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lunes, 12 de marzo de 2018

Adiós a la República


   Las explosiones se sucedieron la una a la otra. Desde la terraza del apartamento se veían con claridad los focos que se estaban encendiendo poco a poco a lo largo y ancho de la ciudad. Era casi un milagro que tuvieran semejante vista del caos que estaba desatándose por todas partes, pero ciertamente no había sido nada planeado. La fiesta había sido programada hacía mucho tiempo y todos los asistentes sabían que iban a estar allí, en una ladera de la montaña, observando la ciudad de noche.

 También estaba claro que todos sabían muy bien del estado de las cosas en el país: después de un periodo breve de estabilidad, las cosas se habían puesto feas de nuevo. Pero, como siempre en el pasado, empezaron por ponerse mal en lugares donde no vivía mucha gente. A las personas de las grandes ciudades poco o nada le importaban las cosas que pasaban allá lejos, donde no vivían ni compraban, donde no tenían propiedades ni había actividades que les interesaran.

  Las explosiones les recordaron el país en el que vivían y el momento por el que muchos estaban pasando. Mientras ellos bebían champaña y hablaban de su última compra, fuera un automóvil ultimo modelo o un viaje al Caribe, allá abajo la gente sufría. No inmediatamente abajo, donde estaban los barrios de los ricos y poderosos, barrios con cercas y patrullas de seguridad por todas partes. No, mucho más allá, donde la tierra empieza a aplanarse y la gente se mezcla con más facilidad.

 Algunos podían jurar que oían los gritos de las personas cerca de las explosiones. Pero eso era imposible puesto que los focos que se encendían, enormes hogares hechas de un fuego incontrolable, estaban muy lejos y debía ser imposible escuchar a nadie desde el lugar en el que estaban. Alguien entró de repente, un mesero, escuchando una radio que puso sobre una de las mesas cubiertas con una tela que podría pagar la comida de su familia por días. Él escuchaba las noticias.

 Al parecer, un grupo había surgido de la nada y reunía a miles de personas que se habían cansado del estado de las cosas. Las explosiones al parecer no eran ataques contra la población sino contra aquellos que había amasado fortunas y propiedades, haciendo que todas las riquezas del país fuesen solo de ellos, unos pocos, y no de todos. Según la mujer que hablaba por la radio, una enorme turba de estos rebeldes caminaba a esa hora, casi en silencio y a oscuras, hacia la sede central del gobierno. Al parecer, la idea era cercar al presidente y a quienes estuvieran por ahí a esa hora.

 De pronto hubo otra explosión y esa generó gritos y un escandalo apabullante. La onda explosiva rompió la vitrina del salón y tumbó a algunas de las personas al suelo. La bomba había explotado ahí abajo, ahora sí en los barrios donde muchos de ellos vivían. Y ahora sabían que estaban escuchando gritos, sabían que lo que sucedía les sucedía a sus familias, amigos y conocidos. Allí abajo, había un edificio entero en llamas y había gente vestida completamente de negro marchando por doquier.

 Aunque algunos de los asistentes a la fiesta salieron corriendo del susto, la mayoría supo pensarse mejor las cosas y se quedaron quietos donde estaban. De hecho, cerraron las puertas del lugar e hicieron silencio. Estaba claro que los rebeldes estaban buscando gente, tal vez utilizando las bombas para hacer que la gente saliera de sus casas y ahí matarlos o quien sabe qué hacerles. Estaba claro que eran unos animales y que venían por ellos para sacrificarlos por los crímenes que creían haber cometido.

 Hay que decir que nadie en ese salón de fiesta pensaba en si mismo como un criminal. Era cierto que muchos eran dueños de grandes empresas y consorcios que habían ganado millones a través de contratos con el gobierno y con empresas de gente del gobierno. Todo era un pequeño circulo en el que la misma gente siempre se rotaba los negocios y el dinero. Prácticamente nunca surgía alguien nuevo y si eso sucedía, era porque alguien lo manejaba o era el hijo desconocido de algún magnate.

 Muchos de los asistentes, ahora agazapados en el suelo e incluso debajo de las mesas, tenían tierras en otras regiones. La mayoría las tenían produciendo aún más dinero, fuera con plantaciones de alguna fruta o verdura o con ganado de gran calidad. Nada se perdía en sus manos. Excepto las mismas tierras que alguna vez habían pertenecido a otros pero que con la guerra y la sangre se habían ido pasando de mano en mano hasta llegar a ellos. Y su manera de compensar eran con unos pocos trabajos mal pagados.

 Otra explosión sacudió el recinto. Esta vez, había ocurrido en el edificio en construcción junto a la puerta principal del club. Vieron como las vigas se incendiaban en poco tiempo y como el cemento y el hierro se prendían como una antorcha en medio de la noche. Era gracioso como cuando se fue la luz no pensaron en nada malo y solo lo hicieron cuando la primera llamarada se encendió allá lejos, como una almena olvidada hace años. Ahora en cambio estaban asustados, temían por sus vidas. Su poder y riqueza era obsoleto en ese preciso instante.

 Muchos se arrepentían de estar allí. Tantas fiestas y tantos eventos a los que asistían, solo para que los demás pudiesen ver lo ricos y poderosos que seguían siendo. Porque incluso entre ellos había una pelea a muerte por saber quién estaba arriba de todos, quién era el pez más gordo. Y tenía que ser uno de ellos porque ciertamente no era el presidente ni ninguno de los profundamente corruptos senadores y representantes que hacían de todo menos su trabajo. Eran ratas en un barco que se hundía.

 Ratas que sabían muy bien como manejarse en ese barco y como resistir allí hasta el final. Eran ellos los que hacían que el país diese dos pasos hacia delante, para que las personas en casa pensaran que las cosas no estaban tan mal como lo decían algunos. Pero luego, sin cámaras ni tantos bombos y platillos, tomaban decisiones que hacían que todo quedara exactamente igual, sin ningún cambio. Era como si al país se le aplicara cada cierto tiempo una delgada capa de maquillaje.

 Sin embargo, ahora se necesitaría mucho más que maquillaje para tapar el hecho de que todo lo que había sido el país iba rodando cuesta abajo. La corrupción ya no era sostenible puesto que, en los campos, ya no había nada más que robar. Y el dinero en las ciudades no era eterno tampoco, aunque podrían estirarlo por décadas si es era la idea. Sin embargo, los rebeldes cortaron todo ese proceso de un tajo, en un solo día. Terminaron con un proceso de siglos en segundos.

 Rebeldes no es la palabra adecuada pero tal vez no sea del todo inadecuada. Son rebeldes porque no quisieron seguir con la norma establecida pero la palabra tiene una connotación tan negativa, que es casi imposible no pensar en un rebelde como alguien sucio y sin educación que lo único que quiere es hacer que el mundo sea como él o ella lo piensan, sin importar el bienestar de todos. Pues bien, eso último no eran ellos. E incluso si lo hubiesen sido, la verdad era que ya no tenía ninguna importancia.

 De repente, un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro entraron en el salón. Tenían armas pero también mochilas que parecían llenas. Los asistentes a la fiesta pensaban que hasta allí habían llegado sus vidas, por lo que ofrecieron la nuca en silencio, aceptando su destino.

 Pero los llamados rebeldes no los mataron. Los encadenaron con unas esposas plásticas bastante seguras. Los hicieron salir de allí y seguirlos en caravana. Todos iban a ir a la plaza fundacional de la ciudad. En ese lugar moriría la antigua república. Tal vez habría un nacimiento. Tal vez…

miércoles, 14 de febrero de 2018

Rebeldes (Parte 1)


   Todo el lugar era un caos. Había explosiones sin cesar y gritos que trataban de romper el muro de ruido que la batalla había armado en ese otrora hermoso campo. Era increíble pensar que hasta hacía muy poco, pasto de un verde intenso crecía allí. Un pasto que los granjeros veían apropiado para sus rebaños, pues era una tierra de todos y la naturaleza se había encargado de que el lugar fuera casi como un santuario para la vida silvestre. Lamentablemente, el paraíso no duró para siempre.

 La mayoría de los combatientes portaban un uniforme blanco que, por alguna extraña razón, no se manchaba con nada. Algunos decían que tenía propiedades mágicas, producto de las alianzas formadas durante la guerra. Muchos seres oscuros y peligrosos habían surgido de las entrañas del mundo y algunos de ellos estaban allí, en la mitad del campo de batalla. Algunos eran monstruos horribles que podían quebrar un cuerpo en dos con sus mandíbulas y otros eran seres que se veían más normales pero que tenían habilidades particulares.

 Escondidos detrás de una duna de tierra negra, Al y Chris esperaban el momento justo para su ataque. Ellos estaban del lado contrarios de las tropas de blanco. Vestían ropa común y corriente pero también tenían sus haces bajo la manga. Sin embargo, sus superiores les habían recordado que no podían usar nada de lo que sabían antes de tiempo, para evitar que el enemigo los tomara pronto como objetivo de sus ataques. La idea era pasar desapercibidos hasta el momento adecuado.

 Habían estado escuchando las explosiones por un buen rato, habiendo aparecido en el lugar justo antes de que las tropas blancas decidieran atacar, aunque los rebeldes vestidos de ropa común estaban listos para la embestida. Eran menos numerosos pero más difícil de atrapar por su gran agilidad, una cualidad que habían obtenido tras años de correr por entre las calles de las ciudades dominadas por los Blancos. Tenían que aprender a robar para sobrevivir en el mundo.

 Chris miró a Al y asintió. Al hizo lo mismo y desapareció de golpe. No corriendo ni volando ni haciendo nada de lo que haría una persona común y corriente. Al tan solo había desaparecido y aparecido de pronto un kilometro al norte, desde donde tendría una perspectiva diferente de la batalla. Era un terreno algo escarpado, por lo que su visión sería perfecta. Los Blancos habían tomado la posición ventajosa. Con un golpe fuerte, podrían vencer a los rebeldes empujándolos al mar. Y por muy recursivos que fueran, no todos sobrevivirían la caída al agua.

 Al de nuevo desapareció desde donde estaba y apareció al lado de Chris. Con una mirada, Chris supo que Al había confirmado lo que ya sabían. No solo que los Blancos tenían la clara ventaja en la batalla, sino que habían ignorado proteger uno de sus flancos por la soberbia misma que los sostenía en el mundo. Ese era el sitio para atacar y ellos dos eran el arma secreta de los rebeldes para cambiar el rumbo de las cosas en el mundo y por fin poder respirar en paz.

 Al y Chris se tomaron de la mano y esta vez los dos desaparecieron. Aparecieron casi al mismo tiempo detrás de unos arbustos. Cuando miraron por entre las hojas, los últimos soldados Blancos pasaban casi corriendo para unirse a la batalla. Para ellos habría grandes riquezas y recompensas si se unían a las peleas que su gobierno armaba contra minorías que no tenían como defenderse. Al menos no hasta ahora. Puesto que los rebeldes habían sacrificado muchas vidas por una victoria.

 Después de unos minutos, los dos hombres salieron de entre los arbustos. Se miraron una vez más y supieron que ese era el último momento que estarían juntos. Habían sido pareja en el grupo de infiltraciones por meses, reuniendo información de las tácticas militares de los Blancos y de ese preciso lugar alejado, a propósito, de grandes zonas habitadas que podrían haber sido afectadas con una batalla de semejantes proporciones. Eran jóvenes pero su conocimiento era vasto.

 Sus ojos se quedaron entrelazados unos segundos más. Entonces, Chris miró hacia la batalla y, sin dudarlo, corrió gritando con todas sus fuerzas. De repente, su cuerpo empezó a quemarse. Llamas cubrieron su cuerpo de un momento a otro e incluso fue capaz de elevarse del suelo y volar por encima del campo negro.  Y sus poderes no terminaban allí: desde la retaguardia, lanzó llamas de un intenso color amarillo hacia los Blancos. Los fue encerrando con cercas de llamas de dos metros.

 Los soldados Blancos estaban aterrorizados. Nunca habían sido testigos de algo semejante. Sabían que había gente con poderes extraños, ellos mismo habiendo negociado con algunos de ellos para aprovechar sus poderes en el campo de batalla y en la vida diaria para intimidar al que necesitaran hacer pensar dos veces sobre sus acciones. Pero ese hombre en llamas era algo completamente distinto. No solo su poder era intenso en todo el sentido de la palabra, su sola silueta en el cielo nublado era suficiente para hacer correr a cualquiera, antes de morir calcinado.

 Al también se había unido a la batalla, tratando de ayudar a los rebeldes empujados hacia el mar a retomar terreno. Usando su poder de transportación instantánea, podía golpear a varios soldados separados por varios metros, casi al mismo tiempo. Su velocidad y la ferocidad de Chris habían sido las armas secretas de los rebeldes. Y parecía que la estrategia estaba funcionando a las mil maravillas, puesto que los Blancos parecían querer retirarse pero no podían por los muros de llamas.

 Los dos jóvenes estaban seguros de haber hecho lo correcto al proponer semejante ataque. Sus superiores habrían preferido esperar un poco más de tiempo para irse de cabeza contra los Blancos, pero Al y Chris los convencieron de que un ataque frontal y definitivo era la mejor idea, sobre todo porque evitaría la muerte de muchos otros que estaban siendo masacrados o torturados en las ciudades, solo por haber robado una pieza de pan o por querer evitar el servicio militar obligatorio.

 Los rebeldes tenían ganado el día. O casi. De la nada, más soldados Blancos y más bestias salidas del infierno mismo aparecieron para enfrentar a los rebeldes. Una de ellas tenía un aspecto parecido a un murciélago gigante. Fue ella quién atacó con magia negra al hombre en llamas y lo tumbó del suelo, cayendo a tierra con un golpe seco. Allí, se enfrentó a soldados Blancos a puño limpio. Mantuvo su posición un rato pero ellos eran muchos más y sus llamas se habían apagado por el esfuerzo.

 La murciélago bajó de los cielos y lo golpeó una y otra vez. Chris quiso usar su poder pero no podía, estaba exhausto. La criatura lo apretó contra el suelo y rió, de la manera más espeluznante posible. Dijo algo en un idioma extraño y uno de los soldados le pasó una delgada espada. La criatura blandió la espada y, por un segundo, todo parecía terminar. Sin embargo, Al había visto a Chris caer del cielo y había corrido hacia su compañero. Como pudo, se movió como bólido entre el enemigo.

 Apenas estuvo detrás de la criatura, se agachó de golpe y tomó a Chris por uno de sus tobillos. La espalda cayó con fuerza pero en el suelo no había nadie a quien matar. La criatura había perdido a su presa pero tenía muchos otros rebeldes que aplastar. Los Blancos ganaban, de nuevo.

 En un lugar lejano, sin caminos ni gente, aparecieron los dos rebeldes apenas respirando. Chris estaba todavía de espaldas, esperando sentir la espada penetrando su cuerpo. Pero entonces sintió algo en un pie y vio que era Al, herido de gravedad justo antes de transportarlo a un sitio seguro.