Mostrando las entradas con la etiqueta profesora. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta profesora. Mostrar todas las entradas

viernes, 19 de mayo de 2017

Solo bailar

   Practicar era lo principal. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba la mochila que ya estaba llena con lo que pudiera necesitar y se iba a la academia. Allí, tenía un salón para él solo durante seis horas. En esas seis horas podía practicar lo que más le gustara. Usualmente trataba de ejecutar la rutina completa para ver cuales eran los puntos débiles o, mejor dicho, que podría mejorar de lo que tenía que hacer. Durante la última hora, tenía casi siempre la ayuda de la que había sido su maestra.

 La señorita Passy era una mujer ya entrada en años pero seguía siendo tan vigorosa como siempre. Durante su juventud en Francia, había decidido viajar como mochilera por el mundo. Por circunstancias fortuitas tuvo que quedarse más tiempo en el país de lo que hubiese deseado y por eso se quedó para siempre. Había estudiado danza clásica por años así que con la ayuda de amigos puso la academia, donde contrató a otros para enseñar varios estilos de baile.

 Para Andrés, practicar con ella era como hacer su rutina con el público más exigente posible. La mujer jamás se guardaba una critica y las hacía siempre en la mitad de la coreografía, sin importarle si Andrés se tropezaba y perdía la concentración a causa de su actitud. Un buen bailarín tenía que estar por encima de eso y poder corregir en el momento, sin dar un traspiés. Para el final de la sesión, eso era lo que el chico hacía y la mujer quedaba más que alegre por el resultado.

 Al mediodía, Andrés tenía que ir a trabajar medio tiempo a un restaurante para poder tener el dinero suficiente para no tener que pedirle a nadie ningún tipo de ayuda. La danza como tal le daba dinero pero jamás era suficiente. Para eso debía bailar con los mejores y en otro país donde su pasión fuese mucho mejor recibida. Había enviado videos y demás a varias academias y compañías fuera del país pero jamás le habían contestado. Así que su sueño de ser famoso debía esperar.

 En el restaurante debía limpiar las mesas después de que los clientes se iban. Además, era la persona asignada si, por ejemplo, alguien tiraba su comida al piso o se le caía un vaso con refresco o emergencias de ese estilo. Al comienzo se sentía un poco mal al tener que hacer un trabajo así, pero después de un tiempo se dio cuenta que necesitaba el dinero y no podía ponerse a elegir lo que le gustaba y lo que no de cada empleo. Ya era bastante difícil conseguir algo que hacer así que no lo iba a arruinar así no más. Sin embargo, se la pasaba todo el tiempo pensando en el baile.

 Cuando limpiaba las mesas imaginaba que sus manos eran bailarines dando vueltas por el escenario. Lo mismo pasaba cuando limpiaba los pisos y por eso era seguido que uno de sus superiores lo reprendían por no hacer su trabajo con mayor celeridad. El siempre se disculpaba y trataba de empujar el pensamiento del baile hasta el fondo de su cabeza pero eventualmente volvía y se le metía en la cabeza con fuerza. Era como un virus pero en este caso él lo quería tener, sin importar nada.

 Su trabajo de medio tiempo terminaba a las siete de la noche. Eso quería decir que cuando lo contrataban para una obra, tenía el tiempo justo para poder llegar al teatro y prepararse. Normalmente solo tenía media hora o menos para maquillaje y vestuario pero siempre lo lograba y nunca estaba demasiado cansado para nada que tuviese que ver con el espectáculo. Una vez en el escenario era como si hubiese estado viviendo allá arriba por muchos años, y así se sentía.

 Le encantaban las luces que oscurecían al público y se enfocaban solo en él. Le gustaba también vestir de mallas y sentir que su cuerpo se aligeraba sin la presencia de ropa innecesaria. Quitarse los zapatos deportivos que había tenido puestos en la tarde para cambiarlos por los duros zapatos de ballet, era para él un proceso casi parecido a una ceremonia religiosa. Era lo que más le tomaba el tiempo en la preparación y eso era porque para él era una parte esencial del espectáculo.

Una vez arriba, en el escenario, hacía su rutina de la mejor forma posible. No se retraía en ninguno de sus pasos y, sin embargo, tenía siempre presente las palabras de la profesora Passy. Corregía en la mitad del movimiento y seguía como si nada, disfrutando del baile que lo hacía sentirse sin nada de peso, como si flotara por todas partes. La presencia de otros bailarines y bailarinas era para él algo sin importancia. La verdad era que siempre se veía solo sobre el escenario.

 Lo mejor de todo era cuando la función terminaba y el público se pone de pie y aplaudía. Era como si hicieran un enorme muro de ruido que era solo para esos pocos que habían estado sobre el escenario. Lo mucho que lo llenaban esos aplausos y gritos, era algo casi inexplicable. Era un sentimiento hermoso pero muy difícil de explicar a personas que nunca lo hubiesen vivido en carne propia. Estar sobre un escenario era estar en un rincón del mundo donde la atención está concentrada solamente sobre ti durante un corto periodo de tiempo. Y eso es el cielo.

 Su llegada a casa era siempre, hubiese o no espectáculo, después de las once de la noche. Llegaba rendido pero siempre esperando el día siguiente en el que seguiría su camino hacia convertirse en el mejor bailarín del mundo. Era increíble como nunca se desanimaba, como no dejaba caer sus brazos y simplemente se rendía ante un mundo que no parecía muy interesado en lo que él hacía y mucho menos en recompensarlo por ello. Sí lo pensaba a veces pero no dejaba que el sentimiento negativo ganara.

 En casa se bañaba por la noches, con agua caliente. No se tomaba mucho tiempo allí adentro pero sí lo disfrutaba bastante pues era el momento en el que más se relajaba en el día. La ducha era el único lugar que sentía como seguro, en el que podía ser él mismo por unos segundos y no pasaría nada, no habría consecuencias. Si tenía que golpear la pared de la rabia, lo hacía. Si tenía que llorar, ese era el lugar. Era su lugar y su momento para sacar todo lo que le apretaba el pecho.

 Al salir de la ducha, podía respirar mejor. Usualmente comía algo ligero y se iba a la cama antes de que fuera demasiado tarde. Al fin y al cabo tenía que despertarse de nuevo a las cinco de la mañana el día siguiente para volver a empezar la rutina que, con el tiempo, le daría ese momento clave que él buscaba desde que era niño. Creía que la disciplina era la clave para conseguir que sus sueños se hiciesen realidad. Y si seguía así, eventualmente podría bailar en mejores lugares.

 Ya acostado, pensaba en otras cosas que no fueran baile. Con frecuencia sus pensamiento se iban con su familia pero pensar en ellos lo hacía sentir rabia. Ellos no habían querido que el bailara y mucho menos ballet. No les interesaba en el lo más mínimo poder verlo flotar en el escenario. Explicarles su proceso a ellos sería casi imposible y tal vez por eso no le interesaba en lo más mínimo hacerlo. Por eso era independiente, no quería tenerlos reclamándole encima todos los días.

 El único día que no ejecutaba su rutina eran los domingos. Ese día la academia estaba cerrada, así como el restaurante. Estiraba un poco en casa pero de resto, no hacia mucho. Veía películas o salía a caminar. De pronto por eso era que, para él, el domingo era el peor día de la semana. Todo tipo de pensamientos lo invadían, normalmente alejados por el baile. Además, se sentía algo inútil y se aburría.


 Pero la semana no demoraba en volver a comenzar y esa era su vida.

viernes, 21 de octubre de 2016

La muerte de Bigotes

   El viaje desde la veterinaria hasta la casa fue el más deprimente que jamás hubiesen hecho. Ninguno de los pasajeros de la camioneta hablaba, ni siquiera parecía que respiraran. Estaban tan tristes y tan confundidos, que no sabían que hacer o que decir o como actuar. Al fin y al cabo que se les había muerto su querido Bigotes, el gato con el que habían convivido por más de cinco años. No había muerto de vejez sino por una extraña enfermedad que el da a los de su especie. Habían tenido que tomar la decisión de ponerlo a dormir y eso los tenía pensativos a todos.

 En el asiento trasero, iba el pequeño Nico. Había llorado desde por la mañana, cuando encontró a Nico casi sin vida al lado de su plato de comida y agua. Todas las mañanas el niño tenía la costumbre de visitar al gato en su habitación al lado de la cocina. Lo encerraban allí por las noches porque ya había sucedido que se salía a la calle sin previo aviso y se pasaban un buen par de horas buscándolo por todos lados. Así que decidieron cerrar la puerta en la noche y así enseñarle a Bigotes que no podía irse adonde quisiera, cuando quisiera

 Pero eso no había ayudado esta vez. La enfermedad, al parecer, había avanzado lentamente por mucho tiempo y para cuando Nico lo encontró estaba en un estado en el que ya no se podía hacer nada por él. Fue difícil tatar de explicarle a Nico lo que pasaba. Lloraba tanto que no se dejaba explicar lo que sucedía y cuando dejaba de llorar parecía que las palabras no tenían sentido para él. Bigotes era su mejor amigo, dicho por él mismo. La verdad era que el gato y el niño sí tenían una conexión especial, poco común se podría decir.

 Cuando durmieron a Bigotes, Nico empezó a gritar y a patalear tan fuerte que muchas de las mascotas que esperaban ser atendidas tuvieron una pequeña crisis nerviosa por el ruido y el alboroto. El padre de Nico tuvo que sacarlo a la calle y allí calmarlo un poco. Quiso comprarle un helado o caramelos pero el niño se negó, llorando como si tuviera reservas eternas de lágrimas. Cuando volvieron adentro, ya todo estaba hecho y la veterinaria tuvo la buena idea de que el niño pudiese despedirse de su amiguito. Fue un momento muy duro para los padres y el resto de presentes.

 Tuvieron que esperan un rato más pues en el mismo lugar incineraban los cuerpos de las mascotas y daban los restos a la familia para que pudiesen enterrarlas o lanzarlas en algún lugar especial o lo que quisieran hacer. En el viaje de vuelta a casa, la cajita estuvo quieta en el asiento al lado del de Nico, que le echaba miradas a la cajita y parecía estar a punto de llorar de nuevo pero parecía controlarse y no lo hacía. Apenas llegaron a la casa, Nico subió corriendo a su cuarto y se encerró allí sin decir una palabra a sus padres.

 Ellos tomaron la cajita y la pusieron en el cuarto que había ocupado Bigotes. Incluso para ellos había sido una experiencia dura pues en muchos de los recuerdos más alegres de la familia, Bigotes había estado presente. Era la mascota de la familia y tenían miles de fotografías que lo probaban. Nico tenía solo ocho años y para él ese gato había estado allí toda su vida, compartiendo con él y jugando. Debía ser muy duro y los padres trataron de discutir como hacerle entender que era algo normal y que no podía ponerse triste por lo que había ocurrido.

 Al parecer, Bigotes tenía una enfermedad que atacaba a través de la sangre, haciendo que de un momento a otro no pudiese caminar ni hacer ningún movimiento brusco. Era como si el cuerpo se le apagara de un momento a otro. La veterinaria les explicó que era poco común pero que ya lo había visto ocurrir y no había manera de prevenirlo o de hacer nada para remediar la situación. La recomendación de cremarlo también fue de ella pues pensaba que podía ser lo mejor cuando se trataba de enfermedades tan extrañas como esa.

 Esa noche, Nico no quiso bajar a comer. Ni siquiera la promesa de dos bolas de helado con chicles fue suficiente para convencerlo. No quisieron entrar de golpe al cuarto porque querían respetar el duelo de su hijo pero cada cierto rato pasaban frente a la puerta y preguntaban si estaba bien. Él siempre respondía, con la voz desganada y claramente cansado y todavía muy afectado por lo que había pasado. Como era jueves, decidieron no mandarlo a la escuela el viernes y que tuviesen tres días para procesar su dolor por el gato.

 El viernes no salió pero por lo menos dejó que su madre le pusiera en el escritorio un plato con comida. Cuando ella lo buscó más tarde, no había comido casi nada y se la pasaba en el suelo haciendo nada o en la cama acostado sobre su pecho. Les rompía el corazón ver a su hijo así y estuvieron a punto de llamar a un psicólogo infantil pero el papá de Nico dijo que el luto era normal y que Nico debía procesarlo a su manera, sin apurarlo ni nada por el estilo. Debía ser él el que les dijera cuando estuviese listo.

 Para el sábado en la noche, Nico ya salió de su habitación y se quedó con ellos en la sala para ver una película. A propósito, su padre puso una que sabría que le gustaría y el niño se mantuvo entretenido lo que duró la película pero en ningún momento soltó una carcajada ni nada parecido. Pero estaba allí con ellos y eso era un avance. El fin de semana terminó de manera similar aunque cuando lo acostaron el domingo por la noche, Nico preguntó a sus padres que se sentía morir.

 La pregunta los cogió fuera de base. No debía haber sido así pero no sabían muy bien como responder. Tratando de ser cuidadosos, le explicaron al niño que las personas solo morían una vez y que por eso nadie sabía muy bien lo que se sentía. Además, no todos mueren igual entonces por eso era muy difícil responder la pregunta. Entonces, Nico preguntó si a Bigotes le había dolido la inyección de la doctora y ellos se apuraron a decir que no, que seguramente había sentido mucho sueño y que así había ocurrido todo. No preguntó nada más.

 Al otro día ya tenía escuela. Cuando llegó en la tarde parecía más alegre, más energético. Pidió tomar una leche con chocolate y poder ver dibujos animados antes de hacer las tareas. Todo el tiempo que estuvo en la sala se rió de las situaciones que veía y la madre quedó sorprendida. Todo se explicó al otro día, cuando tuvo que ir a la escuela y la profesora le contó que su hijo había preguntado en clase sobre la muerte. Al comienzo había sido difícil responder pues no era una pregunta que hiciese un niño de esa edad en la escuela.

 Pero según la profesora, fueron los compañeros de Nico los que empezaron a responder y a contar sus propias experiencias. La mayoría había tenido mascotas y habían pasado por situaciones parecidas. Los que no tenían mascota, habían tenido familiares que también habían enfermado y muerto y le explicaron a Nico cada una de sus experiencias. La profesora no intervino mucho pero se dio cuenta de que era el mejor espacio para el que niños tan jóvenes hablaran de lo que la muerte era para ellos y como la percibían en sus vidas.

 Cuando sonó la campana del recreo, los niños siguieron hablando del tema y ella tuvo que hacerlos salir para que tomaran aire y comieran algo. Muchos siguieron discutiendo durante el recreo pero cuando volvieron al salón de clase ya todo parecía haber sido hablado porque pudo retomar el tema original de la clase sin ningún problema. El punto era que Nico había superado la situación por el mismo, sin ayuda de nadie y haciendo las preguntas correctas y a las personas correctas. Era eso lo que necesitaba desde el comienzo.


 El fin de semana siguiente fue el entierro de las cenizas de Bigotes en el patio trasero de la casa. Nico no quiso lanzarlas porque quería tenerlo cerca. Sus padres estuvieron de acuerdo. El mismo cavó el huevo, echó las cenizas y tapó con tierra. Cada uno dijo algunas palabras y al final la madre plantó algunas semillas que prometió a Nico crecerían para ser flores hermosas que les recordarían a Bigotes para siempre. El niño sonrió y desde ese día maduró un poco.

miércoles, 29 de abril de 2015

Por amor al arte

   Todos los alumnos usaban sus carboncillos con habilidad y rapidez. Miraban por un lado del caballete por unos segundos y luego volvían a su dibujo, ya retocando los últimos detalles. Eran unos quince alumnos, entre chicos y chicas, todos distribuidos en un gran círculo alrededor de un cubo blanco. Encima de esa estructura estaba un joven de pie, mayor que los alumnos pero igual joven, totalmente desnudo. Imitaba la pose del gran David de Miguel Ángel. Era increíble ver la similitud en los cuerpos, incluso en el cabello, y la habilidad casi anormal de quedarse quieto por tanto tiempo.

 La profesora de la clase daba vueltas por todo el salón, mientras los alumnos tenían solo cinco minutos para terminar. Algunos estaban visiblemente atrasados, dibujando con tal rapidez que parecía estar a punto de rasgar el gran bloc de hojas en el que pintaban. De hecho, un par miraban con desespero a un lado y otro, viendo como sus hojas estaban en efecto rasgadas y como las hojas inferiores se veían igual. Otros, pocos, veían con suficiencia a su alrededor ya dando retoques casi innecesarios a sus dibujos. Habían trabajado duro y lo tenían todo a punto.

 El modelo los veía de reojo pero casi todo el tiempo miró hacia una ventana, por donde pasaban las palomas que se posaban todas las tardes en la plazoleta exterior de la facultad de artes. Él recordaba con cariño su tiempo en la universidad pero no había estudiado nada relacionado con el arte, aunque había querido. Su padre era un abogado conocido y respetado en el país y le había insistido, desde pequeño, en que debía compartir su mismo destino y así seguir un cierto legado familiar.

 Él no quería nada que ver con eso pero igual hizo la carrera de cuatro años y encontró trabajo en una firma de abogados, recomendado por su padre. Pero hacía tan solo unos meses había vivido una experiencia cercana a la muerte y había decidido cambiar varias cosas en su vida. El coche en el que viajaba por carretera, de vuelta de una conferencia relacionada al trabajo, dio un giro inesperado al evitar un camión que venía directo hacia ellos. El automóvil dio varias vueltas y cayó en una zanja. Eso fue suficiente para él. El día siguiente, apenas al salir del hospital, renunció a su trabajo y le terminó de pagar a su padre lo que había gastado en su carrera.

 Sutilmente movió la cabeza. Se le habían humedecido los ojos pero respiró y trató de no desfallecer en los últimos minutos. No era la primera vez que posaba desnudo en los últimos meses. Se lo había sugerido una amiga y él se había lanzado a ello por cambiar de cosas por hacer. Ya había conseguido otro trabajo más estable y todo era para estudiar lo que él quería pero este trabajo del desnudo lo hacía sentirse libre, lo hacía sentirse honesto y vivo.

 Uno del os alumnos, un joven llamado Aníbal, estaba terminando con soltura su dibujo. La verdad era que hacía varios minutos que había terminado y solo se había dedicado a tratar de mejorar un poco el dibujo, haciéndolo más realista y único. Desde pequeño había tenido cierta facilidad para el dibujo y estudiar bellas artes había sido lo natural para él. Sus padres lo habían apoyado con varios cursos y viajes para aprender más del arte, siendo ellos mismos artistas: uno un escritor renombrado y la madre curadora de una de los museos más grandes del país.

 Su dibujo no era el mejor que había hecho. Para él este curso era la base que ya había visto hacía años, así que no se había esforzado demasiado pero sí lo había hecho lo suficientemente bien para resaltar. Algo que le gustaba, desde siempre, era ser aquel del que hablaran más. Le gustaba ser el ejemplo de los demás y que lo pusieran en un pedestal. Su aire de suficiencia era perceptible a todos los demás y solo aquellos que querían estar cerca de alguien con conexiones le hablaban, el resto se mantenía al margen.

 Esto era diferente a Adela, una de las chicas que estaban ocultando las rasgaduras en su papel con más carboncillo. Sudaba bastante a pesar de que la habitación estaba bien ventilada y miraba a sus vecinos inmediatos para ver que tal iban. La verdad era que ella de dibujo no sabía nada. Le gustaba mucho el arte pero más apreciarlo y hablar sobre él. De resto, no sabía mucho ejecutar nada. El dibujo era para ella algo nuevo y todas sus nuevas clases prácticas eran casi para ella una tortura.

 Siempre había sido torpe con los dedos, incluso para cortar una figura de un papel. Hacía bonitas carteleras porque tenía un muy buen sentido de la estética pero de resto no tenía ni idea de cómo hacer nada con ningún tipo de medio. La escultura le parecía especialmente difícil, ya que visualizar se le hacía casi imposible cuando no se tenían muchas bases. Su primera entrega en esa clase había sido una figura un tanto amorfa que el profesor había tomado como una obra futurista, algo que ella había reforzado diciendo todo lo que sabía respecto a ese movimiento.

 Adela estaba sentada justo al lado de Aníbal y trataba de no mirar su dibujo pero era casi imposible, al ver lo idéntico que era al modelo frente a ellos. La pobre chica miraba su dibujo, rudimentario y básico y lo comparaba al realista modelo de su compañero. Miraba también al modelo como suplicando algo pero no tenía ni idea de porque lo hacía. De pronto era porque siempre había habido alguien a su lado ayudándola pero en la carrera estaba sola. Ninguno de sus amigos había estudiado lo mismo y tenía que confesar que se sentía a veces arrepentida de su decisión, pero lo olvidaba pronto al recordar su pasión por el arte.

 Del otro lado del salón estaba Guillermo. Su dibujo era lo mejor que podía hacer para lo que conocía y se sentía muy contento de estar en su primera clase con un modelo en vivo. Le gustaba ver como la luz que entraba por las ventanas superiores, tocaba el cuerpo del modelo y lo convertía en algo más que una persona. Eso era para él el arte: algo que transformaba a los simples seres humanos en algo mucho más allá de lo que siempre vemos, de lo que conocemos y sentimos.

 Guille recordaba su primera visita a un museo y como se había sentido fascinado por los colores y las formas. Nunca había salido del país a conocer obras de arte famosas mundialmente pero había leído de varios artistas, de sus vidas, de sus obras y le encantaba. Veía todo tipo de películas, iba ocasionalmente al teatro y trataba de colaborar a amigos y conocidos en todo lo relacionado con el desarrollo artístico. La verdad era que le encantada todo lo que tenía que ver con lo social y para él el arte conectaba todos los seres humanos, sin importar el dinero o la edad o nada.

 La profesora miraba su reloj y veía como se gastaban los últimos segundos. En ese momento, decidió darles un par de minuto más. Era una tontería, pero era su costumbre con los alumnos primerizos. La vida normalmente no les daba una oportunidad y ella quería darles al menos un poco de esperanza, que tanto faltaba en el mundo del arte moderno. Nadie les iba a dar una oportunidad real con momentos tan duros y difíciles que iban a tener en su futuro. Ella no veía porque complicarles la vida tan rápidamente, para que hacerlo si eso solo los afectaba más allá de las clases y su gusto por el arte.

 Los minutos extra pasaron rápidamente y con tranquilidad la profesora les pidió que dejaran sus dibujos en los caballetes y salieran a almorzar. Lo cierto era que casi todos estaban hambrientos y eso había ayudado también a su preocupación y a que no pudiesen concentrarse por completo.

 Mientras salían, el modelo bajó de su pedestal y saludó a algunos que se despedían con una sonrisa, incluido Guille que lo miraba más que los demás. El modelo no se fijó mucho y se dirigió a su mochila que estaba a un lado del escritorio de la profesora. Se puso una bermuda y una camiseta con habilidad y cuando se dispuso a ponerse los zapatos, se dio cuenta que la profesora miraba con atención los dibujos. No los recogía para verlos después sino que se paseaba como quién iba a un museo.

 Apenas el modelo se puso los zapatos y una chaqueta, se puso la mochila al hombro y se acercó a la mujer. Ella le agradeció su ayuda y le dijo que tenía su paga pero que quería que la acompañara a dar una vuelta por el salón. La pareja observó por varios minutos, escuchando los sonidos del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendió ver las diferentes maneras en las que cada alumno lo habían visto. Había estado siempre en la misma pose pero lo había percibido de muchas maneras. Algunos habían hecho un retrato tipo “cómic”, otros habían sido mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽b retrato tipo "ras. Algunos habs del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendi habilidad y cuando se ás clásicos y otros más habían agregado cosas que ni siquiera estaban allí.

 Al final del recorrido, la mujer le sonrió y se dirigió a su escritorio. De un cajón sacó un sobre y se lo dio al modelo que lo guardó en su mochila. La mujer le preguntó porque había decidido modelar en los cursos de arte. Él la miró y le dijo con una sonrisa.


-       - Por amor al arte.