos son personas que se han dado cuenta que la vida en sí no tiene ninguna importancia, que nuestros actos no tienen en realidad consecuencias trascendentales en nuestro mundo y que simplemente somos poco más que polvo. Esos que critican lo saben y se meten en lo que no les importa porque necesitan buscar significado en algo pero saben que jamás lo van a encontrar.

 Por supuesto que es triste, pero que se le hace. Así son las cosas. La idea, de todas maneras, es que cada uno viva sus días como mejor le parezca, sin tantas cosas en la mente. Sin tantas escaleras y camisetas rojas que les impidan ver más allá de sus narices. Que cada uno haga lo que se de la gana, eso sí, sin perjudicar de gravedad a nadie más.

 Sí, la camiseta era roja y hasta ahora lo recuerdo. Combinaba con el tono de mi piel y con el de la luz que entraba por algún lado, pero no sé exactamente por donde.  Pero no recuerdo más que eso y seguramente olvidaré esos detalles rápidamente, cuando la noche empiece a abrazarme hoy. Olvidaré cada una de las cosas que vi en ese sueño pero nada de ello importa porque lo que siento, lo que vivo, la presencia que carcome mi vida, no me dejan pensar por mucho tiempo en nada más.

 Lo más seguro es que todos tengamos algo similar que nos vigila, que nos persigue y nos acosa. Lo diferente es que yo ya me di por vencido hace mucho tiempo. Admiro, en cierta manera, a aquellos que con los ojos cerrados siguen desafiando lo que la realidad les dice. Aquellos que viven y forman su propio mundo e incluso sus propias reglas. Los admiro porque son seres tremendamente estúpidos pero a la vez, demuestra una inteligencia más allá de nada que yo conozca. Son seres especiales y por eso merecen cierto perdón, ciertas concesiones en cuanto a su existencia.


 Mientras tanto, yo y seguramente muchos otros, estamos del otro lado de la carretera. Estamos aquí, dejándonos abatir lentamente, como árboles muy viejos que no tienen más opción sino dejarse morir lentamente, olvidados en un bosque lejano, sin nadie que los escuche crujir y caer. Sin nadie que huela su podredumbre ni nadie que se aproveche de su madera para sobrevivir. Así estamos y lo estaremos por mucho tiempo. Hasta que todo termine.

jueves, 12 de febrero de 2015

Soñar salvaje

  En el colegio me lo decían. A veces me lo dicen hoy en día. No entiendo que tiene de malo o cual es el verdadero problema detrás de soñar. Acaso no es solo un verbo, uno que se usa frecuentemente como algo bueno y positivo? Pero cuando me decían “Deja de soñar!” no parecía que me estuvieran alentando sino más bien al revés. En cambio ahora, y creo que siempre, la publicidad y los medios alientan a todo el mundo a soñar más allá. Pero en verdad eso no es lo que quieren.

 Vivo soñando, día y noche. Vivo anhelando cosas que jamás tendré, me imagino a mi mismo en situaciones en las que me gustaría estar o, al menos, en la que creo que me gustaría estar. Es muy extraño. Horas y horas, todos los días, soñando. No hago nada mas﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o. No hago nada mras y horas, todos los de gustar medios alientan a todo el mundo a soñar mue solo es algo ás, físicamente nada más. Hace años no voy al colegio, y lo agradezco. Mi época universitaria pareció terminar en un abrir y cerrar de ojos y ahora no hay nada.

 Todas las promesas de la vida se resumen en nada. Trabajar y trabajar y seguir trabajando para que? Para no disfrutar nada, para terminar odiando lo que alguna vez se quiso. Matarse haciendo cosas por los demás cuando a los demás no les importa si tu consigues tus sueños porque están muy ocupados persiguiendo los suyos. Y la verdad es que nadie consigue su sueño, tal y como lo imaginó. Eso no existe, son cuentos para niños.

 Yo no quiero un cuento, porque esos son cortos y se acaban con finales que no tienen sentido. Yo quiero una historia, una bien contada y con todos los detalles que sean posibles. Pero una historia bien nutrida, con vida, con chispa. Esta que vivo no es una historia, es apenas un resumen o un documento aburridísimo que nadie quiere leer y, menos mal, nadie quiere tirar a la basura. Es como desperdiciar un papel porque se le ha escrito un poco de un lado. Mejor esperar para poder usarlo de ambos.

 Sí, así pienso de mi vida. Soy ese papel que puede ser usado alguna otra vez, por si a alguien se le da la gana. No soy aquella bella historia encuadernada en el más fino de los cueros, impresa en el más suave de los papeles, con un aroma tan intoxicante como lo es la lectura de la historia entre sus páginas. No, no soy ese libro. A lo mucho, soy uno de esos folletos con más hojas de las necesarias, algunas muy gruesas y otras extrañamente ligeras, atiborradas de imágenes pero sin contenido real.

 Pero no me canso. No me canso de soñar día y noche, con mi mente. Esté caminando por la calle o acostado en mi cama, es como si mi cerebro fuese un joven especialmente intenso que no puede callarse nunca y que no necesita de la atención de nadie. Solo necesita hablar y decir todo lo que piensa o sino podría morir.  Y quien soy yo para no dejarlo hablar? A la larga, es gracias a ese otro yo, ese ser vivo y fantástico, que sigo aquí. Lo tomo de la mano todos los días y paseamos juntos porque necesito de él y él me necesita.

 Algunas veces lo escucho, con gran atención, pero otras prefiero solo sujetar sus dedos sin oír nada de lo que dice. Obviamente, no todo lo que sale de él, de mi, es oro puro. Hay mucha mierda y una que otro pepita brillante, que necesita pulirse con delicadeza. Lamentablemente, no hay paciencia y se requiere de ella para poder pulir todos esos pensamientos que vienen y van.

 Se necesita incluso de una habilidad especial para atrapar esos pensamientos, esos grandes eventos que ocurren en mi mente, para poder usarlos en un momento ulterior. No, no creo que todos valgan la pena. Me conozco bien y sé que muchos son ecos de otros pensamientos, ideas inventadas a partir de sentimientos dolorosos, casi siempre. Es triste, verdad? Que todo lo que eres es solo un montón de sentimientos y eso es lo que te hace especial.

 Porque ser humanos no nos hace especiales. Como seres humanos somos ordinarios, salvajes, sucios, estúpidos y lentos. Si no hubiéramos tenido esos sentimientos, esa cualidad única que tiene el cerebro, estaríamos todavía atascados en los bosques, presa de seres mejor fabricados para la vida en este mundo voraz e incansable. Tan especial es el cerebro, que ha doblegado incluso a la naturaleza. Pero el que manda una vez, siempre manda de nuevo, de una u otra manera. Las cosas cambian pero tienen una ironía especial, volviendo siempre al mismo punto.

 Como yo. Siempre vuelvo a lo mismo. El amor. Maldito sentimiento de mierda. Y lo odio, más que a nada. Y creo que es porque no lo conozco. No sé como es, que hace sentir ni como se ve. Y detesto pensar en lo que no conozco porque me hace sentir temor. Ese sentir es la base de tantas ideas, de tantos pensamientos en ese momento débil en el que estamos a punto de dormir y de pronto todo aparece tan claro como las estrellas en el desierto. Cada estrella es una idea y tan brillante como ellas.

 Pero de pronto todo se apaga y el cerebro se lo traga todo para remplazarlo por nada o por sueños sin sentido que te dan cucharadas de lo que podría ser pero sabes que nunca será. Jamás nadie me va a hacer sentir como esas sombras y seres en mis sueños físicos. Ni siquiera aquellos que viven en mis pensamientos diurnos, seres de mil caras que a veces ni hablan porque ya sé todo lo que quieren decirme.

 Hoy soñar es bueno porque es una meta. Es una meta invisible para perseguir, para esforzarse como una bestia de carga y para escalar montañas invisibles que jamás hubieran sido visitadas de otra manera. Pero soñar hoy es, antes que nada, una gran mentira. Nadie quiere que nadie más alcance sus sueños ya que la base de la actividad humana es la competencia. Nadie hace nada porque sea necesario sino porque necesita ser mejor que alguien más, tiene que vencerlo, doblegarlo.

 Y ahí yace nuestra naturaleza animal, destructiva y desgraciada. Todos los días, en todos los países del mundo, alguien está pasando por encima de otro. Está soñando, dicen unos. Está cumpliendo sus sueños, dicen otros. Y sí, nadie nunca ha hablado de los sueños buenos y los malos porque simplemente no existen. Hay sueños. El contexto en el que viven fluye constantemente y solo se puede esperar sentado y ver que sucede.

 Lo peor de todo es la mentira, lo patético que es ver a gente estúpidamente optimista, pensando que todo va a ser mejor y que sus sueños están a la vuelta de la esquina. Ellos solo quieren lo mejor, o eso creen. Y eso no tiene nada de malo. Si a algo deberíamos tener todos derecho es a conseguir ser felices pero lo que nunca pensamos es que esa felicidad es diferente para cada uno. No se trata de tener todos una linda casa, un lindo esposo o esposa, lindos y brillantes hijos y todos los objetos que el dinero y la belleza física puedan comprar. No, la vida no es así.

 Pero así alguien no tenga nada de eso, seguirá pensando tontamente que lo puede conseguir. Porque la mayoría de personas no pueden mirar al futuro,  la verdad a la cara. No solo somos animales débiles sino que también somos cobardes y por eso tememos a nuestro reflejo en el espejo. La mayoría de la gente no está interesada en la verdad, en los sueños que sí se pueden cumplir. Lo que quieren es ser lo que todos quieren ser, lo que los demás aceptan como el ideal. Y como nadie se atreve a decir nada, pues nunca nada cambia.

 Y que pasa con nosotros, aquellos que soñamos de manera tan salvaje que nos acercamos tanto a la naturaleza que nos igualamos a ella? Pues nada. Nada de nada porque no somos parte del gran grupo, no somos parte del núcleo de la sociedad porque ellos quieren estar lejos de la naturaleza, por brutales que sean. Quieren alejarse de lo que los hace criaturas vivas, quieren ser más. Sueñan con llegar al límite de la riqueza, la belleza y la realización. Cosas que mueren, igual que nuestro cuerpo.


 Pero estamos los otros, los que soñamos con la permanencia, con dejar algo para que alguien en un futuro lo vea y piense que puede soñar de otra manera.  Para que sepa que hay algunos que, aunque frustrados por la sociedad que simplemente no nos quiere, seguimos aquí y nos dedicamos a soñar sin concesiones. Salvajemente y sin importarnos nada. Porque no queremos nada a cambio, solo queremos sentir y así sentirnos vivos.