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miércoles, 16 de enero de 2019

Gripe o gripa


   Me quedé en la cama, con los ojos cerrados y recostado, no completamente debajo de las sábanas. Ya había dormido bastante y no quería seguir haciéndolo. Sin embargo, mi cuerpo no se sentía nada bien; con nada movimiento que hacía algo me dolía ligeramente. No era un dolor fuerte e insoportable sino algo suave, a veces casi imperceptible, y eso podía ser algo todavía peor porque no parecía detenerse. Abría los ojos a veces, como tratando de tomar impulso para levantarme, pero no lo hacía.

 La cortina estaba cerrada, por lo que no podía ver mucho en la habitación, pero la verdad era que no había mucho que ver. Había dejado algo de ropa tirada en el piso y el número de pañuelos usados sobrepasaba lo que era correcto tener por ahí, antes de tener que empezar a tirarlos a la basura. Sin embargo, todo dependía del nivel de ganas de hacer las cosas y la verdad era que eso era algo que no había. La gripe no solo había derrumbado las defensas del cuerpo sino que había destruido la voluntad del cerebro.

 No quería pensar, no quería hacer nada y sin embargo estaba en un momento en el que no podía cruzarme de brazos. No había mucho dinero ni mucho de nada, todo era escaso y tenía que ponerme a trabajar o hacer algo, pero no quería ponerme a buscar nada porque eso me cansaría todavía más. Además, en uno o dos años o los meses que hubiesen pasado, no habría cambio alguno en las respuestas que me darían. Siempre tendría demasiada educación o muy poca experiencia para otros. Así sería siempre.

 Decidí quedarme allí un rato más, cerrando los ojos durante largos ratos y luego dejándolos abiertos mirando a la nada. No movía las manos ni los pies, estaba acurrucado en el mismo lugar y trataba de no moverme demasiado para evitar sentir frío o dolor. Eventualmente me quedé dormido y no me desperté sino hasta que la luz había bajado aún más. Incluso con las cortinas sin subir, podía ver con facilidad que todo estaba más oscuro. Probablemente me había despertado tarde y ahora era aún más tarde.

 No tenía hambre ni quería nada de afuera. Decidí dormir más, si podía, o quedarme despierto para pensar en cosas que no tenían sentido, porque con la gripe y con la fiebre ocasional, es normal pensar en estupideces varias que no tienen nada que ver con nada. Incluso quedarse mirando algún objeto genera montones de imágenes de cosas varias. Y después queda uno dormido de nuevo, teniendo un sueño extraño que solo puede ser perturbado por la inhabilidad de respirar con normalidad. Aparte de eso, es un sueño con movimiento, en el que no se descansa de verdad.

 Pero así es como se siente. Y importa quién seas, todo se siente exactamente igual, pues a la enfermedad no le interesa como eres, quién eres o qué haces. Eres solo un ser humano, susceptible y débil y nada más que eso. Deja mucho que pensar y mucho tiempo para hacerlo.

miércoles, 2 de enero de 2019

Nosotros y ellos


   Todos estábamos alrededor de la hoguera, caminando y pensando, cerca del fuego que nos hacía sentir algo de calor. Podíamos estar en nuestra casa, en nuestras camas descansando. Pero no, estábamos en ese rincón perdido del bosque haciendo nada, o mejor dicho lo que parecía no ser nada. Había sido una reunión de improvisto, una muy tarde en la noche para que nadie más se enterara de lo que estábamos haciendo o de lo que estábamos hablando. Se podía decir que era solo para nuestros ojos y oídos.

 La hoguera ya había ardido en ese mismo punto muchas veces antes. No era la primera reunión que habíamos hecho, pero esta parecía ser mucho más urgente que las anteriores. Al fin y al cabo uno de nuestros compañeros más cercanos era el que nos había llamado. Gritaba como loco, casi no le pudimos entender al comienzo nada de lo que decía. Cuando por fin se calmó, entendimos que era urgente reunirnos en el lugar de siempre para hablar y entender mejor lo que había ocurrido y discutir lo que había que hacer.

 Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos habíamos reunido o, mejor dicho, desde la vez que habíamos formado el grupo y tomado la decisión de vernos de manera periódica. Esto se explicaba por nuestros llamados poderes, aquellas cosas que podíamos hacer que nadie más podía. Cada uno habíamos descubierto poco a poco que éramos diferentes a todas las demás personas y habíamos decidido que no era lo mejor que todos supieran, pues éramos una minoría y la historia no era amable con estas.

 Algunos querían revelarse al mundo, usar lo que podían hacer para ayudar a otros o incluso para reinar entre los demás. Era cierto que no todos los “especiales” como nosotros habían querido quedarse en el grupo, muchos habían decidido que no era lo suyo estar reuniéndose para hablar cosas de la gente como nosotros. Sin embargo, habían estado de acuerdo en registrarse en una especie de lista que teníamos para llevar la cuenta de cuantos éramos y lo que podíamos hacer. Era información clasificada, claro.

 La reunión extraordinaria, sin embargo, quebraba para siempre lo que habíamos hecho. Según él, alguien había descubierto a uno de nosotros. Decía que había manifestado sus poderes sin intención, a causa de un gran dolor. Recordamos haber visto la noticia de una explosión grave en una zona residencial, pero no habíamos pensado demasiado en ello. Ahora resultaba que era una joven mujer que se había revelado a si misma a causa de un malestar causado por una grave gripe. Era muy joven y no tenía idea de cómo controlar sus poderes, no sabía lo que debía de hacer.

 Ella no estaba listada y por eso no conectamos una cosa con la otra. Pero eso no era lo peor. Lo más grave de todo era que la chica había sido tomada de su hogar y lo mismo había ocurrido con el resto de su familia, que hasta donde nuestro informante sabía no eran personas especiales. Habían desaparecido de un momento a otro y ahora era como si nunca hubieran existido. El informante no sabía más y era claramente el más nervioso de todos. Cuando terminó su historia, solo se sentó y susurraba por lo bajo.

 Por eso nos quedamos todos un poco asustados porque lo que significaba para nosotros era grave. No solo la gente ya sabía que existíamos, sino que ahora parecía que nos querían ocultar y hacer quien sabe que cosas con nosotros. No teníamos idea si el gobierno tenía algo que ver con ello o si era algún grupo externo el que se proponía exterminarnos o hacer algo con nuestros poderes. No era raro escuchar que la gente tal vez nos tuviera envidia si supieran las cosas que podíamos hacer.

 Éramos gente especial, diferente, y lo que único que podíamos hacer era ocultarnos lo mejor posible y simplemente vivir nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Era ilusorio creer que todo el mundo iba a aceptarnos así como así. Incluso habíamos escuchado los comentarios que otros decían que se habían hecho después de la explosión causada por la chica y no eran nada buenos. Eso fue lo que nos quedamos hablando toda la noche alrededor de la hoguera, sintiendo frío y calor al mismo tiempo.

 Para algunos, la siguiente acción debía ser la de ubicar a la chica para saber si estaba bien o si había sido asesinada por quienes se la habían llevado. Otros decían que lo mejor era que las cosas siguieran como antes, sin que nadie hiciese nada por averiguar nada. Ellos argumentaban que buscar e investigar demasiado podía ser contraproducente y, al final del día, revelar nuestra existencia de manera inequívoca. Y había otros, pocos, que creían que esa era la mejor idea de  todas.

 Para ellos seguir ocultos era ridículo. Querían que nos presentáramos frente a la sociedad como una opción diferente para poder crecer y ser cada vez mejores, como seres humanos que éramos todos. Sabían que habría personas que estarían contra nosotros, pero pensaban que nuestros poderes serían la clave para que siempre estuviéramos encima de todo y todos. Sí, era una idea que se oía muy bien pero todos sabíamos que también podría ser el fin de todo lo que habíamos tratado de salvar. Cualquiera de las decisiones resultaba en algo que no era agradable, que no iba contentar a todo el mundo.

 La reunión terminó cuando el sol empezaba a lanzar sus rayos sobre las copas de los árboles. Apagamos la hoguera con cuidado, uno de nosotros teniendo poderes para absorber el oxigeno y así absorber todo sin que nadie se diera cuenta. Al final no pudimos acordar nada y cada uno siguió pensando exactamente lo que ya pensaba antes. Nos ayudamos de mis poderes para que cada uno llegara a su casa de la manera más rápida y segura. Los últimos fuimos mi pareja y yo, que habíamos llegado al bosque en automóvil.

 Debíamos conducir por una hora para regresar a casa y eso ayudó a que nuestras mentes se calmaran un poco. No hablábamos porque ya lo habíamos hecho demasiado, pero era obvio que todavía teníamos mucho en la cabeza. Prendí la radio para tratar de dejar de pensar pero resultó ser la peor de las decisiones. Estaban anunciando una noticia de última hora y era lo peor que podía escuchar en ese momento. Al parecer, alguien estaba atacando un distrito de oficinas en Japón, y por lo que parecía, la persona tenía poderes.

 La policía ya había disparado contra el agresor y no había resultado. También los bomberos y el ejercito trataban de hacer lo propio, pero les resultaba casi imposible. Mi pareja empezó a utilizar el portátil para acceder a la lista que teníamos y ver quien podría ajustarse al perfil de la persona que estaba atacando en las noticias. No teníamos muchos registrados de esa parte del mundo pero había que pensar que alguna otra persona podría tener mis poderes o algunos muy parecidos, para moverse de manera rápida.

 Ambos escuchamos la descripción de lo que ocurría y de lo que hacía el atacante. Eso nos ayudó para descubrir que el atacante era precisamente la persona que había estado minutos antes en la reunión, aquel que nos había alentado a usar nuestros poderes para imponernos ante los demás y revelar de una vez por todas quienes éramos y que existíamos. No tengo ni idea como llegó allí tan rápido, pues no fui yo quién lo envió a ese lugar del planeta. Tal vez incluso me había engañado de alguna manera.

 Detuve el coche frente a nuestra casa, una pequeña estructura de un solo nivel en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, no nos bajamos del vehículo sino que seguimos escuchando las noticias. De repente, supimos que las cosas habían cambiado para siempre, de manera irremediable.

 Se oyeron gritos y más tiros y, en un momento, la señal de la radio pareció irse. Sin embargo, un anunciador explicó lo que había ocurrido: el atacante había sido abatido pero no sin antes asesinar a tres rehenes que tenía contra una pared. La gente estaba asustada y nosotros lo estábamos aún más.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Humanos


   No, la vida nunca ha sido justa. Es gracioso cuando alguien se arrodilla y le pide a Dios explicaciones, argumentando que lo que pasa no es “justo”. El concepto de justicia es uno que los seres humanos inventamos para prevenir que unos pasen por encima de los otros, para hacer que todos seamos iguales bajo otro concepto inventado que es el de la ley. Creamos cosas que nunca antes existieron para sentir que el mundo vive en un equilibrio constante alrededor nuestro, lo que es una ilusión.

 Aunque es cierto que el mundo se equilibra a si mismo, son las fuerzas naturales las que hacen esto y muchas veces se toman un buen tiempo para llegar a un equilibrio verdadero, no es algo instantáneo. Los seres humanos, cuando nos dimos cuenta de que la naturaleza podía ser un poco lenta para solucionar problemas, tomamos el toro por los cuernos e inventamos unas cuantas reglas que todos debíamos respetar para evitar un desequilibrio que pusiera en peligro nuestra existencia y supervivencia en un mundo hostil.

 Con el tiempo, y bajo esas reglas, el mundo comenzó a ser nuestro y ya no teníamos que poner demasiada atención a lo que la naturaleza pudiera lanzarnos pues nuestra inteligencia se adelantaba a la lenta progresión natural y podía, con facilidad, adelantarse a lo que pudiese ocurrir. Por eso ya no le tememos de verdad a la naturaleza o por lo menos no era así cuando no habíamos destruido tanto en nuestro mundo que la naturaleza tuvo que ponerse en pie para empezar a pelear, a protestar de forma cada vez más notable.

 Le volvimos a temer a la lluvia y al viento porque fuimos nosotros los que atacamos primero. La naturaleza era solo ella, era lo que es y nada más. Pero nosotros llegamos, pensamos y destruimos, sin nada más que decir. Y tuvimos la osadía de pensar que el mundo era nuestro y que podíamos hacer lo que se nos diera la gana, pues uno hace lo que quiera en su casa. Estábamos equivocados y ahora lo vemos casi a diario y por todas partes. No somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos.

 Inventamos cosas, físicas e imaginarias, para hacernos la vida cada vez más fácil. Pero lo que hacemos es seguir destruyendo y no nos damos cuenta. Tenemos una vocación increíble, como seres vivos, de ir mucho más allá de lo que somos. No estamos contentos con ser lo que somos y nada más, queremos cada vez más y más y más y no nos detenemos en la meta que nos ponemos sino que luego pasamos a otra y a otra y así hasta que morimos y alguien más debe tomar nuestro lugar.  Es el ciclo de vida que hemos creado para nosotros mismos, otra ilusión que no existía y nos hemos asignado.

 No contentos con destruir la naturaleza que nos dio la vida, ahora apuntamos a nosotros mismos. Las leyes, las reglas y todas las demás maneras de limitarnos, están haciendo que la creatividad, que es la que nos caracteriza y separa de los demás animales sobre este planeta, se esté limitando cada vez más a lo que un grupo de nosotros quiere y necesita, dejando de lado mucho de la imaginación originales del ser humano. En otras palabras, estamos destruyendo lo que nos hizo un ser distinto a todos los demás en existencia.

 Creemos que lo hacen unos es correcto porque siempre los hemos seguido, tal vez porque se han ganado un lugar entre los más brillantes o entre los más aventureros. Posiblemente, sea porque los que tienen más dinero suelen tener una voz a la que se la da más importancia. El caso es que no decimos nada cuando, poco a poco, nuestras voces se van apagando porque ellos así lo han pedido. No peleamos cuando vemos, en el día a día, como todo está construido para que no reflexionemos, a menos que sea útil para “todos”.

 Lo peor viene cuando algunos de nosotros empezamos a repetir lo que dicen esos a los que hemos dado mayor importancia. Repiten y repiten. Se convierten en una versión humana de los pericos o los loros, seres que en verdad no reflexionan demasiado sino que solo viven por impulsos. De hecho, y siendo justo con las aves, muchas de ellas muestran algún grado de comprensión de ciertas situaciones. Algunos de nosotros ni siquiera tenemos eso. Solo atacamos cuando lo creemos necesario y repetimos y repetimos.

 Los que lo hacen, lo hacen por miedo. Se les ha asustado una y otra vez con el cuento de que, si dejamos que la gente haga lo que quiera, pronto será todo un caos y terminaremos por volver a la naturaleza, donde la mayoría no quiere volver. Le temen a lo salvaje, a lo que no se puede controlar, a aquellos impulsos básicos que residen en el interior de todo ser humano. No quieren volver a ese estado primordial del ser humano en el que nada se puede controlar y todo está bajo el reino de lo natural, lo más básico.

 Somos seres temerosos, temblamos con cualquier cosa. Incluso en nuestros primeros días como especie éramos débiles y tuvimos que crear sociedades y entidades, así como reglas para poder florecer como lo hicimos. Todo se lo debemos a la naturaleza, de nuevo, que nos dio cerebros que podían hacer mucho más de lo que jamás se había visto en este mundo. Y lo que hacemos hoy con ese regalo es limitarlo para que solo haga unas pocas cosas, las que hemos decidido calificar como “aceptables”.  Creamos de paso grupos marginales, formados por aquellos que no consideramos parte de la sociedad.

 Antes eran los artistas y luego fueron los músicos y con el tiempo se empezaron a definir por sus modas que se salían de la norma. Todas esas personas eran de la clase que la sociedad en general no consideraba aceptable. Eran los cerebros que habíamos querido apretar y limitar y simplemente no habíamos podido. Y se les echó la culpa de no querer ser parte de la comunidad de seres humanos con mismos valores y leyes y reglas y se les puso aparte, se les atacó y se trató de eliminarlos como se pudiera.

 Aquí aparecen todos esos odios que tenemos el uno por el otro, como seres humanos. Cuando odiamos a un negro siendo blancos o cuando odiamos a los blancos al ser indígenas o golpeamos a un hombre por tener sexo con otro hombre. Todos esos odios han sido alimentados por la verdadera bestia, por el monstruo creado por el hombre llamado sociedad. Le hemos dado poder a algunos y ahora ellos lo usan para controlar y para decirnos a quienes debemos atacar después. Porque nunca termina, solo cambia un poco.

 Nos creemos superiores a los animales salvajes, creemos ser mejores que ellos porque hablamos y pensamos pero la realidad es que usamos nuestra boca para decir cosas que no importan y utilizamos el cerebro como nos han pedido que se use. Atacamos a los que no responden a esas normas sociales, a los que no viven la vida que todos han vivido. Los que no quieren lo mismo que el grupo mayoritario, entonces son raros y deben saber lo que son. Se les ataca, se les aminora y se le quitan las oportunidades al instante.

 Los seres humanos somos seres que nos hemos dejado llevar y ahora no somos más que una sombra de lo que pudimos haber sido. Todavía se piensa que seremos algo increíble en el futuro, que revolucionaremos este rincón del universo y que todo seguirá girando alrededor nuestro, porque nosotros somos los únicos que importamos. Nos vemos yendo más allá de las estrellas, todavía con las mismas reglas, los mismos valores y respondiendo al mismo grupo central, al monstruo, que dicta cómo y qué debemos ser.

 Pero ese momento pasó. El momento en el que podíamos tener la oportunidad de hacer algo por nosotros, de evolucionar a un ser aún más avanzado, ya pasó. Seguiremos cambiando, obviamente, si es que no nos matamos los unos a los otros antes de la naturaleza nos de ese último impulso.

Porque aunque la odiemos y le tengamos miedo, la naturaleza es la madre que no nos quiere dejar, la que nos da vida y nos acoge cuando morimos. No llegaremos a ser nada espectacular, tal vez solo una bolsa de carne que piensa. Pero tuvimos la oportunidad. La desperdiciamos pero la tuvimos.

miércoles, 24 de octubre de 2018

El hombre de mis sueños


   Otra vez lo vi. Estaba en uno de esos callejones largos, de esos que parecen no tener fin. A un lado y al otro había afiches viejos, cayéndose a pedazos al suelo mojado. También algunos grafitis, tanto de aquellos que quieren desligarse de la sociedad como de aquellos que quieren integrarse, que buscan desesperadamente dejar su marca en el mundo para así decir “Aquí estuve”. Pero yo paso corriendo por entre la suciedad, salpicando agua llena de mugre a un lado y al otro. Es entonces que me doy cuenta que estoy descalzo.

¿Qué estoy haciendo? ¿Dónde estoy? No sé responder a ninguna de esas preguntas esenciales. No recuerdo como llegué hasta allí ni porque corro con los pies descubiertos. Solo sé a quién persigue y siento, sé, que él está allí adelante. Tal vez no me espera y tal vez ni siquiera sepa que lo estoy buscando, pero estoy tan cerca de lograrlo que la verdad solo me concentro en mi mismo y en nadie más. Sigo mojando mis pies hasta que por fin llego al final de ese largo corredor mugriento, que resulta ser una sala de estar.

 Cuando volteo a ver, ya no hay rastro del corredor ni de la calle ni del agua mugrienta. Sin embargo, mis pies siguen descalzos, aunque secos. Por un breve momento me quedo mirando mis pies, mis dedos en movimiento. Sé que algo quiere decir pero solo me rio como un tonto y alzo la vista para ver donde estoy ahora. Sí, es una sala de estar con todo y televisor, sofá, una ventana bien iluminada, cuadros varias e incluso fotografías. Cuando me acerco a verlas, caigo en cuenta de que los personajes en ellas son miembros de mi familia.

 Pero esa casa no es una que yo reconozca. Sé que nunca jamás había estado allí pero, al mismo tiempo, siento que la conozco de alguna manera. Es cuando me siento en el sofá por un momento cuando me doy cuenta de dónde conozco el lugar. De nuevo me rio como tonto, pues estoy sentado en el sofá de una familia famosa que nunca conoceré. Mi mente está jugando conmigo de la manera más extraña, a menos que no sea mi mente la que está haciendo todo esto. Tal vez algo más está ocurriendo y no me estoy enterando.

 Un sonido en el cuarto contiguo me alerta de la presencia de alguien más. Algo me dice que es él. Corro hacia allí, viendo como hay platos rotos en el suelo y la puerta del patio está abierta. Cuando salgo por ella, la casa animada desaparece y me encuentro en un lugar más familiar pero alterado dramáticamente. Parece como si una guerra hubiese estallado y no hubiesen quedado sino escombros de los edificios y casa que conocía. Era mi barrio, el de siempre, el que había conocido caminando de un lado al otro, el que había visto desde mi ventana en incontables ocasiones.

 Estaba todo destruido, con montones de piedras humeantes a un lado y al otro. No sabría decirlos a un lado y al otro de qué, puesto que ya no puedo ver calles ni cuadras ni nada por el estilo. Solo veo rocas unas encima de las otras y nada más. Sin embargo, sé que él está ahí. Recuerdo de golpe su sonrisa, que es lo único que me queda de él. Puedo ver su rostro con toda claridad, esbozando esa sonrisa que ha quedado marcada en mi mente. Casi siento que puedo extender una mano y tocarlo pero no es así. El mundo está ahí.

 Camino por lo que se sienten como horas hasta que por fin encuentro una salida de ese lugar tan horrible. Es una tienda, grande, de esas que venden de todo. Está tan sola como el resto de ese mundo pero al menos está de pie. La puerta suena al abrirla, lo que me estremece un poco, pero sigo de todas maneras. Adentro, todo está tal como debería de estar en un día de mucho movimiento. La única diferencia es que el lugar parece estar abandonado. No hay ni un solo cliente ni un solo vendedor.

 Y sin embargo, toda la ropa está perfectamente organizada, todos los colores y las luces vibran con un felicidad extraña y las máquinas funcionan como si nada raro estuviese ocurriendo. Me acerco lentamente a una escalera eléctrica y leo en un panel que la sección de hombres está en el tercer piso. De alguna manera, no me pregunten cual, sé que él está allí. Tal vez esté comprando algo para sí mismo o incluso, temo incluso pensarlo, está adquiriendo algo para mí. Pero lo único cierto es que no estoy seguro de nada.

 Me subo a uno de los escalones y hago lo mismo con los siguientes tramos de escaleras eléctricas. Solo subo y espero que me lleven al siguiente nivel, sin pensar en moverme para nada. Algo me dice que estoy cerca pero también puede ser que me esté imaginando cosas. Más cosas, quiero decir. Cuando llego al tercer piso, atravieso el área con los trajes formales y paso por enfrente de las corbatas y corbatines. Por alguna razón, mis pies desnudos caminan con premura hacia un rincón de la tienda.

 Paso casi volando por entre la ropa deportiva, viendo algo de desorden en esa zona. Me intriga y me dan ganas de detenerme a investigar porqué esa es la única zona desordenada en toda la tienda, pero mis pies no me dejan detenerme. Ellos me llevan y yo no puedo rehusarme. Entramos al sector de la ropa interior y mis pies se detienen frente a un muro lleno de paquetes de diferentes tipos de calzoncillos y pantalones cortos para hombre. Miro mis pies y parecen estar bien. Pero yo no entiendo qué es lo que me quisieron decir. Sé que algo buscaban, lo sé. Pero ciertamente no es evidente.

 Toco la pared, tocando también las cajas de ropa interior, todas con fotos de hombres inconcebibles en las portadas. Trato de no mirarlos pero algo me hace observar sus expresiones. Al comienzo, es como ver a través de una ventana sucia. Pero cuando dejo de empujar y de tocar y me alejo un poco, caigo en cuenta de algo que hace que me tape la boca y diga una grosería en voz baja. El hombre inconcebible en todas las cajas es el mismo y su cara es idéntica, o mejor dicho, es la del hombre que he estado siguiendo todo este tiempo.

 Justo entonces, oigo el sonido de una puerta que se abre ligeramente, a unos pocos metros de donde estoy. Cuando me acerco, veo que da acceso a una escalera interna, como las que se usan para evacuar gente durante un incendio. Sé que tengo que subir lo que sea necesario y allá arriba lo encontraré por fin. Mientras subo los escalones, sin apuro, me pregunto si de verdad lo podré ver y si podré escuchar su voz. Creo que eso sería demasiado pedir pero, como dicen algunos, soñar no cuesta nada. Una mentira pero ayuda.

 Cuando por fin llego al último rellano, abro la puerta que hay allí y salgo directamente al techo del edificio. Pero no parece ser el techo de una tienda por departamentos, en especial porque cuando entré era de día y ahora es de noche. Además, hay varios edificios altos alrededor, todos construidos con una idea arquitectónica bastante definida. Terminan en punta y están adornado por todos lados con figuras de piedra que se ven incluso más aterradoras a la luz de la Luna, que empieza a salir de entre las nubes.

 Camino un poco y entonces lo veo. Es él. Me acerco lentamente y me pongo a su lado. Lo miro y sonrío. Está vestido de forma extraña, con un disfraz completamente negro, completo con capa y máscara. Sé que es él, pero está disfrazado de uno de mis ídolos de la niñez. Parece apropiado y por eso me quedo allí de pie, en silencio, mientras él vigila la ciudad desde lo alto. Siento cierto tensión entre los dos y me gustaría preguntarle si él siente lo mismo, pero no quiero interrumpir lo que hace, pues parece ser importante.

 Pasados unos minutos, el hombre disfrazado voltea la cabeza y me mira. Su sonrisa no está pero sé que es él. Me mira directo a los ojos, como tratando de sondear mi alma a través de ellos, a ver si yo de verdad sí soy yo. Instintivamente, tomo una de sus manos, esperando que me reconozca.

 Y lo hace. Se acerca a mi y me da un beso suave y reconfortante. No dura mucho pero es el abrazo posterior el que sella el momento para mí. Me pongo a llorar sin razón alguna y es entonces cuando el se separa un poco, me acaricia el rostro y luego salta del edificio. Allá va de nuevo. Nos volveremos a ver.