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lunes, 20 de marzo de 2017

Casa de baños

   Apenas entró al recinto, sintió algo de nervios. Era la primera vez que entraba a un lugar como ese y no quería hacer algo incorrecto o atraer mucho la atención hacia si mismo. Por un momento, creyó que aquello iba a ser imposible pero, al recordar que todo el mundo se paseaba igual de desnudo en una casa de baño, dejó de sentirse tan especial y único y recordó que no todo se trataba de él. Al fin y al cabo era una tradición ancestral en el Japón, una parte de sus vidas.

 Estaba desde hacía una semana en el país y, aunque la razón de su viaje habían sido los negocios, ahora había entrado en esa parte de las negociaciones en la que una de las partes decide si siguen o si se retiran. Eran los japoneses quienes debían de analizar su propuesta y habían acordado darse mutuamente una semana entera para las decisiones. Volver a casa hubieses sido un desperdicio, sobre todo sabiendo que todo estaba a su favor. Por eso Nicolás se quedó en Japón, a esperar.

 No dudaba que sus negocios iban a salir a pedir de boca pero esperar no era uno de sus grandes atributos. Jamás había podido estarse quieto más de unos minutos y por eso había decidido explorar la ciudad y visitar los puntos de interés. Incluso se había sometido al karma de hacer compras, cosa que nunca hacía pero sabía que nadie en su familia le perdonaría volver sin ningún tipo de recuerdo de su viaje. Ahora ya tenía media maleta llena de cosas para todos ellos.

 La casa de baños, sin embargo, había sido consejo de la joven recepcionista de hotel donde él se estaba quedando. El jueves ya casi no tenía nada que hacer y la mujer le aconsejó visitar uno de esos lugares, pues le explicó la tradición que dictaba que era óptimo tener una higiene perfecta. Además, era bien sabido que los hombres de negocios japoneses eran personas que vivían muy cansadas y el baño era precisamente la mejor manera de relajarse durante la semana para poder seguir como si nada.

 Sin pensarlo mucho, Nicolás buscó el baño que tuviese mejores comentarios en sitios de internet  para turistas extranjeros. Cuando supo como llegar al lugar, subió a un tren y cuando menos se dio cuenta ya estaba en la puerta. Hubo un momento en el que quiso retirarse pero no lo hizo. Los nudos que tenía en la espalda le dolieron en el momento preciso, como gritando en agonía para recordarle al cuerpo que no solo el cerebro se cansaba sino también todo lo demás. Así que dio un paso hacia delante y penetró el bien iluminado recibidir del baño.

 No era un sauna, a la manera europea, y tampoco era una turco, como en oriente. Era un lugar algo distinto, con todas las paredes decoradas con pinturas monumentales, de vistas panorámicas y detalles tradicionales. Por estar mirándolas, casi no le pone atención al cobrador: un anciano que estaba sentado detrás de mostrador, apenas visible tras el grueso vidrio que lo ocultaba, con cientos de calcomanías que seguramente correspondían a servicios y  reglas del lugar.

 Como en todas partes en el país, Nicolás se comunicó por medio de señas y un par de palabras que había aprendido. Quiso hacer más por sí mismo antes de irse de viaje, pero su mente jamás había sido la mejor para aprender nuevos idiomas. En eso eran mejores sus hermanos, más jóvenes. Él en cambio había sufrido durante las clases de inglés en el colegio. Se le había grabado algo en la cabeza, suficiente para poder usarlo ahora de adulto, pero sabía muy bien que su acento era fatal.

 Después de pagar la tarifa, le fueron entregadas dos toallas: una grande y una pequeña. La pequeña, según entendió, podía ser usada dentro de los baños como tal. Pero la grande no, esa era solo para secarse una vez afuera. Dentro del lugar no estaba permitido estar cubierto, al parecer una regla ancestral para evitar altercados graves en recintos como ese. Tal vez era algo que tuviese que ver con los samurái o algo por el estilo. El caso es que estar desnudo era la regla.

 Se fue quitando la ropa poco a poco, hasta que se fijó que los otros hombres que entraban, que eran pocos, se quitaban todo con rapidez y seguían a los baños casi con afán de poder meterse en el agua caliente. En cambio él estaba haciéndolo todo lo más lento posible, como por miedo o vergüenza. Cuando ya solo le quedaba la ropa interior encima, se quedó sentado allí como un tonto, sin hacer y decir nada. Entonces entró un grupo de hombres y se dio cuenta que era la hora pico del lugar.

 Ya estaba allí, había pagado y si no se apuraba no habría lugar para él. Se quitó el calzoncillo, lo guardó en un casillero con todo lo demás y siguió a la siguiente habitación, donde había duchas y asientos de plástico. Había que lavarse antes de entrar a los baños como tal. Había jabones y el agua estaba perfecta. Aprovechó mientras no los hombres venían para bañarse rápidamente pero el jabón se le cayó varias veces y, para cuando terminó, ellos ya habían entrado y hablaban unos con otros como si estuvieran en la mitad de un bar o algo por el estilo.

 Al salir de las duchas, por fin llegó a la zona de los baños. Era un sector con techo, como todo el resto, pero parecía estar a la merced de los elementos. Era un efecto genial pues se podía ver el cielo exterior pero era claro que se trataba de un techo de cristal perfectamente hecho. Quedó tan fascinado con esto y con el aspecto general de la zona de baño, que dejó de taparse sus partes intimas y se dedicó a buscar un lugar ideal para sumergirse por un buen rato. Lo encontró con facilidad.

Entró al agua y se recostó contra lo que parecía una gran piedra, pero era sin duda algo hecho por el hombre. Cerca había una pequeña cascada de agua hirviendo, lo que hacía del lugar elegido un punto ideal para cerrar los ojos, estirar brazos y piernas y relajar el cuerpo como en ningún otro lado era posible. Nadie se quedaba dormido, o no parecía ser el caso, pero el nivel de relajación era increíble. Además, los vapores y el olor del lugar ayudaban a crear una atmosfera muy especial.

 Cuando cerró los ojos, Nicolás por fin dejó de pensar en su pudor y en la razón de su viaje. Empezó a analizar todo lo que había visto pero en la calle, en los sitios turísticos a los que había ido. Había quedado fascinado con muchas cosas pero con ninguna de manera consciente. Ahora sonreía como tonto pensando en los niños que jugaban en el tempo y como la luces de la ciudad parecían contar una historia vistas desde arriba, desde la parte más alta de una gigantesca antena de televisión.

 Los nudos se fueron deshaciendo y, con la toallita húmeda en la cara, todo lo que le preocupaba en la vida parecía haberse ido flotando a otra parte, lejos de él. De esa manera pudo darse cuenta de que lo que necesitaba en la vida era un poco más de tiempo para sí mismo. Había tenido la gran fortuna de ser exitoso, primero como parte de un equipo y ahora como parte de su propia empresa. Y jamás había tomado un descanso tan largo como esa semana en Japón, ni si quiera fines de semana.

 Todos los días trabajaba y en los momentos en los que no lo hacía pensaba acerca del trabajo y tenía ideas a propósito de ello y todo lo que existía en su vida giraba entorno a su negocio y en como hacer que cada día fuese mejor. Por eso era un hombre exitoso.


 Pero también era triste, apagado y aburrido. No sabía mucho del mundo y ni se diga de cómo divertirse. Tal vez lo peor del caso es que no sabía bien quien era él mismo. En ese baño, fue la primera vez en mucho tiempo que se sentaba a conversar con una parte de si mismo que no veía hacía muchos años.

viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.

lunes, 23 de enero de 2017

Remoto

   Los bordes de las ventanas estaban cubiertos de escarcha. La noche había sido muy fría y todo parecía indicar que el resto del mes iba a ser exactamente igual. Alrededor de la pequeña casita, ubicada en un claro de bosque, había un sinfín de charcos, grandes y pequeños, que habían formado lodazales que hacían casi imposible el ingreso o salida de la casa. Ciertamente era un lugar remoto y nadie nunca se habían molestado en arreglar uno o dos detalles que hacía falta atender.

 Adentro, el único hombre con vida en varios kilómetros estaba calentando agua en una tetera vieja, bastante golpeada, que parecía haber sido sacada directamente de un museo. El hombre se calentaba las manos con el fuego que bailaba debajo de la tetera, mirándolo fijamente, como si se fuera a escapar en cualquier momento. Tan distraído estaba que demoró en reaccionar cuando la tetera empezó a pitar. No era algo bueno, pues se debían evitar los sonidos fuertes.

 Vertió el contenido de la tetera en una taza igual de vieja y trajinada que la tetera y sopló repetidas veces hasta que se atrevió a tomar. Se quemó la lengua por no saber esperar. Sostuvo la taza con las manos cubiertas por guantes y, mientras esperaba a que se enfriase, miró a su alrededor como si fuera la primera vez que se fijaba en lo que había dentro de la pequeña cabaña. Se la sabía de memoria pero le gustaba jugar a ver si había algo, algún detalle que se le hubiese escapado.

 Era solo una habitación: en una de las esquinas estaba la cama y una mesita de noche con tres cajones. Al lado de la mesita había una armario viejo y ese ocupaba el resto de la pared. La cocina, o más bien la única hornilla que tenía, estaba en la pared opuesta, junto a una pequeña mesa y dos sillas. En una de las esquina de ese lado había una nevera pequeña, de esas de hotel, conectada a la única toma eléctrica del lugar. La puerta de la casa estaba en uno de las paredes más largas. De resto, no había casi nada.

 Eso sí, había muchas cobijas y abrigos hechos de pieles de animales. Él no los había cazado ni nada por el estilo pero seguramente el dueño anterior había utilizado la cabaña como base para su afición a la cacería. Las pieles parecían ser de animales varios pero el hombre jamás había querido averiguar más allá de la cuenta porque no estaba de acuerdo con eso de matar animales por su piel. Aunque, ahora que estaba donde estaba, no podía evitar encontrar la razón en esas acciones. Si no tuviera esas pieles, estaría congelado y muerto en vida en aquel lugar perdido.

 En cuanto a cazar, lo hacía todos los días. Trataba de no pensarlo mucho o sino el estomago se le revolvía y eso siempre era un problema aún mayor pues no tenía manera de comprar medicamentos y las plantas que había por la zona poco o nada ayudaban a los sistemas internos del ser humano. Debía comer lo que había y no pensar en su vida anterior que ahora estaba muy lejos de él. Ahora debía comerse lo que encontrara, como lo encontrara, fuese una ardilla o algo más grande.

 A veces encontraba hongos y sabía que serían más abundantes en la primavera, pero todavía faltaban un par de meses para eso. Él había llegado hacía solo un par de meses, durante el otoño, así que no había experimentado nada diferente al frío y la nieve en ese lugar. Siempre que lo pensaba parecía que había estado allí desde hacía mucho más tiempo. Se sentía como una eternidad y sus recuerdos eran como sumergirse en un lago oscuro que ya no es posible reconocer.

 La cabaña, lo quisiera o no, era ahora su hogar. Lo que había tenido antes ya no existía o al menos no debía existir para él. Había tomado la decisión de perderse en el bosque y no podía ya echarse para atrás, era muy tarde para arrepentirse. En todo caso sabía que era lo mejor pues nada en el mundo era para él. Lo había tenido que aprender casi a los golpes pero por fin había comprendido que no todo es para todos, que no todos somos iguales y que algunos deben tomar rutas alternas en la vida.

 Apenas terminó el té, lavó la taza en un cuenco de plástico enorme lleno de agua. Luego abrió el armario y, de la parte baja, tomó una ballesta algo rudimentaria y un carcaj con unas pocas flechas que él mismo había podido tallar a partir de algunos leños que había fuera de la cabaña. Por la tormenta reciente, los maderos debían estar congelados e incluso cubiertos hasta arriba de esa mugrosa mezcla entre nieve y barro. Prefería no pensar si llegase a necesitar esa madera.

 La calefacción que usaba era la hornilla que mantenía prendida todo el tiempo, a excepción de cuando salía a cazar. El gas que alimentaba el fuego llegaba de alguna parte, pero jamás le preguntó a la persona que le brindó ese refugio de donde salía el gas. Solo lo usaba y listo. Cuando la hornilla fallara, y algún día lo haría, sería el día de hacer hogueras y depender de la madera pero ojalá pudiera pasar el invierno sin  que eso pasara. Salió de la casa pensando en ello y se internó rápidamente en el bosque, caminando torpemente pero sin detenerse.

 Caminó por una media hora. El bosque se hizo más agreste a su alrededor e incluso más blanco. La nieve parecía haber congelado todo el paisaje y eso no era nada bueno pues los animales debían estar resguardados, lo que hacía casi imposible la casa. Empezó a caminar más y más despacio hasta que llegó a otro claro, parecido al de su cabaña, pero ocupado casi en su totalidad por un lago que parecía estar hecho de metal, pues estaba congelado. Puso un pie y empujó. Todavía no había congelado por completo.

 La grieta que se formó al él apretar se fue agrandando, hasta que apareció un hueco en la superficie del lago, tras el cual se podía ver el agua fría que había debajo de la capa de hielo. Se quedó mirando ese agujero por varios minutos hasta que se fijó que el tiempo pasaba y no podía demorarse demasiado fuera de la cabaña. Bordeó el lago hasta llegar al otro lado y allí se metió en el bosque de nuevo, mirando hacia arriba con atención. Cuidaba cada paso, para no asustar a presas potenciales.

 Al sentir un movimiento, alzó la ballesta y disparó. Al instante hubo un ruido y algo cayó de un árbol. Era un hermoso ejemplar de faisán, que por alguna razón, estaba en ese bosque. Peor para él. Le sacó la flecha que tenía atravesada, lo cogió de las patas y volvió caminando a la cabaña a paso firme, justo antes de que el sol bajara y se ocultara detrás de los altos árboles que formaban el espeso bosque en el que vivía aquel hombre cazador, misterioso y solitario.

 El faisán entero fue su cena. Lo hizo en una sartén después de desplumarlo y quitarles las partes que no se comían. Al final de todo, no era mucho animal el que había para comer, pero era suficiente para sobrevivir una nueva noche. Esas eran sus jornadas ahora: desayunar, pensar, cazar, preparar y comer. Todo culminaba con un él metiéndose en la cama que tenía, sin quitarse ni una sola prenda de ropa, donde se quedaba dormido después de varias horas de mirar al techo y escuchar el bosque.


 La hornilla se contoneaba cerca de él y muchas veces las sombras que se formaban a su alrededor hacían que el hombre recordara algunos pasajes de su vida anterior, de una vida que francamente ya no parecía la suya. Era como si recordara una película que había visto muchos años, solo que eran escenas que casi nunca se ven en las películas. Lo que más recordaba era a su padre y a su madre, a sus hermanos también. Pero a nadie más. El resto de personas siempre parecían, en los recuerdos y en los sueños, como sombras y nada más. Después de un tiempo trataba de ignorar todo eso y simplemente dormir. Recordar ya no servía para nada.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Suicidio

   Con mucha paciencia, lo fue preparando todo. Arregló sus cuentas pendientes, sus deudas, habló con quien había que hablar y trató de disfrutar lo mejor que pudo del poco dinero que tenía. Era más que suficiente para darse algunos gustos durante ese último mes, como ir a comer a los mejores restaurantes y viajar un poco. Con cada día que pasaba, su determinación no se veía afectada en lo más mínimo. Pensaba igual que en el día en el que se le había ocurrido todo y no creía que hubiese manera para que las cosas se echaran de para atrás.

 El día indicado, inició su día como siempre, excepto que salió muy temprano y su apartamento parecía listo para una mudanza. Se puso su mejor ropa, aunque no sabía muy bien si eso tenía sentido, y salió de su casa caminando con seguridad. De camino al punto elegido, pensó en todo lo que dejaba atrás, en todas las personas y en todos lo que nunca tendría la oportunidad de experimentar. No era que se estuviese echando para atrás sino que era casi imposible no tener un pequeño momento de reflexión momentos antes.

 Al llegar al lugar, lo hizo sin miramientos, sin dudarlo un segundo. No había cambiado de parecer, sus razones seguían siendo para él demasiado fuertes para no hacer las cosas como terminó haciéndolas. Trepó la barrera del puente con agilidad y algunos ocupantes de automóviles que pasaban por allí se dieron cuenta cuando estaba y de pronto ya no era así. Incluso hubo uno que frenó y salió del carro, corrió a la baranda metálica y miró hacia abajo como esperando un milagro. Pero nada parecido podía haber pasado. El hombre estaba muerto.

 El cuerpo fue recuperado del agua varias horas después de que el conductor llamara a la policía. Si hubiesen llegado al instante, tal vez lo hubiesen salvado aunque eso hubiese significado una vida de esas que no es una vida de verdad. Suena raro pero era mejor que estuviese muerto, como lo estaba. Pronto notificaron a la familia y todos sufrieron lo que debían sufrir pues así sucede siempre cuando alguien decide que este mundo es demasiado o muy poco para ellos. La familia organizó todo de forma rápida y muy privada de modo que muchos solo supieron de la muerte meses después.

 La policía tenía la obligación de hacer una investigación pero fue cerrada meses después porque jamás se encontró nada. No había nota suicida ni ningún indicio en redes sociales ni nada por el estilo que indicase que el hombre iba a cometer semejante cosa. Lo único era el pequeño apartamento listo para mudanza. La razón real para eso es que había dejado todo, legalmente, a su hermano menor. Nadie nunca lo había sabido pero eso tenía muchas razones, la principal siendo que él no quería tener nada que no fuera suyo.

 El apartamento había sido propiedad de sus padres pero ellos se lo habían dado un año atrás, para que viviera solo y así tratara de conseguir un trabajo. Ellos se encargarían de los gastos del lugar mientras él lograba ganar dinero, luego lo haría él como pasa con cualquiera. Pero el problema fue que nunca consiguió un trabajo. Iba a todas las entrevistas que podían existir pero jamás lo elegían para nada ni lo volvían a llamar. Era como si estuviese maldito o algo por el estilo. El caso es que el apartamento nunca se sintió como suyo y por eso quiso cederlo.

 La verdad era que él no sentí que se hubiese ganado nada en la vida. Había logros que había alcanzado, claro, como cualquier otro ser humano. Pero habían sido logros alcanzados por medio del dinero y no por su calidad como profesional ni nada por el estilo. Nunca había sido reconocido por su talento ni por su personalidad y, de un tiempo para acá, se dio cuenta de que ya no quería vivir a punta de mendigarle a sus padres o a cualquier otra persona. Simplemente no quería una vida en la que siempre fuera un fracaso evidente.

 Por eso había hecho lo que había hecho. Y estuvo seguro hasta el último instante. La policía cerró el caso sin mayores razones que asegurar por el lugar del hecho que había sido un suicidio. Pruebas como tal no existían pero, para ellos, no eran necesarias. Lo que había ocurrido era bastante evidente y era común no insistir demasiado en los suicidios pues la familia siempre estaba con mucho dolor y prolongar la investigación solo hacía que ese dolor fuese mucho más intenso de lo normal. Así que lo mejor era dejarlo así.

 Nunca le dijo a sus padres, ni a nadie en realidad, que él no sentía que fuese capaz de trabajar. No podía hacer nada que requiriera un contrato con un salario y reglas de juego establecidas. Mucho menos si el trabajo requería de su presencia en oficinas mejor construidas para gallinas que para seres humanos. Nunca sintió que su lugar estuviese en ninguno de los trabajos para los que se postulaba. Solo lo hacía porque sentía que esa era su responsabilidad como ser humano. Pero jamás estuvo ni ligeramente interesado por ninguno de esos puestos.

 Eso lo habían notado todas las personas que lo habían entrevistado en ese año durante el cual estuvo intentando ser contratado: a veces era demasiado sincero y a veces abiertamente hipócrita. A veces era muy tímido y otra intentaba tanto ser extrovertido que pasaba por alguien con serios problemas mentales. Además estaba su aspecto que jamás iba a ser ni remotamente parecido al de todos los demás hombres que tienen un trabajo estable como esos para los que se presentaba.

 Para cualquiera que hubiese querido ver las señales, allí estaban. Pero la verdad fue que nadie se interesó porque tenían sus propias vidas y porque pensaban que las cosas no podían ponerse peor. Ese siempre ha sido el error de muchos, al creer que todo es estable y siempre seguirá igual hasta el fin de los tiempos y obviamente las cosas no son así. Siempre hay señales o indicios, siempre hay alguna palabra o actitud o incluso la falta de ciertas cosas. No se trata de culpar a nadie sino de darse cuenta que siempre se puede prevenir.

 Pero de seguro el jamás se lo hubiese perdonado a nadie si lo hubiese “salvado” de ese destino. Como se ha dicho en varias ocasiones, él estaba muy seguro de lo que iba a hacer. Ese día caminó con determinación y no dudo ni por un segundo. ¿Como se hace para detener a alguien que no tiene ninguna duda de lo que está a punto de hacer? Tal vez sea algo posible pero no hay certeza acerca de si se puede detener y mucho menos de si se debe hacerlo. Porque siempre pensamos desde nuestro punto de vista pero jamás desde el de la persona que se suicida.

 No es algo simple, al contrario, es algo complicado que siempre será difícil de entender para la gente que está viva. Pero si en verdad se conoce a la persona, al difunto mejor dicho, de seguro se sabrá llegar al mismo lugar en el que estuvo esa persona para decidir lo que decidió, para vivir su vida en sus últimos días como él lo hizo. No es algo complicado ni supremamente imposible de entender. Se podría incluso decir que es uno de esos hechos de la vida, que suceden y simplemente no hay control sobre ello porque solo somos seres humanos.

 Él quería escapar del dolor, de la vergüenza, del cansancio y de muchas otras cosas que lo estaban presionando. Los ignorantes dirán que no tuvo la fuerza ni el empuje necesarios, dirán que fue débil y que escogió el camino de los cobardes. Muchos dirán que no hizo lo suficiente y que debió ser más fuerte de lo que era, entrenarse incluso para ser una persona diferente, si es que se había dado cuenta que ser él mismo no servía de nada. Algunos cambian así para evitar un desenlace igual al de él pero la verdad es que no saben nada.


 A veces hay personas que no pueden ser nadie más sino ellos mismos. A veces hay personas que simplemente no pueden lidiar con el mundo como es y no pueden ponerse un velo frente a los ojos como para que no duela tanto. Hay personas que no tienen la habilidad de mentirse a sí mismos, no pueden pelear cuando saben perfectamente que van a perder. Algunos toman el camino más difícil porque morir es de todos pero elegir la muerte jamás será de débiles sino, tal vez, todo lo contrario.