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lunes, 11 de julio de 2016

Aquello en el museo

   A esas horas, ya no había nadie en el museo. Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso, del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.

 Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable. En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que apareció de la nada en la mitad del corredor.

 La luz artificial que iluminaba el museo en las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón, no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.

 El “hombre” tenía los ojos rojos, como si estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada por alguna razón que nadie entendería.

 Estuvo mirando por entre los vidrios de colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse. Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso quienes seguramente lo verían sin problema.

 Todo había sido previsto. La criatura, que parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante: atravesó el suelo.

 Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como procesando una cantidad de información increíble.

 Lo que pasaba era que podía ver las huellas, el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar. Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.

 Estas estaban ubicadas en un pasillo restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera lo más normal del mundo.

 Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y un vigilante entraba con la pistola en alto.

 El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.

 Apuntó su pistola a cada uno de los objetos del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo había imaginado todo pero había sido tan real…

 Apenas salió del lugar, la criatura atravesó de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y pareció operar a máxima velocidad.

 Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba lo que buscaba.

 De un salto, atravesó el techo varias veces hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos, vasijas, armas y utensilios de belleza.

 Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios metálicos y tres cajas de seguridad.

 Las miró con atención y eligió la caja de seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.

 Era una moneda maya, de un tamaño más grande del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.


 De repente, se oyó un disparo y la criatura se sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.

lunes, 27 de junio de 2016

En el hospital

   La bata blanca que me habían dado al llegar se había doblado de una manera extraña al dormir con ella puesto. Ahora parecía quedarme más corta, por lo que no podía agacharme o cualquiera vería que no llevaba ropa interior. Apenas me desperté, tarde en la noche, me bajé de la cama y planché la bata con las manos, a la vez que escuchaba con atención los sonidos que venían de afuera. No había nadie. No abrí la puerta por miedo a alertar a alguna de las enfermeras, pero me quedó allí al lado planchando mi bata con insistencia, tratando de escuchar pasos o algo.

 Cuando me di cuenta que había pasado un buen rato al lado de la puerta, decidí caminar al otro lado de la habitación, donde había una ventana. Subí las persianas y me di cuenta de lo oscuro que estaba afuera. No había ni una sola luz prendida en el patio al que daba la ventana. El cielo era negro y las únicas luces venían de otras habitaciones en el edificio de en frente. No vi nadie allí, ni sombras ni nada.

 Decidí salir de la habitación pues, al fin y al cabo, no me podían prohibir salir de allí. Lo gracioso, en verdad no lo era demasiado, era que no recordaba muy bien porqué estaba allí. Estaba seguro de haber llegado el día anterior en el automóvil de mi mamá, quién no había parado de hablarme durante todo el camino. Si mal no recuerdo, el cumpleaños de mi abuela se acercaba y algo me decía mamá de lo que tenía planeado y como a la abuela nunca le habían gustado las sorpresas.

 Recuerdo haber llegado con ella y luego haberme despedido con un beso pero la razón de mi visita al hospital me eludía. Lo mejor en ese caso era salir de la habitación y, al menos, buscar a alguien que me pudiese ayudar a recordar. El miedo a no saber porqué estaba allí era mucho más grande que el miedo a que alguna enfermera me reprendiera por salirme de mi habitación tan tarde en la noche. Además, otros pacientes seguro también paseaban cuando no podían dormir.

 Al abrir la puerta me di cuenta que, por lo menos en el pasillo de mi habitación, ese no era el caso. No había absolutamente nadie. Apenas salí tuve que taparme los ojos pues la luz era muy brillante y las paredes tan blancas rebotaban esa luz con el doble de fuerza. Tuve que recostarme contra uno de los muros por un momento para poder reunir fuerzas y ajustarme a la luz.

 Caminando como si lo estuviera haciendo por primera vez, fui caminando apoyándome en la pared hasta una puerta de vidrio que había a un lado del pasillo. Seguramente ahí empezaba el área restringida para los que no eran pacientes y lo más seguro es que allí debía haber, por lo menos, una persona de seguridad para poderle preguntar donde encontrar una enfermera.

 Cuando llegué a la puerta, efectivamente vi una mesa de madera y encima de ella algunos papeles. Al lado había una silla y de ella colgaba una chaqueta azul oscuro. Tenía bordado el apellido “Ruiz” en letras amarillas. No había nada más en el sitio y no vi a nadie más cerca. De hecho, no había ruidos en el sitio excepto por el extraño rumor de las luces y algún otro sonido remoto, como de las tuberías o algo por el estilo. Me senté en la mesita del guardia de seguridad y me tapé la cara con las manos.

 Tal vez estaba soñando todavía o tal vez la gente había desaparecido y estaba yo en uno de esos eventos post-apocalípticos en los que los muertos vivientes reinan el mundo. Pero tampoco había ningún muerto rondando o sino seguramente haría ruido tumbando cosas o que se yo. Entonces me di cuenta que, si el personal del hospital no estaba, tal vez sí habría alguien en alguno de los cuartos. Si había evacuado o algo y me habían dejado tirado, era posible que hubiesen dejado atrás a otros también.

 Apenas lo pensé me bajé de la mesita y empecé a caminar con normalidad, ya me dolían menos los huesos y mis ojos se ajustaban a la luz poco a poco. Caminé a la habitación más cercana y abrí. Nadie. En la siguiente tampoco había nada e igual en las otras hasta llegar a la mía. Seguí caminando, viendo hacia adentro de mi habitación, viendo como las sabanas seguían corridas tal como las había dejado. Lo mismo las persianas de la ventana. Quise volver a acostarme y dormir. Tal vez era una pesadilla de esas vividas y lo mejor era no perderme en ella.

 Pero no me hice caso. Seguí abriendo puertas hasta que, unas quince más allá de mi habitación, hacia el lado opuesto de la puerta de vidrio, encontré a otro ser humano. Bueno, no era uno muy activo pero era un ser humano al fin de cuentas. Era una mujer mayor, con tubos saliéndole de todos lados. Estaba un poco hinchada y su piel parecía hecha de cera. Parecía ya muerta pero los aparatos alrededor aclaraban que eso era solo en apariencia pues estaba viva, por poco.

 Me quedé mirándola un buen rato, como si fuera la primera persona que hubiese visto nunca. Y es que así se sentía. Me senté en una silla al lado de su cama y me puse a pensar en la enfermedad que tendría y como sería su vida. Imaginé como se vería sonriendo y gritando, supuse que tenía familia y pensé en donde estarían ellos ahora.

 De hecho, pensé en mi familia también y porqué no estaban allí conmigo. ¿Donde estaban y porqué me habían dejado solo, como el resto del mundo? Fue entonces que escuché un estruendo en el corredor y casi salté de la silla para ir a ver que era.

 Lo que sea que se había caído, no se había caído en el pasillo. Era en el cuarto contigua a la habitación en la que estaba la mujer. Entonces tuve que dar un vuelta un poco larga para dar con la puerta de esa habitación pues estaba justo al otro lado. Cuando por fin llegué, vi que no era el cuarto de un paciente sino una sala de operaciones, con todas las luces prendidas. Fue entonces que vi algo que me asustó demasiado: había sangre por todas partes, manchada en las paredes y por todo el piso. En el centro del lugar había una cama manchada también y con restos de otras cosas.

 No me puse a mirar eso mucho rato, no quería recordarlo después. Eso sí, el olor era muy fuerte para ignorarlo. El estruendo que había escuchado había venido de una bandeja llena de utensilios para operar. Había escalpelos y tijeras y otro montón de cosas que yo no conocía. Algunos estaban limpios y otros no tanto. Alguien, el o la ensangrentada, seguro había tocado algunos y por eso los había tirado al piso. Se trataba de alguien herido o, por lo menos, muy nervioso.

 Entonces lo escuché. Un quejido que parecía lejano. Al comienzo pensé, de nuevo, que eran las tuberías o alguna cosa por el estilo. Pero al cabo de un rato supe que era la respiración de alguien que se quejaba, gemía en algún lado que no podía estar muy lejos. Miré hacia todas partes y seguí las manchas de sangre. Indicaban que alguien había tocado un armario metálico y luego había abierto una puerta. Y ya no estaba ahí.

Abrí la puerta con cuidado y fue entonces cuando lo vi: era un hombre grande, en todo el sentido de la palabra. Estaba llorando y de su brazo y su pierna salía sangre que manchaba más y más el piso. La puerta daba al lugar donde se limpiaban los doctores pero ahora era un sitio sucio y triste. En la oscuridad, no le vi bien la cara pero supe que me había visto a los ojos y le sostuve la mirada un buen rato.

 Quería que supiera que no tenía miedo, lo cual era una estupidez porque puede que su enfermedad fuese contagiosa. Pero, en ese momento, pensé que lo mejor era congeniar y no alarmarlo demasiado. Vi una caja de guantes plásticos y me los puse. Le extendí una mano y le sonreí. El hizo lo mismo pero solo por un segundo. Luego, sus ojos empezaron a sangrar, como una de esas estatuas milagrosas.

 La puerta del otro lado se abrió de golpe y allí había una mujer con un arma. Me dijo que me apartara y yo lo hice, sin pensarlo. Apenas estuve lejos, la mujer disparó tres veces contra el hombre en el suelo, cuyo cuerpo hizo un sonido sordo al dar contra el piso. Había mucha sangre por todos lados y yo ahora entendía cada vez menos. ¿Que estaba pasando?


 La mujer no me dijo nada. Solo me indicó que la siguiera y yo hice caso. Tal vez la Tierra sí estaba llena de muertos vivientes después de todo.

jueves, 3 de marzo de 2016

Vidas ocultas

   Del edificio salí solo pero contento. Tenía una sonrisa de tonto en la cara que me duró varias horas. Y todo porque había hecho que hace todo el mundo. O bueno, no exactamente pero casi. El caso es que me sentía orgulloso de mi mismo por alguna razón y, al tomar el a mi casa, seguía sonriendo.

 Pero días después ya no sonreía, ya no era lo mismo. El momento había pasado pues todas estas citas clandestinas eran eso, secretos que no le decía a nadie o a casi nadie y por lo tanto los debía yo guardar con el máximo recelo. Fue entonces que me di cuenta lo mucho que me molestaba estarme ocultando, como si hubiese hecho algo malo. Al fin y al cabo que no era nada grave. Lo que pasaba era que no era algo aceptado, algo bien visto y frente a eso sí que no se puede hacer nada. Y no era la primera vez que pasaba por eso, ya muchas veces y desde más joven me habían pasado cosas similares.

 Recuerdo que una de las primeras veces que quedé con alguien, creo que fue la primera de todas, me vestí de una forma tan rara que solo años después entendí que entonces no sabía nada de nada. No recuerdo bien que excusa di en casa para salir ni como fue que tomé la decisión. Tampoco recuerdo con claridad como conocí a la persona, solo sé que fue por medios electrónicos. En todo caso, llegué a un parque y allí nos vimos. O sería en otro lugar y después fuimos al parque? No lo sé, ese recuerdo se ha ido erosionando con el tiempo.

 El caso es que recuerdo el parque, la gente pasar y lo nervioso que yo estaba. Tenía puesto un saco de colores que hoy me parecería horrible, que no sé si jamás volví a usar. El chico con el que me encontré, creo que algo mayor, tampoco me gustaría hoy. Pero creo que entonces no se trataba de eso sino de vivir la experiencia, de lanzarme de una vez al vacío de una vida que yo sabía que siempre iba a ser de esa manera. Siempre iba a tener que ocultarme así que porqué no empezar pronto?

 Hoy, a pesar de que lo sigo haciendo, me parece triste. En ese momento los nervios podían más que pensar en cualquier cosas. Creo que en lo poco que nos vimos ese día, solo hablamos. Él tenía acento y yo solo pensaba en como volver a mi casa. No recuerdo si me invitó a la suya o solo sugirió ir algún día. No lo sé y creo que el recuerdo se ha perdido por alguna razón. Volví a casa con la experiencia hecha y creo que por un par de años no saldría de mi casa de nuevo. En esa época estaba en el colegio. No recuerdo que edad tenía pero sé que fue mucho antes de los diecisiete, primera vez que tuve relaciones con alguien. Era muy joven en todo caso, muy ignorante para haber hecho lo que hice.

 El caso es que así fue y solo hasta mucho después empecé a salir con personas pero siempre en la amabilidad de la oscuridad. A todos los conocía por Facebook o por algún chat de estos que abundaban en la época. Hoy en día me parece hasta gracioso no haberme topado con ningún hombre mayor o ningún mentiroso peligroso. Nunca pasó y no ha pasado recientemente tampoco. Porque sigo usando, muy de vez en cuando, las mismas herramientas o algunas nuevas que son básicamente lo mismo.

 Ese día de la sonrisa, cuando volví a casa, pensé en eso también. Incluso si ese asunto evolucionaba a algo más, las cosas en verdad no cambiarían pues siempre  tendríamos que vernos de esa manera, entre las sombras o en lugares donde nadie nos mirara. Por eso fui ese día a la casa de él y fui otras veces más. Por eso con los chicos con los que salí al comienzo lo hice a lugares que parecían islas en un mundo en el que estábamos casi sobrando, de alguna manera. Nunca lo pensé mucho entonces pero ahora entiendo que las cosas no han cambiado mucho y muchos seguimos detrás de bastidores, viendo a ver si podremos salir totalmente alguna vez.

 Lo digo porque yo, como muchas otras personas, no ocultamos tanto como otros. Nunca he tenido muchas amistades pero hoy en día no dudaría en contarle a ellas lo que me ha pasado, lo que he vivido, a quién he conocido y como lo he conocido. No me da vergüenza ni nada por el estilo porque no es nada de lo que tenga que avergonzarme. Claro que no puedo dar demasiados detalles porque a veces puedo ser muy gráfico, pero creo que incluso si lo fuese mis amistades sobrevivirían a ello.

 Eso me recuerda, que nunca tuve muchos amigos, mucho menos cuando empecé en todo esto de salir. Muchas personas no entenderán lo que digo porque habrán conocido a sus parejas y demás a través de amistades. Esa oportunidad jamás la tuve y no creo que la vaya a tener nunca. No solo porque sigo teniendo un circulo de amistades tremendamente cerrado sino también porque prefiero yo elegir a quien conozco y a quien no. Las personas que potencialmente tendrían un interés en mi que también conocen mis amistades, no son precisamente cantidades y cantidades. Más bien pocos por lo que eso aminora mucho las posibilidades.

 Porque lo que importa es que le gustes a alguien. No solo es buscar alguien que te guste a ti, en el sentido que sea. Porque eso es fácil, cualquiera puede ser interesante en potencia. Pero lo que no es fácil es encontrar esa persona que vea algo en ti que los demás no ven, sea lo que eso sea. Eso es algo muy extraño y muy especial. Pero es la mejor opción si se quiere conocer a alguien para algo más estable, cosa que no he tenido nunca pero siempre he creído que así debe ser. E incluso si es por una noche, es mejor si hay un gusto real y no solo es porque eres un ser vivo.

 Eso, de hecho, me ha sacado bastante de este como juego que es el asunto de salir. Quitando el hecho de no poder tomarse de las manos o darse un beso donde a uno se le de la gana, porque incluso en los países “avanzados” eso se da muy poco al comienzo,  es también un asunto de que seas tú el que causa interés y no nadie más.
Desde esa primera cita o incluso antes yo ya tenía problemas de imagen corporal, de autoestima, de verme diferente a los demás y no solo por ser homosexual. Era algo que iba mucho más allá y al mismo tiempo que era muy interno y difícil de exteriorizar. Además, cuando tienes ese problema, rara vez quieres que la gente se de cuenta. En el colegio, sobre todo, nadie quiere verse débil ya que los niños siempre han sido carroñeros. Les han enseñado, o tal vez simplemente les gusta, destrozar a otra gente para ellos ascender en la escala social. Eso lo noté claramente en mi adolescencia y creo que cualquiera puede hablar de cosas parecidas, si abre los ojos.

 Por eso hoy en día busco alguien que me quiera a mi y no a otro. Es decir, que le guste yo o no solo el hecho de que yo solo sea, tal vez, la única opción o el único cerca o diversas facilidades que los hombres, por ser hombres, buscan. En esto las mujeres lo tienen más claro pero como no soy mujer no entiendo como es que lo hacen funcionar. El caso es que eso hacen y les funciona a las mil maravillas. La mayoría son queridas, son buscadas por los hombres con los que están.

  Tengo que confesar que me he sentido usado en ocasiones. Tal como el condón que la gente usa para protegerse, me he sentido tirado a la basura después de que todo ha terminado. Es humillante y la gente parece no darse cuenta de lo pésimo que eso es. Por eso de un tiempo para acá prefiero ser yo el que tome la decisión y no estaría hoy con nadie que no demuestre interés alguno, sea para lo que sea.

 Yo citas no tengo hace mucho tiempo. En parte por lo que decía antes, porque no tengo una vida social que lo facilite, pero también porque sé hoy en día que valgo más de lo que alguna vez pensé que valía y sé que merezco que alguien de verdad quiera estar conmigo y no solo quiera estar con alguien. Volvemos al punto de esa vergüenza, de ese sentimiento de estar oculto y de correr para un lado y otro como una rata. Yo ya no quiero eso.

 Es cierto que incluso hoy en día muy pocas parejas, a menos que lleven un buen tiempo, demuestran su cariño en público. Muy diferente esto con parejas de mujeres con hombres. Todavía estamos escondidos viviendo vidas ocultas que tratamos de usar hoy como ventaja. Ya no son pesos muertos, vidas de pena y congoja sino elementos que podemos usar para mejorarnos de mil maneras y vivir una vida algo más a nuestro gusto.


 No salgo con nadie pero tampoco me veo clandestinamente con nadie. Sigo teniendo los mismos problemas de autoestima pero tengo que decir que me quiero más ahora que en esos viejos tiempos de la escuela. Me siento listo para mucho pero no me apuro para conseguirlo. El punto es que sé cuanto valgo e incluso en las sombras, lo recuerdo y lo hago saber. Uso esa vida oculta como un laboratorio que me prepara para el mundo y prepara al mundo para mí. Al fin y al cabo, no es tan malo sonreír y que nadie sepa porqué.

sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.