Mostrando las entradas con la etiqueta gentileza. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta gentileza. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de noviembre de 2014

Payaso

No era un nombre normal para un perro. Muchos decían incluso que los nombres de personas no eran para perros aunque había algunos que quedaban muy bien y ciertamente hubieran sido mejores para un animal tan noble como ese.

Era un golden retriever y su nombre era Payaso. Mucha gente prefería decirle "perro" o "perrito" que su nombre ya que pensaban que lo estaban insultando si lo decían en voz alta. Daba algo de vergüenza llamarlo en un parque por su nombre, sobre todo sabiendo que el perro era tan bien educado que solo respondía cuando decían su nombre completo, no de otra manera.

Su propietario, el señor Reyes, no daba explicación para el nombre pero decía que tenía buenas razones para llamarlo así. El señor Reyes tenía unos 70 años y tenía el perro desde hacía unos 3 años, por regalo de su hija, a quien tampoco le gustaba el nombre.

A pesar de que no era un hombre muy agradable en general, mucha gente había empezado a hablar con él desde que el perro había llegado a su hogar. La gente veía que el hombre era amable con la criatura y que este era gentil y dócil, y era imposible que fuese por entrenamiento previo ya que algunos vecinos podían jurar haber visto al perro cuando cachorro. Tenía que haber sido el señor Reyes.

La gente se les acercaba en el parque y acariciaban al perro y descubrían que ahora el señor Reyes era menos huraño y le encanta hablar de su mascota, un ejemplo de educación y bondad, según sus propias palabras.

Pero pasado un tiempo, algo cambió. No en la bondad de ambos seres, sino en el aspecto del señor Reyes. Era un hombre robusto, no muy alto, con cabellos rizado negro y ojos verdes penetrantes. Pero en días recientes sus ojos habían parecido perder brillo, su cabello lucía menos abundante y parecía más pequeño de lo que jamás había lucido.

El perro, sin embargo, seguía igual, eso sí, inseparable de su dueño humano. El señor Reyes ya no podía caminar tanto como antes y Payaso no tenía ningún problema en ayudarlo y esperarlo.

Entre los vecinos y amigos, corrieron rumores de una enfermedad grave pero nadie supo nada con certeza hasta que la hija del señor Reyes, la misma que le había regalado el perro, apareció un día en el edificio que vivía su padre para visitarlo. Salió llorosa de allí y cuando una mujer, encargada de la limpieza la consoló, le confesó que su padre tenía cáncer.

A nadie le importó de que o desde cuando. Los vecinos, los que más apreciaban tanto al dueño como al perro, fueron visitando de tanto en tanto. Había días que las visitas estaban fuera de discusión pero había otros en que el Ssñor Reyes los recibía como si la realeza estuviera de visitas.

El perro ayudaba como nunca antes. Ahora tenía un chaleco con bolsillos en los que estaban las pastillas que debía tomar su dueño, su celular e incluso un rastreador. Esto último porque un día el señor Reyes se había perdido en la ciudad, después de recibir noticias desalentadoras en el hospital. El animal lo había cuidado pero estuvieron perdidos juntos por varias horas.

Un vecino traía pastel y otra empanadas de carne. Otro más revistas y otro venía solo a charlar y el señor Reyes se sentía agradecido por todo. Después de que se iban era común que el hombre, antes una roca, se desmoronara y llorara por algunos minutos. Su mascota le brindaba una pata y su cabeza para acariciar y eso hacía magia en él.

Las sesiones de quimioterapia empezaron por esos mismos días. La hija del señor Reyes lo acompañaba cuando podía pero era tal la cantidad de trabajo que no podía cumplir con su responsabilidad todos los días. Habían contratado entonces a un entrenador para Payaso, para que este aprendiera todo lo necesario en relación al cuidado de personas en un estado tan delicado.

El perro aprendió bastante rápido, como si no pudiera esperar para empezar a ayudar. Y fue él el compañero ideal en la quimioterapia. El dolor, las ganas de vomitar, la desesperanza. Todo eso sabía manejarlo espléndidamente y de paso ayudaba a otros pacientes que estuvieran allí para el mismo tratamiento.

Los pacientes más cariñosos eran los niños sin duda. Y esto le partía el corazón al señor Reyes. Ver criaturas tan pequeñas, con una vida por delante, en semejantes condiciones. Solía pensar que él al menos había tenido una vida larga y plena. Había hecho lo que había querido y, aunque le dolería partir de este mundo, no sería algo injusto.

Había meses que se sentía mucho mejor y otros en los que no salía de la cama. La terapia se detenía durante un tiempo y revisaban como iba todo pero parecía ser un descenso lento pero progresivo.

La hija, harta de estar alejada de su padre, pidió vacaciones que tenía acumuladas y lo llevó con ella y su hijo a la playa. Payaso también los acompañó y se divirtió como nunca. Fue sin duda uno de los momentos más felices en la vida del señor Reyes: compartiendo recuerdos de su esposa con su hija, viendo a su nieto jugar con Payaso con tanta energía que parecía recargarlo y sentir el sol en su rostro. Todo eso lo hacía sentirse vivo y eso era para agradecer.

Lamentablemente, su salud decayó de golpe a su regreso. Tuvieron que internarlo y, solo un día después de aquello, el doctor avisó a su hija que no tenía mucho tiempo más de vida. Ella lo acompañó en la habitación, todos los días e incluso consiguió un permiso especial para que Payaso se quedara todo el día, ya que ella debía regresar a casa en la noche.

El día antes de su muerte, mientras su hija conseguía un café de máquina, el señor Reyes miró a Payaso y le recordó, sin palabras, porque ese era su nombre. Por la simple razón de que le había alegrado su vida, desde el primer momento. Era la chispa que lo había mantenido viviendo durante los últimos años y le agradecía a la vida haberlo conocido.

Le acarició la cabeza y el perro la apoyó en la cama. Cuando la hija llegó, su padre había muerto. El perro chillaba a su lado y ella lo acompañó en su dolor.

El funeral fue sencillo y asistieron bastantes personas, muchos vecinos y nuevos amigos que el señor Reyes había hecho en poco tiempo. La hija les agradeció a todos por su presencia y su apoyo y dejó a Payaso descansar junto a la tumba de su padre hasta que todos se hubieran ido.

El perro vivió entonces con ella y con su hijo y le dieron todo el amor que pudieron. La mascota tuvo cachorros con una perra vecina y se quedaron con uno de los perritos. Lo llamaron Rey, en honor al padre y dueño de Payaso.

Un día, en el que ella dejó la puerta abierta sin intención, el perro salió y recorrió la ciudad hasta llegar a la tumba de su dueño. Y allí murió, en paz.