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miércoles, 28 de junio de 2017

El coloso del desierto

   Para verlos, había que hacer un recorrido muy largo desde el embarcadero de la isla hasta su parte más central y aislada. El único poblado era el que ocasionalmente recibía los ferris con provisiones de la capital de la provincia, que estaba ubicada a dos días por mar. La razón para esta conexión era fácil de explicar: el archipiélago era tremendamente peligroso y el viaje entre ellas era difícil por todos los cambios de vientos, los torbellinos que se formaban y las anomalías electromagnéticas.

 Las historias de naufragios existían por montones y no había otra manera de llegar a la isla que no fuera por agua. La construcción de una pista de aterrizaje necesitaría una modificación profunda de alguna parte de la isla y sus habitantes no dejarían que eso pasara. Y el resto de poblados estaba tan lejos que ni construyendo mil puentes y carreteras sobre el agua sería posible llegar a ninguna parte. Además, y tal vez lo más importante, a la gente de la isla le gustaba estar aislada.

 Recibían sus provisiones y eso era todo lo que necesitaban del mundo exterior. Se trataba más que todo de medicinas, imposibles de producir en la isla. Lo normal era que trataran sus enfermedades con hierbas y ungüentos caseros, pero de vez en cuando la medicina moderna tenía que acudir en ayuda cuando simplemente no se podía hacer nada por la persona. Era difícil algunas veces pero a todo se acostumbra el ser humano y sin duda la gente se acostumbró en ese rincón del mundo.

 El turismo no era algo muy frecuente pero no era del todo extraño que, de tiempo en tiempo, algunas personas vinieran a explorar la isla. Después de todo, buena parte había sido declarada patrimonio cultural y natural del país, lo que quería decir que era una lugar único por muchas razones. Solo los turistas de aventura venían, pues sabían que venían a ver un mundo completamente distinto y que, en ese proceso, no tendrían acceso a ninguna de las ventajas del mundo moderno.

 En la isla no había servicio de teléfono ni de internet. Lo único que había era un servicio postal, que era útil solo cuando llegaba el ferri, y un par de estaciones de radio y transmisores que servían para contactar con la marina en caso de alguna calamidad como un terremoto o algo por el estilo. De resto, la gente de la isla estaba por su cuenta y eso era algo que emocionaba a la mayoría de visitantes pues era una manera perfecta de alejarse de todo por un buen tiempo. Así vivían una experiencia de verdad única y llena de cosas nuevas.

 Diego fue uno de los primeros turistas que llegó cuando se inició el servicio de ferri, que hoy tiene apenas algunos años de existir. Con anterioridades, había que llegar a la isla por medio de embarcaciones privadas. El hombre había leído acerca de la isla en una de esas revistas sobre la naturaleza que había hojeado en un consultorio dental. Las fotos eran tan hermosas en ese articulo que Diego decidió buscar una copia de la revista para su casa y así tener esas imágenes cerca por mucho tiempo.

 Sin embargo, pronto no fue suficiente tener esas fotografías cerca. Diego nunca había sido el tipo de persona que necesita la aventura para vivir y sin embargo se encontraba al borde de una decisión increíble. Después de mucho pensarlo, decidió que tenía que ir a ese lugar. Como pudo, dejó a alguien encargado en su trabajo y compró uno de los billetes de transporte más caros que jamás había pagado. Además, empezó a hacer compras para estar bien preparado.

 En un solo día, compró una de esas mochilas enorme para poner dentro todo lo demás. Compró una tienda de campaña, un abrigo para bajas temperaturas, protector solar, medias térmicas, un termo especial que conserva el agua fría por más horas, una navaja suiza y muchos otros objetos con los que fue llenando la mochila, que terminó pesando más de lo deseado pero nada que Diego no pudiese cargar. Lo otro fue entrenar un poco, para lo que el hombre tuvo apenas unas semanas.

 Iba todos los días al gimnasio y hacía una rutina bastante intensa en la que el objetivo era quemar grasa y hacer crecer los músculos par adquirir mayor fuerza. Hubo días en los que fue dos veces al gimnasio y no quería parar, tanto así que su entrenador tuvo que exigirle descanso y buena alimentación para no colapsar de un momento a otro. Había pasado con otras personas antes y pasaría con él si no se tomaba un descanso. Pero Diego estaba ciego a causa de su objetivo.

 Cuando por fin llegó el día, tomó un avión hacia la lejana capital de la provincia insular y de ahí abordó el ferri, un barco más bien pequeño pero muy curioso, pues llevaba de todo encima. Desde bolsas y bolsas de correo hasta automóviles y animales de granja. Las personas abordo eran igual de diversas: había quienes iban a visitar familiares pero también gente que claramente trabajaba para el gobierno. Abuelos y niños, hombres y mujeres. En total, eran unas cuarenta personas, tal vez más o tal vez menos, Todo estaban felices de ir a la isla.

 Cuando llegó, Diego fue recibido con curiosidad por todo el mundo. Al fin y al cabo, no era muy común ver turista por allí y menos que vinieran de la capital del país y no de la misma provincia. Incluso el encargado de la isla, una suerte de alcalde, decidió buscar a Diego para invitarlo a una cena muy especial en su honor. Diego estaba tan apenado por la sorpresa que no tuvo opción de aceptar o negarse. Esa noche bebió y comió como los reyes y se enteró de que la isla era aún más salvaje de lo que esperaba.

 Se quedó en el poblado por una semana, hablando con varias personas para planear su viaje a pie lo mejor posible. Quería visitar todos los lugares importantes. Este hecho le valió el ofrecimiento de los servicios de una chica joven, prácticamente una niña, que según decían conocía absolutamente toda la isla porque era la mano derecha de su padre. Este había muerto recientemente a causa del hundimiento de su lancha de pesca hacía no mucho tiempo. Diego aceptó su ofrecimiento.

 El viaje por la isla tomaría otra semana para completar pero ese era el punto. Comenzaron una mañana de esas azules y volvieron durante una de las noches más hermosas que ningún hombre o mujer hubiese visto jamás. Diego se convirtió en uno de los expertos de la isla, pues tomó fotos de casi todo lo que vio y de lo que no tenía fotografías hizo más tarde dibujos, que serían replicados una y otra vez en revistas y publicaciones especializadas. Sin quererlo, se convirtió en científico.

 La imagen más curiosa, sin embargo, fue una que le tomó a la niña guía en una formación rocosa existente en un micro desierto en el centro exacto de la isla. Pero decir que era de roca no era correcto. Era más bien arena endurecida por algún proceso natural. El caso es que, crease o no, la formación de arenisca había tomado la forma de un hombre alzando los brazos hacia el cielo. Se le veía del pecho a la punta de los dedos de cada mano, Obviamente no era algo definido pero se veía con claridad.

 Ni la niña ni ninguno de los habitantes le supo decir a Diego si la formación era de verdad natural o si alguien había intervenido en algún momento para crear semejantes estructuras tan perfectas y a la vez tan bruscas. Tenían además un atractivo especial, difícil de explicar.


 Diego atrajo con sus historias a más personas, más que todo científicos, que con el tiempo descubrieron nuevos animales y plantas en la isla pero nadie nunca supo explicar la presencia de lo que pronto llamaron El coloso del desierto.

miércoles, 26 de abril de 2017

Lo más horrible

   El dolor corporal al momento de levantarse ya se había vuelto costumbre. Alicia había decidido no tomar medicamentos para todo y por eso ahora tenía que vivir con todos sus dolores y molestias, día y noche. Era peor en las mañanas, apenas se despertaba. No era solo la pereza de ponerse de pie como tal, sino el dolor de pies a cabeza que no la dejaba vivir en paz por algunos minutos. Tenía que respirar lentamente e ir reconociendo cada parte de su cuerpo, como si fuera nuevo.

 Esta técnica se la había enseñado el señor Páez, el sicólogo que había visitado durante un año después del incidente. Por supuesto, sus dolores no habían sido el punto de discusión de la mayoría de sus sesiones, pero había sido tratado porque él creía que todo lo que pasara con Alicia tenía algo que ver con lo que había ocurrido hacía ya cinco años, en esa casa de campo que Carlos había alquilado de repente, sin consultarle. Páez le atribuía todo a ese momento en su vida y ella no sabía si eso era lo correcto.

 En la casa de campo había vivido uno de los peores momentos que puede sufrir cualquier persona. No es fácil ver como la persona amada, la que es más cercana a uno, se quita la vida de un momento a otro, de una manera tan sencilla como si se tratara de tomar agua o de echarla mantequilla al pan. Pasó todo tan rápido que uno no pensaría que las consecuencias fueran tan grandes pero lo fueron porque Alicia terminó en un hospital siquiátrico y en visitas con el doctor.

 Ahora ya no iba. En parte porque se suponía que ya no lo necesitaba pero también porque no quería que de verdad su vida revoloteara alrededor de ese único hecho trágico en su vida. Era algo importante pero no podía convertirse en el punto focal de todo. Al fin y al cabo, Alicia había estado bastante bien por los últimos años. Había dejado de tener crisis nerviosas y ya no hablaba con paredes ni nada parecido. Era su mejor momento en años y no lo iba a dañar por tonterías.

 No que fuera una tontería el dolor de cuerpo tan horrible que siempre la invadía en las mañanas. Muy al contrario, ella pensaba que era lo único que de verdad la amarraba contra el pasado. Lo grave de verdad era cuando, ocasionalmente, tenía problemas con alguna visión al azar que ocurría cuando estaba en la casa arreglando cosas o sin mucho que pensar. Le pasaba que veía a Carlos de nuevo, parado frente a ella como si nada, solo que su cara se veía reventada por la explosión del disparo de un revolver. Alicia antes gritaba al ver esa imagen. Ahora solo se daba la vuelta y la ignoraba.

 No era algo frecuente pero había decidido no decírselo a nadie o medio mundo armaría un lío con ello. La verdad era que a ella le parecía muy normal verlo a él de vez en cuando, pues lo pensaba mucho y, muy dentro de sí misma, parecía seguirlo queriendo a pesar de todo. Por eso lo reconocía cuando aparecía pero si era con la herida de muerte, sabía que se trataba de una manera de torturarla a ella, de meter un tenedor en su herida abierta y girarlo, esperando que se retorciera en el piso.

 Pero eso no era algo propio de Alicia. Ella no era de las mujeres que se dejan atropellar por esas cosas de la vida. A pesar de su estadía en el hospital y de sus visitas al sicólogo, ella tenía una día a día normal con trabajo y todo lo demás. Veía a sus familiares con frecuencia pero no tanto como para que empezaran a preguntarle cosas que sabían muy bien que estaban fuera de los limites. Siempre tenían cuidado con decir las cosas correctas porque Alicia podía molestarse con facilidad.

 A veces podía suceder con ver la televisión, otras veces solo con escuchar alguna palabra en la calle. Debía controlarse durante la mayor cantidad de tiempo posible para poder llegar a casa, el único lugar en el que de verdad podía sentirse tranquila. Normalmente se servía un vaso de agua con hielo y lo tomaba en silencio para irse calmando lentamente. Era la única manera de calmarse y de poder controlar todo lo que tenía en la cabeza, que era bastante más de lo que había pensado nunca.

Era obvio que el doctor Páez se había equivocado de cabo a rabo. Alicia seguía tan mal como siempre pero había aprendido a decir las cosas correctas así como a manejarse a si misma de manera que nadie pudiese pensar que había algo malo con ella. Se había vuelto una experta en mentir, en el lenguaje corporal y autocontrol. De hecho, si el doctor hubiese sabido lo que ella hacía, lo más probable es que la hubiese aplaudido porque ni el más experto hubiese podido ver a través de su engaño.

 Pero eso era cosa del pasado. Ya no volvería a las consultas porque simplemente sabía que nada sería arreglado por ese medio. Nadie se recupera de un día para otro después de ver a la persona que más aman con una pistola apuntándoles al cráneo, para luego ver en una suerte de cámara lenta como el barril del arma gira y de pronto toda la cabeza de esa persona parece estallar por todas partes. El cuerpo parece seguir vivo unos momentos pero es una ilusión. Lo único que existe es el grito desgarrador de la mujer frente al hombre que amó.

 Cuando volvió al apartamento, quitó todas las fotos que había de él. No quería que cada imagen le recordara ese horrible momento. Evitaba mencionarlo en público y la gente respetó eso, así algunos no estuviesen de acuerdo. Por supuesto que no se lo decían de viva voz, pero creían que era más sano afrontar el tema y no fingir que una persona tan importante para su vida había desaparecido de pronto, casi como en un truco de magia. Parecía tener poco respecto por la memoria del muerto.

 Pero el respeto no era algo en lo que ella pensara muy a menudo. Su misión número uno era no tener que luchar cada segundo de su vida con ese momento, no ver una y otra vez esa horrible imagen frente a sus ojos, como si se tratase de una vieja película que se queda estancada en un punto determinado. Nunca iba a olvidar pero eso no quería decir que estuviese obligada a someterse a ese momento de su vida para siempre. Por eso eligió hacer lo que hizo y así tratar de encontrar paz.

 Apenas tomada la decisión fue cuando empezaron los dolores de cuerpo. Por ellos sí fue al médico, que le recetó un botiquín entero de medicamentos. Pero ella los tiró por el lavabo apenas llegó a casa, porque no quería vivir atrapada por las drogas, no quería vivir en un mundo donde no fuese ella la que tenía el control. Tenía mucho miedo de que al suprimir el dolor físico, el mental volviera con mucha más fuerza que antes. Por eso todos los días se aguantaba, lo mejor que pudiera.

 Al fin y al cabo era algo que ya tenía dominado. El resto de su vida era un trabajo fácil que le pagaba lo suficientemente bien para vivir y el hecho de tener que visitar a sus familiares con frecuencia, en parte porque solo los tenía a ellos y en parte porque seguramente querían saber si ella seguía bien, sin episodios violentos ni nada de eso. La visita semanal a casa de su madre era tan importante por esas razones y porque era otro lugar que la calmaba y la hacía sentirse tranquila.

 Pero aún así, al menos una vez por semana también, lo veía a él en algún lugar de la casa. A veces estaba en el comedor, a veces en la cocina o incluso en el baño. El pobre siempre mira al vacío, al suelo, y nunca a Alicia que solo lo observa unos segundos.


  Menos veces ocurre lo de aparecerse con su cuerpo después del disparo. Esas veces Alicia da la vuelta y se aleja lo que más puede. Prende el televisor, la radio y trata de reír para no gritar. Empuja hasta el fondo todo lo que no puede dejar salir, bajo ninguna circunstancia.

viernes, 28 de octubre de 2016

Sangre como prueba

   El lugar estaba repleto de policías y de personal de varias entidades del gobierno. Era seguro que un apartamento tan pequeño, nunca había estado tan lleno de gente. Unos salían con bolsas, otros con papeles que acababan de llenar con la información que debían proveer. Los forenses eran los únicos que no habían salido desde el momento en el que habían entrado. El cuerpo que había en el lugar tenía que ser sacado de manera muy delicada pues se podrían comprometer pruebas si no se le daba el trato adecuado. Tenían que ser cuidadosos.

 Era el cuerpo de un hombre, de unos treinta años de edad. Estaba completamente desnudo aunque, alrededor de la cintura, tenía la marca del caucho de un bóxer, lo que quería decir que había tenido puesto uno no mucho antes de ser asesinado. Estaba en el centro de la sala de estar, estrellado contra una mesa de vidrio que se había roto en mil pedazos apenas el cuerpo había chocado con ella. Los pedazos habían volado a cada rincón del apartamento. El pobre hombre podía haber muerto por la pérdida de sangre o por el impacto, era difícil definirlo.

 Cuando habían llegado, ya todos los oficiales tenían los papeles del apartamento que ponían de propietario al hombre desnudo de la sala. Alguien había entrado en su casa y lo había asesinado con rabia. Era una escena horrible pues la alfombra blanca se había teñido de rojo y el olor a metal del hierro en la sangre era bastante fuerte. Uno de los ayudantes del equipo médico vomitó apenas entró al apartamento y tuvo que ser sacado al instante pues había comprometido la escena del crimen. No era fácil para gente nueva en el tema.

 La detective Martínez, en cambio, llevaba años trabajando en casos igual o mucho más violentos que ese. De hecho, este parecía un poco más fácil que otros pues parecía que habían robado algo y el propietario del lugar estaba muerto. Con solo atrapar a una persona, ya tendría resuelto el crimen. Era algo que no pasaba muy a menudo. Normalmente estos casos de asesinato tenían una y mil vueltas que a veces terminaban en lugares en los que nadie se hubiese esperado terminar. Así de difícil era la vida de un detective, contemplando a diario vidas que habían sido cortadas de tajo.

 La mujer caminó de nuevo hacia la habitación del apartamento y vio como los cajones y el armario habían sido casi destrozados, como por alguien que busca algo con desespero. La cama estaba destendida pero solo el cubrecama estaba en el suelo. No había rastro de sabanas por ningún lado. La detective corrió a la lavadora que había en la cocina y encontró que estaba encendida y las sábanas adentro todavía no habían secado por completo. Es decir, que alguien había puesto a lavarlas hacía relativamente poco y podía apostar que no había sido el dueño del lugar.

 Envió las sábanas al laboratorio y las hizo revisar. El agua caliente seguramente había destruido cualquier evidencia pero no se perdía nada con intentar. Mientras se llevaban la ropa de cama, la mujer volvió a la habitación y empezó a revisar cada rincón con mucho cuidado. Encontró varios pelos que guardó en una bolsita de plástico. Cuando los vio contra la luz de la mañana, se dio cuenta de algo que seguramente le diría una revisión a profundidad: no era el cabello del hombre de la sala. El de la bolsa estaba teñido de azul y el del hombre era completamente castaño.

También envió los cabellos al laboratorio y les dijo que lo hicieran rápido porque había cosas que no estaban claras respecto a todo lo que tenía que ver con ese apartamento. Lamentablemente, no había persona de seguridad en el edificio así que no había a quien preguntarle nada y como era una de esas viejas estructuras rehabilitadas del centro de la ciudad, no tenía cámaras de vigilancia todavía, solo en los niveles de parqueo y el hombre muerto no tenía ningún vehículo a su nombre. Había muy pocas maneras de resolver el misterio.

 Después de terminar con varias fotos del cuerpo y de cada una de las evidencias potenciales, los oficiales se llevaron todo en bolsas y los forenses, con el mayor cuidado posible, pusieron el cuerpo en una bolsa y se lo llevaron para revisión exhaustiva. La mujer detective se quedó un rato más, mirando por todos lados. El espejo roto del baño ya lo había visto y habían tomado la sangre que había en el suelo Probablemente el invasor había empujado la cabeza del hombre muerto contra el espejo, rompiéndolo y seguramente causándole alguna fractura.

 De resto no había mucho que ver. No habían fotos enmarcadas ni nada por el estilo. Justo cuando iba de salida, un oficial le informó a la detective que se había encontrado un portátil estrellado contra el suelo en la parte trasera del edificio. Era de suponer que quien hubiese entrado al apartamento, lo hubiese tirado por una ventana, la del baño que era la que daba para ese lado. Al preguntar si habían encontrado un celular, el oficial negó con la cabeza. Era muy inusual que alguien de la edad de la victima no tuviese un teléfono consigo.

 La mujer salió del edificio y tiró los guantes en el asiento del copiloto de la patrulla que manejaba. Se dirigió a la estación a hacer algo de papeleo y luego se encaminó a su casa, donde su marido y su hija estaban a punto de dormir. Había veces que no los veía tanto como quisiera. Persiguió a su pequeña por el cuarto, jugando un poco antes de acostarse a dormir. Cuando la estaba metiendo en la cama le vibró el celular pero no lo miró hasta que su hija estuviese dormida.

 Al parecer habían encontrado algunos pelos en las sabanas de la lavadora y eran de la misma persona que poseía los pelos que estaban en la habitación, Lo interesante, es que esa persona no era el dueño del apartamento. Martínez se disculpó con su marido y él la besó y la abrazó antes de irse. Le pidió que se cuidara y que le contase todo cuando pudiera. Sabía que eso la ayudaba a mantenerse cuerda con semejante trabajo. En cuestión de minutos estuvo en los laboratorios de la policía, donde también habían determinado que el hombre sí había muerto por desangramiento.

 Sin embargo, se habían encontrado en su cuerpo varios rastros de golpes, incluso costillas rotas. Alguien lo había golpeado y lo había lanzado contra la mesa, matándolo lentamente. La mujer suponía que tal vez el hombre había peleado con su atacante y por eso no estaba vestido. Su ropa interior habían sido encontrada en las sábanas y parecía que había estado manchada pero lo poco que quedaba no era suficiente para identificar nada. El asesino había sido cuidadoso de no dejar rastro. O casi porque en las sabanas si encontraron sangre.

 Pero al revisar con los aparatos, se dieron cuenta que no era la sangre del muerto sino de alguien más. Tal vez era del asesino. Pero cuando la trataron de contrastar con la base de datos de los servicios de salud, salió que era propiedad de un joven que no parecía tener la fuerza para luchar contra la victima. Además, según la revisión que habían hecho, la sangre estaba mezclada con algo más. Era semen lo que había en las sábanas con las manchas rojas y que la lavadora no había limpiado a fondo. Lo que tenían, sin embargo, había sido deteriorado por el agua y el detergente.

 Martínez reconstruyó lo que parecían ser los hechos: la victima había estado con alguien en su cama y lo había hecho sangrar. Pero eso no explicaba su muerte. Fue entonces cuando los forenses definieron que la muerte de la victima había ocurrido hacía unas quince horas. Por los ajustes de la lavadora y la humedad de las sabanas, saltaba a la vista que la victima ya estaba muerta cuando la ropa de cama fue manchada de semen y de sangre. Lo oído por los testigos lo comprobaba pues habían escuchado gritos y el estallar del portátil contra el suelo, algo más tarde.


 En ese computador encontraron fotos que aclararon un poco la investigación: el hombre muerto tenía muchas fotos de carácter romántico con el joven que habían encontrado por información del sistema de salud. Al parecer tenían una relación de hace meses. Pero si no había sido el occiso el que había tenido relaciones con el otro joven, ¿entonces quien había sido? Martínez suspiró y se dio cuenta de que estaba no solo contemplando un caso de asesinato sino, seguramente, también uno de violación.

lunes, 22 de agosto de 2016

Mis sueños

   De repente, estaba caminando por un paraje desconocido. Bajo mis pies, una extensa playa de arena fina y blanca, sobre mi cabeza un cielo tan azul y desprovisto de nubes que me hicieron dar cuenta de inmediato que no estaba en ningún lugar que conociera bien. De hecho, cuando me di cuenta que el agua se movía de forma extraña, supe que no era que estuviese en un sitio desconocido sino que estaba soñando.

 Era raro porque por mucho que me esforzaba, no podía recordar cuando me había dormido. Puede que hubiese sido en casa, en la noche, pero tal vez estuviese dormido en otra parte con la imaginación funcionando a máxima potencia.

 Saber que estaba soñando no fue suficiente para detener el  extraño sueño. El agua que parecía sólida se convertía en liquido apenas me agaché a tocar. Era gua común y corriente y sin embargo parecía un espejo pocos metros más allá, como si se hubiese congelado o, mejor aún, como si toda la zona fuese una enorme porción de gelatina. Me puse de pie y seguí caminando por la orilla, mirando hacia el horizonte a ver si avistaba lo que yo creía que podía estar más allá. Pero no vi nada de nada por mucho que me esforcé. 

 Fue entonces que me di cuenta que no había sol por ninguna parte. Es decir, se sentía el calor del sol y ciertamente había luz natural iluminándolo todo y sin rellanar nada en particular. Era algo muy extraño no ver la típica esfera amarilla colgando encima de mi cabeza. De todas maneras seguí caminando, como si supiese muy bien para donde estaba yendo.

 La fina arena se metía entre mis dedos pero se retiraba con suavidad, apenas dejando atrás un polvillo de polvo en mis pies. Se sentía tan real que tuve que agacharme a tomar un poco del suelo para tocarla con las manos. En efecto era como tratar de sostener agua en las manos: la arena era tan fina que se escurría con facilidad. Era más parecida al agua de verdad que el agua que había allí.

 Después de tocar la arena fue que me di cuenta de que estaba desnudo. No llevaba ninguna prenda de ropa, ni una gorra ni unos calzoncillos ni medias ni nada. Estaba completamente dormido y solo en el escenario así que podía seguirlo así todo el tiempo que quisiera y no pasaría nada. Estar desnudo, de todas maneras, se sentía excelente. No había espejos para verse uno mismo pero no era necesario: me sentía perfectamente bien y nada incomodo.

Caminé hacia la parte alta de la playa y entonces vi que su extensión era limitada y que, hacia el otro lado, había algo que brillaba en la oscuridad, pues a un lado de la playa, del lado opuesto al agua, todo era oscuro y apenas se intuía que había más de lo que se notaba.

 Sin pensarlo dos veces, empecé a caminar hacia el brillo de luz. La intensidad del sol artificial fue decayendo poco a poco y muy pronto mi cuerpo sintió el frío que emanaba de la región oscura de mis sueños. Pronto ya no hubo más luz, la playa ya no existía y solo estaba yo flotando en el espacio. Podría parecer es una situación un tanto desesperante pero creo que jamás me he sentido más en paz. Era como una pequeña sala de meditación, en la que podía pensar sobre cualquier cosa y  estar completamente cómodo con mi análisis personal.

 Allí no me quedé mucho tiempo. Se sentía bien pero no había nada que quisiese pensar mucho o sobre analizar. Ya esa etapa se había terminado y ahora estaba muy emocionado por lo que podría ser en un futuro, la siguiente etapa del extraño sueño.

 No tuve que esperar mucho. Aparecí tal cual como soy, todavía sin ropa, en mitad de una calle muy comercial con gente yendo y viniendo por todas partes. No lo miraban para nada y él entendió que su objetivo no era ponerles atención sino buscar algo mucho más completo, más real. Caminé por la acera de mi imaginación, encontrándome con puestos de comida y gente ejercitándose. Algunas personas parecían de verdad vivir allí. Era como si de verdad creyeran ser reales.

 Después de caminar un buen rato, llegué a un edificio muy alto y entré sin decir nada. No tenía pase ni dinero pero eso no impidió que me dejara seguir como si el edificio fuese mío. Ya adentro, volvía a estar completamente solo. Me dirigí a la zona de ascensores y esperé a que llegara uno. Me miré en los espejos mientras tanto y fue entonces que me di cuenta que en todo este segmento no había un solo espejo por todas partes. Ni dentro del ascensor ni en la zona de espera ni en ningún lado.

 Cuando la puerta del aparato se abrió, me metí sin pensarlo. El viaje al piso más alto fue bastante rápido, mucho más de lo que sería si en verdad estuviese en el ascensor, si fuese una persona real con dedos que estuviesen apretando los botones correctos.  Cuando se abrió la compuerta, sentí el aire del exterior y fue cuando vi que había llegado a la parte más alta de la Torre Eiffel. Son embargo, no se veía nada allá abajo.

 Como estaba solo, me senté en el metal y miré hacia la neblina que cubría la ciudad abajo. Me puse a pensar que este sueño no tenía sentido alguno, siendo el único denominador común el hecho de estar desnudo en todas las tomas. Estaba claro que tenía que ver con imagen o algo por el estilo pero no lograba ubicarme dentro del mundo de los sueños. Tanto intenté, que por un momento el tiempo pareció frenarse.

 Creo que fue lo aburrido que estaba lo que cambio el escenario de nuevo: ya no estaba en la parte más alta de una torre sino que estaba en una fiesta llena de hombres sin camiseta. Solo yo estaba completamente desnudo y a nadie parecía importarle. Con mis amigos presentes, bailamos un buen rato. Era una fiesta de día con montones de personas por todas partes, reconocía muchos rostros pero no distinguía sus voces la una de la otra. Daba un poco de miedo cuando se acercaban demasiado pero era todo un sueño y sabía que no podía lastimarme.

 Desperté de golpe, cubierto en sudor, con la única sabana que tenía como cobertor. El calor del verano se sentía por todos lados, sintiéndome pegajoso con todo lo que tocaba. Antes de despertar propiamente me puse de pie como pude y caminé hasta el baño. Miré mis pies caminando y pude reconocer que los pies que tenía en el sueño eran diferentes. No lo di mucha importancia a ese detalle. Oriné y luego pasé por la cocina . Me serví cereal con leche y nada más pues no me gusta cocinar nada por la mañana.

 Fue llegando a mi habitación que me di cuenta de que estaba desnudo de nuevo. Tras dejar el plato de cereal en la mesa de noche, me recosté en la cama y cerré los ojos por un momento. Todo se sentía extraño después de haber soñado tanto, me sentía como después de una operación o algo así. No sé que era lo que había pasado pero sabía que era algo que tenía que ver conmigo, obviamente.

 Me senté en la cama y empecé a comer mi cereal viendo que había en la tele y entonces, pasando los canales, me di cuenta de que muchas de las personas que había visto en esa calle imaginaria estaban ahora allí, mirándome desde las imágenes de la televisión. Al comienzo pensé que era una extraña coincidencia pero después entendí que la explicación era muy simple: no había dejado de soñar. Me pellizqué al instante y no sentí nada. Frustrado con mis sueños, tiré el plato de cereal al suelo y no se rompió ni se regí, solo quedó mágicamente de pie como si nada.

 Salí por la puerta de mi habitación y afuera había un balcón enorme. Había instalado un set fotográfico con luces y una cámara muy moderna, perfecta para buenas tomas. Debía haber un fotógrafo pero jamás le vi la cara. Tras un flash y otro, por fin me sentí de despertar de verdad. Estaba desnudo de verdad pero esa sí era mi cama y mis pies se veían normales. Estaba sudando mucho miraba de un lado al otro.


 De nuevo me pellizqué con fuerza y esta vez marqué mi piel, casi sacando sangre. Me puse de pie y pronto olvidé lo que había soñado. No pensé más en ello pues no creo que signifique nada. Solo había sido un viaje a mi interior.