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viernes, 16 de diciembre de 2016

Cinemia

   Todo había sido hecho casi a la medida. Era un mundo completo, con todo lo que se pudiese necesitar en un lugar al que se viene de vacaciones, pues esa era la idea original de los creadores de semejante invento. Se habían basado en varias películas y habían usado varios de los personajes para ir poblando ese mundo. Serían un elemento más para que cualquier persona se decidiera a gastar el dinero necesario para vivir la experiencia de entrar a un mundo de ensueño donde podía sumergirse en sus películas favoritas por un tiempo máximo de una semana.

 Los creadores de la experiencia lo habían hecho todo con mucho cuidado, pidiendo todos los derechos necesarios para usar ciertas locaciones y rostros, y también avanzando tecnológicamente de una manera que nunca se había visto en el planeta entero. Al fin y al cabo, era una experiencia en la que había que sumergirse, había que creérselo todo y para conseguir eso hay que alcanzar el mejor lugar posible en todos los sentidos. Por eso el sitio demoró mucho más tiempo del previsto en ser terminado. Hubo muchos cambios y correcciones.

 Los androides que personificaban a los personajes famosos de las películas debían de ser perfectos y por mucho tiempo no lo fueron, eran simplemente robots sin gracia que repetían las frases clave una y otra vez como discos rayados. Eso no era lo que nadie quería. Por eso tuvieron que posponer la fecha de estreno una  y otra vez, hasta que los personajes y todo su mundo estuviesen completos y no presentaran los mismos errores que se presentaban al comienzo. En esa época los androides explotaban de tanta información.

 Las primeras entradas para Cinemia (así se llamaba la experiencia construida) fueron sorteadas por internet con una página especial que eligió cien personas completamente al azar. Se hizo así, precisamente, para que nadie tuviera la posibilidad de denunciarlos por no haber sido elegidos. Dos meses después del sorteo era el momento indicado para que los primeros visitantes llegasen a lugar y empezaran a experimentar todo lo que se podía ofrecer. Eso sí, debían de reportar absolutamente todo lo que vieran para corregir antes de abrir el lugar al público general.

 Ese primer grupo de cien llegó al lugar indicado pero de allí los llevaron en un helicóptero al lugar real donde empezaba la aventura. Todo bajaron en la plaza principal de un pueblito que parecía algo desierto, pero al dejar pasar un solo día, se dieron cuenta que todo el lugar cobraba una vida inesperada. El pueblo era una gran mezcla de personajes pero de ahí los invitados podían decidir ir a un lugar o a otro del parque. Lo tenían que hacer con diferentes transportes, acordes al estilo de película que eligieran. Había para todos los gustos.

 Muchos fueron en una nave deslizadora hasta el sitio donde todo era de ciencia ficción, otros prefirieron quedarse con las películas dramáticas y románticas y otros viajaron en un carrito muy gracioso al sector donde estaban los personajes de animación. Obviamente esos eran los menos creíbles de todo  pero a los niños les encantaba y los mismo pasaba  con algunos adultos que siempre habían soñado conocer al personajes que los ayudaba a pasar las tardes en su niñez. Había mucho que elegir y relativamente poco tiempo.

 En la zona de ciencia ficción, había batallas que parecían reales con cierta frecuencia. Y en otros momentos todo era mucho más tranquilo pero de una manera que inspiraba terror. En cada zona del parque había un hotel y los huéspedes podían quedarse allí para interactuar a diario con sus personajes favoritos y vivir aventuras inmersivas que buscaban ser algo único en el negocio de los parques de diversiones Por eso el secreto al solo dejar entrar cien personas y no más.

 En la zona de animación y en la de drama, había también muchas personas queriendo conocer a sus favoritos. Pero todos los días trabajaban los técnico del parque para seguir teniendo personajes y situaciones interesantes dentro del sitio. Era trabajo arduo que se pagaba muy bien pero ciertamente cansaba mucho. La idea, y al parecer lo estaban logrando, era que los huéspedes no se dieran cuenta de nada de lo que estaba pasando. Ellos debían de disfrutar su semana en relativa paz y no con robots fallándoles por todos lados.

 El problema era que precisamente eso estaba pasando. Muchas cosas que parecían estar bien los dos primeros días, empezaron a fallar un poco en los días siguientes. Por ejemplo, había algunos personajes de western que se repetían una y otra vez, como si no existieran más frases en el mundo. La gente se aburría rápido de ellos y esas interacciones simplemente fallaban porque nadie estaba ni remotamente interesados en ellos. Por eso hubo algunos personajes que fueron retirados en esos días sin que nadie se diese cuenta.

 Había otros personajes en cambio que parecían ser el centro de atracción todo el tiempo. Los personajes querían estar todo el tiempo con esos que decían cosas graciosas o que eran arriesgados o que simplemente se parecían tanto a los de las películas. Al fin  al cabo esa era la idea del parque, hacer de toda la experiencia algo en lo que las personajes fuesen emocionantes y capaz de una empatía necesaria con los turistas para poder completar ciertas pruebas y superar obstáculos. Al comienzo era difícil de comprender el funcionamiento, pero no era muy difícil.

El problema era que las pruebas diseñadas parecían ser demasiado difíciles de alcanzar para la mayoría de los visitantes. Muchos se quejaban que les había tomado casi toda la semana de prueba insertarse como espía en una supuesta red de drogas que tenía lugar en la zona de películas de acción. Había tanto que hacer que las personas se perdían. Eso sin contar que a veces los androides se comportaban de manera extraña: algunas veces eran devotos casi religiosamente los turistas y otros días los hacían perder deliberadamente.

 Los ajustes no solo se hicieron durante la estadía de los primeros huéspedes sino mucho después de ello. Era obvio que faltaban muchas cosas, entre ella el carácter necesario que necesitaban los androides, que era algo que haría que la gente se perdiera en la ventura y no dudara tanto de todo lo que sucedía alrededor. Casi querían crear un videojuego de realidad virtual pero ciertamente era algo mucho mejor que eso. Se podía decir que era el siguiente paso tecnológico.

 El dueño del parque supervisó la semana de los turistas y estuvo varios meses después para indicarles a los técnicos y creativos cuáles eran los cambios que había que hacer con urgencia. Había mucho que corregir e incluso mucho que crear de cero pues habían habido cosas que no funcionaban para nada. Una de esas era la comida dentro del parque que, al ser cocinada por los androides, siempre quedaba muy diferente a los que los huéspedes esperaban y eso no podía ser. Obviamente también tenían chefs reales, pero eso era diferente.

 Tenían que ser capaces de hacerlo todo y hacerlo bien, de una manera correcta, si no es que perfecta. Todo debía ser como el mundo, o al menos esa había sido la premisa desde un comienzo. Después fue cuando el creador de todo se dio que querer que se pareciera todo al mundo real era una ridiculez del tamaño de un elefante. Eso era porque el mundo real, o mejor dicho el nuestro, es un caos y una mezcla de mucho más que solo paz y guerra y aventuras sin sentido. Querían construir algo con cierta esperanza y no para que nadie se deprimiera.


Como se esperaba, el parque demoró dos años más en abrir luego de las visita de los primeros cien huéspedes. Fue recibido con cariño por muchos pero jamás pasó la prueba de fuego. Muchos decían que se sentían falso, que era muy fácil o muy difícil. Que era complicado o aburrido o muchas otras cosas que eran predecibles. El caso es que la tecnología fue creada para no usarse más o tal vez no de la manera que inicialmente se había planeado.

lunes, 31 de octubre de 2016

Beso a la italiana

   Pensaba que nadie nos había visto. Estaba bastante oscuro y se suponía que todos en el salón estaban demasiado ocupados viendo la película como para ponerse a mirar o escuchar lo que hacían los demás. Cabe notar que hice mi mayor esfuerzo para no hacer ruido y que estábamos en la última fila de uno de esos salones que son como un anfiteatro. No me iba a atrever a tanto en otro lugar más arriesgado, pensé que no estaba lanzándome al agua de esa manera y, sin embargo, cuando prendieron la luz, hubo más de una mirada en mi dirección.

 La verdad, aproveché el final de la clase a para salir casi corriendo a mi casa. Menos mal era ya el final de mi día en la universidad y podía volver a mi hogar donde había comida caliente y menos ojos mirándome de manera extraña. A él no le dije nada y la verdad era que después de nuestro beso, apenas nos tomamos la mano por un momento para luego comportarnos como si jamás nos hubiésemos sentado juntos en la vida. Me hacía sentir un poco mal hacer eso pero a él no era que pareciera afectarle así que dejé de pensarlo.

 El viaje a casa fue demasiado largo para lo que quería. Apenas llegué comí mi cena con rapidez y, apenas acabé, subí a mi cuarto y me puse la pijama. No solo tenía hambre desde la universidad sino también sueño. Era viernes pero no tenía ganas de verme con nadie ni de hacer nada. A mi familia se le hizo raro que me acostara tan temprano pero es que me caía del sueño, no entiendo por qué. Apenas apagué la luz y encontré mi lugar en la cama, me quedé profundamente dormido y no me desperté sino hasta que sentí que había descansado de verdad.

Desafortunadamente, me desperté varias veces durante la noche. Mi cerebro parecía estar obsesionado con la idea de que había besado a Emilio en la oscuridad. Había sido un beso inocente, simple, pero mi mente se inventó varios sueños y pesadillas alrededor de semejante recuerdo tan simple. En uno de los momentos que me desperté, como a las cuatro de la mañana, tengo que confesar que lo quise tener conmigo en mi cama para abrazarlo y que me reconfortara. Pero entonces recordé que eso no era posible y volví a dormir con dificultad.

Menos mal no tenía nada que hacer el sábado. Solo investigué un par de cosas para la universidad y el resto del día me la pasé viendo series de televisión y compartiendo con mi familia. Los días así los disfrutaba mucho porque eran días simples, de placeres simples. No tenía que complicarme la cabeza con nada. La noche del sábado al domingo dormí sin sueño y me sentí descansado. Ya la del domingo al lunes fue un poco más tensa, también porque tenía que madrugar para llegar a una clase a las siete de la mañana.

 A esa clase llegué contento por el buen fin de semana pero a los diez minutos de haber entrado ya estaba a punto de quedarme dormido. El profesor tenía una de las voces más monótonas en existencia y muchas veces ponía películas tan viejas que no tenían sonido de ningún tipo. Era como si fuera una trampa de una hora para que la gente se quedara dormida en mitad de una clase. No tenía ni idea si a alguien lo habían echado de un salón por dormir pero, si así era, seguramente estaba yo haciendo méritos para que me pasara lo mismo.

 Pero no ocurrió nada. La película se terminó y todos nos movimos muy lentamente a la zona de la cafetería, donde pedí un chocolate caliente y algo para comer que me ayudara a aguantar una hora hasta la próxima clase. Fue en una de esas que llegó una amiga y se me sentó al lado con cara de que sabía algo que yo no sabía. La verdad era que era demasiado temprano para ponerme a adivinar. A ella le encantaban los chismes y a veces me ponía a adivinarlos, cosa que odiaba con el alma pero al parecer a ella le encantaba hacer así que no decía nada.

 Esta vez, en cambio, se me sentó justo al lado y me susurró al oído: “¿Es cierto?” Yo la miré con cara de confundido pues en verdad no tenía ni idea de que era que me estaba hablando. Sin embargo, Liliana parecía a punto de explotar con la información. Le dije que me contara si sabía algún chisme porque no tenía muchas ganas de ponerme a adivinar haber quien había terminado con quien o quien se había echado encima a otro o si una de las alumnas se había desnudado y había corrido por todo el campus sin nada de ropa.

 Ella negó con la cabeza y lo dijo sin tapujos: “Dicen que te vieron dándole un beso a Emilio.” Obviamente yo no le creí. Ella sabía del beso porque yo mismo le había contado durante el fin de semana, por el teléfono. Ella no tenía esa clase conmigo y no tenía manera de saber. Pero esa fría mañana, me dijo que yo no había sido el primero en contarle sino que otra chica, que sí estaba conmigo en esa clase del viernes, dijo que lo había visto o que por lo menos alguien le había contado justo cuando había pasado. El caso es que todo el mundo sabía algo.

 La mayoría era seguro que no habían visto absolutamente nada pero los rumores siempre crecen gracias a los que son netamente chismosos. Por un momento, no me preocupé. Así fuese verdad que todo el mundo sabía, creo que era más que evidente para el cuerpo estudiantil que a mi no me gustaban las mujeres más que para una amistad. Porque tendría que preocuparme por lo que ellos supieran o no? Ya no estábamos en el colegio donde todo era un dramón de tamaño bíblico.

 Y fue entonces que me di cuenta que yo no era la única persona metida en el problema. Los chismes podrían hablar mucho de mí pero también era sobre Emilio y él había comenzado la carrera con una novia. Y no era un hecho que solo yo supiese o un pequeño montón de gente. Su situación había saltado a la vista durante un año pues la novia era de aquellas chicas que aman estar enamoradas y que no pueden vivir un segundo de sus vidas despegadas de sus novios. Siempre me pregunté si estudiaba o algo porque no lo parecía.

 Emilio había terminado con ella hacía unos meses y fue entonces cuando empezamos a conversar y nos dimos cuenta que había un gusto que nunca nos hubiésemos esperado. Lo del salón, lo admito, fue culpa mía. Yo fui quien le robé el beso porque cuando lo medio iluminado por la película italiana que veíamos, me pareció de pronto el hombre más lindo que jamás hubiese visto. Tenía una cara muy linda y unos ojos grandes. No me pude resistir a acercarme un poco y darle un beso suave en los labios que, al parecer, resultó en boca de todos.

 El martes, que tenía clase con él, no lo vi. Lo que sí vi fue un grupito de idiotas que me preguntaran que donde estaba mi novio. Los ignoré pero la verdad era que yo también me preguntaba donde se habría metido Emilio. Él siempre venía a clase y tenía un grupo nutrido de amistades con los que se sentaba en los almuerzos. Fue ese mismo grupo de personas que me miraron como si estuviese hecho de estiércol cuando pasé al lado de ellos con mi comida de ese día.

 Mi amiga, pues yo solo tenía una cantidad cuantificable en una mano, me dijo que no hiciera caso de lo que oyera o viera o sino en cualquier momento podría explotar y eso no ayudaría en nada a Emilio o a mi. Tenía que quedarme callado mientras hablaban y yo sabía que el tema era yo. El resto de esa semana fue insoportable hasta llegar al viernes, día en que me encontré con Emilio en la misma clase en la que lo había besado la semana anterior. No me dio ningún indicio de estar enojado conmigo porque se sentó a mi lado, como pasaba desde comienzo de semestre.


 El profesor reanudó la película italiana, pues no la habíamos acabado de ver. Y cuando Sofía Loren lloró, sentí una mano sobre la mía y, cuando me di cuenta, Emilio me besó y esta vez sí que todos se dieron cuenta. Bocas quedaron abiertas y ojos estallados, pero en mi nació una llamita pequeña que me ayudó a tomarle la mano a Emilio hasta la hora de salida, momento en que nos fuimos juntos a tomar algo y a hablar de lo que había ocurrido en la última semana. Mi corazón palpitaba con fuerza pero sabía que no tenía nada de que preocuparme.

viernes, 7 de octubre de 2016

Paz

   Toda la gente sonríe. Es de los más extraño que he visto. Saludan de buena manera y se nota que no lo hacen por compromiso o porque les tocará por alguna razón. Lo hacen porque de verdad parecen estar motivados a hacerlo. Suena raro decirlo y puede que los haga parecer como monstruos pero es que la mayoría de veces las cosas no son así. O al menos no era así hasta hace unos meses en los que todo dio un vuelco bastante importante y ahora parece que todo el mundo siento en lo más profundo de su ser un compromiso con la calma.

 Al salir de la tienda también me doy cuenta de ello: la calle está llena de vehículos y, en otra época, todos estarían haciendo ruido como si este sirviera para empujar a los carros de adelante y hacer que el tráfico fluya. No, eso no pasa ahora. La masa de vehículos se mueven lentamente y en pocos minutos se diluye el tráfico pesado. Nadie hizo uso de su claxon ni de gritos ni de nada por el estilo. Era como ver una película de esas de los años cincuenta en que todo el mundo trata bien al prójimo. Excepto que los cincuenta fueron hace mucho tiempo.

 Aprieto mi mano alrededor de el asa de la bolsa de la tienda. Llevo algo de pan fresco, pasta, tomates y muchos otros ingredientes porque hoy soy yo el encargado de la cena. De hecho, comí algo ligero antes de venir a la tienda porque sé que va a quedar mucho para comer en la noche. Recuerdo esos tiempos en los que me cuidaba exageradamente haciendo mucho ejercicio de mañana y de noche. Ahora lo pasé todo a la mañana o sino no me da tiempo de hacer nada. Debo decir, con orgullo, que soy un hombre de casa y ese es mi oficio.

 Cuando pienso en eso siempre me da por mirar el anillo que tengo en el dedo anular de la mano derecha, la mano que ahora sostiene los alimentos. Peo no me distraigo por mucho rato porque o sino puede que me estrelle contra alguien o que tropiece contra algo. De hecho, como si fuera psíquico, me estrello contra un hombre gordo y voy a dar directo al suelo. Algunas de las cosas se salen de la bolsa y me pongo a recogerlas. Para sorpresa mía, una manos rojas me ofrecen mis tomates. Cuando miro su cara, es el hombre contra el que me he estrellado.

 Me disculpo y creo que soy yo el que está más rojo que nadie ahora. Le recibo los tomates y me disculpo de nuevo. Pero el hombre me dice que no es nada, que es algo que suele pasar y que tenga cuidado porque puede ser peligroso. Mientras el hombre se aleja, me le quedo mirando y pienso: ¿Qué le está pasando a la gente? Se oyen todos tan distintos, como a si todos los hubieran cambiado por unos muy parecidos pero mucho más calmados. Es casi la sinopsis de una película de extraterrestres. Sonrío para mi mismo y sigo mi camino.

 La tienda a la que voy me gusta porque vende los productos más frescos. Incluso la pasta está recién hecha ahí mismo. Lo único que no hacen son las cosas que ya vienen en envases pero de todas maneras es un lugar que siempre me ha encantado. Allí también me atendieron de la mejor manera el día de hoy y eso que antes había habido ocasiones en las que incluso la cajera parecía ignorar mi presencia frente a ella. Hoy, en cambio, una joven me siguió por todos lados recomendándome productos para usar esta noche.

 La verdad no sé que pasa pero sé que no me incomoda para nada. La gente solía ser grosera y cortante, como si todo el tiempo quisiera pelear con alguien, no importa si verbal o físicamente. De hecho, no era extraño oír discusiones en la calle o incluso en el mismo edificio donde vivo. En cambio ahora no se oye nada salvo las ocasionales risas o las alegrías y tristezas de los que ven los partidos de futbol, que no han cambiado en nada. En todo caso prefiero como son las cosas ahora aunque tengo que reconocer que no me acostumbro fácil.

 Mi hogar está bastante cerca de la tienda, a unos quince minutos caminando casi en línea recta. Siempre me ha gustado ver a la gente caminar por ahí, ver que hacen y que dicen y que hay en las calles en general. Me detengo siempre en varios locales para mirar lo que venden o para descansar un rato. No, no es que esté físicamente cansado sino que tengo tanto tiempo por delante que no quiero llegar tan rápido al apartamento. Es un día muy hermoso, de esos que casi no hay en una ciudad tan lluviosa y nublad como esta.

 Al sentarme en una banca, me doy cuenta del brillo del sol, de cómo acaricia el pasto y las caras de la gente. Es un sol gentil, no brusco ni invasivo. No me quema la cara sino que la acaricia con una suave capa de calor que a veces es tan necesario. De repente, a mi lado, se sienta una niña pequeña que lleva a su perrito amarrado con una cuerda rosa. Le sonrío cuando me mira y ella hace lo mismo. El perrito incluso parece sonreír también, aunque puede que eso sea más porque está cansado de caminar bajo el sol con su cuerpo peludo.

 Pasados unos segundos, me doy cuenta que la niña también descansa de su paseo. Y además me doy cuenta de otra cosa: está sola. Miro alrededor y no hay ningún hombre o mujer que parezca estar con ella. No hay nadie buscándola. La miro de nuevo pero esta vez está mirando un celular. Parece que mira un mapa o algo parecido. Trato de no mirar pero la situación es tan extraña que es casi imposible resistirse. Sin embargo, la niña se pone de pie de un brinco y empieza a caminar hacia la dirección opuesta a la mía. Sola, con su perrito detrás.

 Yo me pongo de pie poco después, cuando me rindo y dejo de tratar de entender como una niña tan pequeña puede estar por ahí sola, como si nada. La gente de verdad se ha vuelto loca o… O no. Ahora soy yo el que está siendo irracional. Ya en otros lugares del mundo he visto niños de esa edad con sus amigos o solos por la calle. Pero es aquí que me da pánico por ellos porque el pasado es así, nos somete a su voluntad incluso cuando, al parecer, no hay razones para temerle.

 Todavía me faltan unas cuadras más, en las que veo más personas. Hay ancianos que salen a aprovechar el hermoso sol de la tarde y mujeres embarazadas que hablan alegres con personas que aman. Hay más niños y grupos de hombre de corbata que hablan de algún partido y grupos de mujeres que hablan de lo que han leído en una revista. El chisme, al parecer, no es algo que muera tan fácil como las ganas de pelea. Supongo que la controversia siempre será atractiva, en su extraña manera. A mi no me interesa mucho que digamos.

 Mi edificio es alto y tiene dos torres. Cuando entro tengo que cruzar la recepción y luego un patio que separa esa zona de la torre donde vivo yo. En el patio hay juegos y en el momento que paso hay niños y niñeras. Todos me saludan, sin excepción. Yo hago lo mejor para ocultar mi sorpresa y saludar de la manera más alegre de la que soy capaz. No es que no pueda hacerlo sino que auténticamente sigo sorprendido por el cambio. Supongo que así somos los seres humanos, siempre tenemos esa capacidad innata de sorprender.

 Me subo al ascensor y justo detrás entra una mujer mayor. Ella vive en el quinto piso y yo en el décimo. En el viaje al quinto se pone a hablarme y me sorprende saber que ella también está contenta por el cambio. O sea que alguien más se ha dado cuenta. Me alegra de verdad saberlo y lo comento con ella y nos reímos. Pero el viaje se termina más rápido de lo previsto y me despido con una sonrisa verdadera y esperando que nos veamos pronto, ya que se siente bien saber quienes son los vecinos para poder confiar en ellos y no lo contrario.

 Cuando saco las llaves de mi bolsillo, oigo voces dentro del apartamento. Se supone que no hay nadie. Apenas entro, Andrés se me lanza encima y lo alzo en mis brazos, a pesar de que tengo la bolsa en la mano. Mientras nos abrazamos y él me cuenta algo de una película que estaba viendo, una mano toma la bolsa y me la quita. A él le doy un beso en los labios, más largo  que nunca. Me pregunta porqué estoy tan sonriente. Le digo que es un día muy hermoso y que no esperaba verlos tan pronto en casa. Anuncio la preparación de la cena. Antes de poner manos a la obra, los beso una vez más a cada uno, porque lo

lunes, 5 de septiembre de 2016

La vida de un vendedor

   Estaba ya harto de hacer paradas cada que cruzaba una calle pero era imposible no hacerlo con semejante calor: el sol brillaba con fuerza en lo alto, en el cielo azul sin que ninguna nube lo tapara. El cielo estaba completamente limpio. El sol era tan brillante que la cantidad de gente en la calle era poca. Se había alertado en la televisión que la cantidad de rayos ultravioletas era muy alta para personas de piel sensible e incluso lo que tenían la piel fuerte debían abstenerse de salir a la calle por su propia seguridad.

 Por eso, aunque era verano, la gente trataba de no salir en la mitad de la tarde. Obviamente, había muchas personas a las que les daba lo mismo lo que pudiese pasar y se arriesgaban de manera tonta. Así era lo que había pasado con Jaime, el que tenía que parar en cada cuadra para ponerse a salvo debajo de alguna parte que lo protegiera del calor. Lo hacía más por necesidad que por nada más pues debían seguir tratando de vender para subsistir.

 Trabajaba como vendedor puerta a puerta, yendo de arriba abajo con un maletín ya un poco viejo donde cargaba las revistas más recientes y se informaba al detalle de los últimos cambios en cuanto al clima con su celular. Esa era la razón por la que era común verlo corriendo para resguardarse del calor.

 La gente que conocía en su trabajo era toda demasiado distinta y cada quien con sus particularidades. Si le preguntaban si tenían clientes que pudiesen llamarse normales, diría que de esos no tenía pues había que ser bastante excéntrico para hacer compras solamente por catalogo, a través de una persona a la que se le paga por el servicio. Sin embargo, había muchos a los que ese sistema les había salvado la vida pues no podían salir a la calle y necesitaban que alguien los ayudara.

 Su trabajo era agotador, no solo por el hecho de ir caminando por todos lados o pro el calor de la temporada, sino porque en toda la semana tenía que subdividir su recorridos y cada día iba a una zona diferente de la ciudad. Esto lo hacía para poder llegar a la mayoría de sus clientes lo más pronto posible. Antes de partir a trabajar, planeaba con cuidado sus caminatas para optimizar el recorrido lo más posible.

 Antes, cuando había empezado, había tenido la mala idea de ponerse traje con corbata y zapatos gruesos. Y el traje solía ser de un material que no respiraba nada. Eso era porque su ropa de trabajo era prestada ya que no tenía ni idea de cómo iban a funcionar las cosas. Ya para el segundo día decidió hacer un cambio extremo y se dio cuenta que a nadie le importó con tal de vender lo que le tocaba.

 Los mejores clientes eran aquellos que lo invitaban a comer o a tomar algo mientras repasaban los catálogos y elaboraban la lista de compran de la semana o del mes, dependiendo de lo sigue que le pase a uno eso. Había de todo tipo de clientes: algunos con mucho dinero y otro con menos, los que vivían en casas o  los que vivían en apartamentos, los que tenían mascotas e incluso uno que otro que intentaba algún avance romántico hacia Jaime. De todo había.

 Los que tenían más dinero no siempre eran los mejores clientes, aunque eso pudiese llegar a parecer. Muchas veces, eran las casas donde ofrecían menos, ni siquiera un vaso de agua de la llave. En la casa de la viuda Jones, por ejemplo, siempre llegaba sudando porque no había mucha sombra cerca para resguardarse y sin embargo los sirvientes jamás se acercaban para darle n vaso de agua o de lo que sea.

 En cambio, había otros hogares en los que inclusos se había quedado a cenar mientras la persona que hacía la compra hacía una lista exhaustiva de lo que quería y de lo que no. Ofrecían de tomar y de comer e incluso de fumar y aperitivos para pasar el rato pues elegir ropa y artículos varios por catalogo podía tomarse bastante tiempo.

 A veces Jaime salía de casa a las siete de la mañana y no llegaba a su casa hasta que eran las ocho de la noche. Seguido pasaba que alargaba las visitas si estaba lloviendo, cosas que no pasaba muy a menudo, o si el sol estaba demasiado brillante. Con algunos clientes podía ser sincero y decirles sus razones y ellos entenderían fácilmente pero otros a veces parecían tener afán de que se fuera, como si estuviesen ocultando algo.

 En todo el día comía una sola vez y normalmente era algo comprado en un supermercado pues la mayoría de restaurantes, sino es que todos, de los barrios que frecuentaba, eran muy caros para poderse permitir almorzar allí todos los días. Incluso había zonas a las que iba en las que no había restaurantes por ningún lado y por eso muchas veces prefería comprar algo antes en un supermercado y comerlo a la sombra cuando fuese la hora apropiada.

 Cuando llegaba a casa en las noches trataba de comer algo mejor para él peor la verdad era que seguido llegaba exhausto y con muy pocos ánimos de hacer nada. Comía algo de atún de una lata que había dejado en la nevera o a veces comía solo helado y nada más. Hacía mucho ejercicio pero no estaba comiendo nada bien y eso podía ser un problema. Desde hacía mucho tiempo lo había notado pero no tenía como parar pues su trabajo le daba dinero para sobrevivir pero le impedía comer de manera decente.

 Su único momento libre a la semana eran los domingos. Esto era así porque la mayoría de sus clientes tenían cosas mucho más interesantes que hacer que estar paradas en su casa por varias horas eligiendo nuevos cuchillos de un catalogo. Y no era que él tuviese algo mejor que hacer pero le gustaba tener esa día para despertarse un poco más tarde, ver alguna película que estuviese queriendo ver hace rato, comer algo rico (lo que casi siempre quería decir comida chatarra) y tan solo relajarse y no pensar en su trabajo.

 Los domingos se despertaba tarde y apagaba su celular para que no lo molestaran. Esos días siempre se duchaba muy tarde, si es que se duchaba. Se quedaba en la cama más de lo previsto para ver televisión o disfrutar de lo rico que se sentía no hacer nada, estar a la sombra en su casa y ojalá tener algo frio para tomar. Ese era el día que se hidrataba más y eso que había aprendido a llevar un termo con agua fría en su maletín.

 A veces Jaime se preguntaba, solo los domingos, si no debería dejar de trabajar en algo tan demandante. Esos pensamientos pronto se iban volando cuando recordaba que nadie lo había querido contratar para desempeñar el trabajo por el que tanto había estudiado en el colegio. Cada vez que había habido una vacante había hecho el intento pero siempre había algo más listo, más preparada o que conocía a algunos de los que decidían.

 No era que no le gustara lo que hacía sino que a veces podía ser muy complicado pues era como si su trabajo tomara posesión de él en vez de ser al revés. Sentía que él estaba al servicio de todas esas personas que pedían por catalogo en vez de ser al revés. Y había habido momentos en que eso le había molestado bastante pero eso ya había pasado. Solo había sido al comienzo.

 El resto de los domingos se esforzaba por no pensar ni hablar de trabajo. Otra cosa es que hubiese querido tener amigos o una pareja para poder compartir la vida un poco pero luego se daba cuenta que eso tampoco sería muy posible pues no hay mucha gente dispuesta a adaptarse a una persona así, que vive yendo de un sitio a otro y que no tiene una estabilidad real ni tiempo para crear algo fuerte.


 Por eso el amor era algo que no conocía pues jamás o había experimentado por falta de tiempo. Al fin y al cabo que ya llevaba cinco años en el mismo trabajo y era muy difícil tratar de hacer cualquier cosa al mismo tiempo. La mayoría de veces estaba tan cansado que lo único que quería era dormir antes de tener que despertarse temprano para comenzar un nuevo día de caminar y anotar y escuchar cosas que muchas veces no tenían el mínimo sentido.