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lunes, 7 de noviembre de 2016

Mujercitas

   Antes de poder abrir los ojos, Martina escuchó por un momento los sonidos que la rodeaban. Había voces suaves y dulces que flotaban en el aire. Eran personas calladas, que solo decían algo cuando era completamente necesario. Sus voces apagadas llegaban a ella como a través de una tela o de una gran distancia. Sentía también calor en su rostro y se imaginaba que al abrir los ojos, abría una llama cerca de ella o una hoguera. Sus pies, sin embargo, estaban fríos, así como el resto del cuerpo que parecía estar lejos del fuego.

 En efecto, había fuego donde estaba Martina pero no era ninguna hoguera ni nada por el estilo: era una hornilla portatil en la que calentaban agua. Cuando abrió los ojos, solo vio el fuego bajo la tetera pero a ningún ser humano. Por alguna razón, no se sentía preocupada ni nada por el estilo. Sabía que estaba segura o al menos así lo sentía. No quería moverse, en parte porque sentía que sería un gran esfuerzo tratar de que su cuerpo estuviese boca abajo o en cualquier otra posición. Se sentía cansada, exhausta a decir verdad.

De repente, una sombra entró a la tienda de campaña. Martina lo notó porque vio una abertura detrás de la hornilla, por unos segundos. Pero quien fuera, se había movido lejos de su rango de vista. Sin embargo, todavía sentía que estuviese allí. De hecho, al rato sintió que se calentaban sus pies y que alguien los tocaba. Se sentía muy bien pero al mismo tiempo era extraño no poder ver quién era que la tocaba con tanta confianza. Si tan solo pudiese tener la agilidad normal de una mujer de su edad. Pero Martina apenas podía moverse.

 De repente, un dolor de cabeza empezó a taladrarle el cerebro. Era un dolor punzante justo en la sien derecha, como si algo quisiera meterse en su cuerpo por ese lado. El dolor era horrible y una lágrima salió del ojo que tenía de ese lado. Era como si le estuviesen metiendo clavos a la cabeza o algo peor. Martina lloró más y entonces escuchó de nuevo una voz pero no era lejana ni calmada si no al revés, se entendía que había urgencia en el tono en el que hablaba. Pero Martina no podía distinguir nada por el tremendo dolor de cabeza.

 Alguien más entro. Tal vez eran más de uno pero la chica no tenía cerebro para ponerse a contar personas. Sintió luego que la tocaban, de nuevo. Pero esta vez era la cara. Sintió algo de frío y luego un fuerte olor que penetró su nariz y la hizo caer en un sueño profundo. Fue un sueño muy raro. No podía decir que fuese una pesadilla pero tampoco era un sueño común y corriente. Eran pasillos y más pasillos en un edificio blanco que parecía estar cerca del mar. Era hermoso pero a la vez muy confuso y daba una sensación rara, como que había algo más.

 Cuando despertó, el dolor en la sien seguía allí pero era mucho menor que antes. Esta vez abrió los ojos de una vez y vio, por vez primera, a las personas que la habían estado ayudando. Eran mujeres, no se veía ninguno que pareciera hombre. Eran hermosas a su manera, casi todas mujeres mayores pero había un par que eran seguramente más jóvenes. Eran unas seis y cabían todas en la tienda pues eran bastante pequeñas. No debían llegar a la cintura a Martina. Si tan solo pudiese recordar en donde estaba y que había estado haciendo.

 Las mujeres se dieron cuenta de que estaba despierta y se alejaron un poco de ella. Hablaban un idioma desconocido pero bastante fácil de repetir, si eso quisiera uno. Sus vestimentas eran de varios colores, y todas llevaban pulseras y collares hechos con variedad de productos como conchas de mar y piedras preciosas. De pronto era el dolor remanente, pero Martina pensó que eran todas ellas muy hermosas y además amables pues habían cuidado de ella. Quiso agradecerles pero entonces las fuerzas se le fueron y durmió de nuevo.

 Esta vez, el sueño era más pacífico pero se sentía como una prisión. Era una casita hecha de madera y cubierta de ramas de palmera. Estaba cerca al mar, al que Martina podía caminar con facilidad. El agua no se sentía casi, tal vez porque su cabeza estaba teniendo problemas incluso creando sueños y demás. En todo caso se paseó por ahí, como cuando alguien espera alguna noticia importante. El sitio era hermoso, perfecto se podría decir, pero eso no servía de nada cuando alguien tenía semejante preocupación encima y ese dolor persistente.

 Cuando despertó de nuevo, la apertura de la tienda estaba abierta y algunos rayos de sol entraban por ella. No era fácil determinarlo, pero casi podía estar segura que había llovido y que el clima seguiría así. Una gruesa nube oscura cruzó el cielo mientras ella miraba. De pronto, sintió una manito en las suyas y, por primera vez, pudo mirar hacia abajo, sin moverse demasiado. Era una de las pequeñas mujeres. Le sonrió y Martina trató de hacer lo mismo. Sentía que toda expresión física le costaba demasiada energía.

 La mujercita se acercó a su rostro. Martina pensó que le iba a hablar en su particular idioma pero lo que hizo la mujercita fue hablar en señas. Al parecer, le estaban curando el cuerpo. Eso entendió Martina. Según parecía, había caído de gran altura. Había una seña que no entendió pero al parecer algo tenía que ver con la lluvia y con el miedo de la gente que la estaba cuidando. Con esfuerzo, Martina movió la mano y tocó la de la mujercita. Al comienzo se asustó pero pronto se dio cuenta que era un buen gesto.

 Durante los próximos días, Martina durmió poco. Vio por la abertura como caía una lluvia torrencial y al día siguiente como el sol brillaba como si fuera nuevo. Varias mujercitas venían cada día a cuidar de ella. Algunas le hacían algo en los pies y las piernas. Otras le masajeaban una mezcla verdosa en la cara y muchas solo entraban a mirarla un momento. Ella les sonreía y ellas hacían lo mismo. Pudo determinar que habría, por lo menos, cuarenta de ella en ese lugar. Pero seguía sin ver hombres y eso era bastante peculiar.

 Cuando por fin puso usar sus manos, trató de hacer señas para preguntar por los hombres y para saber que le había pasado a ella. Porque la realidad era que, aunque sabía que no pertenecía allí, era obvio que algo había pasado para que resultara de paciente de las pequeñas mujeres. Algo le debió pasar a Martina y por eso no recordaba nada y tenía el cuerpo tan perjudicado. Pero lo que sea que hiciesen las mujercitas estaba surtiendo efecto pues poco a poco podía mover las manos y la cabeza con más agilidad y pronto también los pies.

 Un buen día incluso pudieron sentarla y la hicieron comer una fruta de color verde que tenía un sabor muy fuerte pero reconfortante. Mientras comía, las mujercitas hacían lo mismo. Cocinaban en el fuego donde habían calentado agua antes. Martina notó que casi no hablaban durante esos momentos pero sí cuando estaban ayudándole a ella con los masajes y demás cosas. Su cultura debía de ser muy interesante. Con eso, Martina pareció recordar algo: ella estaba allí para saber más de la cultura.

 Pero no sabía de la cultura de quien. Dudaba que alguien supiese de la existencia de las mujercitas y estaba segura que ella nunca revelaría su paradero. Y la verdad es que jamás tuvo que hacerlo. Un buen día, se sintió tan bien que se pudo parar un rato para luego volver a sentarse. Las mujeres la miraron con seriedad y hablaron entre ellas pero a Martina no le dijeron nada después. Fue al día siguiente cuando ella notó que todas las mujercitas que la habían cuidado, se habían ido. Martina pudo salir de la tienda y verificar que todo estaba abandonado.


 No había más tiendas de campaña ni rastro de más personas o personitas por allí. Solo estaba ella. Se quedó de pie allí, tratando de procesarlo todo y de saber que hacer. Pero no tuvo que pensar mucho. Desde un risco escuchó un silbido y al mirar de donde provenía, varios recuerdos se agolparon en su mente. El hombre que silbaba era su compañero Ken. Lo saludó y pronto el resto de la expedición se reunió con Martina, quien había desaparecido durante una tormenta hacía pocos días. Cuando le preguntaron como había sobrevivido, les pidió que le creyeran pues tenía mucho que contarles.

lunes, 10 de octubre de 2016

Nadie más en el mundo

   Cuando se dio cuenta, no había nada más en el mundo. Buscó por toda la casa, en cada habitación, en cada posible escondite. Pero no había nadie. Todos se habían ido y no se sabía adónde. Salió de la casa corriendo, el miedo era su impulso. Gritó por todas las calles que recorrió, hasta hacerse daño en la garganta. Ese esfuerzo era inútil porque era la única persona en el mundo, todos los demás se habían ido o habían desaparecido de la noche a la mañana. Era la nueva versión del mundo y ya no había nada que pudiese hacer para cambiarlo.

 Ya nadie jugaría con todos esos aparatos y figuras de plástico que plagaban el mundo. No habría más risas infantiles ni preguntas que se suceden una a la otra ni nada por el estilo. Todo ellos, todos los niños, también se habían ido. Seguramente había ocurrido al mismo tiempo que el evento que se había llevado a sus padres. Pero eso era solo una suposición. Nadie podría saber eso a ciencia cierta. Ni siquiera había manera de probar que algo de gran escala había ocurrido. Lo único que lo probaba era el hecho de que no hubiese nadie.

 Siguió caminando por las calles, consumiendo la comida que encontraba por ahí, tomando lo que el mundo dejara en paz. Muchos lugares empezaban ya a oler mal y no tomaría mucho tiempo para que todo en la ciudad también oliera a alcantarilla o algo peor. La muerte no estaba presente como tal pero se podía sentir su oscura mano sobre la ciudad. Lo que sea que hubiese pasado había dejado toneladas de comida que se dañarían en poco tiempo, máquinas que dejarían de funcionar en el futuro, causando un caos del que no serían testigos.

 La primera noche fue, sin duda alguna, la más difícil de todas. Las caras de las personas que había amado en vida, incluso las caras de personas que solo había visto una vez, pasaban frente a sus ojos uno y otra vez. No durmió mucho esa primera noche. Otra razón había sido que, tontamente, tenía miedo de un ataque. Entendía que era un miedo irracional pero de todas maneras sentía miedo cuando era de noche y no había nadie más en la cercanía. Eran los instintos básicos del hombre que entrar a jugar siempre que pasa algo parecido.

 Ya después se fue acostumbrado a tal nivel que podía dormir en cualquier parte sin que le supusiera ningún fastidio. El tiempo al comienzo pareció correr con más lentitud pero, cuando aprendió a entender como era todo, se dio cuenta que el tiempo era una ilusión. Si algo le entusiasmaba, de la manera más extraña jamás vista, era la posibilidad de morir. Con cada noche que dormía, se hacía más a la idea de no estar más un día. Pensar en ello no le quitaba el sueño sino exactamente lo contrario.

 Sin embargo, antes de dejarse llevar por la muerte, era casi su responsabilidad la de cerciorarse que de verdad fuese la última persona en la Tierra. Con tantos vehículos abandonados, no fue difícil tomar uno cualquiera y hacerse a la carretera. No revisó suburbios ni edificio por edificio. Quería irse lejos, empezar de nuevo, como si lo que había pasado fuese muy diferente. Su vida había sido convertida en un juego y lo único sensato era seguir jugando. Detenerse era dejarse morir o, tal vez, dejar que la locura consumiera su cuerpo.

 Circular por las carreteras no fue fácil: muchos vehículos abandonados hacían imposible circular de la mejor manera posible. Pero no se preocupaba porque, de nuevo, sabía que tenía todo el tiempo del mundo. A veces detenía el coche, se bajaba y movía los otros coches para poder pasar. Otras veces le daban por conducir a campo traviesa pero eso tenía sus partes difíciles y tampoco era la idea complicarse la vida sin razón alguna. Con paciencia, llegó a la ciudad más cercana a su ciudad natal. Era más un pueblo que una ciudad.

 Dejó el coche en la mitad del pueblo, adornando la plaza principal, y fue allí donde vio algo en lo que no se había fijado en ningún momento antes: tampoco habían animales. No se había fijado en eso antes, tal vez con demasiadas cosas en la cabeza para pensar y encima, pero ahora que lo pensaba no había visto perros o gatos en todo su recorrido. En lo que había caminando y recorrido en coche no había visto ningún tipo de animal, fuese uno domestico o algo salvaje. Ni siquiera moscas o perros ni cosas más raras. No solo los humanos se habían ido.

 La primera noche en el pueblo fue la última que estuvo allí. Revisó cada casa, mucho más fácil en este caso, y no encontró a nadie aunque sí abasteció su vehículo con muchas botellas de agua y algo de comida que no se dañara con el paso de los días. Ya las tiendas y supermercados olían a podredumbre y entrar a un local para sacar lo que quería no era algo muy placentero que digamos. Se tapaba la boca y la nariz con una bufanda y trataba de demorarse lo menos posible al interior de cualquiera de esos establecimientos.

 Cuando ya tuvo todas sus “compras” listas, arrancó de nuevo. En cada pueblo pequeño que encontraba a su paso revisaba palmo a palmo todo para que no se le escapara otro ser vivo . Pero no había nadie. Cada día se hacía más a la idea que no había nada más y que debía hacerse a la idea de que así sería por el resto de sus días. Después de un mes buscando otro ser humano, decidió que lo mejor era vivir su vida de la mejor manera posible para así no tener que sufrir o arrepentirse cuando llegase el momento de su inevitable muerte.

 Hubiese querido ir lejos, muy lejos. Incluso pensó en pilotar un avión pequeño para realizar su sueño pero se dio cuenta de que no era factible. Nunca sabría si en verdad había aprendido a pilotar bien, solo estando allí dentro. Y si moría en un accidente aeronáutico sería, en su opinión, el mayor desperdicio de su tiempo en la Tierra. Así que lo que hizo fue seguir conduciendo y explorar cada rincón que pudo visitar. Cruzaba fronteras internas y externas. Iba a lugares fríos y calientes Trataba de hacer lo mejor para disfrutar lo que el mundo todavía tenía que ofrecer.

Un mes vivía en una cabaña construida a mano en un hermoso bosque donde siempre hacía más frío que calor. Sin embargo las noches, que parecían no durar mucho, eran un poco más duras de lo normal y debía entonces abrigarse más de la cuenta. Fue por eso que al mes siguiente decidió quedarse en la más linda cabaña de playa que jamás hubiese visto. Seguramente alguien muy rico la había disfrutado en el pasado. Se sentía muy divertido poder vivir así.

 Sin embargo, cada cierto tiempo, le ocurrían unas duras depresiones. Era como si lo golpearan con un martillo llamado realidad. Era muy doloroso tener que volver a pensar en todas las personas que jamás vería, en todo lo hermoso del mundo que ya no existía. Los amaneceres duraban un segundo y la belleza de la vida se había ido para ser reemplazado por un mundo mucho más práctico a la hora de tomar decisiones. Podía hacer lo que quisiera y aún así seguía poniéndose limites. Era algo extraño pero común en el ser humano.

 Los años pasaron, aunque nunca se supo con claridad por donde y hacia donde. El caso es que se sentía muy viejo a pesar de solo verse un poco mayor de lo que había estado en el momento en el que había decidido irse de su ciudad. Era una situación muy extraña. Al buscar medicina que le sirviera en las droguerías abandonadas por las que pasaba, se dio cuenta que nada le servía. Era como si todo se deshiciera antes de consumirlo pero sin que nada entrara en su cuerpo. No habían manera de evitar lo inevitable y al parecer el momento había llegado.


 Se acostó en la cama más confortable que pudo encontrar y se sentó allí a esperar su muerte. La cama estaba de frente a un enorme ventanal, en un hermoso apartamento ultramoderno. Cuando por fin sintió que empezaba a irse, que el aire le faltaba y que su corazón parecía no poder sostenerlo más, tuvo una extraña visión: de repente, cosas aparecían frente a él. Eran como borrones en el aire. Cuando estuvo a un paso de la muerte, los borrones se convirtieron en personas y se dio cuenta que ninguno de ellos jamás se había ido. Su cuerpo y vida eran los que se habían acelerado tanto que los había dejado de ver. Pero ya no más. En su último segundo, se dio cuenta de todo y una última lágrima rodó por su mejilla, antes de volverse polvo.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Otro día de estos

   Es extraño. No siento nada y, a la vez, creo que estoy sintiendo tantas cosas que mi cuerpo cree que no está pasando nada. Al menos mi mente viaja, cada cierto rato, unos meses atrás y revisa una y otra vez los recuerdos que se han ido acumulando. Son muchos y eso me alegra porque siempre se siente bien tener mucho que recordar, mucho que pensar, saber que se ha aprendido bastante a través de un largo periodo de tiempo. Y digo largo porque se trata de un año pero a la larga un año no es nada en lo que se refiere al tiempo y al espacio.

 Sin embargo, en lo que se refiere a mi vida, un año es un pedazo importante de mi experiencia como ser humano. Al fin y al cabo solo he estado en este mundo poco más de veintiocho años así que uno solo de todos esos años es algo importante. Es un año enteros de experiencias físicas y mentales, de desafíos que me impuse y otros que se cruzaron en mi camino, de cosas nuevas y de otras que ya había vivido en varias ocasiones. Todos esos sentimientos están guardados ahora dentro de mi, conservados a la perfección para cuando los quiera recordar o volver a usar.

 También fue un año de nuevas personas y no puedo dejar de decirlo porque si algo define nuestra experiencia humana son las personas con las que nos cruzamos con cierta frecuencia. Quedarán conmigo recuerdos de lo que dijeron y me hizo reír o me hizo pensar, de sus expresiones en diversas ocasiones y, sobre todo, de su presencia en mi vida. Espero que yo permanezca en la de ellos de alguna manera pues creo que esa es la manera de avanzar y movernos por el mundo. Son las personas que conocemos las que de verdad hacen de la vida lo que es.

 Eso sí, no hay que olvidar lo importantes que son las experiencias que se viven por separado, es decir, por uno mismo sin que nadie tenga nada que ver. Viví bastantes de esas, en la oscuridad y bajo el sol, en tierras lejanas y solo a unas cuadras de mis lugares de residencia. Pude vivir cosas que nunca pensé que viviría y pude ver mucho del mundo y de todo lo que tiene que ofrecer, no solo la pequeña porción que en muchos lugares nos hacen creer que es todo lo que hay. El mundo es un lugar vasto y lleno de momentos por vivir.

 Viajar sin duda fue una de las cosas que más disfruté. Sin importar si fuera dentro de una misma ciudad o a un continente totalmente nuevo, disfruté cada momento de esos viajes, tratando de generar tantos recuerdos como fuera posible. Quisiera nunca olvidarme de nada y poder recordar cada pequeño momento pero sé que es imposible. Confío en que mi manera de vivir la vida sea suficiente para que en mi cerebro todo quede correctamente registrado, así podré recurrir a esos recuerdos en el futuro y así divertirme con mis propias anécdotas.

 Hoy me desperté más tarde de lo normal y creo que estoy escribiendo más despacio de lo que suelo hacerlo. La razón, creo yo, es que quiero pensar bien lo que estoy poniendo en este documento porque no quiero que falte nada pero tampoco que sobren cosas, es decir, no quiero decir cosas que no son, exageraciones de aquellas que no son necesarias. Es difícil saber que se está viviendo el último día de un proceso largo y que llega un fin más en mi vida pero no el final de ella misma, que sería muy trágico.

 No sé como sentirme, no sé como reaccionar ante nada. Pero, estando sentado en la cama, casi completamente a oscuras, sé que hoy veré todo con unos ojos bastante especiales. Sé que habrá algo de nostalgia, aunque no sé si esa es la palabra. No es que no me quiera ir pero tampoco es que odie el sitio donde viví por poco más de un año. Simplemente no sé como expresar la multitud de pensamientos y reflexiones que se agolpan en mi cabeza y me marean como ya lo he estado antes. Y ese es mi seguro ante todo esto: ya he estado en esta situación con anterioridad.

 No es mi primera vez dejando un lugar para siempre. No es la primera vez que mi vida sufre un cambio que seguramente será grande, incluso si yo mismo no lo pienso. Solo de escribirlo se me revuelve el estomago y eso que ya me había estado sintiendo mejor, aunque esa es otra cosa. El punto es que cualquier cosa que haya escrito y vaya a escribir en estas tres páginas está ligado a mi baja capacidad de entender todo lo que estoy sintiendo y lo que no tengo ni idea de estar viviendo. Da un poco de miedo, no les voy a mentir. Pero esa es la vida.

 Lo que me da pereza es oír la voces de ciertas personas, gente en general, que me preguntará las mismas preguntas de siempre: ¿Por qué no me quedé aquí en vez de devolverme? ¿Que voy a hacer ahora? ¿Que estoy esperando para pisar el acelerador de mi vida? Creo que las respuestas más honestas no serían muy agradables al oído así que prefiero no escribirlas pero lo cierto es que son respuestas que no tienen porque importarle a nadie más que a mi. Al fin y al cabo son decisiones mías y nadie más puede meterse en eso, por muchas opiniones que puedan tener.

 El día de hoy tengo varias tareas que hacer, algunas planeadas y otras no tanto. Espero que sea un día relajante aunque, siendo sincero conmigo mismo, creo que el estrés ya está empezando a acumularse en mi espalda y cintura y estomago. No se siente nada bien pero supongo que es algo que tengo que enfrentar como ya lo he hecho en muchas otras ocasiones. El punto es saber que estoy dando los pasos correctos y que no estoy olvidando nada. Mejor dicho, que estoy en paz conmigo mismo, que es lo que cuenta al fin del día.

 De hoy a mañana seguro dormiré poco. Es como cuando tenía que madrugar para el primer día de la escuela o de la universidad. Simplemente no podía dormir por la anticipación a ese día que solía ser definitivo por un tiempo. Eso sí, las razones para mi falta de sueño eran ligeramente diferentes en cada caso pero el mismo patrón se repitió durante todos esos años, hasta hoy en día cuando cada vez tengo menos primeros días pero sé que cuando ocurren no podré pegar el ojo por más que quiera.

 Lo que hago es tomar algo de té y distraerme de cualquier manera posible: videojuegos, películas, videos en internet o alguna tarea que no sea importante pero pueda hacer para distraerme. Obligarme a dormir es una tontería pues sé muy bien que no funciona. Lo mejor es ser útil para algo y este año he aprendido muchas cosas que puedo hacer en vez de quedarme mirando el oscuro techo de mi habitación. No es que sepa hacer cosas nuevas ni nada por el estilo sino que me doy cuenta que ya sabía hacer mucho que sirve de algo.

 Escribir es una de esas cosas y escribir tiene diferentes formas y funciones. Eso me distrae a veces y me hace pasar el tiempo, desafiándome un poco a veces como para jugar conmigo mismo. Puede ser divertido o un tanto estresante pero siempre es efectivo a la hora de pasar el rato y cansar un cuerpo como el mío que parece resistirse seguido a caer rendido como lo hacen la mayoría de otros cuerpos. Y cuando me pasa, suele ser en los peores momentos del día, cuando debería de estar haciendo algo mucho más productivo.

 Me estoy alejando del tema central que es este último día. Supongo que me pongo a hablar de otras cosas por lo que ya dije, porque no sé que decir. Pero puedo aprovechar para decir que no tengo resentimiento alguno con esta ciudad ni contra su gente ni nada parecido. Tal vez lo haya parecido en ciertos momentos pero ya se sabe que uno se deja llevar por lo que hacen otros y eso a veces enfurece a la mente y ciega las opiniones. El caso es que sé, estoy seguro, que no odio a nadie y menos a un lugar que me ofreció tanto.


 Mi cuerpo y mi mente agradecen por completo la decisión que tomé hace ya mucho tiempo, le agradecen a mi familia por su apoyo, a la ciudad de Barcelona por su carácter abierto y a todas aquellas personas que, cerca o lejos, estuvieron allí para dejarme hacer parte de al menos un fragmento de sus vidas. Agradezco haber aprendido y haberme dado cuenta de que el mundo es más grande de lo que pensaba, igual que mis habilidades y mi capacidad para asumir la vida tal como viene. Mañana no escribiré pero después esto sigue, porque de este mundo no me quita nadie.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un día mejor

   El café se había enfriado hacía ya un buen rato. En el local, uno de los meseros estaba prendiendo cada una de las velas en las mesas. Quitaba la cobertura de vidrio en forma de globo y prendía con un encendedor el fuego que cubría de nuevo con el vidrio. Esto lo hizo bastantes veces hasta que todo el local quedó iluminado con esa luz naranja y algo mortecina. La luz de día estaba muriendo y, al parecer, era mejor reemplazarla con cualquier cosa que usar luz artificial potente.

 Cuando el joven que lo había atendido vino a llevarse el café, Pedro no sabía si pedirle que le calentara el café para estar más tiempo o si debía usar el camino de la dignidad, un camino que rara vez usaba, e irse a casa a hacer algo más productivo que esperar por alguien que obviamente no iba a venir. El mesero se llevó el café y regresó minutos después con el recibo correspondiente en el que le cobraban a Pedro las tres tazas de café consumida o, mejor dicho, pedidas.

 Pedro se levantó de la silla metálica, y se retiró pronto del local. Las calles ya estaban iluminadas con una luz blanca potente pero a él eso le importa muy poco. Lo único que ocupaba su mente era su razón para haberse quedado allí todo ese tiempo. Esperaba a una persona que no había visto hacía años. Por eso no estaba tan molesto como si hubiese sido alguien que de verdad conociera pero igual era una situación muy extraña, algo decepcionante.

 Habían quedado de verse pues Miguel parecía tener muchas ganas de ver a Pedro y así poder recordar viejos tiempos. Pero nada de eso había pasado. Mientras caminaba a casa, Pedro se dio cuenta que había hecho una excepción a su propia regla de evitar a toda costa hablar con gente de su pasado que pudiese no ser completamente objetiva o graciosa. Si no había de las dos cosas, no era interesante.

 Pedro llegó a su casa caminado, sin haberse dado cuenta. Tenía tanta rabia y pensaba tantas cosas que ni se había dado cuenta de todo lo que había caminado. Entró al supermercado cerca de su casa por unas cosas y luego sí se encaminó a su hogar. La verdad era que tenía mucha hambre pues se había saltado el almuerzo para poder comer algo con su compañero pero ese había sido otro error.

Compró una pizza congelada y dos latas de cerveza.  Pagó y en unos cinco minutos estaba en su apartamento. Para su sorpresa, cayó rendido en el sofá. Dejo la bolsa en el suelo y así, en la oscuridad de una noche sin estrellas, Pedro se quedó profundamente dormido. No tuvo sueños ni nada parecido, solo un sueño bastante plácido.

 Despertó al otro día, todavía vestido y con dolor de cuello por a extraña posición en la que se había acomodado en el sofá. Menos mal que cuando despertó eran apenas las siete de la mañana de un sábado. Como no trabajaba ni le debía nada a nadie, decidió irse a la cama de verdad y dormir por un rato largo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo que se sentía cansado, incluso antes de lo del café. Era como si tuviera algo sentado encima que se rehusaba a moverse.

 Cuando despertó por fin eran las once de la mañana. Antes de hacer el desayuno, guardó la pizza que se había ido descongelando en el suelo de la sala y la cerveza que estaba algo tibia. Fue mientras vertía la leche sobre el cereal que escuchó el escandalo que hacía su celular desde la habitación. Pero estaba tan descansado y en paz que decidió no contestar. Tal vez sería otra vez Miguel para disculparse, algo que a él no le interesaba en nada. O tal vez era de trabajo y no quería saber nada de ello por algunas horas.

 Comió su cereal frente a la televisión, mientras veía un programa de esos que hay miles, en los que muestran como es la vida salvaje de algún lugar remoto del mundo. Estaba muy tranquilo con las imágenes y entonces de nuevo el timbre de su celular. Estuvo de verdad tentado a contestar, tanto así que se había puesto de pie sin darse cuenta, pero no podía caer en la trampa de dejarse convencer por argumentos vacíos. Debía hacerse respetar de alguna manera.

Cuando acabó de desayunar, fue a la habitación y guardó el celular en un cajón lleno de ropa, así el ruido no sería escuchado por todos lados si llamaban de nuevo.  Se ducho por un largo rato y, al salir, tuvo ganas de dormir otra siesta pero tal vez no sería la mejor opción estar durmiendo así que se decidió por ver en sus correos si las llamadas habían sido de trabajo. Si era dar respuesta a dudas de sus clientes, no sería nada difícil contestar en un momento  y seguir adelante.

 Pero en ninguna de sus cuentas de correo había nada de verdad importante. Así que no eran la razón para que su celular se moviera como loco. Como no tenía trabajo, decidió que sería un día nada más para él. Vio toda una película que había estado posponiendo durante varios días y luego salió a comer a un restaurante cercano que servía una comida muy rica.

 Fue un día bastante bueno para Pedro. Cuando volvió a casa, después de buscar en un centro comercial el regalo para su el cumpleaños de su sobrina el fin de semana siguiente, se dirigió a su habitación y sacó el celular de entre las varias capas de ropa gruesas entre las que descansaba. Se sentó en la cama para revisarlo.

 Habían mensajes de texto, llamadas perdidas y mensajes en escritos en varias aplicaciones. De hecho, la llamada más reciente había entrado hacía apenas diez minutos, por lo que una nueva llamada era inminente. Aunque sintió algo de lástima por Miguel, había tenido todo el día para pensar que no era una persona que se mereciera su amistad. Ni siquiera habían sido capaces de mantener una amistad ni nada parecido, eran solo gente que iban al mismo lugar por varios años consecutivos pero esa es la misma experiencia de vida de todo el mundo con el colegio.

 Pedro dejó el celular en el escondite entre la ropa gruesa y cerró con fuerza el cajón. Le daba un poco de rabia que Miguel fuese tan insistente: era como si se le olvidara que no eran amigos de nada y que no podía llegar así como así. Pedro trató de olvidar lo ocurrido y decidió terminar su día con una ducha con agua tibia y una película más en la cama. El sueño casi no llega y, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Pedro pudo escuchar un zumbido lejano.

 No tuvo que pensar por mucho tiempo para concluir que lo que escuchaba era sin duda su celular en el cajón. Vibraba con fuerza, como si hiciera temblar todo el armario. Obviamente eso no era posible para un objeto tan pequeño, pero para pedro era como si con cada vibración, aumentara la cantidad de gente que lo miraba con desaprobación por no contestar la llamada. Dudó por un tiempo largo, en el que la vibración se detuvo pero luego empezó de nuevo.

 Harto de la situación, Pedro se puso de pie de un golpe y se dirigió al armario para sacar el celular. Contestó pero antes de decir nada una voz le agradeció que contestar. Reconocía la voz de Miguel. Al comienzo no dijo nada más que eso y Pedro tuvo muchas ganas de colgar de nuevo. Pero luego, poco a poco, pareció recordar que estaban al teléfono y no por ahí en la calle. Empezó a hablar del pasado, de una vez, seguramente porque sabía que eso interesaría a Pedro.

 Estaba equivocado. Pedro no entendía en los más mínimo que era lo que Miguel quería de toda la situación. Había sido un maldito deportista en el colegio y parecía vestir exactamente lo mismo que entonces. Como siempre, su voz era monótona extremadamente aburridora. Era increíble pensar que alguien quisiera escuchar su voz todos los días.

 Pedro solucionó todo tomando el celular, abriendo su ventana y lanzando el aparato lo más lejos posible. Sabía que tendría que comprar uno nuevo, ojalá con otro número, pero es que a veces ver gente tan extraña que no tiene el mínimo sentido del respeto, no es algo que se pueda tomar a la ligera. De Miguel no supo más, pero le agradeció siempre ese día casi perfecto.