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jueves, 22 de septiembre de 2016

Esa casa en el barrio

   La casa crujió y tembló hasta que todos los ocupantes salieron corriendo hacia el patio delantero, se montaron en el coche y pisaron el acelerador a fondo para no tener que volver nunca jamás a semejante lugar de locos. La casa dejó de comportarse de manera extraña casi al instante y fue solo hasta el día siguiente, cuando los vecinos se dieron cuenta que los Jiménez no emitían un solo sonido, que se dieron cuenta que el lugar estaba abandonado. No era la primera vez que sucedía pues la casa solía estar desocupada y la mayoría de vecinos ya se habían acostumbrado a que era la casa embrujada de la calle, la casa que sus hijos debían evitar y aquella que siempre traería problemas para el barrio.

 Era un inmueble hermoso, pintado de un color amarillo cremoso y con un porche alrededor de toda la casa donde los hipotéticos moradores podrían disfrutar de alguna bebida fría en el verano o adornar con dedicación en la época de Navidad. No había vidrios rotos ni madera astillada. Tampoco había problemas en las tuberías, algo que solía para con frecuencia en casas viejas. Por dentro la cosa era la misma: todo impecable y cuidado con un esmero tal que parecía que la casa había estado habitada todo el tiempo desde su construcción cuando la verdad era lo exactamente opuesto. Mucha gente había vivido en el lugar pero, con el tiempo,  la casa decidía echar a los inquilinos sin razón aparente y al menos eso era lo que parecía suceder cada vez.

 Los últimos inquilinos sin duda habían sido pésimos vecinos: ponían su música a todo volumen y eran muy desconsiderados con el buen aspecto del barrio. No parecían ser personas muy decentes y casi nadie los saludaba excepto cuando era casi obligatorio hacerlo.  Por dentro mantenían la casa casi constantemente en un estado de caos con ropa y objetos por todas partes, restos de comida y una cocina que parecía un chiquero para los cerdos. Eran un grupo de personas que no apreciaban en los más mínimo el lugar donde habían terminado viviendo. Por eso a nadie le sorprendió cuando la casa los sacó corriendo un buen día en el que no se lo esperaban.

 Todos los objetos de la familia y su ropa, todo lo que no habían podido llevarse al correr, fue sacado días después por la inmobiliaria que les había alquilado la casa. Lo sacaron todo en cajas y fue un gran evento para todos los vecinos pues pudieron ver como un grupo de gente pagada sacaba todo y la casa no parecía molesta para nada. De hecho fue en un bonito día soleado en el que se pudo sacar todos los objetos de los últimos arrendatarios. La casa volvió a tener entonces algo de esa magia especial alrededor y pareció brillar para todos los vecinos a pesar de que era un punto negro dentro de su comunidad pues una casa imposible de alquiler no era algo que atrajera gente, menos si se decía que estaba embrujada.

 Con frecuencia venían grupos tras grupos de creyentes en un montón de ciencias falsas buscando por respuestas a preguntas que la gente normalmente ni se hacía. Nunca se quedaban por más de una semana y siempre venían con varios equipos para registrar sus descubrimientos, lo que era gracioso porque había que creer mucho en tontería para pensar que todo eso tenía un trasfondo real.

 A los vecinos ya les resultaba normal ir y venir y ver los enormes equipos que tenían las personas que revisaban la casa. Al parecer buscaban fantasmas o algún tipo de entidad espectral a la que se le pudiese atribuir lo hermosa que estaba siempre la casa y las expulsiones de inquilinos que se daban con cierta frecuencia. Siempre venían por fantasmas y terminaban en alguna emisora local hablando de sus creencias locas y de cómo estaban seguros que la comunidad tenían un bomba espectral al lado.

 Pero esa bomba jamás explotó. Si es que no se cuentan las expulsiones que habían pasado antes, vale la pena decir que no había razón alguna para creer que algo raro estaba ocurriendo allí. De hecho, todos los que habían salido corriendo jamás hablaban de ellos años después. Uno podría esperar que alguien sacara un libro o al menos se aprovechara comercialmente todo lo que pasaba con la casa, pero no pasaba nada de eso y la casa seguía tan bien erguida como siempre.

 No es raro pensar que posiblemente no hubiese nada malo con la casa, que en verdad ni hubiese ningún espíritu extraño ni nada por el estilo y que todo estuviese siempre en la mente de las personas. A veces los miedos irracionales se traducen en acciones un poco extrañas como salir corriendo de la casa en la mitad de la noche y no volver jamás. Lo único que no iba mucho con eso es que la casa solía temblar y eso no sabía nadie explicarlo muy bien.

 Los vecinos eran los menos interesados en resolver el misterio pues para ellos la casa ya hacía parte del barrio. No era lo mejor para el valor de sus hogares pues una casa maldita siempre baja el precio de las demás alrededor, pero en este caso el precio no bajaba casi pues la casa no era la típica ruina asociada con algún evento fuera de explicación, sino que se trataba de una casa con todo puesto pero con un problema de dejar vivir a las personas.

 Hubo algunos que quisieron adquirir la casa para poder usarla con fines comerciales pero eso jamás funcionó porque la casa echaba a todos los que venían a ver que podían cortar para dividir las habitaciones como en locales o algo por el estilo. La casa sabía lo que ocurría y simplemente no decidía hacer nada.

 Con el tiempo, el gobierno local convenció a la inmobiliaria que lo mejor para la comunidad y para la casa es que nadie volviera a vivir allí nunca jamás. Y eso fue lo que sucedió: el derecho sobre ese lote de tierra pasó a ser de la ciudad y con ese hecho la casa y sus jardines se convirtieron en un parque. La casa en sí está fuera de los limites para todo el mundo pues se quieren evitar accidentes peligrosos o momentos incomodos que puedan afectar aún más la calidad de vida de los vecinos.

 El parque fue muy bien recibido por todos y los niños adoraban jugar por el césped con frecuencia. Eso sí, la casa siguió siendo tan rara como siempre pues muchas veces los niños veían personas que desaparecían al instante o las ventas y puertas dentro de la casa daban golpazos fuertes de un momento a otro, como tratando de asustar a todo los asistentes al parque. Era como si la casa supiera que debía hacerse ver de vez en cuando.

 Era algo que los vecinos habían aspirado y, aunque los niños se habían asustado con justa razón durante las primera semanas, pronto se le s enseño que era algo normal y que no debían asustarse por algo que en ese lugar era lo más común del mundo. Eso sí, la mayoría de padres les inculcó a sus hijos que siempre tenían que tenerle respeto a la casa y al pasado que ellos nunca conocerían pues sabiendo ese pasado era la forma para poder aprender correctamente.

 Fue así que la casa maldita, embrujada o simplemente rara.se convirtió en un lugar muy especial para los habitantes del barrio. Con el tiempo ya nadie tuvo miedo y todas las visiones y los sonidos se volvieron muy rutinarios. La gente empezó a crecer con ello y fue tanta la normalización que los grupos de personas que creían que todo tenía que ver con fantasmas o algo así dejaron de venir porque ya no era divertido para ellos revisar una casa en un lugar donde a nadie le deba miedo nada.

 Nadie nunca supo porqué la casa había hecho todas esas cosas en el pasado. Nunca se supo porqué un lugar de residencia tenía un temperamento tan particular. Eso permaneció como un misterio absoluto para todos en la ciudad. Pero lo que no quedó como secreto fue la capacidad de lo bueno para hacer de todo algo mejor, mejores lugares y mucho más honestos.


 Hoy en día la casa sigue en el mismo sitio, con los mismos ruidos de siempre y sigue siendo parte de un parque que se ha ido extendiendo lentamente. La casa, sin embargo, sigue siendo su absoluto centro. La gente del lugar lo ignora todo y los turistas van a vivir una experiencia especial. Pero a la casa le da igual todo eso mientras que nadie entre y se sienta demasiado como en casa.

viernes, 22 de enero de 2016

Para la eternidad

   La última parte de la casa que consumió el fuego fue el ático. Aquel lugar mágico que durante tanto tiempo había sido el refugio del artista y sus modelos. Porque no fue uno sino muchos pero el último fue el más importante, sin duda. Las llamas avanzaron lentamente, consumiendo casi con placer cada una de las pinturas terminadas que se encontraba enrollada en algún lado o enmarcada y contra la pared, sin nunca haber intentado siquiera ser colgada como debería serlo una obra de arte.

 De pronto era porque estas imágenes eran de carácter privado y solo habían sido exhibidas una vez y con esa vez había sido suficiente para ellas y para su artista. Él ya no existía y su modelo estaba lejos. Cuando se enteró del incendio, solo sintió y siguió con su vida porque no había nada más que hacer. Lo que habían vivido en ese lugar era algo de ellos, algo que no quería compartir con nadie más así que simplemente se alejó.

 La verdad es que solo una de las pinturas sobrevivió intacta. Por alguna razón el artista había sido muy cuidadoso con esa pieza en particular y la había guardado en uno de esos tubos que sirven para guardar planos de arquitectura y demás obras de gran tamaño. El tubo no estaba hecho de cartón ni de nada parecido, así que para cuando el incendio fue apagado por los bomberos, todavía resistía el calor abrasador de las llamas. Fue, de hecho, uno de los investigadores de la policía el que sacó el tubo de entre las cenizas y contempló la pintura. Fue la primera vez que alguien lo hizo, después de muchos años.

 Al policía le encantó la imagen: era un hombre completamente desnudo en lo que parecía una pose de gran felicidad, tenía los brazos en el aire y una sonrisa enorme en la cara. El estilo era bastante particular, no fiel a la realidad pero lo suficiente como para sonreír al mismo tiempo que se veía la sonrisa en la cara del modelo.

El policía no sabía nada de arte pero sabía que le gustaba mucho la obra y quiso quedársela pero eso no pasaría a menos que alguien reclamara las posesiones de la casa, cosa que parecía que no iba a pasar pues pronto pasaron los días, un par de semanas, y nadie aparecía para decir nada del lugar. Lo único que el policía hizo en ese tiempo fue llevar la imagen a un experto en arte y preguntarle si conocía la obra o al menos el estilo.

 El critico dijo que estaba fascinado con la técnica y ese extraño sentimiento que daba la pintura pero lamentablemente no sabía quién era el artista. Revisó cada milímetro de la pintura y encontró, en la parte trasera, un código que normalmente se usaba para clasificar obras en galerías así que lo más posible es que había sido expuesta en algún lado. Encontrar al artista era posible.

 El detective era un hombre casado hacía poco y con poca experiencia en el mundo policial. Por ser “el nuevo” lo alejaban de los grandes casos como eran los que tenían que ver con secuestros u homicidios o cualquier cosa que pudiera ser un verdadero reto para un detective. Así que la mayoría de las veces se dedicada a hacer el papeleo de los demás o a casos que para él no significaban un avance significativo en su carrera como la pérdida de una mascota o de algún bolso en una estación de metro.

 El caso de la incendio y de la pintura misteriosa era suyo porque a nadie le interesaban los incendios en que solo se quemaban las cosas y no moría nadie. Así que no había ni un solo interesado en quitarle el control de la investigación. Se puso entonces a buscar en internet el código que había detrás de la pintura, además de investigar quién era el dueño de la casa, aunque eso había probado ser un callejón sin salida pues era una empresa la dueña y no una persona.

 La empresa se llama Daisy y lo que hacía era exportar flores a todo el mundo. El gerente general ni siquiera sabía que la empresa poseía esa propiedad e incluso dudó que fuera cierto, tal vez un error en los archivos de la policía. Esto el detective se lo tomó mal pues habiendo estado sumergido por tanto tiempo en los bajos fondos de la policía, sabía que eso de los errores no pasaba tan seguido como la gente creía. Pasaba más que los archivos estuviesen incompletos, eso era ya otra cosa.

 Acto seguido, se dirigió a la dueña de la empresa. Vivía en una casa de campo y fue allí que encontró la primera pista. La mujer tenía unos setenta años pero se encontraba muy bien de salud y de hecho le pidió al detective que no la demorara pues tenía una fiesta de beneficencia a la que debía llegar y no podía dejar de ir. Al mencionar la casa, el detective se dio cuenta que había despertaba un recuerdo en la mujer, pues su apuro se desvaneció y se tuvo que sentar. Uno de sus empleados le trajo un vaso de agua y el detective tuvo que esperar hasta que la mujer hubo tomado mejor color.

 Resultaba que esa era la casa donde ella había crecido. El barrio donde estaban ahora las ruinas era uno de los más tradicionales de la ciudad y en su época había sido el centro de la vida de élite pero ahora era un barrio de estudiantes y artistas. A ella le cayó muy mal el hecho de saber que su casa de infancia ya no existía y no entendió nada de la pintura o del artista. Le aseguró al detective que no sabía nada de nadie que viviese allí pues ella recurría a una agencia inmobiliaria para que manejara sus bienes raíces. De hecho, ella ni recordaba que la casa seguía bajo su posesión. El detective la dejó entonces, todavía afectada por la noticia.

 Se dirigió entonces a la agencia inmobiliaria y allí fue casi imposible recibir una respuesta directa. Primero porque todo el mundo parecía inmerso en sus asuntos, en su trabajo y en todo lo que tenía que ver con lo que hacían allí. Incluso parecía que ni habían visto que el detective estaba allí de pie, como una lámpara. Cuando por fin detuvo a alguien para preguntar lo que necesitaba preguntar, le dijeron que esa información era confidencial. Él mismo tuvo que llamar a la dueña de la casa para aprobar que abrieran el archivo pero no sirvió de mucho: el lugar parecía estar subarrendado pues la persona que en teoría vivía allí era otra mujer mayor que ahora estaba en un hogar para gente mayor.

 Frustrado, el policía solo tenía a su esposa para explicarle lo mucho que quería solucionar todo eso. Sentía que la sonrisa del hombre era como la de la Mona Lisa, guardando un gran misterio que quién sabe si sería posible conocer alguna vez. Ella lo consolaba y le dijo que de pronto el fuego había consumido todo menos ese cuadro precisamente para perpetuar esa imagen tan poderosa que nadie nunca podría descifrar. Pero entonces el detective tuvo una idea. Besó a su mujer y le dijo que volvería en un rato.

 Cuando llegó al edificio donde trabajaba, no se dirigió a su oficina sino al archivo, donde se guardaban todos los objetos que encontraban en las escenas de los muchos crímenes que había en la ciudad. Pidió la llave de siempre y se dirigió a una caja donde estaba el tubo pero también otros objetos. Su mujer le había hecho caer en cuenta que el tubo no había sido el único sobreviviente del incendio. Había objetos pequeños que también habían sido recogidos por la limpieza de la escena, nada muy importante. Lo revisó todo con cuidado pero no encontraba lo que quería hasta que dio con un celular quemado.

 Pidió herramientas para sacar de él una memoria que no estaba dañada y allí encontró unas cien imágenes. La mayoría eran de sitios, de paisajes y demás. Pero había una en la que un hombre devolvía la mirada. No era el del cuadro pero era, tal vez, otro misterio resuelto. Era el artista, con manchas de pintura y sus pinceles, sentado en un taburete y sonriendo.

 Al día siguiente, por fin pudo el detective determinar que el nombre del artista era Jonás Hegel. Parecía un nombre extranjero pero no lo era. Era sobrino de la mujer que debía vivir en la incendiada, ella misma terminó recordando que lo dejó vivir con ella y que a veces invitaba a sus modelos para pintar en el ático. Pero recordaba también que al final era solo uno y por eso decidió irse, pues sabía que Jonás se había enamorado y pensaba que necesitaría todo el lugar para formar una familia. Lamentablemente, eso nunca pasó. Jonás murió después de esa exposición de arte, que había sido su primera y la única.


 Del modelo nunca se supo nada. La vieja mujer no recordaba su nombre y por mucho que el detective revisó fotos, archivos y demás, no pudo encontrar ni su imagen ni su nombre por ningún lado. Era como si la vida no quisiera que se supiera nunca quién había sido. Lo único que quedaba de él era esa pintura, ese cuerpo danzarín y esa sonrisa que duraría para toda la eternidad.