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viernes, 11 de mayo de 2018

El buen pozo


   Uno, dos, tres disparos. Hubo un silencio sepulcral por un momento y luego se escuchó un cuarto disparo, seco y triste, el último sonido que rompió la calma de semejante lugar, olvidado por el hombre hacía muchos años. Era uno de esos pueblos que había sido clave en la expansión minera del país, un motor de la industrialización y de la modernización. Uno de los primeros lugares adónde llegaron los automóviles, la electricidad, el teléfono y muchos otros avances que solo años después pudieron disfrutar todos en casa.

 Pero ya no es eso que era. Ahora es un montón de polvo y oxido que se pudre lentamente bajo el calor del desierto. De las grandes máquinas no queda nada: se las llevaron hace tiempo para venderlas por partes. Lo poco que dejaron empezó a decaer rápidamente sin los cuidados de las personas encargadas y ahora solo son estantes de tierra y de bichos. Algunos animales se posan allí por largas horas, escapando del calor abrasador del exterior. Las plantas lo han tomado todo a la fuerza, en silencio.

 Es el lugar ideal para tomar la justicia en manos propias. O eso había pensado la mujer que ahora miraba el cadáver de su esposo, sangre derramándose sobre uno de sus vestidos más caros. Tuvo un impulso horrible, homicida y maniaco, de tomar un bidón de gasolina y freír el cuerpo hasta que nadie pudiera reconocerlo. Pero se abstuvo, más que todo porque lo que necesitaba no lo tenía a la mano. Fue apropiado el hecho de escuchar un ave de rapiña sobre su cabeza, seguro intrigada por la presencia de la muerte en el lugar.

 Lamentablemente, ese castigo posterior a la muerte sería demasiado largo y alguien podría venir y desatar una investigación que nadie quería que pasara. Por el bien de ella y de su familia, era mejor que nadie nunca supiera que había llevado a cabo un plan que había empezado a ser construido hacía muchísimo tiempo. Nada de ello había sido un impulso ni algo del momento. Todo había sido meticulosamente ejecutado y por eso terminarlo con un bidón de gasolina se salía de todo pronostico.

 La mujer se quedó mirando el cuerpo por un tiempo largo, hasta que cayó en cuenta de que el arma seguía en su mano. Entonces se acercó a un pozo que había cerca, limpió el arma con la manga de su blusa de flores y luego la lanzó por el pozo, escuchando como daba golpes contra los costados metálicos del tubo. Se dejó de oír después de un rato pero era casi seguro que el arma seguiría cayendo por un tiempo más. El hombre había ido muy profundo en su afán de buscar metales y de hacer negocio con ello. La tierra se comería todo lo que cayera por ese pozo, sin dudarlo.

 El dilema de qué hacer con el cuerpo seguía allí. Podía ejecutar el plan inicial de enterrar al hombre allí mismo pero se había dado cuenta de la estupidez de su plan momentos antes de subir al vehículo en la ciudad. Con tantos avances tecnológicos, incluso habiendo pasado muchos años, podrían fácilmente saber quién era el cadáver e incluso como había muerto. Eso podría llevarles, en cuestión de poco tiempo, al asesino. En este caso a la asesina. Y ella no pretendía ser encerrada por culpa de ese maldito.

 Siempre había sido un hombre algo estúpido. A pesar de su inteligencia para los negocios y de su facilidad para interactuar con la gente, en especial con mujeres, él siempre había sido un imbécil en el sentido más elemental posible. Era además un animal, uno de esos tipos que cree que tiene derecho a quién quiera y a lo que quiera nada más porque tiene los cojones de decirlo a los cuatro vientos. Así había caído ella y, era gracioso, pero también había sido así que él mismo había caído, resultando en su muerte.

 No había dudado ni un segundo del viaje que iban a tomar, de la sorpresa que ella había fingido tener para él. Habían sido cuatro años juntos pero nadie sabía la clase de tortura que era vivir con una persona como él. Era el peor de los seres humanos, tal vez por su idiotez o incluso por lo contrario… El caso es que el mundo no había perdido a nadie importante ese día, en el desierto. Tal vez su familia lloraría por él unos días, pero ellos eran igual de desalmados que él, así que seguramente sus vidas seguirían adelante sin contratiempos.

 Lo difícil había sido drogarlo sin que se diera cuenta pero suele pasar que la gente cae en los momentos más evidentes. No vio nada de raro en que ella tuviese refrescos fríos en una pequeña nevera dentro del coche. Se comió el cuento del picnic que iban a hacer, se tragó toda la historia que ella le había contado, sobre como quería arreglar todo lo que estaba mal en su relación y como ella quería luchar por ese lugar que los dos habían construido con tanto esmero por tantos años. No dudó ni un segundo.

 Se desmayó fácil, como un elefante al que disparan un tranquilizante. Se durmió medio hora antes de llegar a la mina y allí ella solo tuvo que bajarlo del coche, amarrarlo a un viejo poste con una cuerda especial para campamentos y dispararle algunas veces. Iban a ser solo tres disparos: uno a la cabeza, otro al corazón y uno al pene. Pero se le fue un cuarto, después de tomar un respiro. Fue un tiro al estomago, que por poco falla pues fue un disparo lleno de odio y resentimiento. Sin embargo, las manos no le temblaron ni lloró después ni nada de esas ridiculeces tipo película de Hollywood. Ella solo lo miró.

 Al final, decidió que lo mejor era dejarlo allí amarrado para que pudiera ser de alimento a los animales de la zona. Según parece, no solo los buitres habitaban los alrededores de la mina, sino que también coyotes y otras criaturas capaces de arrancar la carne de los huesos, sin contar a los miles de insectos, habitaban ese sector del desierto. Se aseguró de que la cuerda estuviese bien amarrada y luego caminó al vehículo, para sacarlo todo y tirarlo al pozo, igual que había hecho con la pistola hacía algunos minutos.

 Las bebidas frías, el hielo, la nevera, el recibo por la cuerda y las balas, la billetera de él y algunas otras cosas. Entonces se dio cuenta del potencial que tenía ese pozo sin fin y, sin dudarlo, empezó a quitarse la ropa y la arroyo por el pozo. Cuando estuvo completamente desnuda, le quitó la ropa al cuerpo de su marido y la tiró también por el pozo. Después de lanzar las llaves del carro, el último artículo que le quedaba, la mujer miró la escena y sonrió por primera vez en un muy largo tiempo.

 Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a caminar por el mismo camino de acceso que había seguido al entrar con el coche. En su mente, empezó a construir una historia elaborada para la policía, así como para su familia y la de él. Tenía que tener todos los detalles en orden y no olvidar ningún elemento de la escena del crimen. Tenía que tenerlo todo calculado y ella sabía muy bien como hacerlo, tenía los nervios de acero para ese trabajo y la paciencia para repetir su historia ficticia mil veces, si era necesario.

 Eventualmente llegó a un pueblo, donde se desmayó por falta de agua. La ayudaron llevándola en ambulancia a la ciudad, donde pude contar su historia varios días después. Cuando la policía llegó a la escena del crimen, pasaron dos cosas con las que ella no contaba pero que le ayudaban de una manera increíble. Lo primero era que el vehículo ya no estaba. Al parecer, se lo habían robado poco tiempo después de todo lo que había ocurrido. Y lo otro era que no quedaba casi nada de su querido esposo.

 Enterraron lo que pudieron y, tal como ella predijo, la familia de él superó todo el asunto en cuestión de días. Acordaron cuanto dinero le darían por ser su esposa y no haber herencia. Cuando eso estuvo hecho, ella se fue de allí alegando que los recuerdos eran demasiado para quedarse.

 El asesinato que había cometido jamás la persiguió. No hubo remordimiento ni tristeza. Casi nunca recordaba los momentos que había vivido con él y su historia de ese último día en el desierto se fue adaptando a su cerebro, hasta que un día ya no se pudo distinguir esa ficción, de la realidad.

lunes, 19 de febrero de 2018

Venganza


   El primer tiro atravesó la cabeza del hombre que estaba más lejos, el siguiente fue a parar en el pecho del segundo, a media distancia. El que estaba más cerca, un calvo alto de apariencia nórdica, reaccionó demasiado tarde después de ver como sus compañeros caían al suelo. Gabriel le apunto, entre los ojos. El tiro fue casi limpio, sin contar con el chorro de sangre que manchó la pared inmaculadamente blanca. Los cuerpos estaban completamente quietos, enfriándose con rapidez.

 Los tiros no habían sido escuchados por nadie. La construcción en la que se habían citado, en la que habían hecho con Gabriel lo que habían querido, estaba lejos de la ciudad y cerca de una planta de energía abandonada. Nadie se acercaba a la zona a menos que buscaran algo en particular. Y eso era lo que habían querido esos hombres al secuestrar a Gabriel en la mañana del día anterior. Pero él había anticipado sus movimientos y se había preparado de la mejor manera posible.

 Sabía desde hacía meses que lo perseguían. Al fin y al cabo, a ningún mafioso le gusta que lo traicionen de un momento a otro y menos aún que lo roben frente a sus narices. Gabriel había ido sacando dinero de las cuentas de uno de los hombres más sanguinarios y ricos del país y la había pasado a una cuenta en el extranjero, que nadie nunca podría encontrar a menos que supiera muy bien que pasos tomar o que fuese él mismo. Al fin y al cabo, había estudiado años todo lo que tenía que ver con las finanzas.

 Desde joven le había fascinado el dinero. Tanto así que desde los diecisiete años su meta en la vida había sido lograr ser el millonario más joven de la Historia. No lo consiguió pero sin terminar la universidad había ya trabajado con las firmas mas prestigiosas, ganando bastante dinero y manejando mucho más de lo que jamás hubiese pensado que existía en el mundo. Sus habilidad y sus ambición lo habían llevado de un lado a otro, hasta conocer a Rodrigo Soto, el matón de la Bahía.

 Así le llamaban sus hombres en privado. Nadie en el mundo de la farándula, al que le fascinaba pertenecer, le decía así. O mejor dicho, sabían que decirlo en voz alta era una garantía de amanecer muerto en algún rincón sucio del país. Por eso todos sonreían, lo saludaban y querían estar con él al menos por un momento. Algunos incluso habían aceptado su dinero para diversos negocios e incluso como donación para obras de beneficencia, cosa que a él le encantaba pues vivía en un mundo en el que él era el hombre más bueno del mundo y todos le debían por eso.

 Gabriel rápidamente supo que clase de persona era y muy tarde se dio cuenta de que ese mundo no era en el que quería trabajar. Se había dejado seducir por todo lo que le ofrecía el nuevo trabajo con soto: no solo dinero sino mujeres o hombres, o ambos. Viajes por el mundo y todo lo que se pudiese comprar,  que para Soto era todo lo que tocaran los rayos del sol. Era un hombre que no solo era ambicioso sino que sabía muy bien como manejar su poder y como usarlo para influenciar a otros.

 Como siempre, al comienzo todo era ideal. Gabriel manejaba mucho dinero, hacía cosas ilegales y legales, viajaba por el mundo y tenía lo mejor de lo mejor. Y cualquier cosa que quería podía ser suya, desde un reloj de plata incrustado con zafiros hasta la persona más bella del planeta. Lo tenía todo al alcance de la mano y fue entonces cuando sintió esa pequeña voz que algunos tienen en la cabeza. Su conciencia le decía que había algo que no cuadraba, que no todo estaba bien.

 Empezó a ver de verdad. A ver lo que hacía el dinero sucio, como gente desaparecía por todos lados por una orden de Soto. Sus hombres, sus perros como les decía Gabriel, eran hombres sin corazón ni alma, casi entes que hacían lo que él les pidiera. Y fue el día en el que mataron a una de las muchachas que el jefe había mandado traer, aquel en el que Gabriel se dio cuenta que se había metido de lleno en algo que jamás había pensado estar, algo peor que sus malos manejos de fondos.

 Fue entonces cuando se le ocurrió volverse en una especie de Robin Hood. Sabía que Soto era inteligente pero no lo suficiente para darse cuenta que su dinero iba desapareciendo, de a muy poco todos los días, No eran más que unos centavos a diario, de cada una de sus cuentas, pero desaparecían todos los días del año. Como Gabriel era el único que manejaba todo, sabía que nadie más se daría cuenta hasta muy tarde, cuando él estaría lejos de ellos y todo su asqueroso poder.

 Pero como lo hacen muchos, Gabriel subestimó el poder y el alcance de Soto. El hombre no se había convertido en el mayor matón del país siendo un idiota y por eso tenía gente que vigilaba a su gente, algo que hacía con todos los que tenían alguna conexión con sus negocios, familia y demás. Al comienzo, la mujer que seguía los pasos de Gabriel no notó nada raro. De hecho, le tomó dos años darse cuenta que algo estaba mal con las cifras que Gabriel reportaba. Eran cambios mínimos pero estaba claro que no todo estaba como debía de estar. Fue entonces que Gabriel desapareció.

 Él no sabía de la mujer pero la coincidencia hizo que Soto no dudara en mandar a gente por él. Sin embargo, en la mente retorcida del matón la muerte no era suficiente castigo. Y no era como otros de sus calaña que mandaban a amputar partes del cuerpo o torturaban a la familia del verdadero enemigo para quebrarlo antes de terminar con su vida. Sus ideas eran siempre diferentes, sobre todo cuando se trataba de terminar con sus enemigos más fuertes, y Gabriel se había convertido en uno de ellos.

 Fue así que los perros de Soto demoraron meses para poder dar con el paradero de Gabriel. Lo encontraron por fin en una ciudad alejada de todo. Fue en ese lugar donde acataron las ordenes de su jefe: secuestraron a Gabriel y lo llevaron a las ruinas de una fabrica de cemento que había quebrado hacía varios años. Hasta allí habían llevado varias herramientas pues el castigo las requería. Ellos no pensaban, solo hacían lo que les ordenaban hacer. Eran casi muertos vivientes, dispensables.

 Llamarlo una violación sería demasiado simple. Lo que le hicieron a Gabriel por varias horas fue algo mucho peor. Sería demasiado mórbido describirlo al detalle en este escrito. El caso es que el hombre no era la misma persona un día que al siguiente. Dentro de él surgió alguien que había estado oculto por mucho tiempo entre las sombras, un ser de odio y rencor que se había escondido allí o tal vez había sido creado por lo vivido. Fue él quien tomó posesión de Gabriel y mató a esos hombres con una de sus armas.

 Pero él se había preparado. Como Soto, Gabriel no era ningún idiota. Sabía que tarde o temprano lo alcanzarían y que seguramente harían cosas horribles con él, era el estilo de su antiguo jefe. Pero mientras esperaba ese momento, se entrenó como pudo y preparó el día que sabía sería el que cambiaría para siempre su vida. Había plantado un micrófono en una zona oculta de su ropa y había manejado la mente vacía de los perros a su antojo.

 Lo que le hicieron había sido innombrable pero él sabía bien que podía haber sido mucho peor. Desarmar a uno de los hombres había sido tan fácil como cuando lo había practicado y matarlos a los tres había sido aún más simple, incluso había sentido placer.

 Adolorido, parcialmente destruido y cambiado, Gabriel escapó del lugar para viajar lejos de nuevo. Depositaría la grabación de lo dicho por los perros, que siempre hablaban de más, en un oficina de correos, así como copias de la información que poseía sobre Soto. Luego desaparecería una vez más, ojalá de manera permanente.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Hamburguesa

   Lo que yo buscaba no era solo algo de comer. Era más que eso, eran ganas de complacer mi gusto por la comida, de en verdad sentir que estaba dándole lo que quería a mi cuerpo. Normalmente, uno come y se deja llevar por un gusto pasajero. De pronto ese día dieron ganas de comer una ensalada o de comer un buen pedazo de carne de cerdo o tal vez lo que quería era algo de beber, algún jugo específico. Pero no, esa vez era algo que iba más allá de un simple gusto. Quería tener un momento en el que estuviera solo yo con lo que iba a comer.

 Lo que yo quería era una hamburguesa. Eso sí, quería la mejor hamburguesa. Muchos me dijeron después que podía haber comprado el producto congelado en el supermercado y después haber cocinado un par en casa si es que tenía mucha hambre. Pero no, es que el caso no solo era de hambre sino algo más allá de un estómago vacío. Es gracioso pero todavía es difícil de explicar, como si fuera algo que me superara. El caso es que esa vez no fui a ningún supermercado pues quería lo mejor y, tengo que admitir, que no soy tan buen cocinero.

 Además hay días que uno no quiere comer en casa. De vez en cuando es bueno salir y al menos observar cómo pasa el mundo mientras se alimenta al cuerpo. Eso sí, no soy bueno comiendo solo y prefiero que alguien me acompañe para poder charlar y llevar una agradable conversación que haga de la comida un momento todavía mejor. No todo el mundo es buena compañía para comer, en eso creo que la mayoría estará de acuerdo conmigo. Pero una buena conversación puede mejorar bastante el sabor de una comida.

 Pero volvamos a ese día. Tengo que confesar que el día anterior había salido con un amigo y habíamos bebido una buena cantidad de cervezas entre los dos. No había bebido tanto como para emborracharme pero me había hecho falta comer para que la bebida no me hubiera hecho dormir de la manera que lo hizo. Tan grave fue la cosa que llegué a mi casa hacia las dos de la madrugada y me desperté alrededor del mediodía. Nunca dormía tanto y menos por haber bebido sólo cerveza. Lo bueno era que no había resaca ni nada por el estilo.

 Es de entender entonces que tenía mucha hambre. Al levantarme fui a buscar ala cocina a ver que había pero era uno de esos días en que todo parece haberse evaporado. Había solo una caja de gelatina, unas manzanas y un paquete de pan que tuve que tirar porque estaba mohoso. Tomé una manzana y me comí la mitad. El hambre que tenía no era de manzana y por eso me detuve y la guardé para después. Era tan seria la cosa que me senté en la cama y me puse a pensar de que tenía hambre y cuál podría ser el plan del día.

 Así fue que me dio por una hamburguesa. Claro que tenía que ser de res. Las de pollo o de pescado no eran lo mismo y ni que decir de las vegetarianas. Nadie dice que sean feas ni nada parecido pero es que mi necesidad en ese momento era la de comer algo que me llenara no solo el estómago sino también el alma y nada lo iba a hacer igual que una hamburguesa de carne de res. Obviamente me la imaginé acompañada de papas fritas, que por alguna razón no había comida hacía bastante tiempo, más de un año incluso.

 Lo raro fue que, junto a la hamburguesa y las papas fritas, me imaginé también un recipiente plástico lleno de cierta bebida gaseosa de color negro, muy azucarada y con buena cantidad de hielo. Era extraño porque, francamente, a mi no me gustan las bebidas gaseosas. No tomo nunca y prefiero cualquier jugo de fruta antes que un vaso de ese veneno para el cuerpo. Y sin embargo ahí estaba ese vaso alto y frío en mi imaginación, seduciéndome de una manera que ningún ser humano nunca podría llegar a igualar.

 Me puse de pie y salí corriendo a la ducha. Me quité la ropa entusiasmado y me duché lo más rápido que pude. En mi cabeza seguí planeando: ¿adonde iría por la hamburguesa? Pensé en varios centros comerciales, en varios restaurantes e incluso en tiendas pequeñas donde vendían cosas para comer. Pero mientras me ponía ropa, fue cuando me di cuenta que no tenía una idea clara de adonde ir. Sí, tenía hambre y sabía muy bien lo que quería pero, como dije antes, no podía ser cualquier hamburguesa. Tenía que salir complacido de la experiencia, sin discusión.

 Recurrí a internet para averiguar cuál era la mejor hamburguesa de la ciudad. Las opciones eran varias, ninguna de las cuales me llamara mucho la atención. Para la mayoría de esas listas, la presentación era lo más importante, sin importar si la hamburguesa era solo un pequeño bocado y la cantidad de papas no era suficiente ni para llenar a un bebé. No, esa no era la manera de afrontar la situación. Dejé el portátil de lado, me puse una chaqueta y decidí salir al centro comercial más grande de la ciudad, donde tendría varias opciones a elegir.

 No demoré mucho en llegar y sin embargo mi hambre había aumentado a niveles casi críticos. El estómago rugía mientras subía al último piso del centro comercial por las escaleras eléctricas. Puedo jurar que una pareja se me quedó mirando después de que mi estómago había hecho una imitación perfecta de una morsa. Decidí hacerme el tonto mirando para otro lado. Esos momentos incomodos podían esperar otro día. En ese momento lo que urgía era la comida.

 La zona de comidas del centro comercial estaba a reventar, al fin y al cabo que era sábado en la tarde. No había pensado en ese inconveniente: hacer fila en el sitio de mi elección prolongaría mi agonía. Pero no, primero había que encontrar el lugar y después sí pensaría en como hacer para no enloquecerme por la espera. Me di una vuelta en circulo por todos los locales. Muchos vendían cosas que yo no quería, así que fue fácil descartarlos. Pero cada vez que veía la palabra “hamburguesa” o su imagen, lo anotaba mentalmente.

 Al finalizar el recorrido, tenía contabilizados veintisiete lugares donde vendían hamburguesas. De esas fácilmente se podían eliminar más de la mitad pues estaban en lugares donde ni  la carne de res ni las hamburguesas eran una especialidad, así que no tenía sentido alguno pedir de allí. También eliminé los lugares que ofrecían otros acompañantes diferentes a papas fritas. No había manera de no cumplir también con esa parte. En fin, tras eliminar algunos, quedaron sólo cinco lugares.

 En cada uno de ellos se veía todo muy rico y el olor en general me estaba volviendo loco. Fue raro pero por un momento me sentí abrumado y tuve que recostarme contra una columna para tomar aire. Creo que había sido una combinación de falta de hambre con la ansiedad de saber que comer. Me dio un poco de risa en ese momento, pues me di cuenta de que estaba siendo demasiado dramático con todo el asunto. Era tan sencillo como elegir un lugar y simplemente probar. Además, seguramente una sola hamburguesa no sería suficiente para mi hambre.

 Me decidí al final por un lugar que visitaba bastante de niño. La clientela no era ni poca ni mucha y parecían ofrecer gran variedad de ingredientes en la hamburguesa. Como el hambre me pedía más y más, decidí ordenar la de doble carne. Cuando la cajera me ofreció agrandar las papas fritas, le dije que sí casi al instante y de un grito, creo que la asusté. Me recosté en la misma columna de antes esperando a mi pedido. Mientras tanto me invadió la emoción de que ya casi iba a obtener lo que había querido desde el inicio del día. Creo que todo el mundo sabe cómo se siente.


 Recogí el pedido minutos después y elegí una silla alta, como de bar, para sentarme a comer. Desenvolví la hamburguesa y me llegó de ella un olor que hizo que todo mi cuerpo vibrara de emoción. Sin ánimo de darle más largas al asunto, le di una buena mordida. Creo que nunca me he sentido mejor en mi vida. El sabor recorrió cada célula de mi cuerpo y, por un momento, puedo decir que fui la persona más feliz en la faz de la Tierra. Y no, no creo que esté exagerando. Fue una de esas comidas que jamás podré olvidar, por una gran cantidad de razones.