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lunes, 2 de mayo de 2016

Siempre el ruido

   Siempre el ruido, el incesante ruido que nunca terminaba. Barcelona era una ciudad que solo se callaba cuando le daba la gana pero nunca cuando yo lo necesitaba. Nunca estaba callada a mi alrededor, cuando necesitaba descansar o quería pasar un rato alejado de todo. No. Siempre estaban los ruidos de personas que simplemente no les importaba un rábano los demás. No puedo generalizar y decir que sea algo común al lugar, pero la verdad es que estoy casi seguro de que es así.

 Por un tiempo, un par de días de hecho, estuve particularmente sensible a todos esos sonidos. Sentía la cabeza palpitar sobre mis hombros y todo lo que quería era quedarme en la cama y nunca salir. Quería apoyar la cabeza en la almohada y estar allí hasta la tarde, cuando me diera hambre o necesitara ir al baño. Pero, por supuesto, eso no pasó. El ruido una vez más me hizo abrir los ojos y dañó cualquier plan que tuviese para seguir en la cama todo el día, atendiendo a mi dolor.

 Yo creía que teníamos ese simplísimo derecho de hacer lo que se nos diera la gana con nuestra vida, cuando lo decidiéramos. Pero allí eso no parecía ser un factor. Parecía que lo más importante era cuando los demás pensaban que era hora de hacer algo o de que no hicieses nada. Porque también estaba lo exactamente contrario. Cuando me ponía activo y quería tener un día con buen rendimiento y productivo, las idioteces de los demás se cruzaban siempre de alguna manera, fuese como sonidos o con acciones.

 Esa vez me enrollé lo que más pude en la cama y traté de aguantar el mayor tiempo posible. Estaba usando tapones en los oídos e incluso así escuchaba todo, sus tosidos, la maldita ventana que alguien nunca cerraba bien, el ruido que hacían en la cocina haciendo desastres y no limpiando ni un milímetro de nada… ¿Era mucho pedir tener algo de paz, algo de tranquilidad por un minuto?

 Al parecer sí lo era y por eso ese día opté por dejar de engañarme y abrir los ojos y no encender la luz sino quedarme allí, tratando de anular la realidad que había a mi alrededor. Me imaginé, por un momento, que estaba de vuelta en mi verdadero hogar, en mi cama. Era algo fría por la cercanía de la ventana, pero increíblemente el ruido era menor. ¿O no lo era?

 No sé si estaba idealizando mi casa y me estaba engañando, inventando algo que no existía. Entonces cambié de pensamiento y recordé uno hotel en el que había estado recientemente. Y otro antes de ese. Había dormido tan bien en ambos, por varias horas y desnudo, como dormía más en paz, que terminé cerrando los ojos y durmiendo unos minutos más, a pesar del ruido que nunca paraba en la maldita Barcelona.

 Más golpes de puertas, siempre quejidos y música horrible y la maldita luz del pasillo que me golpeaba como queriendo decirme: “No eres bienvenido”. Creo que nunca olvidaré que nunca me sentí en mi lugar y, de pronto por eso, siempre tuve una parte de mi ser que nunca estuvo allí completamente. Incluso así seguí en la casi oscuridad, y traté de imaginar ahora mundos inventados, lugares que no existían y que serían mucho mejor que ese molesto y sucio apartamento.

 Por supuesto, casi siempre que imaginaba un lugar perfecto donde vivir, me lo imaginaba con algún chico con el que pudiese vivir en esos lugares. Normalmente pensaba en hacer el amor en lugares fuera de la habitación principal y eso ayudaba a hacer una verdadera imagen del sitio que estaba imaginando. Era como ver una película pero en vez de seguir la historia, me ponía a ver los decorados y todo lo que estaba alrededor, que parecía más fascinante porque le podía dar mayor detalle.

 Una vez imaginé una casa y no me suelen gustar mucho las casas. Esta era enorme, con una cocina grande e inmaculada, una sala de estar con mucha luz y afuera un jardín con perro incluido. En el segundo piso estaba la habitación que también recibía mucha luz y dentro de ella un baño en el que se podía pasear. No era nada apretado y daba la sensación de vivir con alguien que apreciaba esos mismos detalles de la vida, incluyendo el orden y la limpieza, que siempre me han obsesionado tanto.

 No entiendo, ni voy a entender jamás, como alguien puede vivir una vida desordenada y sucia, como si tuvieran algo mejor que hacer que  mantener algo de orden en sus vidas. Hay gente a la que visiblemente le da pereza tener sus cosas limpias o que al compartir le importa un rábano lo que reciban los demás. Es un concepto muy feo de la vida en comunidad, que dice mucho de quienes son las personas y el tipo de educación que han recibido.

 Yo siempre he sido limpio y ordenado porque creo que es la única manera de darle importancia a las cosas que de verdad son importantes en la vida. Cuando te quitas de encima pronto cosas como arreglar el cuarto o tirar la basura o mantener el baño en condiciones higiénicas, creo que da más tiempo para pensar en cosas importantes como la educación o el trabajo o el amor o el entretenimiento.

 Ese día di algunas vueltas más en la cama, hasta que me di cuenta que no iba a poder dormir más. Mi dolor de cabeza persistía y ahora me daba cuenta que mi garganta se sentía seca y que pasar saliva dolía bastante. ¿Sería el frío de la noche o algún virus que había recibido de haber estado encerrado por tantos días en mi habitación?

 Porque a diferencia de mis compañeros que salían todos los días, con billeteras infinitas tengo que asumir, yo no tenía ni los fondos ni las ganas de vivir una vida social muy activa. Cuando lo intentaba, siempre había algún muro contra el que me estrellaba, que normalmente tenía que ver con la gente. Unas veces intentaba conocer mejor a las personas y las personas simplemente bloqueaban el paso y así no hay manera de conocer a nadie. Otras veces era yo que no estaba de humor y no preguntaba más de la cuenta para no hacer pensar que estaba interesado.

 Lo raro era cuando sí estaba interesado, o lo fingía muy bien, y de todas maneras la gente no quería hablar. Y luego me decían que no era muy sociable. Nunca lo entendí y sigo sin entenderlo. No, no soy muy sociable pero lo he intentado muchas veces y siempre me estrello contra gente que dice una cosa pero actúa de otra y eso me saca de quicio. Tal vez por eso prefiero conservar mis amistades como están y no quiero hacer amigos nuevos porque, ¿para qué? Si no los voy a volver a ver nunca, no tiene sentido.

 Ya pasé, hace un tiempo, por esa etapa en la que los amigos parecen fundamentales. Y durante esa etapa casi no tuve amigos. Así que si sobreviví a eso con escasos recursos, era obvio que iba a sobrevivir unos pocos meses en la misma situación y más aún si no necesitaba de esas amistades. Prefería tomar un libro o ver películas o lo que fuera. Podía tomar cerveza cuando yo quisiera y si necesitaba desahogarme normalmente era de manera sexual, algo con lo que ellos no me podían ayudar.

 Para eso usaba algún desconocido que, a su vez, me usaba a mi. Así que ambos ganábamos o perdíamos. No sé exactamente cual y supongo que depende de cómo saliera todo. El amor es un concepto que solo algunas personas se pueden dar el lujo de pensar y de obtener y no es algo que esté allí todo el tiempo y que se pueda tomar con una mano. El amor es, en esencia, una fantasma que cambia de forma para cada persona que lo ve, si es que lo ve.

 Nunca he visto ese fantasma o al menos no creo que lo haya visto. Si lo he hecho fue en momentos en los que no me servía de nada. Y sí, el amor tiene que servir de algo o sino se muere mucho más rápidamente o, como creo yo que pasa siempre, es que en la mayoría de los casos es solo una mentira que alguien se dice con muchas ganas para no sentirse solo.


 Pero bueno, cada uno con sus cosas. Al fin y al cabo yo estoy aquí, desnudo en mi cama, tratando de calentarme y de tomar aliento para soportar otro día de ruidos interminables… ¡Ahí va otro golpe de esa maldita ventana!

martes, 19 de enero de 2016

Crecer

   Las cosas cambian en la vida, no todo puede quedarse exactamente igual, como si nada sucediera. Siendo jóvenes, todos pensamos que lo que vendrá después será mucho menos divertido, menos atractivo y ni un poco interesante. Algunos se lo toman a pecho entonces y deciden hacer todo lo posible para hacer sus juventudes memorables y así tener “algo que contar” cuando sean mayores y viejos, por allá a los cuarenta.

 Gloria, a quién no le gustaba mucho su nombre pues todo el mundo decía que era de señora mayor, estaba en ese momento de su vida, en la frontera entre la juventud y las responsabilidades. Había seguido estudiando después de terminar la carrera de cine, pues en ese ámbito ella creía que había que especializarse en algo o sino nunca destacaría en nada. Además, había estado buscando trabajo como loca por un tiempo y no había encontrado nada, así que no era mala idea seguir estudiando mientras salía algo.

 Por fin, a pocos meses de terminar su especialización, la llamaron de una productora y le dijeron que buscaban a alguien para que los ayuda en la producción de varios tipos de productos audiovisuales. Ella supo que, aunque sonaba como un cargo lleno de responsabilidades y trabajo, seguro no lo sería pues no le darían el mejor lugar a una novata. Pero igual fue a la entrevista y se llevó muy bien con el hombre que le hizo las preguntas. Ese hombre, que terminaría por contratarla, se llamaba Raúl y sería su jefe directo. Todo lo que hiciese, debía reportárselo a él.

 El trabajo era sencillo y, más que todo, de oficina. Debía redactar documentos, pasar cifras de un lado a otro, hacer presupuestos y cosas por el estilo. Raúl le dijo que, por el momento, no iba a ver mucho de rodajes o cosas así pero que eventualmente podría pasar que la necesitaran para visitar locaciones y negociarlas o con actores o cosas por el estilo.

 Ella estaba feliz y compartió la noticia de su nuevo trabajo con sus amigos. La verdad era que el plural parecía ser demasiado extenso para el caso porque eran solo dos sus amigos de la universidad, Laura y David. Fueron a tomar algo juntos y se dieron cuenta que ya no eran jovencitos, ya no eran los que habían sido cuando se habían conocido años atrás en la universidad. Cada uno estaba haciendo lo suyo con su vida, a su manera, y había crecido acorde. La verdad era que, por alguna razón, parecía una conversación triste pero no lo era.

 Decidió celebrarlo saliendo a bailar el siguiente viernes. Se dieron cita en un bar, desde donde saldrían a la discoteca que Laura había propuesto. Ella llegó con su novio, David solo y Gloria también. En el bar tomaron unas cervezas y hablaron de tonterías, chismes de la televisión y noticias recientes, nada muy elevado.

  A las dos horas estaban en la discoteca y Gloria se dio cuenta allí, de golpe, que la idea tal vez no había sido la mejor del mundo. La música estaba tan fuerte que era más ruido que música. Había mucho humo en la entrada, de toda la gente que salía a fumar y adentro casi no había lugar para moverse: si alguien bailaba como era debido era casi seguro que golpearía a varias personas sin habérselo propuesto.

 En el lugar se encontraron con un grupo de personas de la universidad. Los saludaron como mejor pudieron (gritando y sonriendo) y se unieron a ellos como por no hacerles el desplante de quedarse aparte. Era una de esas cosas que uno hace por no caerle mal a los demás, como si eso fuera lo peor que pudiese pasarle en la vida. A Gloria le venía mal porque tuvo que contarle a cada persona la razón por la que estaban festejando y tuvo que aguantar los falsos deseos de cada uno de ellos. Ninguno la conocía más que de vista entonces sabía que eran deseos infundados.

 Hacia las dos o tres de la mañana, la joven y sus amigos salieron por fin de la discoteca. Pero del otro grupo uno llamado José, que conocían mejor pues habían estudiado la carrera con
preguntó si quierían ir a a su na, cuando ya era menos peligroso moverse por la ciudad.
o grupo uno llamado Josuedarse aparte. él, les preguntó si querían ir a a su casa, que quedaba cerca, a tomar algunas más y allí esperar a la llegada de la mañana, cuando era menos peligroso moverse por la ciudad. A Gloria no le llamaba nada la atención irse a la casa de nadie, pero Laura y su novio le recordaron los robos y demás crímenes que habían tenido lugar en los días pasados. Era mejor cuidarse.

 La casa de José era tan cerca que caminaron. La mayoría de sus amigos fueron también. En el camino, Gloria llamó a su madre y le aviso que llegaría más tarde y que descansara tranquila. Cuando colgó, ya estaban entrando al edificio. El apartamento era típico de un hombre solo: todo por el piso, como esperando que algún fantasma se pusiera a recoger todo y ponerle en su lugar. La cocina se veía asquerosa, con platos acumulados y otros con comida a medio terminar.

 Se sentaron en dos sofás viejos y los amigos de el dueño de casa repartieron cervezas que habían comprado de camino al lugar. Gloria les dijo que no tenía dinero para pagarles y ellos le dijeron que no se preocupara. Entonces vio como empezaban a hablar de cosas que ella no entendía mucho y terminó por darse cuenta que hablaban de drogas, tema que ella nunca habían entendido bien pues alguna vez había fumado marihuana con Laura y David y le había parecido lo más aburrido del mundo.

 Sin hacerse esperar, empezó a aparecer la consabida droga y fueron pasándola como si se tratase de la piedra filosofal.

 Gloria la pasó y la verdad era que ya se arrepentía de haber venido. Tenía sueño, le dolía el cuerpo y prefería descansar para poder aprovechar el sábado. Pensaba organizar un poco su cuarto, invitar a su madre a comer algo sencillo y de pronto ver con ella una de las películas que tenía por ahí guardadas.

 Ni Laura, ni su novio ni David fumaron marihuana pero todos ellos vieron a los demás fumar y tomar y fumar y tomar por unas tres horas al menos. El tiempo parecía no querer avanzar y lo peor no era eso sino el nivel de la conversación del grupo de personas que tenían en frente. Hablaba cada uno de sus proezas con el alcohol y las drogas, qué, cómo, cuando y dónde habían consumido y que les había sucedido entonces. Por lo visto había algo que Gloria no entendía porque dichas anécdotas le resultaban de una estupidez extrema. Y no porque se pensara mejor que ellos sino porque en toda la noche no habían hablado de nada más interesante.

 Fue más tarde, cuando Gloria se sintió más visiblemente molesta, pues los hombres y las mujeres habían empezado a hablar por separado y mientras que las chicas hablaban de superficialidades de rigor, los hombres habían comenzado a hablar de chicas y la forma en que lo hacían daba asco. Gloria los escuchó, a José y un amigo de él, cuando fue al baño un momento y estuvo a punto de salir a golpearle en el estomago, pero se controló.

 Sin embargo, cuando el dueño de casa le dijo que era una “aburrida” por no fumar marihuana, Gloria solo le dirigió una mirada de asco, se levantó y se fue de allí. Casi corriendo, sus amigos la siguieron. Cuando la alcanzaron, ella ya estaba pidiendo un taxi por su celular. Mientras esperaban, ella les explicó que ya había pasado ese tiempo en que la gente deja que le digan lo que se les de la gana a la cara, en que todo hay que tragárselo por temor a que los demás crean que nos es alguien interesante, como ellos creen serlo.

 Durante el viaje a casa, que fue más bien rápido, los amigos no se hablaron entre sí. Cada uno pensaba en sus cosas, la pareja incluida. Después de dejar a Gloria dejarían a Laura y después los hombres llegarían a sus casas, algo más tarde. Más tarde ese día, Gloria supo que había madurado pues se dio cuenta que se había puesto de pie cuando jamás lo había hecho, había defendido su voz frente a los demás. Eso la hacía sentirse orgullosa de si misma, como si fuera nueva.

 Le hizo el desayuno a su madre y juntas hablaron toda la mañana de varios asuntos, desde el pan con el que comieron los huevos hasta la crisis de refugiados. Y el lunes siguiente pasó lo mismo con las personas del trabajo. No solo hablaron del trabajo sino también del cine y de sus gustos personales y aficiones, de sus familias y de cosas que parecían ser tontas pero que en verdad no lo eran.

 Así fueron todos los días en los que Gloria trabajó allí. Conoció mucha gente que valía la pena y que tenía algo que decir en el mundo. Si tenían miedo, no se les notaba pues hablaban de lo que hablaban con una seguridad inmensa y una calma ejemplar. A Gloria se le fue pegando algo de eso, fue aprendiendo a ser una persona más construida, mejor.


 Con sus amigos se veía seguido y habían decidido siempre hacer planes que siempre disfrutasen y no obligarse a nada. Además, y todos tenían responsabilidades y la verdad era que esa estabilidad, después de la inseguridad de la juventud, era bienvenida. Tenían cosas que decir, no se enorgullecían de estupideces que no significaban nada, tenían la fuerza para aprovechar la vida y golpear a los miedo en la cara, en vez de justificarse por cada paso que tomaban. Al fin de cuentas, habían crecido.

jueves, 27 de agosto de 2015

Clase de educación física

   No sé porque lo acabo de recordar pero en e colegio era pésimo en los deportes. Creo que lo sigo siendo, solo que ahora nadie me obliga a jugar fútbol para ganar una calificación. Era simplemente una tortura para mí tan solo tener que ponerme ropa para hacer ejercicio. Solo eso era suficiente para ponerme de mal humor todo el día y no querer hacer nada de nada. Las clases que precedían y seguían las de deporte eran las peores pues actuaban como una máscara para que no me pudiese dar cuenta de lo mucho que odiaba ese día, fuese miércoles jueves o incluso martes. Me encantó el año que la clase de deporte cayó el lunes. Primero, porque el lunes siempre ha sido un día deprimente así que no me sentía mal dos días a la semana y también porque cuando era puente festivo automáticamente no había clase de deporte.

 Para los otros, sobre todo para chicos con mucho más musculo que yo, era horrible que no pudieran combatir unos contra otros en un partido de lo que fuese o en la actividad que el profesor hubiese decidido para ese día. Normalmente eran dos horas de clase que se dividían en una hora para deportes en equipo y una hora en deporte individual. Lo primero siempre era basquetbol, fútbol o voleibol. Nunca había nada diferente a esos aunque el profesor trataba de variarlo pero siempre sin éxito. Eran ya tan malo con esos tres que no quisiera imaginarme si hubiese elegido beisbol o fútbol americano. Hubiera preferido nunca haber vuelto y con un permiso médico permanente podría ser posible.

 La hora de deporte individual siempre era la más extraña. Hacíamos gimnasia o atletismo y eso era algo que me ponía igual de mal que tener que evitar que una pelota me golpeara en el cuerpo. Correr no sé cuantas veces alrededor de las canchas de fútbol era simplemente avergonzante. No solo porque estaba haciendo algo que odiaba sino porque empezaba a ser consciente de la forma en que corría y, como la mayoría de los seres humanos, creo que mi manera de correr era muy graciosa. Era como si yo mismo le diera un arma a los demás para que me la clavaran en la espalda, así se sentía y tal vez así se veía también. Además no sabía respirar corriendo y eso complicaba aún más las cosas.

 Creo que lo menos horrible era la gimnasia. Lo hacía un poco menos mal y era normalmente fácil a menos que se le ocurriera al profesor traer las barras paralelas o alguna de esas malditas cosas. Estaban bien para los que parecían haber hecho ejercicio desde el vientre, pero para mi eran sumamente difíciles y me sentía como el niño más inútil en las Olimpiadas especiales. Lo peor era que sabía que en esas Olimpiadas seguro todos los concursantes eran mejores que yo y probablemente se quejaban mucho menos de todo. Yo solo hacía lo que podía y trataba de que esos días pasaran rápidamente para después olvidarlos rápidamente.

 Ya sé lo que piensan: me quejo mucho para algo tan tonto, verdad? Pues bueno, ese es un rasgo de personalidad que fue surgiendo poco a poco y se manifestó hasta los dos últimos años de la escuela. La verdad era que antes de eso prefería escabullirme a cualquier lado, sentirme miserable y simplemente no hablar de nada con nadie. Para mi la gente era demasiado que manejar y fue solo después que descubrí que todos son iguales de idiotas a mi. Y con eso quiero decir que todos sienten miedo y seguramente cuando yo me sentía vulnerable en el colegio también muchos otros se sentían de la misma manera. Cuando lo pensé años después, pensé que había sido una tristeza nunca haber sabido quienes eran esas personas.

 Esos años raros los pasé caminando por todas partes, conociendo los rincones del colegio y simplemente deseando que el tiempo pasara a toda velocidad. Quería no tener que seguir yendo a la escuela pero eso era algo que no iba a pasar. Y la clase de educación física era un constante recordatorio de que, por mucho que uno quiera, las cosas no cambian. Fue solo hasta el último año que por razones de calificaciones las cosas cambiaron un poco pero incluso ese año me salí de clase un par de veces porque no soportaba nada y no me soportaba a mi mismo en esa clase. Y eso que al final hacíamos yoga y cosas que parecían relajantes pero muchas veces no lo eran porque pedían cosas de mí que simplemente no estaban allí.

 En esos últimos años, ya conocía gente que odiaba tanto como yo el hecho de tener que ir a esa clase. Además, coincidíamos en algunos gustos y en clases entonces era natural que pasáramos el tiempo juntos. Lo que nunca me ha gustado mucho es estar en grupos grandes. Supongo que me pasa lo mismo que cuando jugaba fútbol o algo así. Simplemente no puede manejar tanta gente al mismo tiempo y no es que todos se interesen por mi o algo por el estilo sino que me siento presionado a más cuando estoy rodeado de personas. Antes era peor, pues tenía pequeños ataques de ansiedad y odio para todo el mundo pues detestaba sentirme así. Menos mal puedo controlar esos arranques ahora y si no me gusta algo lo mando a la mierda. Eso puede salvar vidas.

 Con aquellas personas que me juntaba, no puedo negarlo, lo pasé bien y me divertí en muchas ocasiones. Pero a pesar de todo seguía allí, en el colegio. Era el mismo sitio lúgubre y repetitivo de siempre. Algunas clases me gustaban porque sabía de que iban pero otras para mí eran un desastre pues sentía que no entendía nada por dos razones: porque no era lo suficientemente inteligente y porque simplemente sabía que nada de eso importaba. Descubriría luego en la vida que todo se trata de infligir miedo en la gente para que hagan las cosas de cierta manera y eso pasa en la educación: miedo con los exámenes, con los profesores y demás.

 Pero yo me aburrí de eso cuando lo descubrí y trato desde entonces de jugar según mis reglas y no según las de los demás. Al fin y al cabo, creo que es importante imponerse y decirle al mundo como uno piensa y lo que desea hacer y como. El mundo pocas veces pone suficiente atención como para negar nada así que es una solución bastante buena para aquellos en los que el miedo siempre está, por una razón o por otra. Yo supongo que hay personas que les gusta vivir así, asustadas, porque creen que así lograran más en la vida o que serán más productivos o algo por el estilo. Me parece un juego un poco peligroso pero creo que cada uno debe usar el camino que mejor le parezca y si hay personas que quieren sacrificar su salud mental por llegar a una meta que solo ellos se impusieron, pues bueno.

 Con las personas que hablaba en el colegio fui perdiendo poco a poco la comunicación y sé muy bien porqué fue. Crecimos y nos conocimos mejor y, al menos yo, me di cuenta de que era lo que me gustaba y que tipo de personas quería cerca. Y no era que no fuesen el tipo de personas que me interesan, porque eso sonaría mal y seguramente se sentirían ofendidas pero la verdad de las cosas es que el peso del colegio era algo que siempre vería en ellas y no quiero que mis prejuicios o malos recuerdos perjudiquen mi opinión de alguien. Simplemente ellas y yo no fuimos apartando y creo que es algo natural, los cambios de la vida que siempre suceden.

 Aclaro que en el colegio lo que de menos eran las clases, aunque había un par que hacía de mi vida un infierno. Era más el ambiente, como una capa densa y pesada que era difícil de quitarse de encima. Llena de personas que creían ser mejor de lo que eran o más de lo que eran cuando en verdad ellos eran lo mismo que yo: nada. O mejor dicho, un trabajo en progreso. Todavía me da rabia recordar esos tiempo así que trato, por mi salud mental, no hacerlo con frecuencia y solo para sacar cosas que me ayuden y no me mortifiquen. Porque también hubo mucho bueno: personas, experiencias y conocimientos que siempre tendré a la mano y que le debo al colegio. Eso lo tengo en cuenta y por eso esa relación es tan extraña.

 Después de graduarme, creo que volví al año siguiente por unos papeles y después nunca más. Ni siquiera pasé cerca y si lo hacía instintivamente miraba para otra parte. Recientemente caminaba cerca y no recordaba que allí estaba ese mismo viejo edificio, con esos mismos niños que creen que tienen el mundo a sus pies. Fue como encontrarse con un viejo enemigo, contra el que uno ya no tiene razones para discutir de nada. Solo lo miré por un momento y luego seguí con mi vida. Son recuerdos muy amargos y experiencias que pasaron dentro y fuera que no me dejan darle un cierre real a mi relación con el colegio. Por eso los aburro con este relato de mis experiencias.


 A veces pienso en la gente que conocí allí. Algunos sé que hacen y les deseo, de corazón, lo mejor. A otros no les deseo nada pues nunca me inspiraron nada. Se dijeron cosas a espaldas de la gente y otras de cara pero yo no guardo resentimiento por cosas de niños. Eso sí, no siento nada y no puedo alegrarme por nada que les pase a ninguna de esas personas. Para mi fueron solo actores de reparto en mi vida. Muchas veces extras sin dialogo que solo lanzaban miradas furtivas como fieras de la selva. Pero ahora todo eso ya no importa pues cada vida es única y la mía es esta. Todo eso ya fue y ahora espero lo que será, que espero brinde mucho más que todo mi pasado.

martes, 7 de abril de 2015

Visible

   Nunca tuvo problemas para aceptarse como era. El problema fue saber quién era y eso tomaría tiempo pero tiempo siempre hay, otra cosa es que lo malgastemos o no sepamos manejarlo adecuadamente. Desde relativamente joven supo que le gustaban otros hombres y eso jamás fue un punto de duda o preocupación, no más de lo normal ya que todos los jóvenes tienen problemas o preocupaciones a la hora de encontrar alguien con quien pasar el tiempo. Pero no era algo que él pensara mucho.

 El colegio… Bueno, el colegio era lo era, un lugar lleno de gente por todos lados y la insistencia de todos y todas a tenerle miedo a los exámenes. Siempre temidos y nunca entendidos, los exámenes siempre han sido el temor número uno de los estudiantes. Muchas veces, parecen ser decisivos para toda la vida cuando en verdad no lo son. Hay tanta presión en un colegio y sobre todo el mundo, que es casi imposible no ver como alguien se quiebra bajo la presión. Él conoció chicas que se embarazaban por tontas, no por nada más y chicos que hacían tantos deportes que cualquier ojo agudo hubiera dudado de su sexualidad. Pero no en el colegio, no en un lugar donde todos tienen en común ese susto inexplicable ante el futuro.

 No es eso triste? Siendo el colegio la única etapa de la vida donde no tenemos que tomar decisiones serias, el único momento en el que no tenemos responsabilidades, sería bueno que incentiváramos su aprovechamiento en vez de solo recurrir al miedo colectivo ante número y personalidades que en la vida futura no van a significar nada. Que si era una chica que había tenido varios novios o solo uno, que si era un chico que jugaba muchos deportes o se dedicaba por completo al colegio. Eso no importa, a la vida, al mundo, no le interesan esos detalles.

 Él era un chico promedio. Nunca se destacó por nada y tal vez eso fue lo que lo mantuvo a flote. Esa falta de reconocimiento, que puede ser catastrófica en una edad tan temprana, fue tal vez un arma de doble filo que lo mantuvo vivo pero sumido en la desesperación. Porque si algo anhelaba con ansias era el futuro. No sabía que habría allí para él pero seguramente sería mucho mejor que un lugar en el que no era nadie ni nada. Porque eso es lo que más duele en la vida de cualquier ser humano, sea un niño o sea adulto. El sentimiento de no ser importante en el gran esquema de las cosas, es uno que cobra bastante al intelecto y a la autoestima. Y todos sabemos lo grave que puede ser un bajonazo de autoestima.

 Los grandes exámenes, los que de verdad importaban, pasaron. Tanta preparación y tanta expectativa para darse cuenta que ese camino de los exámenes no era el suyo. Tampoco le fue mal ni muy bien, fue promedio, como siempre. Pero después de pasado el susto, se dio cuenta que había vencido el miedo a los exámenes y de ahí en adelante no tuvo miedo de que lo evaluaran o juzgaran. Puede que afecte un poco, siempre pasa, pero la importancia que se le da es mínima. Él se había dado cuenta que la vida tocaba vivirla para él mismo y no para los demás. Obviamente nadie vive solo en el mundo pero es esencial vivir en paz con uno mismo o sino no hay manera de avanzar o de hacer nada.

 Cuando entró a la universidad, por fin pudo sentir que podía ser él mismo. Antes ocultaba quien era, lo que le gustaba e incluso lo que sabía. Pero ya desde el último año del colegio dejó salir todo poco a poco y para el primer semestre de su carrera, fue casi una persona distinta. Ahora era más extrovertido, aunque todavía reservado y dedicaba su tiempo a aquellas cosas que de verdad le apasionaban. Ya no había matemáticas, ni física ni nada de esas cosas que siempre le dijeron que iban a ser útiles pero por las cuales ya no tendría que preocuparse. Eso había quedado en el pasado. Ahora había nuevas cosas, nuevas experiencias y nuevas ideas por explorar y vivir.

 Sí, el sexo empezó más o menos en esa época o antes. Fue algo más bien casual, que inició casi a propósito, como para quitarse eso de la mente y de su lista de cosas por hacer. Tanta gente piensa que ese debe ser un momento para recordar toda la vida o algo tan especial como si se tratase de un evento único en el mundo cuando la verdad es que es algo bastante rudimentario y básico. Es normal que cada quien quiera que se trate de un momento único pero es casi imposible que eso pase. El sexo, siendo algo físico, es un poco desastroso sobre todo si se trata de una persona que jamás lo ha vivido. Entre más se hace, más se perfecciona, como tocar un instrumento.

 Su primera vez fue rápida, placentera y bastante casual. Fue un novio de un par de meses, alguien menor que él pero con un cerebro bastante atractivo. Era lindo. Años después, eso era lo único que recordaba. Y la textura de sus labios. Es extraño pero hay cosas que jamás se olvidan, como olores o sabores o texturas. Y en este caso eran los labios de ese chico y su pelo alborotado. La cosas terminaron pronto porque no tenía como sostenerse por mucho tiempo. Al fin y al cabo, ambos estaban en esa etapa exploratoria, casi de investigación. Y nada en esa etapa dura mucho y ella puede durar muchos años.

 Después hubo otro par de novios de ese tipo, con ninguno tuvo relaciones sexuales, solo besos y abrazos y reconocimiento mutuo. Pero como se dijo antes, eran relaciones que no duraban porque no tenían como hacerlo. Además, algunas de esas personas vivían todavía en la sombra de sus propias vidas y eso era algo con lo que él no quería tener nada que ver. Se aceptaba a si mismo y estar con alguien que no lo hacía era contraproducente.

 Su primer y único novio era así: libre en todo el sentido de la palabra. Además, era un chico muy lindo, algo rubio y mayor. De pronto fue esa la combinación perfecta pero la relación funcionó y fue él mismo que le puso fin, por miedo y porque en ese momento no se sentía listo para algo tan serio. El otro chico no tuvo la culpa, de ninguna manera. Era una persona que sabía lo que quería pero estaba enredado en buscar el amor primero fuera de si mismo y luego dentro. Años después lo entendería y sería feliz por su lado.

 Mientras tanto, fue avanzando en la universidad y adquirió sus primeros verdaderos amigos. Eran mujeres y eso tenía una simple explicación: toda la vida se le había hecho difícil comunicarse y establecer puentes con otros hombres porque estos eran mucho más cerrados a todo, o eso parecía. Las mujeres, en cambio, eran mucho más divertidas y menos simples. Entre clase y clase iban las risas y las historias y la imaginación en común. Fue su mejor momento, sin duda. Compartir de verdad por primera vez y sentir que pertenecía a ese lugar y a ese momento. Obviamente, no lo supo en el momento pero no demoró en descubrirlo por si mismo.

 Salió entonces de la universidad y luego del país. En la universidad salió con otros chicos, tuvo sexo casual y fracasos de muchos tipos. Pero eso no importaba. Porque, por raro que parezca, el amor nunca fue una prioridad. En cambio la felicidad sí y he ahí el problema, la coyuntura. Como se puede ser feliz sin amor, se preguntarán muchos? Se puede, sin duda que se puede porque el amor no es uno así como la felicidad no es una. Hay de todo tipo de combinaciones y gracias a esas era que él sobrevivía. El amor en forma de amistad le daba ese empujón que no recibía del romance o la pasión y el amor de él hacia lo que hacía lo impulsaba también.

 Vivió solo y lejos por un tiempo y supo quien era en realidad. Descubrir el rostro verdadero debajo de la máscara que estamos obligados a llevar toda la vida es algo difícil y hasta traumático pero la tranquilidad que le sigue a semejante revelación es algo que muchas veces no se puede explicar. Además, aprendió a vivir por si mismo, a seguir buscando lo que le alegraba el día y la vida y seguir adelante.

 Ha habido tropiezos. Y quien no los tiene? Todavía tiene dolores del pasado porque aunque él aceptó quien era desde joven, no aceptó tan rápido otros aspectos de su persona como su físico, como su vida que siempre parecía ir más lenta que las demás. Ese sentimiento de que todo parecía pasarle a otros pero no a él, lo subyugó por mucho tiempo. Y ahí venían los tropiezos, las crisis que podían durar meses o tan solo unos segundos. Ese dolor que viene desde adentro y que nadie puede quitar sino uno mismo. Todavía lo tiene allí, plantado como si fuera un árbol inamovible, enorme y terrorífico.

 Puede que sea algo que jamás se pueda remover. Puede que sea una de esas cosas con las que hay que vivir y si así es pues que más da. Ya su cuerpo había recibido golpes de su propia mano. El odio, el desespero, la impaciencia, el simple dolor lo habían llevado a ello. Pero con la vista de sangre supo que había tocado un fondo al que nunca más quería volver y desde ahí se tomó las cosas con más calma, tratando de no volver nunca a la oscuridad de la que había salido pero que se empeñaba en halarlo y envolverlo en sombras. No llevaba una treintena pero sentía a veces ser una de las criaturas más viejas del mundo.


 Esa es una de las miles de millones de vidas que ha habido. No es única ni rara. Tampoco especial o rara. Pero es una de todas y, en un mundo tan extraño como el nuestro, debería ser algo cuando menos visible.