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miércoles, 24 de octubre de 2018

El hombre de mis sueños


   Otra vez lo vi. Estaba en uno de esos callejones largos, de esos que parecen no tener fin. A un lado y al otro había afiches viejos, cayéndose a pedazos al suelo mojado. También algunos grafitis, tanto de aquellos que quieren desligarse de la sociedad como de aquellos que quieren integrarse, que buscan desesperadamente dejar su marca en el mundo para así decir “Aquí estuve”. Pero yo paso corriendo por entre la suciedad, salpicando agua llena de mugre a un lado y al otro. Es entonces que me doy cuenta que estoy descalzo.

¿Qué estoy haciendo? ¿Dónde estoy? No sé responder a ninguna de esas preguntas esenciales. No recuerdo como llegué hasta allí ni porque corro con los pies descubiertos. Solo sé a quién persigue y siento, sé, que él está allí adelante. Tal vez no me espera y tal vez ni siquiera sepa que lo estoy buscando, pero estoy tan cerca de lograrlo que la verdad solo me concentro en mi mismo y en nadie más. Sigo mojando mis pies hasta que por fin llego al final de ese largo corredor mugriento, que resulta ser una sala de estar.

 Cuando volteo a ver, ya no hay rastro del corredor ni de la calle ni del agua mugrienta. Sin embargo, mis pies siguen descalzos, aunque secos. Por un breve momento me quedo mirando mis pies, mis dedos en movimiento. Sé que algo quiere decir pero solo me rio como un tonto y alzo la vista para ver donde estoy ahora. Sí, es una sala de estar con todo y televisor, sofá, una ventana bien iluminada, cuadros varias e incluso fotografías. Cuando me acerco a verlas, caigo en cuenta de que los personajes en ellas son miembros de mi familia.

 Pero esa casa no es una que yo reconozca. Sé que nunca jamás había estado allí pero, al mismo tiempo, siento que la conozco de alguna manera. Es cuando me siento en el sofá por un momento cuando me doy cuenta de dónde conozco el lugar. De nuevo me rio como tonto, pues estoy sentado en el sofá de una familia famosa que nunca conoceré. Mi mente está jugando conmigo de la manera más extraña, a menos que no sea mi mente la que está haciendo todo esto. Tal vez algo más está ocurriendo y no me estoy enterando.

 Un sonido en el cuarto contiguo me alerta de la presencia de alguien más. Algo me dice que es él. Corro hacia allí, viendo como hay platos rotos en el suelo y la puerta del patio está abierta. Cuando salgo por ella, la casa animada desaparece y me encuentro en un lugar más familiar pero alterado dramáticamente. Parece como si una guerra hubiese estallado y no hubiesen quedado sino escombros de los edificios y casa que conocía. Era mi barrio, el de siempre, el que había conocido caminando de un lado al otro, el que había visto desde mi ventana en incontables ocasiones.

 Estaba todo destruido, con montones de piedras humeantes a un lado y al otro. No sabría decirlos a un lado y al otro de qué, puesto que ya no puedo ver calles ni cuadras ni nada por el estilo. Solo veo rocas unas encima de las otras y nada más. Sin embargo, sé que él está ahí. Recuerdo de golpe su sonrisa, que es lo único que me queda de él. Puedo ver su rostro con toda claridad, esbozando esa sonrisa que ha quedado marcada en mi mente. Casi siento que puedo extender una mano y tocarlo pero no es así. El mundo está ahí.

 Camino por lo que se sienten como horas hasta que por fin encuentro una salida de ese lugar tan horrible. Es una tienda, grande, de esas que venden de todo. Está tan sola como el resto de ese mundo pero al menos está de pie. La puerta suena al abrirla, lo que me estremece un poco, pero sigo de todas maneras. Adentro, todo está tal como debería de estar en un día de mucho movimiento. La única diferencia es que el lugar parece estar abandonado. No hay ni un solo cliente ni un solo vendedor.

 Y sin embargo, toda la ropa está perfectamente organizada, todos los colores y las luces vibran con un felicidad extraña y las máquinas funcionan como si nada raro estuviese ocurriendo. Me acerco lentamente a una escalera eléctrica y leo en un panel que la sección de hombres está en el tercer piso. De alguna manera, no me pregunten cual, sé que él está allí. Tal vez esté comprando algo para sí mismo o incluso, temo incluso pensarlo, está adquiriendo algo para mí. Pero lo único cierto es que no estoy seguro de nada.

 Me subo a uno de los escalones y hago lo mismo con los siguientes tramos de escaleras eléctricas. Solo subo y espero que me lleven al siguiente nivel, sin pensar en moverme para nada. Algo me dice que estoy cerca pero también puede ser que me esté imaginando cosas. Más cosas, quiero decir. Cuando llego al tercer piso, atravieso el área con los trajes formales y paso por enfrente de las corbatas y corbatines. Por alguna razón, mis pies desnudos caminan con premura hacia un rincón de la tienda.

 Paso casi volando por entre la ropa deportiva, viendo algo de desorden en esa zona. Me intriga y me dan ganas de detenerme a investigar porqué esa es la única zona desordenada en toda la tienda, pero mis pies no me dejan detenerme. Ellos me llevan y yo no puedo rehusarme. Entramos al sector de la ropa interior y mis pies se detienen frente a un muro lleno de paquetes de diferentes tipos de calzoncillos y pantalones cortos para hombre. Miro mis pies y parecen estar bien. Pero yo no entiendo qué es lo que me quisieron decir. Sé que algo buscaban, lo sé. Pero ciertamente no es evidente.

 Toco la pared, tocando también las cajas de ropa interior, todas con fotos de hombres inconcebibles en las portadas. Trato de no mirarlos pero algo me hace observar sus expresiones. Al comienzo, es como ver a través de una ventana sucia. Pero cuando dejo de empujar y de tocar y me alejo un poco, caigo en cuenta de algo que hace que me tape la boca y diga una grosería en voz baja. El hombre inconcebible en todas las cajas es el mismo y su cara es idéntica, o mejor dicho, es la del hombre que he estado siguiendo todo este tiempo.

 Justo entonces, oigo el sonido de una puerta que se abre ligeramente, a unos pocos metros de donde estoy. Cuando me acerco, veo que da acceso a una escalera interna, como las que se usan para evacuar gente durante un incendio. Sé que tengo que subir lo que sea necesario y allá arriba lo encontraré por fin. Mientras subo los escalones, sin apuro, me pregunto si de verdad lo podré ver y si podré escuchar su voz. Creo que eso sería demasiado pedir pero, como dicen algunos, soñar no cuesta nada. Una mentira pero ayuda.

 Cuando por fin llego al último rellano, abro la puerta que hay allí y salgo directamente al techo del edificio. Pero no parece ser el techo de una tienda por departamentos, en especial porque cuando entré era de día y ahora es de noche. Además, hay varios edificios altos alrededor, todos construidos con una idea arquitectónica bastante definida. Terminan en punta y están adornado por todos lados con figuras de piedra que se ven incluso más aterradoras a la luz de la Luna, que empieza a salir de entre las nubes.

 Camino un poco y entonces lo veo. Es él. Me acerco lentamente y me pongo a su lado. Lo miro y sonrío. Está vestido de forma extraña, con un disfraz completamente negro, completo con capa y máscara. Sé que es él, pero está disfrazado de uno de mis ídolos de la niñez. Parece apropiado y por eso me quedo allí de pie, en silencio, mientras él vigila la ciudad desde lo alto. Siento cierto tensión entre los dos y me gustaría preguntarle si él siente lo mismo, pero no quiero interrumpir lo que hace, pues parece ser importante.

 Pasados unos minutos, el hombre disfrazado voltea la cabeza y me mira. Su sonrisa no está pero sé que es él. Me mira directo a los ojos, como tratando de sondear mi alma a través de ellos, a ver si yo de verdad sí soy yo. Instintivamente, tomo una de sus manos, esperando que me reconozca.

 Y lo hace. Se acerca a mi y me da un beso suave y reconfortante. No dura mucho pero es el abrazo posterior el que sella el momento para mí. Me pongo a llorar sin razón alguna y es entonces cuando el se separa un poco, me acaricia el rostro y luego salta del edificio. Allá va de nuevo. Nos volveremos a ver.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Siempre estás conmigo


   Nunca creí poder verte a los ojos. Toco tu cara y me fascino al sentir el calor proveniente de tu interior. Me gusta como no sonríes y actúas como si fuera algo a lo que estás acostumbrado, cuando sé muy bien que no es así. Me gusta poner toda la palma de mi mano sobre una de tus mejillas y tan solo sentirte allí conmigo. Resistes cuanto puedes pero terminas siempre por cerrar los ojos o solo moverte un poco. Eso me indica que existes, que de verdad estás allí conmigo y que no te he imaginado como sí lo hice antes.

 Cuando era pequeño, tan solo un niño, supe muy bien que me gustaban los chicos. Me gustaba jugar con ellos, fuese un deporte o a los videojuegos. Me gustaba escucharlos hablar y reír. Creo que fue en ese momento cuando supe que la sonrisa de un hombre era para mí una cura para el alma. Sí, era solo un niño pequeño que no sabía nada de la vida, y sin embargo entendí muchas cosas de mi mismo sin en verdad enfrentarlas. Porque a esa edad no todo es un problema ni causa un drama existencial irreparable.

 Mi curiosidad sexual también se despertó y creo que hice lo que muchos hicimos en ese tiempo: orinar con otros amigos y compararnos unos con otros, como si estuviésemos hablando de carritos de juguete o algo así. No le poníamos mucha atención a nada y creo que por eso todos olvidamos todo tan rápido, sobre todo cuando ha pasado tanto tiempo. Juzgamos duro a los más jóvenes porque olvidamos lo que hacíamos cuando lo éramos. Y eso, estoy seguro, lo hacemos a propósito la mayoría de las veces.

 Ya cuando la pubertad entró a mi vida como un tornado, empecé a soñarte. Es verdad que no siempre tuviste el mismo aspecto pero creo que fue a los doce años cuando supe que quería tenerte en mi vida. En ese momento todo era muy romántico, pues yo solo sabía del amor por las películas y los personajes de los dibujos animados. Lo que yo imaginaba era básicamente un príncipe azul que era perfecto, tal vez con la cara de alguno de mis actores favoritos de la época, que venía y me rescataba de mi triste vida solitaria.

 Ser homosexual es difícil, sobre todo cuando sé es niño o adolescente. De pronto hoy en día las personas sean más comprensivas o abiertas a las cosas pero en mi época no era así y tuve que callar muchas cosas. No podía estar contándoles a mis compañeros y amigos y amigas y demás personas, sobre lo que pasaba por mi cabeza. No podía explicarles que cuando me tocaba por las noches no veía mujeres hermosas o modelos de calendarios sino a hombres que veía todas las tardes en la televisión. Ni siquiera comprendía mucho del sexo y sin embargo los imaginaba allí conmigo.

Mi primera relación sexual fue años después y no fue ni lo más increíble de mi vida ni tampoco decepcionante. Fue solo algo que debía de pasar, no le puse más atención de la que debía pero sí pensé que si hubiese sido contigo, las cosas hubiesen sido muy distintas. Seguro me habría emocionado más verte allí, y mis labios habrían sabido besar de una manera más hábil y segura. Creo que te habría abrazado y jamás te hubiese dejado ir, sin importar las palabras de nadie ni lo que pudiese estar pasando en el mundo.

 Sin embargo, seguías sin aparecer y ya para cuando tuve mi primer novio real, estuve casi seguro de que simplemente no ibas a aparecer jamás. Al terminar esa relación de manera tonta y adolescente, me sentí tonto al creer que el amor era esta cosa que parecía salir de una ridícula película romántica. Decidí dejar de ser el idiota que piensa en el príncipe azul y me dediqué a pensar en mi mismo, decidí ser solo yo y tratar de mejorar lo que eso era, porque todavía no tenía muy claro cual era mi rol en este mundo.

 Y me tomó tiempo. No puedo dejar de pensar lo diferente que hubiese sido todo si hubieses estado allí conmigo. Veía a unos y a otros juntarse y separarse y tengo que admitir que me daba envidia. Es increíble lo rápido que las personajes aceptan a otros pero no se enteran por un solo segundo lo que es vivir bajo su piel. Seguía con los mismos secretos de antes, teniendo que embotellar todo lo que pensaba en mi mente, sin poder ser sincero con nadie excepto con pocas personas, por cortos periodos de tiempo.

 Sí, hubo gente que pasó por mi vida, pero no te he mentido cuando te he dicho que nada significaron pues en un momento clave, cuando alguien decidió que la mentira era la mejor opción, decidí que iba a dejar de buscar el amor a propósito. Decidí que el amor tenía que ganarme a mi como si yo fuese el premio y no el amor en sí. Me dediqué entonces a dejarme llevar y a crecer como persona y ese crecimiento vino con una rica vida sexual de la que ahora tu eres el receptor de sus beneficios.

 Hice de todo con muchos y, como bien sabes, no voy a pedir perdón por nada de lo que he hecho. Sería una tontería pues en cada momento disfruté de lo que hacía, lo hice feliz y sin remordimientos y sin lastimar a nadie. Muy al contrario, hacía a otros igual de felices que a mi. Dejé de pensar en el príncipe azul y te dejé a ti casi en el olvido, en un pequeño rincón de mi cerebro que se fue llenando con polvo y telarañas. El tiempo pasa y no perdona jamás. Te fui dejando a un lado porque simplemente eras una de las ilusiones de un niño solitario y no podía seguir siendo él toda mi vida.

 Sin embargo, soy de aquellos que creen que jamás dejamos de ser nosotros mismos. Podemos ir y venir, hacer y deshacer, y siempre seguimos siendo exactamente los mismo en lo más profundo de nuestro ser. La gente dice que cambia y que aprende y que evoluciona y la verdad no sé que tanta verdad haya en eso. De pronto es verdad pero sí creo que en nuestro corazón somos la misma persona desde el momento en el que nacemos hasta que nuestro cuerpo deja de funcionar y alimenta de nuevo a la Tierra.

 El caso es que me concentré en otras partes de mi vida y el amor, o como se llame ese sentimiento, dejó de existir para mí o al menos su importancia fue tan insignificante para mí, que simplemente parecía no tener ni siquiera validez. Me dediqué a ser una persona en otros aspectos, a trabajar y a aprender e incluso quise tratar de establecer relaciones con otras personas, relaciones basadas en la amistad, en gustos similares y en trabajo. Lo intenté por un buen tiempo, con la mejor actitud que me fuese posible.

 Pero mi mejor actitud no fue suficiente. Me di cuenta de que soy una de esas personas que a nadie le interesa conocer. Creo que esa realización ya la había tenido pero la diferencia entonces fue que acepté lo que quería decir. De pronto a los quince años me habría sentido mal y hubiese incluso querido acabar con mi vida, pero ya mayor, con más de treinta años de edad, decidí que eso no importaba. Si no soy interesante, ni llamo la atención y a nadie le interesa conocerme, debo y quiero entenderlo como problema de ellos y no mío.

 Algunos me acosarán de negativo y de culpar a otros por mis problemas pero así es como me siento y jamás me voy a disculpar por ser yo mismo. No tendría sentido alguno serlo. Y creo que fue en ese momento, cuando por fin me di cuenta quien era y lo que quería en mi vida, que pude correr las cortinas que nublaban mi vista para por fin ver tu rostro detrás de ellas. Tengo que decir, y ya lo sabes, que creí que eras una ilusión. Eres más hermoso de lo que nunca te imaginé, y eso me hizo sonreír, como en esa primera vez que nos conocimos.

 Supe desde el comienzo que eras diferente y por eso insistí en conocerte mejor. Entendí tu actitud y por eso tuve paciencia y ahora sabemos que todo funcionó, como yo siempre pensé que lo haría. Cuando hicimos el amor por primera vez, entendí que todo estaba pasando tal y como debía pasar, ni más ni menos.

 Y ahora toco tu cara y tu tocas la mía, te abrazo y tu me besas. Estamos solos tu y yo y creo que las cosas nunca podrían ser mejores. Tengo miedo pero al mismo tiempo me siento irremediablemente feliz. Por fin sé lo que eso se siente y te lo debo todo a ti y a nunca haberte dejado de soñar.

lunes, 18 de junio de 2018

No hay nada como el placer

   No hay nada como el placer. Es una sensación bastante simple, cuyo único objetivo es el de generar una respuesta más que agradable en el cuerpo de un ser humano. Por supuesto, el placer puede ir mucho más allá de una simple sensación física pero creo que no debemos ir demasiado lejos con ello porque entonces ya no es placer sino algo más, más elaborado y complicado, más hacia el terreno del amor y todos esos sentimientos que tienen mil y un recovecos para recorrer durante la vida.

 En cambio, el placer es simple y efectivo. A todo el mundo le gusta sentirlo, venga de donde venga. De allí vienen precisamente muchas de las obsesiones que los seres humanos pueden llegar a sentir. Algunos no pueden dejar de vivir y pensar en aquellas cosas que les han dado un gusto indescriptible y simplemente se amarran al hecho de querer sentirlo a cada rato. Hay obsesionados con la comida, con el sexo y con la adrenalina. Incluso hay personas obsesionadas con sentirse bien.

 El placer más inmediato, sin duda alguna, es el que nosotros mismos podemos proporcionarnos sin ayuda de nadie más. La masturbación es seguramente lo que se viene a la mente de la mayoría pero no es lo único. Los seres humanos somos capaces de encontrar placer en una gran variedad de cosas, por lo que sentirse bien puede ser diferente pero igual de fácil para todos. Algunos se sienten perfectamente al hacer ejercicio y otros al probar el dulce sabor de un buen pedazo de chocolate. Todo depende.

 La masturbación es solo una de muchas cosas que podemos hacer solos para generar placer. A la mayoría nos gusta y para la mayoría es un placer relativamente fácil de obtener. Además, sabemos exactamente cual es su punto culminante pues existe la palabra “orgasmo”. Es esa palabra y otras similares las que son claves cuando hablamos del placer. Es esencial saber cual es el limite al que debemos llegar para que esos placeres no terminen apoderándose de nuestra mente y convirtiéndose en obsesiones.

 No hay nada peor que una obsesión que no deja de crecer y de molestar en el interior del cerebro humano. Es casi como un virus que se mete en el cuerpo y se rehúsa a salir pues el clima interior es simplemente perfecto. Lo mismo pasa con una obsesión que encuentra un buen lugar para crecer y ser más de lo que jamás pudo ser en otra persona u otra situación. Por eso debemos conocer nuestro límites y, por supuesto, debemos saber qué es lo que nos genera placer y porqué. Si nos entendemos bien, el riesgo de que lo que nos gusta se convierta en algo perjudicial, baja sustancialmente.

 Para esto, debemos reconocernos de la manera mas honesta posible y encuentro que quienes tienen mayor facilidad para esto son las personas que muestran al mundo quienes son en realidad. La mayoría de personas jamás haría algo así porque se sentirían demasiado expuestos, tal vez vulnerables a ataques externos de personas que quieran usar esos placeres para atacarlos. No es poco común en el mundo que se usen cualidades humanas como armas para atacar a dichos seres humanos.

 Sobra decir que es un comportamiento bajo y de ética reprobable pero no es poco común. Por eso muchas personas deciden no ser ellos mismos o al menos no una versión completa a plena vista de todo el mundo. Por ejemplo, es muy probable que cuando estábamos en el colegio nos gustaba alguna serie o dibujo animado pero nos daba mucha vergüenza decirlo en voz alta porque los demás opinaban que dicha pieza de entretenimiento era solo para niños de mucha menos edad o algo por el estilo. La vergüenza entra en juego.

 La vergüenza es como el miedo, armas que han usado aquellos que no tienen ideas propias o fundamentos reales en sus convicciones, utilizadas para demoler al ser humano desde adentro. Y cuando digo esto no me refiero al corazón, un centro simbólico del alma humana, sino al cerebro. Esas armas son como puñales que atacan directo a nuestras ideas, a lo que genera cómo somos y cómo nos comportamos. Nos hacen retirarnos a un rincón oscuro para que nadie nos mire como bichos raros.

 Eso siempre ha sido y será extraño pues el ser humano parece incapaz de entender que todos somos raros, de una manera o de otra. Por pura genética, somos cada uno diametralmente distinto al otro. Sí, de acuerdo a la ley somos iguales para efectos de tener una sociedad funcional decente pero biológicamente y neurálgicamente no tenemos mucho que ver del uno al otro. Somos hombres y mujeres, tenemos pelo y apéndices, podemos hablar y escuchar y reír pero eso no nos hace cien por ciento parecidos.

 Adentro de nuestra cabeza, dentro de nuestro cerebro, somos diferentes porque nuestras ideas originales nos hacen únicos. Esa es la meta de muchos en este mundo: crear cosas que nadie más haya creado. Y con cada una de esas creaciones, vamos construyendo un mundo mejor, a partir de lo que cada persona va aportando, a partir de lo que cada uno es en realidad. Son esas diferencias las que nos hacen ser capaces de construir máquinas sorprendentes y de llevar nuestra conciencia a nuevos niveles cada vez más increíbles. Y el placer es el que genera esas creaciones.

 Sin el placer, nadie habría descubierto nada. Se requiere de pasión, de amor por lo que sea que se está haciendo para se genere el placer, el gusto máximo por lo que se siente en el cuerpo. Y como dijimos antes, no todo es puramente físico. Es más una amalgama de amos estados del ser humano, lo físico y lo mental. Lo espiritual es otra cosa más ambigua y menos fácil de detallar pero nuestro cuerpo y nuestra mente están aquí siempre y son aquellos que crean el mundo que habitamos, los únicos que pueden cambiarlo.

 Votar por quién se tiene una convicción personal fuerte, hace parte de sentir placer. Se siente bien por el deber bien hecho, por hacer parte de algo más grande que uno mismo. Igual que cuando hacemos una obra de caridad. Eso que se siente después no solo es satisfacción sino placer, de ver caras felices y de saber que el mundo no es solo lo que tenemos por dentro ni lo que somos nosotros como seres humanos sino que va muchos más allá de nuestras manos y nuestras mentes. Es más grande que todo.

 Y por supuesto, el placer nos da esos momentos privados que recordamos para siempre. De pronto nuestro placer son los videojuegos y siempre recordamos aquella primera vez en la que pudimos terminar un solo juego por nuestra cuenta. Tal vez nuestro placer es el de cocinar ricas comidas y por eso siempre recordamos aquella vez que pudimos hacer feliz a alguien con nuestras creaciones culinarias. O puede que nuestro placer sea solamente sentarnos a leer lo que alguien más ha escrito.

 Sin duda el placer más evidente, aunque tal vez no el mayor, es el que relacionamos a las relaciones sexuales. No siempre son placenteras, a veces son todo lo contrario. Pero cuando hay placer, es bastante particular por una circunstancia que lo cambia todo: es una experiencia que se comparte con una o más personas, dependiendo de los gustos personales. No es algo que hacemos solos, físicamente o en nuestra mente. Lo compartimos, casi como un ritual antiguo que se propaga para siempre.

 Nuestra biología, la manera cómo nos reproducimos en el mundo y nos perpetuamos en esta Tierra, tiene ese factor metido ahí, como si alguien lo hubiese puesto a propósito para darnos una razón más para seguir tratando de estar aquí. Un fragmento de felicidad en la incertidumbre.

 El placer es simple pero abre tantas dimensiones, a tantos sentimientos humanos y realidades, que nos recuerda que siempre es importante saber y reconocer quienes somos, pues es la única manera de vivir una vida sincera y honesta, con nosotros mismos primero y, luego, con todos los demás.

lunes, 4 de junio de 2018

Solo yo...


   Cuando estuvo frente a mi, lo único que pude hacer fue llorar. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin control alguno, rodando como cascadas por mis mejillas. Mis ojos se sintieron hinchados y pronto no pude ver mucho delante de mí, por lo que tuve que limpiarlos con la manga de la camisa, sin importar la cantidad de sangre que tenía por todas partes. Me acerqué un poco más y pude sentir el calor del cuerpo que estaba viendo. Era una escena que jamás había pensado ver de esa manera, algo muy extraño.

 Estaba presenciando mi primera relación sexual. Se sentía como si estuviese rodeado por una burbuja, una especie de capa delgada de plástico que me estuviese protegiendo de algún mal desconocido. Me había visto entrando por una puerta y besar a un chico que no había visto en muchos años. Ahora que lo veía, me parecía gracioso el hecho de que lo hubiese elegido precisamente a él como la primera persona con la que tendría sexo. Claro que en ese entonces creía que era “hacer el amor”, pero eso es lo de menos.

 Estuve mirándome un buen rato, mientras mi versión más joven parecía tener más brazos de lo normal. Se abrazaba con el otro chico y lo tocaba de una manera muy graciosa, algo inocente. No parecía estar presenciando una escena entre dos jóvenes a punto de hacer algo que yo conocía ya muy bien sino que parecía algo más extraño y menos familiar. Además se me hacía incluso gracioso y no podía dejar de sonreír. Era una situación demasiado extraña. Estar allí y al mismo tiempo no estar, era algo que no podía dejar pasar.

 Me limpié las manos tanto como pude en la ropa, mientras ellos hacían lo que yo sabía que habían hecho. Caí en cuenta entonces que estaba presenciando dos menores de edad en una situación comprometedora. ¿No era eso algo ilegal o peor que eso? Sin embargo, uno de ellos era yo y sabía muy bien como había terminado todo y no me refería solo a esa oscura tarde. Las cosas que habían pasado después habían definido, en buena parte, el tipo de persona que sería después, que soy ahora. Todo pasó rápidamente, ahora que lo pienso.

 Ellos se levantaron de golpe y se tomaron de la mano. De nuevo, todo se veía completamente inocente. Me di cuenta que, cuando empezaron a caminar hacia una de las habitaciones, la luz del lugar pareció seguirlos a ellos. No tenía otra cosa que hacer sino seguirlos de cerca y entrar a la habitación con ellos. Tan pronto entramos, siguieron besándose. Recuerdo bien que él mismo me había dicho que tenía que aprender como besar y eso era lo que estaba intentando hacer, me decía cómo debía de hacerlo para disfrutar más del momento y de la otra persona con la que estaba. En parte, tenía razón o eso creí entonces.

 Solté una carcajada cuando tomaron un caramelo y se besaron con el en la boca, y se lo pasaron de un lado a otro. Había olvidado por completo que eso era lo que habíamos hecho esa tarde. Después vino algo más asqueroso, que fue tomar un sorbo de champú para luego hacer lo mismo con él. Era como ponerle algo asqueroso a un momento precioso y a un sabor que ya estaba bastante bien. Los chicos jóvenes pueden ser muy asquerosos, eso lo sé muy bien ahora que he conocido mi buena parte de hombres en esta vida.

 Entonces, él me fue empujando sobre su cama y se inclinó encima mío. Mis nervios se notaban. Incluso entonces, debo decirlo, mi yo más joven se veía como un niño pequeño que no sabe lo que está pasando. Se besaron más y fue entonces cuando algo me desconcentró. Dejé de escucharlos por primera vez desde que había ingresado en ese estado extraño, puesto que algo de mi lado hizo un ruido extraño. Parecía un grito pero no supe bien que era porque no se repitió. Mientras tanto, el otro chico se había quitado la camiseta.

 Los volví a mirar pero mi interés se había visto corrompido por el breve grito que había escuchado. Había rasgado lo más profundo de mi mente y me había hecho pensar, por primera vez, que era posible que el estado en el que me encontraba podía ser resultado de algo que no debía alargarse demasiado. Tal vez era todo un truco, ver uno de mis recuerdos para distraerme y así seguir destruyendo lo que más quería del otro lado. Y ese otro lado es el presente, desde el que les escribo ahora. ¿Eso es bueno, no?

 Traté de mirarlos, como me quitaba mi ropa y la de él, como nos metíamos bajo las cobijas y nos tocábamos y besábamos y reíamos, como niños. Me di cuenta que, en ese entonces, yo era muy maduro de unas maneras y muy inmaduro de muchas otras. El sexo y todo lo que tenía que ver con la relación con mi cuerpo, estaba mucho más avanzado que en otros chicos de mi misma edad. Pero no tenía ni idea de las verdaderas consecuencias de mis actos, no sabía como las decisiones que tomaba me encaminaban a mi presente actual.

 De repente, cuando escuché el primer gemido del otro chico, un nuevo grito ahogó casi de inmediato ese sonido de placer. Esta vez se oía mucho más claro y era evidente que provenía de mi lado, de mi presente. Sentía que había algo que había olvidado, algo que había dejado de lado en el momento en el que había entrado en esta nube extraña que me había llevado al pasado, a un momento en el que no había pensado en mucho tiempo. ¿Porqué me había llevado esa cosa a ese recuerdo y no a otro? ¿Porqué quería hacerme ver algo que ya ni recordaba bien? ¿Cual era el punto de todo?

 Otra vez un nuevo grito. Esta vez el que gemía en la cama era yo y sabía muy bien porqué pero ya no me interesaba lo que pasaba allí. Me di cuenta, o mejor dicho, recordé la sangre que manchaba mi ropa, mi cara y mis manos. Y recordé también de donde había salido. Y el que gritó entonces fui yo y el grito que venía de afuera de esa burbuja temporal, también había sido mío. Porque seguía en ese campo de batalla, con el cielo rojo y mi mente colapsando.

 Varios morían cerca y lejos y supe bien que yo había sido responsable de muchas muertes en ese lugar. Sé que luchaba por algo más grande que mi mismo, que mi vida o que mi muerta. Estaba luchando para que todos pudiéramos tener una vida decente, una vida de verdad. Había dejado de lado la pistola y en mi cinto sentí un cuchillo bien afilado que no había visto ni sentido antes. Miré bien a mi alrededor y no vi a nadie cerca, solo voces lejanas y gritos y muchas explosiones. El olor a muerte se estaba expandiendo.

 No sé qué había causado mi regreso al pasado, no sé quién o que me había enviado allí para mantenerme distraído. Era obvio que algo sabían acerca de mi y habían creído que un recuerdo me detendría. Pero yo mismo pude sacarme de allí adentro, porque nadie más podría nunca ayudarme. Desde el comienzo había sabido que todo lo que había que hacer, tenía que hacerlo yo mismo, con mis propias manos. Había gente que creía en lo mismo que yo, pero para ir más lejos solo podría confiar en mi mismo. Nadie más podría hacerlo.

 Entonces se acercaron algunos enemigos y en menos de un minuto estuvieron en el suelo, cogiendo con ambas manos su cuello, tratando de respirar después de que les había hecho un corte profundo que solo significaba la muerte. No podía haber dudas y por eso solo yo podría avanzar lo suficiente. Solo yo podía caminar por ese campo como lo hice, solo yo podía usar mi cuerpo y mi mente para destruirlos, como también lo hice. Cuando llegué al otro lado, al lugar desde el que nos atacaban, la decisión fue sencilla.

 Mis acciones mataron a miles y me encarcelaron por ello. Había salvado a millones pero la ley era la ley y tenían que juzgarme. Muchos me acusaron de ser un genocida, un asesino sin compasión que había destruido sus amorosos hogares llenos de odio y desdén por todos los demás.

 Acepté mi destino, lo que dijo la ley, y por eso les escribo desde la cárcel. Creo que es una buena manera de hacer terapia, de reflexionar sobre lo que hice de joven y de adulto. No pienso, ni pretendo, que nadie me perdone. Solo espero que alguien alguna vez piense en mí y sepa todo lo que soy y fui.