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viernes, 13 de enero de 2017

Se necesita

   No había trabajo en ningún lado o tal vez era simplemente que no querían contratarlo. El punto era que Nicolás había estado buscando editoriales por mucho tiempo, enviando su información personal y esperando, cruzando los dedos, para que algún puesto de trabajo apareciera para él. La verdad era que no se podía poner exigente y, con tal de que hubiese un salario estable, no le importaba cual fuese el puesto a ocupar. Mensajero o asistente, limpiador o casi pasante, cualquier cosa con una paga vendría bien.

 Se había empeñado en estudiar literatura, a pesar de que sus padres habían estado siempre en contra. Le pagaron los estudios pero casi pensando que tendrían que pagar de nuevo cuando se dignara a estudiar algo que valiera la pena y que lo ayudara a salir adelante. La pasión de Nicolás eran las letras y no había nada más que lo llenara tanto como escribir o leer, eran sus dos cosas favoritas y, cuando no estaba desesperadamente buscando trabajo, eso era lo que hacía donde sea que se encontrara.

 Pero ya habían pasado meses y nadie le ofrecía trabajo ni le ponían atención para los pocos que de hecho ofrecían. También envió manuscritos, pidiendo dinero a sus padres para los envíos, y tampoco había dado frutos. Cada día se sentía peor, cada día sentía que se convertía más en un chiste y no en un adulto hecho y derecho. Se sentía destruido y a punto del colapso nervioso. Nadie lo presionaba, ni siquiera sus padres, pero la presión que él mismo ejercía sobre su situación era apabullante.

 Un día, decidió enviar su hoja de vida a miles de otros lugares. Eran correos de tiendas, cafeterías, constructoras, inmobiliarias, restaurantes y muchos otros lugares. Estaba tan cansado de esperar que ya no guardaba esperanzas de cumplir su sueño de ser un escritor reconocido. Ahora lo único que quería era trabajar y poder dejar de sentirse como una alimaña, como un ser que vive de los demás sin dar nada a cambio. Mejor dicho, como un virus que no aporta nada a nadie.

 Fue una semana después de esa intensa tarde frente al portátil cuando, navegando entre una enorme cantidad de correos electrónicos de rechazo, encontró uno de un lugar en el que le ofrecían trabajo y al mismo tiempo le garantizaban la publicación de una de sus obras. La editorial parecía ser pequeña porque no había mucha información en internet. Y el nombre de la tienda tampoco generaba mucho en los buscadores. Era como si fuera un gran misterio, uno que él estaba dispuesto a resolver, pues no perdía nada al atender ese extraño correo.

 Llamó al número que le proporcionaban. Al otro lado de la línea le contesto una joven, una chica que por su voz parecía ser más joven que él. Le dio los detalles de la tienda y acordaron verse al otro día, en la tarde. La dirección no fue difícil de encontrar, era en medio de una zona comercial bastante reconocida aunque un tanto venida a menos en comparación a otros lugares mucho más populares de la ciudad. Esa zona era de edificios viejos y marquesinas con tipos de letra ya pasados de moda.

 La tienda estaba en un desnivel, inferior al nivel de la calle. No tenía ningún letrero y cuando Nicolás verificó la dirección, se dio cuenta de que no había cometido ningún error. Así que había la posibilidad de que le hubiesen hecho una broma o de que se estuviera metiendo en algo que no entendía muy bien. El caso es que la tienda era una de artículos para adultos, con juguetes sexuales en la vitrina, disfraces y una larga hilera de películas en el fondo del local que se podía ver desde el exterior.

 Como no reaccionaba por su sorpresa, una chica de unos dieciséis años que estaba en el mostrador de la caja se acercó a él y le preguntó si era Nicolás. Su voz era como de alguien harto de todo y no parecía muy entusiasmada de ser la que tuviera que recibir a la clientela, muchos menos a gente que no venía a comprar nada. Le pidió que la siguiera y Nicolás se movió automáticamente, sin saber que decir o hacer. Cuando se dio cuenta, estaba frente a la hilera de películas, esperando al lado de una puerta de color rojo.

 Al lado de la puerta había una cortina. A través de ella salió de repente un hombre alto, bastante bien parecido, con barba de varios días. Apenas miró a Nicolás al salir. Después salió otro, estaba vez un hombre de uno sesenta años que sonreía tontamente. Dos hombres más salieron y otro más entró a través de la cortina mientras Nicolás esperaba por el dueño de la tienda. La chica había vuelto a la caja, donde leía una revista sin cambiar su cara de aburrimiento permanente.

 Cuando por fin se abrió la puerta, Nicolás se sorprendió al ver salir a una mujer y no un hombre. Resultaba que el dueño original del negocio era su marido pero él había muerto hacía poco y ahora era ella la encargada de mantener la tienda a flote. Su nombre era Teresa y le dio un apretón fuerte a Nicolás, que lo sintió como un choque eléctrico. La mujer soltó una carcajada y le dijo a Nicolás que siguiera a su oficina. Lo primero que le dijo era que sentía mucho si se había sorprendido con la naturaleza del negocio pero que ella había redactado mal por estar pensando en otra cosa.

 El trabajo que le ofrecían a Nicolás era simple: atender la tienda a tiempo completo pues la hija de la dueña debía empezar pronto la universidad y ya no tendría tiempo de trabajar. Se necesitaba trabajar en la caja, organizar las cuentas, ordenar los productos y hacer inventario, todo lo usual que se hacía en una tienda. Nicolás no dijo nada hasta que Teresa lo miró un poco asustada, pues no había dicho ni una palabra desde que había entrado. Lo primero que dijo fue “no tengo experiencia”.

 Otra carcajada de la mujer. Le aclaró que eso no importaba pues no era algo demasiado difícil de hacer. Solo era llevar cuentas y saber organizar y cobrar por cosas, nada muy extraño. Nicolás preguntó por la cortina y la mujer le explicó que había cabinas de video pero los hombres pagaban a una máquina así que no había necesidad de hacer nada con ello, excepto dejar entrar a la mujer que limpiaba al final del día. Nicolás asintió y preguntó por fin lo que le daba más curiosidad: la publicación de su escrito.

 Fue entonces que Teresa sonrió amablemente y miró hacia un punto detrás de Nicolás. Él se dio la vuelta y pudo ver una fotografía bastante grande en la que había solo dos personas: una era obviamente la mujer que tenía adelante pero varios años más joven. Y el otro era un hombre guapo, de barba bien perfilada y ojos claros. Ella explicó que era sus esposo, un amante del arte en general  que siempre había estado obsesionado con ayudar a otros artistas a salir adelante como fuera.

 Por esa razón había creado una pequeña editorial, algo casi casero, en donde pudiese publicar pequeños libros de poesía, literatura, fotografía o cine. Los temas eran diversos y Teresa le dijo que muchos artistas habían recibido esa ayuda de su marido y que así habían empezado a ser reconocidos en el circulo de las artes. Era una ayuda pequeña porque no eran una editorial reconocida pero la hacían con todo el amor posible. Eso era lo que le ofrecía Teresa a Nicolás, fuera del salario normal.


 El chico no se lo pensó dos veces. Pronto tendría treinta años y era mejor tener algo que no tener nada. Sus sueños podían esperar. Publicar algo pequeño con desconocidos era mejor que nada y de paso podría usar el dinero por atender la tienda para mejorar muchos aspectos de su vida que necesitaban un ayuda urgente. Aceptó el trabajo y ese mismo día acordaron verse dos días después para el papeleo. A la semana siguiente ya estaba detrás del mostrador, ayudando a clientes de todo tipo, dándole a su cerebro miles e historias nuevas para la publicación que se acercaba.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Cinemia

   Todo había sido hecho casi a la medida. Era un mundo completo, con todo lo que se pudiese necesitar en un lugar al que se viene de vacaciones, pues esa era la idea original de los creadores de semejante invento. Se habían basado en varias películas y habían usado varios de los personajes para ir poblando ese mundo. Serían un elemento más para que cualquier persona se decidiera a gastar el dinero necesario para vivir la experiencia de entrar a un mundo de ensueño donde podía sumergirse en sus películas favoritas por un tiempo máximo de una semana.

 Los creadores de la experiencia lo habían hecho todo con mucho cuidado, pidiendo todos los derechos necesarios para usar ciertas locaciones y rostros, y también avanzando tecnológicamente de una manera que nunca se había visto en el planeta entero. Al fin y al cabo, era una experiencia en la que había que sumergirse, había que creérselo todo y para conseguir eso hay que alcanzar el mejor lugar posible en todos los sentidos. Por eso el sitio demoró mucho más tiempo del previsto en ser terminado. Hubo muchos cambios y correcciones.

 Los androides que personificaban a los personajes famosos de las películas debían de ser perfectos y por mucho tiempo no lo fueron, eran simplemente robots sin gracia que repetían las frases clave una y otra vez como discos rayados. Eso no era lo que nadie quería. Por eso tuvieron que posponer la fecha de estreno una  y otra vez, hasta que los personajes y todo su mundo estuviesen completos y no presentaran los mismos errores que se presentaban al comienzo. En esa época los androides explotaban de tanta información.

 Las primeras entradas para Cinemia (así se llamaba la experiencia construida) fueron sorteadas por internet con una página especial que eligió cien personas completamente al azar. Se hizo así, precisamente, para que nadie tuviera la posibilidad de denunciarlos por no haber sido elegidos. Dos meses después del sorteo era el momento indicado para que los primeros visitantes llegasen a lugar y empezaran a experimentar todo lo que se podía ofrecer. Eso sí, debían de reportar absolutamente todo lo que vieran para corregir antes de abrir el lugar al público general.

 Ese primer grupo de cien llegó al lugar indicado pero de allí los llevaron en un helicóptero al lugar real donde empezaba la aventura. Todo bajaron en la plaza principal de un pueblito que parecía algo desierto, pero al dejar pasar un solo día, se dieron cuenta que todo el lugar cobraba una vida inesperada. El pueblo era una gran mezcla de personajes pero de ahí los invitados podían decidir ir a un lugar o a otro del parque. Lo tenían que hacer con diferentes transportes, acordes al estilo de película que eligieran. Había para todos los gustos.

 Muchos fueron en una nave deslizadora hasta el sitio donde todo era de ciencia ficción, otros prefirieron quedarse con las películas dramáticas y románticas y otros viajaron en un carrito muy gracioso al sector donde estaban los personajes de animación. Obviamente esos eran los menos creíbles de todo  pero a los niños les encantaba y los mismo pasaba  con algunos adultos que siempre habían soñado conocer al personajes que los ayudaba a pasar las tardes en su niñez. Había mucho que elegir y relativamente poco tiempo.

 En la zona de ciencia ficción, había batallas que parecían reales con cierta frecuencia. Y en otros momentos todo era mucho más tranquilo pero de una manera que inspiraba terror. En cada zona del parque había un hotel y los huéspedes podían quedarse allí para interactuar a diario con sus personajes favoritos y vivir aventuras inmersivas que buscaban ser algo único en el negocio de los parques de diversiones Por eso el secreto al solo dejar entrar cien personas y no más.

 En la zona de animación y en la de drama, había también muchas personas queriendo conocer a sus favoritos. Pero todos los días trabajaban los técnico del parque para seguir teniendo personajes y situaciones interesantes dentro del sitio. Era trabajo arduo que se pagaba muy bien pero ciertamente cansaba mucho. La idea, y al parecer lo estaban logrando, era que los huéspedes no se dieran cuenta de nada de lo que estaba pasando. Ellos debían de disfrutar su semana en relativa paz y no con robots fallándoles por todos lados.

 El problema era que precisamente eso estaba pasando. Muchas cosas que parecían estar bien los dos primeros días, empezaron a fallar un poco en los días siguientes. Por ejemplo, había algunos personajes de western que se repetían una y otra vez, como si no existieran más frases en el mundo. La gente se aburría rápido de ellos y esas interacciones simplemente fallaban porque nadie estaba ni remotamente interesados en ellos. Por eso hubo algunos personajes que fueron retirados en esos días sin que nadie se diese cuenta.

 Había otros personajes en cambio que parecían ser el centro de atracción todo el tiempo. Los personajes querían estar todo el tiempo con esos que decían cosas graciosas o que eran arriesgados o que simplemente se parecían tanto a los de las películas. Al fin  al cabo esa era la idea del parque, hacer de toda la experiencia algo en lo que las personajes fuesen emocionantes y capaz de una empatía necesaria con los turistas para poder completar ciertas pruebas y superar obstáculos. Al comienzo era difícil de comprender el funcionamiento, pero no era muy difícil.

El problema era que las pruebas diseñadas parecían ser demasiado difíciles de alcanzar para la mayoría de los visitantes. Muchos se quejaban que les había tomado casi toda la semana de prueba insertarse como espía en una supuesta red de drogas que tenía lugar en la zona de películas de acción. Había tanto que hacer que las personas se perdían. Eso sin contar que a veces los androides se comportaban de manera extraña: algunas veces eran devotos casi religiosamente los turistas y otros días los hacían perder deliberadamente.

 Los ajustes no solo se hicieron durante la estadía de los primeros huéspedes sino mucho después de ello. Era obvio que faltaban muchas cosas, entre ella el carácter necesario que necesitaban los androides, que era algo que haría que la gente se perdiera en la ventura y no dudara tanto de todo lo que sucedía alrededor. Casi querían crear un videojuego de realidad virtual pero ciertamente era algo mucho mejor que eso. Se podía decir que era el siguiente paso tecnológico.

 El dueño del parque supervisó la semana de los turistas y estuvo varios meses después para indicarles a los técnicos y creativos cuáles eran los cambios que había que hacer con urgencia. Había mucho que corregir e incluso mucho que crear de cero pues habían habido cosas que no funcionaban para nada. Una de esas era la comida dentro del parque que, al ser cocinada por los androides, siempre quedaba muy diferente a los que los huéspedes esperaban y eso no podía ser. Obviamente también tenían chefs reales, pero eso era diferente.

 Tenían que ser capaces de hacerlo todo y hacerlo bien, de una manera correcta, si no es que perfecta. Todo debía ser como el mundo, o al menos esa había sido la premisa desde un comienzo. Después fue cuando el creador de todo se dio que querer que se pareciera todo al mundo real era una ridiculez del tamaño de un elefante. Eso era porque el mundo real, o mejor dicho el nuestro, es un caos y una mezcla de mucho más que solo paz y guerra y aventuras sin sentido. Querían construir algo con cierta esperanza y no para que nadie se deprimiera.


Como se esperaba, el parque demoró dos años más en abrir luego de las visita de los primeros cien huéspedes. Fue recibido con cariño por muchos pero jamás pasó la prueba de fuego. Muchos decían que se sentían falso, que era muy fácil o muy difícil. Que era complicado o aburrido o muchas otras cosas que eran predecibles. El caso es que la tecnología fue creada para no usarse más o tal vez no de la manera que inicialmente se había planeado.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Suicidio

   Con mucha paciencia, lo fue preparando todo. Arregló sus cuentas pendientes, sus deudas, habló con quien había que hablar y trató de disfrutar lo mejor que pudo del poco dinero que tenía. Era más que suficiente para darse algunos gustos durante ese último mes, como ir a comer a los mejores restaurantes y viajar un poco. Con cada día que pasaba, su determinación no se veía afectada en lo más mínimo. Pensaba igual que en el día en el que se le había ocurrido todo y no creía que hubiese manera para que las cosas se echaran de para atrás.

 El día indicado, inició su día como siempre, excepto que salió muy temprano y su apartamento parecía listo para una mudanza. Se puso su mejor ropa, aunque no sabía muy bien si eso tenía sentido, y salió de su casa caminando con seguridad. De camino al punto elegido, pensó en todo lo que dejaba atrás, en todas las personas y en todos lo que nunca tendría la oportunidad de experimentar. No era que se estuviese echando para atrás sino que era casi imposible no tener un pequeño momento de reflexión momentos antes.

 Al llegar al lugar, lo hizo sin miramientos, sin dudarlo un segundo. No había cambiado de parecer, sus razones seguían siendo para él demasiado fuertes para no hacer las cosas como terminó haciéndolas. Trepó la barrera del puente con agilidad y algunos ocupantes de automóviles que pasaban por allí se dieron cuenta cuando estaba y de pronto ya no era así. Incluso hubo uno que frenó y salió del carro, corrió a la baranda metálica y miró hacia abajo como esperando un milagro. Pero nada parecido podía haber pasado. El hombre estaba muerto.

 El cuerpo fue recuperado del agua varias horas después de que el conductor llamara a la policía. Si hubiesen llegado al instante, tal vez lo hubiesen salvado aunque eso hubiese significado una vida de esas que no es una vida de verdad. Suena raro pero era mejor que estuviese muerto, como lo estaba. Pronto notificaron a la familia y todos sufrieron lo que debían sufrir pues así sucede siempre cuando alguien decide que este mundo es demasiado o muy poco para ellos. La familia organizó todo de forma rápida y muy privada de modo que muchos solo supieron de la muerte meses después.

 La policía tenía la obligación de hacer una investigación pero fue cerrada meses después porque jamás se encontró nada. No había nota suicida ni ningún indicio en redes sociales ni nada por el estilo que indicase que el hombre iba a cometer semejante cosa. Lo único era el pequeño apartamento listo para mudanza. La razón real para eso es que había dejado todo, legalmente, a su hermano menor. Nadie nunca lo había sabido pero eso tenía muchas razones, la principal siendo que él no quería tener nada que no fuera suyo.

 El apartamento había sido propiedad de sus padres pero ellos se lo habían dado un año atrás, para que viviera solo y así tratara de conseguir un trabajo. Ellos se encargarían de los gastos del lugar mientras él lograba ganar dinero, luego lo haría él como pasa con cualquiera. Pero el problema fue que nunca consiguió un trabajo. Iba a todas las entrevistas que podían existir pero jamás lo elegían para nada ni lo volvían a llamar. Era como si estuviese maldito o algo por el estilo. El caso es que el apartamento nunca se sintió como suyo y por eso quiso cederlo.

 La verdad era que él no sentí que se hubiese ganado nada en la vida. Había logros que había alcanzado, claro, como cualquier otro ser humano. Pero habían sido logros alcanzados por medio del dinero y no por su calidad como profesional ni nada por el estilo. Nunca había sido reconocido por su talento ni por su personalidad y, de un tiempo para acá, se dio cuenta de que ya no quería vivir a punta de mendigarle a sus padres o a cualquier otra persona. Simplemente no quería una vida en la que siempre fuera un fracaso evidente.

 Por eso había hecho lo que había hecho. Y estuvo seguro hasta el último instante. La policía cerró el caso sin mayores razones que asegurar por el lugar del hecho que había sido un suicidio. Pruebas como tal no existían pero, para ellos, no eran necesarias. Lo que había ocurrido era bastante evidente y era común no insistir demasiado en los suicidios pues la familia siempre estaba con mucho dolor y prolongar la investigación solo hacía que ese dolor fuese mucho más intenso de lo normal. Así que lo mejor era dejarlo así.

 Nunca le dijo a sus padres, ni a nadie en realidad, que él no sentía que fuese capaz de trabajar. No podía hacer nada que requiriera un contrato con un salario y reglas de juego establecidas. Mucho menos si el trabajo requería de su presencia en oficinas mejor construidas para gallinas que para seres humanos. Nunca sintió que su lugar estuviese en ninguno de los trabajos para los que se postulaba. Solo lo hacía porque sentía que esa era su responsabilidad como ser humano. Pero jamás estuvo ni ligeramente interesado por ninguno de esos puestos.

 Eso lo habían notado todas las personas que lo habían entrevistado en ese año durante el cual estuvo intentando ser contratado: a veces era demasiado sincero y a veces abiertamente hipócrita. A veces era muy tímido y otra intentaba tanto ser extrovertido que pasaba por alguien con serios problemas mentales. Además estaba su aspecto que jamás iba a ser ni remotamente parecido al de todos los demás hombres que tienen un trabajo estable como esos para los que se presentaba.

 Para cualquiera que hubiese querido ver las señales, allí estaban. Pero la verdad fue que nadie se interesó porque tenían sus propias vidas y porque pensaban que las cosas no podían ponerse peor. Ese siempre ha sido el error de muchos, al creer que todo es estable y siempre seguirá igual hasta el fin de los tiempos y obviamente las cosas no son así. Siempre hay señales o indicios, siempre hay alguna palabra o actitud o incluso la falta de ciertas cosas. No se trata de culpar a nadie sino de darse cuenta que siempre se puede prevenir.

 Pero de seguro el jamás se lo hubiese perdonado a nadie si lo hubiese “salvado” de ese destino. Como se ha dicho en varias ocasiones, él estaba muy seguro de lo que iba a hacer. Ese día caminó con determinación y no dudo ni por un segundo. ¿Como se hace para detener a alguien que no tiene ninguna duda de lo que está a punto de hacer? Tal vez sea algo posible pero no hay certeza acerca de si se puede detener y mucho menos de si se debe hacerlo. Porque siempre pensamos desde nuestro punto de vista pero jamás desde el de la persona que se suicida.

 No es algo simple, al contrario, es algo complicado que siempre será difícil de entender para la gente que está viva. Pero si en verdad se conoce a la persona, al difunto mejor dicho, de seguro se sabrá llegar al mismo lugar en el que estuvo esa persona para decidir lo que decidió, para vivir su vida en sus últimos días como él lo hizo. No es algo complicado ni supremamente imposible de entender. Se podría incluso decir que es uno de esos hechos de la vida, que suceden y simplemente no hay control sobre ello porque solo somos seres humanos.

 Él quería escapar del dolor, de la vergüenza, del cansancio y de muchas otras cosas que lo estaban presionando. Los ignorantes dirán que no tuvo la fuerza ni el empuje necesarios, dirán que fue débil y que escogió el camino de los cobardes. Muchos dirán que no hizo lo suficiente y que debió ser más fuerte de lo que era, entrenarse incluso para ser una persona diferente, si es que se había dado cuenta que ser él mismo no servía de nada. Algunos cambian así para evitar un desenlace igual al de él pero la verdad es que no saben nada.


 A veces hay personas que no pueden ser nadie más sino ellos mismos. A veces hay personas que simplemente no pueden lidiar con el mundo como es y no pueden ponerse un velo frente a los ojos como para que no duela tanto. Hay personas que no tienen la habilidad de mentirse a sí mismos, no pueden pelear cuando saben perfectamente que van a perder. Algunos toman el camino más difícil porque morir es de todos pero elegir la muerte jamás será de débiles sino, tal vez, todo lo contrario.

lunes, 21 de noviembre de 2016

La playa

   En ese punto, era como si el río se partiera en dos: por el lado más profundo seguía bajando a toda velocidad la corriente de agua fría que bajaba de las montañas. Por el otro lado, justo al lado, había una zona de poca profundidad, llena de piedras de todos los tamaños pero con un agua quieta que casi ni se movía. El lugar estaba algo lejos de las rutas principales de los senderistas y por eso poca gente lo conocía pero quienes sabían de él le llamaban “La playa”. Se volvió un punto de encuentro para los entendidos que circulaban por la zona.

 Uno de ellos era Nicolás. Desde hacía un buen tiempo era aficionado a explorar los parque naturales del país a pie. A la mayoría los conocía muy bien y por supuesto uno de los lugares que más le gustaban era La Playa. Era uno de esos que conocía  como llegar al sitio de manera más rápida. Muchos otros habían descubierto el lugar por él pero no porque les dijera sino porque quienes circulaban por todo esos lugares, sabían muy bien a quien seguir y como. Pero, afortunadamente, la cantidad de gente que llegaba a ese lugar seguía siendo relativamente poca.

 En uno de sus varios viajes, Nicolás se dio cuenta que estaba completamente solo.  Era fácil saberlo pues el clima era, cuando menos, un caos. Había llovido por días seguido y la corriente del río se había vuelto tan brusca que podía ser peligroso ponerse a buscar cualquier cosa o incluso meterse a bañar. Incluso por la parte poco profunda pasaban restos árboles y otros escombros y restos de tormentas que caen al río y casi van al mar. Era peligroso estar allí en esos momentos, pero a él esa vez le atrajo quedarse por allí.

 Armó su campamento cerca de La Playa y aguantó el frío gracias a una manta especial que tenía. Se hizo lo suficientemente lejos para evitar la crecida del río, si es que sucedía. En efecto creció un poco más durante la noche pero no tanto como él lo había supuesto. Al otro día el río estaba casi como siempre y fue cuando decidió quitarse la ropa y bañarse. Hacía varios días que no se bañaba y el agua fresca del río era el lugar ideal para refrescarse, sin importar lo fría que pudiese estar el agua o las ramas y demás que flotaban en ella.

 Se metió rápidamente  y se movió un poco por el lugar. En La Playa el agua llegaba normalmente hasta los muslos, o incluso más abajo dependiendo del nivel del agua. Esta vez había bajado rápido en la noche y por eso aprovechó para bañarse. No llevaba jabón ni nada por el estilo sino una como esponja que servía para limpiar la piel . La utilizaba con fuerza y se mojaba para asegurar que la limpieza estuviese siendo bien hecha. El río estaba calmado de nuevo pero había un presentimiento extraño que Nicolás empezó a sentir, como de inseguridad.

 Terminó su baño lo mejor que pudo pero fue al ir a salir cuando lo vio. Estaba allí, justo donde La Playa empieza y el río da la vuelta hacia el lado más profundo. Se había casi clavado en las rocas lisas y frías que había por la orilla del viento. Por un momento, Nicolás dudó si debía acercarse pero, como no había nadie más en varios kilómetros a la redonda, decidió ir a mirar para cerciorarse de que lo que veía no era su imaginación sino algo lamentablemente muy real. Caminó despacio por el agua, tratando de no resbalar sobre las rocas.

Cuando estuvo casi lado, fue que se mandó la mano a la boca, como tapando un grito que jamás salió. Era un hombre, de pronto un poco más joven que él. Estaba vestido con un jean y nada más. Daba la impresión de que se había estado bañando o al menos se había caído al agua mientras se ponía la ropa. Su piel estaba toda fría y extremadamente blanca. Una de sus manos rozó las piernas de Nicolás y este no pudo evitar gritar de manera imprevista, casi como un bramido asustado. Era tonto que pasara pues era obvio que estaba muerto.

 Eso sí, se veía que no había muerto hacía tanto. El cuerpo tenía partes algo moradas pero por lo demás estaba blanco como un papel y mantenía su piel suave y delicada, sin que se hubiese hinchado aún. Nicolás no pudo evitar pensar que le había pasado al pobre y como había sido que había llegado al río. Lo dudo por un segundo pero luego, haciendo mucho esfuerzo, fue capaz de halar el cuerpo hacia fuera de La Playa, sobre el suelo normal de la zona, que era bastante árido y en ese momento parecía un congelado de lo frío que estaba.

 Fue a la tienda y así, desnudo como estaba, volvió con algo de ropa que usaba para él. Como no se cambiaba mucho la ropa, no le parecía un inconveniente vestir al cuerpo con una de sus camisetas y un par de medias. Se mojaron y fue obvio que no volvería nunca a ponerse esas prendas o siquiera a pensar en ellas. Lo que quería, sin embargo, era hacerle una especie de honor al difunto, protegiéndolo un poco mientras descifrara como sacarlo de allí. Recordó que tenía su celular en algún lado y tal vez podía contactar a alguien.

 Pero no servía de nada. Estaba en una zona demasiado remota como para que hubiese señal alguna para el teléfono. Tendría que cargarlo de alguna manera y eso era difícil pues un muerto siempre pesa mucho más que un vivo. Pero es que la idea de dejar ahí, a pudrirse que y los pájaros se lo coman lentamente, no era lo que quería para el pobre. La verdad era que le parecía que el muerto era guapo y por esa superficial razón se merecía, al menos, un funeral.

 Entonces tuvo una idea mejor. Buscó entre sus cosas y encontró sus herramientas para escalar. En ese parque no las usaba tan seguido porque no había mucho lugar para poder usarlas pero serían perfectas para excavar un hueco y enterrar el cuerpo allí. Tratar de arrastrarlo sería ridículo e ir él a avisar que había un muerto le parecía que era muy fácil y además se podían demorar días mientras encontraban equipo para que fueran a rescatarlo y Nicolás sentía que no había tiempo para nada de eso. Había que actuar lo más pronto posible.

 Empezó a excavar y agradeció el trabajo duro pues calentó su cuerpo de la mejor manera en varios días. La tierra allí estaba como dura, casi congelada, y era difícil sacarla. Pero después de los primeros esfuerzos, se puso más fácil. Lo malo fue que llegó la noche y hacerlo con una linterna pequeña en la boca no era nada eficiente. Decidió dejarlo por ese día. Se puso ropa especial y se acostó a dormir bastante temprano para continuar con su labor temprano al otro día. La idea tampoco era pasarse la vida haciendo algo que hacía por respeto.

 Al otro día no se quitó la ropa pues el frío se intensificó y el río empezó a crecer de nuevo. Bajaban troncos de árboles, ramas e incluso se podían percibir cuerpos de animales pequeños como conejos y demás. Menos mal, el hueco que había empezado estaba alejado del río. Había servido pues seguía intacto, aunque la mayoría de tierra que había sacado se había ido volando. Siguió el arduo trabajo toda esa mañana pues lo que más importaba en ese momento era terminar el hueco y poder enterrar al pobre joven que seguía mirando al cielo con sus ojos vacíos.

 Pasado el mediodía, la corriente aumentó más. Nicolás pudo ver que había una tormenta sobre las montañas desde donde venía el río. Apuró el paso por si la tormenta se dirigía hacia él y pronto tuvo el hueco terminado. Arrastró al cuerpo dentro de él y uso la mayor parte que pudo de la tierra que había sacado. El inconveniente era el viento, que se lo llevaba todo. Por eso apenas y pudo cubrirlo bien de tierra. Tuvo que excavar de otros sitios para tapar el cuerpo bien. Cuando terminó, clavó una de sus herramientas cerca de la cabeza del muerto y le amarró un trapo rojo que tenía.


 No podía arrastrarlo fuera del parque y decirle a nadie no tenía sentido. Pero al menos podía dejar una constancia de que a alguien le había importado lo suficiente como para enterrarlo y dejar un señal de quien podía haber sido. Nicolás recordaba a una persona de su pasado y por eso fue que no pudo evitar hacer algo por el difunto, del que se alejó pronto ese día pues La Playa sería devastada por la tormenta. Tenía que salir de allí pronto y resguardarse entre los árboles del bosque próximo.