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lunes, 29 de mayo de 2017

En llamas

   El hombre estaba arrodillado, gritando. El sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.

 El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.

 Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún mayor que el de quemarse vivo.

 Su cara también se estaba llenando de ampollas y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin problema. Pero este estaba ocupado.

 Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras. El bombero, asustado, le respondió al rato.

 “Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.

 ¿Pero como llegar a los restos con el hombre ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser procesados, como tenía que hacerse.

  El bombero joven estaba sudando. No solo por los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.

 Fue entonces que el bombero entendió que el calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente. Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto, la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y corriente, a pesar de sus extrañas heridas.

 El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

 Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con sus cámaras, no entendió que pasaba.

 Los ojos y la boca del hombre parecían haberse ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja, amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho, parecía más fuerte que antes.

 El bombero quiso salir corriendo pero se quedó firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato, dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio, se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar de que no lo eran en el sentido tradicional.

 De golpe, todo el cuerpo del hombre se encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin precedentes en la historia humana.

 El hombre se acercó al bombero y le dijo, en una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.


 Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.

martes, 3 de enero de 2017

Oídos sordos

   No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.

 No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.

 Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.

 No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.

 Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño. 

 Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?

 No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.

 Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.

 Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".

 Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.

 - "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"

Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Modelo de...

   Desde siempre, lo llamaban para lo mismo. Ha pesar de tener una rutina bastante intensa de gimnasio, el trabajo para el que lo llamaban siempre era el mismo.  Se había esforzado por mucho tiempo para ser el mejor en lo que hacía, para poder presentar más de una cara de si mismo. Pero, por alguna razón, siempre lo contrataban para exactamente lo mismo. Como así era, trabajaba medio tiempo en un pequeño restaurante como ayudante de cocina pues esa era su profesión desde un comienzo, tiempo antes de intentar otros caminos.

 Raúl era inusualmente alto para el lugar donde había nacido y desde siempre la gente lo había mirado de manera diferente. No como si fuera un gigante ni nada parecido, sino porque sus movimientos eran algunas veces lentos y torpes. No era inusual que tuviese accidentes tontos con un frecuencia mucho más alta de lo normal. Lo único que hacía en esos casos era disculparse y tratar de que no sucediera de nuevo pero era bastante difícil evitarlo, en especial cuando muchas veces sentía que no tenía control sobre su cuerpo.

 Aunque la cocina había sido su primera pasión, la verdad era que hacía mucho tiempo había perdido el interés en ella. Al menos así había sido desde que, en un viaje al extranjero, un hombre lo había detenido para decirle que tenía pinta de modelo y que le encantaría tomarle algunas fotos para definir su perfil. En ese entonces viajaba con una novia a la que le pareció todo el encuentro muy gracioso y pensó que el hombre era o un charlatán o simplemente le estaba tomando del pelo a Raúl. Él fingió pensar lo mismo.

 La verdad era que la idea le había quedado sonando en la cabeza y por el resto del viaje estuvo mirando la tarjeta que el hombre le había dado. Al final, casi tenía el número memorizado. Pero no tuvo nunca un espacio de tiempo para poder ir a hablar con el hombre. Su ex estaba siempre encima de él, como si le diera miedo despegarse. Así que nunca fue a su cita con el hombre de la agencia de modelaje y su viaje terminó en una pelea por otra cosa con su novia. Poco después terminarían y una de las razones sería la poca fe de ella en él.

 Aunque se le daba bien lo de cortar y cocinar, desde ese viaje a Raúl se le había metido en la cabeza que sí podía ser modelo y que quería intentarlo pues sería un ingreso más de dinero que no le vendría nada mal. Eso era lo que se decía a si mismo pero la verdad era que quería saber si en verdad era tan guapo como para ser modelo. Nunca se había sentido especialmente atractivo y, aunque ahora se mataba en el gimnasio tres horas al día, no sentía que estuviese más cerca de su meta que cuando el tipo le ofreció su tarjeta la primera vez.

 Después de una búsqueda exhaustiva, Raúl decidió lanzarse e intentarlo. Buscó una agencia y pidió una cita. Tenía que pagar para que le tomaran fotos y lo consideraran, no era al revés. Ese día tuvo muchos nervios y se había asegurado de ejercitarse lo suficiente antes de asistir. Sus músculos estaban tensos y aún dolían del esfuerzo físico. EL fotógrafo no dijo nada al respecto. Las únicas veces que le dirigió la palabra fueron para decirle como posar, que hacer para la siguiente toma y nada más. Todo fue menos interesante y fascinante de lo que él esperaba.

 A la semana siguiente volvió para recoger sus fotos y para reunirse con un hombre que le diría cuales eran sus puntos fuertes y sus puntos débiles y si de hecho servía o no para el modelaje. Cuando llegó a la cita, se decepcionó mucho al ver que ya no hablaría con un hombre sino con una mujer. No era que Raúl fuese sexista ni nada por el estilo, sino que le intimidaba mucho más oír criticas de su físico de parte de una mujer que de un hombre. De alguna manera se sentía como si estuviese, una vez más, en una de sus relaciones fallidas.

 Sin embargo, la mujer no pudo ser más amable. Le comentó que en efecto su altura lo hacía bastante interesante para una gran variedad de proyectos, sobre todo en un país donde la gente era bastante pequeña. El inconveniente es que tendría que modelar ropa diseñada casi que para él o sino se vería como un tonto. Hablaron también de su físico y la mujer le confesó que aún le faltaba mucho por hacer en ese aspecto pero eso siempre se podía mejorar trabajando duro en el gimnasio con algo más de intensidad, lo que parecía ser casi imposible.

 Le dijo, además, algo que le pareció inusual y fue que sus manos y sus piernas eran ideales también para el modelaje. No eran excesivamente peludas y eran torneadas y bien definidas, con una piel suave y de un color bastante agradable que no era blanco pero tampoco de un moreno que no le quedara a su complexión. Le mostró varias de las fotos que le habían tomado para que viera lo que ella quería decir pero la verdad es que eso a Raúl le daba un poco lo mismo. Él lo que quería era ser modelo comercial y nada más.

 La reunión terminó con unas palabras de aliento y la entrega de las fotos. La mujer estaba segura que Raúl podía tener un futuro brillante en el mundo del modelaje si sabía aprovechar sus atributos y si se esforzaba mucho más en el trabajo de su cuerpo. Le dijo que enviaría copias de sus fotos a varios conocidos para ver si alguno de ellos estaría interesado en él como modelo. Al final le dio la mano y Raúl la estrechó con una sonrisa tensa: la verdad era que no sabía que pensar de la reunión.

 Días después, mientras cortaba montones de cebollas para la hora del almuerzo en el restaurante, Raúl recibió una llamada en su celular. Era la mujer de la academia que le contaba que un par de empresas estaban interesadas para trabajar con él. Raúl se emocionó bastante y la mujer le pidió que la visitara lo más pronto posible para contarle todos los detalles pues estaba algo ocupada y no podía contarlo todo por el teléfono. Él aceptó y casi no pudo dormir esa noche de la emoción. Parecía que su sueño estaba cada vez más cerca.

 Sin embargo, al otro día, su ánimo bajó de golpe cuando la mujer le explicó que el trabajo era para una empresa que hacía medias. Eran medias para todos los usos y le tomarían varias fotos. La paga era buena pero no increíble ni nada por el estilo. Ella le explicó que la mayoría de planos serían cerrados pero que era posible que un par de las fotos fueran para vallas y revistas, donde un cuerpo entero tenía mucho más sentido. Raúl lo pensó un momento pero la mujer lo convenció de que, para un primer trabajo, estaba mejor que bien.

  La sesión de fotos fue el fin de semana siguiente y Raúl se enamoró de todo lo que tenía que ver con el modelaje desde el primer momento. Le encantaban las luces, el sonido del obturador de la cámara y el silencio del fotógrafo con el que parecía establecer una conexión especial a la hora de posar. Eso sí, todas sus poses tenían que ver con sus piernas y con la gran variedad de medias que la empresa que lo había contratado hacía. Para las fotos, se puso todo ese día al menos unos cuarenta pares de medias, casi siempre sin zapatos.

 Fue divertida como primera experiencia y supuso que mucho más pasaría. Y así fue pero no de la manera en la que él lo estaba esperando. Lo primero es que la compañía de las medias lo siguió contratando con frecuencia pues estaban muy contentos con él. Siempre era para modelar en planos cerrados de sus piernas, pocas veces de cuerpo entero. Lo otro es que todas las ofertas que recibía eran para lo mismo o para zapatillas deportivas o zapatos de varios tipos. Pagaban muy bien y él aceptaba y se dejaba tomar todas las fotos pero su cara no aparecía en ninguna de ellas.


 En parte estaba orgulloso de si mismo pues había logrado convertirse en modelo y, al menos parcialmente, poder vivir de ello. Pero aumentar su rutina a cuatro horas diarias parecía no haber tenido efecto. Lo más cercano a su sueño fue cuando le tomaron una foto sin camiseta para unas zapatillas deportivas pero la foto nunca se publicó. En todo caso, siguió intentando pues sabía que lo tenía todo para triunfar. Había llegado hasta allí y nadie le iba a impedir seguir avanzando, no después de todo lo que había superado.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Incompleto

   Cuando me di cuenta, no estaba. Nunca supe en que momento se fue. Aunque, técnicamente, jamás estuvo ahí. Jamás lo tuve así que no puedo decir que extraño algo que ya no está. A veces pienso que podría adivinar como se siente estar completo, como se siente tenerlo, pero la verdad es que es solo una suposición. Lo más probable es que la sensación sea muy distinta a la que yo conozco, pues cuando no has experimentado o vivido algo, es muy difícil imaginarlo correctamente.

 Casi nunca pienso en ello. No es porque haga un esfuerzo consciente por no hacerlo sino porque simplemente no lo hago. No tengo nada mejor que hacer ni más interesante, pero es de esas cosas en las que uno no piensa pues son hechos y los hechos es muy difícil ponerse a discutirlos. Cuando las cosas son de una manera determinada, no sirve de mucho ponerse a pelear y quejarse. Lo mejor es hacer las paces con esa realidad o, como yo he hecho, no pensar en ello.

 Me ha funcionado bien porque, como no está en mi mente, simplemente no puede hacer daño alguno. Pero de vez en cuando, se me cruza por la mente esa ausencia y me hace sentir de muchas maneras. Un poco tonto porque no entiendo como me puede afectar algo que se me olvida con tanta frecuencia pero también muy sensible. Es difícil tener que confrontar hecho, tener que darse cuenta que las cosas son de una manera y que no van a cambiar, no importa lo que hagas.

 Por eso creo que supongo que prefiero cuando no me acuerdo de nada. No me hace daño de esa manera y es la mejor vía para tratar de aceptar mi problema. No importa si fallo una y otra vez porque ahí seguirá al otro día o en la siguiente ocasión que me acuerde que está ahí. No es algo en lo que pueda fallar por que no cambia nunca, ni para bien ni para mal, así que no tengo porque temer mis enfrentamientos con ello.

 Sucede seguido cuando estoy a punto de dormir o apenas despertando. Son esos minutos en los que estás más alerta o más sensible, en los que te das cuenta que hay algo que falta o que sobra, dependiendo del caso. En esos momentos uno está más consciente de todo lo que lo rodea, sea lo que eso sea. Mi cerebro trabajo a cuatro mil por hora, pensando y pensando, reordenado cosas como si sirviera de algo.

 El cerebro nunca se cansa de intentar, de crear soluciones para problemas que no son tal o evitando los problemas que sí son potencialmente peligrosos. Supongo que eso va a en cada quién y en como nos asumamos frente a las dificultades que se nos pueden presentar en la vida. Obviamente no todos reaccionamos igual frente a los mismos problemas.

 Aquellos que son de esta naturaleza, sin embargo, son siempre más frontales. Como decía antes, son hechos y los hechos son cosas que no cambian o que solo cambian con una voluntad o un acto físicamente increíble. De resto, siempre serán hechos como que el cielo es azul o que las nubes flotan en el aire. Son cosas que son así. ¿Podrían cambiar? Seguramente. Pero no es probable. Así pienso yo en las cosas. Si son fáciles de cambiar o si son simplemente imposibles.

 Detesto escuchar sonidos en la mañana, me saca de quicio. Lo mismo con las luces brillantes. Me parecen casi insultantes cuando no he acabado de despertarme, como ahora. Menos aún cuando trato de escribir sobre algo que me incomoda y sobre lo que la gente no quiere saber. Porque, al fin y al cabo, es algo que no le importa a nadie. Es de esos hechos, como decíamos, que solo me afectan a mi y a nadie más así que no tendría porque confesarlo como si fuera algo trascendental.

 Pero supongo que esa es la cosa con mucho de lo que sentimos y por lo que pasamos, no se trata de si a alguien más le importa sino si a nosotros nos parece relevante en nuestras vidas. A cada uno le parece importante algo distinto. Por lo mismo, no hay nada que sea poco importante o demasiado importante pues las prioridades de cada persona son completamente diferentes. Es como los gustos en colores o en ropa: no importa las diferencias, todo es válido.

 Pero creo que me estoy alejando un poco del tema y no es que sea algo difícil porque nunca es fácil hablar de uno mismo. Hablo de que hay algo que me falta y siempre me ha hecho sentir incompleto pero solo cuando me pongo a pensar en ello, cuando dejo todo por lo que camino en la vida y estoy vacío mirando a la nada. Es entonces que esa vieja preocupación, esa molestia, entra a mi cerebro.

 En principio, puede pasar cuando uso las manos. En la ducha era frecuente pero ahora me doy cuenta que ya no lo es tanto. Cuando vives poco satisfecho con tu apariencia física, todo es un problema entonces no hay nada que resalte más que lo otro, al menos no con frecuencia. Pero las manos, o mejor dicho la piel, es ese órgano que no puede mentir y que te hace pensar casi de inmediato.

 No por nada se usan las manos para revisar el mismo cuerpo y determinar si hay algo malo en alguna parte o no. Esas mismas manso sirven para explorar otros cuerpos y, al fin del día, sirve para sentir y sentir es lo mejor que tenemos en la vida. Es el sentido más completo, más real, y aquel que nos hace ser nosotros. Si no pudiésemos sentir, nada tendría el más mínimo sentido.

 Lo he investigado varias veces. Nunca he ido a un médico porque creo que no vale la pena. El médico no va a dar una solución de la nada porque no es algo que se solucione así como así. Supongo que por eso se le llama un síndrome y no una enfermedad o una condición. Un síndrome es algo mucho más permanente, algo que no tiene reversa y que es bastante difícil de deshacer. Es cuando la naturaleza ha hecho que ni siquiera los seres humanos pueden o incluso quieren arreglar.

 Creo que lo mío se podría arreglar. Requeriría una operación, o varias, y mucha piel extra. Seguramente cortarían partes de mi trasero o de mi brazo o no sé de donde para tener piel suficiente para recubrir lo nuevo que tendría encima. No puedo ni imaginar lo extraño que eso sería, lo poco natural que podría verse o sentirse. Ni siquiera sé si semejante procedimiento sea posible porque estamos hablando de músculos y los músculos están todos conectados.

 ¿O es que acaso la tecnología ya está tan avanzada que ha logrado conectar musculo y todo lo demás? Si así es, que me anoten para una de esas y para una operación para crecer unos cuantos centímetros. A eso no se le llama síndrome pero sí que es un problema que no tiene solución. Supongo que mucha gente nunca habrá vivido con la sensación de que son muy pequeños a comparación a los demás así que no tienen ni idea de cómo es.

 El punto es, que a veces me he sentido menos hombre, menos deseado, menos querido y menos buscado incluso por el hecho de que a la naturaleza, por alguna razón, no se le dio la gana de completar el trabajo que tantas veces había hecho. No sé cuantas veces pasamos en no sé cuanto millones. El punto es que no es frecuente y menos de la manera en la que está todo pero así es y así son las cosas.

 Siempre he pensado que es como esas armaduras del Imperio Romano, en las que el pecho no estaba cubierto por completo sino solo parcialmente. Caso siempre pienso en eso cuando recuerdo lo que no tengo. Es como si ellos también hubiese tenido el mismo problema y hubiese pensado en esa solución, como si los soldados no debieran salir sin esa protección a la batalla.


 Por alguna razón me falta un musculo pectoral, el derecho. Mi mano y mi brazo son normales así como el resto de los músculos de esa zona. Pero allí faltó algo, algo que no está, que no existe y que tal vez nunca vaya a existir. Algo que me hace poco frecuente en la naturaleza pero también me pone en desventaja en un mundo en constante lucha por lo superficial, por lo físico. Soy un hombre incompleto, al que se le olvida muy seguido.