Mostrando las entradas con la etiqueta objetos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta objetos. Mostrar todas las entradas

lunes, 3 de septiembre de 2018

Altiplano


   Las llamas pastaban por la llanura, sin importarles mucho lo que pasara a su alrededor. Bajaban la cabeza con calma y mordían una buena cantidad de pasto. A veces masticaban con la cabeza baja, otras veces lo hacían con la cabeza en alto, pero el caso es que comían y comían sin que nada ni nadie las molestara. La llanura en la que vivían tenía la más maravillosa vista, rodeada de montañas escarpadas con picos nevados y cañones estrechos que se extendían por varios kilómetros. Y la gran mayoría de los habitantes de la zona eran llamas.

 Eso a excepción de quienes hacían pastar a las llamas. Rascar era el nombre del pequeño niño indígena que debía cuidarlas mientras comían. Él era también quien las llevaba hasta la alta llanura y el que las tenía que dirigir hasta la finca una vez el día hubiese terminado. Era un ciclo eterno que él había heredado de su hermano mayor, que ahora ayudaba al padre a esquilar las llamas para vender sus preciosos pelajes en el mercado del pueblo más cercano, a unos ciento veinte kilómetros de allí.

 Rascar siempre había querido ayudar a su padre, desde su más tierna edad, y sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. No era inusual que en una familia dedicada a las llamas todo el mundo cooperara. Su madre también hacía su parte, organizando los pelajes de manera que se vieran bien al venderlos, así como limpiando sus impurezas antes de llevarlos al pueblo. La única que no ayudaba era la bebé, que ya tendría su momento en el futuro.

 Lo que más le gustaba a Rascar de su trabajo era el elemento de exploración que iba con él. Claro que su padre le había indicado cuál era el campo donde las llamas debían alimentarse y también le había dicho que caminos tomar para llegar allí y cuales debía evitar a toda costa. Pero, en secreto, Rascar había empezado a explorar los alrededores del campo favorito de las llamas para encontrar otros lugares que tuviesen potencial para la misma actividad. Al fin y al cabo, su padre siempre hablaba de tener más llamas.

 Lamentablemente, las que tenían no parecían estar muy interesadas en tener descendencia y hacía apenas un año el único macho de la manada había muerto sin razón aparente. Sin él, era imposible esperar pequeñas llamas en el futuro y comprar un macho se salía por completo del presupuesto de la familia. Aunque ganaban bien con los pelajes, no era un ingreso tan bueno como para ponerse a comprar una cosa y otra. Al fin y al cabo había gastos que no se podían evitar, como la comida para la familia, la gasolina para el vehículo todoterreno que tenían, las vacunas obligatorias para las llamas y los demás animales de la granja y los gastos extra que pudiesen surgir.


 Y surgían siempre. Como aquella vez en que el hermano de Rascar se hizo un corte profundo en la pierna un día que arreglaba el vehículo de la familia. O siempre surgía algo con la bebé, que necesitaba de atención constante que se traducía en visitas frecuentes al médico. Esas visitas representaban gastos en más de una forma pero la familia hacía lo posible para seguir adelante, a pesar de cualquier cosa que les pudiese pasar. Ellos solo seguían sin ponerse a pensar que podría pasar más adelante. Dios proveería.

 Por eso Rascar pensaba que su ayuda era simplemente fundamental para que todos pudiesen tener una vida mejor en un futuro. Si él encontraba campos mejores para las llamas, las pieles serían de mejor calidad y podrían venderlas más caras. Incluso, y esta idea la había dado la madre en algún momento, podrían hacer negocio con alguna empresa o tienda de las ciudades más grandes. Venderle solo a un cliente de manera exclusiva, con un artículo de alta calidad, podría serles muy beneficioso.

 Sin embargo, y como había dicho el padre muchas veces, soñar nunca costaba nada excepto dolores de corazón y de cabeza. A veces había que mantener la cabeza en la realidad, en lo que tenían enfrente. Y la realidad era que todavía había muchas necesidades por cubrir y no había una formula mágica para hacerlo. Así que, por ahora, debían seguir adelante sin ponerse a soñar demasiado. Si alguna solución se presentaba frente a ellos, la analizarían en el momento, si es que se ocurría.

 Rascar se pasaba el rato allí en la llanura alta, mirando las montañas y haciendo precisamente lo que se suponía que no debía hacer: soñando. Sabía que existían muchas cosas más allá de las montañas, incluso más allá de las nubes que cubrían toda la región, pero no sabía si algún día podría conocer nada de eso. La verdad era que le gustaba mucho su vida como era pero no creía que tuviese nada de malo aprender de otros en otras partes, personas que tal vez  vivieran existencias parecidas a las de ellos.

 En uno de esos días de análisis de la existencia, Rascar decidió pasear por ahí, saltando sobre hilos de agua que bajaban hacia los cañones. No había muchos árboles por ahí, así que no había donde treparse a jugar. Pero sí podía saltar de piedra en piedra y tomar el agua más fresca del mundo. Fue entonces cuando escuchó algo y subió la cabeza de golpe. No era el sonido de un pájaro conocido ni los silbidos típicos del viento entre las montañas. No era una voz ni nada parecido. Era algo que nunca había escuchado.

 Lo vio justo antes de que se estrellara contra el piso. Se dio cuenta que el ruido había venido del objeto cayendo a toda velocidad al suelo. Por un momento, pensó que era algo pequeño pero cuando se acercó al lugar donde había dado a parar, se dio cuenta de que era algo grande. Se echó a reír cuando vio que se trataba de un osito de peluche. Casi tenía la cabeza arrancada del resto del cuerpo y parecía haberse quemado, tal vez por la caída.

 Estaba a punto de recogerlo del suelo cuando más sonidos invadieron el lugar. Las llamas se pusieron nerviosas y se agruparon todas en un mismo circulo compacto. Instintivamente, y recordando las palabras de su padre, Rascar se alejó del oso de peluche y corrió con sus animales. Se puso frente a ellas y miró al cielo, donde varias estelas de colores cruzaban bajo las nubes. Era ya tarde y el efecto era simplemente maravilloso. Al menos eso pensó el niño antes de darse cuenta de lo que pasaba.

 Cayeron más objetos, cerca y también lejos. Objetos de metal y objeto de plástico, más que nada. No todos eran tan lindos como el osito: había pantallas como de computadora y también almohadas y teléfonos. No tenían mucho de eso en la casa pero Rascar sabía como eran. Y también supo que lo que más hizo ruido fueron las sillas y los pedazos de metal más grandes. Tuvo que hacer que las llamas se retiraran hacia el camino, puesto que algunos de los pedazos caían muy cerca de todos ellos.

 Antes de emprender el camino de vuelta a casa, para contarles a sus padres lo que había visto, Rascar se devolvió por última vez. La verdad era que quería tomar el osito de peluche. Podría pedirle a su madre que lo arreglara con alguno de sus hilos y podría entonces quedárselo o compartirlo con su hermanita. Ellos no tenían muchos juguetes, o mejor dicho ninguno, en casa. No era algo que fuese necesario. Pero ese estaba allí tirado y no tenía ningún costo adicional para él. Sin embargo, cuando volvió, quiso no haberlo hecho.

 Había muchos más objetos tirados cerca del oso. Y uno de ellos hizo que Rascar gritara y saliera corriendo para reunirse con sus llamas. Estuve más rápido que nunca en casa, llorando cuando vio a su madre en la puerta, abrazándola con fuerza para sentir que podía confiar en ella.

 Estuvo conmocionado hasta que llegó el padre. Su mirada tenía un efecto particular, que calmaba al instante. El niño les contó lo que había visto, los objetos caer y al osito. Y les contó también lo que vio al volver por el muñeco. Era una cabeza humana con los ojos abiertos, sin cuerpo a la vista.

lunes, 25 de julio de 2016

El desierto de los aparecidos

   Decían que las piedras del desierto tenían la capacidad de moverse por si mismas, que se desplazaban varios kilómetros, sin ayuda de nadie. Mucha gente aseguraba haberlo visto y decían que podía pasar tanto con piedras pequeñas como con rocas enormes. El desierto no era lugar para personas que no saben en que se está metiendo, jamás fue un lugar la cual ir para relajarse o admirar la naturaleza. Lo único que había allí para admirar era una extensión enorme de terreno que parecía vidrio, superficie en la que varios se habían perdido antes y lo harían de nuevo.

 El lugar no tenía ningún signo de vida excepto las aves perdidas que morían por el calor abrazador y caían del cielo como golpeada por una fuerza invisible. Eso y escorpiones, de todos los tamaños y colores. Eran las únicas criaturas que vivían en el desierto pero siempre pasaban cosas extrañas pues, como cualquiera podría constatarlo, no era el lugar más común y corriente del mundo.

 Ya varios hombres y mujeres habían sido sacados de allí, vistos desde el borde del desierto por los habitantes del pequeño caserío de Tintown. No pasaba por allí ninguna carretera grande ni estaban conectados de manera permanente a las líneas de teléfono. La gente confiaba solo en sus celulares que, prácticamente nunca servían para nada pues el desierto creaba una interferencia. Pensaban que algo tenía que ver con las ondas electromagnéticas pero eran solo conjeturas.

 Los perdidos que rescataban siempre decían que no sabían cómo habían llegado allí. Juraban que se habían perdido y que sus recuerdos eran tan borrosos que no podían recordar prácticamente nada. Siempre que pasaba algo así, el individuo afectado se quedada en la casa de Flo, la única enfermera certificada de la zona. Era una mujer mayor, ya jubilada y tratando de vivir tranquila pero se di cuenta pronto que no había vivido en paz por mucho tiempo.

 Esto era por esas apariciones que aumentaban siempre bajo la luna llena. Era como si los locos consideraran que perderse en el desierto en noches claras era lo mejor del mundo. En más de una ocasión, Flo estaba segura de que la persona que atendía estaba borracha o drogada. No decía nada y los enviaba siempre al pueblo más cercano donde tenían dinero para mantener un puesto de salud.

 En Tintown apenas había dinero para la estación de policía y no había escuelas ni nada parecido. Tal vez era porque estaban en la mitad de la nada pero también podría ser porque no había ni un solo niño el caserío. El último se había ido hacía ya décadas y nunca más huno uno. Cosas así parecían sacarle la poca vida al lugar.

 Un verano, el problema se puso peor que siempre. Al comienzo, una persona por noche aparecía en el desierto, del lado donde podían rescatar a la persona. Cuando aparecían muy adentro del desierto, todo se ponía más difícil pues ellos usaban una vieja camioneta para ayudar. No había ambulancia ni vehículos realmente grandes o rápidos. Tenían que arreglárselas con lo que podían y lo mismo iba para los tontos que aparecían en el desierto.

 Pero los pocos habitantes del lugar empezaron a extrañarse aún más cuando el ritmo de las apariciones empezó a aumentar. A mediados de julio, parecía que cada día aparecía uno nuevo y la verdad era que el pequeño lugar no daba abasto. Tuvieron que comprar camas en el pueblo más cercano e instalarlas en un campamento improvisado fuera de la casa de Flo. Siendo la única que podía ayudarlos de verdad, era la mejor opción. A ella no le gustaba nada la idea.

 Sus noches ahora eran insoportables pues no podía dormir normalmente. Debía estar pendiente de los hombres y mujeres que tenían en el patio. Para finales de mes decidió que era mejor instalar su cama allí afuera también y dormir con ellos como si fuera un día de campamento con desconocidos. Nunca eran más de tres pues los enviaba al centro de salud el día siguiente al que aparecían.

 Otro suceso que dejó a la centena de habitantes de Tintown bastante asustados, fue el hecho de que el desierto parecía brillar siempre que la luna llena lo iluminaba. El primer en notarlo fue el viejo Malcom, la persona que vivía más cerca al desierto salado. Cuando empezaron a aumentar las apariciones, Malcolm condujo en su viejo coche hasta la ciudad y regresó con un telescopio de alta capacidad que venían en una tienda por frecuentada.

 El telescopio le reveló una noche que el desierto se encendía cuando había luna llena y ni una sola nube bloqueaba la luz. A veces era todo el terreno que parecía brillar, con un ligero tono azul. El hombre, que ya había dejado la esperanza de experimentar algo especial en su vida, se emocionó de poder ser el primero en vez que el desierto parecía tener vida propia. Era hermoso y luego se puso mejor.

 Algunas noches, cuando aparecían los perdidos, brillaban solo partes del desierto. Aunque vivía en el borde, no era posible ni con el telescopio ver que era lo que hacía que solo ciertos puntos del lugar se iluminaran débilmente. ¿Serían insectos o el movimiento de las piedras por el desierto? No sabía. Pero los colores que había visto eran hermosos, siempre.

 Un pequeño grupo de personas, los más jóvenes, propusieron adentrarse en el desierto y ver que era lo que sucedía allí. Irían por solo una noche y regresarían con la primera luz. No dormirían allí porque necesitarían cada momento de luz que pudiesen tener. De repente, ese viejo vecino que era el desierto se convirtió en una especie de monstruo que los miraba desde lejos, que no se atrevía a atacar a menos que ellos se acercaran demasiado.

 El grupo no encontró nada significativo. Ni las razones para las luces que Malcom decía ver, ni aparecidos salidos de alguna parte. Esa noche, el que apareció lo hizo lejos de donde ellos estuvieron caminando y no los vio o simplemente no quiso verlos. La gente que salía del desierto siempre era muy rara, con ropa graciosa casi siempre y con todo el cuerpo temblándolos como si estuvieran con mucho frio, incluso allí con más de cuarenta grados a la sombra.

 Cuando el equipo de búsqueda regresó, se mostraron frustrados con lo que habían tratado de hacer. No solo no habían resuelto el problema, además no habían ayudada a la mujer que había aparecido esa noche. No se sientía bien ser de aquellas personas que son más parte del problema de que de la solución. Pero no se dieron por vencidos y decidieron hacer un recuento rápido de lo que sí habían encontrado en el desierto.

 Resultaba que no habían visto personas ni luces ni nada demasiado extraños, pero sí habían encontrado varios objetos tirados por el sueño del desierto. Una de las mujeres que había ido al desierto tenía todo en su bolso que vació en la mesa del comedor de Flo. Separaron cada cosa y pronto se dieron cuenta de que había algo que unía los objetos: todos estaban corroídos y parecían piezas de museo.

 Sin embargo, la mujer aparecida los miraba mientras revisaban los objetos y de pronto corrió hacia la mesa cuando uno de los hombres tomó de ella un viejo reloj de bolsillo. No funcionaba y de hecho parecía estar quemado por dentro. Pero la mujer se acercó pronto y lo tomó de las manos del hombre que se asustó por su presencia. La mujer los ignoró y solo besó el reloj y lo apoyó contra su mejilla.


 Flo le preguntó lo obvio, si el reloj era suyo. La mujer, con un acento muy extraño, dijo que sí. Que su padre se lo había dado de regalo de cumpleaños. La mujer salió y entonces en hombre dijo que algo raro pasaba. Todos empezaron a hablar pero él los calló. No lo habían visto pero él había visto una frase grabada en la parte trasera del reloj. Decía: “Para mi princesa en su cumpleaños, 27 de julio de 1843”. Todos se miraron y no dijeron nada. De afuera venía un sonido: la mujer tarareaba una canción, en otro idioma.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cajas

   Lo primero era guardar todo en cajas. Juan había ido al supermercado cerca de su casa el día anterior y un tipo en la bodega le había regalado unas diez cajas que nadie iba usar y que era mejor que alguien las cogiera para lo que quisiera. Juan se las llevo a su apartamento y las armó, una por una, pero cuando terminó de hacerlo se dio cuenta que no sabía cual era el siguiente paso. No sabía que hacer después.

 Se sirvió algo de tomar en la cocina y tomó como si estuviese apurado pero la verdad era que lo único que le preocupaba era el momento cuando no hubiera nada más que meter en una caja, cuando fuese el momento de irse de verdad.

 Ese apartamento había sido el primero en el que había vivido solo. Se había independizado de sus padres hacía cinco años y la mayor cantidad de ese tiempo lo había pasado allí. El alquiler era baratísimo porque el edificio era algo viejo y la zona no era lo máximo, pero después de caminar cinco minutos se podía llegar con facilidad a una gran cantidad de lugares.

 Allí había invitado a sus amigos y amigas, a beber, a hablar y a llorar también. Habían hablado de todo lo que se puede hablar entre seres humanos, con y sin alcohol. Muchos habían dormido en su sofá o incluso en un cuarto pequeño en el que había metido su cama de niño que había tenido en casa de sus padres. La idea era que la usara quien necesitara un sitio para quedarse alguna vez y fue una genialidad pues bastantes personas la usaron, incluyéndolo a él.

 Su madre y su padre habían sido los primeros visitantes y le habían sugerido algunos cambios que podía hacer para que el lugar tuviese algo más de vida y se viera menos viejo y acabado como el resto del edificio. Al comienzo, Juan no se tomó bien las sugerencias pues pensaba que querían decir que criticaban su elección y que no estaban de acuerdo con como hacía las cosas. Era muy sensible a cualquier tipo de critica. Pero con el tiempo, con una madurez que vino al vivir solo, se dio cuenta de que eran solo sugerencias para ayudar y nada más.

 Después de esa primera vez, invitó a sus padres muchas veces más a comer y a ver películas, también a celebrar cualquier cumpleaños que hubiera y uno que otro día festivo. Eso sí, nunca Navidad o Año Nuevo pues esos días pertenecían a su hogar de infancia. De hecho, cuando dio otro sorbo a la bebida que se había servido, se dio cuenta que jamás había pasado ninguna de esas dos fechas festivas en el apartamento. Siempre estaba antes o después pero jamás durante. Eso lo hizo pensar si el lugar se veía diferente esos días, si algo cambiaba.

 Preguntarse semejante cosa era una tontería. Ya no iba a ver opción de quedarse más tiempo, de suponer cosas que no tenían sentido, de pensar en momento que no fueron o lugares que no tienen nada de especial más su significado para él.

 Decidió que lo primero que debía hacer era guardar las cosas de la cocina. Al menos sería un comienzo. Guardaría todo en las cajas y si encontraba algo que tirar o regalar lo pondría en una caja aparte que marcaría debidamente para no ser confundida con las demás. Abrió cada cajón y se demoro un poco más de una hora en vaciar el pobre contenido de los cajones de su cocina. No había mucho pero ahora todo parecía estar cargado con significado y con recuerdos.

 Se sentía como un idiota al ver un cuchillo grande y recordar que con ese objeto había cortado una elegante cena que un día le había hecho a alguien que hacía mucho ya no estaba en su vida. El recuerdo le hizo doler el pecho, así que puse el cuchillo en la caja para regalar y siguió con lo demás.

Lo último que sacó de la cocina fue el reloj que había a un lado de esta. Había sido un regalo de su madre que lo había comprado en un mercado de pulgas a un precio que según ella había sido “buenísimo”. Además, el reloj había sido pintado a mano y tenía muchos detalles que lo hacían pensar en ella cuando miraba la hora. No se había dado cuenta de ello hasta que lo metió en una caja.

 Después siguió con los objetos de la sala de estar y del pequeño comedor que, de nuevo, no eran muchos. Eran pequeños adornos y recuerdos de sus viajes que ponía por todos lados para que la gente pudiese ver lo lugares adonde él había viajado y así comenzar una conversación al respecto. El turismo y la experiencia de viajar siempre eran buenos temas si no se conocía bien a la persona, era una buena manera de romper el hielo.

 Pronto las dos mesitas auxiliares, el comedor, la mesa de centro de la sala y los muros, estuvieron desprovistos de adornos, cuadros y demás objetos que antes le habían dado vida al lugar. Los muebles grandes se los llevarían después, al día siguiente o quién sabe cuando. Eso lo había arreglado su padre y él había decidido quedarse al margen pues ya no era de su incumbencia. Sencillamente no quería saber nada pues saber demasiado podría ser muy doloroso.

 La gente cree que los objetos no deberían ser tan importantes pero así ha sido toda la vida, desde que los seres humanos existen. Siempre se le ha dado un valor inmenso a las posesiones, se les ha cargado de una energía especial y se les ha dado un lugar especial en la mente y el corazón de los seres humanos. Es inevitable, pensaba Juan, que uno pueda poseer tantas cosas en la vida y no tener una relación cercana con alguna de ellas. Él, por su parte, no se avergonzaba de ello y menos aún cuando, al llenar la cuarta caja, se dio cuenta que tenía lágrimas en la cara.

 Después de limpiarse tomó las cosas del baño y de su cuarto. La ropa y demás irían en maletas al día siguiente pero primero había que ocuparse del lugar más llenos de chécheres en la casa: el clóset.

 Desde que era niño había guardado cosas en cajas de zapatos. Desde paquetes de comida que le gustaban por el diseño hasta juguetes especiales, fotos, recuerdos significativos y demás tonterías que para nadie más tendrían un sentido profundo.

 Eran por lo menos seis cajas y las fue abriendo una a una. Sacaba el contenido como si se tratase de oro recién sacado de un galeón hundido hace quinientos años. Para él, esos objetos valían más que cualquier piedra preciosa. Eran cartas de amores pasados, objetos regalados sin ningún ánimo especial, entradas de cine ya casi ininteligibles, envolturas de caramelos y algunas fotos. Encontró también memorias de portátil y las apartó para verlas en la noche.

 Cerró cada caja de zapatos con cuidado después de ver su contenido, lo que le tomó varias horas, y las puso delicadamente en las cajas más grandes que estaban en la sala. Nada de eso sería regalado ni se perdería. Preferiría que su familia las guardara para siempre y que algún miembro futuro de descendencia lo descubriera todo en un futuro incierto.

 Cuando se secó de nuevo las lágrimas, decidió salir a comer algo, aunque lo que más buscaba era despejar su mente. Fue entonces que decidió encender su celular y ver que había pasado en el mundo mientras él se había desconectado. En la hora que se tomó para comer una pizza, solo, recibió varias llamadas, de su familia y amigos. Estaban todos preocupados y le pedían que les contara como estaba, que hacía y si se sentía bien.

 Recordó porqué había apagado el aparato y se dio cuenta que en realidad no tenía hambre. Hace mucho no ansiaba comer como antes. Ahora solo lo hacía por inercia, porque sabía que había que comer o sino se moría. Pero no le daban ganas de nada.

 Cuando volvió a casa, terminó de meter lo que pudo en las cajas. De las diez que había tomado del supermercado, apenas había llenado la mitad. Eso lo entristeció un poco pero agradeció que fuera ya de noche para ir a descansar de una vez y acelerar un poco el tiempo.

 Ya en la cama, daba vueltas, a un lado y otro. No conseguía conciliar el sueño o cerrar los ojos más que unos segundos. Abrazaba su almohada y hundía su cara en ella, pensando y temblando ligeramente.

 El día que se le venía encima no era fácil. Pensaba que lo más duro iba a ser meter su vida en cajas pero ahora que ese día había pasado, se daba cuenta que iba a ser mucho más difícil entregar su cuerpo a la ciencia y confiar en que ellos supieran que hacer con él. Fue esa noche que decidió entregarse a la vida y dejar que ella hiciese lo que quisiera. Si su destino era morir, y así parecía que iba ser, pues lo aceptaría.


 Lloró algo más y, por fin, se quedó profundo.

viernes, 23 de octubre de 2015

Objetos cargados

   No podía respirar nada. En un momento la garganta se me cerró por completo y mis ojos debieron reflejarlo. Pero, afortunadamente o no, no había nadie que pudiese verlos. Como pude, traté de bajar el ritmo de mi respiración, sin parar de caminar y de llorar al mismo tiempo. Lo que me había pasado era una tontería pero me había tomado tan por sorpresa que simplemente no tenía como enfrentarlo. Pensé que tendría la fuerza para que las cosas dejaran de afectarme tanto pero creo que cuando tomé energía de un sitio, obviamente lo estaba dejando sin defensa a favor de otro lugar que necesitaba más resistencia. Me puse a jugar con lo que tenía y casi acabo destruido por mi mismo. Esa respiración casi ausente, ahogarme a los ojos de todo el mundo y que no me vieran, la causé yo.

 Bueno, para ser más exactos, fue un tipo de apariencia rusa el que inició todo ese evento tan desagradable. Nunca quiero volver a pasar por ese sitio pero sé que tarde o temprano lo haré pues esta ciudad no es grande y todo se resume a una pocas calles. El caso es que un robo es normalmente algo que no es tan traumático o al menos no en el civilizado mundo europeo. Me han robado, y más intentado robar más veces, en mi país. Allí un robo normalmente es más violento y peligroso pero nunca ha sido así para mí. Afortunadamente siempre han sido momentos “manejables” y creo que ayuda que sea un enfrentamiento, que sepas que ocurre. Cuando no sabes que pasa el miedo escala más rápido y por eso creo que la tensión arterial casi me explota la cabeza esta vez.

 Por lo menos yo prefiero saber y así es en todos los campos posibles. Quién no va a querer saber que pasa o como pasa? Porque elegir vivir en la ignorancia sabiendo que el peligro así es mayor? No sé que tiene la gente en la cabeza pero yo odio sentirme menos, burlado y como si nada de lo que soy importara para nada. En parte eso fue lo que me dio más rabia del asunto: no tanto el hecho de ser robado como el hecho de serlo sin darme cuenta, en la calle y con gente no muy lejos. Me sentí burlado y una burla en mi mismo y nadie debería tener el poder de hacer eso por su propia cuenta a otra persona. Es cruel y rastrero y es un truco que solo busca un beneficio temporal.

 Al fin y al cabo, quién roba un celular (o “móvil”) a estas alturas de la vida. Donde hay tanto mercado para aparatos robados? Quién querría untarse las manos de algo que proviene de semejante lugar, del robo o incluso de algo peor? No me sorprende que el ser humano no tenga una pizca de sentido común pero esto es mucho más que eso. Es solo pensar en los demás, así lo robado no sea más que un aparato. Lo que pasa es que para los seres humanos los objetos son más que eso, son símbolos de algo y carga una energía especial para cada persona. Remover objetos de la vida de una persona debe ser decisión solamente de dicho ser humano y de nadie más.

 Para mí, el objeto tenía un valor familiar. Era un símbolo de una de las mejores Navidades que he pasado con mi familia, un regalo sentido de mi padre con el que nunca he tenido una relación fuerte y ahora que todos en mi hogar somos adultos, las cosas han cambiado para bien. Ese celular era, hoy en día, mi conexión a ellos y mi manera más directa y rápida de no sentirme solo en momentos en los que siento que me hundo y no hay ninguna mano a la cual asirme. Mucha gente no sabe lo doloroso que puede ser separarse de quienes quieres y tampoco saben lo complejo que es vivir adaptándose a nuevos espacios y nuevas personas, a costumbres y maneras de decir y hacer. Es algo que requiere tiempo y a veces el tiempo está en contra y todo es más complicado de lo que debería.

 Ese es el poder de los símbolos, el peso que tienen los objetos. Muchas personas tildan a otros de superficiales, de darle demasiada importancia a los objetos pero esto es solo verdad cuando esos objetos no están cargados con significados, con una energía especial que es solo nuestra y que nadie en el mundo puede soñar replicar. Como seres humanos, obviamente creamos conexiones con otros seres humanos pero, ahora más que nunca, necesitamos ayuda extra para crear esas conexiones y las ayudas son estos objetos cargados de energía que sirven para mantener un vinculo que podría ser débil o, al contrario, que es tan fuerte que necesita ser reforzado.

 Perder un articulo de ropa o objetos rutinarios como un bolígrafo o un lápiz, es poco posible que afecten a nadie pues rara vez son cosas que se carguen con ese significado especial. No son símbolos a menos que sean usados como tal o sean claves en uno u otro momento. Está claro que yo hablo desde mi experiencia personal y se que es posible que alguien tenga una camiseta de la cual no se separe o un lápiz “de la suerte”. Lo entendería porque al fin y al cabo un símbolo no deja de serlo por su tamaño o por su importancia en el mundo de los seres humanos. Eso es relativo y, al final del camino, muy poco importante pues lo que es de veras clave es que el objeto ayude a conectar a algún lado.

 Está claro que si la conexión es solo al objeto, ya no hay energía nuestra allí sino más bien un egocentrismo extraño que se basa en lo que tenemos y no en lo que somos. Supongo que deben existir casos pero seguramente está todo más relacionado a otros fenómenos humanos, mucho menos importantes y más relacionados con la corrupción a través del dinero. Ciertamente el dinero no tiene nada de energía y si lo tiene no es una especialmente positiva. Alguien que solo tiene cosas por tenerlas simplemente no tiene la capacidad para pasar esa parte de ellos mismos en algo que puede conectarlos a otra persona. No hay flujo de energía así que, en esencia, no hay nada de nada.

 Caminé bastante porque la gente no sabía muy bien donde quedaba la policía y ellos me mandaron a volar porque simplemente no tenía un número de registro del teléfono. No hubo ayuda, no hubo compasión, no hubo nada. Y yo que siempre pensé que los hombres y mujeres de la justicia y sus brazos debían de tener un poco de sentimientos en esa coraza que los cubre. Pero no, al menos esta vez no había nada. Por supuesto que no era como para que me trataran como a una victima de violación pero, la verdad, yo sí me sentía así o al menos muy parecido. Porque para mi había sido una violación de mi ser, de lo que soy y de lo que nunca voy a dejar de ser. Un momento de distracción y me quitaron las defensas que tomaran un tiempo en ser reconstruidas.

 Y así tuve que volver a casa, con el cuerpo en dolor y la cabeza a punto de estallar. No sé como llegué a mi casa. Seguramente, después de tanto caminar, resultó que las cosas quedaban más cerca de lo que parecía. El caso es que cuando llegué lo único que quise fue hablar con mi familia y eso hice. No puedo decir que me calmó pero sí ayudó bastante, pues en este momento son las únicas personas en el mundo, junto a un par más, que me conocen bien y saben como hablarme y demás cuando estoy bastante mal. Sé que muchos pensarán que no es para tanto pero ojalá nunca sientan ese dolor de cabeza, esa sensación de tener unos tornillos gruesos metiéndose poco a poco en el cráneo.

 Así se sentía y se sintió durante toda la noche. Me desperté un par de veces por culpa del dolor y por culpa del estúpido mundo que me rodea que no me deja tranquilo. Cuando no pude seguir intentando dormir, me senté en mi casa y me di cuenta que el dolor había bajado pero solo pensar en el lo hizo crecer de nuevo como si tuviese vida propia. La ironía es que no quería comer nada, no quería saber nada de nada y no tenía energía. Pero tenía que volver a la policía y seguir haciendo lo que tenía que hacer pues las cosas no pueden quedar como si estuviese bien hacerlas. Hice lo que debía hacer y hacia las cinco de la tarde por fin comí algo y debo decir que eso me devolvió el aliento.

 El día pasó y en la noche pude dormir mejor, al menos hasta hace un rato que empezaron a martillar y a romper y no sé a que más hacer. Como dije, el mundo a mi alrededor tiene un serio problema para dejarme en paz. Pero eso no importa, lo que importa es estar tranquilo y tratar de no perder la rienda de las cosas. Esos objetos con poder, con energía, no pueden jugar un papel tan importante, lo mismo que la gente en la calle. No se puede darle el poder a alguien más para que lo use sobre uno. Hay que usar todo lo que se tenga para construirse mejor, para ser la mejor persona que se pueda ser y no hablo de sentimientos sino de capacidades.


 Los sentimientos vienen luego y esos muchas veces son un torrente que no se puede controlar. Los sentimientos no vienen controlados ni de una fuente clara por lo que cuando surgen hay que dejarlos salir de la mejor manera posible. El dolor de cabeza sigue rondando o tal vez sea su fantasma. Tengo que asegurarme de estar listo para la próxima ronda, porque así es.