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viernes, 27 de abril de 2018

Polvo somos


   La nube de polvo se había levantado más allá de los edificios más altos, los cubría como un manto sucio que quiere abarcarlo de todo de una manera lenta, casi hermosa. En las calles, las personas tenían puestas máscaras sobre la boca y gafas para nadar que habían robado, casi todos, de tiendas donde hacía mucho tiempo no se vendía nada. A través del plástico había visto como la nube había ido creciendo, lentamente, hasta alzarse por encima de la ciudad y absorberlo todo en la extraña penumbra que se había creado.

 Lo que pasó entonces ha sido muy discutido, por todo tipo de personas y en todo tipo de situaciones. Nadie sabe muy bien de donde vino la nube de polvo pero era evidente que algo tenía que ver con la guerra que llevaba ya doce años y con los avistamientos extraños que muchas personas alrededor del mundo habían denunciado con una frecuencia alarmante. El problema es que el fluido eléctrico no era como antes, permanente, por lo que no todos se enteraban de lo mismo, al mismo tiempo.

 El caso es que, en esa penumbra imperturbable que duró varios días, la gente empezó a desaparecer. Familias enteras, personas solas, animales también. A cada rato se oía de alguien que se había perdido entre la niebla y no era algo difícil de percibir pues todo el mundo sabía que debía desplazarse y no quedarse en un mismo sitio. La guerra no había acabado y el enemigo, de vez en cuando, atacaba de manera rápida y letal, con grupos de asalto que asesinaban en segundos y luego salían corriendo.

 La gente no sabía a que temerle más, si a la nube de polvo o a los soldados enemigos que se arriesgaban ellos mismos a cazar a las personas en semejante situación. Con el tiempo, la guerra fue barrida por la nube que creció y creció y pronto ocupó toda la superficie del planeta. No había un solo rincón que la gente pudiese encontrar en el que no hubiese esa textura extraña en el aire. Las máscaras se volvieron una prenda de vestir, tanto así que los jóvenes las personalizaban, como símbolo de que la humanidad seguía viva.

 Aunque eso no era exactamente así. En todas partes empezaron a desaparecer personas. Primero eran uno o dos a la semana y luego la situación se agravó, tanto así que se hablaba de ciudades enteras casi vacías de un día para el otro. Por eso la guerra tuvo que morir, no había nadie que pudiera o quisiera pelearla. Había mucho más que hacer, cosas más urgentes que pensar. Por primera vez en la historia de la humanidad, la gente no pensaba en pasar por encima de los demás, ni de una manera ni de otra. Al contrario, todos se dedicaron a salvar su pellejo, a sobrevivir día a día.

 Después de casi dos meses en la penumbra tóxica de la nube, la gente se acostumbró y empezó a vivir de manera nómada, comiendo animales agonizantes o ya muertos, usando las pocas herramientas y útiles que todavía se podían encontrar por ahí. Ya nadie inventaba nada, ya nadie creaba. La gente había dejado de lado la evolución propia y social para enfocarse mejor en lo que hacían en el momento. Los sueños y anhelos eran cosa del pasado, pues todo el mundo quería lo mismo.

 Los niños pequeños pronto olvidaron el mundo anterior, aquel lleno de colores, de sol brillante y de criaturas felices. La felicidad, como había existido desde la creación misma del ser humano, agonizaba. Había cedido el paso a un estado extraño en el que nadie sentía demasiado de nada. No era que no sintieran nada sino que no parecían dispuesto a dejarse dominar por nada. Las preocupaciones y la agitación ya no eran necesarias porque todos estaban ya en un mismo nivel. Todos por fin eran igual, bajo el polvo.

 No había ya ni ricos, ni pobres. La guerra anterior y el estado de las cosas lo había cambiado todo. Olvidaron mucho de lo que habían aprendido sobre la vida y el universo y se enfocaron solo en aquel conocimiento que les fuese útil. El resto de cosas simplemente empezaron a perderse, aquellas que no les eran útiles. No había espacio para creencias o filosofías, no había momentos en los que pudiesen mirar su interior, lo que pasaba por sus mentes. No era productivo, no ayudaba a nadie a nada.

 La población nunca se recuperó de las desapariciones. Cada vez se tenían menos bebés. Era una combinación entre la poca cantidad de personas y la apatía generalizada. Eventualmente, muchos se enteraron por exámenes médicos que, por alguna razón, ya no podían tener hijos. Al parecer, habían quedado infértiles en los meses recientes. Tal vez el polvo era radioactivo y los  había privado de otra cosa más, de una función biológica esencial, del placer carnal y de la reproducción de su especie.

 Sin embargo, eso no los disuadió de salir a conseguir alimento. Ellos seguían vivos y todavía había niños pequeños que no habían desaparecido y necesitaban comida. Muchos habían muerto en las calles, al desaparecer sus familias. Pero algunos todavía hacían rondas por las ciudades y los campos, tratando de vivir un día más. Esos morían eventualmente. Sus cuerpos a la vista de los demás, que no podían detenerse ni un solo momento para pedir paz en sus tumbas. No había tumbas en las que pedir tranquilidad, ya no había nada parecido a la paz en el mundo. Solo un fin y nada más.

 Eventualmente, la nube de polvo empezó a retirarse. Muchos habían muerto, el mundo había cambiado en poco tiempo. Para cuando el sol por fin volvió a acariciar las caras de la gente que quedaba, ellos no sabían que pensar. Era agradable, por supuesto, pero no cambiaba en nada su situación. Seguían con ganas de comer, seguían queriendo sobrevivir, pero no sabían para qué. Nunca lo supieron, a pesar de percibir la necesidad de seguir respirando, día tras día. Era algo que solo pasaba y ya.

 La gente había cambiado tanto que algunas de las cosas del pasado nunca volvieron. El amor, el cariño, el placer, la tristeza y la manera de lidiar con la muerte, todas eran cosas que nunca iban a ser como antes. Las ciencias volvieron, lentamente, pues sí había muchos que querían entender lo que había sucedido. Pero no tenían afán de saber nada ahora mismo, solo querían eventualmente saber algunas respuestas. Ese apuro sí se había ido y nunca volvería a existir entre los seres humanos.

 El viento barrió el polvo en cuestión de días. Era un espectáculo que la gente empezó a disfrutar en cierta medida, casi todas las noches: veían como las nubes de tierra y arena, de mugre y muerte, subían hacia las nubes en espirales de amplias formas. Era algo visualmente impactante, de esos momentos mágicos que habían olvidado. Miraban al cielo y el polvo daba vueltas y vueltas, cada vez más alto, hasta que en un momento se dejaban de ver las espirales y todos volvían a casa.

 Por mucho tiempo, fue lo único que despertó cosas en ellos que habían olvidado. Y después las espirales dejaron de ocurrir y entonces ya no había nada que les recordara el pasado. Algunos intentaron escribir acerca de esos tiempos, de las condiciones de vida y de lo que pasaba por la cabeza de la gente que iba y venía, con sus máscaras puestas y sus mentes casi en blanco. Era difícil, casi imposible, pero para algunos era algo necesario, como una manera de sacar de si mismos lo que no tenían capacidad de procesar.

 La nube de polvo dejó el mundo pero lo cambió para siempre. Nadie nunca supo las razones pero las consecuencias dejaron una herida abierta permanente en la mente y el cuerpo humano. Una herida grave que, eventualmente, llevaría al verdadero final. Un lento y cruel.