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lunes, 5 de febrero de 2018

La criatura

   La planta creció de golpe. Alcanzó en un abrir y cerrar de ojos el tamaño de los edificios cercanos, cada uno de veinte pisos de altura. La criatura se desdoblaba como cuando las plantas crecen y las ramas van cayendo a un lado y a otro y por eso todos pensaron que eso era lo que era, una planta descomunal que parecía haber adquirido la loca habilidad de crecer de golpe, más allá de lo que ninguna otra planta jamás había crecido. Cuando se detuvo, el viento la meció con suavidad.

 El charco de agua turbia del que había salido seguía siendo el mismo, aunque un poco perturbado por las vibraciones que producía la planta gigante. Ya no se escuchaba ningún pájaro, ninguno de los pequeños animales que por tanto tiempo habían poblado esa isla de biodiversidad en la mitad de la ciudad. Los nidos y las madrigueras habían quedado solas, ya no había más vida en aquel lugar. Solo quedaba la criatura, la que parecía planta pero nadie sabía si lo era de verdad.

 Cuando su crecimiento pareció haber parado, las personas que vivían cerca, e incluso algunos transeúntes, se acercaron un poco a ver de lo que se trataba. Todos se asombraron al ver lo hermosa que era la criatura, a pesar de su tamaño descomunal y su color verde que parecía haber sido creado en un laboratorio y no por la naturaleza. El viento meciendo las ramas, las pocas hojas que tenían, hacían pensar en un lugar idílico y un momento de esos que parece estar congelado en el tiempo.

 De repente, la planta se movió de nuevo. Pero esta vez no fue ese crecimiento desmedido de antes. Esta vez de verdad se movía, como un ser humano. Dos ramas, que parecían brazos alzándose hacia el cielo, crujieron con fuerza e hicieron que los curiosos echaran algunos pasos para atrás. Cuando las ramas como brazos se unieron en las alturas, varias hojas crecieron de la nada. Era como ver un video acelerado del crecimiento de una planta. Las personas ya no sabían qué pensar.

 Las hojas nuevas formaron algo parecido a un escudo cóncavo. Una de las personas que miraba desde la avenida más cercana dijo la palabra clave. “¡Es una antena!”. Y eso era precisamente lo que la planta gigante había creado. Unos doscientos metros sobre las cabezas de miles, del charco de agua sucia, de los nidos vacíos y de la bulla de la ciudad, se había formado una antena parabólica hecha por completo de hojas y ramas bien entrelazadas, apretadas las unas con las otras, creando una estructura que era simplemente sorprendente a la vista.

 Después de verificar que nada más pasaría, el gobierno decidió enviar un pequeño grupo al parque para analizar el agua del charco, las plantas cercanas y los animales y, si era posible, tomar una muestra de la criatura gigante para analizar en un laboratorio. Si querían tener algún tipo de respuesta, lo mejor era acercarse y no seguir con la estrategia de “dejar ser”. No podían permitirse no hacer nada justo cuando algo de una naturaleza tan extraña estaba ocurriendo en la mitad de una ciudad.

 El equipo estaba conformado por cuatro personas. Pensaron que lo mejor era no enviar grupos demasiado numerosos, puesto que no sabían bien si la criatura podía percibir peligro alguno. Era mejor no correr demasiados riesgos. Tomar las muestras de agua, tierra e incluso algunos cuerpos de animales y resto vegetales, fue relativamente fácil. Lo complicado era acercarse de forma casual a la planta gigante y simplemente quitarle un pedacito, como si no fuera nada más allá de lo meramente normal en casos parecidos.

 Pero no era un caso normal, ni de lejos. Nunca, en ninguna parte del mundo, se había visto algo de esa magnitud. Y mucho menos salido de la nada, sin previo aviso. Eso sin contar que la criatura había formado una antena y no se sabía cual era el punto de esa creación. Se llevaron varios aparatos para medir ondas electromagnéticas y de radio, pero no hubo nada que resaltara en toda la zona. La antena, al parecer, no emitía señales ni las recibía. Era un completo misterio para todos los seres humanos.

 Las pruebas científicas fueron llevadas a cabo en un corto periodo de tiempo. Al día siguiente, pudieron concluir que no había nada en el agua o en la tierra que causara semejante crecimiento tan desmedido de un ejemplar botánico normal. Los cadáveres de animales y los restos de plantas no decían nada de la situación: no había sustancias tóxicas ni ningún tipo de enfermedad particular de ninguna especie. En conclusión, toda la zona era completamente normal, a excepción de la planta de doscientos metros de altura.

 Los seres humanos estaban confundidos. Miraban y miraban a la criatura y no entendían cual era su propósito. Intentaron tomar muestras de su base, pero cada vez que lo intentaban un escudo de ramas y hojas salía del suelo para bloquearles el paso. Se intentó hacer la toma de la muestra desde lejos, pero el resultado era siempre el mismo. Era como si la planta, la criatura, supiera cuando estaba en peligro y cuando no. Parecía incluso estar al pendiente de los seres humanos, puesto que sabía en que momento venían y como parar sus intenciones.

 Una noche, alguien notó algo muy particular: sobre el escudo de la parabólica creada por la criatura, había miles de pequeñas esferas volantes. Eran como polvo pero más grande y brillante. Emanaban luz en todas direcciones y parecían danzar sobre las ramas y las hojas.  En ocasiones, había muchas de esas esferas. Otra veces, no se veía ni una sola. Varios científicos optaron por hacer observaciones de ese comportamiento y pronto pudieron establecer un patrón de comportamiento.

 Se creía que las esferas se formaban de la misma planta cuando esta se disponía a usar la antena. Lo que no estaba claro era si recibía información, si la transmitía o si hacía ambas cosas. El punto era que no funcionaba todo el tiempo. Tal vez la criatura se cansaba de trabajar o tal vez esperaba a ciertos momentos claves del día para poder hacer lo que tenía que hacer. Sea como fuere, muchos de los científicos se fueron enamorando por completo del extraño comportamiento de la criatura.

 Pasada una semana, concluyeron también que las hojas que le salían a la planta gigante no eran hojas normales, como las de los árboles comunes. Esas hojas eran más fuertes, más grandes y parecían tener vida permanente. Mejor dicho, no se marchitaban con nada. La lluvia apenas y las movía y el solo no causaba en ellas nada, no las calentaba ni las hacía arder. Era como si fuesen inmunes a muchas de las condiciones normales del clima. Todo aspecto de la criatura era extraño.

 Un día, cuando se dieron cuenta, ya no había nada. La planta gigante había desaparecido sin dejar rastro. Cuando entraron los científicos al charco para ver si había restos de la planta, no encontraron absolutamente nada. Estaba todo lo que siempre había estado allí pero nada tan fuera de lo normal como aquella cosa que los había fascinado por tanto tiempo. Muchos se alegraron de haberla estudiado, otros de tomarle fotos y muchos de solo decir que habían tenido la oportunidad de verla.

 Tiempo después, científicos incansables concluyeron que las esferas que se formaban sobre la antena, se distribuían sobre la superficie de ramas y hojas de una manera determinada, siempre bastante exacta. Pudieron pronto formar una secuencia de patrones.

Pero avanzar a partir de eso parecía imposible. Compararon los patrones, las formas que hacían las esferas sobre la superficie “vegetal”, con miles de fotografías  científicas varias. Con constelaciones, estructuras moleculares y miles de otras formas. Jamás se supo que querían decir y de donde había venido la planta, o lo que sea que habían visto.

miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Qué pasa en el bosque?

   Lo que fuera que tenía en el brazo, no parecía haberme afectado tanto como pensaba. Me mire varias veces en el camino, tocando la piel que hay entre la mano y el codo, mirando de cerca y de lejos. Pasaba las yemas de los dedos lentamente y esperaba, como si algo fuera a pasar de la nada. Pero no pasó nada. La piel ni siquiera se puso roja ni de ningún color fuera de mi color de piel normal. Me preocupaba sentir dolor sin verlo, sin poder saber de donde venía.

 Las dos cosas que se me veían a la mente eran bichos, algún piquete por alguna de las muchas criaturas del bosque. Me miré de nuevo el brazo, caminando sobre un montón de hojas secas, y no tuve problema en imaginar los miles de insectos que podrían haberme hecho algo en la noche. Después de todo, había estado acampando en el bosque por una semana y no era del todo imposible que algo hubiese entrado en mi tienda de campaña por la noche y me hubiese atacado sin yo saberlo.

 Sin embargo, no había picaduras en la piel. Y por muy pequeño que fuese el animal, no hubiese sido muy posible que entrara por mi nariz o mi boca. Conocía muy bien el lugar y sabía que no había de ese tipo de criaturas en un lugar como ese, no era la selva amazónica sino un bosque templado medianamente alejado de la civilización. Pero, a diferencia de alguien en el Amazonas, podría caminar un par de horas y llegar a un lugar con electricidad y una buena comida caliente.

 Seguí mi camino en silencio, tratando de no pensar en el dolor en el brazo. También podría haber sido el sol pero no había hecho un clima especialmente propenso a altas temperaturas. De hecho, los días se habían vuelto cada vez más grises desde mi entrada al parque y la humedad había subido a niveles que ya eran insoportables. Ese mismo día decidí no bañarme, en parte porque ya estaba empapado y no quería mojarme más, pero también porque no había un lugar donde limpiarme apropiadamente.

 En mi segundo día había nadado desnudo en un lago, bajo la lluvia. Había deseado, por un breve momento, haber tenido a alguien conmigo en ese lugar. Y había imaginado la cara de esa persona. Pero ni siquiera recordando con muchas ganas podría decirles cual era la apariencia de ese hombre. Él era solo un producto de mi imaginación, basado en experiencias personales basadas y en gustos efímeros, de los que tenemos todos. En fin, ese momento en el lago fue hermoso y cuando la lluvia se detuvo me vestí y seguí contento mi camino, tomando fotos y sonriendo como tonto.

 En cambio ahora seguía mirando mi brazo, automáticamente. Era como una manía extraña, como si algo me dijera que ese dolor en el brazo era algo más de lo que yo pensaba. Tal vez no era nada pero se me había metido en la cabeza que había algo mal conmigo, con mi cuerpo y tal vez con mi mente. Me detuve en seco, en la mitad de la nada, y decidí asentarme ahí para pasar la noche. Faltaban todavía varias horas para el atardecer pero no me importaba. Simplemente no quería seguir caminando, pensando.

 Armas mi tienda de campaña y mi área de cocina tomó un buen rato, quitándome tiempo para no pensar en tonterías. Hacía una cosa y otra, recoger palos pequeños y grandes e ir a un pequeño arroyo por agua. Llené una sola vez mi pequeño balde amarillo pero me demoré bastante a propósito, tratando de ver el bosque como lo que era y no como lo que yo tenía en mi mente. Traté de escuchar la melodía de los pájaros y los susurros de las pequeñas bestias a mi alrededor.

 Sin embargo, el silencio se había apoderado del lugar. Solo el viento movía un poco las ramas de algunos árboles altos. De resto, el lugar parecía ser el cementerio del bosque. Era un poco más oscuro, de pronto por la espesura del follaje, pero en general todo parecía tener menos color, ser más triste que el resto del parque natural. Saqué un mapa que me habían dado en la entrada y lo extendí todo para ver todas las áreas del bosque al mismo tiempo. Intenté seguir mi camino por el plano, pero me perdí varias veces.

 Después de intentarlo varias veces, me di por vencido. No tenía ni idea en que parte del bosque estaba. Creí ubicar el arroyo pero lo cierto es que había decenas de ellos, tal vez más, y no había ninguna manera de saber cual era el que tenía ahora cerca. La espesura del bosque no era algo que se mostrara con claridad, así que ese factor tampoco ayudaba en nada. Traté de seguir el trazado de los caminos que creía haber seguido pero ninguno de ellos conducía a una zona como en la que me había asentado.

 De hecho, ni siquiera sabía en que momento me había desviado de la ruta que me había propuesto seguir. Mi plan había sido caminar lo suficiente hasta llegar a un gran acantilado, cerca del cual armaría mi campamento. Desde allí se podría ver con facilidad el reconocido cañón del parque, en el que se decía había varios lugares hermosos para explorar a pie o a nado. Era un lugar sacado de las fantasías de algún escritor trastornado pero ciertamente no parecía estar ni remotamente cerca de ese sitio. Sin embargo, había caminado tanto como para haber llegado ya.

 Mi brazo dolió de nuevo. Me dejó de importar el hecho de estar perdido y me propuse hacer la cena. Saqué una lata de frijoles blancos, de los dulces, y la vertí completa en una pequeña olla que usaba para cocinar lo que sea que tuviera a mano. Las latas que llevaba eran todas de tamaño personal y no eran muchas. Prefería comer algún animal pequeño o hacer una ensalada con los frutos del bosque pero no había nada parecido alrededor. Además, no quise ni levantarme de mi lugar.

Era como si una ola de apatía me hubiese invadido y no me dejaba ni ponerme de pie. Solo prendí el fuego y cociné mis frijoles en silencio. La ausencia de escandalo por parte del bosque dejó de ser algo importante para mí. Me serví en un plato viejo y esmaltado que traía como amuleto de buena suerte y comí sin que me molestara nada, ni en la mente ni en el corazón. El dolor del brazo pasó y, tras haber terminado la comida, caí dormido en el mismo lugar donde había hecho todo lo anterior.

 Cuando desperté, desconfié de lo que veía. Porque el bosque ya no era el mismo sino una versión aún más sombría de lo que había visto hasta ahora. Lo peor, fue ver como alguien salía de entre los arbustos, jadeando, y se escondía en mi tienda de campaña. Yo veía pero no podía hacer nada. Estaba como paralizado o algo así. Eso pensé al comienzo. Vi como dos sombras oscuras llegaban al claro y empezaban a destrozar mi tienda de campaña. Oí los gritos y vi sangre por todos lados.

 Fue justo antes de despertar que me di cuenta de que no podía hacer nada porque no tenía cuerpo para poder ayudar. Lo que me despertó fue el susto combinado con el fuerte olor a quemado que emanaba de mi hoguera. Lentamente, se había quemado lo poco que había quedado de los frijoles. Ese olor no era algo que alegrara a los guardabosques. Quise empacar, irme de allí en el momento. Pero había algo que me impedía correr o gritar. No podía hacer nada.

 Fue entonces cuando, de nuevo, salieron dos sombras de entre los arbustos. Pero esta vez no eran sombras, esta vez pude ver exactamente como eran, sus ojos rojos brillantes y su aspecto terrorífico. Si hubiese podido, habría gritado como nunca en mi vida.


 Me encontraron días después, lejos de ese sitio, en shock. Me llevaron al hospital y aquí sigo. Me rescató alguien que se parece al hombre que me imaginé en el lago. Y fue él quién me hizo notar el pequeño bulto que tenía en mi brazo, bajo el escozor que había tenido durante varios días.

martes, 3 de enero de 2017

Oídos sordos

   No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.

 No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.

 Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.

 No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.

 Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño. 

 Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?

 No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.

 Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.

 Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".

 Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.

 - "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"

Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mujercitas

   Antes de poder abrir los ojos, Martina escuchó por un momento los sonidos que la rodeaban. Había voces suaves y dulces que flotaban en el aire. Eran personas calladas, que solo decían algo cuando era completamente necesario. Sus voces apagadas llegaban a ella como a través de una tela o de una gran distancia. Sentía también calor en su rostro y se imaginaba que al abrir los ojos, abría una llama cerca de ella o una hoguera. Sus pies, sin embargo, estaban fríos, así como el resto del cuerpo que parecía estar lejos del fuego.

 En efecto, había fuego donde estaba Martina pero no era ninguna hoguera ni nada por el estilo: era una hornilla portatil en la que calentaban agua. Cuando abrió los ojos, solo vio el fuego bajo la tetera pero a ningún ser humano. Por alguna razón, no se sentía preocupada ni nada por el estilo. Sabía que estaba segura o al menos así lo sentía. No quería moverse, en parte porque sentía que sería un gran esfuerzo tratar de que su cuerpo estuviese boca abajo o en cualquier otra posición. Se sentía cansada, exhausta a decir verdad.

De repente, una sombra entró a la tienda de campaña. Martina lo notó porque vio una abertura detrás de la hornilla, por unos segundos. Pero quien fuera, se había movido lejos de su rango de vista. Sin embargo, todavía sentía que estuviese allí. De hecho, al rato sintió que se calentaban sus pies y que alguien los tocaba. Se sentía muy bien pero al mismo tiempo era extraño no poder ver quién era que la tocaba con tanta confianza. Si tan solo pudiese tener la agilidad normal de una mujer de su edad. Pero Martina apenas podía moverse.

 De repente, un dolor de cabeza empezó a taladrarle el cerebro. Era un dolor punzante justo en la sien derecha, como si algo quisiera meterse en su cuerpo por ese lado. El dolor era horrible y una lágrima salió del ojo que tenía de ese lado. Era como si le estuviesen metiendo clavos a la cabeza o algo peor. Martina lloró más y entonces escuchó de nuevo una voz pero no era lejana ni calmada si no al revés, se entendía que había urgencia en el tono en el que hablaba. Pero Martina no podía distinguir nada por el tremendo dolor de cabeza.

 Alguien más entro. Tal vez eran más de uno pero la chica no tenía cerebro para ponerse a contar personas. Sintió luego que la tocaban, de nuevo. Pero esta vez era la cara. Sintió algo de frío y luego un fuerte olor que penetró su nariz y la hizo caer en un sueño profundo. Fue un sueño muy raro. No podía decir que fuese una pesadilla pero tampoco era un sueño común y corriente. Eran pasillos y más pasillos en un edificio blanco que parecía estar cerca del mar. Era hermoso pero a la vez muy confuso y daba una sensación rara, como que había algo más.

 Cuando despertó, el dolor en la sien seguía allí pero era mucho menor que antes. Esta vez abrió los ojos de una vez y vio, por vez primera, a las personas que la habían estado ayudando. Eran mujeres, no se veía ninguno que pareciera hombre. Eran hermosas a su manera, casi todas mujeres mayores pero había un par que eran seguramente más jóvenes. Eran unas seis y cabían todas en la tienda pues eran bastante pequeñas. No debían llegar a la cintura a Martina. Si tan solo pudiese recordar en donde estaba y que había estado haciendo.

 Las mujeres se dieron cuenta de que estaba despierta y se alejaron un poco de ella. Hablaban un idioma desconocido pero bastante fácil de repetir, si eso quisiera uno. Sus vestimentas eran de varios colores, y todas llevaban pulseras y collares hechos con variedad de productos como conchas de mar y piedras preciosas. De pronto era el dolor remanente, pero Martina pensó que eran todas ellas muy hermosas y además amables pues habían cuidado de ella. Quiso agradecerles pero entonces las fuerzas se le fueron y durmió de nuevo.

 Esta vez, el sueño era más pacífico pero se sentía como una prisión. Era una casita hecha de madera y cubierta de ramas de palmera. Estaba cerca al mar, al que Martina podía caminar con facilidad. El agua no se sentía casi, tal vez porque su cabeza estaba teniendo problemas incluso creando sueños y demás. En todo caso se paseó por ahí, como cuando alguien espera alguna noticia importante. El sitio era hermoso, perfecto se podría decir, pero eso no servía de nada cuando alguien tenía semejante preocupación encima y ese dolor persistente.

 Cuando despertó de nuevo, la apertura de la tienda estaba abierta y algunos rayos de sol entraban por ella. No era fácil determinarlo, pero casi podía estar segura que había llovido y que el clima seguiría así. Una gruesa nube oscura cruzó el cielo mientras ella miraba. De pronto, sintió una manito en las suyas y, por primera vez, pudo mirar hacia abajo, sin moverse demasiado. Era una de las pequeñas mujeres. Le sonrió y Martina trató de hacer lo mismo. Sentía que toda expresión física le costaba demasiada energía.

 La mujercita se acercó a su rostro. Martina pensó que le iba a hablar en su particular idioma pero lo que hizo la mujercita fue hablar en señas. Al parecer, le estaban curando el cuerpo. Eso entendió Martina. Según parecía, había caído de gran altura. Había una seña que no entendió pero al parecer algo tenía que ver con la lluvia y con el miedo de la gente que la estaba cuidando. Con esfuerzo, Martina movió la mano y tocó la de la mujercita. Al comienzo se asustó pero pronto se dio cuenta que era un buen gesto.

 Durante los próximos días, Martina durmió poco. Vio por la abertura como caía una lluvia torrencial y al día siguiente como el sol brillaba como si fuera nuevo. Varias mujercitas venían cada día a cuidar de ella. Algunas le hacían algo en los pies y las piernas. Otras le masajeaban una mezcla verdosa en la cara y muchas solo entraban a mirarla un momento. Ella les sonreía y ellas hacían lo mismo. Pudo determinar que habría, por lo menos, cuarenta de ella en ese lugar. Pero seguía sin ver hombres y eso era bastante peculiar.

 Cuando por fin puso usar sus manos, trató de hacer señas para preguntar por los hombres y para saber que le había pasado a ella. Porque la realidad era que, aunque sabía que no pertenecía allí, era obvio que algo había pasado para que resultara de paciente de las pequeñas mujeres. Algo le debió pasar a Martina y por eso no recordaba nada y tenía el cuerpo tan perjudicado. Pero lo que sea que hiciesen las mujercitas estaba surtiendo efecto pues poco a poco podía mover las manos y la cabeza con más agilidad y pronto también los pies.

 Un buen día incluso pudieron sentarla y la hicieron comer una fruta de color verde que tenía un sabor muy fuerte pero reconfortante. Mientras comía, las mujercitas hacían lo mismo. Cocinaban en el fuego donde habían calentado agua antes. Martina notó que casi no hablaban durante esos momentos pero sí cuando estaban ayudándole a ella con los masajes y demás cosas. Su cultura debía de ser muy interesante. Con eso, Martina pareció recordar algo: ella estaba allí para saber más de la cultura.

 Pero no sabía de la cultura de quien. Dudaba que alguien supiese de la existencia de las mujercitas y estaba segura que ella nunca revelaría su paradero. Y la verdad es que jamás tuvo que hacerlo. Un buen día, se sintió tan bien que se pudo parar un rato para luego volver a sentarse. Las mujeres la miraron con seriedad y hablaron entre ellas pero a Martina no le dijeron nada después. Fue al día siguiente cuando ella notó que todas las mujercitas que la habían cuidado, se habían ido. Martina pudo salir de la tienda y verificar que todo estaba abandonado.


 No había más tiendas de campaña ni rastro de más personas o personitas por allí. Solo estaba ella. Se quedó de pie allí, tratando de procesarlo todo y de saber que hacer. Pero no tuvo que pensar mucho. Desde un risco escuchó un silbido y al mirar de donde provenía, varios recuerdos se agolparon en su mente. El hombre que silbaba era su compañero Ken. Lo saludó y pronto el resto de la expedición se reunió con Martina, quien había desaparecido durante una tormenta hacía pocos días. Cuando le preguntaron como había sobrevivido, les pidió que le creyeran pues tenía mucho que contarles.