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lunes, 5 de septiembre de 2016

La vida de un vendedor

   Estaba ya harto de hacer paradas cada que cruzaba una calle pero era imposible no hacerlo con semejante calor: el sol brillaba con fuerza en lo alto, en el cielo azul sin que ninguna nube lo tapara. El cielo estaba completamente limpio. El sol era tan brillante que la cantidad de gente en la calle era poca. Se había alertado en la televisión que la cantidad de rayos ultravioletas era muy alta para personas de piel sensible e incluso lo que tenían la piel fuerte debían abstenerse de salir a la calle por su propia seguridad.

 Por eso, aunque era verano, la gente trataba de no salir en la mitad de la tarde. Obviamente, había muchas personas a las que les daba lo mismo lo que pudiese pasar y se arriesgaban de manera tonta. Así era lo que había pasado con Jaime, el que tenía que parar en cada cuadra para ponerse a salvo debajo de alguna parte que lo protegiera del calor. Lo hacía más por necesidad que por nada más pues debían seguir tratando de vender para subsistir.

 Trabajaba como vendedor puerta a puerta, yendo de arriba abajo con un maletín ya un poco viejo donde cargaba las revistas más recientes y se informaba al detalle de los últimos cambios en cuanto al clima con su celular. Esa era la razón por la que era común verlo corriendo para resguardarse del calor.

 La gente que conocía en su trabajo era toda demasiado distinta y cada quien con sus particularidades. Si le preguntaban si tenían clientes que pudiesen llamarse normales, diría que de esos no tenía pues había que ser bastante excéntrico para hacer compras solamente por catalogo, a través de una persona a la que se le paga por el servicio. Sin embargo, había muchos a los que ese sistema les había salvado la vida pues no podían salir a la calle y necesitaban que alguien los ayudara.

 Su trabajo era agotador, no solo por el hecho de ir caminando por todos lados o pro el calor de la temporada, sino porque en toda la semana tenía que subdividir su recorridos y cada día iba a una zona diferente de la ciudad. Esto lo hacía para poder llegar a la mayoría de sus clientes lo más pronto posible. Antes de partir a trabajar, planeaba con cuidado sus caminatas para optimizar el recorrido lo más posible.

 Antes, cuando había empezado, había tenido la mala idea de ponerse traje con corbata y zapatos gruesos. Y el traje solía ser de un material que no respiraba nada. Eso era porque su ropa de trabajo era prestada ya que no tenía ni idea de cómo iban a funcionar las cosas. Ya para el segundo día decidió hacer un cambio extremo y se dio cuenta que a nadie le importó con tal de vender lo que le tocaba.

 Los mejores clientes eran aquellos que lo invitaban a comer o a tomar algo mientras repasaban los catálogos y elaboraban la lista de compran de la semana o del mes, dependiendo de lo sigue que le pase a uno eso. Había de todo tipo de clientes: algunos con mucho dinero y otro con menos, los que vivían en casas o  los que vivían en apartamentos, los que tenían mascotas e incluso uno que otro que intentaba algún avance romántico hacia Jaime. De todo había.

 Los que tenían más dinero no siempre eran los mejores clientes, aunque eso pudiese llegar a parecer. Muchas veces, eran las casas donde ofrecían menos, ni siquiera un vaso de agua de la llave. En la casa de la viuda Jones, por ejemplo, siempre llegaba sudando porque no había mucha sombra cerca para resguardarse y sin embargo los sirvientes jamás se acercaban para darle n vaso de agua o de lo que sea.

 En cambio, había otros hogares en los que inclusos se había quedado a cenar mientras la persona que hacía la compra hacía una lista exhaustiva de lo que quería y de lo que no. Ofrecían de tomar y de comer e incluso de fumar y aperitivos para pasar el rato pues elegir ropa y artículos varios por catalogo podía tomarse bastante tiempo.

 A veces Jaime salía de casa a las siete de la mañana y no llegaba a su casa hasta que eran las ocho de la noche. Seguido pasaba que alargaba las visitas si estaba lloviendo, cosas que no pasaba muy a menudo, o si el sol estaba demasiado brillante. Con algunos clientes podía ser sincero y decirles sus razones y ellos entenderían fácilmente pero otros a veces parecían tener afán de que se fuera, como si estuviesen ocultando algo.

 En todo el día comía una sola vez y normalmente era algo comprado en un supermercado pues la mayoría de restaurantes, sino es que todos, de los barrios que frecuentaba, eran muy caros para poderse permitir almorzar allí todos los días. Incluso había zonas a las que iba en las que no había restaurantes por ningún lado y por eso muchas veces prefería comprar algo antes en un supermercado y comerlo a la sombra cuando fuese la hora apropiada.

 Cuando llegaba a casa en las noches trataba de comer algo mejor para él peor la verdad era que seguido llegaba exhausto y con muy pocos ánimos de hacer nada. Comía algo de atún de una lata que había dejado en la nevera o a veces comía solo helado y nada más. Hacía mucho ejercicio pero no estaba comiendo nada bien y eso podía ser un problema. Desde hacía mucho tiempo lo había notado pero no tenía como parar pues su trabajo le daba dinero para sobrevivir pero le impedía comer de manera decente.

 Su único momento libre a la semana eran los domingos. Esto era así porque la mayoría de sus clientes tenían cosas mucho más interesantes que hacer que estar paradas en su casa por varias horas eligiendo nuevos cuchillos de un catalogo. Y no era que él tuviese algo mejor que hacer pero le gustaba tener esa día para despertarse un poco más tarde, ver alguna película que estuviese queriendo ver hace rato, comer algo rico (lo que casi siempre quería decir comida chatarra) y tan solo relajarse y no pensar en su trabajo.

 Los domingos se despertaba tarde y apagaba su celular para que no lo molestaran. Esos días siempre se duchaba muy tarde, si es que se duchaba. Se quedaba en la cama más de lo previsto para ver televisión o disfrutar de lo rico que se sentía no hacer nada, estar a la sombra en su casa y ojalá tener algo frio para tomar. Ese era el día que se hidrataba más y eso que había aprendido a llevar un termo con agua fría en su maletín.

 A veces Jaime se preguntaba, solo los domingos, si no debería dejar de trabajar en algo tan demandante. Esos pensamientos pronto se iban volando cuando recordaba que nadie lo había querido contratar para desempeñar el trabajo por el que tanto había estudiado en el colegio. Cada vez que había habido una vacante había hecho el intento pero siempre había algo más listo, más preparada o que conocía a algunos de los que decidían.

 No era que no le gustara lo que hacía sino que a veces podía ser muy complicado pues era como si su trabajo tomara posesión de él en vez de ser al revés. Sentía que él estaba al servicio de todas esas personas que pedían por catalogo en vez de ser al revés. Y había habido momentos en que eso le había molestado bastante pero eso ya había pasado. Solo había sido al comienzo.

 El resto de los domingos se esforzaba por no pensar ni hablar de trabajo. Otra cosa es que hubiese querido tener amigos o una pareja para poder compartir la vida un poco pero luego se daba cuenta que eso tampoco sería muy posible pues no hay mucha gente dispuesta a adaptarse a una persona así, que vive yendo de un sitio a otro y que no tiene una estabilidad real ni tiempo para crear algo fuerte.


 Por eso el amor era algo que no conocía pues jamás o había experimentado por falta de tiempo. Al fin y al cabo que ya llevaba cinco años en el mismo trabajo y era muy difícil tratar de hacer cualquier cosa al mismo tiempo. La mayoría de veces estaba tan cansado que lo único que quería era dormir antes de tener que despertarse temprano para comenzar un nuevo día de caminar y anotar y escuchar cosas que muchas veces no tenían el mínimo sentido.

viernes, 19 de agosto de 2016

Terminamos

   El día de hoy creo que tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado. Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.

 Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la cantidad de rabia que tenía acumulada.

 Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo, eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.

 Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al menos, una hora.

 Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer había salido y no me había dicho nada.

 Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo pues no era tan tarde como pensaba.

 En el restaurante en el que quedamos había mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.

 Le pedí que me disculpara un momento pues tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más relajado pero aún no completamente tranquilo.

 Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.

 Me di la vuelta al instante y vi a Martín a través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera, hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me causó un dolor de cabeza más grande.

 No oía de que hablaban pero parecían muy contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando, contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando por terminada la velada de ayuda.

 A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se pusiera mucho peor.

 Al entrar a casa, casi me muero al ver que él estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y momentos para los que no estaba nada listo.

 Me aclaré la garganta y, con una voz temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano. El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La rabia que me dio no fue normal.

 Según él, ese hombre era solo un compañero del trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.

 Matías me respondió que tal vez no era lo mejor del mundo pero que  sí ganaba dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.

 El abrió el portátil que tenía al lado y me mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película. Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.

 Le pregunté porque no me había hablado de eso y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.


 Creo que vio en mis ojos que yo también podía pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó. Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta de confianza en mi e incluso en si mismo.

viernes, 12 de agosto de 2016

Contacto

   Gracias al traje que tenía puesto, el grito de Valeria no fue Oído por nadie. Los canales de radio estaban cerrados en ese momento y el control de misión estaba esperando a que fuesen reactivados después del corto viaje del equipo dentro de la nave extraterrestre. Valeria tuvo que recomponerse rápidamente y seguir caminando como si no hubiese visto nada pero la impresión la tenía caminando lentamente, como si en cualquier momento alguna de esas criaturas le fuese saltar al cuello.

 Pero no lo hicieron. A los que vieron por ahí no les importaba mucho la presencia del grupo de tres seres humanos. O al parecer ese era el caso. Parecían estar ocupados manejando la nave así que era entendible que no les pusieran atención. Además, era de asumirse que su civilización ya había logrado algo por el estilo anteriormente. En cambio para la Humanidad era solo la primera vez.

 Valeria, el soldado Calvin y el científico Rogers llegaron a un punto de chequeo o al menos eso lo parecía. Una de las criaturas estaba allí, de pie, como esperándolos. Las paredes se hacía más estrechas y les tocaba caminar de a uno, con mucho cuidado. Seguramente el pasillo tenía esa forma de embudo para prevenir un ataque o algún tipo de estampida. El ser que había en la parte más estrecha los observó con atención, o al menos eso habían sentido. No había dicho nada, solo los miraba. Cuando el grupo pasó, despareció.

 Llegaron a una zona muy abierta y no tuvieron que tener el canal de audio abierto para que fuera obvio el sentimiento que los embargaba: era la sorpresa, la incredulidad. Frente a ellos se extendía una hermosa selva. Los árboles eran un poco raros pero estaba claro que eran árboles. Fue en ese momento que restablecieron la comunicación y empezaron a transmitir para todo el mundo. Ese había sido el acuerdo con las criaturas.

 En cada casa del planeta Tierra, pudieron presenciar la belleza de un jardín extraterrestre: había flores flotantes y árboles que se movían según el ángulo de la luz. No había seres en esa zona y los astronautas se preguntaban porqué. Estaban fascinados por semejante lugar, un espacio totalmente inesperado en una nave que hasta ahora había sido bastante seca en su diseño y detalle.

 Se dieron la vuelta cuando se fijaron que los observaban. Allí, si se puede decir de pie, estaba uno de los seres. Más atrás, había otros dos. El ser que estaba más cerca de ellos se acercó lentamente y ellos se le quedaron mirando, fascinados. Cuando estuvo cerca, la criatura pareció cambiar de color y entonces hizo algo que no hubiesen esperado nunca: empezó a hablar en su idioma.

 Valeria era lingüista y antropóloga. Había sido elegida precisamente para tomar nota sobre cada uno de los componentes sociales de los extraterrestres. Su trabajo en la misión era dar información clara de las posibles bases del idioma extraterrestre y t también hacer conclusiones sobre sus costumbres y tradiciones más importantes. Al hablar en idioma humano, el ser había casi hecho obsoleto el punto de tener a Valeria en el equipo. Sus compañeros parecieron compartir el pensamiento pues la voltearon a mirar al instante.

 Las criaturas eran difíciles de comprender: no tenían piernas como las nuestras, más bien algo que parecían raíces pero más gruesas. Tenían varias de ellas pero lo más curioso era que no parecían usarlas mucho: siempre que se movían era como si flotaran un centímetro por encima del piso. Era algo por comprender. Tenían ojos, dos como los seres humanos, pero sin boca ni nariz.  Los brazos parecían ramas de árbol, sin hojas.

 En español, la criatura les dije que eran bienvenidos a la nave espacial y que esperaba que tuvieran una buena estadía. Ellos sonrieron. Valeria fue quién habló primero, impulsada puramente por la curiosidad. Dio un paso al frente y le preguntó a la criatura si podría explicarles las bases de su anatomía a ellos para poder comprender su funcionamiento básico.

 La criatura hablaba en sus mentes. Cuando Valeria terminó de hablar, sus raíces y ramas temblaron y todos concluyeron que el ser estaba riendo. Por fin contestó, explicando que en la sociedad extraterrestre no era algo muy común el explica el funcionamiento biológico del cuerpo. Sin embargo les explicó en segundos que sus cuerpos eran parecidos a los de las plantas terrestres pero mucho más desarrollados. Por eso tenían semejante jardín en la nave: les recordaba su etapa temprano y las selvas de su mundo.

 El ser empezó a “caminar” y los astronautas lo siguieron, adentrándose en la selva. Los árboles se movían para darles paso y no se sentía calor ni humedad. Era muy extraño. Valeria explicó el cuerpo humano mientras caminaban y después la criatura les contó de donde venían exactamente. En los hogares, todo el mundo buscó rápido en internet el lugar del que hablaba la criatura. Era en una constelación cercana.

 Cuando llegaron al otro lado del bosque, la criatura hizo aparecer unas plantas que parecían suaves. Dijo que ellos no tenían la habilidad de doblar su cuerpo pero que los humanos podrían hacerlo para sentarse. Mientras lo hacían, el científico Rogers preguntó sobre la química básica de sus cuerpos. La criatura se demoró en responder pero cuando lo hizo, lo hizo con lujo de detalles.

 La pregunta difícil vino del soldado Calvin: sin tapujos, quiso saber qué hacían las criaturas allí en el sistema solar. Porqué estaban aparcados sobre Júpiter y porqué habían demorado tanto tiempo en revelar su presencia. La criatura pareció reír de nuevo y les comunicó que la curiosidad humana era algo muy interesante. Al soldado solo le respondió que eran una nave de exploración nueva y que habían elegido Júpiter como objeto de investigación por sus características peculiares. Aclaró que revelar su presencia nunca había sido una prioridad en su misión.

 Valeria intervino entonces. Quiso saber si las criaturas tenían algún deseo a favor o en contra de la humanidad. El ser le respondió casi al instante: la verdad era que su civilización no había sabido de la existencia de los seres humanos hasta que habían llegado a Júpiter y reconocieron las señales electromagnéticas de varias naves que habían cruzado por el sistema solar. Eran señales primitivas pero existían rastros. Cuando se enteraron de la humanidad, pensaron retirarse pero su planeta decidió que lo mejor era establecer contacto.

 El científico y el soldado le pidieron que les explicara eso. La criatura se movió entonces de manera extraña, como si estuviera incomodo por las preguntas. Sin embargo respondió: un concejo de sabios había decidido que valía la pena hacer contacto, para beneficiar a ambas sociedades. Por eso ellos estaban allí ahora, por eso la nave extraterrestre se había dejado detectar por los aparatos humanos. Era una decisión de su gobierno y debía respetarla. Para todos fue obvio que él no compartía la decisión.

 Era difícil definir sentimientos y propósitos en las palabras que les ponía la criatura en la mente. Era como oír un dictado hecho por una máquina, en la que todo se oye igual pero no lo es. La criatura les propuso un paseo por otra de las salas en las que podrían aprender más de su mundo y sus costumbres. Pensaba que era mejor que estar allí, “perdiendo el tiempo”.

 Mientras caminaban hacia el espacio del que había hablado la criatura, los astronautas seguían pensando en la expresión usada por el ser. Podía ser que “perder el tiempo” no fuese algo que ellos entendieran. Podía ser un error o tal vez una elección de palabras poco cuidada. Pero los intrigaba porque podía significar mucho más de lo que parecía.


 El cuarto al que llegaron era como un museo diseñado para mentes y manos humanas. Estuvieron allí varias horas. El ser solo los miraba, sin decir ni hacer nada. Cuando hubo que marcharse, la criatura dio una ligera venia y se retiró. Ellos fueron transportados a su nave por un rayo de luz. Estaban agradecidos de ver algo familiar. Además, había mucho trabajo que hacer en ese primer día y mucho que pensar.

viernes, 29 de abril de 2016

Transparente, no solo en primavera

   Aunque era primavera, parecía que el clima no quería decidirse por el calor de una buena vez. La mayoría de gente lo había estado esperando por meses pero no llegaba. A lo largo de los días hacía un pequeño momento de calor y la gente se contentaba con eso, como si algo de sol fuese suficiente para calentarlos a todos y hacerlos sentir, de nuevo, con ganas de ir a la playa o de vestir ropa más ligera. Algunos ya habían recibido ese mensaje erróneo, pero era más porque anhelaban tanto el verano que seguramente pensaban que vestirse para él atraía mejor clima.

 Pedro era una de esas personas que todavía estaba usando abrigos, casi todos gruesos, así como pantalones largos y suéteres. Para él no hacía calor. Todas las veces que salía a la calle, que era normalmente cuando iba a clase, sentía el frío viento golpeándole la cara. Lo que menos le gustaba del asunto es que en el camino veía gente con pantalones cortos y camisetas de manga corta con un clima de once grados centígrados. Para él, era una idiotez.

 Cuando se acostaba de noche en su pequeño cuarto alquilado, normalmente daba varias vueltas antes de quedarse dormido. Era difícil para él cerrar los ojos y simplemente dormir. No solo porque habían ruido proveniente de todas partes que no dejaba descansar propiamente, sino porque tenía siempre la idea en la cabeza de que estaría más tranquilo con todo si tuviese a alguien con quien hablar de todos esos temas.

 Estaba ya acostumbrado a no tener con quien comentar su programa de televisión favorito. Lo mismo con cosas que veía en la calle o que leía en internet o que se inventaba en un determinado momento. Muchas de sus ideas, no necesariamente buenas, desaparecían en un corto lapso de tiempo porque no las podía vocalizar con nadie.

 Cierto. Nunca había sido alguien de mucho hablar. No era muy bueno en el arte de la conversación y siempre prefería estar solo en su habitación que sentirse incluso más solo estando con gente con la que compartía el estudio. Era increíble como, a pesar de que era gente amable y casi siempre soportable, no sentía la menor empatía por ellos. Mejor dicho, no le inspiraba tener la suficiente confianza en ellos para tener una amistad real con ninguno de los casi veinte compañeros de clase.

 No era culpa de ellos. Peor para ser justos, tampoco era culpa de él. Era una combinación de ambas cosas, pues la verdad era que Pedro no se sentía completamente a gusto donde estaba. No odiaba a nadie ni nada pero no estaba feliz con sus decisiones y había decidido que lo mejor era proseguir con lo planeado y tratar de no mirar mucho si todo lo que lo rodeaba le gustaba o no. Porque si se ponía en ese plan, no había final a la vista.

 De vuelta en casa, muchos kilómetros lejos de la ciudad donde estaba, la vida de Pedro no era muy diferente. Tenía una familia que lo quería y eso nunca se puede subestimar. Pero no era que los amigos le cayeran del cielo ni que tuviera muchas personas con quien compartir nada. Pero al menos las pocas personas que había eran más numerosas y confiables que las que ni siquiera había donde estaba. Por eso prefería no decir mucho y solo vivir su vida como un ser privado y algo apartado por los demás, sin importar los comentarios que pudiesen surgir a raíz de eso.

 Sabía bien que muchas personas pensaban que era algo antisocial. Siempre había sabido que la gente pensaba de él así y eso desde que la adolescencia le cambió la vida. Desde ese momento fue como si se trazara una línea y lo empujaran al otro lado de esa línea. No podía decir que nadie lo trataba mal o que lo insultaran o que se burlaran de él. Pero a veces se sentía peor que simplemente la gente no parecía estar enterada que él estaba allí. En más de una ocasión había sido ignorado y él no había dicho nada.

 Más tarde en la vida empezó a reclamar su puesto en toda clases de cosas. Seguían ignorándolo y pasando por encima de su existencia pero él se hacía notar y entonces se dio cuenta que la gente lo tomaba por alguien desagradable y molesto porque insistía en hacer parte de lo que los demás hacían. De nuevo, no había insultos ni nada por el estilo. Pero era de esas cosas que se sienten, que se ve en las caras de las personas. Era un odio mal disfrazado, muchas veces acompañado de una condescendencia increíble.

 Esa era una de la s razones principales por las que Pedro no tenía muchos amigos que digamos: la gente simplemente le tenía una aprensión extraña que difícilmente superaban. Era como si desconfiaran de alguien que intentaba salir de su propio cascarón y prefirieran que se quedase lejos, aunque ya era visible y eso era obviamente incomodo.

 Sin embargo pudo hacer algunos amigos y se los debió, más que nada, a su habilidad de causar un poco de lástima pero más que todo a su don para ser gracioso de la nada. No era muchas veces intención serlo. A veces solo buscaba hacer una observación rápida y sincera de algo que estaba pasando. Pero resultaba entonces que le salía un chiste, alguna broma bien construida y eso llamaba la atención.

 Eso se convertía en un puente para que la gente se enterara de que existía y después que lo conocieran por completo y solo las partes que creían conocer o que habían asumido conocer. Sus amistades se podían contar con una mano, pero era porque le costaba construir esas amistades. Pero prefería tener esas pocas amistades reales que ser de los que tienen cientos de “amigos” pero no pueden nombrar momentos en los que la amistad de verdad haya existido más allá de cualquier sombra de duda.

 La otra gran parte de su vida, y la razón por la que quejar se de la primavera era habitual y más sencillo, era porque simplemente jamás se había enamorado de nadie. Eso sí, había conocido gente y había tenido relaciones, todas cortas, que normalmente no dejaban mucho atrás cuando terminaban. Al comienzo era doloroso y se sentía todo como lo siente un verdadero adolescente: cada experiencia es única e irrepetible y parece que nada va a ser nunca lo mismo. Se cree que esa primera vez haciendo algo, que ese sentimiento es el único que habrá y el verdadero y que no hay nada más en la vida.

 Sin embargo, al madurar se da uno cuenta, o al menos así le pasó a Pedro, que todo eso es pura mierda. Es decir, es una sentimiento adolescente que lo exagera todo pero que, mirando su experiencia, nada de lo que había sentido con el primer amor era de hecho amor. Era una mezcla rara entre obsesión y la felicidad de sentir que alguien podía enamorarse de él. Pero no era el amor, esa criatura legendaria de la que habla todo el mundo y que por lo visto es mucho más común que los mosquitos.

 Desde esos días de mayor juventud, Pedro no había sentido nada tan intenso Eso era un hecho y sin embargo lo que había sentido no podía haber sido amor porque no había habido tiempo suficiente para determinar si eso era lo que era en una primera instancia. Lo que sí estaba claro es que después nunca sintió nada parecido. Se encariñó con personas pero no era lo mismo.

 De nuevo, todo iba ligado al hecho de que alguien volteara a mirarlo. Una de esas noches frías de primavera, se acostó en la cama a dormir y se puso a pensar en su vida y concluyó que nadie nunca le había dicho que se veía bien o algo parecido, a menos que buscara algo a cambio. E incluso los que lo habían dicho buscando algo, no lo habían dicho con todas las palabras. Además muchas veces, casi todas, había sido él el de la iniciativa, fuese para un beso, para sexo o simplemente para que las cosas pasaran. Y en el sexo estaba seguro que nadie nunca le había dicho nada más allá de un “me gustó”, lo mismo que se puede decir de una película mala que es entretenida.

 Alguna gente tenía el descaro de reclamarle por su soledad. Decían que si estaba solo era por su culpa y era cierto, pues como había concluido, era él quien siempre tomaba la iniciativa. Porque nadie iba a venir a decirle nada ni nadie iba a ser el que tomara el primer paso. Siempre tendría que ser él. Y por mucho que hiciese ejercicio o que se cultivara en varias ramas del conocimiento, siempre sería exactamente igual. No era algo que fuese a cambiar mágicamente de la noche a la mañana y, contrario a lo que la gente pensaba, no había como cambiar eso porque no estaba en sus manos.

 No podía ser más activo de lo que ya era. No podía lanzarse en los brazos de la gente porque eso sería simplemente desesperado. Lo único que podía hacer era hacer de su vida lo más cómodo posible, aprovechando lo que lo hacía feliz en el momento y punto. Estaba solo y la confianza no era algo fácil de construir así que simplemente hacía lo que pudiese con lo que pudiese.

 Sí, no tenía sexo con nadie, nadie lo miraba ni para escupirlo, a la gente en general no le interesaba su opinión y en fiestas y reuniones se la pasaba callado porque sabía que, aunque la gente lo pedía, nadie quería oírlo hablar.


 Y sin embargo, estar en su habitación disfrutando de sus cosas y escapando de un clima ridículo también era un problema. Pero para ellos. No para él. Porque para él era su manera de vivir hasta el siguiente paso en su vida y sí que lo estaba esperando con ansias.