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lunes, 24 de octubre de 2016

Sexo y música

   Cuando lo besé, sentí que las rodillas se me doblaban solas, como si mi cuerpo de repente dejara de responder o como si todas mis fuerzas y espíritu estuvieran entregadas a ese solo momento. Me acerqué más, mientras sentía su espalda con mis manos sobre su ropa. Él hizo lo mismo pero empezó más abajo y de un momento a otro me tomó con fuerza y alzó mi cuerpo y me llevó, sin dejar de besarnos, a mi habitación. Allí no prendimos las luces ni cerramos las cortinas. No hicimos nada más sino besarnos y disfrutar el cuerpo del otro.

 Las prendas de vestir fueron cayendo al suelo, una a una, hasta que no tuvimos ninguna más encima y se trataba solo de nuestros cuerpos, el uno contra el otro. Sus besos pasaron de mi boca al resto de mi cuerpo y mientras todo sucedía me di cuenta de lo bien que me sentía, tan bien como jamás me había sentido en mi vida. Sentía como si mi piel fuera ultra sensible, sus besos eran simplemente lo mejor de la vida. Y sus besos me hacían sentir más de una cosa al mismo tiempo. Hacía mucho eso no ocurría.

 Afuera, la noche cayó y una suave llovizna cayó sobre la ciudad. Pero ninguno del dos se dio cuenta hasta el día siguiente, cuando amanecimos el uno sobre el otro, con las sábanas enredadas por el cuerpo. Apenas me desperté, tomé el cubrecama y nos cubrí a los dos pues hacía mucho frío. Él ni se dio cuenta pero su cuerpo parecía estar temblando ligeramente por el frío. Le di un beso en la espalda, cubrí nuestros cuerpos y me quedé dormido en apenas segundos. Tuve un sueño tranquilo que duró apenas algunas horas.

 Cuando me desperté de nuevo, él ya no estaba a mi lado. Por un momento pensé que se había ido sin decir nada pero entonces escuché un sonido de la cocina y me puse de pie para ir a ver de que se trataba. Cuando llegué, lo vi delante de un par de sartenes, usando una espátula para hábilmente voltear unas tostadas francesas. También había hecho tortilla de huevo y tenía la botella de jugo lista a un lado. Por un momento, me dediqué solo a contemplar su cuerpo, los hermosos brillos que tenía, su sensual silueta natural.

 Cuando se dio cuenta que estaba allí, me sonrió y se disculpó por tomar de mi comida pero le dije que no había problema. En pocos minutos sirvió y desayunamos juntos en el sofá, sin ropa y con algo de frío, pero sin dejar de vernos el uno al otro. Cuando nos despedimos, después de ducharnos y hacer el amor de nuevo, cada uno quedó en la mente del otro de manera permanente. Solo podíamos pensar en ese día y en todo lo que había ocurrido. No podíamos decir otra cosa que había sido una de las mejores experiencias de nuestra vida.

 Cuando llegué a la productora al día siguiente, muchos me preguntaron sobre mi sonrisa. Querían saber que era lo que había pasado, quién me había regalado esa felicidad. Pero yo no dije nada y rápidamente los encaminé de nuevo al trabajo. Teníamos mucho que hacer para promocionar dos nuevos álbumes de dos artistas muy diferentes: una era una joven cantante de jazz, que tocaba unos tres instrumentos y era bastante atractiva. La compañía le había ofrecido mucho dinero y se esperaba que fuera uno de los grandes descubrimientos de la empresa.

 Pero el que más me interesaba ver era el nuevo cantante de rap que había descubierto en un bus hacía relativamente poco. Teníamos otra cita ese mismo día para discutir las condiciones para trabajar juntos. Me había sorprendió cuando dijo que tenía un representante. Era obvio que lo consiguió de última hora pero eso nunca me había preocupado. Sonreí cuando me di cuenta que era Alejandro y por eso nos conocimos y tras solo algunos tragos fuimos a mi apartamento y pasó lo que pasó. El cliente, por supuesto, no sabía nada.

 Primero fue la cantante de jazz. Con ella íbamos más adelantados, eligiendo sus mejores canciones y a los músicos que la acompañarían en la grabación. Tuvimos que negarle a uno de los que había recomendado porque simplemente no era muy bueno que digamos. Se notó en su rostro que ella no estaba muy contenta con ello y fue al final, casi en la puerta, que confesó que ese era su novio y que temía que la relación pudiera ponerse complicada. Luego escuché a alguien diciendo que eso era algo bueno pues escribiría más canciones de despecho.

 Mi cita con Alejandro y su protegido era después del almuerzo. Todo el rato estuve pensando en él pero también en como haríamos para fingir que nada había pasado. Nunca me había metido con nadie con el que hiciese negocios y sabía que no era la idea más inteligente del mundo. Pero ya estaba hecho y había que trabajar pensando en lo que era y no en lo que yo quería que fuese el mundo. Traté de comer lo mejor posible para no estar nervioso y cuando me avisaron que subían para la reunión, creo que empecé a temblar.

 Cuando lo vi, instintivamente sonreí. Él no correspondió y supe que estaba siendo inmaduro al no saber diferenciar una cosa de la otra. Así que me controlé y los saludé a los dos de la mano. Tuvimos una larga conversación de lo que el cantante quería: honrar su color de piel y su herencia cultural en todo el proyecto, ojalá con músicos y técnicos que fuesen también negros, como todo el que lo rodeaba.  Quería ser un orgullo para su familia y su comunidad.

 Le dije que no habría problemas pues si algo nos había gustado de él era su originalidad y su energía. Después de eso pasamos al estudio de grabación y le pedí al cantante que por favor nos mostrara algunas de sus canciones originales. La primera que cantó fue muy enérgica, parecía una pelea de boxeo en la que claramente él estaba ganando. La canción iba sobre la fuerza de su gente y la opresión que había recibido toda la vida de los demás. En ese momento sentí la mirada de Alejandro por un momento pero cuando quise corresponder, la movió.

 La siguiente canción era sobre la violencia y las muertes que lo habían afectado, casi todas violentas. Eran unas líricas bastante pesadas pero sabía muy bien cómo llevar esas letras. Había mucho que pulir pero sin duda tenían a un gran artista en sus manos. Yo ya estaba listo para empezar a firmar cosas pero entonces el mismo joven me dijo que quería cantar una más, porque creía que valía la pena hacerlo allí mismo, en ese momento. Como insistió, decidí dejarlo.

 La letra de la canción era bastante más fuerte, más explícita, llena de contenido gráfico. Se podía manejar un poco, cambiando algunas palabras y ofreciendo dos versiones, una apta para todo público y la versión para adultos. Pero entonces empezó a relatar algo en la canción que me pareció muy familiar: algo de unos… Es mejor no repetir la palabra. Solo digamos que era un insulto que claramente se refería a Alejandro y a mi. Y al seguir cantando, pude darme cuenta que el chico sabía mucho más de lo que aparentaba.

 Cuando se detuvo, les dije que podían seguir a la sala de juntas si deseaban firmar el contrato. En ningún momento subí la mirada para ver a los ojos al cantante o a Alejandro pero cuando se alejaron en busca del ascensor, solo el cantante me miró con una mirada cargada de odio. Fue solo un segundo pero se sintió como un golpe directo en la mandíbula. No entendía que había pasado. Alejandro tal vez le había contado o tal vez se había dado cuenta de alguna manera. ¿Pero porqué esa actitud tan desafiante, desaprobándonos a los dos?


 Fue mi asistente quien les hizo firmar todo y me avisó cuando se fueron. Me sentía traicionado. Pero no había razón para ello. Al fin y al cabo que no nos conocíamos de hacía tanto tiempo. Apenas sabíamos un poco el uno del otro. Era más que todo el odio que había en la canción y que él no hubiese reaccionado lo que me afectó. Cuando mi asistente trajo los papeles para que yo los guardara. Al mismo tiempo me llegó un mensaje al celular. Decía “Tenemos que hablar”.  Las firmas en los papeles explicaban y confundían al mismo tiempo: cantante y representante eran hermanos.

lunes, 4 de julio de 2016

Graduación

   La ceremonia empezó sin mayor retraso. Cada persona tomó su asiento al instante, de manera ordenada. Las luces únicas luces que quedaron prendidas fueron las del escenario, donde un hombre empezó a hablar casi de inmediato. La verdad, la mayoría de las personas no lo ponían atención. Aunque muchos lo grababan con sus celulares, otros utilizaban esos mismos aparatos para ver que más estaba pasando en el mundo. No le interesaba o muy poco lo que tenía que decir el dueño y señor de la universidad.

 Después vino el discurso de uno de los graduados y eso fue mucho más divertido, pues todo el mundo escuchaba con atención para saber en que momento sería adecuado burlar o decir algo. Fue un rato divertido, pues el joven que leía se perdió unas cuantas veces y parecía estar a punto de reír muchas otras. Se notaba que a la gente de la universidad no le caía nada en gracia que lo hiciera pero a los alumnos les fascinaba tener algo de que reírse.

 Cuando el joven terminó, vino otro discurso más. Cada año invitaban a una celebridad, algún erudito de la ciencia o las letras para que llenara de bonitas palabras el ambiente. Ciertamente el invitado de ese año era alguien muy interesante pero la gran mayoría de las personas los escuchó solo a ratos. Antes de que empezara a hablar, cuando lo introdujeron como “poeta y autor”, casi todo el mundo decidió al instante no ponerle mucha atención pues suponían que sería sorprendentemente aburrido.

 Técnicamente, no se equivocaron. Hubo algunas anécdotas graciosas, unas observaciones inteligentes, pero el resto fue tal cual se esperaba. Por fin, el tipo dejó de hablar y entonces comenzaría la última etapa de la ceremonia: la entrega de diplomas. Esa era la razón para la que todos habían venido. Las palabras bonitas y los adornos encima de un papel les daba un poco lo mismo. Les interesaba lo que ese papel podía hacer para sus vidas y que significara que no habían perdido el tiempo.

 Faltaban muchas personas, pues algunos no estaban en el país o no habían cumplido con todos los requisitos para recibir su diploma ese día. Seguramente tendrían que reclamarlo en la sede de la universidad, sin vítores de compañeros ni fotos de padres orgullosos. La ceremonia tenía ese sentido muy relacionado con el orgullo y el estar seguro de si mismo. Era algo especial, a pesar de todo.

 Uno a uno, todos los jóvenes en el recinto pasaron a tomar su diploma. Algunos hacían algo gracioso después pero la mayoría solo estrechaba la mano de los directivos y seguía su camino hacia fuera del escenario. Cada persona tenía sus estilo, su manera de celebrar el mismo logro. Al final, era el mismo para todos, no importaba la disciplina.

 La siguiente etapa del día siempre era la misma en la mayoría de familias. Los que tenían algo más de dinero optaban por invitar a su graduado, o graduados si eran más de uno, a comer algo especial para celebrar la graduación. El lugar de celebración cambia según lo que pueda costear cada familia pero casi siempre la idea es que sea un lugar que valga la pena, al que no se vaya todos los días. Se trata de hacer que la persona se sienta especial y única.

 A veces comen los más finos cortes de carne, otras veces pescados y comida de mar perfectamente marinados. El pollo casi nunca es una comida de celebración pues es poco frecuente que se use en platillos caros. Por supuesto, todo va acompañado de un buen vino y de un brindis que puede ser largo o corto, pero eso depende de la familia que lo celebre. Algunos se alargan con discursos sin destino pero sentidos y otros solo tienen el brindis y poco más.

 Esas comidas de celebración normalmente no toman mucho tiempo. Lo normal para una cena especial, que suelen ser dos horas considerando que la comida demora más en llegar a la mesa y que nadie tiene verdadera prisa de llegar a ningún lado. Son casi siempre en la tarde, pues la noche está reservado para otro tipo de celebraciones. Después algún postre la gente se dirige casi corriendo a casa, a descansar.

 Los que tienen menos dinero para gastar o quienes tal vez estén solos y no tengan con quien festejar, pueden inventarse diversas maneras de hacerlo a su manera. Por ejemplo, está el hecho de ir a cualquier restaurante común y corriente pero agregándole alguna celebración extra para indicar que el momento lo amerita. El vino también puede jugar un papel, aunque seguramente la calidad del mismo sea comparativamente inferior al del caso anterior.

 Es un almuerzo mucho más corto pero seguramente igual de familiar y de cercano. Al fin y al cabo, la gente está orgullosa de graduado sea como sea, no importa la celebración. Lo que interesa es que sea un día feliz y memorable, del que se pueda sentir orgulloso en el futuro y que pueda recordar una y otra vez, como uno de los momentos más felices de su vida, sin exagerar.

 Eso sí, hay muchas personas que no tienen como celebrar. Y otras que no tienen familias. Normalmente la solución es la misma en estos casos: se celebra en casa con algo más personal pero más sentido. Puede que no haya vino pero podría haber algo más, sea lo que sea. El caso es que se celebre de alguna manera porque no hay quien no considere la graduación un logro.

La noche está reservada para la celebración entre graduados. Casi todos los celebran del mismo modo y, si sus padres no les dan dinero, seguramente ellos han ahorrado ya lo suficiente para pasar el mejor rato posible. En esto, nadie es diferente ni especial. Todos celebran porque sienten que es el día que sean han ganado para celebrar y estar con sus compañeros, aquellos con quienes se ha logrado el objetivo. El orgullo normalmente es motor suficiente para toda la noche y hasta el día siguiente, en la mañana, cuando el alcohol lo ha agotado casi por completo.

 Porque claro, sin alcohol, la mayoría de graduados no siente que haya ganado nada ni llegado a ninguna parte. Sea cerveza o alguna otra bebida alcohólica, siempre tienen que estar presente para, supuestamente, alegrar el ambiente. Normalmente esto es cierto, pues ayuda a subir el ánimo y a que el baile y la diversión duren mucho más tiempo de lo que uno pensaría. El gasto en alcohol es normalmente exponencial. Es decir, se comienza de a poco y al final de la noche gastan los que tengan más dinero.

 Los que no tengan casi, saben que es su noche para aprovechar el dinero de otros. Y no se ve como algo malo, al fin y al cabo todos están celebrando. Así que si una persona toma de una botella que no ayudó a pagar, la verdad no interesa porque nadie está vigilante un objeto de vidrio con tanto ahínco. Prefieren disfrutar la noche y tener mucho que contar los días que sigan, para construir el mejor recuerdo posible.

 Se trata de “hacerlo memorable”, lo que es gracioso pues el hecho de graduarse debería ser lo suficientemente memorable. Sin embargo, a los jóvenes les fascina que todo tenga un significado más personal y que no todo tenga que ver con el estudio como tal. La graduación también celebra las relaciones construidas durante el tiempo de la carrera, celebra aquellos dramas cotidianos y todas las costumbres y anécdotas graciosas que tienen para contar por muchos años más.

 Esas relaciones son las que todavía esa noche y mucho después, afectarán su manera de ver el mundo y de interactuar con los demás. Además, tienden a tener un efecto mucho más duradero que en el pasado, tal vez porque la personalidad de las personas termina de forjarse en sus años de universidad y logra establecerse por completo. Es decir, ya son personas completamente formadas, completas.


 La celebración termina al otro día, casi para todos, cuando despiertan y tienen recuerdos borrosos de todo lo ocurrido. Otros recuerdan mejor otros peor pero todos entienden la importancia del ritual. No importa cómo se haga, donde o con quién, es primordial entender su rol en nuestras vidas.

miércoles, 29 de junio de 2016

Pulso

   Cuando la canción terminó, todos en el recinto aplaudimos. Había sido una de esas viejas canciones, como de los años veinte, y casi todo el mundo había bailado exactamente igual. Cuando cada uno volvió a su mesa, hubo risas causadas por los mordaces comentarios de la presentadora de la noche, la incomparable Miss Saigón. Era de baja estatura y tenía un maquillaje tan exagerado que era obvio que debajo de todas esas capas de pintura era una persona totalmente distinta. En todo caso, era uno de las “drag queens” más entretenidas que yo hubiese visto en mi vida. Para ser justos, no había conocido muchas.

 En la mesa, cada pareja hablaba por su lado de lo gracioso que había sido el concurso de baile. Ahora elegirían a los finalistas para hacer otra competencia más. Miss Saigón había amenazado con un desfile en traje de baño, como en los concursos de belleza. Todo el mundo había reído con el comentario pero nadie sabía si lo decía en serio. Lo más probable es que así fuera, pues en ese hotel todo se valía para entretener a los huéspedes. Y esa noche era una de las más importantes por ser el primer día de llamado “orgullo”.

 Lo siguiente fue un número musical de Miss Saigón. Se cambió de ropa y de maquillaje e hizo una actuación francamente excelente. Mientras la miraba, Tomás me puso la mano sobre la pierna y yo se la cogí, apretando ligeramente. Yo había sido el de la idea de tomar esas vacaciones. Había encontrado el plan en internet y me había llamado la atención el hotel, la belleza del entorno y su ubicación y todo lo que tenía que ver con entretenimiento. Tuve que convencer a Tomás porque él no era de ir a lugares exclusivos para hombres, no les gustaba mucho el concepto en general. Yo había sido igual pero ahora que éramos una pareja no me parece mala idea.

 Cuando aceptó, me alegré mucho y le prometí que serían las mejores vacaciones de nuestra vida. Eran nueve días en un paraíso tropical, con una habitación que se abría al mar como en las películas. Había sido un poco caro pero eso no importaba pues la idea era tener la mejor experiencia posible. Además, quería pasar un buen rato con él. Nunca habíamos viajado solos y creí que el momento era apropiado, cuando ya vivíamos juntos y todo parecía ser más estable.

 Miss Saigón paró de cantar y todos aplaudimos de nuevo, algunos incluso poniéndose de pie. Ella se inclinó varias veces y dijo que harían una pausa para que los asistentes pudiésemos disfrutar de la comida y la bebida. En efecto, habíamos comido poco por el espectáculo así que fuimos a servirnos del buffet, abarrotado de cosas deliciosas para comer. Tomás se sirvió casi todo lo que vio pero yo traté de cuidarme, para no arruinar la noche.

 Cuando terminamos de comer, que no fue mucho después, decidimos recomendar nuestros asientos a la pareja de al lado y nos fuimos a caminar por el borde de la playa que estaba justo al lado del recinto donde el espectáculo tenía lugar. Caminando hacia allí, vimos a Miss Saigón con un nuevo vestido y un plato en la mano. La saludamos y ella a nosotros. Cuando llegamos cerca del agua, propuse que nos quitáramos la ropa y nadáramos desnudos. Tomás me miró incrédulo y yo me reí. Me encantaba decir cosas así porque siempre creía todo lo que yo decía.

 Nos tomamos de la mano y hablamos de los primeros días en el hotel, que habían sido perfectos. El clima era cálido pero no demasiado, no ese calor pegajoso que da asco. Hacía buena brisa en las noches. Desde el primer momento nos habíamos divertido, pues era una experiencia muy distinta a las que cada uno había tenido por su lado. El hotel era bastante más grande de lo que habíamos pensado y había mucho más para hacer. Ya habíamos intentado bucear y habíamos ido a la playa principal donde todos usaban el último diseño en trajes de baño.

 Era obvio que muchos iban a que los vieran, incluso estando con sus parejas. Sin embargo, no todos iban con sus novios o esposos. Había muchos solteros también. Más de una vez se habían cruzado con alguno que les guiñaba el ojo o los saludaba mirándolos de arriba abajo y eso era muy extraño pero sabían como manejarlo si ocurría. Incluso se podía considerar una de esas particularidades graciosas del sitio, como el hecho de que no había una sola mujer a la vista. Incluso el personal del hotel, desde el equipo de limpieza a la gerencia, eran todos hombres.

 De la mano por la orilla, dejé las chanclas a un lado y él hizo lo mismo, para caminar mejor y poder mojarnos los pies. En un momento, Tomás me dio la vuelta y me tomó como si fuéramos a bailar. Terminamos en un abrazo estrecho en el que le podía sentir su corazón latir y su respiración que parecía más agitada de lo usual. No le pregunté nada al respecto porque pensé que de pronto estaba así por la comida o por el baila de antes. Mantuvimos el abrazo un buen rato.

 Escuchamos la potente voz de Miss Saigón y supimos que el espectáculo había comenzado de nuevo. Nos separamos y yo miré hacia el restaurante, para ver si la mayoría de la gente seguía allí. Le pregunté a Tomás si quería volver pero no me respondió. Cuando voltee a mirarlo, estaba arrodillado y tenía en una de sus manos una cajita negra con un anillo adentro. No supe que hacer ni que decir. Tomás empezó a decir muchas bonitas palabras. Sobre lo mucho que me amaba y me apreciaba. Y también como quería vivir el resto de sus días conmigo.

 No tuve que pensar en qué decir o que hacer porque mi sorpresa fue interrumpida de pronto. Al comienzo no pensé que fuera lo que era. Pensé que había sido algo en el sonido del espectáculo. Pero entonces Tomás se puso de pie y me tomó la mano con fuerza. Entonces escuchamos más sonidos y el ruido en el restaurante se calló de pronto. Caminamos hacía allí, para ver si sabían que pasaba pero cuando estábamos a punto de entrar, escuchamos un grito lejano. Venía del edificio del hotel, que estaba un poco más allá, pasando las piscinas y los jardines.

 Instintivamente, algunos de los huéspedes caminaron hacia allá para ver que pasaba. Miss Saigón trataba de calmar a la gente, todavía con el micrófono a la mano. Entonces hubo más ruido y esta vez estaba claro que se trataba de disparos. Se oyeron muy cerca y hubo más gritos. La gente en el restaurante se asustó y empezaron todos a correr, a esconderse en algún lado. Lo malo es que el restaurante quedaba en una pequeña península artificial, con el mar por alrededor, por lo que no había donde ir muy lejos para protegerse.

 Halé a Tomás hacia la parte trasera del restaurante. Como estábamos descalzos casi no hicimos ruido. Otros habían elegido el mismo lugar como escondite. Se seguían escuchando disparos y gritos. Uno de los huéspedes tenía el celular prendido, tratando de llamar. Pero su teléfono no parecía servir. Era obvio que era extranjero y de pronto por eso no salía su llamada. Marcaba frenéticamente y hablaba por lo bajo. Paró en seco cuando hubo más disparos y se fueron mucho más cerca que antes, incluso rompiendo uno de los vidrios del recinto.

 Más y más disparos y más gritos. Parecían ser muchos los invasores pues se oía gente gritar por todos lados. Yo no podía pensar en nada más sino en Tomás. Por eso le apreté la mano y le jalé un poco para que se diera cuenta de lo que yo quería hacer: nadar. Frente al hotel no había océano abierto. Era como un canal amplio. Del otro lado había una isla en la que había más hoteles y lugares turísticos. No estaba precisamente cerca pero tampoco muy lejos. Se podían ver las luces desde donde nos escondíamos. Al escuchar gritos cercanos, me hizo caso.

 Hicimos mucho ruido al entrar al agua. Nadamos poco cuando sentimos el ruido de los disparos casi encima. La gente gritaba muy cerca y los invasores también decían cosas pero yo no podía entender que era. Nadé lo mejor que pude y lo mismo hizo Tomás. De pronto sentí una luz encima y empezaron a dispararnos. El pánico se apoderó de mi y por eso aceleré, nadé como nunca antes, esforzando mi cuerpo al máximo. Después de un rato, dejaron de disparar.


  Las luces del hotel ya estaban cerca y entonces me detuve y me di cuenta que Tomás estaba más atrás. Fui hacia él y lo halé como pude hasta la orilla, donde no había nada ni nada, solo una débil luz roja, como de adorno. Pude ver que Tomás tenía heridas en las piernas y una en la espalda. Había sangre por todos lados. Le tomé el pulso y me di cuenta que era muy débil. Entonces grité. Creo que me lastimé la garganta haciéndolo pero no paré hasta que alguien llegó. Le tomé el pulso de nuevo y no lo sentí.

viernes, 3 de junio de 2016

Una noche sin techo

  Apenas salió a la calle, sabía que tenía que planear su tiempo de la mejor manera posible. Tenía por delante más de doce horas sin tener adónde ir a dormir o descansar medianamente bien. El equipaje que tenía, dos maletas grandes, ya estaba en el guarda equipajes de la estación de tren. Aunque no iba a viajar a ningún lado, era la única solución que se le había ocurrido para no tener que pasearse con las maletas por todos lados. Era algo más de dinero que gastar pero el precio por veinticuatro horas era bastante bueno así que no lo dudó ni por un momento.

 Su contrato había terminado el último día del mes y el siguiente no comenzaba sino hasta el primero. Por ese tecnicismo se había quedado sin donde dormir durante la noche del último día del mes. Por eso había tenido que guardar su equipaje en algún lado seguro y ahora se aventuraba a pasar la noche dando vueltas, viendo a ver qué ocurría. Eran las seis de la tarde de un día de verano y el sol seguía tan brillante como siempre. Lo primero que se le ocurrió fue ir a comer algo y así gastar algo de tiempo

 No había comido nada más temprano excepto un pequeño sándwich en la mañana por lo que tenía mucha hambre. Se alejó de la zona del apartamento en el que había vivido durante casi un año y se acercó al centro de la ciudad. Allí conocía un restaurante de comida china que servía unos platillos bastante bueno por un precio muy económico. Caminó sin apuro y, cuando llegó, se dio cuenta que el lugar estaba mucho más lleno de lo que ella pensaba.

 Para su sorpresa, cerraban temprano y por eso mucha gente hacía fila para pedir su comida para llevar. Cuando pidió lo suyo tuvo que pedirlo también para llevar pues, para cuando le entregaran su pedido, ya sería hora de cerrar. La idea le cayó un poco mal pero ya había perdido mucho tiempo y no le hacía gracia tener que ir a otra parte para hacer otra fila y esperar de nuevo.

 Sin embargo, eso fue precisamente lo que tuvo que hacer por culpa de un cliente que no sabía lo que quería. Se tomó casi veinte minutos preguntándole al cajero como era cada menú y con que venía y si la salsa tenía algo de maní y quien sabe que otras cosas. Desesperado, salió de la fila para ir a alguna otra parte. Ya le estaban rugiendo las tripas y no iba a ponerse a perder más tiempo.

 Caminó solo un poco para llegar a sitio de comida rápida, de esos que venden hamburguesas y papas fritas. No era lo que quería en ese momento pero daba igual. Tenía mucha hambre y quería calmar esa urgencia. La atención allí fue mucho más rápida y, pasados diez minutos, ya tenía su comida en la mesa. El sitio abría hasta tarde.

 Apenas iban a ser las ocho de la noche. Se dio cuenta que era mejor comer lentamente y aprovechar el lugar para descansar de caminar, usar el Wifi gratis y disfrutar la comida. Había pedido la hamburguesa más grande que vendían y la cantidad de papas fritas era increíble. También se había servido bastante gaseosa en un vaso alto y gordo que le habían dado, que se correspondía al tipo de menú que había pedido. Todo era grande y le dio un poco de asco después de un rato. Pero era mejor tener donde y qué comer que estar deambulando por la calle. Menos mal, había planeado todo y tenía dinero suficiente para toda la noche.

 En el celular tenía varios mensajes de su familia. Ellos sabían que no podría hablarles esa noche pero de todas maneras habían escritos varios mensajes, deseándole que estuviera bien y que no descuidara nada de lo que llevaba. Todo estaba en el equipaje excepto su mochila en la que llevaba el portátil y algunas otras cosas por si acaso. Tenía un candado por seguridad y pesaba un poco pero no había tenido opción pues no todo cabía en las maletas grandes que había dejado en la estación de tren.

 Haciendo tiempo, se quedó en el sitio de hamburguesas hasta las diez de la noche pero no había más razón para quedarse incluso si abrían hasta más tarde. A esa hora, la ciudad empezaba a morir lentamente y solo quedaban vivos algunos bares. Al fin y al cabo, era jueves. Si hubiese sido un viernes, hasta hubiera pensado en meterse en al alguna discoteca que no cobrara la entrada y pasarse horas allí adentro. Lo malo sería el cansancio después.

 No tenía a nadie a quien pudiese llamar para pedirle una cama o un sofá o siquiera un rincón en el piso. Había que tener cierto nivel de confianza para pedir algo así, o eso creía él. Y eso no lo tenía con nadie en esa ciudad. Por lo que decidió caminar sin rumbos, dando vueltas por entre las calles, mirando los que ya iban borrachos caminar hacia otro bar o tal vez hacia el metro.

 Los oía hablar y a veces entendía algo y otras no entendía nada. Siendo verano la ciudad estaba llena de extranjeros y no era extraño salir a la calle y nunca oír el idioma propio, ni por un solo segundo. Todo eran sonido raros y risas que respondían a discursos en palabras desconocidas. A veces le daban ganas de reírse pero se contenía. La verdad es que se reía más de su situación que de los turistas.

 Era ridículo tener el dinero para pagar una vivienda y sin embargo estar por allí caminando hacia ningún lado. Un hotel por una noche no era una solución pues cualquier hotel tendría un costo demasiado alto por solo una noche. Prefirió ahorrarse esa cantidad y tener una pequeña aventura.

 Se le ocurrió entonces caminar a la playa y quedarse por allí. Si bien no podría meterse al agua, seguramente sí podría quedarse en la orilla. La policía solo molestaba a la gente que estaba bebiendo y él no tenía nada que beber ni drogas de ningún tipo ni nada de eso. Así que no tenía nada que temer. Caminó a buen ritmo y en menos de quince minutos estuvo en la playa. Fue por la rambla, mirando la negrura de la noche y escuchando el sonido del mar y preguntándose donde estaba el mejor lugar para sentarse a descansar un rato.

 Como no había seguridad de ningún tipo, decidió simplemente caminar por la playa y sentarse detrás de un montículo de arena que hacía como de separador entre dos zonas distintas de la playa. Se sentó ahí, usando su mochila como almohada y tan solo pasados unos cinco minutos, se dio cuenta que tenía mucho sueño. El sonido del mar era como una canción de cuna y, por mucho que peleó, terminó quedándose dormido allí, tan quieto como se había sentado.

 Cuando se despertó, lo hizo de golpe, como si algo lo hubiese asustado. Pero no había nadie por ahí. Eso sí, ya era de día. Cuando miró su celular, se dio cuenta que había dormido casi seis horas. Era increíble pues había oído historia de cómo la policía patrullaba el lugar de día y de noche, sacando borrachos e indigentes de la playa. En cambio él, sin problema, había podido descansar varias horas.

 Eran casi las seis de la mañana y su cita de entrega de llaves era, menos mal, a las diez. Decidió volver al centro de la ciudad y meterse un buen rato a una panadería. Allí pidió un café con leche y varios panes y se demoró un buen rato comiendo y estirando la espalda que le dolía bastante. El precio de dormir en la playa era una columna adolorida. Comió despacio e incluso compró más pan pues tenía mucha hambre, tal vez por la cantidad de horas que había dormido.

 Cuando terminó, ya eran las ocho de la mañana. Las dos horas que le quedaban se las pasó dando vueltas por entre las tiendas que apenas abrían y los negocios que hasta esa hora estaban subiendo sus rejas y poniendo sus tableros con anuncios en la calle. Tomó varias fotos con su celular porque se había dado cuenta que la ciudad tenía una magia especial a esa hora del día, una magia que jamás había visto.


 Un rato después, estaba en la estación de tren recogiendo su equipaje. No fue largo el viaje hasta su nuevo apartamento. Allí firmó el contrato, le dieron las llaves y a las diez y media en punto se quedó dormido profundamente, cansado de su pequeña aventura en la noche.