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viernes, 7 de octubre de 2016

Paz

   Toda la gente sonríe. Es de los más extraño que he visto. Saludan de buena manera y se nota que no lo hacen por compromiso o porque les tocará por alguna razón. Lo hacen porque de verdad parecen estar motivados a hacerlo. Suena raro decirlo y puede que los haga parecer como monstruos pero es que la mayoría de veces las cosas no son así. O al menos no era así hasta hace unos meses en los que todo dio un vuelco bastante importante y ahora parece que todo el mundo siento en lo más profundo de su ser un compromiso con la calma.

 Al salir de la tienda también me doy cuenta de ello: la calle está llena de vehículos y, en otra época, todos estarían haciendo ruido como si este sirviera para empujar a los carros de adelante y hacer que el tráfico fluya. No, eso no pasa ahora. La masa de vehículos se mueven lentamente y en pocos minutos se diluye el tráfico pesado. Nadie hizo uso de su claxon ni de gritos ni de nada por el estilo. Era como ver una película de esas de los años cincuenta en que todo el mundo trata bien al prójimo. Excepto que los cincuenta fueron hace mucho tiempo.

 Aprieto mi mano alrededor de el asa de la bolsa de la tienda. Llevo algo de pan fresco, pasta, tomates y muchos otros ingredientes porque hoy soy yo el encargado de la cena. De hecho, comí algo ligero antes de venir a la tienda porque sé que va a quedar mucho para comer en la noche. Recuerdo esos tiempos en los que me cuidaba exageradamente haciendo mucho ejercicio de mañana y de noche. Ahora lo pasé todo a la mañana o sino no me da tiempo de hacer nada. Debo decir, con orgullo, que soy un hombre de casa y ese es mi oficio.

 Cuando pienso en eso siempre me da por mirar el anillo que tengo en el dedo anular de la mano derecha, la mano que ahora sostiene los alimentos. Peo no me distraigo por mucho rato porque o sino puede que me estrelle contra alguien o que tropiece contra algo. De hecho, como si fuera psíquico, me estrello contra un hombre gordo y voy a dar directo al suelo. Algunas de las cosas se salen de la bolsa y me pongo a recogerlas. Para sorpresa mía, una manos rojas me ofrecen mis tomates. Cuando miro su cara, es el hombre contra el que me he estrellado.

 Me disculpo y creo que soy yo el que está más rojo que nadie ahora. Le recibo los tomates y me disculpo de nuevo. Pero el hombre me dice que no es nada, que es algo que suele pasar y que tenga cuidado porque puede ser peligroso. Mientras el hombre se aleja, me le quedo mirando y pienso: ¿Qué le está pasando a la gente? Se oyen todos tan distintos, como a si todos los hubieran cambiado por unos muy parecidos pero mucho más calmados. Es casi la sinopsis de una película de extraterrestres. Sonrío para mi mismo y sigo mi camino.

 La tienda a la que voy me gusta porque vende los productos más frescos. Incluso la pasta está recién hecha ahí mismo. Lo único que no hacen son las cosas que ya vienen en envases pero de todas maneras es un lugar que siempre me ha encantado. Allí también me atendieron de la mejor manera el día de hoy y eso que antes había habido ocasiones en las que incluso la cajera parecía ignorar mi presencia frente a ella. Hoy, en cambio, una joven me siguió por todos lados recomendándome productos para usar esta noche.

 La verdad no sé que pasa pero sé que no me incomoda para nada. La gente solía ser grosera y cortante, como si todo el tiempo quisiera pelear con alguien, no importa si verbal o físicamente. De hecho, no era extraño oír discusiones en la calle o incluso en el mismo edificio donde vivo. En cambio ahora no se oye nada salvo las ocasionales risas o las alegrías y tristezas de los que ven los partidos de futbol, que no han cambiado en nada. En todo caso prefiero como son las cosas ahora aunque tengo que reconocer que no me acostumbro fácil.

 Mi hogar está bastante cerca de la tienda, a unos quince minutos caminando casi en línea recta. Siempre me ha gustado ver a la gente caminar por ahí, ver que hacen y que dicen y que hay en las calles en general. Me detengo siempre en varios locales para mirar lo que venden o para descansar un rato. No, no es que esté físicamente cansado sino que tengo tanto tiempo por delante que no quiero llegar tan rápido al apartamento. Es un día muy hermoso, de esos que casi no hay en una ciudad tan lluviosa y nublad como esta.

 Al sentarme en una banca, me doy cuenta del brillo del sol, de cómo acaricia el pasto y las caras de la gente. Es un sol gentil, no brusco ni invasivo. No me quema la cara sino que la acaricia con una suave capa de calor que a veces es tan necesario. De repente, a mi lado, se sienta una niña pequeña que lleva a su perrito amarrado con una cuerda rosa. Le sonrío cuando me mira y ella hace lo mismo. El perrito incluso parece sonreír también, aunque puede que eso sea más porque está cansado de caminar bajo el sol con su cuerpo peludo.

 Pasados unos segundos, me doy cuenta que la niña también descansa de su paseo. Y además me doy cuenta de otra cosa: está sola. Miro alrededor y no hay ningún hombre o mujer que parezca estar con ella. No hay nadie buscándola. La miro de nuevo pero esta vez está mirando un celular. Parece que mira un mapa o algo parecido. Trato de no mirar pero la situación es tan extraña que es casi imposible resistirse. Sin embargo, la niña se pone de pie de un brinco y empieza a caminar hacia la dirección opuesta a la mía. Sola, con su perrito detrás.

 Yo me pongo de pie poco después, cuando me rindo y dejo de tratar de entender como una niña tan pequeña puede estar por ahí sola, como si nada. La gente de verdad se ha vuelto loca o… O no. Ahora soy yo el que está siendo irracional. Ya en otros lugares del mundo he visto niños de esa edad con sus amigos o solos por la calle. Pero es aquí que me da pánico por ellos porque el pasado es así, nos somete a su voluntad incluso cuando, al parecer, no hay razones para temerle.

 Todavía me faltan unas cuadras más, en las que veo más personas. Hay ancianos que salen a aprovechar el hermoso sol de la tarde y mujeres embarazadas que hablan alegres con personas que aman. Hay más niños y grupos de hombre de corbata que hablan de algún partido y grupos de mujeres que hablan de lo que han leído en una revista. El chisme, al parecer, no es algo que muera tan fácil como las ganas de pelea. Supongo que la controversia siempre será atractiva, en su extraña manera. A mi no me interesa mucho que digamos.

 Mi edificio es alto y tiene dos torres. Cuando entro tengo que cruzar la recepción y luego un patio que separa esa zona de la torre donde vivo yo. En el patio hay juegos y en el momento que paso hay niños y niñeras. Todos me saludan, sin excepción. Yo hago lo mejor para ocultar mi sorpresa y saludar de la manera más alegre de la que soy capaz. No es que no pueda hacerlo sino que auténticamente sigo sorprendido por el cambio. Supongo que así somos los seres humanos, siempre tenemos esa capacidad innata de sorprender.

 Me subo al ascensor y justo detrás entra una mujer mayor. Ella vive en el quinto piso y yo en el décimo. En el viaje al quinto se pone a hablarme y me sorprende saber que ella también está contenta por el cambio. O sea que alguien más se ha dado cuenta. Me alegra de verdad saberlo y lo comento con ella y nos reímos. Pero el viaje se termina más rápido de lo previsto y me despido con una sonrisa verdadera y esperando que nos veamos pronto, ya que se siente bien saber quienes son los vecinos para poder confiar en ellos y no lo contrario.

 Cuando saco las llaves de mi bolsillo, oigo voces dentro del apartamento. Se supone que no hay nadie. Apenas entro, Andrés se me lanza encima y lo alzo en mis brazos, a pesar de que tengo la bolsa en la mano. Mientras nos abrazamos y él me cuenta algo de una película que estaba viendo, una mano toma la bolsa y me la quita. A él le doy un beso en los labios, más largo  que nunca. Me pregunta porqué estoy tan sonriente. Le digo que es un día muy hermoso y que no esperaba verlos tan pronto en casa. Anuncio la preparación de la cena. Antes de poner manos a la obra, los beso una vez más a cada uno, porque lo

sábado, 24 de septiembre de 2016

Reír en un funeral

   No pude contener la risa que se acumulaba dentro de mi cuerpo. Fue como cuando se agita mucho una bebida gaseosa y está estalla porque tiene que haber una manera de liberar toda la presión generada. Así me sentía yo excepto que lo que había generado mi carcajada no era presión sino un recuerdo de lo más privado que había surgido en el peor momento posible. Estaba en un entierro, en el entierro de la persona con la que había compartido ese recuerdo. Más de una persona me miró como si yo mismo lo hubiese matado o algo peor.

 Lo habían matado sus ganas de aventura, su afán por estar en todas partes haciendo un poco de todo lo que hacían los demás. Él no podía quedarse atrás, no soportaba vivir una vida sin emociones ni nada que lo sacudiera de su asiento. El día que lo conocí me di cuenta de ello pues había acabado de llegar de un viaje de varias semanas por el Amazonas. Le contaba a todo el que quisiera sus aventuras por el río y por la selva. El contaba todo como si fuera muy gracioso pero había muchas anécdotas que no tenían nada de eso. Y sin embargo él se reía de sus propias vivencias.

 Le parecía muy chistoso que se hubiese cortado con una rama y que varias pirañas le hubiera mordido los pies antes de que lo hubiesen podido sacar del agua. Igual que casi haber pisado una anaconda y encontrarse con varias criaturas excesivamente venenosas. Él lo veía todo como una verdadera aventura y parecía ignorar el peligro en cada una de las situaciones. Cuando lo conocí mejor me di cuenta de que se preocupaba pero sus ganas de vivir eran mucho más grandes que eso. Quería estar y hacer todo lo que se pudiera y eso fue lo que me enamoró de él.

 Yo nunca fui ni parecido a como era él, tan lleno de vida y arriesgado en todas sus decisiones. De hecho, yo siempre he ido a lo seguro en mi vida. Por eso me sorprende recordar que fue él quién me llamó después de ese primer encuentro. Fue él quien quiso conocerme a mi y creo que ese es uno de los misterios más grande que jamás podré resolver. No me explico como alguien como él se interesó en alguien como yo. Y sin embargo empezamos a salir y nos divertimos mucho. Nuestras personalidades se complementaban bien, para mi sorpresa.

 Cada vez que se iba de viaje a algún lado o  cuando practicaba algún deporte peligroso, yo le pedía que solo me contara al respecto después de haberlo hecho todo. No quería que me dijera los detalles antes, no quería preocuparme por él. Pero cuando no lo veía igual me preocupaba así que todo daba lo mismo. Fue después de que se fracturara una pierna que me pidió que viviésemos juntos. Fue la mejor decisión que tomé y tuve la fortuna de poder compartir con él varios momentos en nuestro lugar común. Fue lo mejor para ambos.

 Y ahora esto aquí, tratando de reír todo lo que puedo en un cubículo del baño para no seguir riendo en mitad de la misa que su familia ha ofrecido. A él no le hubiese gustado para nada, pues no creía en lo mismo que ellos pero al parecer eso a su familia le daba lo mismo. Yo protesté pero mis derechos no eran los mismos, ni para ellos ni para la gente de la funeraria. Así que mi deseo de algo privado se fue un poco por la borda y tuve que aceptar lo que viniera con tal de poder asistir.

 Lo que me había hecho reír era su sonrisa. Normalmente nunca hubiese mirado el cadáver porque no creo que ese sea él. Tal vez fue el envase en el que venía pero la persona que adoré y sigo adorando ha dejado ese cuerpo hace tiempo y simplemente no está ahí. Sin embargo, me acerqué de nuevo porque me sentí obligado por las miradas acusadoras de su familia y amigos, que parecían desafiarme en todo. Nunca les había gustado porque en vez de atar a su hijo a un solo lugar, lo había dejado ser quien era. Creo que me culpaban de su muerte.

 Cuando vi su cara, maquillada y ligeramente sonriente, recordé cuando había visto esa sonrisa pícara antes. Por eso se me salió una carcajada y no pude parar ni estando en el baño. Nadie entendía mis razones y no tenían porque hacerlo ya que lo que yo recordaba nunca nadie lo iba a saber o al menos no era muy posible. Esa sonrisa era la misma que me había dirigido muchas veces cuando hacíamos el amor. Podíamos estar en el proceso durante varias horas y, en los momentos de descanso, él me dirigía esa misma sonrisa.

 Mi carcajada fue producida por el recuerdo particular de un día lluvioso, en el que él me dirigió esa sonrisa y traté de acercarse a mi como si fuera alguna especie de gran felino de la selva. Pero puso una de sus manos muy cerca del borde de la cama y se resbaló, golpeando su mentón en la cama y luego resbalando todo hacia el suelo, cayendo de la manera más graciosa que nadie hubiese caído antes. Esa vez también reí, mientras lo ayudaba a levantarse. Reí más cuando vi que tenía un ojo morado y varios cortes en la cara, como si hubiese estado en una pelea.

 La gracia del momento duró por mucho tiempo pues a cada rato tenía que inventar razones para el morado y todas ellas me hacían reír con ganas. Solo una vez dijo la verdad y la gente pensó que estaba bromeando, lo que me hizo reír aún más. Algo que me gustaba mucho era que él siempre me decía que le encantaba mi manera de reír. Me molestaba siempre preguntando si era una geisha, pues tengo la costumbre de cubrirme la boca al reír. Eso me causaba más gracia y nos acercaba siempre cada vez más. Creo que dormimos abrazados todo el tiempo que estuvimos juntos.

En el baño del cementerio, pude calmarme al fin. Me eché algo de agua fría en la frente y traté de relajarme lo que más pude. Uno de los lavabos goteaba y se oían los ruidos sordos de las voces de la gente al otro lado de la pared. Me di cuenta de repente que no quería estar con ellos, no estaba listo para volver. Y no porque me fueran a mirar como un alienígena de nuevo, sino porque necesitaba estar solo. Algo me hacía sentí vacío de pronto, como si me faltara algo.

 Obviamente, así era. Fue cuando empecé a llorar y dejé que mis lágrimas recorrieran mi rostro sin detenerlas. Me sequé los ojos después de un buen rato, cuando sentía que no podía llorar más, que ya estaba demasiado débil para seguir drenándome de esa manera. Igual antes ya había llorado mucho: en el momento en el que me avisaron de su muerte, cuando tuve que reconocer el cadáver, cuando llegué a casa y sus cosas por todas partes… No creo que la gente entienda en lo más mínimo como me sentí en aquel momento y ahora que lo vi de nuevo.

 Creo que a él le hubiese gustado que riera en su funeral. Estoy seguro de que hubiese reído primero y me hubiera besado con intensidad por hacerlo. Le encanta todo lo que era fuera de lo común, lo que se salía de las normas de la sociedad. Esa era su razón por haber decidido estar conmigo. Decía que, aunque yo no lo veía, era la persona más especial que existía en el mundo porque no era nada común. Decía que mi sonrisa me hacía un ser único e irrepetible y que no hubiese podido dejar pasar la oportunidad de estar conmigo.

 Yo siempre me reía cuando me decía todo eso. No le creía ni media palabra pero lo que sí creía era que me quería y yo ciertamente lo quería a él. Teníamos algunos planes para el futuro. De hecho el día que iba a regresar de su viaje, íbamos a empezar a buscar opciones para poder formalizar legalmente nuestra relación. No lo habíamos hecho porque era muy complicado pero de repente nos dimos cuenta que valía la pena afrontar todas esas barreras. Con tal de que lo hiciésemos juntos, no había nada que nos pudiese detener.


 Pero él nunca llegó. Y ahora me tengo que enfrentar a las miradas frías de sus familiares y amigos, de gente a la que nunca vi en nuestros momentos más felices. Nunca lo vi cuando él me contaba con emoción todas sus locas vivencias, nunca los vi cuando compartimos nuestras preocupaciones y vivimos momentos difíciles que superamos juntos. Así que la verdad no me importa. Que me miren todo lo que quieran pues ellos nunca sabrán que hacer el amor con la persona que más he querido podía ser otra más de sus grandes aventuras.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos hombres se casan

   Ese día de septiembre quedó para siempre marcado como el día en el que nos dimos cuenta que las cosas nunca volverían a ser como siempre. No solo era el hecho de casarnos, sino que todo pareciera ser una serie de saltos de vallas en una carrera que no sabíamos cuando iba a terminar. Al fin y al cabo, éramos dos hombres haciendo algo que todavía muchas personas consideraban anormal o incorrecto. Fue increíble ver, cuando llegué a la notaría, como había personas que nunca había conocido, con pancartas y letreros con letras grandes y coloridas insultándonos. Al comienzo fue como que no quería darme cuenta de lo que pasaba. Estaba muy estresado por todo y no quería agregar algo más a la carga pero fue imposible evitar mirarlos.

 Tenían tanto odio en sus ojos. Era como si de verdad les hubiésemos hecho algo imperdonable, como si nos hubiésemos metido de verdad con ellos, con sus familias o algo por el estilo. No quisiera repetir lo que leí en esas pancartas porque eran más que todo palabras de odio y resentimiento pero lo que sí recuerdo es que todos los músculos del cuerpo se me tensaron de una manera tremenda. Sentí además que la sangre que me recorría el cuerpo empezaba a ser bombeada con mayor celeridad, tanto así que el sonido en mis oídos era abrumador. Todo eso pasó en apenas segundos pero yo sentí que fue eterno, el recorrido entre bajarme del carro y entrar en la pequeña notaría donde la calma que reinaba era tan grande que chocaba de gran manera con lo que ocurría afuera.

 Esperé con mi familia y la suya por unos minutos hasta que llegó. Se disculpó conmigo y estuvo a punto de darme un beso pero se detuvo al darse cuenta de que sería un poco extraño besarnos antes de hacer todo el protocolo. Algo de tradicional había que haber, así a nosotros la tradición no nos respetase mucho. Era por hacerlo más divertido, incluso ignorando el hecho de que habíamos vivido juntos por los últimos dos años y ya no había mucho que el uno no conociera del otro. No me avergüenzo al decir que seguramente éramos una pareja mucho más establecida que las de los protestantes afuera.

 Él no mencionó nada al respecto y yo tampoco. La firma de los papeles y todo el asunto no se demoró nada. Eso era lo malo de tener un matrimonio civil, que no había mucho de romántico en su ejecución. Igual no queríamos nada muy inclinado hacia lo tradicional y preferíamos celebrar nuestra unión con nuestros amigos y familiares, más que nada. Cuando salimos del lugar no había nadie, ninguna pancarta ni nada por el estilo. Nos fuimos subiendo a los carros para dirigirnos al salón que habíamos alquilado para la fiesta. No era nada grande pero quedaba en un lugar muy bonito, en un piso alto para que la gente disfrutara la vista. Menos mal habíamos podido gastar algo de dinero en ello para que no solo nosotros lo pasáramos bien. Era como un regalo por el apoyo recibido.

 Otra valla que saltamos fue el hecho de tener que manejar todo lo referente a nuestras posesiones y los seguros y todas esas cosas de las que a nadie le gustaba hablar. Estuvimos de acuerdo que cada uno se quedara con lo suyo, como siempre. No tenía sentido ponernos a combinarlo todo. Sin embargo, abrimos una cuenta juntos para lo que llamamos “gastos del hogar” pues nuestra idea era poder, antes que nada, mudarnos a un apartamento propio. Y después, amoblarlo a nuestro gusto y con el dinero que hubiese en esa cuenta ir pagando los servicios para ese espacio y todo lo demás. Creo que nos demoramos más de un año solo para tener dinero suficiente para lo primero.

 El nuevo espacio, aunque no fue un cambio inmediato, sí que fue un cambio importante. Antes habíamos vivido en el apartamento en el que yo había vivido en alquiler desde hacía varios años. Era un sitio más bien pequeño, diseñado para ser el solitario hogar de un estudiante o soltero empedernido. Como pareja, resultaba un espacio mucho más pequeño y era complicado compartir los espacios que había para guardar cosas como la ropa y diferentes artículos que va uno acumulando a lo largo de la vida. Y como él había sido el que había llegado allí, siempre sentí que lo ponía triste tener que poner sus cosas en un rincón y no poder tener un espacio verdadero. Por eso trabajé tanto por el nuevo apartamento, por todo en ese momento: por él.

 El lugar es hermoso. Es al menos el doble de grande que nuestro apartamento de soltero anterior y está ubicado en un barrio mucho mejor. Incluso está a media distancia entre mi trabajo y el de él, así que todo queda perfecto. Lo mejor es que hay cajones y armarios casi por todos lados, así que antes de mudarnos ya lo teníamos todo repartido, meticulosamente pensado. Él era mucho más caótico que yo pero siempre le gustó que yo tuviera esa vena del orden, una obsesión que hubiese no podido ser muy sana pero que para casos como una mudanza era algo ideal. No nos pasó como a otros que se mudan por días. Para las dos de la mañana siguiente al día de mudarnos, ya todo estaba en su lugar.

 La cantidad de recuerdos que tiene el apartamento es increíble. En el otro creamos una buena cantidad también pero aquí están todos esos que tenemos juntos, de verdad juntos, y creo que eso es muy importante. Uno de esos recuerdos fue  el hecho de construir, poco a poco, una relación más estable con las familias del otro. La verdad era que él a mi familia la conocía muy bien, pues solíamos pasar el domingo con ellos. No todos los domingos pero al menos dos de cada mes. En cambio con su familia casi no hacíamos nada y la verdad yo me sentía culpable. Eso al menos hasta que él me dijo que si así era, por algo sería.

 Esa fue otra prueba larga a superar. Su familia había asistido a la firma del acta matrimonial y habían comido y bebido en la fiesta, pero eso no quería decir mucho más que habían cumplido con las formalidades de rigor. La verdad era, y yo lo sabía bien, que su familia nunca me había querido mucho que digamos. Sobre todo su madre, una mujer que siempre había ideado las vidas de sus ojos de cierta manera, era reacia a crear un lazo conmigo más allá de los formalismos de siempre. Al comienzo yo nunca le puse mucho cuidado al tema, no hasta que nos pasamos al apartamento nuevo y él mismo me dijo que quería arreglar su relación son sus padres. Sentía que ellos habían hecho algo importante al participar nuestro matrimonio y quería corresponderles.

 Por eso los invitamos varias veces. Nunca pensé que siempre nos rechazarían, dando siempre una excusa diferente. En un momento, pensé que de verdad eran excusas reales y le pedí a él que dejara de insistir con el tema. Le dije que seguramente ellos mismos vendrían un día sin avisar y ya, así nos visitarían. Pero él me dijo que ellos nunca harían eso, no con lo rígidos que eran sobre todo. Al fin de todo su madre colaboraba con los eventos de la iglesia del barrio y su padre era tan clásico que cumplía casi todos los estereotipos relacionados con los hombres nacidos en los años anteriores a la revolución sexual.

 Al fin, un día, vinieron. Cabe decir que fue porque nosotros organizamos el cumpleaños del único nieto que ellos tenían, hijo del hermano mayor de la familia. Sin duda fue todo mucho más tenso que el día del matrimonio. A pesar de que yo mismo había cocinado y horneado y arreglado la casa como un lunático, ellos no agradecieron nada de la comida y parecieron más bien apáticos cuando, al despedirse, dijeron que todo había estado muy rico. En otras palabras, no les creí nada. No todo puede ser perfecto y eso le dije a él después, cuando se fueron y yo lavé y limpié todo. No podía esperar que cambiaran de la noche a la mañana.


 La verdad es que ellos siguen siendo iguales. Los que se han acercado han sido sus hermanos y mi familia nos sorprende con visitas cada tanto, aunque no lo suficiente como para él se ponga nervioso. No le gustan las visitas sin anunciarse y sé que no dice nada porque son mis familiares. Pero así son ellos. El caso es que, al final del día, podemos quitarnos la ropa de batalla y meternos a la cama. Y allí nos abrazamos y nos besamos y dormimos juntos como nunca habíamos dormido antes. A pesar de las dificultades, de los tropiezos y de los baches en el camino, sabemos que nos tenemos el uno al otro. Y no pensamos jamás en cuando alguno falte porque eso no es algo que nuestras mentes puedan procesar. Preferimos disfrutar de nuestra felicidad, que es sorprendente y hermosa.

lunes, 20 de junio de 2016

La felicidad no existe

   No creo que la felicidad sea gratis. La verdad que no. Todo el mundo habla hoy en día de cómo las cosas llegan y como todo se supone que tiene un tiempo y no sé que más cosas. Para mí, todo es una mentira. Ese cuento que no han metido en el que siendo uno mismo se logra todo simplemente no es cierto. Esa historia que cuenta que la belleza interior es lo que cuenta, es pura mentira. Todo es falso en este mundo en el que nos hemos esforzado por parece mucho mejores de lo que somos.

 Detestamos mirarnos al espejo y ver un monstruo que nos devuelve la mirada. Nos indignamos con lo que pasa en el mundo y jugamos a que no entendemos, a que todo se sale de nuestra comprensión, que el mundo está loco y nosotros solo somos pobres victimas, vacas que miran el tren pasar sin poder hacer nada para detenerlo. Fingimos interés, incluso al nivel de dar nuestro tiempo y dinero para que los demás vean que en verdad nos preocupan las cosas.

 Para mi todo tiene que ver con la culpa pero también con el hecho de que todos sabemos muy bien de qué somos capaces. Cuando una persona mata a otra, en verdad no nos sorprende que ocurra. Después de miles de años de existencia, la raza humana no puede permitirse el lujo de no comprender un fenómeno tan humano como el homicidio. Pero tenemos que fingir sorpresa y hacernos los que no entendemos nada, porque si aceptamos nuestra parte más oscura, admitiremos que existe, le daremos fuerza.

 O al menos esa es la historia. Yo creo que es al revés, que cuando se reconoce lo que está mal, es cuando se le quita la fuerza o al menos se le puede manipular cuando uno quiera. Si admitiéramos las cosas horribles que hacemos, sería más sencillo acabarlas todas y dejarnos de hipocresías que no le sirven a nadie de nada. Tantas vigilias y tantos pesamos vacíos, que lo único que hacen es distraer, hacer que la gente pierda el hilo de lo que estaba pasando con todo.

 Pero a nadie le molesta. O al menos eso parece. A la gente le da igual que maten dos o cien más pero tienen que mostrarse indignados porque asociamos la falta de sentimientos con las características clásicas de un monstruo. No podemos dejar de pensar que cuando algo no nos afecta hasta el hueso, es que estamos hechos de piedra o, peor, que no somos humanos y no podemos llegar a sentir nada por otros.

 Esa es una exageración estúpida que generaliza lo que somos como seres humanos. Tenemos la obsesión de hacer de todos nosotros un estándar, de querer hacernos todos iguales cuando no lo somos. Nacemos diferentes porque nuestras condiciones lo son. Tratamos de borrar eso para que nadie crea que tenemos ventaja o desventaja, la ilusión de que todo está bien.

 El modo más actual de reflejar eso es a través de nuestros cuerpos. Es lo más visible, lo más fácil de detectar. Es por eso que el ser humano siempre se ha adornado y ha modificado su apariencia: a veces para asustar, otras veces para enamorar y otras para mezclarse con su entorno. Nos arreglamos, nos hacemos, cambiamos para que podamos entrar al canon que se esté usando en el presente. Porque lo que más tememos es salirnos del molde o bueno, eso es lo que temíamos, al parecer.

 En los años recientes ha surgido algo nuevo y es el orgullo por la diferencia. ¿Pero que tan real es? ¿Es de verdad orgullo o es simplemente una más de las tapaderas que usamos para fingir sentimientos que no tenemos, porque tenemos miedo de mostrarnos como somos en realidad? Personalmente me niego a creer que la mayoría de la gente esté tan cómoda consigo misma como parece.

 Todos seguramente responderán que, en efecto, no lo están. Y sin embargo caminan por la vida como si nada, como si a veces el mero acto de caminar no fuese un suplicio. Porque a veces lo es y creo que todos los sabemos. A veces salir al mundo, dejar de estar en los lugares en los que nos sentimos de verdad nosotros mismo, es difícil. Pero la mayoría lo que hace es disfrazarse, ponerse otra piel, más resistente, y caminar por el mundo diciendo que ha cambiado y que ahora todo es distinto.

 Yo no me lo creo. Y no me lo creo porque eso viene de las mismas personas que dicen sentirse felices con como son pero entonces de modifican porque solo así serán aceptados. Para poder avanzar no es necesario entonces aceptarse a uno mismo sino más bien aceptar que hay que hacer cambios que no tienen reversa para que el mundo pueda aceptarnos en sus extraños e hipócritas brazos. Hay pruebas de ello por todos lados.

 Alguien feo, porque la gente fea existe, que de pronto aparece y es perfecto, con un rostro impecable, obviamente intervenido, y un cuerpo envidiable producto de horas y horas en un gimnasio. De pronto vemos a esa persona que antes ignorábamos. No era que no lo viéramos pero decidíamos no hacerlo. Pero cuando hay cambios, es entonces que la gente empieza a cobrar importancia, empieza a ser más notable e interesante.

 Es por eso que ciertas personas con gustos comunes van a un lugar o a otro y es solo para mostrarse, para probar que están cambiando o ya han cambiado, que se han ido amoldando al modelo físico actual que será el mismo ahora y en setenta años.  Puedes aceptarte como eres pero es mejor si eres como todos quieren ser. Esa es la realidad del mundo.

 Solo hay que sacar la cabeza por la ventana y ver el mundo como es y no como uno o como los demás quieren que sea.  Es cierto que queremos que todos los seres humanos estén en paz y tranquilos, que todos nos aceptemos y nos amemos con nuestras diferencias, ignorando los cambios a los que nos hemos sometido y a los que incluso hemos sometido a otros. Lograr esa comunidad de personas felices, de personas que han logrado sus objetivos, es algo que es prioridad en nuestro mundo. De hecho no se trata de felicidad sino de saber amoldarse a la idea actual de ser feliz. Poco importa el sentimiento real.

 Antes mencionábamos el cambio físico pero también pueden haber otros cambios que hagan que la gente sea más o menos notable. Todo lo que tiene que ver con el esfuerzo es algo que hoy se premia. Se dan flores y se alaba a cualquiera que se parta la espalda por lograr algo. Claro que, para que todo sea más efectivo, debe ser una persona que también haya hecho cambios en lo físico y en su manera de ver el mundo.

 Hay muchos que han hecho esfuerzos en este mundo y nadie nunca les ha puesto atención. Eso es porque lo único que habían hecho era esforzarse y, por sí mismo, eso no es nada. Tiene que estar acompañado de un cambio integral y es entonces cuando todo el mundo empieza a erigir monumentos, a declarar que uno y otra son ejemplos para todo el mundo, porque la mentira no se sostiene sin ejemplos.

 Necesitamos a esas personas, a esos que han sido exitosos y que ahora dicen ser felices y lo pueden comprobar porque tienen cosas que nos lo indican. Es feo llamar cosa a la familia, pero eso podría comprobar el éxito. Lo mismo el trabajo, el cuerpo e incluso el discurso. Eso es lo primero que se cambia cuando se empieza uno a dar cuenta que quiere ser uno de esos ejemplos para el resto de la sociedad.

 Yo físicamente tengo demasiadas desventajas para taparlas todas al mismo tiempo. No me alcanzan ni las manos ni el cerebro. Y mi “comunidad”, o como se le de la gana de llamarlo, no recibe con brazos abiertos. Solo lo finge porque sin unión no hay nada y si no hay nada no se pueden lograr los cambios en los que parecemos estar de acuerdo. Sin embargo, el modelo físico está muy presente, claramente delineado.

 En cuanto a lo demás, es difícil porder impresionar o llegar a ser un ejemplo sin haber nunca tenido un día de trabajo, sin haber sentido el amor de una persona (el tipo clásico de amor) y sin sentir de verdad que soy feliz todos los días de mi vida. Yo no siento eso ni soy nada de eso ni creo que nunca lo vaya a poder ser.


 Yo solo vivo, respiro, camino, como, hago y duermo y todo lo demás, que no es mucho. Eso es todo. Y a veces eso es difícil para mi. Y cuando intento cambiar es cuando llega la fría daga de metal y la siento hundirse en mi costado, lentamente. Y me odio a mi mismo… De nuevo.