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lunes, 20 de marzo de 2017

Casa de baños

   Apenas entró al recinto, sintió algo de nervios. Era la primera vez que entraba a un lugar como ese y no quería hacer algo incorrecto o atraer mucho la atención hacia si mismo. Por un momento, creyó que aquello iba a ser imposible pero, al recordar que todo el mundo se paseaba igual de desnudo en una casa de baño, dejó de sentirse tan especial y único y recordó que no todo se trataba de él. Al fin y al cabo era una tradición ancestral en el Japón, una parte de sus vidas.

 Estaba desde hacía una semana en el país y, aunque la razón de su viaje habían sido los negocios, ahora había entrado en esa parte de las negociaciones en la que una de las partes decide si siguen o si se retiran. Eran los japoneses quienes debían de analizar su propuesta y habían acordado darse mutuamente una semana entera para las decisiones. Volver a casa hubieses sido un desperdicio, sobre todo sabiendo que todo estaba a su favor. Por eso Nicolás se quedó en Japón, a esperar.

 No dudaba que sus negocios iban a salir a pedir de boca pero esperar no era uno de sus grandes atributos. Jamás había podido estarse quieto más de unos minutos y por eso había decidido explorar la ciudad y visitar los puntos de interés. Incluso se había sometido al karma de hacer compras, cosa que nunca hacía pero sabía que nadie en su familia le perdonaría volver sin ningún tipo de recuerdo de su viaje. Ahora ya tenía media maleta llena de cosas para todos ellos.

 La casa de baños, sin embargo, había sido consejo de la joven recepcionista de hotel donde él se estaba quedando. El jueves ya casi no tenía nada que hacer y la mujer le aconsejó visitar uno de esos lugares, pues le explicó la tradición que dictaba que era óptimo tener una higiene perfecta. Además, era bien sabido que los hombres de negocios japoneses eran personas que vivían muy cansadas y el baño era precisamente la mejor manera de relajarse durante la semana para poder seguir como si nada.

 Sin pensarlo mucho, Nicolás buscó el baño que tuviese mejores comentarios en sitios de internet  para turistas extranjeros. Cuando supo como llegar al lugar, subió a un tren y cuando menos se dio cuenta ya estaba en la puerta. Hubo un momento en el que quiso retirarse pero no lo hizo. Los nudos que tenía en la espalda le dolieron en el momento preciso, como gritando en agonía para recordarle al cuerpo que no solo el cerebro se cansaba sino también todo lo demás. Así que dio un paso hacia delante y penetró el bien iluminado recibidir del baño.

 No era un sauna, a la manera europea, y tampoco era una turco, como en oriente. Era un lugar algo distinto, con todas las paredes decoradas con pinturas monumentales, de vistas panorámicas y detalles tradicionales. Por estar mirándolas, casi no le pone atención al cobrador: un anciano que estaba sentado detrás de mostrador, apenas visible tras el grueso vidrio que lo ocultaba, con cientos de calcomanías que seguramente correspondían a servicios y  reglas del lugar.

 Como en todas partes en el país, Nicolás se comunicó por medio de señas y un par de palabras que había aprendido. Quiso hacer más por sí mismo antes de irse de viaje, pero su mente jamás había sido la mejor para aprender nuevos idiomas. En eso eran mejores sus hermanos, más jóvenes. Él en cambio había sufrido durante las clases de inglés en el colegio. Se le había grabado algo en la cabeza, suficiente para poder usarlo ahora de adulto, pero sabía muy bien que su acento era fatal.

 Después de pagar la tarifa, le fueron entregadas dos toallas: una grande y una pequeña. La pequeña, según entendió, podía ser usada dentro de los baños como tal. Pero la grande no, esa era solo para secarse una vez afuera. Dentro del lugar no estaba permitido estar cubierto, al parecer una regla ancestral para evitar altercados graves en recintos como ese. Tal vez era algo que tuviese que ver con los samurái o algo por el estilo. El caso es que estar desnudo era la regla.

 Se fue quitando la ropa poco a poco, hasta que se fijó que los otros hombres que entraban, que eran pocos, se quitaban todo con rapidez y seguían a los baños casi con afán de poder meterse en el agua caliente. En cambio él estaba haciéndolo todo lo más lento posible, como por miedo o vergüenza. Cuando ya solo le quedaba la ropa interior encima, se quedó sentado allí como un tonto, sin hacer y decir nada. Entonces entró un grupo de hombres y se dio cuenta que era la hora pico del lugar.

 Ya estaba allí, había pagado y si no se apuraba no habría lugar para él. Se quitó el calzoncillo, lo guardó en un casillero con todo lo demás y siguió a la siguiente habitación, donde había duchas y asientos de plástico. Había que lavarse antes de entrar a los baños como tal. Había jabones y el agua estaba perfecta. Aprovechó mientras no los hombres venían para bañarse rápidamente pero el jabón se le cayó varias veces y, para cuando terminó, ellos ya habían entrado y hablaban unos con otros como si estuvieran en la mitad de un bar o algo por el estilo.

 Al salir de las duchas, por fin llegó a la zona de los baños. Era un sector con techo, como todo el resto, pero parecía estar a la merced de los elementos. Era un efecto genial pues se podía ver el cielo exterior pero era claro que se trataba de un techo de cristal perfectamente hecho. Quedó tan fascinado con esto y con el aspecto general de la zona de baño, que dejó de taparse sus partes intimas y se dedicó a buscar un lugar ideal para sumergirse por un buen rato. Lo encontró con facilidad.

Entró al agua y se recostó contra lo que parecía una gran piedra, pero era sin duda algo hecho por el hombre. Cerca había una pequeña cascada de agua hirviendo, lo que hacía del lugar elegido un punto ideal para cerrar los ojos, estirar brazos y piernas y relajar el cuerpo como en ningún otro lado era posible. Nadie se quedaba dormido, o no parecía ser el caso, pero el nivel de relajación era increíble. Además, los vapores y el olor del lugar ayudaban a crear una atmosfera muy especial.

 Cuando cerró los ojos, Nicolás por fin dejó de pensar en su pudor y en la razón de su viaje. Empezó a analizar todo lo que había visto pero en la calle, en los sitios turísticos a los que había ido. Había quedado fascinado con muchas cosas pero con ninguna de manera consciente. Ahora sonreía como tonto pensando en los niños que jugaban en el tempo y como la luces de la ciudad parecían contar una historia vistas desde arriba, desde la parte más alta de una gigantesca antena de televisión.

 Los nudos se fueron deshaciendo y, con la toallita húmeda en la cara, todo lo que le preocupaba en la vida parecía haberse ido flotando a otra parte, lejos de él. De esa manera pudo darse cuenta de que lo que necesitaba en la vida era un poco más de tiempo para sí mismo. Había tenido la gran fortuna de ser exitoso, primero como parte de un equipo y ahora como parte de su propia empresa. Y jamás había tomado un descanso tan largo como esa semana en Japón, ni si quiera fines de semana.

 Todos los días trabajaba y en los momentos en los que no lo hacía pensaba acerca del trabajo y tenía ideas a propósito de ello y todo lo que existía en su vida giraba entorno a su negocio y en como hacer que cada día fuese mejor. Por eso era un hombre exitoso.


 Pero también era triste, apagado y aburrido. No sabía mucho del mundo y ni se diga de cómo divertirse. Tal vez lo peor del caso es que no sabía bien quien era él mismo. En ese baño, fue la primera vez en mucho tiempo que se sentaba a conversar con una parte de si mismo que no veía hacía muchos años.

viernes, 24 de febrero de 2017

Una de esas playas

   Dar el primer paso era lo más difícil de hacer. De ahí en adelante se podía asumir que todo sería mucho más simple, más relajado. El lugar no estaba lleno ni mucho menos, al fin y al cabo que era temprano y la gran mayoría de bañistas estaban todavía en sus casas, preparándose para salir a la playa o todavía algo tomados de la noche anterior. El domingo era el día en que todo el mundo se ponía el traje de baño y se dirigía a las hermosas playas cercanas a la ciudad.

 Yo tomé el tren porque era la única opción. No tenía automóvil y así lo hubiese tenido, creo que no sería muy inteligente salir a manejar después de una noche como esa. Casi nunca salía de fiesta pero como era nuevo en la ciudad decidí hacer algo distinto y no me arrepentía. La había pasado muy bien, incluso había conocido gente y habíamos quedado de buscarnos en la playa al día siguiente. Yo pensaba primero tantear el terreno antes de decidir buscarlos, porque era mi primera vez allí.

 Caminé despacio de la estación hasta la playa, sin poner mucho cuidado en las calles o la gente, más bien pensando en lo que estaba haciendo y en si no sería un paso demasiado lejos. Pero de todas manera seguí caminando como si nada. De pronto me encontré con una tienda y me di cuenta que, al salir con prisa de la casa, no había pensado en llevar nada de comer. La idea era esperar hasta la tarde para almorzar, así que debía aguantar comiendo alguna tontería antes en la playa.

 En la tienda di vueltas por los cuatro pasillos que había buscando galletas o algo así. Compré unas que parecían tener buen sabor y luego me fijé en una nevera en la que estaban alineadas varias ensaladas. También cogí una de esas y finalmente me dirigí adonde estaban las bebidas para escoger algo. Me decidí por un simple jugo de naranja en botella, pues cualquier otra cosa parecía alterar mi estomago, que no estaba precisamente calmado después de tanto alcohol.

 Pagué mis cosas y salí de nuevo hacia la playa, consultando mi celular para saber si iba por el buen camino. Al cabo de unos cinco minutos, no fue necesario saber si iba por el lugar correcto pues llegué a la rambla de la pequeña ciudad y vi la playa extenderse por varios kilómetros al lado de ella. La cosa ahora era caminar un buen tramo, pues la playa que yo buscaba no era ninguna de esas que estaba al lado de la ciudad. Era una un poco más allá, más alejada. Cuando terminó la calle, tuve que tomar un sendero entre las rocas y entonces me di cuenta que no había marcha atrás.

 Fue un momento después de pensar en lo cerca que estaba que pude ver desde arriba la playa que estaba buscando. No era ni grande ni pequeña, del tamaño justo se podría decir. El sol no estaba demasiado fuerte tampoco y mientras caminaba pude ver que había lugar hacia la mitad del terreno. Por un momento olvidé el tipo de lugar que era y casi dejo escapar una risa cuando un hombre pasó por en frente mío completamente desnudo. Tuve que taparme la boca y acelerar el paso.

 Así es, era mi primera vez en una playa nudista. Seguí caminando como si nada pero tengo que confesar que miraba a todos los que estaban allí tomando el sol, hablando o nadando en el mar. Es algo muy curioso eso de ver a la gente haciendo algo tan libre como eso, no es una cosa que se vea todos los días. Cuando llegué al punto que quería, me quité la mochila de la espalda y la dejé caer en la arena. Me senté a su lado y me quedé allí como perplejo, mirando ahora solo al mar.

 Estaba tan fascinado por el color del agua que no me di cuenta que alguien estaba de pie a mi lado. Cuando lo voltee a mirar, me quedé con la boca abierta. Era un hombre que, desde el suelo, se veía como una estatua griega clásica. Su cuerpo era casi como si estuviese tallado, desde sus piernas hasta su cara. Tardé en darme cuenta que no estaba completamente desnudo sino que llevaba uno de esos salvavidas alargados en la espalda. Era el encargado de la playa. Me puse de pie de golpe.

 Me saludo de mano y me preguntó si era mi primera vez allí. Lo hizo con una sonrisa que casi me hace quedarme callado de nuevo pero decidí concentrarme para no hacer más cara de idiota. Le contesté que era así, que acababa de llegar. El tipo asintió, miró al mar y de pronto me miró directo a los ojos. Tenía unos ojos muy claros y penetrantes, por lo que me sentí como si me estuviera viendo el alma, más que el cuerpo. Algo que me dijo que tuve que pedirle que repitiera.

 Lo que me dijo era que estaba prohibido tener ropa puesta en la playa. Solo se podía poner gente ropa al momento de salir y como yo acababa de llegar tenía que hacer exactamente lo opuesto. De repente dejé de mirarlo como lo estaba mirando y me di cuenta de que había llegado la hora de hacer lo que sabía que tenía que hacer. Asentí y le dije que entendía pero él no se movió. Me seguía mirando. Pasó un minuto o tal vez menos, pero se sintió como una eternidad, hasta que por fin el salvavidas se retiró y me dejó “solo” para hacer lo que tenía que hacer.

 Por el lado de que alguien me viera, era ridículo pensarlo: estaba rodeado de personas por todos lados. Lo bueno fue que pude darme cuenta que a ninguno parecía interesarle verme a mi, estaban demasiado ocupados divirtiéndose entre ellos o tomando el solo o haciendo cualquier otra cosa. Como en otras ocasiones en mi vida, había sobreestimado la cantidad de atención que me podrían prestar. Al fin y al cabo que para ellos yo era solo uno más en esa playa, en un día de todo el año.

Así que sin pensarlo mucho, me quité los zapatos deportivos que tenía puestos y luego las medias. A estas últimas las metí en los zapatos después de sacudirlos para quitarles la arena y los guardé en mi mochila. Después le tocó a mi camiseta, que doblé rápidamente y metí en la mochila también. Solo me quedaba quitarme el traje de baño, que me había puesto en mi casa sin razón aparente pues sabía que iba a un lugar donde los trajes de baño no tenían mucho sentido.

 Me puse de pie y lo hice sin miramientos. Cuando estuvo la bermuda en mi tobillos, la tomé y la doblé de manera impecable y la metí en la mochila. De ella saqué entonces mi toalla y mi celular, mi arma infalible para fingir que estaba leyendo algo o haciendo algo que no fuera ponerle atención a otros bañistas. También servía para no concentrarme en mi propia desnudez pública, cosa que, me di cuenta al instante, no me molestaba para nada. Es más, me sentía cómodo.

 Me puse a leer un articulo de verdad en el celular y cuando estaba muy concentrado sentí de nuevo la presencia de alguien cerca de mí. Voltee a mirar y me di cuenta que era uno de los amigos que había hecho la noche anterior. Era italiano y tenía los ojos igual de brillantes que el salvavidas. Nos saludamos de mano. Me dijo que acababa de llegar y que podía ser que sus amigos no vinieran pues estaban muy cansados. Empezamos a hablar de todo un poco, de lo que no hablamos la noche anterior.

 Pasadas las horas tuve que ponerme bloqueador solar pues los rayos del sol parecían potentes. Nos ayudamos mutuamente en esta labor con mi nuevo amigo. Sí, era algo un poco extraño pero la verdad no más que la vida común y corriente.


 Más tarde nadamos un poco e incluso jugamos cartas. Perdí casi todas las veces pero fue divertido. Cuando fue hora de irnos, decidimos ir a comer algo juntos. Mientras nos poníamos la ropa, sin embargo, me dijo algo que no esperaba: “Me gusta tu cuerpo”. Mi cara estuvo roja todo el resto del día.

lunes, 20 de febrero de 2017

Temprano en el parque

   Salir a trotar tan temprano era para Víctor un privilegio. A él no le disgustaba para nada tener que levantarse antes de las cinco de la madrugada para salir. Se ponía los zapatos deportivos especiales que había comprado con tanta emoción, los pantalones térmicos que había pedido por internet y una como camiseta de manga larga que parecía más hecha para bucear que para trotar. A veces lo acompañaba su perro Bruno, si es que este no se resistía a salir por el frío que con frecuencia hacía por las mañanas.

 Ese lunes, Bruno tenía ganas de hacer sus necesidades así que tuvo que salir con Víctor a dar la vuelta de la mañana. Normalmente era un recorrido amplio que duraba una hora y media, tras la cual regresaba a casa bastante sudado y cansado, listo para ayudar a preparar a Luisa para la escuela y luego darse un largo baño caliente para descansar los huesos. Era su rutina y le había tomado un cariño extraño, tal vez porque hacer lo mismo seguido crea cierto sentido de seguridad.

 Bruno a veces corría por delante de Víctor, otras veces se quedaba oliendo cosas y se demoraba en alcanzarlo. Esa mañana el perro iba detrás pero recortaba la distancia de forma rápida y eficiente. Cuando llegaron al parque, Víctor aminoró un poco la marcha porque sabía que era el punto favorito para Bruno. Solo tendría que esperar un momento a que hiciera lo suyo. Tenía una bolsita plástica lista y sabía bien del cesto de la basura que había saliendo del parque, ideal para tirar la bolsita.

 Sin embargo, Bruno no se puso a lo suyo de inmediato. Corrió hacia un montículo y cruzó al otro lado, atraído por algo. No era inusual que hiciera cosas así. Víctor esperó a que volviera o diera alguna señal de que había hecho lo suyo. Pero Bruno no hizo ningún ruido. Estaba el parque en silencio y el frío parecía apretar más y más. Víctor llamó a Bruno pero este no respondió. De nuevo y nada. El dueño empezó a preocuparse por su perro, pues ahora sí pasaba algo muy extraño.

 Bruno por fin aulló. Víctor se hubiese sentido aliviado si no fuese por el hecho de que el ladrido parecía melancólico, como si algo malo le hubiese pasado al pobre perro. Víctor corrió a su búsqueda y lo encontró pasando una fila de árboles que daban una bonita sombra. En efecto el perro había hecho lo suyo y Víctor se disponía a recoger lo hecho. Pero cuando sacó la bolsita de su bolsillo, se dio cuenta de que no solo estaban allí Bruno y él, sino que había alguien más en el lugar. Se quedó de piedra mirando lo que tenía enfrente y no era la mierda de perro.

 Era un hombre. Un hombre tirado en el suelo, cabeza abajo, algo ladeada hacia el lado opuesto a Víctor. Por alguna razón, agradeció que así fuese. El perro caminó con suavidad detrás de Víctor: era evidente que estaba temblando y que no había respondido a los llamados de su amo por puro miedo. El cadáver, había que decirlo, estaba completamente desnudo. No había rastro alrededor de sus pantalones, su ropa interior o su camisa, ni siquiera una billetera o un cinturón. Solo él, ya gris.

 Víctor no llevaba su celular a trotar. Le estorbaba en el pantalón al moverse. Trató de no mirar más el cadáver y pensó en donde estaría el lugar más cercano para llamar a la policía. El parque estaba rodeado de edificios de apartamentos así que podría ir al más cercano, pedirle el teléfono al vigilante de turno y llamar. Caminó más allá del muerto y Bruno lo siguió, caminando sobre pasto seco y ramitas que se quebraban con caminar sobre ellas. Trataba de no pensar en esa piel y su aspecto.

 Llegó pronto al borde del parque. Cruzó una calle y llegó a un edificio de seis pisos. Subió unas cortas escaleras y sin dudarlo tocó el timbre. Sonó adentro como si se cayera algo y luego una voz diciendo alguna cosa. Después no hubo más ruido hasta que oyó una voz algo ronca por el intercomunicador. Era el vigilante. Víctor le pidió el teléfono para llamar a la policía. El tipo pareció dudar pues no respondió y de pronto colgó. No se escuchó más adentro del edificio.

 Víctor miró a Bruno, que se había sentado de nuevo tras él y gemía con suavidad, de una manera apenas audible. Temblaba suavemente y era obvio que quería volver a casa. Víctor esperó pero nadie salió así que decidió intentar en el siguiente edificio. Allí nadie le habló por un aparato sino que salió a ver quien era con sus propios ojos. Era un hombre mayor y le explicó lo que sucedía. El señor lo miró de arriba abajo y luego se metió para salir un minuto después con un teléfono inalámbrico.

 Minutos después, Víctor cruzaba la calle de vuelta al punto donde Bruno había hecho lo suyo. La policía le había indicado que debía quedarse junto al cuerpo y que lo interrogarían en el lugar. Él hizo lo que le dijeron y caminó despacio hacia el sitio indicado. El problema fue que no se dio cuenta de que caminando en ese sentido vería el rostro del muerto. Y así fue. Vio sus ojos abiertos, su boca seca y abierta y su piel tan blanca como la luna. Fue una visión de miedo. Entendió porqué Bruno temblaba tanto: él también había visto esa expresión de la muerte.

 La policía no demoró mucho. Vinieron con una ambulancia y personal que revisó el cuerpo de forma rápida y acordonó la parte del parque donde se encontraban. Uno de los policías tomó a Víctor del brazo y lo llevó aparte para hacerle preguntas. Fueron varias preguntas obvias: “¿Como lo encontró?” y cosas por el estilo. Le pidió al final sus datos y le dijo que podía irse a casa pero que seguramente debía ir a la estación ese mismo día para dar más declaraciones. Apenas asintió.

 Se iba a ir pero recordó que había dejado la mierda de su perro en el suelo. Todavía tenía la bolsita en el bolsillo y estuvo tentado a sacarla pero las ganas de salir de allí eran más grandes. Cuando se decidió, el equipo forense volteó el cuerpo del muerto y hubo una visión horrible y una reacción aún peor: el hombre tenía cortado el cuello y ese hoyo estaba ya lleno de gusanos y otras criaturas que habían comenzado el proceso de descomposición. Víctor casi sale corriendo.

 En el camino a casa no trotó, solo caminó lo más rápido que pudo. El ejercicio podía esperarse a otro día. Bruno iba al mismo ritmo que su amo, ni más lento ni más rápido. Parecía también querer llegar a casa y dejar todo el asunto del parque atrás. Pero la imagen del muerto era difícil de quitarse de la cabeza y más aún ese olor tan asqueroso que despidió al ser girado sobre sí mismo: era algo digno de un malestar estomacal. De hecho, Víctor sentía su panza como una lavadora.

 Cuando por fin llegaron a su edificio, Víctor apenas saludó al vigilante. Caminaron rápido al ascensor y en segundos estuvieron por fin en casa. Nadie se había despertado aún. Por el reloj de la cocina. Víctor se dio cuenta de que habían vuelta media hora antes. Pensó que era lo mejor, pues así podría darse una ducha calienta más larga, cosa que necesitaba con urgencia. Antes llevó a Bruno a su habitación, le puso comida y agua fresca y lo dejó ahí. El perro parecía deprimido.


 Víctor se dirigió a su habitación. Apenas miró el bulto en su cama y los ruidos que hacía su respiración. En el baño se quitó la ropa tan pronto pudo y abrió la llave mientras tomaba un cepillo de diente y casi lo destrozaba contra sus ya muy blancos dientes. Cuando entró a la ducha, se sintió como si el agua limpiara capas y capas de sudor y tierra. Pero lo que limpiaba era más que eso. Víctor cerró los ojos y entonces vio todo de nuevo, sintió escalofríos y pudo sentir ese olor otra vez. Tomó el jabón y lo pasó varias veces por todo su cuerpo, tratando de usarlo como un borrador.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cambio extremo

   Era la primera vez que iba a uno de esos consultorios. Lo habían llevado la curiosidad y las ganas de hacer un cambio de verdad importante en su vida. Por alguna razón, ese cambio debía provenir de algo tan drástico como un cambio físico. No podía ser algo tan simple como cambiar los muebles de lugar en su casa o volverse vegetariano. Debía ser algo que fuese permanente, que en verdad tuviera el carácter de cambio y que todos los que posaran sus ojos en él pudiesen ver, de alguna manera. El cambio era para él pero debían notarlo los demás, de eso estaba seguro.

 En la sala de espera solo había mujeres. Era obvio que la mitad, es decir tres de ellas, venían para procedimientos simples como el botox. Había mujeres obsesionadas con el concepto de verse más jóvenes, menos arrugadas y cerca de la muerte. Él tenía claro que ese era un miedo latente en todos los seres vivos, incluido él. De hecho, sus ganas de cambio en parte provenían de ese miedo primigenio hacia la muerte, pues la había tenido demasiado cerca y eso le había hecho pensar que había que hacer serios cambios en su vida.

 Las otras mujeres seguramente venían para procedimientos más complejos, algo como lo que él quería. Eso sí, había una que parecía estar combatiendo el dolor allí mismo. Seguro que venían a una revisión y, por lo que se podía ver, lo que se había operado era los senos. Los tenía demasiado grandes para su cuerpo. La verdad era que la mujer se veía ridícula con esos globos enormes apretados en un vestido que gritaba: “¡Estoy aquí!”. No, él no quería nada así de desesperado y patético. Si iba a hacerlo, debía ser algo que fuera con él.

 Hicieron pasar a la de las tetas grandes y también a dos de las que venían por inyecciones. Al parecer había alguien más para lo segundo. Mejor, pensó, pues así lo atenderían más rápido y podría decidirse pronto por lo que de verdad quería para su cuerpo. No es que no lo hubiese pensado pero quería la opinión de un profesional y se supone que el doctor Bellavista era uno de los mejores en su campo. Y para esta nueva vida, para empezar de nuevo, este hombre quería que solo los mejores lo asesoraran y le explicaran cómo sería su vida en el futuro.

 La última mujer que quedó en la sala de espera con él lo miraba a cada rato. Era obvio que ella creía que no se notaba pero era evidente y, francamente, bastante molesto. Era obvio que los hombres, aparte del doctor, eran muy escasos por estos lados. ¿Pero por qué? ¿No se supone que los tipos que se hacen operaciones y cosas de esas habían aumentado en los próximos años? Algo que él no quería ser era el centro de atención. Lo que quería era hacer algo por sí mismo y no por los demás. Debía hablar de eso con el doctor, aunque no sabía que tan pertinente era el tema.

 Cuando por fin lo hicieron pasar, el doctor lo recibió en su consultorio con una sonrisa enorme. Era un hombre de unos cincuenta años, canoso y bastante fornido. No era la imagen del doctor que él tenía en su mente. Su sonrisa era como una crema, calmaba a sus pacientes y los hacía tomar confianza con él en pocos minutos. Esa vez no fue la excepción. Primero hubo preguntas de tipo médico, como alergias y cosas por el estilo. Pero lo segundo fue la operación en sí. En ese momento, el hombre no supo que decir, eligiendo el silencio por unos minutos.

 El doctor le aclaró que no era algo inusual no estar seguro. Le pasaba a la mayoría de los que pasaban por el consultorio. Pero entonces el hombre lo interrumpió y le dijo cuál era la intervención por la que venía. Había leído que el doctor Bellavista era uno de los expertos en esa operación en el país y por eso había acudido a él. Necesitaba el asesoramiento del mejor y ese era él, al parecer. El doctor sonrió de nuevo y le dijo a su paciente que no eran necesarios los halagos. Estaba contento de poder ayudar a la gente a realizarse, a alcanzar su ideal.

 Mientras el paciente se quitaba la ropa detrás de un biombo, el doctor le explica los costos y el tiempo que duraría la operación y la recuperación de la misma. El proceso era largo, por ser una operación que implicaba tanto y que podía complicarse si no se tenían los cuidados adecuados. Eso dependía tanto del médico como del paciente, entonces debía haber un trabajo conjunto muy serio del  cuidado apropiado de la zona que iba a ser intervenida. Todo tenía que ser hecho con mucho cuidado y con una dedicación casi devota.

 El hombre salió desnudo de detrás del biombo y el doctor lo revisó exhaustivamente, con aparatos y sin ellos. Fue para él bastante incómodo pues nunca nadie había estado tan cerca de él sin ropa, o al menos no en mucho tiempo. Se sentía tonto pero sabía que estaba con una persona profesional y no había nada que temer. El doctor terminó la revisión en poco tiempo y de nuevo explicó todo a su paciente. Cuando terminó, preguntó si quería seguir pensándolo o si ese era el procedimiento por el cual él había venido.

 El paciente se puso de pie y le dijo que estaba seguro. Quería poner fecha de una vez, lo más pronto posible. Con la asistente del doctor arreglaron todo y se estrecharon las manos como cerrando el trato. En dos semanas se verían en la clínica para el procedimiento, cuyo proceso de recuperación sería largo e incluso molesto pero sería todo lo que él de verdad quería, al menos en ese momento. Era lo que quería hacer con su vida, no había vuelta atrás.

 Cuando el día llegó, estaba muy nervioso. Recorrió su apartamento varias veces, mirando que nada se le hubiese quedado. Llevaba algo de ropa para cuando saliera del hospital, así como su portátil y algunos libros para distraerse. No sabía si podría usar todo lo que llevaba pero era mejor estar prevenido. Le asustaba la idea de aburrirse mucho más que la del dolor o que algo pudiese pasar durante la operación. De alguna manera, estaba tan seguro de sí mismo, y de lo que estaba haciendo, que no temía nada en cuanto a la operación como tal,

 En el hospital lo recibieron como realeza. Le invitaron al almuerzo y el doctor vino a verlo esa misma noche. El procedimiento era al otro día en la mañana, pero habían pensado que sería mejor para él si viniese antes, como para hacerse a la idea de un hospital. Mucha gente se pone nerviosa solo con los pasillos blancos y las enfermeras y el olor de los medicamentos. Pero él estaba relajado o al menos mucho más de lo que incluso debía estar. El doctor le dijo que esa era prueba de que estaba seguro de lo que quería y eso era lo mejor en esos casos.

 El procedimiento empezó temprano y duró varias horas. No había nadie que esperara fuera o a quien le pudiesen avisar si pasaba algo. Él había insistido en que no quería involucrar a ningún familiar. Además, le había confesado al doctor que no tenía una familia propia, solo algunos hermanos que vivían lejos y poco más que eso. Así que mientras estuvo dormido, nadie se preocupó ni paseó por los pasillos preguntándose que estaría pasando, como estaría el pobre hombre. Era él, solo, metiéndose de lleno en algo que necesitaba para sentirse más a gusto consigo mismo.

 En la tarde, fue transferido a su habitación. La operación duró un par de horas más de los esperado pero no por nada grave sino porque los exámenes previos no habían mostrado ciertos aspectos atenuante que tuvieron que resolver en el momento. Pero ya todo estaba a pedir de boca. Solo se despertó hasta el día siguiente, hacia el mediodía. El dolor de cuerpo era horrible y, en un momento, tuvo que gritar lo que asustó a toda esa zona del hospital. Él mismo se asustó al ver que había una zona que lo ayudaba a orinar pero luego recordó que eso era normal.


 El doctor vino luego y le explicó que todo estaba muy bien y que saldría de allí en unos cinco días pues debían estar seguros de que todo estaba bien. Revisó debajo del camisón de su paciente y dijo que todo se veía bien pero que se vería mejor en un tiempo. Cuando se fue, el hombre quedó solo y una sola lágrima resbaló por una de sus mejillas: era lo que siempre había querido y por fin lo había hecho. De pronto tarde, pero lo había hecho y ahora era más él que nunca antes.