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viernes, 23 de junio de 2017

La fuga

   Lo que más asustaba a la gente no era el hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su parte del trato, la parte en la que los protegían.

 Los maleantes que se habían escapado de la cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.

 Eran como un cáncer pero no eran el único cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.

 Por supuesto, eran los que más se quejaban de malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.

 Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado por ellos, se les haría alguna clase de honor.

 En el patio B, el más grande de toda la prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.

 Tenían cierto poder pues eran los que le podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.

 Entre el grupo más grande, e incluso incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo, donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.

 Por eso no era extraño que hubiese asesinatos pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo cuando les convenía a ellos y sus intereses.

 También había una clase media y una clase baja y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos, algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de las que nadie hablaba.

 En el último patio, en un edificio un poco más grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios. Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso, fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.

 La mayoría eran asesinos, eso no era de sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.

 Las celdas que tenían eran un poco más amplias que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de nadie. Estaban completamente apartados del mundo.

 Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era destruir la vida humana en cualquier manifestación.

 Ese fue el grupo que hizo que las personas del pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra personas como esas, más si eran numerosos.


Pero el pueblo solo se vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.