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lunes, 12 de noviembre de 2018

Esto no es fácil


   No es fácil. La gente creo que es muy sencillo mantenerse siempre en el mismo lugar, hacer lo mismo todos los días, tener una rutina clara y estructurada. Incluso, hay muchos que creen que es lo que hacen los locos, aquellos que necesitan enfocarse en algo especifico para evitar matar gente o cosas así. No sé que tenga de cierto eso pero estoy seguro, sin duda alguna, que no se trata de algo simple ni de algo que todo el mundo pueda hacer. La mayoría enloquecería en poco tiempo.

 Además, parte de esta rutina se trata de escribir y es una de esas cosas que ya a nadie le importan. Sí, puede que haya algunos que crean que es algo fantástico y apasionante, pero a la gran mayoría no le podría importar menos. Están ocupados con las estrellas del momento y con sus problemas personales. Están ocupados creyendo que sus problemas son unos y no lo otros. Se engañan a si mismos y eso no es fácil de hacer. Consume energía y por eso no tienen nada de interés por lo que de verdad hagan los demás.

 Tal vez se trate de atención, puede que eso sea. Escribir implica dejar un poco de uno mismo en la hoja o en el portátil, y eso es lo que se trata de hacer todas las veces pero, sin duda, se está fallando más de la cuenta. No es que nadie haga la cuenta de verdad, nadie además del escritor, pero siempre afecta cuando algo que haces simplemente ya no funciona de la misma manera. Puede que todo haya cambiando o que la gente se aburra fácil, no es muy sencillo de esclarecer. Pero cuando se empiezan a ir, se nota.

 ¿Qué hay de malo en querer un poco de atención? Con tantas personas en el mundo, no parece ser demasiado para pedir. Sin embargo, el tiempo es cada vez más precioso y la gente cada vez lo usa peor. Sí, está claro que muchos hacen cosas muy buenas por el mundo, ayudando gente y llevando problemas a la luz para que otros ayuden. Pero en la mayoría de los casos, la gente se miente a si misma. Sea porque los problemas están más allá de un solución simple o porque ni siquiera son los verdaderos problemas.

 Es fácil ponerle atención a otra persona, hacerla sentir que vale la pena. Se trata solo de ponerle atención por un momento y decirle unas palabras de vuelta. Es sencillo, no cuesta dinero y solo requiere de un mínimo de energía. Parece ser simple… Y no lo es. Porque no todo el mundo quiere conocer a todos los seres humanos que residen en él. Muchos, desde antes de saber nada, simplemente piensan que muchas personas no valen la pena porque no tienen sus mismos gustos o porque no comparten diversas características sociales, como si eso dijera algo de nada.

 Y sin embargo, aquí estamos, con cada vez menos lectores, con cada vez menos público, tratando de entender lo que está pasando. No es una pregunta fácil de hacer, por la vergüenza, pero al parecer tampoco es fácil de responder, puesto que nadie se atreve a decir nada. Los únicos que responden son aquellos que no tienen nada que ver y que dan a conocer su opinión aún cuando jamás se han molestado en de verdad saber de qué se trata el problema. Es francamente el colmo pero así es la gente, no hay nada qué hacer.

 Obviamente, nadie debería cambiar por lo que dicen aquellos que solo muestran su cara una vez cada año bisiesto. Ellos simplemente no valen la pena, porque lo único que quieren es sentirse un peldaño más arriba que los demás y, aunque tal vez no sea su primer objetivo, causan daño con sus palabras mal elegidas. No entienden nada y eso es lo que duele más, porque los únicos que fingen querer saber en verdad solo buscan es que le pongan atención a ellos. Un ciclo interminable, que cansa.

La única solución a esta situación es simplemente seguir adelante, como si no pasara nada. O mejor dicho, como si pasara algo pero seguimos adelante porque no sabemos que cambios hacer. Tal vez nadie quiere que insistas, tal vez nadie quiere que sigas con lo mismo y todos estarían más contentos con que dejaras de abrir la boca para decir lo que piensas. Tal vez tu voz, tus palabras, tu manera de escribir, vuelve a la gente loca y la cansa cada vez más, y se refugian en el silencio tratando de ser amables.

 Tal vez uno mismo es el problema y cuando eso pasa, todo es aún más complicado. Al fin y al cabo, no puedes dejar de ser tú mismo, porque si lo hicieras serías otro y ese otro tendría que ocupar un puesto diferente al tuyo en el gran marco de las cosas. Todo tendría que ser reordenado y el cambio tendría que ser total, sin excepciones. El antiguo ser debería de extinguirse para darle paso a otro que sea aceptado por la sociedad. A uno al que no lo callen ni le den silencios, sino que lo inviten a hacer ruido en grupo.

 Son esos grupos los que son mortales para muchos de nosotros, que nos hieren por el costado y nos dejan desangrando, esperando una muerte que parece jamás venir. Son esos los grupos que nos intimidan y nos reducen a un manojo de nervios y de dudas, dudas que solo tenemos en esos momentos, que aparecen de la nada y nos hacen pensar que siempre estuvieron allí, cuando en verdad han sido implantadas por esa noción que nos dice que tenemos que ser de una manera determinada o sino pagaremos caro a lo largo de la vida. Y es terrible porque sí es así y no lo queremos cambiar.

 Como seres humanos, estamos cómodos con que unos, los que creemos en la mayoría, se queden ahí para siempre. Nada nunca fue diferente antes y no se nos ocurre que lo pueda ser jamás porque siempre todo ha sido lo mismo. No logramos ver que las cosas no son así, que los cambios pueden ocurrir, que se puede tener interés sin tener que estar amarrado a la presión de la mayoría, a la de los grupos que buscan hacernos sentir que si estamos solos somos menos no solo en número sino en significancia.

 Y todo vuelve, otra vez, al asunto de estas malditas lecturas, de estos cuentos sin fin que no quieren decir nada y que, al fin y al cabo, son el producto de una mente que solo quiere estar ocupada y sentirse un poquito libre, tal vez incluso un poco entendida por un mundo que solo ignora. Tal vez sea pedirles demasiado y las cosas jamás puedan ser de otra manera, pero hay que creer en algo diferente, así nunca llegue a ocurrir.

 Hay que hacerlo porque o sino no hay razones para seguir adelante, y cuando dejan de haber caminos, es cuando tomamos las decisiones más serias que un ser humano pudiera tomar. Son esas decisiones que son personales, que los grupos y la mentalidad comunitaria jamás podrían entender.  Pero llegamos hasta ellas porque el tiempo y las personas nos van empujando, un poquito todos los días, hasta que nos damos cuenta de que estamos al borde y ya es muy tarde para ser salvados.

 Pero no estamos allí, todavía no. No sabremos cuánto falta hasta que estemos muy cerca, pero no creo que sea pronto. Tengo que pensar que las cosas van a ser mejores, que de pronto la gente se va a interesar y que van a encontrar en los escritos algo que ellos hayan pensando antes y que nunca pudieron o quisieron poner en escrito o delante del mundo en cualquier manera. Es lo único que se puede hacer en un mundo como el nuestro, que casi siempre es frío y desolador, que no parece ser humano.

 En este final, solo busco pedirles a ustedes que tomen en consideración todas estas palabras antes de simplemente dejar de lado algo, porque ese algo lleva un ser humano detrás, al que también están dejando de lado y puede que eso tanga más consecuencias de las que se podrían jamás imaginar.

 No se trata de culpar a nadie o de chantajear a las personas para que hagan lo que uno quiere que hagan. Se trata solamente de llamar la atención a algo que parece ser ignorado todos los días, a algo que no toma tiempo y que es fácil de entender, si hay la voluntad para de verdad entender a los demás.

viernes, 11 de mayo de 2018

El buen pozo


   Uno, dos, tres disparos. Hubo un silencio sepulcral por un momento y luego se escuchó un cuarto disparo, seco y triste, el último sonido que rompió la calma de semejante lugar, olvidado por el hombre hacía muchos años. Era uno de esos pueblos que había sido clave en la expansión minera del país, un motor de la industrialización y de la modernización. Uno de los primeros lugares adónde llegaron los automóviles, la electricidad, el teléfono y muchos otros avances que solo años después pudieron disfrutar todos en casa.

 Pero ya no es eso que era. Ahora es un montón de polvo y oxido que se pudre lentamente bajo el calor del desierto. De las grandes máquinas no queda nada: se las llevaron hace tiempo para venderlas por partes. Lo poco que dejaron empezó a decaer rápidamente sin los cuidados de las personas encargadas y ahora solo son estantes de tierra y de bichos. Algunos animales se posan allí por largas horas, escapando del calor abrasador del exterior. Las plantas lo han tomado todo a la fuerza, en silencio.

 Es el lugar ideal para tomar la justicia en manos propias. O eso había pensado la mujer que ahora miraba el cadáver de su esposo, sangre derramándose sobre uno de sus vestidos más caros. Tuvo un impulso horrible, homicida y maniaco, de tomar un bidón de gasolina y freír el cuerpo hasta que nadie pudiera reconocerlo. Pero se abstuvo, más que todo porque lo que necesitaba no lo tenía a la mano. Fue apropiado el hecho de escuchar un ave de rapiña sobre su cabeza, seguro intrigada por la presencia de la muerte en el lugar.

 Lamentablemente, ese castigo posterior a la muerte sería demasiado largo y alguien podría venir y desatar una investigación que nadie quería que pasara. Por el bien de ella y de su familia, era mejor que nadie nunca supiera que había llevado a cabo un plan que había empezado a ser construido hacía muchísimo tiempo. Nada de ello había sido un impulso ni algo del momento. Todo había sido meticulosamente ejecutado y por eso terminarlo con un bidón de gasolina se salía de todo pronostico.

 La mujer se quedó mirando el cuerpo por un tiempo largo, hasta que cayó en cuenta de que el arma seguía en su mano. Entonces se acercó a un pozo que había cerca, limpió el arma con la manga de su blusa de flores y luego la lanzó por el pozo, escuchando como daba golpes contra los costados metálicos del tubo. Se dejó de oír después de un rato pero era casi seguro que el arma seguiría cayendo por un tiempo más. El hombre había ido muy profundo en su afán de buscar metales y de hacer negocio con ello. La tierra se comería todo lo que cayera por ese pozo, sin dudarlo.

 El dilema de qué hacer con el cuerpo seguía allí. Podía ejecutar el plan inicial de enterrar al hombre allí mismo pero se había dado cuenta de la estupidez de su plan momentos antes de subir al vehículo en la ciudad. Con tantos avances tecnológicos, incluso habiendo pasado muchos años, podrían fácilmente saber quién era el cadáver e incluso como había muerto. Eso podría llevarles, en cuestión de poco tiempo, al asesino. En este caso a la asesina. Y ella no pretendía ser encerrada por culpa de ese maldito.

 Siempre había sido un hombre algo estúpido. A pesar de su inteligencia para los negocios y de su facilidad para interactuar con la gente, en especial con mujeres, él siempre había sido un imbécil en el sentido más elemental posible. Era además un animal, uno de esos tipos que cree que tiene derecho a quién quiera y a lo que quiera nada más porque tiene los cojones de decirlo a los cuatro vientos. Así había caído ella y, era gracioso, pero también había sido así que él mismo había caído, resultando en su muerte.

 No había dudado ni un segundo del viaje que iban a tomar, de la sorpresa que ella había fingido tener para él. Habían sido cuatro años juntos pero nadie sabía la clase de tortura que era vivir con una persona como él. Era el peor de los seres humanos, tal vez por su idiotez o incluso por lo contrario… El caso es que el mundo no había perdido a nadie importante ese día, en el desierto. Tal vez su familia lloraría por él unos días, pero ellos eran igual de desalmados que él, así que seguramente sus vidas seguirían adelante sin contratiempos.

 Lo difícil había sido drogarlo sin que se diera cuenta pero suele pasar que la gente cae en los momentos más evidentes. No vio nada de raro en que ella tuviese refrescos fríos en una pequeña nevera dentro del coche. Se comió el cuento del picnic que iban a hacer, se tragó toda la historia que ella le había contado, sobre como quería arreglar todo lo que estaba mal en su relación y como ella quería luchar por ese lugar que los dos habían construido con tanto esmero por tantos años. No dudó ni un segundo.

 Se desmayó fácil, como un elefante al que disparan un tranquilizante. Se durmió medio hora antes de llegar a la mina y allí ella solo tuvo que bajarlo del coche, amarrarlo a un viejo poste con una cuerda especial para campamentos y dispararle algunas veces. Iban a ser solo tres disparos: uno a la cabeza, otro al corazón y uno al pene. Pero se le fue un cuarto, después de tomar un respiro. Fue un tiro al estomago, que por poco falla pues fue un disparo lleno de odio y resentimiento. Sin embargo, las manos no le temblaron ni lloró después ni nada de esas ridiculeces tipo película de Hollywood. Ella solo lo miró.

 Al final, decidió que lo mejor era dejarlo allí amarrado para que pudiera ser de alimento a los animales de la zona. Según parece, no solo los buitres habitaban los alrededores de la mina, sino que también coyotes y otras criaturas capaces de arrancar la carne de los huesos, sin contar a los miles de insectos, habitaban ese sector del desierto. Se aseguró de que la cuerda estuviese bien amarrada y luego caminó al vehículo, para sacarlo todo y tirarlo al pozo, igual que había hecho con la pistola hacía algunos minutos.

 Las bebidas frías, el hielo, la nevera, el recibo por la cuerda y las balas, la billetera de él y algunas otras cosas. Entonces se dio cuenta del potencial que tenía ese pozo sin fin y, sin dudarlo, empezó a quitarse la ropa y la arroyo por el pozo. Cuando estuvo completamente desnuda, le quitó la ropa al cuerpo de su marido y la tiró también por el pozo. Después de lanzar las llaves del carro, el último artículo que le quedaba, la mujer miró la escena y sonrió por primera vez en un muy largo tiempo.

 Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a caminar por el mismo camino de acceso que había seguido al entrar con el coche. En su mente, empezó a construir una historia elaborada para la policía, así como para su familia y la de él. Tenía que tener todos los detalles en orden y no olvidar ningún elemento de la escena del crimen. Tenía que tenerlo todo calculado y ella sabía muy bien como hacerlo, tenía los nervios de acero para ese trabajo y la paciencia para repetir su historia ficticia mil veces, si era necesario.

 Eventualmente llegó a un pueblo, donde se desmayó por falta de agua. La ayudaron llevándola en ambulancia a la ciudad, donde pude contar su historia varios días después. Cuando la policía llegó a la escena del crimen, pasaron dos cosas con las que ella no contaba pero que le ayudaban de una manera increíble. Lo primero era que el vehículo ya no estaba. Al parecer, se lo habían robado poco tiempo después de todo lo que había ocurrido. Y lo otro era que no quedaba casi nada de su querido esposo.

 Enterraron lo que pudieron y, tal como ella predijo, la familia de él superó todo el asunto en cuestión de días. Acordaron cuanto dinero le darían por ser su esposa y no haber herencia. Cuando eso estuvo hecho, ella se fue de allí alegando que los recuerdos eran demasiado para quedarse.

 El asesinato que había cometido jamás la persiguió. No hubo remordimiento ni tristeza. Casi nunca recordaba los momentos que había vivido con él y su historia de ese último día en el desierto se fue adaptando a su cerebro, hasta que un día ya no se pudo distinguir esa ficción, de la realidad.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sentir no es tan fácil

   Desde arriba podía ver como el granizo se había acumulado sobre los tejados y en los parques. Todo parecía haber cambiado en contados minutos, porque la tormenta no había sido duradera pero sí bastante intensa. La baranda que cerraba la terraza estaba mojada y fría como el hielo pero no me importo poner mis manos allí y apretar con fuerza. Por alguna razón sentía mucha rabia, sentía que había algo que la naturaleza me quería decir, pero al no hablar en español, la cosa era difícil de descifrar.

 Estuve mirando la tormenta alejarse por varios minutos. Obviamente me mojé bastante porque, aunque el granizo ya había parado e incluso empezaba a derretirse, la lluvia permanecía, cerrando el paso de las nubes más fuertes, de las que estaban causando caos por toda la ciudad pero yo no lo sabía ni me importaba. ¿Porqué me iba a importar lo que le pasaba a cientos o miles de otras personas, si a esas personas no les importaba en lo más mínimo lo que le pudiese pasar a alguien como yo?

 Entré al apartamento y subí directamente al baño que había en el piso superior. Allí tomé la toalla que usaba todas las mañanas para secarme el cuerpo y la usé para secarme el pelo y el resto del cuerpo, pues había decidido pararme en la terraza sin nada de ropa. Había oído el rugir del granizo, la lluvia y el viento cuando me cambiaba y tomé la decisión consciente de salir así, desnudo, a ver que era lo que pasaba y el caos que había en el exterior. Me sentí libre, por un breve momento.

 Momentos después, ya seco y en silencio, con solo algunas gotas de lluvia cayendo contra el vidrio de la ventana, traté de volver a sentir esa libertad en mis huesos. Quise recrear ese increíble momento en el que mis pies tocaron el ladrillo congelado y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al sentir la violencia del agua que venía del cielo. No pude hacerlo tan bien como la naturaleza, aunque mi mente siempre se había caracterizado por su creatividad, pero sí sentí algo.

 Era algo profundo, muy adentro de mi mismo y no tenía nada que ver con lo que pasaba afuera, con la meteorología o con las personas que después se quejaban de haber sido golpeados por granizos del tamaño de pelotas o por los vidrios rotos en su casa. Eso que tenía por dentro también estaba roto pero había liberado algo nuevo, algo que sentí diferente y que sabía que jamás había sentido. Sin camiseta pues aún, sentí un calor recorrerme el cuerpo. Mi cuerpo completo se erizó en un segundo, como si un placer casi erótico se apoderara de mí.

 No duró nada, como mi breve mirada a la libertad. Era cruel, pensé, poder sentir algo así, tan potente y excitante, por solo un breve momento de la vida. Estaba seguro que había muchas personas en el mundo que jamás habían sentido nada por el estilo. No era que quisiera sentirme mejor que ellos sino que las cosas así eran. Por alguna razón yo había sido elegido para ser uno de los pocos que sentirían algo semejante en su vida y tengo que confesar que me hizo sentir especial.

 Tuve que echarme en la cama, así como estaba, con los ojos cerrados. Trataba de respirar correctamente, de controlar mi corazón y mis sentimientos. Estaba conmocionado pero no me podía dejar llevar por algo tan efímero. De pronto me estaba imaginando cosas y solo había sido algo más normal, como el viento frío que se colaba por alguna parte y se insertaba en el cuerpo como una daga congelada. No todo es tan increíble como quisiéramos que fuera. Por eso ya nadie se asombra con nada.

 Hemos descubierto que el universo que nos rodea no es tan fantástico como siempre habíamos pensado. Y no es que se así sino que también nos dimos cuenta de que solo somos seres humanos que jamás comprenderemos lo que está adentro y afuera de nuestros débiles cuerpos. Los misterios del universo son demasiado grandes y los que tenemos adentro son íntimos y podrían decir mucho más de nosotros mismos de lo que nos gustaría. Entonces preferimos no hablar de ello y ya está.

 Cuando por fin me levanté, pensé por un momento en salir de nuevo a la terraza pero me di cuenta al instante que el momento ya no estaba. No era algo que se pudiese hacer cuando quisiera, como una droga sintética. No sé que fue lo que sentí pero puedo asegurar que era mucho mejor que cualquier cosa que alguien pueda inventarse para neutralizar su mente y sus sentimientos. Era lo contrario, un potencializador de todo lo que somos capaces de sentir, de lo que nos hace humanos.

 Más tarde la casa se llenó de mi familia, como estaba siempre. El momento había sido casi perfecto y por eso todo ese día no pensé en nada más sino en esa corriente que me había pasado por todo el cuerpo, estimulándolo todo. Mis padres me preguntaron en que pensaba y porqué estaba tan raro y la verdad es que no pude darles una respuesta clara y convincente. Solo pude argumentar alguna tontería, improvisando algo en el momento para poder seguir pensando en ello en privado, en mi pequeña mente que se había visto inundada de pensamientos varios.

 Esa noche, ansioso por experimentarlo de nuevo, me quité toda la ropa y me acostó desnudo en mi cama. Cometí el error de tocarme, creyendo que eso alentaría el suceso de más temprano pero así no funcionan las cosas. Terminé estimulándome de una forma mucho más terrenal y humana, sintiendo puro placer y nada más. No tenía la gama de sentimientos y amplitud de consecuencias que había tenido el extraño evento que había vivido. Un orgasmo es otra cosa.

 Al otro día, lo pensé más y me di cuenta de que podría haber sido algo imaginado. Puede que nada de eso, ni lo que sentí ni lo que pensé, haya sido real. Era algo normal pensarlo puesto que lo que había ocurrido había tenido las mismas consecuencias que un sueño común y corriente: todo se iba desvaneciendo con el tiempo, como si no hubiese ocurrido. Ya no me acordaba como se había sentido exactamente, si había comenzado en algún punto y terminado en otro.

 Solo sabía que había ocurrido y por eso se volvió un asunto de fe. Un hombre que nunca había ido a una iglesia y que aborrecía a la religión por la esclavitud a la que sometía a la mente humana, pensaba ahora que la fe era la única manera de poder explicar lo que había ocurrido. Ese estimulo tan complejo y maravilloso había sido algo de otro mundo y si no podía creer en él, entonces simplemente no había nada en lo que pudiera creer. Por eso se convirtió casi en una religión para mí.

 Todos los días subsiguientes traté de desmenuzar cada pequeño momento de ese día, desde que oí la primera gota de lluvia en el vidrio de mi ventana hasta que pude respirar después de sentir ese choque eléctrico extraño que me había cruzado el cuerpo como nada que hubiese sentido jamás. Cada día agregaba detalles a mis notas y esa fue la única manera de mantener el recuerdo vivo, siempre con la esperanza de que todo se repitiera algún día, ojalá más pronto que tarde.

 Ya han pasado meses de eso y trato de forzar que pase. Salgo al balcón y me quedo allí por largas horas, a veces solo vestido de un pantalón corto para ver si la falta de ropa fue la culpable de todo. Trato mantener los ojos cerrados, para ver si eso ayuda.


 Me he causado más placeres carnales tratando de descifrar todo el asunto pero sé que no se trata de eso. Sé que no era un orgasmo y tampoco era amor, porque aunque no lo conozco, sé que si lo sintiera no tendría nada parecido con lo que me pasó ese día. Eso sí, también puede que todo esté en mi mente.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Los detalles

   Siempre era lo mismo: pasaban una velada inolvidable el uno con el otro, pero cuando todo terminaba y era hora de ir a casa para uno de ellos, las medias parecían haber tomado vida pues en cada ocasión era casi imposible encontrarlas. No sabían muy bien como era que hacían cada vez que estaban juntos y se quitaban la ropa, pero las medias del que no vivía en el sitio siempre iban a dar bien lejos, casi como si las pusieran a propósito en algún lugar lejano, por alguna extraña razón.

 Podía parecer una tontería, pero siempre gastaban demasiado tiempo para ponerse las medias y era así como llegaban tarde a compromisos previos y debían explicarse o les daba alguna gripe de la noche a la mañana por andar descalzos por ahí mucho tiempo. Era inaudito que eso pasara mientras tenían relaciones sexuales, pero ya había pasado más de una vez en lo corrido del año que llevaban de conocerse y todo indicaba que la situación iba a ocurrir de nuevo y después otra vez.

 Matías era el que siempre perdía ambos calcetines, no solo uno sino los dos. Le hacía gracia la situación pues nunca recordaba haberse quitado las medias conscientemente. Era como si se le salieran solas, como si no se sostuvieran en sus piernas o tuviera los pies embarrados de mantequilla. Pensaba también que podía ser el sudor causado por el “ejercicio” pero la verdad esa parecía una conclusión demasiado exagerada. Lo más probable es que se le cayeran las medias y listo.

 David, por otro lado, sí que se las quitaba conscientemente pero siempre lo hacía en el peor momento, es decir que lo hacía de prisa pues nunca se acordaba de hacerlo antes para que no interrumpiera sus momentos de amor. Eso se debía a que su memoria era bastante regular y no había manera de que se acordara de que debía hacer las cosas en un momento y no en otro. Era algo que le sucedía siempre, en todos los aspectos de su vida. Era horrible tenerlo adelante en una fila para pagar algo, por ejemplo.

 Sin embargo, así con medias que se deslizan y mala memoria, los dos se amaban muchísimo. Hacían el amor así, de manera tempestuosa y casi salvaje al menos una vez por semana. Era lo que les permitía sus vidas laborales y sociales, pues debían seguido ver a sus familia y hacerse responsables de muchas cosas que habían ido adquiriendo a lo largo de la vida, como la responsabilidad de mantener un hogar, mantener su trabajo y de ayudar a sus familias económicamente. Una razón por la cual se habían conocido y juntado era precisamente que eran muy similares en muchos sentidos.

 Afortunadamente, eran muy diferente en otros muchos puntos, lo que equilibraba todo para que no se convirtieran en una pareja repetitiva y aburrida. Muy al contrario, siempre que se veía trataban de que los momentos fueran especiales y se empeñaban, tanto Matías como David, en aprender un poco más del otro cada vez que se veían. Temas como las medias y la memoria siempre salían a relucir, porque eran temas fáciles, entretenidos y que los unían al mismo tiempo que los hacía diferentes el uno del otro.

 Para la primera Navidad que pasaron juntos, Matías le compró a David una de esas tablas para la cocina donde se puede escribir lo que falta en la alacena y la nevera. Y David le compró a Matías unas medias que llegaban a la rodilla y que se suponía no se bajaban con nada, no importara que era lo que la persona se ponía a hacer mientras tuviese los calcetines puestos. Cada uno fue muy feliz con su regalo pero tal vez David disfruto más el que le compró a Matías, pues los dos podían sacar provecho de diferentes maneras.

 Lamentablemente, las medias hasta la rodilla no se quedaron allí toda la noche. Como siempre, al otro día, estaban en el suelo: una debajo de la cama y la otra de alguna manera estaba en el baño. El tablero de la cocina, por su lado, fue usado por una semana hasta que a David simplemente se le olvidó que existía y solo volvía a usar cuando Matías venía a su casa y le decía que escribiera determinado articulo que debía comprar. Eran buenos regalos pero los dos hombres, al parecer, se imponían sobre ellos.

 Sin embargo, todas esas situaciones formaban momento que ambos disfrutaban mucho. Por eso siguieron viéndose por un largo tiempo, empezando a quedarse por temporadas un poco más largas en la casa del otro. Un fin de semana Matías se quedaba en el apartamento de David y el siguiente fin de semana hacían lo contrario. Oficialmente lo hacían para ahorrar en transporte y gasolina pero la verdad era que se estaban dando cuenta que ya no podían vivir el uno sin el otro.

 Era ya necesario que estuviesen sumergidos en las costumbres del otro. A Matías no solo se le caían las medias, también tenía muy buena mano para la cocina y era pésimo en matemáticas, demorándose varios minutos para la más sencilla operación. David no solo tenía pésima memoria, también tenía un gusto extraño para la ropa y un don para la limpieza que superaba a cualquier persona que ambos conocieran. Eran detalles como esos a los que ya se estaban acostumbrando y de los que, al fin de cuentas, se estaban enamorando cada día más.

 Cuando algún familiar o amigo venía entre semana, de visita o por alguna otra razón, se daba cuenta con facilidad de que el hogar de cada uno de ellos cada vez más tenía características de la otra persona. Lo veían todo distinto pero, en la mayoría de las ocasiones, el cambio era para bien. El delicioso aroma de comida en el apartamento de David era simplemente envidiable y el nuevo orden en los armarios de la casa de Matías era algo que siempre había necesitado, desde que era joven.

 Después del primer año, los días de medias perdidas fueron aminorando pues no solo se veían para hacer el amor sino también para muchas otras actividades juntos. Aunque lo seguían haciendo, habían descubierto otras situaciones en las que disfrutaban bastante la compañía del otro y en las que nunca se hubiesen visto envueltos en el pasado. No lo querían ver pero estaba claro que ya nunca tendrían más parejas ni conocerían a nadie más, al menos no de forma romántica.

 Tal cual, casi dos años después de empezar su relación, consiguieron entre los dos un apartamento en un lugar muy bien ubicado, con acabados como a ellos les gustaban y donde los dos pudiesen ser felices, cada uno con su personalidad tan definida como lo era. No demoraron mucho buscando. Se mudaron un viernes, primer día en mucho tiempo en que los dos dejaron del lado el trabajo y todo lo demás para concentrarse el uno en el otro. Para el domingo, ya eran una familia más.

 El tema de las medias seguiría por siempre y se convertiría a ratos en tema de discusión y en otros momentos en tema de risa. Con la mala memoria de David pasaría lo mismo: habría fuertes discusiones e incluso palabras que nunca se habían dicho el uno al otro, pero después siempre habría perdón y, más que todo, comprensión y un cariño imposible de hundir por nada del mundo. Los dos estaban destinados a seguir juntos por mucho tiempo, tanto así que se casaron pasados un par de años más.


 Su historia no es una de esas difíciles, con complicaciones a cada paso ni nada por el estilo. De hecho, Matías y David tuvieron una vida envidiable y, entre lo que se puede decir, más sencilla que la de muchos otros. Eso, por supuesto, no la hace menos valiosa. Encontraron en los detalles ese impulso para hacer que la vida sea mucho mejor de lo que ya es, encontraron en los errores los mejores momentos de sus vidas y eso es algo que es envidiable y sorprendente al mismo tiempo.