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martes, 27 de septiembre de 2016

Malestar

   Fue de repente, como si me echaran un vaso de agua fría encima y quedara todo mi cuerpo congelado en el acto o al menos temblando incontrolablemente. No sé de dónde salió la sensación pero sentía un sudor frío pegado en la frente y que los huesos no se sostenían con tanta convicción como lo habían hecho hacía apenas unas horas. Era como si algo hubiera entrado en mi cuerpo de manera sorpresiva y hubiera destrozado cada una de las defensas de mi cuerpo. Podía imaginar cómo era: una guerra relámpago, sorpresiva.

 Desde la mañana creo que me sentía mal pero no quise reconocerlo. Mejor dicho, no quise ver que me sentía mal y menos habiendo salido hacía tan pocos días de sentirme también muy mal por culpa de los cambios de temperatura. Era como si mi cuerpo hubiese quedado arrasado desde antes y por eso ahora cualquier cosa podía entrar como Pedro por su casa. Ahora mismo siento como todo pesa. Es muy extraño sentir de verdad el cuerpo, darse cuenta que es algo que es sensible y que puede cambiar su estado en segundos.

 ¿Pastillas o no? Nunca he sido muy fanático de tomar nada cuando me siento así pero estoy desesperado. Tanto que ayer me tomé dos de una sentada, a pesar de que dicen que eso no se debe hacer. Pero es que tenía que hacer algo. No funcionó muy bien. El malestar parece que se frenó pero igual seguía avanzando. Tanto así que cuando llegué en la noche a mi cama, la gravedad estaba haciendo la gran mayoría del trabajo. Yo solo podía dejarme llevar o más bien dejarme caer. Cada parte del cuerpo estaba en alerta roja.

 Es un fastidio estar así, tener que sentir que el cuerpo falla y que no hay nada que se pueda hacer para evitarlo. Y lo peor es cuando se siente como cada partecita se va apagando, va cediendo a lo que sea que esté sucediendo. Y vienen los dolores y las condiciones que hacen que se sienta uno mal o peor que eso. A mi siempre me ha parecido que no tiene sentido cuando algunas personas parecen disfrutar de cuando están enfermos. Dicen que hacen unas y otras cosas y que lo pasan bien luchando contra lo que sea que tienen. ¡Que estupidez!

 Yo esto me lo quiero quitar de encima ya. Quisiera que fuera como un manto que, pesado y todo, se puede quitar a voluntad, lanzándolo al suelo y haciéndole recordar que no es nada y que no me puede afectar ni ahora ni nunca. Pero estando así, con dolor de cuerpo y ese maldito sudor frío que me hace sentir más débil de lo que estoy, es como si todo fuera a ser así para siempre. Es algo que pasa siempre que a uno le pasa algo malo: se piensa que no es momentáneo y que las cosas van a quedar, al menos, afectadas por ello para siempre. No es verdad pero el cuerpo es tonto.

 Es que si no lo fuera, no lo convencería a uno de que se siente todo peor de lo que es. Y es lo peor, sobre todo, cuando se tienen muchas cosas que hacer o se viene un momento especialmente importante. Eso es lo que me pasa ahora con este malestar incómodo. Esta semana tengo muchas cosas que hacer, que terminar, que arreglar. Tengo responsabilidades y deberes y una enfermedad, o lo que sea esto, no me viene bien pero por ningún lado. Ya quisiera yo que me pasara cuando no tengo nada que hacer o cuando quiero evitar ciertas cosas. ¡Eso ya sería otro cuento!

 Pero así no son las cosas y ya me toca resignarme. Tengo que ver como puedo sacar esto que tengo adentro, porque dudo que después de un día se haya salido así como por arte de magia. No importa que haya tomado yo ayer con mis amigos, y casi no tomé nada, o que haya comido desde el momento en el que empecé a sentir mal. Creo que todo eso ya da igual a estas alturas. El punto es sacar lo que tenga uno de adentro y mandarlo a volar pero necesito saber que hacer. Creo que estoy desesperado y me urge saber que es lo que tengo que hacer.

 De pronto lo mejor sea quedarme en esta cama todo el día, cubierto por una sábana delgada y no muy limpia. La habitación se calienta con facilidad entonces tengo que poner a circular aire pero si lo hago regresan los escalofríos y ese sentimiento de que me estoy congelando. Nada parece ser totalmente efectivo y eso me saca de casillas porque lo que necesito ahora es una solución casi mágica. Ya sé que eso no existe pero debería existir y quiero que exista y soy libre de querer que lo improbable sea real

 Pero bueno, estaba pensando si debería quedarme en casa. Con este dolor de todo no puedo hacer ejercicio apropiadamente porque me da mareo y no la verdad es que no quiero comer nada para no arriesgarme a sentirme igual de mal que ayer. Es que se me revuelve el estomago de solo pensar como el olor de una comida o como solo caminar me estaba dando ganas de vomitar en la mitad de la calle. Creo que la gente pensó que andaba borracho cuando no podía estar más lejos de esas situación. Bueno, eso si es que alguien se fijó porque ya nadie pone atención.

 De hecho, estuve con varias personas con las que ya había quedado anteriormente, y creo que la mayoría no notó que yo no me sentía nada bien. De pronto estaba pálido o poco energético pero menos mal mi personalidad de siempre no es lo que uno llamaría explosiva así que no es algo que revele nada de lo que me pasa. Les doy muy poco crédito pero es que dudo que alguien se fije tanto, a menos que lo conozcan a uno tan bien que sepan que pasa sin tener que preguntar nada. Eso sería muy interesante pero no realista, en este caso.

 Mi espalda me duele. Creo que me duele igual que las piernas, como si alguien me hubiese cogido a patadas o algo por el estilo. Se siente horrible este malestar ridículo que no había vivido en tanto tiempo y que estoy seguro que viene de algo muy simple, de alguna intoxicación con alguna comida que no tengo idea cual sería. Se supone que siempre miro lo que como, que reviso las fechas y que me precio de verificar que no esté comiendo cosas viejas o mohosas o lo que sea. Y aquí estoy, con el sudor frío que no se me despega.

 Mierda… No recordaba que de pronto tengo más que hacer hoy y que no puedo permitirme descansar. Ayer llevé mi cuerpo al límite. Estaba débil pero no quise verlo y cuando salí a la calle sentí que me iba a morir allí mismo, entre ola y ola de compradores y de turistas desubicados que se sienten en otro planeta solo porque están lejos de casa. Tuve que detenerme varias veces para poder encontrar el impulso para seguir pues me gusta hacer lo que planeo o sino siento que he perdido el día o que no he realizado mis objetivos.

 Sé que es una ridiculez porque nadie está concursando conmigo ni nada por el estilo pero cuando pienso algo tengo que hacerlo o sino siento que me amarran las manos y que soy un inútil por no llevar mis ideas al nivel en el que se convierten en realidad. Ayer, a pesar de que no creía poder terminar lo que tenía que hacer, pude hacerlo. O bueno, eso creo. Puede que quede una que otra cosa pero nada importante, nada que no pueda esperar a hoy o mañana.

 Y ahí es cuando entra de nuevo este malestar. Porque no quiero perder ni uno de estos últimos días. No quiero tirarlos a la basura y luego recordar que no hice nada para aprovecharlos al máximo. Me daría vergüenza admitir que los últimos días de mi estancia en este país no hice nada más sino quedarme en una cama viendo como pasaba el tiempo a mi alrededor y nada más. Solo necesito hacer una cosa hoy para sentir que no tirado mi tiempo a la basura, para sentir que lo que sea que tengo no me ha ganado ni yo lo voy a dejar ganar.


 Muchas palabras y nada de sustancia, al menos no por ahora. La verdad es que no sé que hacer excepto tal vez lo mismo de siempre. Dicen que conservar la rutina, las costumbres, es lo mejor para que el cuerpo entienda que no puede dejarse someter por cualquier cosa que entra a hacer estragos. ¿Dónde está ese remedio milagroso? Lo necesito con urgencia. Y mientras tanto lo que haré es analizar que es lo que siento para poder dar los siguientes pasos y no quedarme aquí, como un paciente terminal. ¡Si lo que tengo no es para tanto!

lunes, 14 de diciembre de 2015

Encerrado

   Siento el agua alrededor mío y me despierto de golpe porque creo ahogarme, creo que en cualquier momento mis pulmones se llenarán de agua y entonces moriré en medio del mar. Pero el agua no es salada y no estoy en el mar sino tirado sobre un charco de agua que se expande sobre una superficie semi lisa que está igual de fría que el agua que siente alrededor de mi cuerpo.

 Trato de levantarme pero no tengo la fuerza ni para sostener mi cuerpo. Apenas soy capaz de mover los brazos para que mis manos estén al lado de mi cabeza pero eso es todo. Cierro los ojos de nuevo, pues el brillo de la luz es demasiado y me da mareo. De hecho, siento que voy a vomitar en cualquier momento y no quiero puesto que no soy capaz de moverme. Quiero llorar pero tampoco puedo y entonces me doy cuenta que me duele absolutamente cada parte del cuerpo, cada extremidad, como si de repente el dolor de muchas heridas hubiese entrada a mi cuerpo, ya sin que nada lo impida.

 El dolor me hace dormir una vez más. Tengo uno de esos sueños que no son nada, que no significan nada y que parecen pasar a toda velocidad. Yo no quiero soñar nada ni ver a nadie en ellos ni recordar como se siente oír la voz otro ser humano cerca de mis oídos. No quiero nada de eso porque sé que en poco tiempo, en apenas instantes, estaré muerto. Y no quiero luchar ni pelear ni esforzarme de manera alguna por lograr nada. Si ya no hice nada en la vida, que se queden las cosas así. No le debo nada a nadie.

 Para mi decepción, despierto de nuevo. Esta vez no estoy en el mismo lugar, o al menos no lo parece. Estoy sobre un colchón que huelen a orina y por lo que veo es un recinto estrecho, pequeño, donde incluso el techo parece bajo, como a punto de aplastarme. Esta vez me muevo por el miedo que siento pero entonces oigo el tintineo del metal y siento de repente su frío recorrerme, desde los pies a la cabeza. No estoy seguro porque no soy capaz de incorporarme, pero creo que estoy esposado por los pies a la cama en la que estoy.

 No puedo mantener los ojos abiertos mucho rato pero sigo despierto y trato de oír mi entorno pero no oigo a nadie ni nada que me diga donde estoy. Solo escucho un goteo no muy lejano y los pasos de lo que deben ser ratas en la cercanía. Espero que esos desgraciados animales coman mejor que yo porque o sino tendré algo más que preocuparme y ciertamente no quiero nada de eso. No hay almohada, apoyo directamente la cabeza en el colchón sucio y creo que ya está claro que me rindo y que no quiero seguir pretendiendo que voy a ganar la partida, ya perdí y lo admito y solo quiero que me dejen en paz pero dudo mucho que eso pase, puesto que por algo estoy aquí.

 Mi mente viene y va. Me quedo dormido por breves o largos periodos de tiempo (no lo tengo claro) pero siempre vuelvo y me despierto a ver que ha pasado a mi alrededor. Y la verdad es que nada cambia. No hay comida, que yo sepa, no viene nadie a darme agua y lo único que sé es que ya no se oyen los pasitos de las ratas. Después de despertarme unas cuantas veces, concluyo que el olor que emana el colchón ha sido causado por mi. Seguramente me he orinado encima bastantes veces desde que estoy aquí, sería imposible que no fuera así.

 De pronto, en una de esas veces que me despierto, siento que la puerta de la celda se abre y alguien entra. No dice nada y yo no volteo a mirar quién es. Mantengo con firmeza la cabeza girada hacia el lado contrario porque ya no me interesa saber nada, ya no quiero meterme más en todo esto y solo quiero que se den cuenta que me he rendido y que no pienso hacer nada contra ellos, nunca más. No oigo su voz, solo su respiración. Sale de la habitación unos momentos después y cierran la puerta. Respiro con más facilidad cuando eso pasa pero entonces me pongo a pensar si mi mensaje ha sido recibido o si preferirán asesinarme para prevenir.

 De nuevo duermo pero esta vez se siente que ha sido por más poco tiempo. Es la puerta que me despierta y esta vez sí me volteo a mirar quién entra: son dos tipos con la cara cubierta. Supongo que son hombres por su musculatura pero podría equivocarme. Cada uno libera uno de mis tobillos y después uno de ellos me pone un antifaz en la cabeza, para que todo lo que vea sea una negrura inmensa. Siento que me toma por los brazos y las piernas y yo me dejo llevar, no voy a pelear con ellos ni a hacer nada que los ofenda.

 Siento que me cargan al exterior, pues siento algo de viento en mi cabeza y un olor particular, como a pino o algo por el estilo. Entonces me dejan sobre una superficie suave y escucho el sonido de puertas cerrándose. Segundos después siento un pinchazo y entonces el antifaz se vuelve un adorno pues quedo dormido profundamente. En el sueño imagino que me quito el antifaz y veo a los hombres que me cargaban y los beso y los abrazo y ellos me corresponden, y bailamos y nos queremos como locos. Es un sueño estúpido, sin ningún sentido.

 Cuando me despierto, el brillo de la luz es peor que en lugar del piso de cemento. Cierro los ojos al instante y entonces una enfermera viene y apaga la luz. Solo queda prendida una luz débil, azulosa, que sale de la cabecera de la cama, donde hay interruptores y todo eso. La mujer se disculpa y revisa cosas a mi alrededor. Yo mantengo los ojos cerrados y la escucho, revisar bolsas y aparatos y murmurar por lo bajo.

 Pasadas unas semanas, creo que ya tengo más cara de ser humano que nunca antes. Me dice la enfermera que cuando llegué tenía el rostro demacrado y la piel verdosa y que ahora parezco mejor alimentado, incluso si el noventa por ciento de mi comida sigue siendo suero. No me dejarán comer solidos por unos días más. A mi me da igual. Me siento mucho mejor que antes y ya no me quiero morir, incluso cuando todos los días me agobian varias preguntas a las que no tengo respuesta: Que va a ser de mi cuando salga de aquí? Que vida tendré, si ya he olvidado la que tenía?

 En efecto, ya no recuerdo con exactitud mi nombre. Ya han pasado días y un hombre me visita y me explica quién era yo. Es una situación muy particular, muy extraña, pues el hombre me muestra fotos en las que salgo yo, más que todo en viajes familiares o situaciones por el estilo. A mi me gusta ver esas fotos pero no recuerdo nada de ellas. Aprendo mi nombre otra vez pero antes se me preguntan si quiero cambiarlo. Yo asiento, hablo muy poco.

 Cuando esa terapia termina, empieza el periodo de explicarme como está mi salud. Ya me dejan tomar sopas y jugos, lo que agradezco enormemente pues mi garganta duele mucho menos ahora. Un día llega otro hombre, este vestido de doctor, y dice que necesita explicarme como estoy. Yo no quiero oír pero no tengo opción. Él me explica que cuando me dejaron frente al hospital tenía varios órganos comprometidos por lo que parecían ser golpizas sistemáticas. Además tenía gran cantidad de químicos en el cuerpo, seguramente los medicamentos que me daban para mantenerme drogado. También habían encontrado infecciones en mi vejiga.

 Hizo una pausa el doctor antes de hablarme de las violaciones. Cuando escucho la palabra, ni siquiera parpadeo. Lo sé y la verdad me da igual. Su voz parece lejana mientras explica que me han hecho los exámenes debidos y afortunadamente no tengo nada en la sangre a excepción de una anemia severa. Me explica también que medicamentos deberé tomar y entonces se retira.

 Los días pasan y es entonces que me doy cuenta que tengo mucho miedo. Tengo miedo de tener que salir al mundo de nuevo, de enfrentarme a la realidad de la que he estado alejado por tanto tiempo. No tengo ganas de nada pero obviamente no puedo quedarme en el hospital. Me dicen que han encontrado un sitio para mi y un trabajo en casa por mis condiciones especiales. Yo solo asiento, puesto que negarme no es una opción realista. No sé quién ha dado el dinero para mi casa o quién me contrata en el trabajo, pero no me interesa en lo más mínimo. Es cosa de ellos, sean quienes sean.


 Semanas después, todavía sigo sin subir las persianas de las ventanas. No me gusta que entre mucho sol a mi pequeño apartamento, que me he enterado que es mío y de nadie más. Igual, no quiero saber. Me paso los días pensado y eso me tortura y el trabajo desde casa no ayuda mucho. A veces me despierto en la noche sudando y pensando que estoy de nuevo en la celda. Pero olvido que he cambiado de cárcel.

martes, 6 de octubre de 2015

Depresión

   Es difícil mantener la compostura cuando sientes que por dentro todo está derrumbándose, cada columna de tu espacio interno parece estar hecha del material más débil en el universo y simplemente crees que ese será, sin duda alguna, tu final en este mundo. Pero la mayoría de las veces, la abrumadora mayoría de las veces, eso no ocurre. No se acaba el mundo, no te acabas tú ni se acaba nada. Si acaso, empiezan muchas cosas y el mundo cambia de muchas maneras. Lo peor del caso, es que los sentimientos que se desarrollan en ese momento solo tiene una duración de algunos minutos, de pronto algunas horas. Al menos eso sucede cuando la cosa no es tan grave y apenas es algo incipiente. Si todo eso pasa a ser algo permanente, algo con lo que hay que vivir, tengo que ser sincero y decir que no entiendo como alguien lo lograría.

 La depresión, y todos los sentimientos que se le unen para que sea lo que es, no es una bestia fácil de controlar. Aparece de un momento a otro y ataca de la forma más baja, de la forma en que tu mismo sabes que va a doler más. Al fin y al cabo, somos nosotros mismos quienes nos atacamos pues no es una enfermedad que venga del exterior de nuestros cuerpos como la gripa o el sarampión. La depresión nace, se incrusta en nuestro interior, y allí vive para siempre hasta que es combatida con eficacia o hasta que consume por completo al ser en el que esté alojada. Las dos son cosas difíciles ya que siempre se vive un poco en el limbo con esta condición, pocas veces es suave o extrema.

 Tomemos un ejemplo. Por ejemplo, ahí está Federico. Es un chico de unos quince años, va a la escuela como la gran mayoría de chicos de su edad y no tiene ninguna particularidad física o intelectual. Su única verdadera particularidad es un gusto por los videojuegos. Cuando era pequeño, como hasta los doce años, los juegos de video eran vistos por él y sus compañeros como lo mejor de lo mejor y se podían pasar horas y horas hablando de ellos y compartiendo información al respecto. Era la época perfecta para él pues los videojuegos le brindaban mundos espectaculares en los que él se sumergía por completo y en los que encontraba cosas que en la vida real jamás hubiera encontrado.

 Sin embargo, los niños crecen. Y habiendo pasado pocos años, las prioridades de sus compañeros cambiaron sustancialmente. El tema principal ahora es el sexo, por muy difícil que sea aceptar esto por parte de sus padres. Ninguno de los chicos ha hecho nada con nadie pero todos han visto pornografía y saben las reglas generales del tema. Pero Federico sigue con los videojuegos ya que, ahora más que nunca, le brindan un espacio de aprendizaje en el que no se siente como un bicho raro. Esto lo convierte en objeto de burla y comienzan entonces los nombres y las acusaciones. Eventualmente, Federico cambia de colegio.

 El cuento parece suave, no tan grave como uno podría pensar que pudiera haber sido. Pero todos sabemos a lo que pueden llegar los jóvenes, o cualquiera de hecho, cuando algo no es como el resto. Porque la verdad es que los seres humanos nos la pasamos hablando de derechos humanos y de respetar los gustos de los demás, pero en la práctica nos da terror cualquier cosa que se salga del contexto normal de nuestras vidas. Es por esto que viajar y vivir en otro país, con una cultura distinta, es muchas veces difícil, al menos al principio. Esas diferencias, que nunca son verdaderamente importantes, nos marcan e incluso cuando las ignoramos siguen estando allí. Y son tan válidas para el que las ve como para el que las sufre.

 La multiculturalidad y la diversidad son ideas muy bonitas pero poco realistas. En niños pequeños funciona, pues estos no están contaminados con nada todavía pero pasemos a la historia de Florencia, una niña de siete años, venida de un país en que la inmigración es muy poca, que de pronto se ve en la mitad del patio de un colegio en uno de los países europeos, la verdad no importa cual. La niña ve otras niñas con velo, niñas negras, niñas chinas, niñas altas, niñas gordas y en fin. Y, en principio, eso no es problema. Pero entonces llega a su casa y escucha los comentarios de sus padres, también nuevos en ese país pero con muchos más prejuicios que ella. Y así entran a su vocabulario y a su mente nuevas palabras que describen a sus compañeras de clase.

 Florencia, ignorante de cómo funciona el mundo, simplemente decide no juntarse con las niñas que son muy diferentes y solo con las que se parecen a ella. Cuando le piden que haga actividades con las demás lo hace pero sin hablarles mucho y prefiriendo ser un poco descortés para que entiendan que ella no quiere ser su amiga. Esta historia puede parecer algo extrema pero la verdad es que sucede todos los días y es sustancialmente peor si se le suben las edades a los involucrados. Todos estamos siendo contaminados, a diario, con información sobre unos y otros. Es cosa nuestra decidir si todo lo que oímos es cierto pero para ello se necesita madurez y conocimiento y no todo el mundo está dispuesto a ambos.

 Esas niñas discriminadas, al comienzo notarán esas pequeñas diferencias y actitudes y con el tiempo también crearán un muro contra los demás, para que esos insultos y acciones no les afecten. Pero nadie se puede esconder para siempre y ahí es cuando la depresión, la misma que le dio al pobre Federico por sentirse solo en su mundo, entra y puede causar mucho más daño que un simple insulto o incluso que una pelea verbal mucho más agresiva. Una vez más, hay que recordar que es algo que está dentro de nosotros y eso es mucho más difícil de combatir que nada.

 Preguntárselo a Carmen, una chica que cayó en la depresión por algo que parece tan simple como perder su trabajo. Toda la vida había soñado con trabajar en una revista y cerca del mundo de la moda y cuando por fin estaba lográndolo, la echan. La explicación fue que su rendimiento no era como el de antes y que además estaban prescindiendo de personal, cosa falsa pues después buscaron a una pasante para hacer lo que ella hacía, es decir que en verdad querían ahorrarse su paga. Esto, en principio, no debería causar ningún tipo de reacción negativa a parte de la rabia y la frustración por perder un trabajo y tener que encontrar otro, que jamás ha sido fácil en ninguna parte y nunca lo será. Los trabajos no abundan en ningún lado y eso fue lo primero que bajó de ánimo a Carmen.

 Pero luego fue su mente la que empezó a concluir cosas que no había porque concluir. Saltó a conclusiones como que en verdad la habían despedido por la calidad de su trabajo y entonces concluyó que no era buena en lo que hacía. Así no más, salto a la concusión de que si la habían echado porque no rendía la verdad era que lo habían hecho porque simplemente no era buena. Entonces comenzó un largo camino, en el que buscó empleo y simplemente no lo conseguía. Trató de encontrar ayuda en sus antiguos profesores y ellos la ignoraron o simplemente nunca supieron que los necesitaba. El caso es que empezó a recorrer una escalera en espiral pero hacia abajo y cada vez que gastaba una posible solución, se hundía más.

 De pronto empezó a llorar en los momentos más extraños y el dolor que sentía cuando se sentía sola y miserable era cada vez peor. Cabe decir que para lograr sus sueño, Carmen había viajado, alejándose de su familia y amigos y ahora todo parecía haber ido por la borda, cada vez más lejos de ella. Tristemente, las cosas nunca mejoraron para Carmen. Un día, en uno de sus peores momentos, sufrió un accidente. Aunque no fue grave, fue la prueba que necesitaba el mundo para internarla en un hogar de reposo. Sus padres y amigos ya estaban con ella pero ya era muy tarde para eso. Carmen estaba pérdida y no abría nada que la devolviera como había sido alguna vez.


 La depresión no es una enfermedad como tal. Es una condición que no es de locos ni de raros, sino de gente que no tiene las fuerzas para seguir, para creer o para permanecer. Hay muchos que no la entienden pues para ellos la vida es sencilla en ese aspecto y solo siguen adelante y no hay ningún problema. Pero para algunos la estructura de todo lo que los rodea es bastante débil y puede ser derrumbada con el golpe más suave. Así que, en vez de juzgar y jugar a que aceptamos a todos, lo mejor sería que nos interesáramos por los demás y dejáramos de fingir para que gustarle a los demás. Los demás no importan cuando estés encerrado en ti mismo y no haya escape de tus propios castigos.moem los necesitaba. El caso es ral pero hacia abajo y cada vez que gastaba una posible solucion que los necesitaba. El caso es

lunes, 6 de julio de 2015

No más...

   Martina nunca había sido una mujer débil. Le habían enseñado que no debía soportar lo que nadie dijera de ella, más que todo si lo decían con el sentimiento de herir su personalidad. Ella simplemente no lo aceptaba y tampoco cuando alguien quería someterla solo por el hecho de ser mujer. Durante sus años del colegio, siempre le había quedado un mal sabor de boca cuando los chicos podían hacer ciertos deportes de equipo mientras las niñas practicaban ballet u otras actividades de “menos riesgo”. Era una doble mentira porque el ballet podría ser una tortura si se hacía con intensidad y los deportes de equipo eran necesarios para crear una visión más grandes de las cosas. Fue ya casi al final de su escolarización que introdujeron los equipos de mujeres.

 En la universidad, se ganó la reputación de ser una chica especialmente dura con los hombres, una mujer con la que simplemente uno no se metía. Había algunos “valientes” que lo intentaban y ella hubiera querido que funcionara pero siempre terminaba dándose cuenta que eran unos ignorantes. No porque quisiera sexo de inmediato, cosa que a ella no le molestaba, sino porque siempre tenían comentarios sexistas y estúpidos para con ella o sus compañeras. Se les iban los ojos por una mujer en minifalda o las que se comportaban como si fueran prostitutas y para Martina eso era demasiado básico, demasiado animal y era algo que no le gustaba. Eso sí, pensaba que de pronto ella estaba mal pero ya era muy tarde para cambiar de personalidad.

 Los pocos que sí lograban tener algo con ella eran pocos y siempre duraban una corto tiempo. Se aburrían porque les parecía que estar con Martina era demasiado complicado, que se requerían muchas cosas que ellos o no tenían o simplemente no estaban dispuestos a dar. Para Martina esto fue difícil porque no era de piedra. Si bien no soportaba que la sometieran de ninguna manera, sí soñaba con tener alguien que la entendiera y con quien compartiera gustos y demás. Pero no parecía que esa persona fuese a llegar pronto y los años de universidad fueron uno más deprimente que el otro.

 Pero a pesar de eso hizo varias amigas, que le ayudaron a reforzar sus convicciones y a seguir luchando por lo que ella creía. Instalaron un club en la universidad para defender los derechos de las mujeres y participaban en protestas con frecuencia. Martina estaba orgullosa de todo eso porque sabía que era gracias a ella que algunas de las chicas habían salido de la oscuridad para contar los casos que habían sufrido tanto en la universidad como en la vida en general. Martina supo que debía seguir luchando luego de la universidad y lo tenía todo planeado para especializarse en estudios de género y combinarlo con si titulo en derecho. Iba a defender a las mujeres donde y como pudiera.

 Pero entonces algo pasó que cambió su visión de las cosas. Como suele pasar, los eventos traumáticos pueden tener efectos bastante fuertes y potentes en las personas. Para ella fue una violación. Las reuniones del club a veces acababan tarde y normalmente salían juntas hacia los paraderos de sus buses o a coger taxi. Sabían que no lo debían hacer solas tan tarde en la noche. Pero una de esas veces Martina simplemente hizo lo opuesto y se arrepiento para siempre. Un hombre había estado observándolas y evidentemente estaba en contra de sus actividades. Así que la siguió, la drogó con algo y la violó en una calle oscura por donde nadie nunca pasó sino hasta la mañana siguiente, cuando una ancianita dio la alarma y Martina fue llevada al hospital.

 Nunca nada de lo que había vivido había sido tan malo, tan horrible y tan difícil de entender. Ella sabía que los hombres podían ser difíciles pero no entendía, simplemente no podía comprender como alguien podría seguirla y luego hacerle lo que le hizo. El hombre cometió el error de hacerlo de nuevo, a otra chica del grupo pero en esa ocasión hubo testigos y lo atraparon en el callejón antes de que hiciera la peor parte. Lo enviaron a la cárcel y estaría allí por mucho tiempo. Pero para Martina era demasiado tarde. Cuando ya salió del hospital, tuvo un caso de depresión profunda y no salió de su casa en varios meses, lo que retrasó su sueño de graduarse y seguir estudiando.

 Su familia estaba en shock y no hacían mucho para ayudarla. Quién podía culparlos? Lo único que pudieron hacer fue enviarla a un hospital especializado para que se mejorara rápidamente. Pero el proceso fue lento y Martina estuvo internada un año y hay que decir que el tratamiento solo sirvió a medias. Si bien ella mejoró en estado de ánimo general y ya era capaz de hacer cosas y conversar e interactuar con otros, mostraba una agresividad especial hacia los hombres. No era que les hiciera nada sino que no hablaba con ellos y pedía que solo enfermeras mujeres y doctoras la atendieran. Lo mismo hacía con los demás internos. Nada de hombres. Cuando le dieron la salida, le explicaron esto a la familia y ellos, de nuevo, no supieron que hacer.

 Pero pronto se dieron cuenta que su nueva actitud no abarcaba a los dos hombres más cercanos a ella: su padre y su hermano. A ellos los trataba como siempre ye les confesó que era porque los conocía bien. Pero ir a un centro comercial o algo así era una tortura. Cuando terminó la carrera lo hizo por internet porque ir a clases era demasiado estresante para ella y peor sabiendo que la mayoría de profesores eran hombres. Ella se sentía muy mal porque sabía que no todos tenían la culpa de lo ocurrido pero no lo podía evitar. Le daba físico pánico compartir un ascensor o un automóvil con algún hombre y le causaba mucho estrés.

 Cuando obtuvo su diploma, se reunió con sus amigas del club y todas la apoyaron. Hicieron una pequeña reunión en su casa y allí ella se dio cuenta de que tenía amigas y había posibilidades de salir adelante. Todas ellas eran optimistas y le decían que era un mujer fuerte por haber aguantado algo tan horrible y que esa experiencia la haría más fuerte que nunca y la ayudaría a crecer más como persona para ayudar a otras mujeres en situaciones similares. Ella estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo, porque sentía amor y apoyo por todas partes y eso era algo que parecía que nunca iba a tener allí encerrada en el hospital psiquiátrico.

 Pero entonces, la vida le lanzó otra bola curva que ella no esperaba y cambió su vida aún mas﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o esperaba y cambinzuiatrico.ra algo que parecs similares. Ella estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo, porque ás. Fue la primera vez que salía de noche y lo hizo con dos amigas que estuvieron todo el tiempo con ella. La situación había sido estresante por la presencia de hombres pero el alcohol había ayudado bastante. Cuando salieron, sus amigas se dieron cuenta que a uno le faltaba su celular y se devolvieron por él y entonces se desató una pelea y Martina se dio cuenta que era entre un hombre y una mujer. Discutían airadamente y el hombre le alzó la mano a la mujer y ella no dijo más y se alejaron caminado. Eso hizo que Martina los siguiera en silencio. Lo hizo por unas cuadras más hasta que llegaron a un parque y allí se reanudó la discusión y en un segundo el hombre golpeó a la mujer.

 Algo más allá de ella tomó posesión de su cuerpo y, cuando se dio cuenta, había tomado una piedra grande de un lado del camino del parque y se la había plantado en la cabeza al hombre. Y lo hizo una y otra y otra vez. Por un momento, el mundo parecía estar en pausa pero entonces la mujer gritó y salió corriendo gritando, pidiendo ayuda para su novio. Martina salió de su trance y corrió con la piedra en la mano. La echó en la basura frente a un edificio pero su mano seguía manchada de sangre. Volvió a casa y se encerró en su cuarto, entre borracha y asustada, por lo que había hecho. El hombre parecía muerto y ella lo había causado. Y, la verdad era, que se sentía bien por lo que había hecho.

 Del caso nunca se supo nada. Algo en algún periódico pero nada más. El tipo sí había muerto y Martina sufrió un cambio en ese momento. De pronto ya no tenía miedo de ningún hombre porque se había dado cuenta de que a los que se portaban mal con las mujeres se les podía someter de manera definitiva. No, en ningún momento tuvo lástima ni pensó en familias o familiares. Si tenían un miembro de la familia que se comportaba como un animal, lo mejor para ellos era que se fuera permanentemente. Martina se mudó a un apartamento sola y retomó sus estudios y consiguió trabajo y todos quedaron con la boca abierta por el cambio tan repentino.


 El hombre del parque no fue el único. Después siguieron más hasta que ella perdió la cuenta. Todos habían atentado contra la vida de alguna mujer y algunos, ella tenía pruebas, eran violadores que pensaban que nunca nadie se enteraría de sus crímenes. Pero Martina sabía y desde el segundo, siempre se encargaba de que supieran porque iban a morir. La mano nunca le tembló y seguiría haciéndolo porque creía, con fervor, que era lo correto.