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viernes, 7 de abril de 2017

Recuerdos en la tienda

   Todo estaba quedando a la perfección. La ensalada estaba terminada, el jugo de fruta natural, el jamón relleno se cocía en el horno y el pastel acababa de entrar allí también. Lo único que le faltaba era algo con que adornar ese último. Al fin y al cabo era el cumpleaños de su esposo, el primero que celebraban juntos y quería que fuera una fecha inolvidable para él. Lo mejor sería comprar algunas flores de azúcar y chispas de colores. Espero una hora a que lo que estaba en el horno estuviese terminado y entonces salió.

 Había una tienda especializada en artículos de cocina donde vendían muchas cosas con las que podría adornar el pastel. No era necesario conducir, solo tomar una bufanda para el frío, una buena chaqueta y caminar con la gente que salía del trabajo. Eso le hizo caer en cuenta que no tenía mucho tiempo que perder. Era cierto que le había dicho que no saldría de la oficina hasta muy tarde pero tampoco quería arriesgarse. Todo tenía que salir a la perfección, sin ningún problema.

 La tienda estaba a tan solo diez minutos de caminata. Por el camino, pudo ver las caras de cansancio de las personas que salían de sus lugares de trabajo. En cierto modo, agradeció no ser uno de ellos. Por mucho tiempo había intentado entrar al mundo laboral y nunca se pudo. Casarse fue la solución para dejar eso de lado, enfocarse en el hogar y en pequeñas cosas que le hacían la vida feliz y no miserable como vivir buscando empleo en periódicos y de oficina en oficina.

 La tienda estaba ubicada en un pequeño centro comercial, de esos que tienen pocos locales y son más para que las personas puedan dejar su vehículo en algún lado mientras hacen lo que necesitan hacer en los bancos de la zona o en algún sitio por el estilo. Saludó al vigilante con una sonrisa y caminó despacio hasta la entrada de la tienda. Para su sorpresa, no estaba tan vacía como siempre. De hecho, había muchos clientes para ser un día entre semana. Debía de haber una explicación.

 Buscó primero las flores de azúcar. Tenían una variedad increíble, de todos los colores y formas. Había como margaritas, como orquídeas y como girasoles. Era sorprendente el parecido a las flores reales. Incluso tenían aroma, que se podía sentir a través de las cajitas de plástico en las que venían. Se decidió por una flor grande que parecía una dalia pero de varios colores, una obra de arte hecha de azúcar. Sería perfecta para poner en la mitad del pastel. Alrededor podría hacer otra cosa. Para que las ideas fluyeran, decidió dar una vuelta por la tienda.

 En el pasillo de las chispas, vio que había de todos los colores y sabores. Eligió unas de varios colores pero algo lo hizo detenerse en seco. Era un olor fuerte pero muy particular, una fragancia de hombre que se le metió en la nariz y lo transportó instantáneamente al pasado, hacía tal vez unos cinco años, poco antes de conocer a su esposo. Ese aroma era el que emanaba alguien más, una persona que apenas había conocido pero lo había cautivado de una manera muy importante.

 Con el contenedor de chispas de colores en la mano, se dio la vuelta y miró a un lado y al otro. No había nadie pero el olor seguía en el aire. Sin poderse resistir, buscó a la persona a través del olor. En la caja registradora, donde había una fila impresionante para pagar, estaba a quien buscaba. Tuvo que medio ocultarse detrás de un estante con batidoras de última generación. No quería que lo vieran y menos cuando parecía como un perro desesperado por un olor desconocido.

Pero al verlo, al ver su rostro de nuevo, se dio cuenta que no había nada desconocido en el personaje del perfume. Recordaba su nombre a la perfección y, tenía que decirlo, su cuerpo. Vestía una gabardina gruesa y un traje oscuro que no acentuaba en nada su figura pero sabía que era él pues no había cambiado casi nada. El bigote era el mismo así como las manos grandes que en ese momento estaban sostenido dos bolsas de recipientes de papel para hacer pastelillos.

 Se habían conocido por internet y su relación había consistido en dos meses seguidos de encuentros sexuales casuales en el apartamento del hombre del perfume. Ese aroma era lo primero que había notado de él y el olor característico del hermoso apartamento que poseía, al menos en ese tiempo. Era uno de esos jóvenes de padres adinerados que lo tiene todo antes de siquiera pedirlo. Tenía un caro de último modelo, el apartamento mencionado exquisitamente adornado y mucho más.

 Mirándolo así, pudo ver que tenía puesto el mismo reloj que él recordaba. Era de oro, brillante como él solo. Recordaba haberle preguntado donde lo había comprado y el otro le había dicho que en una tienda muy cara de un país europeo. Eso era algo que jamás había comprendido porque él sabía bien que ese reloj era de oro falso y que se podía comprar en cualquier tienda de una de esas multinacionales de ropa que hay en todos lados. No había porqué mentir y sin embargo lo hizo solo con ese detalle. Era algo que no tenía ningún sentido pero así había sido.

 El hombre entonces lo miró a los ojos y fue como si quedaran enganchados el uno del otro. Él quiso moverse, fingir que no había estado mirando como un pervertido o un loco pero no pudo mover ni un solo pie. No se saludaron pero era obvio que se habían reconocido. La fila avanzó y el hombre pagó sus cosas y se fue, sin más. Era lo mejor. Minutos después él también pagó sus chispas y la flor de azúcar y emprendió a paso firme el camino a casa, pues había perdido tiempo valioso.

 Perdería algo más de tiempo pues no muy lejos de la tienda estaba el hombre, como esperando. Al verlo, caminó hacia él, fingiendo tranquilidad y lo saludó con una débil sonrisa. El otro hizo lo mismo. No pronunciaron ni una sola palabra, solo caminaron juntos un poco, sin saber si iban al mismo sector o que era lo que hacían. Pero la tensión era demasiado grande para preguntar nada como eso. Esperaban que el otro rompiera el hielo de un momento a otro, y eso fue lo que pasó.

 Él le comentó que iba a casa, que no quedaba muy lejos. Tenía que estar allí y no podía demorarse. No sabía porqué había dicho aquello pero sentía que la honestidad era lo mejor en ese extraño momento. El otro asintió y entonces le dijo que lo había buscado por mucho tiempo pero que jamás había aparecido. Eso tenía sentido puesto que un mes después de que se dejaran de ver, él se fue a estudiar a otro país donde conoció a su esposo. No había manera de que lo encontrase de esa manera.

 El hombre prosiguió. Le dijo que después la última vez, se había dado cuenta de que se había enamorado de él sin remedio. No quería darse cuenta de que era lo que había sucedido pero así era. Cuando no lo encontró, sufrió mucho y supo que había perdido una de esas oportunidades que no se repiten nunca más en la vida. Él le agradeció sus palabras y le dijo que, tal vez, ellos no pertenecían al uno al otro y por eso el destino lo había arreglado todo para que las cosas fueran como habían sido.

 El hombre asintió. Tenía los ojos algo húmedos. Él los miro directamente y de nuevo lo inundó una ola de recuerdos que eran de todo tipo pero que ni siquiera sabía que tenía guardados en la mente. Le agradeció su compañía y se despidió, de la manera más cordial que pudo.


 Al regresar a casa, quitándose la bufanda, pensó en su vida y lo diferente que podía haber sido. Pero no duró mucho en ello porque concluyó que era una tontería. Nadie sabe lo que va a pasar, si las cosas podrían ser mejor o peor por una sola elección. El timbre sonó cuando su determinación concluía el asunto.

viernes, 10 de marzo de 2017

Sueños, pesadillas y la realidad

Los sueños y las pesadillas pueden ser muy reales. Hace un rato, cuando estaba dormido, sentí que verdad me estaba ahogando. Y antes de eso, sentí que de verdad había matado a alguien. Sí, ya lo sé. No son los sueños más comunes y corrientes pero, por alguna razón, mi subconsciente se ha puesto cada vez más violento y errático. No sé si tenga que ver con algo mío como tal. No soy de los que cree que cada sueño tiene un significado pero ciertamente sería todo más fácil si ese fuera el caso.

 Ayer, al despertar de otro sueño parecido, tenía las piernas y la espalda adolorida, como si de verdad hubiese hecho un esfuerzo físico de esos que siento que hago en mis sueños. Tal vez es solo que me muevo demasiado y mi cuerpo naturalmente se cansa y se resiente. Me gustaría ser de esas personas que despiertan tal como se quedaron dormidas, pero no creo que eso vaya a sucederme pronto puesto que no es la primera vez que ocurre y dudo que vaya a ser la última.

 Lo que sí es cierto, es que en estos días he tenido más sueños movidos. No sé si llamarlos pesadillas, porque algunos ni siquiera los recuerdo por completo. Pero el caso es que recuerdo lo que sueño, me despierta de golpe de lo intenso que es y eso no es algo común en mí, menos aún cuando se toma en cuenta que la mayoría de sueños que he tenido con anterioridad, o los que me acuerdo al menos, son más bien calmados y se basan mucho en las personas de mis recuerdos.

 De hecho, desde hace varios años, mis sueños siempre ocurren en los mismos lugares del mundo real: una planicie verde, el colegio de mi adolescencia, alguna playa que visité alguna vez,… Nunca son copiados a la perfección de lo real sino que son una versión “para sueños” del lugar pero el caso es que los puedo reconocer con facilidad. En cambio los lugares de lo sueños más movidos no son muy reconocibles para mí. Tal vez se basen en algún recuerdo pero irónicamente, no lo sé.

 Sé que soñé, hace unos minutos, con una casa pequeña que era mucho más grande por dentro que por fuera. En mi mente, era mi casa pero ni siquiera tenía suelo como tal ni habitaciones. Había troncos que hacían de sillas y el suelo era barro endurecido. Lo más grande era el patio: una ladera con árboles y rocas pero cubierta por el techo de la casa. En mi vida, nunca he visto un lugar parecido a ese, así que tengo que suponer que todo fue inventado por mi mente, por poco posible que eso sea. El caso es que lo que pasaba allí era muy real o eso parecía.

 No puedo dejar de pensar en la persona a la que maté. Le tendí una trampa, si no estoy mal. Y lo atraje a mi casa a propósito. No recuerdo bien que hizo él para merecer su destino pero quedó sellado pronto con un ataque de animales hambrientos. Pero no recuerdo que se lo comieran ni nada parecido. Solo supe que se murió y que nadie más debería saberlo. Fui un asesino en mis sueños pero ni siquiera puedo recordar con exactitud como lo hice y mucho menos las razones que me llevaron a hacerlo.

 Que recuerde, matar no era algo que hubiese hecho antes en mis sueños. Claro está que siempre se encuentra uno con alguien que le cae mal o vive alguna experiencia desagradable pero jamás al punto de asesinar a nadie. Me pone nervioso pensar en lo que le hice a esa persona, sin importar su inexistencia. En esos momentos, en mi sueño, él era real. Aunque fue un momento, pues apareció para que yo lo matara y después no se habló más de él. Una situación muy extraña.

 Extraña pero no poco común porque, al fin y al cabo, así son los sueños. Nunca tienen verdadero sentido y se trata todo de un cerebro bastante activo que necesita seguir creando incluso cuando el cuerpo descansa. Supongo que por eso hay muchas veces que nos vamos a dormir y despertamos mucho más cansados de lo que estábamos al acostarnos. Con tanta acción que hay en los sueños, es un poco difícil que todo eso no produzca movimientos reales en el cuerpo.

 Muchas personas se han despertado para darse cuenta que tienen rasguños, golpes y moretones en el cuerpo. Y no es que nadie los haya atacado sino que han estado moviéndose durante toda la noche y simplemente no se dieron cuenta de que se golpearon contra la pared o cosas por el estilo. Es increíble el poder que tiene la mente para sumirlo a uno en semejante estado tan vulnerable, porque mientras dormimos estamos a merced de todo en el mundo físico pero también en el mundo interno.

 Seguramente muchos han pensado en cómo sería si esos dos mundos se encontraran, si fuera posible entrar y salir de los sueños al gusto, si hubiese más control a la hora de creer cada personaje y escenario. Eso le evitaría a todo el mundo el trajín de las pesadillas pero al menos yo estoy seguro que las pesadillas tienen alguna función, biológicamente hablando. Tal vez sea mantenerlo a uno alerta o tal vez hacer como una prueba mental de los peligros a los que puede estar uno expuesto en el mundo real. Creo que sigue siendo un misterio.

 Pero quisiéramos poder manipularlo a nuestro gusto puesto que todos hemos ido a lugares perfectos en nuestros sueños. Lugares que son ideales, que no tienen nada malo que podamos criticarles. Son a esos sueños a los que nos gusta volver una y otra vez porque nos enorgullecemos de ellos, nos sentimos orgullosos de nuestra creación y además adoramos pasar tiempo allí porque sabemos que estamos seguros, que nada ni nadie nos va a ir a molestar a esa playa idílica o a la casa de nuestra infancia.

 Personalmente, me gusta que en mis sueños se me hagan recordar cosas que he olvidado hace mucho tiempo, o que creía olvidadas en todo caso. Objetos, palabras, favoritos, gustos y disgustos e incluso personas. Porque la mente lo almacena todo pero no podemos acceder a lo que quisiéramos porque no todo está “despierto”. Hay que tener la llave correcta para poder verse de nuevo en el pasado o para recordar eso que fue tan importante pero hoy en día ni tenemos en cuenta.

 Es hermoso, en parte, lo de poder soñar. Son aventuras a las que vamos solos, sin que nadie más tenga que ver con ellas. Me siento mal por aquellas personas que dicen que no sueñan o que no recuerdan lo que han soñado. No tienen ese mundo de escape, no saben como se siente esa emoción que se experimenta al estar dentro de la mente propia, viendo como esta es una máquina increíble que hace y deshace en cuestión de minutos. Siento mucha lástima por ellos porque no saben lo que se pierden.

 Eso sí, pueden quedarse con mis pesadillas raras, aquellas que no entiendo y no creo que tengan un sentido normal. Que se quede alguien con mi yo asesino y con todas esas personas que no aportan nada, ni en mi vida real ni en la de los sueños. Todo eso se lo cedo al que lo quiera o que al menos mi cerebro se de cuenta que son cosas, datos si se quiere, que no me sirven a mi de nada, ni consciente ni inconsciente. Debería uno poder elegir que tira a la basura y que quiere tener consigo para siempre.

 Pero supongo que esa es la magia de los sueños y de la vida en general, que uno no tenga elección en ningún asunto y que las cosas pasan y haya que adaptarse cada vez que eso pasa. De pronto esa es la única manera real de vivir en este mundo.


 El caso es que me quedo con el sueño de la otra vez, de la semana pasada. En ese solo dormía. Me quedaba dormí sobre un comedor y dormía y dormía y cuando me desperté, en la realidad y en el sueño, me sentí de verdad descansado.

viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.

lunes, 23 de enero de 2017

Remoto

   Los bordes de las ventanas estaban cubiertos de escarcha. La noche había sido muy fría y todo parecía indicar que el resto del mes iba a ser exactamente igual. Alrededor de la pequeña casita, ubicada en un claro de bosque, había un sinfín de charcos, grandes y pequeños, que habían formado lodazales que hacían casi imposible el ingreso o salida de la casa. Ciertamente era un lugar remoto y nadie nunca se habían molestado en arreglar uno o dos detalles que hacía falta atender.

 Adentro, el único hombre con vida en varios kilómetros estaba calentando agua en una tetera vieja, bastante golpeada, que parecía haber sido sacada directamente de un museo. El hombre se calentaba las manos con el fuego que bailaba debajo de la tetera, mirándolo fijamente, como si se fuera a escapar en cualquier momento. Tan distraído estaba que demoró en reaccionar cuando la tetera empezó a pitar. No era algo bueno, pues se debían evitar los sonidos fuertes.

 Vertió el contenido de la tetera en una taza igual de vieja y trajinada que la tetera y sopló repetidas veces hasta que se atrevió a tomar. Se quemó la lengua por no saber esperar. Sostuvo la taza con las manos cubiertas por guantes y, mientras esperaba a que se enfriase, miró a su alrededor como si fuera la primera vez que se fijaba en lo que había dentro de la pequeña cabaña. Se la sabía de memoria pero le gustaba jugar a ver si había algo, algún detalle que se le hubiese escapado.

 Era solo una habitación: en una de las esquinas estaba la cama y una mesita de noche con tres cajones. Al lado de la mesita había una armario viejo y ese ocupaba el resto de la pared. La cocina, o más bien la única hornilla que tenía, estaba en la pared opuesta, junto a una pequeña mesa y dos sillas. En una de las esquina de ese lado había una nevera pequeña, de esas de hotel, conectada a la única toma eléctrica del lugar. La puerta de la casa estaba en uno de las paredes más largas. De resto, no había casi nada.

 Eso sí, había muchas cobijas y abrigos hechos de pieles de animales. Él no los había cazado ni nada por el estilo pero seguramente el dueño anterior había utilizado la cabaña como base para su afición a la cacería. Las pieles parecían ser de animales varios pero el hombre jamás había querido averiguar más allá de la cuenta porque no estaba de acuerdo con eso de matar animales por su piel. Aunque, ahora que estaba donde estaba, no podía evitar encontrar la razón en esas acciones. Si no tuviera esas pieles, estaría congelado y muerto en vida en aquel lugar perdido.

 En cuanto a cazar, lo hacía todos los días. Trataba de no pensarlo mucho o sino el estomago se le revolvía y eso siempre era un problema aún mayor pues no tenía manera de comprar medicamentos y las plantas que había por la zona poco o nada ayudaban a los sistemas internos del ser humano. Debía comer lo que había y no pensar en su vida anterior que ahora estaba muy lejos de él. Ahora debía comerse lo que encontrara, como lo encontrara, fuese una ardilla o algo más grande.

 A veces encontraba hongos y sabía que serían más abundantes en la primavera, pero todavía faltaban un par de meses para eso. Él había llegado hacía solo un par de meses, durante el otoño, así que no había experimentado nada diferente al frío y la nieve en ese lugar. Siempre que lo pensaba parecía que había estado allí desde hacía mucho más tiempo. Se sentía como una eternidad y sus recuerdos eran como sumergirse en un lago oscuro que ya no es posible reconocer.

 La cabaña, lo quisiera o no, era ahora su hogar. Lo que había tenido antes ya no existía o al menos no debía existir para él. Había tomado la decisión de perderse en el bosque y no podía ya echarse para atrás, era muy tarde para arrepentirse. En todo caso sabía que era lo mejor pues nada en el mundo era para él. Lo había tenido que aprender casi a los golpes pero por fin había comprendido que no todo es para todos, que no todos somos iguales y que algunos deben tomar rutas alternas en la vida.

 Apenas terminó el té, lavó la taza en un cuenco de plástico enorme lleno de agua. Luego abrió el armario y, de la parte baja, tomó una ballesta algo rudimentaria y un carcaj con unas pocas flechas que él mismo había podido tallar a partir de algunos leños que había fuera de la cabaña. Por la tormenta reciente, los maderos debían estar congelados e incluso cubiertos hasta arriba de esa mugrosa mezcla entre nieve y barro. Prefería no pensar si llegase a necesitar esa madera.

 La calefacción que usaba era la hornilla que mantenía prendida todo el tiempo, a excepción de cuando salía a cazar. El gas que alimentaba el fuego llegaba de alguna parte, pero jamás le preguntó a la persona que le brindó ese refugio de donde salía el gas. Solo lo usaba y listo. Cuando la hornilla fallara, y algún día lo haría, sería el día de hacer hogueras y depender de la madera pero ojalá pudiera pasar el invierno sin  que eso pasara. Salió de la casa pensando en ello y se internó rápidamente en el bosque, caminando torpemente pero sin detenerse.

 Caminó por una media hora. El bosque se hizo más agreste a su alrededor e incluso más blanco. La nieve parecía haber congelado todo el paisaje y eso no era nada bueno pues los animales debían estar resguardados, lo que hacía casi imposible la casa. Empezó a caminar más y más despacio hasta que llegó a otro claro, parecido al de su cabaña, pero ocupado casi en su totalidad por un lago que parecía estar hecho de metal, pues estaba congelado. Puso un pie y empujó. Todavía no había congelado por completo.

 La grieta que se formó al él apretar se fue agrandando, hasta que apareció un hueco en la superficie del lago, tras el cual se podía ver el agua fría que había debajo de la capa de hielo. Se quedó mirando ese agujero por varios minutos hasta que se fijó que el tiempo pasaba y no podía demorarse demasiado fuera de la cabaña. Bordeó el lago hasta llegar al otro lado y allí se metió en el bosque de nuevo, mirando hacia arriba con atención. Cuidaba cada paso, para no asustar a presas potenciales.

 Al sentir un movimiento, alzó la ballesta y disparó. Al instante hubo un ruido y algo cayó de un árbol. Era un hermoso ejemplar de faisán, que por alguna razón, estaba en ese bosque. Peor para él. Le sacó la flecha que tenía atravesada, lo cogió de las patas y volvió caminando a la cabaña a paso firme, justo antes de que el sol bajara y se ocultara detrás de los altos árboles que formaban el espeso bosque en el que vivía aquel hombre cazador, misterioso y solitario.

 El faisán entero fue su cena. Lo hizo en una sartén después de desplumarlo y quitarles las partes que no se comían. Al final de todo, no era mucho animal el que había para comer, pero era suficiente para sobrevivir una nueva noche. Esas eran sus jornadas ahora: desayunar, pensar, cazar, preparar y comer. Todo culminaba con un él metiéndose en la cama que tenía, sin quitarse ni una sola prenda de ropa, donde se quedaba dormido después de varias horas de mirar al techo y escuchar el bosque.


 La hornilla se contoneaba cerca de él y muchas veces las sombras que se formaban a su alrededor hacían que el hombre recordara algunos pasajes de su vida anterior, de una vida que francamente ya no parecía la suya. Era como si recordara una película que había visto muchos años, solo que eran escenas que casi nunca se ven en las películas. Lo que más recordaba era a su padre y a su madre, a sus hermanos también. Pero a nadie más. El resto de personas siempre parecían, en los recuerdos y en los sueños, como sombras y nada más. Después de un tiempo trataba de ignorar todo eso y simplemente dormir. Recordar ya no servía para nada.