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lunes, 6 de marzo de 2017

Sangre tibia

   De pronto sentí la mano tibia y fue cuando me di cuenta de que estaba sobre un charco de sangre. Y entonces vi lo que había hecho y todo el color que tenía en mi rostro se fue de golpe. No podía gritar ni moverme. Era tan horrible, que no podía dejar de mirar y, al mismo tiempo, no podía mover la cabeza. Yo había hecho eso. No había manera de echar el tiempo para atrás ni de disculparme. Estábamos ya mucho más allá de todo eso. Cuando por fin pude moverme, me retiré con un sonido extraño  y las manos cubiertas de sangre oscura y espesa.

 Salí de esa habitación dando tumbos, golpeándome con la puerta y luego con muebles que había afuera. Me sentía mareado. Sentí ganas de vomitar pero me contuve justo a tiempo. No quería hacerle a nadie más fácil el hecho de encontrarme. Podía sonar tonto pero estaba al mismo tiempo muy consciente de lo que había ocurrido pero también aturdido y atontado. Como pude, llegué hasta la puerta de la casa, que seguía abierta, y salí a la entrada de la casa donde había dos vehículos.

 En uno de ellos había llegado yo, el otro era de él. Siento que me quedé mirándolos por un largo tiempo hasta que me decidí por el coche de él. Tuve que devolverme a la casa, a una mesita pequeña, donde siempre dejaba él las llaves del automóvil. Las apreté en mi mano y salí de nuevo de la casa corriendo, como sin querer ver nada de ese lugar nunca más. Entré en el vehículo con rapidez y tomé bastante aire antes de prenderlo y salir por la puerta automática.

 Minutos después, iba por la autopista sin un destino fijo. No iba a la ciudad, a casa, puesto que sería una estupidez ir hacia allá. Podía ser que ya supieran quién era por alguna razón y sería mejor no hacerle el trabajo demasiado fácil. Sabía que lo había hecho estaba mal pero no quería afrontar las consecuencias de manera tan rápida. Necesitaba un tiempo para poner las cosas en orden, saber qué era lo que quería hacer y como. Debía de asimilar la posibilidad de ir a la cárcel.

 Se hizo de noche pronto pero seguí hacia delante hasta que el automóvil se quedó sin gasolina. Tuve que detenerme en la gasolinera más solitaria en el mundo, donde solo había un dependiente con cara de aburrido que no pareció ver mi ropa manchada de sangre. Me había limpiado las manos dentro del auto antes de salir pero el trabajo no había sido muy bueno. Apenas pagué la gasolina, seguí mi camino hacia un lugar que no conocía y en el que no sabía lo que se supone que debía hacer.

 Me tuve que detener una vez más cuando tuve ganas de ir al baño. No tenía sueño ni nada por el estilo pero sí ganas de orinar. Me detuve en un restaurante de carretera, igual de solitario que la gasolinera. Me lavé como pude la sangre y quise quitarme la ropa manchada pero no había con que cambiarla. Debía ir a algún lado a comprar algo de ropa para estar limpio. Eventualmente, también debía detenerme en algún lado a descansar pues no sería buena idea conducir sin haber dormido.

 Creo que fueron dos horas más por la carretera, cubierta de oscuridad y de estrellas bien arriba. Hasta que por fin, encontré un lugar para pasar la noche. Era obvio que era uno de esos hoteles para camioneros, pero el punto era descansar un poco y poderme hablar, así no me pudiese cambiar de ropa. Me dieron la habitación más pequeña. Aproveché para ducharme y luego traté de dormir pero no podía cerrar los ojos. La imagen de su cuerpo tirado en el piso me acosaba.

 Solo dormí unas cuantas horas, durante las que me desperté en un sinfín de ocasiones, hasta que decidí arrancar para aprovechar el día. No tenía ni idea adonde iría pero el clima ya había cambiado pues me acercaba cada vez más al océano, donde no tendría más lugar para donde huir. Y no tenía pasaporte ni nada por el estilo si es que me daba en algún momento por salir huyendo del país, pero puede que eso fuera la idea más tonta del mundo pues siempre cogían así a la gente en las películas.

 Lastimosamente, no estaba en una película, era la realidad. Y en la realidad a la gente le importaba mucho si uno mataba o no a otro ser humano y las razones para hacerlo nunca eran una justificación para nada. Además, pensaba, nadie más debe saber las razones de nuestro enfrentamiento y de porqué de su gemelo desenlace. Eso es algo que me concierne a mi y al pobre que ya está muerto, a nadie más. En todo caso sería muy difícil de explicar y mi cabeza no estaba para eso.

 Entré a un pueblo pequeño y busque una tienda donde pudiese comprar ropa. Menos mal todavía llevaba mi billetera en el pantalón y tenía un solo documento de identidad que podría servirme de algo o, al revés, servir para saber donde estoy. Pero no quería preocuparme por eso, primero lo primero. Como ya sentía más calor, decidí comprar una bermuda, una camiseta como de playa y unas sandalias de color amarillo. Después de pagar, pedí permiso para cambiarme dentro de la tienda. Al salir, tiré la ropa manchada en un bote de basura grande.

 Seguí conduciendo por varias horas más hasta que las plantas que crecían a un lado y al otro de la carretera empezaron a cambiar de nuevo. Ahora había plantas de banano y palmeras de todos los tipos. Estaba en clima cálido y el mar estaba cada vez más cerca. Mientras me acercaba a él, quise tener un plan de lo que iba a hacer ahora en adelante, pero la verdad era que mi cerebro no podía concebir nada como eso. Incluso me pasó la idea de entregarme, pero eso era muy ridículo.

 Ellos debían encontrarme y punto, no iba a pensar nada más sobre eso. Debían de esforzarse y juntar las piezas del rompecabezas. El automóvil que había dejado en la casa de él no era mío pero no sería difícil conectar los puntos. Y al estar tan mareado al salir, puede que mis huellas hubiesen quedado por todo el lugar, lo que cerraría el caso en un abrir y cerrar de ojos. El punto era que no fuese todo tan fácil pues estaba seguro de no estar listo para la cárcel, no por el momento.

 Al llegar a un intercambiador, decidí seguir la costa hasta una ciudad de tamaño medio, famosa por su dedicación al turismo y al cuidado de un parque nacional que estaba muy cerca. Conduje por un par de horas más hasta que llegué a la ciudad. Lo primero era deshacerme del vehículo y luego tendría dinero suficiente para establecerme en algún sitio, comer y tratar de descansar para esperar por un nuevo día que podía ser igual de malo que el que estaba viviendo.

 Me quedé en un hotel unos tres días hasta que conseguí un empleo como guardabosques en el parque nacional. Ellos contrataban a cualquiera que estuviera dispuesto a hacerlo y proporcionaban una pequeña cabaña en la cual vivir. Desde el primero momento adentro, supe que eso era lo que debía hacer en este momento de mi vida. He arreglado la casita lo mejor posible, con pequeños detalles tontos que he comprado por ahí. El carro lo vendí al poco tiempo de mudarme y ese dinero ha sido de gran utilidad.

 No solo me ha servido para sobrevivir sino que vivo una vida bastante confortable al borde de la civilización, dando paso a eco turistas que quieren ir a tomar fotos de animales o solo quieren penetrar en un bosque cerca del mar, entre este y la montaña. A veces hago de guía.


 Pero lo principal es que sigo esperando. Sigo esperando con paciencia el día en que vengan por mi, me lean mis derechos y me digan cuales son los cargos de los que me acusan. Estoy esperando ser juzgado y condenado para siempre. Estoy queriendo verlo pronto.

viernes, 28 de octubre de 2016

Sangre como prueba

   El lugar estaba repleto de policías y de personal de varias entidades del gobierno. Era seguro que un apartamento tan pequeño, nunca había estado tan lleno de gente. Unos salían con bolsas, otros con papeles que acababan de llenar con la información que debían proveer. Los forenses eran los únicos que no habían salido desde el momento en el que habían entrado. El cuerpo que había en el lugar tenía que ser sacado de manera muy delicada pues se podrían comprometer pruebas si no se le daba el trato adecuado. Tenían que ser cuidadosos.

 Era el cuerpo de un hombre, de unos treinta años de edad. Estaba completamente desnudo aunque, alrededor de la cintura, tenía la marca del caucho de un bóxer, lo que quería decir que había tenido puesto uno no mucho antes de ser asesinado. Estaba en el centro de la sala de estar, estrellado contra una mesa de vidrio que se había roto en mil pedazos apenas el cuerpo había chocado con ella. Los pedazos habían volado a cada rincón del apartamento. El pobre hombre podía haber muerto por la pérdida de sangre o por el impacto, era difícil definirlo.

 Cuando habían llegado, ya todos los oficiales tenían los papeles del apartamento que ponían de propietario al hombre desnudo de la sala. Alguien había entrado en su casa y lo había asesinado con rabia. Era una escena horrible pues la alfombra blanca se había teñido de rojo y el olor a metal del hierro en la sangre era bastante fuerte. Uno de los ayudantes del equipo médico vomitó apenas entró al apartamento y tuvo que ser sacado al instante pues había comprometido la escena del crimen. No era fácil para gente nueva en el tema.

 La detective Martínez, en cambio, llevaba años trabajando en casos igual o mucho más violentos que ese. De hecho, este parecía un poco más fácil que otros pues parecía que habían robado algo y el propietario del lugar estaba muerto. Con solo atrapar a una persona, ya tendría resuelto el crimen. Era algo que no pasaba muy a menudo. Normalmente estos casos de asesinato tenían una y mil vueltas que a veces terminaban en lugares en los que nadie se hubiese esperado terminar. Así de difícil era la vida de un detective, contemplando a diario vidas que habían sido cortadas de tajo.

 La mujer caminó de nuevo hacia la habitación del apartamento y vio como los cajones y el armario habían sido casi destrozados, como por alguien que busca algo con desespero. La cama estaba destendida pero solo el cubrecama estaba en el suelo. No había rastro de sabanas por ningún lado. La detective corrió a la lavadora que había en la cocina y encontró que estaba encendida y las sábanas adentro todavía no habían secado por completo. Es decir, que alguien había puesto a lavarlas hacía relativamente poco y podía apostar que no había sido el dueño del lugar.

 Envió las sábanas al laboratorio y las hizo revisar. El agua caliente seguramente había destruido cualquier evidencia pero no se perdía nada con intentar. Mientras se llevaban la ropa de cama, la mujer volvió a la habitación y empezó a revisar cada rincón con mucho cuidado. Encontró varios pelos que guardó en una bolsita de plástico. Cuando los vio contra la luz de la mañana, se dio cuenta de algo que seguramente le diría una revisión a profundidad: no era el cabello del hombre de la sala. El de la bolsa estaba teñido de azul y el del hombre era completamente castaño.

También envió los cabellos al laboratorio y les dijo que lo hicieran rápido porque había cosas que no estaban claras respecto a todo lo que tenía que ver con ese apartamento. Lamentablemente, no había persona de seguridad en el edificio así que no había a quien preguntarle nada y como era una de esas viejas estructuras rehabilitadas del centro de la ciudad, no tenía cámaras de vigilancia todavía, solo en los niveles de parqueo y el hombre muerto no tenía ningún vehículo a su nombre. Había muy pocas maneras de resolver el misterio.

 Después de terminar con varias fotos del cuerpo y de cada una de las evidencias potenciales, los oficiales se llevaron todo en bolsas y los forenses, con el mayor cuidado posible, pusieron el cuerpo en una bolsa y se lo llevaron para revisión exhaustiva. La mujer detective se quedó un rato más, mirando por todos lados. El espejo roto del baño ya lo había visto y habían tomado la sangre que había en el suelo Probablemente el invasor había empujado la cabeza del hombre muerto contra el espejo, rompiéndolo y seguramente causándole alguna fractura.

 De resto no había mucho que ver. No habían fotos enmarcadas ni nada por el estilo. Justo cuando iba de salida, un oficial le informó a la detective que se había encontrado un portátil estrellado contra el suelo en la parte trasera del edificio. Era de suponer que quien hubiese entrado al apartamento, lo hubiese tirado por una ventana, la del baño que era la que daba para ese lado. Al preguntar si habían encontrado un celular, el oficial negó con la cabeza. Era muy inusual que alguien de la edad de la victima no tuviese un teléfono consigo.

 La mujer salió del edificio y tiró los guantes en el asiento del copiloto de la patrulla que manejaba. Se dirigió a la estación a hacer algo de papeleo y luego se encaminó a su casa, donde su marido y su hija estaban a punto de dormir. Había veces que no los veía tanto como quisiera. Persiguió a su pequeña por el cuarto, jugando un poco antes de acostarse a dormir. Cuando la estaba metiendo en la cama le vibró el celular pero no lo miró hasta que su hija estuviese dormida.

 Al parecer habían encontrado algunos pelos en las sabanas de la lavadora y eran de la misma persona que poseía los pelos que estaban en la habitación, Lo interesante, es que esa persona no era el dueño del apartamento. Martínez se disculpó con su marido y él la besó y la abrazó antes de irse. Le pidió que se cuidara y que le contase todo cuando pudiera. Sabía que eso la ayudaba a mantenerse cuerda con semejante trabajo. En cuestión de minutos estuvo en los laboratorios de la policía, donde también habían determinado que el hombre sí había muerto por desangramiento.

 Sin embargo, se habían encontrado en su cuerpo varios rastros de golpes, incluso costillas rotas. Alguien lo había golpeado y lo había lanzado contra la mesa, matándolo lentamente. La mujer suponía que tal vez el hombre había peleado con su atacante y por eso no estaba vestido. Su ropa interior habían sido encontrada en las sábanas y parecía que había estado manchada pero lo poco que quedaba no era suficiente para identificar nada. El asesino había sido cuidadoso de no dejar rastro. O casi porque en las sabanas si encontraron sangre.

 Pero al revisar con los aparatos, se dieron cuenta que no era la sangre del muerto sino de alguien más. Tal vez era del asesino. Pero cuando la trataron de contrastar con la base de datos de los servicios de salud, salió que era propiedad de un joven que no parecía tener la fuerza para luchar contra la victima. Además, según la revisión que habían hecho, la sangre estaba mezclada con algo más. Era semen lo que había en las sábanas con las manchas rojas y que la lavadora no había limpiado a fondo. Lo que tenían, sin embargo, había sido deteriorado por el agua y el detergente.

 Martínez reconstruyó lo que parecían ser los hechos: la victima había estado con alguien en su cama y lo había hecho sangrar. Pero eso no explicaba su muerte. Fue entonces cuando los forenses definieron que la muerte de la victima había ocurrido hacía unas quince horas. Por los ajustes de la lavadora y la humedad de las sabanas, saltaba a la vista que la victima ya estaba muerta cuando la ropa de cama fue manchada de semen y de sangre. Lo oído por los testigos lo comprobaba pues habían escuchado gritos y el estallar del portátil contra el suelo, algo más tarde.


 En ese computador encontraron fotos que aclararon un poco la investigación: el hombre muerto tenía muchas fotos de carácter romántico con el joven que habían encontrado por información del sistema de salud. Al parecer tenían una relación de hace meses. Pero si no había sido el occiso el que había tenido relaciones con el otro joven, ¿entonces quien había sido? Martínez suspiró y se dio cuenta de que estaba no solo contemplando un caso de asesinato sino, seguramente, también uno de violación.

lunes, 22 de febrero de 2016

La momia

   Nadie se dio cuenta de lo que había pasado hasta que el techo de uno de los apartamentos colapsó y el agua salió por todos lados. Además el piso nueve del edificio era un pantano y ya alguien se había quejado de que había agua bajando por las escaleras pero nadie había hecho mucho caso. Lo normal en esos casos es que el dueño del apartamento solo venga cuando es una emergencia y no cuando parecen inventos de los inquilinos. El caso es que desde ese día el edificio entero tuvo que ser puesto en cuarentena pues el agua acumulada había dañado gravemente muchas de las conexiones eléctricas y las mismas tuberías.

 Cuando los bomberos llegaron para evacua a la gente, los vecinos se sorprendieron cuando salieron del edificio con una camilla y lo que parecía un ser humano debajo de una bolsa de las que usan en la morgue. Pero el problema era que solo la habían puesto encima. Entonces cuando uno de los bomberos dio  un mal paso en el último escalón de las escaleras de la salida, el plástico negro se corrió y todo el mundo gritó, le taparon los ojos a los niños, alguna señora exagerada se desmayó e incluso algunos muy ágiles tomaron fotos que luego resultaron en Internet.

 El cuerpo en sí no era lo que había asustado a la gente. Al fin y al cabo que la gente se moría todo los días y, siendo verano, no era inusual oír casos de adultos mayores muertos por insolación o por mal manejo de los aires acondicionados. Eso era normal. Pero este cuerpo no había muerto por eso o al menos no lo parecía. Ese cuerpo estaba momificado y la policía no supo explicarse porqué. Al parecer lo habían encontrado en la salita donde tenía la televisión y allí mismo había muerto. Su muerte y la inundación debían estar conectados pero nadie tenía explicaciones detalladas todavía.

 La momia fue llevada a la policía y allí la analizaron día y noche y pronto, por los contratos y demás, se supo que la persona que estaba momificada en la morgue de la policía no era un inquilino del edificio. En un giro repentino de la historia, se pudo verificar que nadie vivía en ese apartamento hacía muchos meses. Se suponía que estaba ofreciéndolo en alquiler pero la inmobiliaria confesó que habían dejado de mostrarlo por diversos factores, casi todos relacionados con la falta de varios arreglos necesarios para ofrecer la mejor calidad de vida.

 Lo primero que concluyeron los medios fue que el personaje momificado era un ilegal que se había metido a la casa, aprovechando que estaba vacante, y por alguna mala fortuna había muerto allí, tal vez mirando televisión o tal vez preparándose un baño. Algunos incluso iban más lejos y alegaban que quien fuera ese hombre, porque habían concluido que lo era, había querido perjudicar a la gente del edificio enviado por alguien más. Una pelea de vecinos era la razón para esa teoría.

 Mientras tanto el edificio seguía en mantenimiento profundo pues la cantidad de agua que se había acumulado en el baño del noveno piso había descendido al colapsar el suelo y había recorrido toda la estructura hasta la entrada misma del lugar. No había apartamento que no estuviese, al menos en parte, perjudicado por la inundación. Y las zonas comunes también habían quedado vueltas al revés. Un reportaje de la televisión entró al lugar para revisar el estado de todo y solo habiendo pasado unos días, el lugar parecía abandonado desde hace años. La escalera principal solo podía ser utilizada hasta el segundo piso, pues el resto o ya había colapsado o estaba en riesgo de hacerlo.

 Otro escándalo emergió cuando el propietario del edificio confesó que no tenía como pagar los daños causados al edificio. Explicó en televisión que no había tantos inquilinos y las rentas no eran altas, por lo que con lo que la gente pagaba si acaso hubiese podido pagar la recuperación de las redes de servicios pero no arreglar los pisos o las escaleras, ni siquiera los muros que ahora se estaban desmoronando pedazo por pedazo. Los inquilinos se quejaron y denunciaron al dueño, calificándolo de tantos nombre que era difícil seguirles la pista con tanto calificativo que usaban. El caso era que no confiaban en él y exigieron a la policía otra investigación.

 Esos eran otros con problemas. No habían avanzado mucho con lo de la momia y la gente del barrio se estaba quejando por el edificio, pues no solo la humedad se sentía con fuerza en los alrededores, sino que temían que l estructura se viniese abajo en cualquier momento y pudiera haber algún herido por culpa de la negligencia de los servicios de la ciudad. El pobre jefe de policía iba de un lado a otro, entrevistándose con los vecinos, luego con los inquilinos del hotel y finalmente con varios inmigrantes de toda la ciudad que sospechaban sabían algo del muerto, pero eso era una pantalla de humo pues la verdad era que no tenían ni idea de cómo avanzar.

 La clave llegó en forma de una mujer. Era una chica de unos veintinueve años, alta y bonita pero no muy arreglada. Temblaba un poco, por nervios tal vez o por costumbre, y al hablar tenía un marcado acento del este de Europa. Se le vio primero por el barrio preguntando por el hombre de una foto que tenía ella en el bolsillo. La mostraba y preguntaba si alguien lo había visto, si alguien sabía algo de él. Pero la gente no estaba de humor para ello y la mayoría negaba con la cabeza sin siquiera ver la imagen. Cuando fue denunciada a la policía por algún vecino exagerado, confesó que su hermano era el de la foto y que no lo veía hace mucho tiempo. La policía averiguó rápidamente que la mujer había sido ilegal hasta hace unos meses y que en efecto tenía un hermano pero en su país.

 Ella no quiso explicar nada con detalle. Solo les dijo que su hermano había sido contratado por una de las mafias para sacar unos documentos de un apartamento. Le explicaron que eso era robo y ella los miró con pánico y dijo que lo sabía pero que su hermano nunca le explicó nada y había sido solo hasta hacía poco que uno de los hombres que lo habían contratado se le había acercado para decirle en que barrio encontrarlo. Y por eso había estado preguntando y molestando a la gente en ese barrio en concreto, porque quería saber de su hermano y si la mafia lo había matado o qué había pasado con él.

 Los médicos forenses, con ayuda de registros dentales importados del extranjero con ayuda de la mujer, pudieron anunciar que la momia era en efecto el joven ilegal. La mujer se desmayó cuando supo que su hermano era ahora un momia y explicó que eso en su cultura era significado de un embrujo o una maldición. Empezó a hablar en un idioma que nadie entendió y colapsó en la morgue, con los médicos asustados y los policías ya hartos de un caso tan extraño.

 Explicar la momificación resultó sencillo pues era algo que ya había pasado en otros lugares. La combinación de la temperatura del aire, de la habitación como tal y la forma en la que estaba el cuerpo, todo ayudaba a que el pobre hombre se hubiese momificado. La humedad proveniente del cuarto también era un factor importante. Se pudo averiguar que el cuerpo había estado allí por lo menos un par de meses y que la habitación inundada lo había estado casi por el mismo periodo de tiempo. Es decir, que los vecinos pudieron haberse dado cuenta a tiempo pero nadie dijo nada.

 La muerte como tal del pobre chico era algo más difícil de explicar. Se buscaron orificios de bala pero no había ninguno, tampoco huecos por puñaladas consecutivas ni marcas de laceraciones por ningún otro objeto. El cuerpo estaba perfecto excepto por el hecho de estar muerto y momificado. Puede que hubiese tenido alguna complicación respiratoria o tal vez una alergia grave contra algún tipo de producto. O tal vez fue el corazón el que falló. Todos los resultaron eran poco concluyentes porque la hermana dijo que no permitía que abrieran el cuerpo pues necesitaba enterrarlo y que descansara en paz.

 Viendo que no se iba a concluir nada sin una autopsia, la policía se rindió y entregó el cuerpo a la hermana. Ella lo enterró, luego de hacer un rezo y una especie de ritual con un sacerdote de confianza, y anunció a la prensa, siempre ávida de más detalles, que su hermano descansaba en paz y que el cuerpo dejaría pronto de ser una momia para convertirse en lo que todo los cuerpos debían convertirse eventualmente: polvo.


 Nadie nunca supo entonces la razón de la muerte del joven, que había sido por un simple piquete de avispa ni tampoco sabían que los papeles más incriminatorios de la historia de la ciudad habían sido destruidos al él mismo ponerlos en la bañera y abrir los grifos tanto de la misma bañera como del lavamanos. Se había quedado para aprovechar la televisión y allí había muerto, sin cerrar las llaves y sin escuchar el sonido de un cuarto de baño,  diseñado para también ser refugio antibombas hacía muchos años, llenándose más y más de agua.

sábado, 25 de abril de 2015

Secreto de oficio

   Cuando me di cuenta, ya era muy tarde. Ella ya estaba ahí, perfecta y dedicada, como siempre lo había sido. Yo estaba goteando agua, estaba sucio de pies a cabeza y más de uno en el hospital me estaba mirando para que me fuera. Y eso fue precisamente lo que hice. Nadie me quiso ayudar en ese momento, solo me echaron colectivamente, como si no quisieran arruinar el hermoso momento que estaba ocurriendo en una de las muchas habitaciones del hospital: un hombre herido y apenas consciente siendo visitado por su prometida, que lucía impecable pero triste y desconsolada. Debo decir, que me alegro verla así, vulnerable, al menos una vez.

 Cuando llegué a casa, me quité toda la ropa, la puse en la lavadora y me hice un sopa instantánea. Necesitaba de algo que me diera calor después de una noche como esta. Prendí el televisor tratando de distraerme pero lo único que hacía el aparato era parlotear, hablar incoherencias que solo me llenaban el cerebro de ruido. No quería eso. Quería pensar en lo sucedido y, por supuesto, pensar en él.

 Terminé de comer, apagué el televisor y decidí irme a acostar. Daniela, mi mejor amiga, me había estado llamando toda la noche por lo que decidí apagar el celular antes de acostarme. Me llevó un buen tiempo conciliar el sueño y la lluvia afuera, que normalmente me ayudaba a dormir más tranquilo, no estaba sirviendo de nada. Miraba hacia la cortina y me preguntaba que estaría haciendo él, si estaría sufriendo, si tenía dolor. Pero pensar en eso solo me hacía sentir peor de lo que ya me sentía. No sé como me pude quedar dormido y así, al menos por unas horas, no tuve que pensar más en lo sucedido.

 Al otro día tenía que ir al trabajo. No ir hubiese sido peor. Daniela vino hasta la casa para llevarme, cosa que yo no quería pero no tenía sentido decirle que no. En el camino a la agencia, nadie dijo nada. Ella me miraba casa cierto tiempo, como queriendo preguntar algo, pero yo no le iba a decir nada, ningún detalle de lo ocurrido. Para qué? Las cosas era mejor dejarlas como estaban y no ponerse a remover el fango debajo de las aguas tranquilas.

 Cuando llegamos yo me fui a mi oficina y ella a la suya pero el mismísimo jefe se me atravesó en uno de los pasillos y me exigió seguirlo hasta su oficina. Obviamente tuve que hacerlo porque no le podía decir que no y tampoco tenía ganas de pelear con nadie. Como no había querido quedarme en casa, tenía que afrontar todo lo que pasara en el día. El jefe me pidió sentarme, se sentó frente a mí y me pidió que le contara lo sucedido. Por un momento dudé. Nunca me han gustado las sesiones donde alguien tiene ventaja sobre alguien más y claramente esta era una de esas veces. Pero no tenía opción así que empecé a contarle todo.

 Alejandro y yo nos conocíamos desde que él entró en la agencia, hacía unos dos años. Al comienzo, no nos habíamos llevado bien, al punto de que habíamos pedido, cada uno por nuestro lado, que nunca nos pusieran como pareja para ningún tipo de tarea. Yo no lo soportaba: era prepotente y creía saber todo de todo nada más por su experiencia con la policía. Yo llevaba más tiempo que él trabajando y sabía más de lo que hacíamos aquí que era inteligencia y no perseguir a la gente como si fuéramos perros.

 El caso era que no nos podíamos ni ver y menos aún cuando venía su adorada novia, que hoy en día era su prometida. Era una mujer de esas perfectas, que parece salida de una película de los años cincuenta. No puedo decir que confío en alguien así. Quien, en sus veintes, se comporta como una ama de casa dedicada? En estos tiempos eso me parece, por lo menos, muy sospechoso. Al menos pude notar, alguna vez, que el desagrado mutuo entre Alejandro y yo había sido comunicado a la mujer porque me miraba como si fuera un gusano cada vez que venía y yo simplemente no reconocía su presencia.

 El caso fue que, con él tiempo y por situaciones que nadie podía haber prevenido, tuvimos que trabajar juntos. El número de agentes que podía desplegar la agencia había disminuido después de varias muertes y secuestros. Había sido una época difícil y todos hicimos concesiones. Una de las que hice yo fue precisamente trabajar con gente con la que no me llevaba bien y debo decir que me arrepiento de todo lo que pensé de ellos hasta ese momento.

 Con Alejandro fue difícil al principio pero encontramos terreno en común: a ambos nos fascinaba la ciencia ficción y lo descubrimos mientras vigilábamos a un narcotraficante prominente. Hablábamos de Ellen Ripley mientras recargábamos nuestras armas o de las lunas de Naboo mientras acelerábamos por una autopista europea. Nos hicimos amigos pronto y nos pedimos perdón mutuamente. Pude notar, estando ya más cerca, que ese cambio no había sido bien recibido por su novia pero la verdad eso no me importaba. Afortunadamente yo no trabajaba con ella.

 Pronto la agencia se dio cuenta de que juntarnos en el campo era una buena idea ya que éramos altamente efectivos. Viajamos un poco por todos lados juntos y nos hicimos grandes amigos. Pero hubo momentos extraños, momentos en los que, por lo menos yo, sentía algo diferente. La verdad era que jamás había tenido ningún tipo de relación con nadie, más allá de lo amistoso o fraternal. Pero me di cuenta que estaba sintiendo algo distinto por Alejandro y simplemente decidí no reconocerlo y seguir como siempre.

 Lo malo de esta decisión fue que me di cuenta pronto de que no podía estar cerca cuando la novia venía. Por alguna razón que en ese momento no entendía, me daba rabia verla a ella, con sus vestiditos perfectos y esa sonrisa falsa. Me daban ganas de empujar o golpearla. Si, quise golpear a una mujer por física rabia. Pero obviamente nunca hice nada de eso. Solo me alejaba y después seguía hablando con Alejandro, cuando estuviese sin ella.

 Me di cuenta de que me estaba enamorando de él cuando empezamos a vernos más fuera del trabajo, en especial cuando ella estaba ocupada y él quería ver alguna película o hacer algo interesante. Incluso dormía en mi casa y eso me volvía loco, tenerlo tan cerca pero sin siquiera entender que era lo que estaba sucediendo en mi cabeza.

 Así fue durante varios meses, casi un año, hasta que nos enviaron juntos a Japón. El trabajo era sencillo pero hubo un tiroteo e nos hirieron a ambos. Pudimos salir del sitio pero no podíamos ir a ningún hospital ni nada por el estilo. Debíamos mantener la cabeza baja, como siempre, así que yo mismo curé sus heridas y él las mías. Afortunadamente, nada había quedado dentro. Sabíamos un poco de enfermería, por el entrenamiento así que no fue difícil curarnos. Tuvimos que retirarnos a una zona segura, en el campo, hasta que nos pudieran extraer y fue ahí donde finalmente pasó.

 Creo que estábamos comiendo y sonreíamos mucho. Recuerdo que su sonrisa hacía desaparecer el dolor de las heridas pero cuando recordaba como eran las cosas en realidad, me dolía el triple. Él se dio cuenta y me preguntó que me pasaba y yo le mentí, diciendo que las heridas me molestaban bastante. Sin explicación, él se me acercó y me revisó cada herida, subiendo mi camiseta sin decir nada antes. Entonces, teniendo su cuerpo tan cerca, sentí ese impulso. Fue, tal cual, un impulso hacia delante que me hizo darle un beso en una mejilla. Nadie dijo nada más en varios minutos. Había una tensión enorme, incluso más que en el tiroteo.

 Entonces el se me acercó y me besó y entonces perdí todo control. Su cuerpo en mis manos se sentía como lo mejor del mundo y sus besos me curaban de todas las heridas, pasadas, presentes o futuras. Fueron muchos besos y mucho tacto hasta que él se detuvo y se quedó como pensando. Yo no pregunté nada pero, sin embargo, él me respondió. Me dijo que quería a su novia pero que sentía algo por mí que no podía explicar. Me contó que nunca había besado a otro hombre en su vida y que sentía que yo le gustaba más allá de eso.

 Esa noche solo nos seguimos besando y por muchas otras noches y días, mantuvimos una relación de amantes. Suena tórrido y extraño pero así fue. Nos veíamos en mi casa y, aunque me sentía culpable a veces, nunca le dijo que no quería seguir con ello porque hacerlo había sido mentir y, en esa ocasión, no quería hacerlo.

 Una de esas noches que no nos habíamos visto había sido el día anterior. Tenía que vigilar a unas personas y después iría a mi casa. Pero nunca llegó y yo lo rastree con facilidad. Lo habían descubierto y casi lo matan en un terreno baldío, mientras llovía. Pero llegué a tiempo y maté a tiros a dos personas antes de liberarlo de unas cuerdas y darme cuenta que lo habían torturado con choques eléctricos y cigarrillos. Fue así que lo llevé al  hospital y lo demás ya se sabía.


 El director asintió. Parecía que todo mi relato había sido demasiado para él . Pero eso cambio en un segundo cuando se puso de pie y se acercó a mi. Me dio un apretón de manos y me agradeció por salvar a otro agente. Dijo que tenía trabajo y entendí que pedía que me fuera, cosa que hice. Ya en mi oficina, Daniela me había dejado un chocolate con una nota que decía “Tranquilo”. Ella lo sabía todo. Y por eso había encendido mi celular. No sé cuando lo había tomado de mi ropa pero en la pantalla había un mensaje. Era de Alejandro y decía: “Te necesito”.