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miércoles, 17 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 2)

   Federico no había exagerado cuando había contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román, este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran de alguien más.

 Román trató de mantenerse al margen, sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no verse, pero no era como en esas épocas pasadas.

 A veces había algo de tensión, unas veces romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.

 Es que por estar detrás de Federico, salvándolo de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.

 Después del colegio no había encontrado nada, por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.

 El fin de semana del día de San Valentín fue especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este caso, habían sido los recuerdos del pasado.

 Entre hipos, lágrimas y la resistencia de Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como estaba.

 Sin embargo, le contó a Román que ella había sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era la vida de Federico, perdido todavía.

 Román no sintió nada en especial cuando le contó esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.

 Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar, Román la colgó y se acostó en el sofá.

 Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.

 Román se dijo que le había puesto una cobija encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche anterior ni sobre nada de nada.

 Al sentarse a desayunar los huevos revueltos que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.

 Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.

 Eventualmente, Román volvió a su casa y allí pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que al menos él no sabía si eran o no eran realidad.


 Decidió simplemente hacer lo que se sentía correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que podían suceder.

miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Qué pasa en el bosque?

   Lo que fuera que tenía en el brazo, no parecía haberme afectado tanto como pensaba. Me mire varias veces en el camino, tocando la piel que hay entre la mano y el codo, mirando de cerca y de lejos. Pasaba las yemas de los dedos lentamente y esperaba, como si algo fuera a pasar de la nada. Pero no pasó nada. La piel ni siquiera se puso roja ni de ningún color fuera de mi color de piel normal. Me preocupaba sentir dolor sin verlo, sin poder saber de donde venía.

 Las dos cosas que se me veían a la mente eran bichos, algún piquete por alguna de las muchas criaturas del bosque. Me miré de nuevo el brazo, caminando sobre un montón de hojas secas, y no tuve problema en imaginar los miles de insectos que podrían haberme hecho algo en la noche. Después de todo, había estado acampando en el bosque por una semana y no era del todo imposible que algo hubiese entrado en mi tienda de campaña por la noche y me hubiese atacado sin yo saberlo.

 Sin embargo, no había picaduras en la piel. Y por muy pequeño que fuese el animal, no hubiese sido muy posible que entrara por mi nariz o mi boca. Conocía muy bien el lugar y sabía que no había de ese tipo de criaturas en un lugar como ese, no era la selva amazónica sino un bosque templado medianamente alejado de la civilización. Pero, a diferencia de alguien en el Amazonas, podría caminar un par de horas y llegar a un lugar con electricidad y una buena comida caliente.

 Seguí mi camino en silencio, tratando de no pensar en el dolor en el brazo. También podría haber sido el sol pero no había hecho un clima especialmente propenso a altas temperaturas. De hecho, los días se habían vuelto cada vez más grises desde mi entrada al parque y la humedad había subido a niveles que ya eran insoportables. Ese mismo día decidí no bañarme, en parte porque ya estaba empapado y no quería mojarme más, pero también porque no había un lugar donde limpiarme apropiadamente.

 En mi segundo día había nadado desnudo en un lago, bajo la lluvia. Había deseado, por un breve momento, haber tenido a alguien conmigo en ese lugar. Y había imaginado la cara de esa persona. Pero ni siquiera recordando con muchas ganas podría decirles cual era la apariencia de ese hombre. Él era solo un producto de mi imaginación, basado en experiencias personales basadas y en gustos efímeros, de los que tenemos todos. En fin, ese momento en el lago fue hermoso y cuando la lluvia se detuvo me vestí y seguí contento mi camino, tomando fotos y sonriendo como tonto.

 En cambio ahora seguía mirando mi brazo, automáticamente. Era como una manía extraña, como si algo me dijera que ese dolor en el brazo era algo más de lo que yo pensaba. Tal vez no era nada pero se me había metido en la cabeza que había algo mal conmigo, con mi cuerpo y tal vez con mi mente. Me detuve en seco, en la mitad de la nada, y decidí asentarme ahí para pasar la noche. Faltaban todavía varias horas para el atardecer pero no me importaba. Simplemente no quería seguir caminando, pensando.

 Armas mi tienda de campaña y mi área de cocina tomó un buen rato, quitándome tiempo para no pensar en tonterías. Hacía una cosa y otra, recoger palos pequeños y grandes e ir a un pequeño arroyo por agua. Llené una sola vez mi pequeño balde amarillo pero me demoré bastante a propósito, tratando de ver el bosque como lo que era y no como lo que yo tenía en mi mente. Traté de escuchar la melodía de los pájaros y los susurros de las pequeñas bestias a mi alrededor.

 Sin embargo, el silencio se había apoderado del lugar. Solo el viento movía un poco las ramas de algunos árboles altos. De resto, el lugar parecía ser el cementerio del bosque. Era un poco más oscuro, de pronto por la espesura del follaje, pero en general todo parecía tener menos color, ser más triste que el resto del parque natural. Saqué un mapa que me habían dado en la entrada y lo extendí todo para ver todas las áreas del bosque al mismo tiempo. Intenté seguir mi camino por el plano, pero me perdí varias veces.

 Después de intentarlo varias veces, me di por vencido. No tenía ni idea en que parte del bosque estaba. Creí ubicar el arroyo pero lo cierto es que había decenas de ellos, tal vez más, y no había ninguna manera de saber cual era el que tenía ahora cerca. La espesura del bosque no era algo que se mostrara con claridad, así que ese factor tampoco ayudaba en nada. Traté de seguir el trazado de los caminos que creía haber seguido pero ninguno de ellos conducía a una zona como en la que me había asentado.

 De hecho, ni siquiera sabía en que momento me había desviado de la ruta que me había propuesto seguir. Mi plan había sido caminar lo suficiente hasta llegar a un gran acantilado, cerca del cual armaría mi campamento. Desde allí se podría ver con facilidad el reconocido cañón del parque, en el que se decía había varios lugares hermosos para explorar a pie o a nado. Era un lugar sacado de las fantasías de algún escritor trastornado pero ciertamente no parecía estar ni remotamente cerca de ese sitio. Sin embargo, había caminado tanto como para haber llegado ya.

 Mi brazo dolió de nuevo. Me dejó de importar el hecho de estar perdido y me propuse hacer la cena. Saqué una lata de frijoles blancos, de los dulces, y la vertí completa en una pequeña olla que usaba para cocinar lo que sea que tuviera a mano. Las latas que llevaba eran todas de tamaño personal y no eran muchas. Prefería comer algún animal pequeño o hacer una ensalada con los frutos del bosque pero no había nada parecido alrededor. Además, no quise ni levantarme de mi lugar.

Era como si una ola de apatía me hubiese invadido y no me dejaba ni ponerme de pie. Solo prendí el fuego y cociné mis frijoles en silencio. La ausencia de escandalo por parte del bosque dejó de ser algo importante para mí. Me serví en un plato viejo y esmaltado que traía como amuleto de buena suerte y comí sin que me molestara nada, ni en la mente ni en el corazón. El dolor del brazo pasó y, tras haber terminado la comida, caí dormido en el mismo lugar donde había hecho todo lo anterior.

 Cuando desperté, desconfié de lo que veía. Porque el bosque ya no era el mismo sino una versión aún más sombría de lo que había visto hasta ahora. Lo peor, fue ver como alguien salía de entre los arbustos, jadeando, y se escondía en mi tienda de campaña. Yo veía pero no podía hacer nada. Estaba como paralizado o algo así. Eso pensé al comienzo. Vi como dos sombras oscuras llegaban al claro y empezaban a destrozar mi tienda de campaña. Oí los gritos y vi sangre por todos lados.

 Fue justo antes de despertar que me di cuenta de que no podía hacer nada porque no tenía cuerpo para poder ayudar. Lo que me despertó fue el susto combinado con el fuerte olor a quemado que emanaba de mi hoguera. Lentamente, se había quemado lo poco que había quedado de los frijoles. Ese olor no era algo que alegrara a los guardabosques. Quise empacar, irme de allí en el momento. Pero había algo que me impedía correr o gritar. No podía hacer nada.

 Fue entonces cuando, de nuevo, salieron dos sombras de entre los arbustos. Pero esta vez no eran sombras, esta vez pude ver exactamente como eran, sus ojos rojos brillantes y su aspecto terrorífico. Si hubiese podido, habría gritado como nunca en mi vida.


 Me encontraron días después, lejos de ese sitio, en shock. Me llevaron al hospital y aquí sigo. Me rescató alguien que se parece al hombre que me imaginé en el lago. Y fue él quién me hizo notar el pequeño bulto que tenía en mi brazo, bajo el escozor que había tenido durante varios días.

lunes, 25 de julio de 2016

El desierto de los aparecidos

   Decían que las piedras del desierto tenían la capacidad de moverse por si mismas, que se desplazaban varios kilómetros, sin ayuda de nadie. Mucha gente aseguraba haberlo visto y decían que podía pasar tanto con piedras pequeñas como con rocas enormes. El desierto no era lugar para personas que no saben en que se está metiendo, jamás fue un lugar la cual ir para relajarse o admirar la naturaleza. Lo único que había allí para admirar era una extensión enorme de terreno que parecía vidrio, superficie en la que varios se habían perdido antes y lo harían de nuevo.

 El lugar no tenía ningún signo de vida excepto las aves perdidas que morían por el calor abrazador y caían del cielo como golpeada por una fuerza invisible. Eso y escorpiones, de todos los tamaños y colores. Eran las únicas criaturas que vivían en el desierto pero siempre pasaban cosas extrañas pues, como cualquiera podría constatarlo, no era el lugar más común y corriente del mundo.

 Ya varios hombres y mujeres habían sido sacados de allí, vistos desde el borde del desierto por los habitantes del pequeño caserío de Tintown. No pasaba por allí ninguna carretera grande ni estaban conectados de manera permanente a las líneas de teléfono. La gente confiaba solo en sus celulares que, prácticamente nunca servían para nada pues el desierto creaba una interferencia. Pensaban que algo tenía que ver con las ondas electromagnéticas pero eran solo conjeturas.

 Los perdidos que rescataban siempre decían que no sabían cómo habían llegado allí. Juraban que se habían perdido y que sus recuerdos eran tan borrosos que no podían recordar prácticamente nada. Siempre que pasaba algo así, el individuo afectado se quedada en la casa de Flo, la única enfermera certificada de la zona. Era una mujer mayor, ya jubilada y tratando de vivir tranquila pero se di cuenta pronto que no había vivido en paz por mucho tiempo.

 Esto era por esas apariciones que aumentaban siempre bajo la luna llena. Era como si los locos consideraran que perderse en el desierto en noches claras era lo mejor del mundo. En más de una ocasión, Flo estaba segura de que la persona que atendía estaba borracha o drogada. No decía nada y los enviaba siempre al pueblo más cercano donde tenían dinero para mantener un puesto de salud.

 En Tintown apenas había dinero para la estación de policía y no había escuelas ni nada parecido. Tal vez era porque estaban en la mitad de la nada pero también podría ser porque no había ni un solo niño el caserío. El último se había ido hacía ya décadas y nunca más huno uno. Cosas así parecían sacarle la poca vida al lugar.

 Un verano, el problema se puso peor que siempre. Al comienzo, una persona por noche aparecía en el desierto, del lado donde podían rescatar a la persona. Cuando aparecían muy adentro del desierto, todo se ponía más difícil pues ellos usaban una vieja camioneta para ayudar. No había ambulancia ni vehículos realmente grandes o rápidos. Tenían que arreglárselas con lo que podían y lo mismo iba para los tontos que aparecían en el desierto.

 Pero los pocos habitantes del lugar empezaron a extrañarse aún más cuando el ritmo de las apariciones empezó a aumentar. A mediados de julio, parecía que cada día aparecía uno nuevo y la verdad era que el pequeño lugar no daba abasto. Tuvieron que comprar camas en el pueblo más cercano e instalarlas en un campamento improvisado fuera de la casa de Flo. Siendo la única que podía ayudarlos de verdad, era la mejor opción. A ella no le gustaba nada la idea.

 Sus noches ahora eran insoportables pues no podía dormir normalmente. Debía estar pendiente de los hombres y mujeres que tenían en el patio. Para finales de mes decidió que era mejor instalar su cama allí afuera también y dormir con ellos como si fuera un día de campamento con desconocidos. Nunca eran más de tres pues los enviaba al centro de salud el día siguiente al que aparecían.

 Otro suceso que dejó a la centena de habitantes de Tintown bastante asustados, fue el hecho de que el desierto parecía brillar siempre que la luna llena lo iluminaba. El primer en notarlo fue el viejo Malcom, la persona que vivía más cerca al desierto salado. Cuando empezaron a aumentar las apariciones, Malcolm condujo en su viejo coche hasta la ciudad y regresó con un telescopio de alta capacidad que venían en una tienda por frecuentada.

 El telescopio le reveló una noche que el desierto se encendía cuando había luna llena y ni una sola nube bloqueaba la luz. A veces era todo el terreno que parecía brillar, con un ligero tono azul. El hombre, que ya había dejado la esperanza de experimentar algo especial en su vida, se emocionó de poder ser el primero en vez que el desierto parecía tener vida propia. Era hermoso y luego se puso mejor.

 Algunas noches, cuando aparecían los perdidos, brillaban solo partes del desierto. Aunque vivía en el borde, no era posible ni con el telescopio ver que era lo que hacía que solo ciertos puntos del lugar se iluminaran débilmente. ¿Serían insectos o el movimiento de las piedras por el desierto? No sabía. Pero los colores que había visto eran hermosos, siempre.

 Un pequeño grupo de personas, los más jóvenes, propusieron adentrarse en el desierto y ver que era lo que sucedía allí. Irían por solo una noche y regresarían con la primera luz. No dormirían allí porque necesitarían cada momento de luz que pudiesen tener. De repente, ese viejo vecino que era el desierto se convirtió en una especie de monstruo que los miraba desde lejos, que no se atrevía a atacar a menos que ellos se acercaran demasiado.

 El grupo no encontró nada significativo. Ni las razones para las luces que Malcom decía ver, ni aparecidos salidos de alguna parte. Esa noche, el que apareció lo hizo lejos de donde ellos estuvieron caminando y no los vio o simplemente no quiso verlos. La gente que salía del desierto siempre era muy rara, con ropa graciosa casi siempre y con todo el cuerpo temblándolos como si estuvieran con mucho frio, incluso allí con más de cuarenta grados a la sombra.

 Cuando el equipo de búsqueda regresó, se mostraron frustrados con lo que habían tratado de hacer. No solo no habían resuelto el problema, además no habían ayudada a la mujer que había aparecido esa noche. No se sientía bien ser de aquellas personas que son más parte del problema de que de la solución. Pero no se dieron por vencidos y decidieron hacer un recuento rápido de lo que sí habían encontrado en el desierto.

 Resultaba que no habían visto personas ni luces ni nada demasiado extraños, pero sí habían encontrado varios objetos tirados por el sueño del desierto. Una de las mujeres que había ido al desierto tenía todo en su bolso que vació en la mesa del comedor de Flo. Separaron cada cosa y pronto se dieron cuenta de que había algo que unía los objetos: todos estaban corroídos y parecían piezas de museo.

 Sin embargo, la mujer aparecida los miraba mientras revisaban los objetos y de pronto corrió hacia la mesa cuando uno de los hombres tomó de ella un viejo reloj de bolsillo. No funcionaba y de hecho parecía estar quemado por dentro. Pero la mujer se acercó pronto y lo tomó de las manos del hombre que se asustó por su presencia. La mujer los ignoró y solo besó el reloj y lo apoyó contra su mejilla.


 Flo le preguntó lo obvio, si el reloj era suyo. La mujer, con un acento muy extraño, dijo que sí. Que su padre se lo había dado de regalo de cumpleaños. La mujer salió y entonces en hombre dijo que algo raro pasaba. Todos empezaron a hablar pero él los calló. No lo habían visto pero él había visto una frase grabada en la parte trasera del reloj. Decía: “Para mi princesa en su cumpleaños, 27 de julio de 1843”. Todos se miraron y no dijeron nada. De afuera venía un sonido: la mujer tarareaba una canción, en otro idioma.

viernes, 15 de abril de 2016

Un extraño

   Al principio no quería mirarme al espejo. Siempre había tenido miedo de ver quién me devolvía la mirada. Era una tontería, pero sentía que la persona en el reflejo y yo simplemente no éramos el mismo. Él siempre parecía más desafiante, más enojado, superior de alguna manera, siempre un paso adelante. No tiene sentido, lo sé, pero así lo había sentido siempre. Hasta que conocí a G.

 Desde que nos conocimos, me pidió que lo llamara por esa letra y por nada más. La verdad es que jamás supe su nombre aunque sí sabía que tenía que ser alguien importante o al menos con el poder suficiente para hacer posibles cosas que muy poca gente puede hacer posible. Debía ser rico o algo por el estilo y debía de tener muchos problemas o muy pocos.

 Lo conocí de la manera más confusa jamás. Había estado caminando por horas en una ciudad desconocida. Cuando viajo es algo que hago con frecuencia: trato de perderme un poco por lugares que no conozco aunque en verdad no me pierdo como tal, solo busco sentir el lugar como lo sienten las personas que viven allí. Camino y camino y de pronto tomo fotos y tomo notas mentales de todo lo que veo. No tomo notas en lápiz o algo así porque no vivo en un libro ni nada parecido, además que las perdería fácilmente de esa manera.

 El caso es que estaba a miles de kilómetros de casa y ese día sí me perdí de verdad. Mi teléfono celular se apagó y no volvió a encender y el mapa que tenía no abarcaba la zona donde estaba. La gente no hablaba inglés y mucho menos español y no había manera, por muchas señas que hiciese, de hacerles entender adonde quería ir. Por lo visto la dirección de mi hotel era también demasiado confusa.

 Como suele pasar cuando las cosas se ponen mal: se ponen peor de alguna manera antes de mejorar. Empezó a llover a cántaros al mismo tiempo que brillaba un sol infernal. Era el clima más confuso que había visto en mi vida y me confundía aún más el saber que no tenía donde meterme ni alguien que me ayudara. Corrí por varias calles hasta que encontré una tienda y entré sin mirar. Estaba mojando el piso y entonces decidí salir de nuevo antes de que me echaran pero una mano se puso sobre la mía y me impidió la salida.

 Me puse rojo al girarme y darme cuenta de que G estaba a pocos centímetros de mi cara. Hay que decirlo: es un hombre bastante atractivo, que sabe mucho de cómo vestirse y arreglarse. Lo primero que noté, y lo recuerdo claramente, fue su perfume. Luego me contaría que era una receta personal que mandaba a elaborar. Pero en ese momento solo lo miré a los ojos y sentí algo extraño en mis entrañas. No, no amor. Algo más fuerte.

 Me dijo que no saliera y que me quedara adentro. Por un momento pensé que él atendía la tienda pero entonces vi al verdadero comerciante, que no se veía muy feliz por el agua en su suelo. G le habló en el idioma local y el hombre solo asintió y se fue, supuse yo que a buscar algo con que limpiar mi desastre. G me habló al oído: “Acompáñame”. Me lo dijo en inglés. No sé de donde pensó que era pero no dije nada, solo moví mi cabeza afirmativamente y lo seguí.

 Era un anticuario, con una luz brillante en el cuarto delantero pero la típica luz algo mortecina en un cuarto, más grande, en la parte posterior. Había cuadros hermosos y esculturas y objetos de todos los tamaños y procedencias. Traté de guardar fotografías mentales de todo y entonces recordé que tenía una cámara pero pensé que sería un poco grosero ponerme a tomar fotos en un lugar donde entré solo a escaparme de la lluvia. Además, a juzgar por las etiquetas en algunos objetos, necesitaría morir y volver a nacer para tener dinero suficiente para comprar algo en ese lugar.

 Al fondo del cuarto posterior bajamos unos escalones a una especie de sótano y nos encontramos en una pequeña habitación que estaba debajo del nivel de la calle. Se podía ver por unas ventanas como la lluvia todavía caía con fuerza. En ese cuarto también había muchos objetos muy hermosos. Me distraje mirándolos y solo cuando sentí sus manos en mi espalda fue supe que se había ido por un momento.

 Me había puesto una toalla sobre los hombros y había dejado sus manos allí. Se sentían cálidas y fuertes. Era extraño sentirme así. Es decir, me gustaba, pero me sentía fuera de lugar. Me hice a un lado y me sequé tan bien como pude. Él me miraba y yo trataba de mirar los objetos porque su mirada me quemaba, era como si pudiera ver a través de mi cuerpo o muy dentro de mi cerebro.

Se me acercó de nuevo y entonces tomó la toalla y me secó el pelo, siempre mirándome a los ojos. Entonces me secó el cuello y cuando puso la toalla alrededor de mi cuerpo me di cuenta de que lo estaba dejando hacer y de que no decía nada. Traté pero no pude. Era como si estuviese hipnotizado o algo por el estilo. No podía dejar de mirarlo y él hacía lo mismo, mientras me apretaba suavemente.

 Entonces recobré el sentido o desperté o lo que fuese y di un paso hacia atrás. Le agradecí pero le dije que debía volver a mi hotel. Me preguntó si viajaba con alguien y no pude mentirle. Cuando le dije que no, sonrió. Me dijo que quería invitarme a comer algo, si se lo permitía y para ese momento estaba temblando, sintiendo como de nuevo perdía la voluntad al mirar sus grandes ojos y su cara perfecta.

 Minutos después habíamos salido a la calle con una sombrilla del dueño y nos subimos a un coche último modelo. No sé nada de carros y esas cosas pero supe que debía costar unos cuantos millones. Olía a nuevo y me dio pena mojarlo. Incluso me dio pena sentarme allí con mi ropa que debía costar lo de una llanta de semejante máquina. Él, sin embargo, no dejaba de sonreír. Cuando arrancó, no lo dejaba de ver y al mismo tiempo pensaba que estaba haciendo algo estúpido al subirme al coche de un extraño.

 Llamó a alguien por el teléfono integrado del automóvil. Habló en el idioma local así que no entendí nada de lo que dijo pero sí me pregunté si de pronto era un rico local. Hablaba muy bien inglés pero perfectamente podría ser por una probable excelente educación. Nada en su rostro lo hacía parecer de algún lado en particular así que nunca se sabía. Apreté mi mochila un poco cuando pude dejar de mirarlo y me di cuenta del miedo que sentía.

 Al poco tiempo llegamos a un portal que se abrió automáticamente y dio paso a una casa enorme, una mansión. Pero contrario a las películas, donde había millonarios, nadie salió a nuestro rescate. Él salió primero del coche y creo que iba a impedirme mojarme pero yo no soy un mujer del siglo XIX, así que salí de golpe y lo dejé atrás. Subí unos escalones enormes hasta estar bajo el techo de la entrada de nuevo. Él me siguió y no dijo nada.

 Cuando entramos no pude evitar dejar salir una exclamación: el sitio era hermoso pero simple. No era recargado ni con demasiadas antigüedades. Era perfecto. Me tomó de la mano y me puse rojo pero no lo solté. Me llevó a la cocina y allí fue cuando empezamos a hablar de verdad mientras él hacía un delicioso pollo con especias. Le fui tomando confianza y creo que él a mi.

 Al final de la comida me preguntó que había en mi mochila y le mostré. Tomó la cámara sin preguntar y empezó a mirar las fotos que había tomado. Me dijo que tenía buen ojo pero que me hacían falta mejores fotografías. Y entonces enfocó el lente y me tomó una foto. Todavía la tengo guardada en algún lado. Le dije que no me gustaba tomarme fotos y me preguntó por la razón y le dije que nunca me había gustado mucho mi apariencia.

 Me tomó otra foto. Esa la borré. Me pidió que lo acompañara a su habitación favorita y eso hice. Él llevó la cámara y yo solo caminé detrás suyo. La habitación que mencionaba tenía algunas pinturas colgadas y otro par en caballetes. Me dijo que era su afición y que le gustaba mucho porque lo hacía soñar y disfrutar de todo lo que había en la vida que le gustaba. Y entonces me dijo que le gustaría pintarme alguna vez. Yo no dije nada. Me apretó la mano y entonces me besó. Hicimos el amor en ese cuarto por primera vez pero lo haríamos más veces, en otras ocasiones.

 No sé explicarlo, pero sabía todo sobre mí o lo intuía. En el sexo supo complacerme como nadie nunca lo hizo y llegué a pensar que le interesaba más mi placer que el propio y que yo le gustaba de verdad. Me pintó entre esas ocasiones de sexo casual, en un viaje que yo había alargado con dinero que G había invertido, o así le llamaba.

 Nunca vi la pintura terminada. Un día me dijo que debía irse pues esa casa solo era un casa de verano. Debía volver a su vida real y yo también. La última vez que nos vimos me dio un beso que no logro olvidar y me dijo que si me viera al espejo alguna vez, de pronto vería todo lo que él veía.


 No supe más de él. No creo que piense en mí pero yo sí que pienso en él, en el cuadro que debe estar en esa casa y en lo que me dijo. Por eso me desnudo frente a espejos y me miro por varios minutos, esperando ver lo que él vio para entender lo que pasó en ese lugar tan lejano.