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jueves, 29 de septiembre de 2016

Otro día de estos

   Es extraño. No siento nada y, a la vez, creo que estoy sintiendo tantas cosas que mi cuerpo cree que no está pasando nada. Al menos mi mente viaja, cada cierto rato, unos meses atrás y revisa una y otra vez los recuerdos que se han ido acumulando. Son muchos y eso me alegra porque siempre se siente bien tener mucho que recordar, mucho que pensar, saber que se ha aprendido bastante a través de un largo periodo de tiempo. Y digo largo porque se trata de un año pero a la larga un año no es nada en lo que se refiere al tiempo y al espacio.

 Sin embargo, en lo que se refiere a mi vida, un año es un pedazo importante de mi experiencia como ser humano. Al fin y al cabo solo he estado en este mundo poco más de veintiocho años así que uno solo de todos esos años es algo importante. Es un año enteros de experiencias físicas y mentales, de desafíos que me impuse y otros que se cruzaron en mi camino, de cosas nuevas y de otras que ya había vivido en varias ocasiones. Todos esos sentimientos están guardados ahora dentro de mi, conservados a la perfección para cuando los quiera recordar o volver a usar.

 También fue un año de nuevas personas y no puedo dejar de decirlo porque si algo define nuestra experiencia humana son las personas con las que nos cruzamos con cierta frecuencia. Quedarán conmigo recuerdos de lo que dijeron y me hizo reír o me hizo pensar, de sus expresiones en diversas ocasiones y, sobre todo, de su presencia en mi vida. Espero que yo permanezca en la de ellos de alguna manera pues creo que esa es la manera de avanzar y movernos por el mundo. Son las personas que conocemos las que de verdad hacen de la vida lo que es.

 Eso sí, no hay que olvidar lo importantes que son las experiencias que se viven por separado, es decir, por uno mismo sin que nadie tenga nada que ver. Viví bastantes de esas, en la oscuridad y bajo el sol, en tierras lejanas y solo a unas cuadras de mis lugares de residencia. Pude vivir cosas que nunca pensé que viviría y pude ver mucho del mundo y de todo lo que tiene que ofrecer, no solo la pequeña porción que en muchos lugares nos hacen creer que es todo lo que hay. El mundo es un lugar vasto y lleno de momentos por vivir.

 Viajar sin duda fue una de las cosas que más disfruté. Sin importar si fuera dentro de una misma ciudad o a un continente totalmente nuevo, disfruté cada momento de esos viajes, tratando de generar tantos recuerdos como fuera posible. Quisiera nunca olvidarme de nada y poder recordar cada pequeño momento pero sé que es imposible. Confío en que mi manera de vivir la vida sea suficiente para que en mi cerebro todo quede correctamente registrado, así podré recurrir a esos recuerdos en el futuro y así divertirme con mis propias anécdotas.

 Hoy me desperté más tarde de lo normal y creo que estoy escribiendo más despacio de lo que suelo hacerlo. La razón, creo yo, es que quiero pensar bien lo que estoy poniendo en este documento porque no quiero que falte nada pero tampoco que sobren cosas, es decir, no quiero decir cosas que no son, exageraciones de aquellas que no son necesarias. Es difícil saber que se está viviendo el último día de un proceso largo y que llega un fin más en mi vida pero no el final de ella misma, que sería muy trágico.

 No sé como sentirme, no sé como reaccionar ante nada. Pero, estando sentado en la cama, casi completamente a oscuras, sé que hoy veré todo con unos ojos bastante especiales. Sé que habrá algo de nostalgia, aunque no sé si esa es la palabra. No es que no me quiera ir pero tampoco es que odie el sitio donde viví por poco más de un año. Simplemente no sé como expresar la multitud de pensamientos y reflexiones que se agolpan en mi cabeza y me marean como ya lo he estado antes. Y ese es mi seguro ante todo esto: ya he estado en esta situación con anterioridad.

 No es mi primera vez dejando un lugar para siempre. No es la primera vez que mi vida sufre un cambio que seguramente será grande, incluso si yo mismo no lo pienso. Solo de escribirlo se me revuelve el estomago y eso que ya me había estado sintiendo mejor, aunque esa es otra cosa. El punto es que cualquier cosa que haya escrito y vaya a escribir en estas tres páginas está ligado a mi baja capacidad de entender todo lo que estoy sintiendo y lo que no tengo ni idea de estar viviendo. Da un poco de miedo, no les voy a mentir. Pero esa es la vida.

 Lo que me da pereza es oír la voces de ciertas personas, gente en general, que me preguntará las mismas preguntas de siempre: ¿Por qué no me quedé aquí en vez de devolverme? ¿Que voy a hacer ahora? ¿Que estoy esperando para pisar el acelerador de mi vida? Creo que las respuestas más honestas no serían muy agradables al oído así que prefiero no escribirlas pero lo cierto es que son respuestas que no tienen porque importarle a nadie más que a mi. Al fin y al cabo son decisiones mías y nadie más puede meterse en eso, por muchas opiniones que puedan tener.

 El día de hoy tengo varias tareas que hacer, algunas planeadas y otras no tanto. Espero que sea un día relajante aunque, siendo sincero conmigo mismo, creo que el estrés ya está empezando a acumularse en mi espalda y cintura y estomago. No se siente nada bien pero supongo que es algo que tengo que enfrentar como ya lo he hecho en muchas otras ocasiones. El punto es saber que estoy dando los pasos correctos y que no estoy olvidando nada. Mejor dicho, que estoy en paz conmigo mismo, que es lo que cuenta al fin del día.

 De hoy a mañana seguro dormiré poco. Es como cuando tenía que madrugar para el primer día de la escuela o de la universidad. Simplemente no podía dormir por la anticipación a ese día que solía ser definitivo por un tiempo. Eso sí, las razones para mi falta de sueño eran ligeramente diferentes en cada caso pero el mismo patrón se repitió durante todos esos años, hasta hoy en día cuando cada vez tengo menos primeros días pero sé que cuando ocurren no podré pegar el ojo por más que quiera.

 Lo que hago es tomar algo de té y distraerme de cualquier manera posible: videojuegos, películas, videos en internet o alguna tarea que no sea importante pero pueda hacer para distraerme. Obligarme a dormir es una tontería pues sé muy bien que no funciona. Lo mejor es ser útil para algo y este año he aprendido muchas cosas que puedo hacer en vez de quedarme mirando el oscuro techo de mi habitación. No es que sepa hacer cosas nuevas ni nada por el estilo sino que me doy cuenta que ya sabía hacer mucho que sirve de algo.

 Escribir es una de esas cosas y escribir tiene diferentes formas y funciones. Eso me distrae a veces y me hace pasar el tiempo, desafiándome un poco a veces como para jugar conmigo mismo. Puede ser divertido o un tanto estresante pero siempre es efectivo a la hora de pasar el rato y cansar un cuerpo como el mío que parece resistirse seguido a caer rendido como lo hacen la mayoría de otros cuerpos. Y cuando me pasa, suele ser en los peores momentos del día, cuando debería de estar haciendo algo mucho más productivo.

 Me estoy alejando del tema central que es este último día. Supongo que me pongo a hablar de otras cosas por lo que ya dije, porque no sé que decir. Pero puedo aprovechar para decir que no tengo resentimiento alguno con esta ciudad ni contra su gente ni nada parecido. Tal vez lo haya parecido en ciertos momentos pero ya se sabe que uno se deja llevar por lo que hacen otros y eso a veces enfurece a la mente y ciega las opiniones. El caso es que sé, estoy seguro, que no odio a nadie y menos a un lugar que me ofreció tanto.


 Mi cuerpo y mi mente agradecen por completo la decisión que tomé hace ya mucho tiempo, le agradecen a mi familia por su apoyo, a la ciudad de Barcelona por su carácter abierto y a todas aquellas personas que, cerca o lejos, estuvieron allí para dejarme hacer parte de al menos un fragmento de sus vidas. Agradezco haber aprendido y haberme dado cuenta de que el mundo es más grande de lo que pensaba, igual que mis habilidades y mi capacidad para asumir la vida tal como viene. Mañana no escribiré pero después esto sigue, porque de este mundo no me quita nadie.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos hombres se casan

   Ese día de septiembre quedó para siempre marcado como el día en el que nos dimos cuenta que las cosas nunca volverían a ser como siempre. No solo era el hecho de casarnos, sino que todo pareciera ser una serie de saltos de vallas en una carrera que no sabíamos cuando iba a terminar. Al fin y al cabo, éramos dos hombres haciendo algo que todavía muchas personas consideraban anormal o incorrecto. Fue increíble ver, cuando llegué a la notaría, como había personas que nunca había conocido, con pancartas y letreros con letras grandes y coloridas insultándonos. Al comienzo fue como que no quería darme cuenta de lo que pasaba. Estaba muy estresado por todo y no quería agregar algo más a la carga pero fue imposible evitar mirarlos.

 Tenían tanto odio en sus ojos. Era como si de verdad les hubiésemos hecho algo imperdonable, como si nos hubiésemos metido de verdad con ellos, con sus familias o algo por el estilo. No quisiera repetir lo que leí en esas pancartas porque eran más que todo palabras de odio y resentimiento pero lo que sí recuerdo es que todos los músculos del cuerpo se me tensaron de una manera tremenda. Sentí además que la sangre que me recorría el cuerpo empezaba a ser bombeada con mayor celeridad, tanto así que el sonido en mis oídos era abrumador. Todo eso pasó en apenas segundos pero yo sentí que fue eterno, el recorrido entre bajarme del carro y entrar en la pequeña notaría donde la calma que reinaba era tan grande que chocaba de gran manera con lo que ocurría afuera.

 Esperé con mi familia y la suya por unos minutos hasta que llegó. Se disculpó conmigo y estuvo a punto de darme un beso pero se detuvo al darse cuenta de que sería un poco extraño besarnos antes de hacer todo el protocolo. Algo de tradicional había que haber, así a nosotros la tradición no nos respetase mucho. Era por hacerlo más divertido, incluso ignorando el hecho de que habíamos vivido juntos por los últimos dos años y ya no había mucho que el uno no conociera del otro. No me avergüenzo al decir que seguramente éramos una pareja mucho más establecida que las de los protestantes afuera.

 Él no mencionó nada al respecto y yo tampoco. La firma de los papeles y todo el asunto no se demoró nada. Eso era lo malo de tener un matrimonio civil, que no había mucho de romántico en su ejecución. Igual no queríamos nada muy inclinado hacia lo tradicional y preferíamos celebrar nuestra unión con nuestros amigos y familiares, más que nada. Cuando salimos del lugar no había nadie, ninguna pancarta ni nada por el estilo. Nos fuimos subiendo a los carros para dirigirnos al salón que habíamos alquilado para la fiesta. No era nada grande pero quedaba en un lugar muy bonito, en un piso alto para que la gente disfrutara la vista. Menos mal habíamos podido gastar algo de dinero en ello para que no solo nosotros lo pasáramos bien. Era como un regalo por el apoyo recibido.

 Otra valla que saltamos fue el hecho de tener que manejar todo lo referente a nuestras posesiones y los seguros y todas esas cosas de las que a nadie le gustaba hablar. Estuvimos de acuerdo que cada uno se quedara con lo suyo, como siempre. No tenía sentido ponernos a combinarlo todo. Sin embargo, abrimos una cuenta juntos para lo que llamamos “gastos del hogar” pues nuestra idea era poder, antes que nada, mudarnos a un apartamento propio. Y después, amoblarlo a nuestro gusto y con el dinero que hubiese en esa cuenta ir pagando los servicios para ese espacio y todo lo demás. Creo que nos demoramos más de un año solo para tener dinero suficiente para lo primero.

 El nuevo espacio, aunque no fue un cambio inmediato, sí que fue un cambio importante. Antes habíamos vivido en el apartamento en el que yo había vivido en alquiler desde hacía varios años. Era un sitio más bien pequeño, diseñado para ser el solitario hogar de un estudiante o soltero empedernido. Como pareja, resultaba un espacio mucho más pequeño y era complicado compartir los espacios que había para guardar cosas como la ropa y diferentes artículos que va uno acumulando a lo largo de la vida. Y como él había sido el que había llegado allí, siempre sentí que lo ponía triste tener que poner sus cosas en un rincón y no poder tener un espacio verdadero. Por eso trabajé tanto por el nuevo apartamento, por todo en ese momento: por él.

 El lugar es hermoso. Es al menos el doble de grande que nuestro apartamento de soltero anterior y está ubicado en un barrio mucho mejor. Incluso está a media distancia entre mi trabajo y el de él, así que todo queda perfecto. Lo mejor es que hay cajones y armarios casi por todos lados, así que antes de mudarnos ya lo teníamos todo repartido, meticulosamente pensado. Él era mucho más caótico que yo pero siempre le gustó que yo tuviera esa vena del orden, una obsesión que hubiese no podido ser muy sana pero que para casos como una mudanza era algo ideal. No nos pasó como a otros que se mudan por días. Para las dos de la mañana siguiente al día de mudarnos, ya todo estaba en su lugar.

 La cantidad de recuerdos que tiene el apartamento es increíble. En el otro creamos una buena cantidad también pero aquí están todos esos que tenemos juntos, de verdad juntos, y creo que eso es muy importante. Uno de esos recuerdos fue  el hecho de construir, poco a poco, una relación más estable con las familias del otro. La verdad era que él a mi familia la conocía muy bien, pues solíamos pasar el domingo con ellos. No todos los domingos pero al menos dos de cada mes. En cambio con su familia casi no hacíamos nada y la verdad yo me sentía culpable. Eso al menos hasta que él me dijo que si así era, por algo sería.

 Esa fue otra prueba larga a superar. Su familia había asistido a la firma del acta matrimonial y habían comido y bebido en la fiesta, pero eso no quería decir mucho más que habían cumplido con las formalidades de rigor. La verdad era, y yo lo sabía bien, que su familia nunca me había querido mucho que digamos. Sobre todo su madre, una mujer que siempre había ideado las vidas de sus ojos de cierta manera, era reacia a crear un lazo conmigo más allá de los formalismos de siempre. Al comienzo yo nunca le puse mucho cuidado al tema, no hasta que nos pasamos al apartamento nuevo y él mismo me dijo que quería arreglar su relación son sus padres. Sentía que ellos habían hecho algo importante al participar nuestro matrimonio y quería corresponderles.

 Por eso los invitamos varias veces. Nunca pensé que siempre nos rechazarían, dando siempre una excusa diferente. En un momento, pensé que de verdad eran excusas reales y le pedí a él que dejara de insistir con el tema. Le dije que seguramente ellos mismos vendrían un día sin avisar y ya, así nos visitarían. Pero él me dijo que ellos nunca harían eso, no con lo rígidos que eran sobre todo. Al fin de todo su madre colaboraba con los eventos de la iglesia del barrio y su padre era tan clásico que cumplía casi todos los estereotipos relacionados con los hombres nacidos en los años anteriores a la revolución sexual.

 Al fin, un día, vinieron. Cabe decir que fue porque nosotros organizamos el cumpleaños del único nieto que ellos tenían, hijo del hermano mayor de la familia. Sin duda fue todo mucho más tenso que el día del matrimonio. A pesar de que yo mismo había cocinado y horneado y arreglado la casa como un lunático, ellos no agradecieron nada de la comida y parecieron más bien apáticos cuando, al despedirse, dijeron que todo había estado muy rico. En otras palabras, no les creí nada. No todo puede ser perfecto y eso le dije a él después, cuando se fueron y yo lavé y limpié todo. No podía esperar que cambiaran de la noche a la mañana.


 La verdad es que ellos siguen siendo iguales. Los que se han acercado han sido sus hermanos y mi familia nos sorprende con visitas cada tanto, aunque no lo suficiente como para él se ponga nervioso. No le gustan las visitas sin anunciarse y sé que no dice nada porque son mis familiares. Pero así son ellos. El caso es que, al final del día, podemos quitarnos la ropa de batalla y meternos a la cama. Y allí nos abrazamos y nos besamos y dormimos juntos como nunca habíamos dormido antes. A pesar de las dificultades, de los tropiezos y de los baches en el camino, sabemos que nos tenemos el uno al otro. Y no pensamos jamás en cuando alguno falte porque eso no es algo que nuestras mentes puedan procesar. Preferimos disfrutar de nuestra felicidad, que es sorprendente y hermosa.