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miércoles, 17 de agosto de 2016

Gimnasia

   Eran pasadas las once de la noche y Javier seguía practicando una y otra vez. A veces solo se detenía para tomar algo de agua y ajustar algo en uno de los aparatos. Pero al rato siempre seguía, como si tuviera energía para toda la vida. Era probable que la tuviese pues muy pocos chicos de su edad eran capaces de tener tanta disciplina por si mismos. En el lugar solo estaba él, su entrenador se había ido hace varias horas y él había mentido al decir que se iba a quedar solo un rato más para pulir su presentación en barras asimétricas.

 Fue casi a medianoche que sus padres vinieron a recogerlo. Era la hora que él  les había dicho y ellos no habían puesto en duda su sinceridad. Quisieron preguntar donde estaba el entrenador pero él fue más rápido y les preguntó sobre su día y sobre que había en casa para cenar. Era una pregunta algo tonta pues no importaba mucho qué había de cena cuando él tenía que permanecer en una dieta muy estricta que no le dejaba subir calorías en ningún momento.

 En el coche de camino a casa, Javier pensaba que tal vez era mejor decirle a alguien que había estado entrenando solo, que tal vez se había estado esforzando más allá de lo que tenía sentido. De pronto lo mejor era parar un poco y ser un joven normal al menos por un tiempo. Hacía mucho que no lo era, que no abrazaba a sus padres o que no les agradecía el trabajo tan difícil que era tener un hijo gimnasta.

 Nunca llegó a agradecerles. En una de las intersecciones, un automóvil manejado por un borracho se pasó la luz roja y embistió el vehículo de la familia de Javier con tanta fuerza que fueron a dar varias metros hacia el otro lado. Los bomberos y las ambulancias no demoraron. Sacaron primero a Javier y luego a sus padres y pocos minutos después solo quedaba el retorcido esqueleto del vehículo y nada más.

 En el hospital, a Javier le habían inducido a dormir. De puro milagro no se había rato nada y solo tenía raspones y moretones por todos lados. Le habían puesto algo para dormir porque necesitaban revisarlo a fondo y no tenían tiempo de ver que opinaba del asunto. Los exámenes fueron positivos: Javier estaba en óptimas condiciones físicas a pesar del accidente. Lo dejaron dormir hasta el otro día.

 Ese día siguiente fue uno de los peores de su vida. Apenas estuvo algo consciente, le informaron que su madre había muerto en el accidente. Habían tratado de revivirla pero había sido imposible. Su padre estaba en estado critico, pues el coche había embestido por su lado. Mínimo quedaría sin el uso de sus piernas pero eso era asumiendo que saliera del estado en el que estaba.

 Dos semanas después, todavía algo drogado para no sentir demasiado, Javier enterraba a sus padres. Lo acompañaban familiares, algunos amigos y su entrenador. Esa era la única figura paterna que le quedaba pues su padre no había aguantado las operaciones y había muerto poco después de que a Javier le informaran lo de su madre. Estaba solo en el mundo y, cuando fue capaz de comprender lo que pasaba, quiso salir corriendo o no hacer nada más en la vida que quedarse en la cama llorando y si acaso comer cada mucho tiempo.

 La verdad era que Javier se culpaba, al menos parcialmente, por el accidente. Según lo que él pensaba, sus padres no hubiesen muerto de haber venido por él a la verdadera hora de finalización del entrenamiento. Si el no hubiese estado obsesionado con ganar la próxima competencia, no hubiese pasado nada y tal vez el borracho jamás hubiese terminado con una familia en una sola noche.

 Su entrenador quiso distraerlo y le recordó que había estado entrenando y que podía tratar de ganar de todas maneras. Pero Javier no estaba de humor para eso. No solo porque el esfuerzo de la mente para estar mejor lo dejaba exhausto, mucho más que los ejercicios en aparatos, sino porque su cuerpo estaba muy débil. Era como si los músculos se le hubiesen aflojado de pronto. No tenía fuerza para levantar una taza de café o el periódico. Estaba muy débil.

 Su entrenador comprendió y le dijo que perder esa competencia, o mejor dicho no concursar, no tenía nada grave. Pero necesitaba que Javier recordara que había estado entrenando para calificar a los Olímpicos. Eso era algo grande, un suceso tan enorme que no podían dejarlo de lado así como así. El entrenador Blanco dejó que Javier hiciese el luto que quisiera pero le ordenó, así tal cual, que volviera a entrenamiento en un mes.

 El chico aceptó pero la verdad no había estado poniendo mucha atención. En su mente solo estaban sus padres y las recetas que les gustaba hacer para él, cuando tenía competencias. Desde pequeño habían estado apoyándolo, aplaudiendo cada uno de sus logros y dándole lo mejor de si mismo para que él creciera y se convirtiera en un hombre respetable, con una moralidad intachable.

 Javier lloraba siempre que recordaba eso porque su moralidad era todo menos intachable. No solo se empujaba demasiado fuerte en su deporte, también era competitivo y muchas veces buscaba destruir los sueños de los demás. Ahora ya sentía como se sentía aquello y no le deseaba nada parecido ni a su peor enemigo.

 Durante su mes libre, Javier tuvo cada día para pensar. Se levantaba muy temprano siempre, como si todavía tuviera que ir a practicar, y desde las horas de la mañana trataba de lidiar con vivir una vida normal. El hogar en el que vivía ahora era suyo con todo lo que tenía adentro más algo de dinero que no eran millones y millones pero era más que suficiente para una vida tranquila. Sabía además que había que ahorrar y lo mismo iba con lo que ganar en su profesión.

 Le gustaba quedarse en casa y revisar los álbumes de fotos y elegir de entre ellas las que más le gustaban. Esas las ponía en un tablero en su cuarto y las miraba siempre que se sintiera demasiado agobiado por todo. Miraba las fotos de sus padres, jóvenes, con un bebé que aprendía a caminar o que andaba desnudo por la casa. Ese era él.

 No tiró nada de ellos hasta que algunos amigos le aconsejaron que lo mejor era tirar la ropa que no fuese a guardar pues le podían servir a otra gente con necesidades urgentes en cuanto a la vestimenta. Eligió un par de prendas de cada uno de sus padres y todo el resto lo pudo en cajas para regalar. Nunca pensó que le afectaría tanto pero la verdad era difícil ver todos esos pedazos de tela que contaban tantas historias, amontonándose allí como si no hubiesen sido parte esencial de su vida.

 Le aconsejaron también ir a un terapeuta o, mejor dicho, a un psicólogo pero Javier no pasó de la primera cita. Esos lugares no eran para él: se sentía siempre demasiado desprotegido y aunque la mujer decía que podía confiar en ella, la verdad era que no se conocían y que no había sentido en confiar en alguien que no conocía de nada. No podía oírla hablar de sus padres como si  los conociera ni tampoco de su profesión como si en verdad supiese algo al respecto.

 Al mes volvió al entrenamiento y tuvo que trabajar como si hubiera dejado de ejercitarse por varios años. El dolor de la perdida se había traducido en dolor físico y no había ahora ejercicio que no le infligiera un dolor muy alto. Pero no importaba. Se concentró lo mejor que pudo en los concursos, mejorando al nivel que tenía antes e incluso más. Fue casi un año después cuando pudo lograr el cupo para los Olímpicos.


 Visitó la tumba de sus padres pocos días ante de viajar a la ciudad donde sería la competencia. Les contó a sus padres varios detalles de la competencia, cosas graciosas y otras personales. Se detuvo un momento, pues la culpa seguía allí, pequeña pero insistente. Sin embargo, continuó entrenando de la manera más estricta y les dedicó a sus padres cada una de sus victorias pasadas y futuras.

domingo, 26 de julio de 2015

Lo desconocido

   Lo que ellos vieron o no vieron fue materia de discusión por años y años. Al fin y al cabo, solo eran una pareja de amigos que viajaban de noche y, para muchos que escuchaban la historia, podría tratarse de un caso relacionado con el alcohol o las drogas. No habían sido personas de desconfiar ni nada parecido, pero es que la historia era tan increíble que no se sostenía de pie por si misma y era más fácil asumir que algo externo había tenido que ver en todo el asunto. Ellos contaron sus historia varias veces, tanto a la policía como a todo el que se sentara a escucharlos el tiempo suficiente. Pero después de un tiempo dejaron de hacerlo. No tenía más sentido tener que decir lo mismo una y otra vez si nunca les iban a creer ni media palabra.

 Años después, un tabloide sacó la noticia de que habíamos sido abducidos por extraterrestres. Ellos quisieron decir algo, para que la gente dejara de pensar que eran locos y que eran ellos los que inventaban semejantes historias pero se lo pensaron mejor y decidieron no hacerlo. Para qué volver a revivir el ridículo y  todos esos momentos donde los hacían sentirse del tamaño de una pulga. No, no valía la pena. La verdad solo vale la pena cuando le sirve a alguien de algo y lo cierto es que muchas veces no es así entonces todo el mundo prefiere ignorar lo que pasa. Con el tiempo, los dos amigos, unidos por el suceso que habían compartido, se enamoraron y se casaron. Pero eso nadie lo supo sino hasta tiempo después.

Fue cuando ya habían pasado unos diez años cuando Arturo empezó a sentirse mal. Se mareaba, algunas veces desmayándose por completo en sitios como la oficina o la cocina de la casa. Cuando Daniel llegaba del trabajo, lo encontraba allí tirado y pensaba que los males para ellos nunca iban a terminar. Muchas veces se preguntaron que era lo malo que habían hecho, que daño le habían causado a la gente? Era todo como una maldición. Arturo se sometió a exámenes que revelaron que no era cáncer ni nada parecido. Pero si encontraron algo en su pie un objeto que salía en las radiografías. Pero dijeron que era mejor no operar y que probablemente era grasa acumulada, algo muy normal.

 Cuando volvieron a casa, discutieron. A los dos, el suceso les había recordado lo vivido hacía años. Los nervios, la incertidumbre y todo lo demás. No era lo correcto tener que sentir miedo de esa manera y vivir así, al borde de la silla. Arturo pensaba que debían hablar con alguien, discutirlo y evitar que todo ello les carcomiera la mente. Pero Daniel no quería revivir nada del pasado y prefería que se quedara allí lejos, en un lugar donde no pudiera lastimarlos más. Se sentían débiles y cansados pero a la final Arturo le dijo a Daniel que si no se sacaban todo lo que tenían en sus mentes, siempre estaría corriendo de sí mismo y que así no se podía vivir. Así que Daniel aceptó hablar con alguien.

 Buscaron por todos lados un sicólogo que fuese competente pero que no tuviera nada que ver con fenómenos inexplicables. Querían alguien que les dijera la verdad y que fuese objetivo. Encontraron al doctor Warner, un hombre reconocido en su campo por ayudar a victimas de grandes desastres como las familia de varios accidente aéreos. El hombre parecía saber lo que decía e hicieron una cita. Ese día estaban muy nerviosos y cuando los hicieron pasar, las piernas les temblaban. Normalmente el doctor no hacía citas dobles, pero aceptó esa ocasión por tratarse de un caso especial. Lo primero que hizo el hombre fue indagar sobre su relación y ver si era tan fuerte como parecía. Lo comprobó rápidamente y siguieron a lo principal.

 El doctor prefirió que para esa parte, Daniel se retirara. Le iba a preguntar lo que recordaba de ese día y tener a alguien más allí podría influenciar un cambio de versión en alguno de los dos. Daniel se retiró y Arturo empezó su relato. Recordaba haber estado manejando, con la música casi a todo volumen. Daniel estaba en el asiento del copiloto y cantaba con el alguna canción de moda. En ese tiempo ya sentían algo de atracción el uno por el otro pero jamás lo habían discutido. Solo eran amigos y venían de acampar unos días en un parque nacional no muy lejos de la ciudad donde estaba su universidad. Daniel le dijo a Warner que todo era muy normal y que la carretera estaba perfecta pues no había casi automóviles.

 Después recuerda que la radio empezó a cambiar de estación sin ayuda de sus manos y que el reloj del automóvil también se volvió loco. Eran las once y media en punto, según recordó en su revisión. El automóvil se apagó a los pocos metros y no avanzaron más. De nuevo, no había ni un solo vehículo en la cercanía así que no había como pedir ayuda. Trataron de usar sus celulares pero ninguno servía, parecía que la zona era un punto negro para todo tipo de cosas eléctricas. Salieron del auto y mientras Arturo revisaba bajo el capó, Daniel intentaba comunicarse, también encendiendo la linterna que tenían, sacudiéndola pero sin éxito. Entonces sintieron algo extraño, cada uno donde estaba, sintió como si el tiempo se hubiese vuelto lento.

 Arturo recordó una luz que los envolvió y los cegó. Lo siguiente que recuerda es estar dentro de su vehículo, conduciendo de nuevo. Cuando cayó en cuenta de lo que hacía, frenó en seco y miró un indicador de la carretera que se veía con la luz de los faros. Si se le había de creer, había viajado unos quince kilómetros después de que se les apagara el auto pero no recordaba nada al respecto. Era como si ese pedazo de sus vidas les hubiese sido arrebatado. En lo que quedaba del camino, no hablaron más, a pesar de que su malestar era evidente. De hecho, Arturo recuerda que Daniel vomitó cuando lo dejó en su casa y el se sintió mareado toda esa noche y durmió mal.

 La entrevista de Warner con Daniel no fue muy diferente excepto en algunos puntos clave. Por ejemplo, Daniel recordaba lo mismo de haber estado escuchando música y cantando pero él sí recordaba algunos vehículos que los pasaron antes de que el vehículo se apagara. De hecho, recordaba haberle dicho a Arturo que deberían empujar el auto fuera de la carretera. Después, concordaban en lo del tiempo que iba más despacio y la luz. Pero Daniel tenía algo más que agregar antes de que aparecieran en el vehículo de nuevo. Según él, cuando la luz los rodeó, sintió una presencia que no era la de Arturo. Había algo más allí con ellos y recordar la sensación lo hizo sentirse muy incomodo.

 Concordaban en lo de la sensación de perdida del tiempo y cuando Arturo se detuvo y dijo lo de los quince kilómetros, Daniel confesó que nunca reflexionó mucho al respecto. Obviamente era algo extraño pero para él lo más raro de todo había sido esa sensación de sentir que alguien estaba con ellos en ese haz de luz. Daniel no recordaba haber vomitado al bajarse del automóvil pero sí dijo que se había sentido muy mal y que había tenido que tomar aire para calmar sus nervios

Las historias, en esencia, eran las mismas excepto por algunos detalles que daban cuenta de dos cosas: las prioridades de cada persona y la manera de ver el mundo de cada uno. Warner les explicó que es muy común que dos personas difieran un poco cuando experimentan exactamente el mismo suceso ya que las experiencias pasadas y la educación tienen un rol fundamental en la comprensión de lo que cada uno vive. Lo único que Warner no podía comprender era lo de la presencia que Daniel sintió y Arturo ni mencionó. Eso era algo distinto y trataron en varios días de llegar al punto de esa experiencia pero Daniel no sabía más. Ellos pidieron ser sometidos a hipnosis pero Warner les explicó que eso solo haría que su estado se volviese peor. Según él, la hipnosis solo empeoraba las cosas mezclando recuerdo e implantando ideas que no estaban en el cerebro antes. Pero algo tenían que hacer.

 No llegaron a saber que más se podría hacer porque, un día saliendo de la terapia, fueron asaltados por reporteros que les preguntaban si era cierto que estaban diciendo que habían sido raptados por extraterrestres. De nuevo, el pasado venía a acosarlos y la gente volvió a juzgarlos por cosas que ni siquiera habían dicho en público. Descubrieron que la secretaria de Warner había filtrado información y la denunciaron, ganando famosamente un caso que los sometió a la mirada del público que pudo ver lo quebrantados que ya estaban. Después del juicio, desaparecieron una vez más y ya nunca se supo de ellos. Unos decían que se los habían llevado definitivamente y otros que habían cometido suicidio.


 La realidad era que se habían ido a vivir lejos, a un pueblo pequeño donde nadie sabía nada de ellos. Trabajaron empleos simples y vivieron el resto de sus vidas más tranquilos que nunca, pero siempre preguntándose que era lo que habían vivido y porque era tan importante para la gente desacreditar lo que ellos decían. Era la verdad, su verdad al menos y ellos no tenían la culpa de que las cosas hubiesen pasado como lo hicieron. Sin embargo, Arturo y Daniel hablaron entre ellos de lo sucedido y compartieron su historia anónimamente por internet. Muchos les creyeron y eso les ayudó para cerrar un capitulo doloroso de su historia juntos.