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lunes, 21 de enero de 2019

Y de repente, en un momento...


   Me tomó de la mano y casi se la suelto por miedo. Su mano se sentía seca y muy caliente. Creo que quiso abrir los ojos, porque su cabeza giró hacia mi pero pronto fue enderezada por uno de los paramédicos que le puso una mascarilla para suministrarle oxigeno. Su ropa estaba destrozada y la tuvieron que cortar con rapidez, por miedo a que el fuego hubiera podido fusionarla con la piel. Por la cara de los paramédicos me di cuenta de que las cosas estaban mal pero no tanto como ellos habían esperado.

 Tuve que coger con mi otra mano un cajón del que pude agarrarme para no caer mientras la ambulancia iba a toda velocidad por entre otros vehículos, dando giros inesperados y deteniéndose a veces de golpe, esperando que los carros se hicieran a un lado para dejar pasar. Cuando por fin se detuvo la ambulancia, la puerta se abrió de golpe y la camilla salió rápidamente, dejándome atrás como si no estuviera allí. Por supuesto, tuve que soltarle la mano, un poco aturdido por todo lo que ocurría.

 Bajé de la ambulancia y caminé hasta la puerta del hospital. Ya no estaba él allí y seguramente lo habían pasado a un lugar en el que yo no podía estar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y más que nada porque él había estado entre la explosión y yo. Él me había caído encima y me había protegido de lo peor del estallido. Solo tenía quemados algunos pelos y partes de la ropa, lo menos que me había podido ocurrir en semejante momento. Sin embargo, me zumbaban los oídos y me sentía temblar.

 De la nada, una enfermera me tomó del brazo y me hizo a un lado. Me puso una linterna pequeña en los ojos y los revisó con rapidez. Me tomó el pulso y me miró por todos lados. Me dijo que era obvio que había estado en la explosión. Se puso a hablar de otros heridos que estaban llegando, algunos con heridas mucho más graves que las de Tomás. De repente salí de mi ensimismamiento y le pregunté por Tomás, necesitaba verlo y saber que de verdad iba a estar bien.

 Fue en ese momento que los vi, por encima del hombro de la enfermera que me estaba preguntando el nombre completo de Tomás. Eran Jessica y Francisco, la prometida y el mejor amigo de Tomás. Me di cuenta en ese mismo momento que ya no era necesario. Ya no necesitaba que le sostuviera la mano ni que estuviera allí. Los saludé y le dije a la enfermera que ellos eran los familiares directos del herido. Los saludé y solo les dije que necesitaba descansar pero que volvería pronto para saber qué había ocurrido. Solo es algo que dije, sin pensarlo demasiado.

  Cuando llegué a casa me duché y luego tomé la máquina con la que me arreglaba a veces el cabello y me lo corté por completo. No solo era para quitarme la zona que había sido quemada sino porque tuve un impulso de hacer algo drástico como eso. Fue algo del momento. Tuve que entrar a la ducha de nuevo para limpiarme los pelos de encima y fue entonces cuando él se metió de nuevo a mi cabeza. No creo que hubiese salido en ningún momento, solo que trataba de no pensar en él.

 Cuando me recosté en la cama, estaba todavía allí conmigo y pude sentir su mano en la mía. Seguía pensando en lo que habíamos estado hablando cuando explotó la bomba y eso me apretó el corazón, forzando algunas lágrimas que brotaron lentamente de mis ojos. Me rehusaba a llorar por algo así pero tal vez no podría evitarlo por mucho tiempo más. Me había dicho algo que nadie nunca más me había dicho y simplemente no era algo que pudiera ignorar. Sin embargo, tal vez era lo mejor.

 Cuando desperté al día siguiente, vi los mensajes que Jessica me había enviado, hablando del estado de Tomás. Estaba bien, fuera de cualquier tipo de peligro. Noté que ella hablaba de a poco, cada decena de minutos escribía algo. Fue mucho después de haber empezado a enviar los mensajes cuando me llegó uno diciéndome que él pedía verme. Quedé frío cuando lo leí. Lo había enviado ella, como si no pudiera ser ninguna otra persona en este mundo. Me sentí mal de nuevo y odié toda la situación.

 Después de ducharme, mientras me vestía, oía en las noticias que la explosión había sido causada por un atentado contra el vehículo de un empresario bastante polémico. Por alguna razón, habíamos estado no muy lejos del carro al momento exacto en el que el chofer había metido la llave y encendido el carro. Había muerto al instante y la onda explosiva nos había enviado lejos, igual que a otras personas que también estaban cerca. Después de todo, era una zona muy transitada, llena de gente yendo y viniendo.

 Decidí dejar mis miedos aparte y visitar a Tomás sin pensar en nada más. Tuve que hablar con Francisco cuando llegué y esperar a que Jessica bajara pues solo podía haber un visitante por vez. Cuando por fin bajó, la saludé con un abrazo. Menos mal ella no tenía muchas ganas de hablar pero no dudó en decirme que no debería demorarme demasiado porque quería estar con él para cuidarlo todo el tiempo. No me gustó mucho su tono al decirlo pero no quería discutir con nadie. Solo caminé al ascensor y subí al piso que me habían dicho. Cuando entré a la habitación, un doctor hablaba con él.

 Al parecer debían seguir haciéndole terapias para curar sus quemaduras, que afortunadamente no eran tan graves como lo habían imaginado en un principio. El doctor salió pronto y pude saludar a Tomás, que estaba algo pálido pero me sonrió apenas estuve cerca. Lo primero que me preguntó fue si la puerta estaba abierta. Me di la vuelta y le dije que no. Entonces me guiñó un ojo y yo sonreí, como siempre lo había hecho antes, cuando no teníamos tantas cosas metidas en la cabeza y en nuestros cuerpos.

 Cuando cerré la puerta, volví con él rápidamente. Me tomó de la mano de nuevo y sin dudarlo le di un beso y él estuvo feliz de aceptarlo. Era como volver a casa después de mucho tiempo, un sentimiento cálido que era hermoso y perfecto. Lo abracé después y el me apretó un poco, con la poca fuerza que tenía. Fue en ese momento cuando no pude evitar llorar y la barrera que había tenido arriba por tanto tiempo se vino abajo en segundos. Lloré como no lo había hecho en muchos años.

 No me dijo nada, solo secó las lágrimas y vi que él tenia los ojos húmedos también. Nos dimos otro beso y estuvimos abrazados un rato hasta que me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo. Le dije que pensaría en lo que había dicho pero que la verdad era que él era la única persona que podía ganar o perder con una decisión como esa. No podía pedirme que empezáramos a salir así como así, teniendo ya una boda en el futuro con una chica que lo quería demasiado y que lo conocía hacía mucho.

 Él se puso serio cuando hablé de Jessica, pero sabía que ella estaba allí y que seguiría allí hasta que el hospital lo dejara salir. Solo le dije que tenía que pensarlo todo bien, porque salir del clóset de esa manera podía ser un caos, podía causar mucho malestar con su familia y situaciones difíciles que tal vez él no querría manejar en ese momento. Fue entonces cuando se abrió la bata que tenía puesta y me mostró sus quemaduras. No eran graves pero sí que eran notorias. Me miró fijamente cuando cerró la bata y tomó mis manos.

 Me dijo que era el momento perfecto para hacerlo. Para él, la explosión había sido una suerte de bendición disfrazada. Era horrible pensarlo así pues al menos una persona había muerto esa noche, pero era la verdad. Para él, ese suceso le decía que debía empezar a vivir una vida más honesta, la que de verdad quería.

 Volví a casa un poco más tarde, mirando lo que tenía allí y mi lugar en el mundo en ese momento de mi vida. Yo no me sentía como nadie, no me sentía especial de ninguna manera. Y sin embargo, él me quería en la suya y eso me hacía sentir extraño. Tal vez yo también ganaría mucho de todo el asunto.

miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

miércoles, 23 de agosto de 2017

El ciclo de la vida

   Cuando lo conocí, era la persona más optimista que había visto. No puedo decir que alguna vez hablamos más de lo necesario y creo que él nunca supo mi nombre. Pero durante tres meses compartimos el mismo horario, comimos a la misma hora y hacíamos cada uno nuestra parte, a un lado y al otro de la cámara. Ángel era su nombre y siempre me causó gracia cuando lo decía a la gente pues sonreía un poco más de la cuenta, como si quisiera que te arrodillaras para rezar por su existencia.

 Estaba claro que había hecho todo lo correcto para llegar hasta donde estaba. Era menor que yo pero había tenido un camino más corto y mucho más provechoso por la vida. Su aspecto de galán y su manejo de la gente que lo rodeaba lo había llevado al set de esa película y seguramente sus planes iban mucho más allá de una producción local, en un país sin una industria fuerte donde solo se intenta dejar una marca durante un tiempo lo suficientemente largo.

 Él de eso no sabía mucho. Sí, había estudiado en un teatro. Pero antes había sido modelo de ropa interior, desde la mayoría de edad. Antes era de esos chicos que eligen para todas las series de la tarde en la que repiten las mismas frases horribles día tras día, esperando que alguna vez llegue el momento en que las amas de casa o los dueños de las cafeterías se alcen en armas contra la mediocridad de la televisión. Él era la cara de esa patética forma de cultura y la verdad es que lo detestaba por eso.

 Para mí, ese set iba a ser el lanzamiento de mi carrera personal. Yo no era actor, no quería que nadie me viera, al menos no de inmediato. Lo que quería era ser alguien en esta vida y, después de muchos años de intentar, por fin me dieron la oportunidad que había estado buscando. Durante los meses de preproducción no tuve una vida real. Tenía que levantarme en las madrugadas y llegar a casa rendido pasada la medianoche. Iba de aquí para allá, sin detenerme por más de unos minutos.

 Ese camino era el único que había para mí. Y cuando lo vi sonreír por primera vez, supe que él nunca había pisado ese mismo camino. Él no tenía ni idea de lo que era sentirse dejado a un lado, discriminado en más de una manera. Su estúpida sonrisa y su cuerpo perfectamente modelado se habían encargado de darle todo lo que quisiera, sin importar lo que fuera. Desde los dieciocho años vivía solo, había presentado programas, había actuado y había viajado y comprado lo que había querido. El pobre de Ángel lo tenía absolutamente todo, no sabía nada.

 Eso era lo que yo pensaba al comienzo. Pero todos sabemos que, con el tiempo, los muros más gruesos y las máscaras mejor confeccionadas caen al suelo y se parten en mil pedazos. Empecé a verlo caer cuando me quedé, como de costumbre, por unas horas más después de terminado el rodaje. Era una vieja fábrica y todos recogían cables y luces y yo tenía que ser el que anotara que todo estuviese en su lugar o sino los seguros se volverían locos.

 Ya casi todo estaba en su sitio, en los camiones. Fui a dar una última vuelta para verificarlo todo pues al día siguiente debíamos iniciar rodaje en otra locación y no podía permitirme perder siquiera una esponja de las que usan en el maquillaje. Fue entonces, cuando recogiendo unos cigarrillos de la actriz que compartía escenas con Ángel, que lo vi. Estaba de espaldas pero supe al instante lo que hacía. Me dio placer al verlo, tanto así que sonreí y, sin pensarlo mucho, le tomé una foto sin que se diera cuenta.

 Nunca pensé nada de esa acción. Fue algo así como una reacción automática. No planeaba hacer nada con esa imagen, era algo así como una manera de burlarme de él en mi mente. Sí, puede que mi estado mental personal no sea mejor que el de él, pero así fueron las cosas y excusarme ahora o tratar de explicar mis acciones no tiene ya mucho sentido. El caso es que me di la vuelta y regresé con los demás. Al otro día los camiones y todo el equipo estaba en otro lugar, trabajando como siempre.

 Fue en ese escenario, un pequeño pueblo costero, en el que hubo un grave accidente por culpa de uno de los tipos que manejaban una de las grúas. Hubo un desperfecto relacionado a la falta de mantenimiento. La grúa no estaba bien asegurada, cayó de golpe y mató a uno de los asistentes de iluminación. La producción se paró al instante y mi trabajo creció el doble. No fui a casa en varios días y tuve que aguantarme miles de insultos de un lado y de otro. Sin embargo, me pedían soluciones.

 Tengo que decirlo: fui mejor de lo que nadie nunca hubiese pensando en ese momento. Toda mi vida la gente a mi alrededor me había culpado de inútil, de bueno para nada, de peste. Fui un cáncer por mucho tiempo y todavía me miraban como tal. Pero cuando arreglé la mierda en la que un idiota nos había metido, dejaron de mirarme como antes. Ahora era su héroe, y por un par de días, me miraban más a mí que a él. Fue la única vez que cruzamos miradas intencionalmente y creo que hice lo posible para hacerle saber lo que pensaba de él durante esos segundos.

 Sin embargo, lo bueno jamás dura. La muerte del asistente fue un escandalo que avivó las molestas llamas de los medios que empezaron a presionar de un lado y del otro. Unos quería que la producción terminara para siempre y otros pedían y pedían información, de una cosa y de otra. Debí imaginarme que ese sería el momento adecuado para que los periodistas menos honestos empezaran a hacer de las suyas. No lo vi venir y de eso sí me culpo todos los días, a pesar de que nadie más lo haga.

 Y me culpo porque, de hecho, fui yo el que terminó el día de muchas personas. Una mujer sin escrúpulos contrató a un experto en tecnología que hackeó todo lo que pudo de varios de nuestros portátiles. Nunca se supo exactamente como lo hizo, pero lo más seguro es que alguno de los otros idiotas con los que trabajáramos decidiera darle acceso. Al fin y al cabo, había mucha gente enojada y asustada por lo que había pasado y culpaban a los productores de todo lo que pasaba. Yo era parte de ese equipo.

 Borré la foto de mi celular la misma noche que la tomé. Pero olvidé que todas mis fotos se subían automáticamente a la famosa “nube” de internet. Ese pequeño tesoro fue uno de los muchos juguetes descubiertos por esa mujer, quien decidió publicarlo todo en el medio que más dinero le dio. Por supuesto, la producción fue detenida permanentemente y Ángel fue el más damnificado de todos. Se dijo que los ejecutivos incitaban su comportamiento, para nada a tono con el gran público al que querían servir.

 Su carrera murió en ese momento. Nunca nadie más lo contrató, excepto producciones tan moribundas como él. Se dice que se metió al mundo de la pornografía y confieso que siempre he tenido curiosidad de saber si eso es verdad. Cuando estoy libre, lo que no es seguido, me encuentro frente al portátil con la intención de saber más. Pero entonces sonrió una vez más porque resulta que su descarrilamiento fue la tragedia necesaria para impulsarme hacia donde deseaba.

 Ante el público, los medios y la competencia, era yo el que había hecho el mejor trabajo cuando todo se fue al carajo. Fue yo quién trató de sacar la película adelante y fui yo quien dio la cara al comienzo, cuando todos corrían como ratas.


 Nadie nunca supo de donde había salido la foto. Nadie nunca se lo preguntó, excepto tal vez el mismo Ángel. Ahora soy yo el que está arriba, el que disfruta una vida tomada casi a la fuerza. Me alegra. No puedo decir que me duela ver a alguien caer para que yo pueda subir. Es el ciclo de la vida.

lunes, 3 de julio de 2017

El monstruo interno

   Durante mucho tiempo había aprendido a mantener la calma. No era nada fácil para él pero había tenido que esforzarse al máximo en ello. Años de experiencia le habían enseñado a que lo mejor que podía hacer era no caer en la tentación de usar lo que tenía dentro de sí. El mundo no podía saber lo que él era, fuese lo que fuese. No tenía una palabra para describirse a si mismo pero sabía muy bien que los demás encontrarían varios adjetivos para calificarlo en poco tiempo.

 Lo llamarían “monstruo” o “bestia”. De pronto algo menos radical pero seguramente una palabra que marcara con letras rojas lo poco natural de su verdadero ser. Y la realidad del caso era que él no podría contradecirlos pues estarían en lo correcto. Hasta donde él tenía conocimiento, era él único ser vivo que pudiese hacer lo que él hacía. Aunque podría haber otros, escondidos como él, viviendo vidas en las que también se estarían esforzando por mantener una fachada.

 Nadie nunca comprendería lo difícil que era. Nadie nunca sabría lo cerca que había estado, una y otra vez, de hacer cosas que luego habría lamentado. Aprender a respirar había sido una de las mejores lecciones en su vida. Sus pulmones no operaban por cuenta de su biología sino de su mente, al igual que su nariz y su boca y todos los demás órganos y apéndices que tuvieran algo que ver con respirar. Porque eso era lo que tenía que hacer y nunca podría hacer menos.

 Algunas veces, a lo largo de su vida, sintió que la gente podía ver a través de su disfraz. Una mirada acusadora o aterrorizada, alguna palabra que encendía las alarmas. Varias cosas habían encendido la alarma que tenía en su mente y que le alertaba que estaba en peligro inminente. No había sido por menos que había cambiado de escuela varias veces en su juventud. Sus padres no sabían sus razones pero siempre lo habían entendido y escuchado, a pensar de no entender sus razones.

 Ellos ahora estaban lejos y eso había sido a propósito. Apenas pudo, se fue de casa y los alejó con palabras y hechos. Y ellos jamás insistieron porque de alguna manera sabían lo que él era sin que una palabra hubiese sido jamás pronunciada. Eran buenas personas e hicieron lo mejor que pudieron o al menos eso pensaban. Él nunca se detuvo mucho en pensar en ello, porque después de adquirir su independencia todo sería por cuenta propia. Eso era precisamente lo que quería pues así sería más fácil dominar lo verdadera de su ser.

 Fue pasando de un trabajo al otro, sin estudiar. Solo cuando tuvo suficiente dinero ahorrado pudo concentrarse en adquirir cosas, algo que la mayoría de seres humanos desean toda su vida. Él no deseaba mucho pero tenía que tener un hogar y cosas propias para no perder las riendas de su vida. Por eso trabajó desde joven y, con esfuerzo y dedicación, pudo comprar un pequeño lugar del mundo para él solo. No era mucho para nadie pero para alguien como él tendría que ser suficiente.

 Era un apartamento en una zona desprotegida de la ciudad. En los alrededores había drogadictos y prostitutas pero si se caminaba un poco se llegaba a uno de los lugares más agradables de toda la urbe. Era una de esas ironías de la vida moderna en las que nadie nunca piensa demasiado, pues hacerlo puede ser perjudicial para la salud mental. Pronto, él se hizo amigo de aquellos moradores de la noche y pronto lo consideraron otro más de ellos, a pesar de que era algo más.

 Sus días giraban alrededor del trabajo. Lo hacía desde que el sol salía, y a veces un poco antes, hasta el anochecer o poco después. Las horas extra no les molestaban en el trabajo, con o sin paga. Si la mente estaba ocupada era más fácil calmar los fuegos que se atormentaban dentro de él. Cuando estaba organizando algo o ocupado en general, su mente solo se dedicaba a esa sola tarea y a ninguna más. Sus jefes siempre admiraban eso de él y se preguntaban como lo lograba. Era un secreto.

 Cuando no estaba en el trabajo, sin embargo, tenía que ir a su miserable hogar. Era propio pero era un hueco escondido del mundo. Esa era la parte que le gustaba de su guarida. En ella vivía con un gato que veía con frecuencia pero que no consideraba exclusivamente suyo. Era como un ocupante que iba y venía, sin importar el alimento o el calor de hogar. Su pelaje era extremadamente blanco, como un copo de nieve, y nunca lo llevaba sucio. El animal tenía secretos propios.

 En ese hogar dormía y comía y cuando no podía hacer ninguna de esas dos cosas se dedicaba a labores que demandaran su completa atención. Así era como había aprendido a bordar, a arreglar instalaciones eléctricas y muchas otras cosas que requerían una precisión impresionante. Además, todo ello lo cansaba y lo enviaba pronto a la cama. Dormir es un premio enorme para alguien que no sabe en que momento puede surgir la tormenta que lleva en su interior. Soñar, por otro lado, es un arma de doble filo que debe usarse con cuidado.

 Pero claro, nadie puede controlar por completo sus sueños. Así fue como una noche, en la que llovía a cantaros, este pobre hombre tuvo una horrible pesadilla. En ella, una criatura con cuerpo de araña pero cara humana se le presentaba de frente, después de perseguirlo por largo tiempo. Cuando lo hizo, él estaba envuelto en su red, apunto de ser convertido en alimento. Pero fue entonces cuando la cosa le dijo algo, al oído. Nunca pudo recordar las palabras pero fueron ellas las que desencadenaron el caos.

 Despertó pero, cuando miró alrededor, todos los objetos de la habitación estaban flotando, al menos medio metro sobre el suelo. Por un momento, se sintió como si estuviese congelado en una fotografía, como si el mundo hubiese sido detenido por alguien. Pero el mundo no se detuvo para siempre. El mundo retomó su velocidad, haciendo que todo lo que había sido levantado cayera de pronto al suelo, causando un alboroto de proporciones inimaginables en toda la ciudad.

 Porque lo que pasó no ocurrió solo en su habitación o solo en su apartamento. Se sintió en todo el mundo. El dolor de cabeza que sentía al poder moverse fue la alarma que le avisó que algo no estaba bien. Sentía que la cabeza se le iba a partir en dos, que todo lo que había tratado de retener por tanto tiempo estaba a punto de salir disparado por una grieta en su cráneo, por sus ojos y por su boca. Se sentía mareado y ahogado. Intentó calmarse pero era demasiado difícil, como si él mismo se resistiera.

 De alguna manera logró oír los gritos del exterior. La luz de la mañana le brindó un sombrío panorama a través de la ventana de la habitación. Afuera, algunas personas parecían fuera de sí. Había automóviles al revés, llamas un poco por todas partes y cuerpos humanos inertes por todas partes. Por eso gritaban las personas. Algunos de los cadáveres estaban en lugares a los que no podrían haber llegado por su propia cuenta. Todo el mundo supo que algo inexplicable había ocurrido.

 Eso ocurrió hace cinco años. Buscaron respuestas por todas partes pero nadie nunca supo dar una que pudiese convencer a los millones de afectados. Familias habían sido destruidas y nadie tenía idea de porqué o de cómo. Hubo ceremonias por doquier y un luto más que doloroso.


 Con el tiempo, la gente olvidó o al menos fingió hacerlo. El único que no pudo hacerlo fue la persona que había causado semejante evento catastrófico. Nunca supo como lo hizo pero sabía que podría pasar de nuevo. Por eso seguía entrenándose, día tras día.