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jueves, 22 de septiembre de 2016

Esa casa en el barrio

   La casa crujió y tembló hasta que todos los ocupantes salieron corriendo hacia el patio delantero, se montaron en el coche y pisaron el acelerador a fondo para no tener que volver nunca jamás a semejante lugar de locos. La casa dejó de comportarse de manera extraña casi al instante y fue solo hasta el día siguiente, cuando los vecinos se dieron cuenta que los Jiménez no emitían un solo sonido, que se dieron cuenta que el lugar estaba abandonado. No era la primera vez que sucedía pues la casa solía estar desocupada y la mayoría de vecinos ya se habían acostumbrado a que era la casa embrujada de la calle, la casa que sus hijos debían evitar y aquella que siempre traería problemas para el barrio.

 Era un inmueble hermoso, pintado de un color amarillo cremoso y con un porche alrededor de toda la casa donde los hipotéticos moradores podrían disfrutar de alguna bebida fría en el verano o adornar con dedicación en la época de Navidad. No había vidrios rotos ni madera astillada. Tampoco había problemas en las tuberías, algo que solía para con frecuencia en casas viejas. Por dentro la cosa era la misma: todo impecable y cuidado con un esmero tal que parecía que la casa había estado habitada todo el tiempo desde su construcción cuando la verdad era lo exactamente opuesto. Mucha gente había vivido en el lugar pero, con el tiempo,  la casa decidía echar a los inquilinos sin razón aparente y al menos eso era lo que parecía suceder cada vez.

 Los últimos inquilinos sin duda habían sido pésimos vecinos: ponían su música a todo volumen y eran muy desconsiderados con el buen aspecto del barrio. No parecían ser personas muy decentes y casi nadie los saludaba excepto cuando era casi obligatorio hacerlo.  Por dentro mantenían la casa casi constantemente en un estado de caos con ropa y objetos por todas partes, restos de comida y una cocina que parecía un chiquero para los cerdos. Eran un grupo de personas que no apreciaban en los más mínimo el lugar donde habían terminado viviendo. Por eso a nadie le sorprendió cuando la casa los sacó corriendo un buen día en el que no se lo esperaban.

 Todos los objetos de la familia y su ropa, todo lo que no habían podido llevarse al correr, fue sacado días después por la inmobiliaria que les había alquilado la casa. Lo sacaron todo en cajas y fue un gran evento para todos los vecinos pues pudieron ver como un grupo de gente pagada sacaba todo y la casa no parecía molesta para nada. De hecho fue en un bonito día soleado en el que se pudo sacar todos los objetos de los últimos arrendatarios. La casa volvió a tener entonces algo de esa magia especial alrededor y pareció brillar para todos los vecinos a pesar de que era un punto negro dentro de su comunidad pues una casa imposible de alquiler no era algo que atrajera gente, menos si se decía que estaba embrujada.

 Con frecuencia venían grupos tras grupos de creyentes en un montón de ciencias falsas buscando por respuestas a preguntas que la gente normalmente ni se hacía. Nunca se quedaban por más de una semana y siempre venían con varios equipos para registrar sus descubrimientos, lo que era gracioso porque había que creer mucho en tontería para pensar que todo eso tenía un trasfondo real.

 A los vecinos ya les resultaba normal ir y venir y ver los enormes equipos que tenían las personas que revisaban la casa. Al parecer buscaban fantasmas o algún tipo de entidad espectral a la que se le pudiese atribuir lo hermosa que estaba siempre la casa y las expulsiones de inquilinos que se daban con cierta frecuencia. Siempre venían por fantasmas y terminaban en alguna emisora local hablando de sus creencias locas y de cómo estaban seguros que la comunidad tenían un bomba espectral al lado.

 Pero esa bomba jamás explotó. Si es que no se cuentan las expulsiones que habían pasado antes, vale la pena decir que no había razón alguna para creer que algo raro estaba ocurriendo allí. De hecho, todos los que habían salido corriendo jamás hablaban de ellos años después. Uno podría esperar que alguien sacara un libro o al menos se aprovechara comercialmente todo lo que pasaba con la casa, pero no pasaba nada de eso y la casa seguía tan bien erguida como siempre.

 No es raro pensar que posiblemente no hubiese nada malo con la casa, que en verdad ni hubiese ningún espíritu extraño ni nada por el estilo y que todo estuviese siempre en la mente de las personas. A veces los miedos irracionales se traducen en acciones un poco extrañas como salir corriendo de la casa en la mitad de la noche y no volver jamás. Lo único que no iba mucho con eso es que la casa solía temblar y eso no sabía nadie explicarlo muy bien.

 Los vecinos eran los menos interesados en resolver el misterio pues para ellos la casa ya hacía parte del barrio. No era lo mejor para el valor de sus hogares pues una casa maldita siempre baja el precio de las demás alrededor, pero en este caso el precio no bajaba casi pues la casa no era la típica ruina asociada con algún evento fuera de explicación, sino que se trataba de una casa con todo puesto pero con un problema de dejar vivir a las personas.

 Hubo algunos que quisieron adquirir la casa para poder usarla con fines comerciales pero eso jamás funcionó porque la casa echaba a todos los que venían a ver que podían cortar para dividir las habitaciones como en locales o algo por el estilo. La casa sabía lo que ocurría y simplemente no decidía hacer nada.

 Con el tiempo, el gobierno local convenció a la inmobiliaria que lo mejor para la comunidad y para la casa es que nadie volviera a vivir allí nunca jamás. Y eso fue lo que sucedió: el derecho sobre ese lote de tierra pasó a ser de la ciudad y con ese hecho la casa y sus jardines se convirtieron en un parque. La casa en sí está fuera de los limites para todo el mundo pues se quieren evitar accidentes peligrosos o momentos incomodos que puedan afectar aún más la calidad de vida de los vecinos.

 El parque fue muy bien recibido por todos y los niños adoraban jugar por el césped con frecuencia. Eso sí, la casa siguió siendo tan rara como siempre pues muchas veces los niños veían personas que desaparecían al instante o las ventas y puertas dentro de la casa daban golpazos fuertes de un momento a otro, como tratando de asustar a todo los asistentes al parque. Era como si la casa supiera que debía hacerse ver de vez en cuando.

 Era algo que los vecinos habían aspirado y, aunque los niños se habían asustado con justa razón durante las primera semanas, pronto se le s enseño que era algo normal y que no debían asustarse por algo que en ese lugar era lo más común del mundo. Eso sí, la mayoría de padres les inculcó a sus hijos que siempre tenían que tenerle respeto a la casa y al pasado que ellos nunca conocerían pues sabiendo ese pasado era la forma para poder aprender correctamente.

 Fue así que la casa maldita, embrujada o simplemente rara.se convirtió en un lugar muy especial para los habitantes del barrio. Con el tiempo ya nadie tuvo miedo y todas las visiones y los sonidos se volvieron muy rutinarios. La gente empezó a crecer con ello y fue tanta la normalización que los grupos de personas que creían que todo tenía que ver con fantasmas o algo así dejaron de venir porque ya no era divertido para ellos revisar una casa en un lugar donde a nadie le deba miedo nada.

 Nadie nunca supo porqué la casa había hecho todas esas cosas en el pasado. Nunca se supo porqué un lugar de residencia tenía un temperamento tan particular. Eso permaneció como un misterio absoluto para todos en la ciudad. Pero lo que no quedó como secreto fue la capacidad de lo bueno para hacer de todo algo mejor, mejores lugares y mucho más honestos.


 Hoy en día la casa sigue en el mismo sitio, con los mismos ruidos de siempre y sigue siendo parte de un parque que se ha ido extendiendo lentamente. La casa, sin embargo, sigue siendo su absoluto centro. La gente del lugar lo ignora todo y los turistas van a vivir una experiencia especial. Pero a la casa le da igual todo eso mientras que nadie entre y se sienta demasiado como en casa.

lunes, 22 de agosto de 2016

Mis sueños

   De repente, estaba caminando por un paraje desconocido. Bajo mis pies, una extensa playa de arena fina y blanca, sobre mi cabeza un cielo tan azul y desprovisto de nubes que me hicieron dar cuenta de inmediato que no estaba en ningún lugar que conociera bien. De hecho, cuando me di cuenta que el agua se movía de forma extraña, supe que no era que estuviese en un sitio desconocido sino que estaba soñando.

 Era raro porque por mucho que me esforzaba, no podía recordar cuando me había dormido. Puede que hubiese sido en casa, en la noche, pero tal vez estuviese dormido en otra parte con la imaginación funcionando a máxima potencia.

 Saber que estaba soñando no fue suficiente para detener el  extraño sueño. El agua que parecía sólida se convertía en liquido apenas me agaché a tocar. Era gua común y corriente y sin embargo parecía un espejo pocos metros más allá, como si se hubiese congelado o, mejor aún, como si toda la zona fuese una enorme porción de gelatina. Me puse de pie y seguí caminando por la orilla, mirando hacia el horizonte a ver si avistaba lo que yo creía que podía estar más allá. Pero no vi nada de nada por mucho que me esforcé. 

 Fue entonces que me di cuenta que no había sol por ninguna parte. Es decir, se sentía el calor del sol y ciertamente había luz natural iluminándolo todo y sin rellanar nada en particular. Era algo muy extraño no ver la típica esfera amarilla colgando encima de mi cabeza. De todas maneras seguí caminando, como si supiese muy bien para donde estaba yendo.

 La fina arena se metía entre mis dedos pero se retiraba con suavidad, apenas dejando atrás un polvillo de polvo en mis pies. Se sentía tan real que tuve que agacharme a tomar un poco del suelo para tocarla con las manos. En efecto era como tratar de sostener agua en las manos: la arena era tan fina que se escurría con facilidad. Era más parecida al agua de verdad que el agua que había allí.

 Después de tocar la arena fue que me di cuenta de que estaba desnudo. No llevaba ninguna prenda de ropa, ni una gorra ni unos calzoncillos ni medias ni nada. Estaba completamente dormido y solo en el escenario así que podía seguirlo así todo el tiempo que quisiera y no pasaría nada. Estar desnudo, de todas maneras, se sentía excelente. No había espejos para verse uno mismo pero no era necesario: me sentía perfectamente bien y nada incomodo.

Caminé hacia la parte alta de la playa y entonces vi que su extensión era limitada y que, hacia el otro lado, había algo que brillaba en la oscuridad, pues a un lado de la playa, del lado opuesto al agua, todo era oscuro y apenas se intuía que había más de lo que se notaba.

 Sin pensarlo dos veces, empecé a caminar hacia el brillo de luz. La intensidad del sol artificial fue decayendo poco a poco y muy pronto mi cuerpo sintió el frío que emanaba de la región oscura de mis sueños. Pronto ya no hubo más luz, la playa ya no existía y solo estaba yo flotando en el espacio. Podría parecer es una situación un tanto desesperante pero creo que jamás me he sentido más en paz. Era como una pequeña sala de meditación, en la que podía pensar sobre cualquier cosa y  estar completamente cómodo con mi análisis personal.

 Allí no me quedé mucho tiempo. Se sentía bien pero no había nada que quisiese pensar mucho o sobre analizar. Ya esa etapa se había terminado y ahora estaba muy emocionado por lo que podría ser en un futuro, la siguiente etapa del extraño sueño.

 No tuve que esperar mucho. Aparecí tal cual como soy, todavía sin ropa, en mitad de una calle muy comercial con gente yendo y viniendo por todas partes. No lo miraban para nada y él entendió que su objetivo no era ponerles atención sino buscar algo mucho más completo, más real. Caminé por la acera de mi imaginación, encontrándome con puestos de comida y gente ejercitándose. Algunas personas parecían de verdad vivir allí. Era como si de verdad creyeran ser reales.

 Después de caminar un buen rato, llegué a un edificio muy alto y entré sin decir nada. No tenía pase ni dinero pero eso no impidió que me dejara seguir como si el edificio fuese mío. Ya adentro, volvía a estar completamente solo. Me dirigí a la zona de ascensores y esperé a que llegara uno. Me miré en los espejos mientras tanto y fue entonces que me di cuenta que en todo este segmento no había un solo espejo por todas partes. Ni dentro del ascensor ni en la zona de espera ni en ningún lado.

 Cuando la puerta del aparato se abrió, me metí sin pensarlo. El viaje al piso más alto fue bastante rápido, mucho más de lo que sería si en verdad estuviese en el ascensor, si fuese una persona real con dedos que estuviesen apretando los botones correctos.  Cuando se abrió la compuerta, sentí el aire del exterior y fue cuando vi que había llegado a la parte más alta de la Torre Eiffel. Son embargo, no se veía nada allá abajo.

 Como estaba solo, me senté en el metal y miré hacia la neblina que cubría la ciudad abajo. Me puse a pensar que este sueño no tenía sentido alguno, siendo el único denominador común el hecho de estar desnudo en todas las tomas. Estaba claro que tenía que ver con imagen o algo por el estilo pero no lograba ubicarme dentro del mundo de los sueños. Tanto intenté, que por un momento el tiempo pareció frenarse.

 Creo que fue lo aburrido que estaba lo que cambio el escenario de nuevo: ya no estaba en la parte más alta de una torre sino que estaba en una fiesta llena de hombres sin camiseta. Solo yo estaba completamente desnudo y a nadie parecía importarle. Con mis amigos presentes, bailamos un buen rato. Era una fiesta de día con montones de personas por todas partes, reconocía muchos rostros pero no distinguía sus voces la una de la otra. Daba un poco de miedo cuando se acercaban demasiado pero era todo un sueño y sabía que no podía lastimarme.

 Desperté de golpe, cubierto en sudor, con la única sabana que tenía como cobertor. El calor del verano se sentía por todos lados, sintiéndome pegajoso con todo lo que tocaba. Antes de despertar propiamente me puse de pie como pude y caminé hasta el baño. Miré mis pies caminando y pude reconocer que los pies que tenía en el sueño eran diferentes. No lo di mucha importancia a ese detalle. Oriné y luego pasé por la cocina . Me serví cereal con leche y nada más pues no me gusta cocinar nada por la mañana.

 Fue llegando a mi habitación que me di cuenta de que estaba desnudo de nuevo. Tras dejar el plato de cereal en la mesa de noche, me recosté en la cama y cerré los ojos por un momento. Todo se sentía extraño después de haber soñado tanto, me sentía como después de una operación o algo así. No sé que era lo que había pasado pero sabía que era algo que tenía que ver conmigo, obviamente.

 Me senté en la cama y empecé a comer mi cereal viendo que había en la tele y entonces, pasando los canales, me di cuenta de que muchas de las personas que había visto en esa calle imaginaria estaban ahora allí, mirándome desde las imágenes de la televisión. Al comienzo pensé que era una extraña coincidencia pero después entendí que la explicación era muy simple: no había dejado de soñar. Me pellizqué al instante y no sentí nada. Frustrado con mis sueños, tiré el plato de cereal al suelo y no se rompió ni se regí, solo quedó mágicamente de pie como si nada.

 Salí por la puerta de mi habitación y afuera había un balcón enorme. Había instalado un set fotográfico con luces y una cámara muy moderna, perfecta para buenas tomas. Debía haber un fotógrafo pero jamás le vi la cara. Tras un flash y otro, por fin me sentí de despertar de verdad. Estaba desnudo de verdad pero esa sí era mi cama y mis pies se veían normales. Estaba sudando mucho miraba de un lado al otro.


 De nuevo me pellizqué con fuerza y esta vez marqué mi piel, casi sacando sangre. Me puse de pie y pronto olvidé lo que había soñado. No pensé más en ello pues no creo que signifique nada. Solo había sido un viaje a mi interior.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Detective privado

   El pequeño ventilador daba vueltas sobre la mesa, llegando en un ángulo casi recto sobre la cara de quién estaba allí esperando, con los brazos cruzados y una expresión de profunda preocupación. Para cuando el detective Flores entró de nuevo a la habitación, la persona que había estado esperando ya no estaba. Solo había dejado una nota diciendo que volvería pero no ponía ni el nombre ni un número de contacto.

 Flores sabía que la persona había esperando durante mucho tiempo para la confirmación de la información que parecía tener pero su archivero estaba hecho un desastre y pro eso se demoraba demasiado con cada persona y la gente terminaba yéndose. Solo sus amigos se quedaban y eso que era solo para burlarse, sin decir nada de ayuda. Sin embargo, pronto se dio cuenta que no llegaría ningún lado como iba.

 Había abierto su consulta privada hacía ya varios meses y la verdad era que siempre le había ido de manera regular. Por eso vivían en el barrio en el que vivían: a la gente no le importaba lo que hiciese o como lo hiciese con tal de que fuese efectivo y ayudara de verdad a las personas que lo necesitaban. Pero el trabajo era demasiado para una sola personaje. A veces lo ayudaban amigos o familiares pero ellos no entendían sus métodos y lo único que sucedía era que terminaban enterrando el poco prestigio que ganaban al solucionar casos interesantes.

  El detective se decidió y puso un aviso en el periódico de mayor circulación en la ciudad. Le había costado bastante dinero pero esperaba tener la mejor respuesta y así por fin encontrar a la persona perfecta para ayudarle a crear un ambiente de trabajo idóneo en el que el caso no tenga que sufrir por culpa del archivo, el clima, que tan ocupado esté Flores y todo esos detalles que hacen que alguien elija a un detective privado sobre otro.

 Un centenar de mujeres respondieron al aviso por correo electrónico y Flores tuvo que leer cada uno de ellos y hacer una selección del os que le parecían mejor. Quería alguien con al menos algo de experiencia en alguna profesión similar y también pensaba que la imagen decía más que mil palabras. Personas que parecieran buscar un puesto de modelo quedaban automáticamente por fuera.

  A pesar de su mejor esfuerzo,  tuvo que dividir las entrevistas en dos días. Durante ese tiempo tuvo que dejar el trabajo de lado para poder elegir de la mejor manera posible y, ojalá, rápidamente. Siendo un independiente, no tenía tampoco mucho  tiempo para desperdiciar e iba a ser muy sencillo ver si había “química” laboral o si simplemente no encontraba alguien que lo inspirara para crear un lazo fuerte a nivel laboral.

 El primer día de entrevistas comenzó terriblemente mal con varias personas que no tenían ni idea de lo que significaba un despacho de detective privado. Una de las “pruebas” que Flores tenía era un montón de fotos en las que mostraba diferentes cosas que la persona podrían encontrar en el trabajo. Algunos fotos eran de cadáveres, otras fotos sexualmente explicitas y otras apenas infrarrojas. Le parecía que ver la reacción de las personas al ver las imágenes podría decirle mucho de cada una de las personas.

 Obviamente, todo el que gritara con los cadáveres o se escandalizara por los desnudos, quedaba automáticamente por fuera. Los que ganaban puntos eran quienes, a pesar de ver lo que veían, tenían la capacidad de ordenarlo todo en su mente y hacer conexiones entre las fotos pues Flores no las había ordenado al azar. Un par de personas lo sorprendieron de esa manera, dándole toda la información que no había pedido pero que estaba allí para que cualquiera pudiese descubrirla.

 Llegaban hombres y mujeres y eran de todas las edades. No había un rango de edad más indicado que el otro. Para el detective eso no importaba porque la persona que iba a contratar debía estar dodo el día en la oficina, su trabajo primordial siendo el de mantener todo en orden allí mientras el detective estuviese fuera. Necesitaba un compañero pero también una secretaria. Tenía que ser una persona muy completa y para eso la edad era algo casi secundario.

 El segundo día fue un poco mejor, con personas que incluso lo asustaron un poco con el nivel de conocimientos que tenían del mundo forense y del espionaje como tal. Hubo una mujer a la que le dijo que todo estaba bien pero que supo que jamás iba a llamar de vuelta pues a pesar de saber muchas cosas, parecía tener una obsesión muy particular con los asesinos en serie. No era muy inteligente trabajar con alguien así en casos graves.

 Las entrevistas y las pruebas demoraron mucho tiempo y, durante ambos días, consumieron casi todo el tiempo del que disponía Flores. Eso no le gustaba nada pues debía trabajar constantemente o no tendría dinero para pagar el alquiler de la oficina y menos aún para pagarle un sueldo a una eventual persona que quisiera venir a ayudarlo. Por eso al tercer día, a pesar de tener mucho que pensar, tuvo que volver a los casos.

 Para la semana siguiente llamó a los finalistas, citándolos a los cinco en la oficina para que hablaran entre todos. Pensaba que lo mejor sería ver como se defendían bajo presión y con algo real. Y justo el día siguiente a las entrevistas le había llegado un caso bastante importante que podría ser la prueba ideal para determinar quién podría ser la mejor persona para ayudarle en el trabajo.

 El caos parecía simple de entrada: una mujer había asesinado a su esposo y a su amante al descubrirlos juntos en su casa, llegando de un viaje largo de vacaciones. La mujer era rica pero no por su esposo, así que no podía tener nada que ver con el dinero. La razón más obvia era venganza. Sin embargo, había decidido matar al marido después de matar al amante, a quién ahorcó con la corbata de su esposo. El cliente en este caso era la madre del amante del hombre.

 Lo que se debía determinar era simple: porqué había asesinado la mujer a los dos y porque había matado primero al amante y luego a su esposo. ¿Qué había hecho el esposo mientras mataba al amante? La idea era desenredar el caso para esclarecer si la mujer no tenía razón más allá de las evidentes para hacer las cosas como las había hecho.

 Le dio a cada uno los documentos necesarios y les pidió que volvieran al día siguiente con las soluciones al caso. Algunos se le quedaron mirando, como esperando algo. Antes de que pudieran preguntar, él respondió que ya había resuelto el caso pero que ellos tendrían la oportunidad de cambiar su conclusión antes de que hablara con la madre del amante para establecer el camino legal a seguir. Flores ya tenía todo solucionado pero quería ver como lo hacían los demás, cual era su razonamiento de todo.

 Al día siguiente, pudo ver con placer que los candidatos parecían cansados. Revisaban frenéticamente notas y parecían recitar palabras en voz baja, recordando qué era lo que tenía que decir. Uno a uno, expuso lo que había encontrado y su conclusión. Flores asentía solamente pero no decía nada más, ni de manera negativa ni positiva. Solo bebía café y movía la cabeza para que supieran que ponía atención.

 Una vez terminaron, hizo pasar a la madre del amante. Todos estaban expectantes pues querían ver en que estad estaba la pobre. Pero se sorprendieron al ver que no entró nadie a la oficina. Flores cerró la puerta tras él, se sentó y los miró fijamente. Les dijo que todos sus razonamientos tenían sentido pero que todos habían olvidado una de las reglas esenciales de una investigación: están lidiando con seres humanos y los seres humanos dicen mentiras.


 Nunca hubo caso, todo era inventado. Le explicó que muchas veces venía gente con mentiras, buscando que él validara esas mentiras para tapar sus fechorías y eso debía evitarse pues estaba en juego su nombre. Los candidatos estaban sorprendidos, tanto que ni hablaban. Flores les dijo que podían descansar pues todos iban a trabajar con él. La paga sería pésima pero tener un equipo era mejor que estar en pareja. Todos aceptaron, entusiasmados. Sin duda sería una experiencia única para todo ellos.

lunes, 8 de agosto de 2016

Días de playa

   La capa se sacudían con fuerza en el viento, dando coletazos fuertes como si fuera una pez luchando por escapar su captura. El clima era difícil pero no es se estaba poniendo ni mejor ni peor. Era solo ese fuerte viento constante de la orilla del mar, que hacía que todo cobrara vida. Jorge no tomó la cama con una mano para que dejara de moverse ni nada por el estilo. La verdad es que el sonido y el movimiento no le molestaban. Estaba demasiado preocupado pensando en lo que pasaría al otro día, no le importaba el clima que hiciera entonces o en cinco días.

 Caminó lentamente por las dunas de arena que dominaban el paisaje. Era difícil puesto que eran montañas enormes que se elevaban varios metros por encima del nivel del mar y luego había valles en los que el viento del día apenas y se sentían. Pensativo, Jorge no le vio lo malo a tener que caminar por allí con las botas militares que tenía puestas, la capa que seguía ondeando como una bandera y el cinturón grueso y pesado que sostenía todo su atuendo.

 Pensé que era ridículo estar allí, pensando que por arte de magia algo pasaría para impedir que todo pasara como tenía que pasar. Solo una pequeña parte de él se derrumbó a ese punto pero se recuperó a tiempo y ahora solo esperaba el momento de la verdad que tanto le habían prometido. Miraba a un lado y al otro y se daba cuenta que estaba solo y que al otro día ese no era el caso.

 Al caminar, hizo un trazado claro con las botas, pues arrastraba los pies. Esto era en parte juego pero también una clara manera de pedir ayuda sin decir nada. No había nadie allí que lo ayudara pero era bonito sentir que podía estar en la mente de alguien por un momento. Se preguntó como era cuando alguien más pensaba en él, cuando estaba lejos y aparte de todo. Hacía mucho tiempo que no tenía de verdad a nadie y, a pesar de haber pasado tanto tiempo, no se hacía más fácil.

 Se detuvo de nuevo en la parte alta de la duna más cercana al mar. Esta vez sí que tuvo que tomar la capa ente sus manos, mientras miraba el salpicado océano que parecía enfurecido, a punto de la locura. Jorge recordó todo lo que había ocurrido allí hacía tanto tiempo y se sentía un poco tonto al admitir que recordaba cada segundo con claridad.

 Había sido hacía unos cinco años y el lugar, esa playa, era muy distinta. Las dunas eran mucho más bajas pero la arena era igual de blanca y delgada como las demás. El mar, sin embargo, lo recordaba muy diferente, mucho más en calma que entonces, cuando parecía quererse salir de donde estaba. No, en esos tiempos era un lugar de paz, poco frecuentado, un autentico paraíso cerca de todo.

 Porque la playa quedaba cerca de la ciudad y no dentro de ella. Como era difícil llegar, la mayoría de la gente no sabía que existía y se quedaban en las abarrotadas playas de la ciudad donde no se podía uno mover sin golpear a otra personas. Jorge había estado allí, con el sol del verano en su espalda, y con una brisa agradable masajeando su espalda. La vez que recordaba no había sido la primera que había ido sino la última. Era uno de esos bonitos recuerdos que todavía guardaba del pasado.

 De entonces no había documentos ni imágenes ni nada. Todo eso había sido destruido por completo al comienzo de la guerra. Y sin embargo recordaba como fue uno de los primeros lugares a los que llevo a Roberto después de formar los papeles del matrimonio. La ceremonia había sido algo muy normal pero había querido un gran viaje y con Roberto hicieron un itinerario que daba la vuelta a todo el continente en poco menos de un mes. Iba a ser su travesía de luna de miel.

 El viento se puso más fuerte, sacando a Jorge de su recuerdo. Tenía que regresar ya al campamento y tratar de descansar para el día siguiente, era lo único que podía hacer para no volverse loco, paran o obsesionarse con su pasado o su futuro o lo que fuera. La verdad era que ya no había nada que creyera poder hacer para ignorar el hecho de que podría morir en muy poco tiempo.

 Dio un par de pasos y luego se agachó y miró los botas. Se dejó caer sobre su trasero en la arena, mirando fijamente sus botas, como si fueran lo más importante del mundo. Los cordones eran delgados y daban varias vueltas hasta que formaban un nudo fuerte. Cuando empezó a tratar de desamarrar el nudo, no pudo evitar pensar de nuevo en el pasado.

 Jorge se había quitado las chanclas apenas había visto el arena pero Roberto no lo hizo hasta que encontraron un lugar perfecto frente al agua para echarse. A pesar del sol y del hermoso clima, no había casi nadie en la playa. Algunas familias con sus niños jugaban por ahí y otro par de parejas. Nadie más invadía semejante lugar tan hermoso. Jorge se quitó camiseta rápidamente y corrió hacia el agua y se metió en ella. Estaba algo fría pero perfecta para el clima cálido.

 Roberto lo saludaba desde la playa a medida que Jorge se alejaba nadando. Cuando estuvo cerca de las boyas de seguridad, se dio cuenta que Roberto ya no batía sus manos alegremente sino que se había sentado en la toalla a leer un libro que había traído. Sonrió al verlo pues le gustaba esa parte de él, esos pequeños detalles que hacían de Roberto ese ser tan especial que había conocido de una manera tan al azar.

 Se logró quitar la primer bota. La dejó a un lado y fue por la otra. Sus pies le dolían y no quería usar más esas malditas botas. Al otro día prefería luchar descalzo, sin medias si se podría, nada de esas cosas que pesaban dos toneladas. Sabía que se le congelarían los pies si no se protegía pero había  un límite para todo y por alguna extraña razón su límite era el dolor en sus sensibles pies. Tomó las botas con una mano, se puso de pie, y siguió caminando, alejándose de la playa. Su ritmo era ahora más rápido, las botas en verdad lo mantenían frenado.

 Cuando regresó a Roberto ese día en la playa, le compartió su pensamiento: el día que se conocieron había sido un día muy particular. Para Jorge había sido pésimo y había estado a punto de cancelar su participación en esa fiesta, pues no estaba de humor. No tenía trabajo ni dinero y no quería tener que estar pendiente de cada moneda que gastaba para tomarse una cerveza. Nunca hubiese pensado que eso le cambiaría el futuro inmediato.

 Al mirar la lista de precios una y otra vez,  una chica más joven que él pareció desmayarse a su lado. Él la tomó en brazos justo a tiempo, evitando que se golpeara contra el suelo. Con ayuda de un vaso de agua, la pudo despertar y la cargó hasta la salida del lugar. La sentó en una banca y le preguntó su nombre y si sabía su dirección. La pobre no estaba para nada bien, muy bebida. Parecía querer hablar pero no decía nada, solo balbuceaba entre dientes.

 Fue entonces cuando apareció Roberto. Al verla a ella se acercó puesto que la reconocía. Lo curioso es que él no venía a esa discoteca sino que iba pasando con amigos para ir a otra. Fue una pura coincidencia que todos hubiesen estado allí en ese momento. Esa casualidad selló el destino de los tres y, al menos para Roberto y Jorge, les brindó unos meses llenos de algo que jamás habían vivido ni sentido. Ahora todo eso se sentía muy lejano.

 Sin botas, Jorge llegó al campamento que se había resguardado en la vieja fábrica cercana a la playa. Hacía décadas que no servía pero era un refugio excelente contra el clima y cualquier persona que quisiese hacerles daño. Cuando entró, nadie preguntó nada, ni por el clima ni por las botas ni por el inminente gran día que tendrían en pocas horas.


 La noche cayó de golpe. El cielo era negro, sin estrellas. Solo un par brillaban débilmente en el firmamento. Tratando de dormir, Jorge miró esos débiles destellos y se preguntó que era lo que era lo que había pasado para que estuvieran allí y no como habían estado hacía cinco años. En esas débiles luces veía un reflejo perfecto de sus esperanzas, como se iban apagando una a una todo los días. Y sin embargo, al otro día tendría que seguir luchando, persistiendo y no sabía porqué o para qué.