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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Soñar despierto

   Aunque había parecido un sueño, la verdad es que lo que había hecho era solo recordar todo lo que había ocurrido con anterioridad, todo lo que recordaba haber visto con sus propios ojos y todo lo que sabía que había ocurrido pero no tenía idea de cómo probar. Ya no era como antes, tiempos en los que todo quedaba registrado de manera pública. No, ahora eran los ojos de las personas los que registraban todo lo que ocurría y toda esa información era almacenada pero jamás hecha pública a menos que fuese muy necesario.

 Apenas abrió los ojos, se dio cuenta que el tren entraba lentamente a la estación. Apenas se detuvo, las puertas se abrieron y todas las personas que debían bajarse, lo hicieron. Fidel, que había quedado algo turbado por lo que había visto mientras “dormía”, se demoró un poco más en bajar y recibió la mirada poco aprobadora de los trabajadores del tren que esperaban afuera a que todo el mundo saliera. Eso sí, era su cara de siempre, pues su deber era revisar que nadie se quedara atrás, tratando de hacer algo no permitido, fuese lo que fuese.

 Fidel caminó por unos cinco minutos, por entre edificios viejos y abandonados, negocios de dudosa reputación y personas que parecían haber acabado de salir de la cárcel. El de la estación central del tren era un barrio bastante difícil: la presencia de la policía era constante así como de los cuerpos élite del ejército. Muchas veces se veían unos u otros entrando a hacer redadas a los enormes edificios que aglomeraban a miles de personas cerca de la estación. Eran edificios bastante oscuros y que daban miedo de solo oírlos nombrar.

 Fidel trotó un poco cuando sintió que ya casi llegaba a su hogar. También vivía en uno de los grandes conjuntos de torres pero era en uno de aquellos en los que la policía entraba menos. Sin embargo, el día anterior, la policía había descubierto dos laboratorios de droga en uno de los edificios. Fidel pudo ver, cuando salía para ir a trabajar, como subían todas las bolsitas a un camión blindado. Algo curioso es que nadie nunca había sabido que hacían con la droga decomisada. Se supone que la destruían pero en ese mundo a nadie le constaba.

 Fidel subió al destartalado ascensor, que solo funcionaba por temporadas, y apretó el botón cincuenta y tres, el cual era su número de piso. Pero antes de que cerrara la puerta, unas sombras entraron y resultaron ser algunos de los extranjeros que vivían en la torre. Era raro verlos fuera de la casa pues ellos no tenían implantes oculares y tenían prohibido salir a menos que fuese una emergencia y parecía que nada de lo que pudiese pasar pudiese ser considerado emergencia. En todo caso, no era normal verlos por ahí caminado como cualquier persona. ¡Eran extranjeros!

 Se bajaron en el piso veintidós, demasiado bajo para que vivieran en el sector más sano del edificio. Normalmente las viviendas con problemas siempre estaban debajo del piso cincuenta y en los que hubiese encima de ese número, solían haber poblaciones más tranquilas y no tan aterrorizadas como las de más abajo. Cuando el ascensor se abrió en el piso de Fidel, se acercó a su puerta y solo tuvo que pasar la palma de la mano encima del pomo para que sonara un “clic” y así se abriera la puerta. Era una ventaja de los implantes.

 Cansado, Fidel lanzó su chaqueta en el sofá que había contra la pared y se dirigió directo a la ducha, que estaba a pocos metros del sofá. En el lugar no había muchos muros y cuando los habían eran de vidrio o de materiales que harían fácil la interacción. Por eso, mientras se duchaba, Fidel hubiese podido ser visto por alguien desde su cocina o su sala o su habitación. A pesar de esa manera de vivir, la verdad era que le tenía cariño a su apartamento e incluso a la enorme torre de edificios donde vivía. Ya era algo a lo que había que acostumbrarse.

 Apenas salió de la ducha, se secó un poco pero se miró en el espejo y después comenzó, de nuevo, a “soñar”. No era lo normal que la gente pudiese acceder así a sus recuerdos pasados pero él, por alguna razón, sí podía hacerlo. Había pasado después de un accidente que había tenido, cuando un idiota se le había echado encima con su motocicleta y lo había hecho golpearse la cabeza. Algo había pasado en su cabeza, un cambio ligero pero esencial, para que Fidel fuese capaz de acceder con tanta tranquilidad.

 Pero cada vez que lo hacía sabía que estaba llamando la atención de medio mundo, pues nadie salvo él podía acceder a recuerdo a voluntad. Era solo un privilegio para las fueras del orden y, obviamente, toda la élite de la sociedad. No había manera de saber si ya sabían que lo había hecho varias veces. Al fin y al cabo que todos los implantes oculares eran básicamente cámaras de seguridad del ejercito, así que en teoría ellos los podían usar como quisiera. La idea detrás había sido crear un mundo más seguro pero eso no había resultado como tal.

 De pronto, la puerta principal del apartamento se abrió y Fidel dio un salto del susto, pues había estado bastante concentrado en sus recuerdos. Fue a la puerta y recibió con un beso a Martín, que parecía llegar tan cansado como él. Martín no sabía lo que le ocurría a Fidel así que no habló del tema ni preguntó nada. Fidel se quedó mirando sus hermosos ojos color miel y se dio cuenta de cómo esos funcionaban a la perfección, enfocando y desenfocando en los momentos correctos.

 Martín le contó a Fidel que la policía había entrado al conjunto de torres y parecían a punto de hacer alguna acción contra el crimen. Sin dudarlo, Martín aplaudió el esfuerzo de la policía y le confesó a Fidel que, aunque muchas de las reglas y cosas que pasaban eran a veces difíciles de procesar, estaba seguro de que todo se hacía para su mejora en todos los aspectos. Por eso Fidel decidió no decir nada acerca de sus implantes. En cambio se fue a cambiar y más tarde empezó a cocinar, algo que no llevaba mucho pues cada vez hay menos que hacer.

  Hacer la cena consistía básicamente en la mezcla de varios ingredientes secos a los que se les agrega agua para que tengan una contextura bastante cercana a la real. Cuando se sentaron a comer, Fidel se dio cuenta por primera vez que nada de lo que había cocinado tenía sabor. No se podía sentir nada más sino un gusto bastante genérico que él ahora ya no disfrutaba para nada. En cambio Martín comía como si nada. Incluso pidió repetir, lo cual era posible pues esa semana habían podido tener varios bonos de comida.

 Mientras lavaba los platos, Fidel recordó una vez hacía mucho tiempo, cuando tenía unos siete años. Recordaba el sabor de una hamburguesa y todos los elementos que la hacían una hamburguesa. El tomate, la cebolla, el queso, la carne, la lechuga y el pan. Todo volvía a su mente de forma sorprendente. Tuvo que dejar de limpiar pues el recuerdo se hizo tan vivido que sus manos temblaron y casi hace un desastre. Martín, en la sala viendo televisión, ni se dio cuenta de lo que pasaba. El estaba tranquilo, sin vistas al pasado.

 Cuando se fueron a dormir, Fidel no pudo apagar sus receptores oculares para lo que supuestamente era descansar. Se le había ocurrido la idea de que habría más gente como él, capaces de recordar el mundo que había existido antes. Muchos odiaban el pasado y estaban seguros de que todo lo actual para ellos era lo mejor que se podía haber creado. Pero Fidel nunca había sentido esa aversión y ahora tenía una ventana a todo lo que había existido antes y, la verdad, le gustaba mucho echar un ojo de vez en cuando al pasado.


 No despertó a Martín pero se rehusó a dormir. A lo lejos, se escuchaba como la policía usaba sus amas. Pudo oír gritos, algunos pidiendo ayuda. No sabía dónde estarían pero sabía que poco a poco se estaban acercando a él. De alguna manera sabía que ese sueño no podía ser. El orden del mundo estaba establecido y estaba seguro de que tarde o temprano, alguien notaría que sus implantes no estaban funcionando correctamente. Vendrían a encerrarlo o peor. No sabía que les pasaba a los que habían visto la verdad.  

jueves, 29 de septiembre de 2016

Otro día de estos

   Es extraño. No siento nada y, a la vez, creo que estoy sintiendo tantas cosas que mi cuerpo cree que no está pasando nada. Al menos mi mente viaja, cada cierto rato, unos meses atrás y revisa una y otra vez los recuerdos que se han ido acumulando. Son muchos y eso me alegra porque siempre se siente bien tener mucho que recordar, mucho que pensar, saber que se ha aprendido bastante a través de un largo periodo de tiempo. Y digo largo porque se trata de un año pero a la larga un año no es nada en lo que se refiere al tiempo y al espacio.

 Sin embargo, en lo que se refiere a mi vida, un año es un pedazo importante de mi experiencia como ser humano. Al fin y al cabo solo he estado en este mundo poco más de veintiocho años así que uno solo de todos esos años es algo importante. Es un año enteros de experiencias físicas y mentales, de desafíos que me impuse y otros que se cruzaron en mi camino, de cosas nuevas y de otras que ya había vivido en varias ocasiones. Todos esos sentimientos están guardados ahora dentro de mi, conservados a la perfección para cuando los quiera recordar o volver a usar.

 También fue un año de nuevas personas y no puedo dejar de decirlo porque si algo define nuestra experiencia humana son las personas con las que nos cruzamos con cierta frecuencia. Quedarán conmigo recuerdos de lo que dijeron y me hizo reír o me hizo pensar, de sus expresiones en diversas ocasiones y, sobre todo, de su presencia en mi vida. Espero que yo permanezca en la de ellos de alguna manera pues creo que esa es la manera de avanzar y movernos por el mundo. Son las personas que conocemos las que de verdad hacen de la vida lo que es.

 Eso sí, no hay que olvidar lo importantes que son las experiencias que se viven por separado, es decir, por uno mismo sin que nadie tenga nada que ver. Viví bastantes de esas, en la oscuridad y bajo el sol, en tierras lejanas y solo a unas cuadras de mis lugares de residencia. Pude vivir cosas que nunca pensé que viviría y pude ver mucho del mundo y de todo lo que tiene que ofrecer, no solo la pequeña porción que en muchos lugares nos hacen creer que es todo lo que hay. El mundo es un lugar vasto y lleno de momentos por vivir.

 Viajar sin duda fue una de las cosas que más disfruté. Sin importar si fuera dentro de una misma ciudad o a un continente totalmente nuevo, disfruté cada momento de esos viajes, tratando de generar tantos recuerdos como fuera posible. Quisiera nunca olvidarme de nada y poder recordar cada pequeño momento pero sé que es imposible. Confío en que mi manera de vivir la vida sea suficiente para que en mi cerebro todo quede correctamente registrado, así podré recurrir a esos recuerdos en el futuro y así divertirme con mis propias anécdotas.

 Hoy me desperté más tarde de lo normal y creo que estoy escribiendo más despacio de lo que suelo hacerlo. La razón, creo yo, es que quiero pensar bien lo que estoy poniendo en este documento porque no quiero que falte nada pero tampoco que sobren cosas, es decir, no quiero decir cosas que no son, exageraciones de aquellas que no son necesarias. Es difícil saber que se está viviendo el último día de un proceso largo y que llega un fin más en mi vida pero no el final de ella misma, que sería muy trágico.

 No sé como sentirme, no sé como reaccionar ante nada. Pero, estando sentado en la cama, casi completamente a oscuras, sé que hoy veré todo con unos ojos bastante especiales. Sé que habrá algo de nostalgia, aunque no sé si esa es la palabra. No es que no me quiera ir pero tampoco es que odie el sitio donde viví por poco más de un año. Simplemente no sé como expresar la multitud de pensamientos y reflexiones que se agolpan en mi cabeza y me marean como ya lo he estado antes. Y ese es mi seguro ante todo esto: ya he estado en esta situación con anterioridad.

 No es mi primera vez dejando un lugar para siempre. No es la primera vez que mi vida sufre un cambio que seguramente será grande, incluso si yo mismo no lo pienso. Solo de escribirlo se me revuelve el estomago y eso que ya me había estado sintiendo mejor, aunque esa es otra cosa. El punto es que cualquier cosa que haya escrito y vaya a escribir en estas tres páginas está ligado a mi baja capacidad de entender todo lo que estoy sintiendo y lo que no tengo ni idea de estar viviendo. Da un poco de miedo, no les voy a mentir. Pero esa es la vida.

 Lo que me da pereza es oír la voces de ciertas personas, gente en general, que me preguntará las mismas preguntas de siempre: ¿Por qué no me quedé aquí en vez de devolverme? ¿Que voy a hacer ahora? ¿Que estoy esperando para pisar el acelerador de mi vida? Creo que las respuestas más honestas no serían muy agradables al oído así que prefiero no escribirlas pero lo cierto es que son respuestas que no tienen porque importarle a nadie más que a mi. Al fin y al cabo son decisiones mías y nadie más puede meterse en eso, por muchas opiniones que puedan tener.

 El día de hoy tengo varias tareas que hacer, algunas planeadas y otras no tanto. Espero que sea un día relajante aunque, siendo sincero conmigo mismo, creo que el estrés ya está empezando a acumularse en mi espalda y cintura y estomago. No se siente nada bien pero supongo que es algo que tengo que enfrentar como ya lo he hecho en muchas otras ocasiones. El punto es saber que estoy dando los pasos correctos y que no estoy olvidando nada. Mejor dicho, que estoy en paz conmigo mismo, que es lo que cuenta al fin del día.

 De hoy a mañana seguro dormiré poco. Es como cuando tenía que madrugar para el primer día de la escuela o de la universidad. Simplemente no podía dormir por la anticipación a ese día que solía ser definitivo por un tiempo. Eso sí, las razones para mi falta de sueño eran ligeramente diferentes en cada caso pero el mismo patrón se repitió durante todos esos años, hasta hoy en día cuando cada vez tengo menos primeros días pero sé que cuando ocurren no podré pegar el ojo por más que quiera.

 Lo que hago es tomar algo de té y distraerme de cualquier manera posible: videojuegos, películas, videos en internet o alguna tarea que no sea importante pero pueda hacer para distraerme. Obligarme a dormir es una tontería pues sé muy bien que no funciona. Lo mejor es ser útil para algo y este año he aprendido muchas cosas que puedo hacer en vez de quedarme mirando el oscuro techo de mi habitación. No es que sepa hacer cosas nuevas ni nada por el estilo sino que me doy cuenta que ya sabía hacer mucho que sirve de algo.

 Escribir es una de esas cosas y escribir tiene diferentes formas y funciones. Eso me distrae a veces y me hace pasar el tiempo, desafiándome un poco a veces como para jugar conmigo mismo. Puede ser divertido o un tanto estresante pero siempre es efectivo a la hora de pasar el rato y cansar un cuerpo como el mío que parece resistirse seguido a caer rendido como lo hacen la mayoría de otros cuerpos. Y cuando me pasa, suele ser en los peores momentos del día, cuando debería de estar haciendo algo mucho más productivo.

 Me estoy alejando del tema central que es este último día. Supongo que me pongo a hablar de otras cosas por lo que ya dije, porque no sé que decir. Pero puedo aprovechar para decir que no tengo resentimiento alguno con esta ciudad ni contra su gente ni nada parecido. Tal vez lo haya parecido en ciertos momentos pero ya se sabe que uno se deja llevar por lo que hacen otros y eso a veces enfurece a la mente y ciega las opiniones. El caso es que sé, estoy seguro, que no odio a nadie y menos a un lugar que me ofreció tanto.


 Mi cuerpo y mi mente agradecen por completo la decisión que tomé hace ya mucho tiempo, le agradecen a mi familia por su apoyo, a la ciudad de Barcelona por su carácter abierto y a todas aquellas personas que, cerca o lejos, estuvieron allí para dejarme hacer parte de al menos un fragmento de sus vidas. Agradezco haber aprendido y haberme dado cuenta de que el mundo es más grande de lo que pensaba, igual que mis habilidades y mi capacidad para asumir la vida tal como viene. Mañana no escribiré pero después esto sigue, porque de este mundo no me quita nadie.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Casi el final

   Tan rápido como había empezado se empezaba a terminar. Es extraño decirlo y pensarlo, pero el tiempo es así, parece escurrirse entre nuestros dedos e irse quién sabe a dónde y quién sabe a que. Desde el primer día estuve dispuesto al cambio, a vivir un poco para variar y creo que las posibilidades fueron aumentando con cada día que pasaba. Es extraño mirar hacia atrás, observar lo que era y lo que soy, lo que había y ya no está.

 No es que sea una persona completamente diferente porque para eso tendría que pasar algo terrible, creo yo. Al menos tendría que ser algo demasiado difícil de comprender al comienzo, o algo por el estilo. No sé quién habla ahora, si todavía soy yo o es ese que hace un rato cayó dormido porque así me ha empezado a pasar ahora, no sé si por el clima o por el cambio de horario que todavía me trastorna de manera inconsciente. No sé que es, pero ahí está.

 Otra vez ruidos. Siempre ruidos aquí y allá y en todas partes. La gente aquí parece tener dificultad para callarse, para pensar un poco en vez de hablarlo todo como si fuera la oficina de algún psicólogo frustrado. Aquí a la gente le gusta hablar pero, por extraño que parezca, nunca hablan de nada real. Siempre son supuestos o cosas que de verdad no importan para nada, siempre es alguien más o detalles de sus vidas que ni a ellos deberían importarles.  Pero así son y así serán hasta que se mueran, nada los va a cambiar ahora.

 Disculpen. Les decía que mi mente no ha cambiado por completo y por eso todavía sigo sin querer entender a la gente. Me sigue molestando el rumor de sus voces cuando creen que nadie los escucha: sus voces en mis oídos suenan como tanques de batalla. Es insoportable que haya tanto ruido en un lugar como mi habitación, pero cuando salgo a la calle el ruido parece ser menor. Será que me acostumbro a él o algo por el estilo.

 No, me quito su risita idiota de encima y recuerdo mis ansias antes de viajar, antes de emprender el próximo camino que ya no tiene mucha más vida que vivir. Hace casi un año pero sigo recordando que no fue como la primera vez. Esa en la que mis ojos se llenaron de lágrimas y quise volver tan pronto me fui. Esa vez en la dejaba las cosas de una manera y volví para encontrarlas igual. Es raro. Esta vez será lo opuesto y sin embargo me afecta menos.

 Esta vez siento que llevo otro equipaje conmigo, llevo experiencia, si es que así se puede llamar. Llevo un peso enorme encima, pero no es de aquellos que pesan en el alma, el corazón y la mente sino uno que quiero usar para mi ventaja. No todo lo que parece malo lo es, y por eso creo que todo lo que llevo conmigo puede ayudarme después, en la oscuridad.

 El calor es ahora el que me desconcentra. Todavía oigo su risa o lo que sea allá lejos. Creen que nadie los oye y eso me parece desagradable. Me parecen desagradables ellos mismos. Eso es algo que no ha cambiado para nada, sigo sintiendo que la gente es igual de arrogante y estorbosa aquí que allá y que en cualquier parte. Es algo que no me gusta para nada, pero es un hecho de la vida que tengo que aceptar. Hay gente que no debería usar su voz para cantar…

 Mi cuerpo se siente diferente. Me di cuenta hace poco que lo siento distinto, me comporto distinto con él, como si me lo hubiesen cambiado sin darme cuenta y ahora lo estuviera aprendiendo a usar de nuevo. Sé que es el mismo, eso es obvio, pero se siente nuevo en ciertas partes, se siente mejor y me agrada más. Qué extraña sensación, que raro es poder sentirse así como nunca creí que me fuese a sentir. Es agradable, pero me da un poco de susto andar por ahí, así de confortable.

 Y sin embargo sigue sin importarme nada porque me he dado cuenta que nada de lo demás importa. Los demás no importan en el sentido que no puedo amarrar mi vida a lo que otras personas piensen. Esto lo digo y todavía es algo con lo que lucho día a día porque no he superado todas las pruebas al respecto. Sigo siendo el mismo que se siente intimidado por la mirada de los demás, como si pudieran ver a través mío. Mejor dicho, como si yo no estuviera aquí. Eso duele.

 El amor y esas cosas siguen siendo un misterio al cual nunca sabré si deseo acercarme. Cambiar de latitud y longitud no ha cambiado eso en lo más mínimo. Sigo considerando que no estoy listo para eso, sea lo que sea eso.  Porque admito que no entiendo todavía muy bien que es lo que es el amor entre dos personas. El amor de familia sí que lo entiendo e incluso la amistad, que es un tipo de amor bastante agradable y útil. Pero el romántico, no lo entiendo para nada.

 El sexo, en cambio, lo he aprendido a entender mejor. ¿Cómo? Muy simple: dejándome llevar por el momento y lanzándome a aguas antes desconocidas. No voy a detallar todo porque no creo que sea el punto de este ejercicio, pero sí puedo decir con completa confianza que la experiencia sexual tiene mucho que ver con mi nueva aceptación de mi cuerpo.

 Incluso el ejercicio no sexual, y esto sí que suena gracioso, es algo que he aprendido a aceptar dentro de mi vida. Y tengo que confesar que los beneficios han sido varios, no solo en el aspecto relacionado a mi cuerpo sino a la manera como enfrento cada día. Creo que esa adrenalina ayuda un poco a mi mejora interna.

 Sin embargo, no es que me guste hacer ejercicio ni nada parecido. Sigue siendo para mi algo a lo que tengo que enfrentarme desde cierto ángulo para que no sea un momento difícil en el día. De hecho, tengo que confesar, sigo haciendo de cada jornada un horario casi estricto que pocas veces admite sorpresas. Es algo un poco insano, lo sé, pero es la mejor manera que tengo para enfrentar la vida en este momento. Eso suena un poco trágico, pero no quise que sonara así. En fin.

 Ahora pongo música para contrarrestar el sonido de las voces porque me molestan. Es una pareja y creo que están en mi mismo apartamento. Me fastidia tener que compartir y así ha sido desde siempre. Lo gracioso es que aquí no he tenido la opción de no compartir pues con una experiencia ya vivida se sabe muy bien que sirve y como manejarlo todo, en especial el dinero que sigue siendo esa fuerza que mueve los engranajes de todo en el mundo, así uno no lo quiera admitir.

 Por algo uno de mis sueños, de los pocos que tengo porque el concepto de sueños es algo que me molesta ligeramente, es el de poder ganar dinero por mí mismo. Quiero llegar al momento en mi vida en el que me paguen por hacer algo, lo que sea. Y poder vivir con ese dinero, tener un sitio mío, todo para mí, para compartir solo cuando yo quiera y no cuando a los demás se les dé la gana de que sea compartido. Ese es mi sueño y espero lograrlo pronto. Por favor…

 Creo que fue bueno dormir esos treinta minutos en la tarde, cambian la perspectiva que uno tiene de la vida. Esa siesta me impulsó a escribir ahora algo que voy a publicar mañana, después de dar ese último paso de los muchos que vine a dar aquí. De hecho, hay muchos más pasos que dar, pero esos son adicionales, no planeados, de aquellos que no me entusiasman tanto pero que aprendo a querer poco a poco, como hijos del alma.

 El calor del día se ha ido de a poco. Ya quiero sentir algo de frío en la piel aunque me gusta vestirme para el calor, de pronto por aquello que me gusta más mi cuerpo que antes. Es muy extraño todo… Me pregunto que estaré haciendo dentro de otro año o dentro de cinco. ¡Ni se diga dentro de diez! No… Prefiero no hacerlo porque entonces me entra el miedo de verdad, ese que se amarra en mi cerebro y no me deja ir hasta que me quita toda la energía que tengo.


 Ahora que me detengo un momento, no sé muy bien que es lo que acabo de escribir. Creo que solo quería decir que me siento bien pero que el futuro, como siempre, es esa bestia oscura a la que odio enfrentarme. Por eso la evito y vivo de a poco, dando un paso y después el otro. Caminando descalzo a un lugar del que no tengo la más mínima idea. Deséenme suerte.

lunes, 8 de agosto de 2016

Días de playa

   La capa se sacudían con fuerza en el viento, dando coletazos fuertes como si fuera una pez luchando por escapar su captura. El clima era difícil pero no es se estaba poniendo ni mejor ni peor. Era solo ese fuerte viento constante de la orilla del mar, que hacía que todo cobrara vida. Jorge no tomó la cama con una mano para que dejara de moverse ni nada por el estilo. La verdad es que el sonido y el movimiento no le molestaban. Estaba demasiado preocupado pensando en lo que pasaría al otro día, no le importaba el clima que hiciera entonces o en cinco días.

 Caminó lentamente por las dunas de arena que dominaban el paisaje. Era difícil puesto que eran montañas enormes que se elevaban varios metros por encima del nivel del mar y luego había valles en los que el viento del día apenas y se sentían. Pensativo, Jorge no le vio lo malo a tener que caminar por allí con las botas militares que tenía puestas, la capa que seguía ondeando como una bandera y el cinturón grueso y pesado que sostenía todo su atuendo.

 Pensé que era ridículo estar allí, pensando que por arte de magia algo pasaría para impedir que todo pasara como tenía que pasar. Solo una pequeña parte de él se derrumbó a ese punto pero se recuperó a tiempo y ahora solo esperaba el momento de la verdad que tanto le habían prometido. Miraba a un lado y al otro y se daba cuenta que estaba solo y que al otro día ese no era el caso.

 Al caminar, hizo un trazado claro con las botas, pues arrastraba los pies. Esto era en parte juego pero también una clara manera de pedir ayuda sin decir nada. No había nadie allí que lo ayudara pero era bonito sentir que podía estar en la mente de alguien por un momento. Se preguntó como era cuando alguien más pensaba en él, cuando estaba lejos y aparte de todo. Hacía mucho tiempo que no tenía de verdad a nadie y, a pesar de haber pasado tanto tiempo, no se hacía más fácil.

 Se detuvo de nuevo en la parte alta de la duna más cercana al mar. Esta vez sí que tuvo que tomar la capa ente sus manos, mientras miraba el salpicado océano que parecía enfurecido, a punto de la locura. Jorge recordó todo lo que había ocurrido allí hacía tanto tiempo y se sentía un poco tonto al admitir que recordaba cada segundo con claridad.

 Había sido hacía unos cinco años y el lugar, esa playa, era muy distinta. Las dunas eran mucho más bajas pero la arena era igual de blanca y delgada como las demás. El mar, sin embargo, lo recordaba muy diferente, mucho más en calma que entonces, cuando parecía quererse salir de donde estaba. No, en esos tiempos era un lugar de paz, poco frecuentado, un autentico paraíso cerca de todo.

 Porque la playa quedaba cerca de la ciudad y no dentro de ella. Como era difícil llegar, la mayoría de la gente no sabía que existía y se quedaban en las abarrotadas playas de la ciudad donde no se podía uno mover sin golpear a otra personas. Jorge había estado allí, con el sol del verano en su espalda, y con una brisa agradable masajeando su espalda. La vez que recordaba no había sido la primera que había ido sino la última. Era uno de esos bonitos recuerdos que todavía guardaba del pasado.

 De entonces no había documentos ni imágenes ni nada. Todo eso había sido destruido por completo al comienzo de la guerra. Y sin embargo recordaba como fue uno de los primeros lugares a los que llevo a Roberto después de formar los papeles del matrimonio. La ceremonia había sido algo muy normal pero había querido un gran viaje y con Roberto hicieron un itinerario que daba la vuelta a todo el continente en poco menos de un mes. Iba a ser su travesía de luna de miel.

 El viento se puso más fuerte, sacando a Jorge de su recuerdo. Tenía que regresar ya al campamento y tratar de descansar para el día siguiente, era lo único que podía hacer para no volverse loco, paran o obsesionarse con su pasado o su futuro o lo que fuera. La verdad era que ya no había nada que creyera poder hacer para ignorar el hecho de que podría morir en muy poco tiempo.

 Dio un par de pasos y luego se agachó y miró los botas. Se dejó caer sobre su trasero en la arena, mirando fijamente sus botas, como si fueran lo más importante del mundo. Los cordones eran delgados y daban varias vueltas hasta que formaban un nudo fuerte. Cuando empezó a tratar de desamarrar el nudo, no pudo evitar pensar de nuevo en el pasado.

 Jorge se había quitado las chanclas apenas había visto el arena pero Roberto no lo hizo hasta que encontraron un lugar perfecto frente al agua para echarse. A pesar del sol y del hermoso clima, no había casi nadie en la playa. Algunas familias con sus niños jugaban por ahí y otro par de parejas. Nadie más invadía semejante lugar tan hermoso. Jorge se quitó camiseta rápidamente y corrió hacia el agua y se metió en ella. Estaba algo fría pero perfecta para el clima cálido.

 Roberto lo saludaba desde la playa a medida que Jorge se alejaba nadando. Cuando estuvo cerca de las boyas de seguridad, se dio cuenta que Roberto ya no batía sus manos alegremente sino que se había sentado en la toalla a leer un libro que había traído. Sonrió al verlo pues le gustaba esa parte de él, esos pequeños detalles que hacían de Roberto ese ser tan especial que había conocido de una manera tan al azar.

 Se logró quitar la primer bota. La dejó a un lado y fue por la otra. Sus pies le dolían y no quería usar más esas malditas botas. Al otro día prefería luchar descalzo, sin medias si se podría, nada de esas cosas que pesaban dos toneladas. Sabía que se le congelarían los pies si no se protegía pero había  un límite para todo y por alguna extraña razón su límite era el dolor en sus sensibles pies. Tomó las botas con una mano, se puso de pie, y siguió caminando, alejándose de la playa. Su ritmo era ahora más rápido, las botas en verdad lo mantenían frenado.

 Cuando regresó a Roberto ese día en la playa, le compartió su pensamiento: el día que se conocieron había sido un día muy particular. Para Jorge había sido pésimo y había estado a punto de cancelar su participación en esa fiesta, pues no estaba de humor. No tenía trabajo ni dinero y no quería tener que estar pendiente de cada moneda que gastaba para tomarse una cerveza. Nunca hubiese pensado que eso le cambiaría el futuro inmediato.

 Al mirar la lista de precios una y otra vez,  una chica más joven que él pareció desmayarse a su lado. Él la tomó en brazos justo a tiempo, evitando que se golpeara contra el suelo. Con ayuda de un vaso de agua, la pudo despertar y la cargó hasta la salida del lugar. La sentó en una banca y le preguntó su nombre y si sabía su dirección. La pobre no estaba para nada bien, muy bebida. Parecía querer hablar pero no decía nada, solo balbuceaba entre dientes.

 Fue entonces cuando apareció Roberto. Al verla a ella se acercó puesto que la reconocía. Lo curioso es que él no venía a esa discoteca sino que iba pasando con amigos para ir a otra. Fue una pura coincidencia que todos hubiesen estado allí en ese momento. Esa casualidad selló el destino de los tres y, al menos para Roberto y Jorge, les brindó unos meses llenos de algo que jamás habían vivido ni sentido. Ahora todo eso se sentía muy lejano.

 Sin botas, Jorge llegó al campamento que se había resguardado en la vieja fábrica cercana a la playa. Hacía décadas que no servía pero era un refugio excelente contra el clima y cualquier persona que quisiese hacerles daño. Cuando entró, nadie preguntó nada, ni por el clima ni por las botas ni por el inminente gran día que tendrían en pocas horas.


 La noche cayó de golpe. El cielo era negro, sin estrellas. Solo un par brillaban débilmente en el firmamento. Tratando de dormir, Jorge miró esos débiles destellos y se preguntó que era lo que era lo que había pasado para que estuvieran allí y no como habían estado hacía cinco años. En esas débiles luces veía un reflejo perfecto de sus esperanzas, como se iban apagando una a una todo los días. Y sin embargo, al otro día tendría que seguir luchando, persistiendo y no sabía porqué o para qué.