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miércoles, 17 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 2)

   Federico no había exagerado cuando había contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román, este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran de alguien más.

 Román trató de mantenerse al margen, sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no verse, pero no era como en esas épocas pasadas.

 A veces había algo de tensión, unas veces romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.

 Es que por estar detrás de Federico, salvándolo de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.

 Después del colegio no había encontrado nada, por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.

 El fin de semana del día de San Valentín fue especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este caso, habían sido los recuerdos del pasado.

 Entre hipos, lágrimas y la resistencia de Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como estaba.

 Sin embargo, le contó a Román que ella había sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era la vida de Federico, perdido todavía.

 Román no sintió nada en especial cuando le contó esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.

 Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar, Román la colgó y se acostó en el sofá.

 Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.

 Román se dijo que le había puesto una cobija encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche anterior ni sobre nada de nada.

 Al sentarse a desayunar los huevos revueltos que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.

 Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.

 Eventualmente, Román volvió a su casa y allí pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que al menos él no sabía si eran o no eran realidad.


 Decidió simplemente hacer lo que se sentía correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que podían suceder.

lunes, 4 de diciembre de 2017

No hay mal que por bien no venga

   El ruido en la calle era ensordecedor. No se podía pensar correctamente con tantos sonidos alrededor. No solo era la interminable fila de automóviles, cada uno usando el claxon en un momento diferente, sino también las voces de las personas, los motores de las motocicletas, los timbres de la bicicletas y el bramido de todos los vehículos combinados. Además, y como no era poco frecuente en aquella ciudad, se escuchaban también los sonidos de percutores de alta potencia, usados por obreros en la calle.

 El taxi hacía mucho tiempo que no se movía ni un milímetro y Susana empezaba a desesperarse. Normalmente no le importaban mucho los trancones puesto que estaba acostumbrada a ellos. Su solución había sido siempre salir muy temprano y simplemente usar el tiempo en el transporte público haciendo algo más. Pero ya habían pasado quince minutos desde que había terminado su única tarea pendiente y eso la hacía poner atención a su entorno, cosa que no era muy buena.

 Susana era de esa clase de personas que debe vivir en constante movimiento, haciendo algo con la mente o las manos. Si de pronto dejan de moverse o de pensar, simplemente se vuelven locos. No locos en el sentido tradicional sino que pierden el sentido de todo, parecen no saber donde están y se desesperan por cualquier detalle. Por eso no tener nada más que hacer en un lugar como ese era lo peor que le podía pasar a Susana y ella lo sabía muy bien, pues ya le había ocurrido antes.

 Sacó el celular del bolso y empezó a mirar si tenía mensajes o llamadas perdidas. Pero no había nada de eso, lo cual era sorprendentemente inusual. Pensó en llamar a su secretaria para saber que pasaba en la empresa pero recordó que era la hora del almuerzo y seguramente no habría nadie cerca del teléfono que le pudiese ayudar. Su comida ya la había consumido, así que eso era algo menos que podía hacer. Solo había sido una ensalada ya lista de supermercado y una limonada demasiado agria.

 Se inclinó sobre la división de los asientos delanteros y le preguntó al conductor si tenía alguna idea de porqué nada se estaba moviendo en la avenida. El tipo tenía los audífonos puestos y se los quitó al notar a Susana, que tuvo que repetir su pregunta. El hombre se encogió de hombros, y sin más, se puso los audífonos de nuevo. Susana entornó los ojos, hastiada de la gente que no tenía ni idea de cómo hacer su trabajo, y se echó para atrás, recostándose contra la silla. Su cita era en media hora pero quería llegar antes para causar una mejor impresión. Era su manera de hacer las cosas.

 Pasaron otros cinco minutos y Susana sacó de nuevo el celular de su bolso. Lo había guardado cuidadosamente y no sabía porqué, ya que era el único objeto con la capacidad de tranquilizarla un poco, aunque en ese momento no estaba funcionando mucho. Verificó la dirección a la cual se dirigía y luego abrió la aplicación de mapas que venía con el aparato. Su ojos se abrieron al darse cuenta que estaba a solo unas diez calles del sitio. Podía caminar tranquilamente para llegar.

 La mujer abrió el bolso de nuevo y guardó el celular de nuevo pero esta vez sacó su billetera y estiró una mano para tocarle el hombro al conductor. Este se quitó los audífonos y se dio la vuelta. Tenía cara de haber estado durmiendo. Susana ignoró esto y le dije que se bajaba y que le diera la tarifa. El hombre no dijo nada, solo tomó una tabla de plástico con números y le indicó a la mujer cuanto debía pagar. Ella sacó el dinero justo, se lo dio en la mano al hombre y salió del taxi con una sonrisa.

 Ya en la acera, respiró profundamente. Era muy distinto poder respirar un aire algo más puro que el de un automóvil, así la avenida se estuviese llenado lentamente de los gases de los coches. Pensó en que lo mejor sería tomar una calle perpendicular, en pendiente, para llegar adonde necesitaba ir. Llegó a un semáforo y cruzó y fue entonces que escuchó un estruendo más en la vía. Por un momento pensó que había sido alguna especie de máquina pero resultó ser un trueno lejano.

 No se había alejado mucho de la avenida cuando empezó a llover con fuerza. El viento se arreció de repente y Susana empezó a correr sin mucho sentido, pues no se fijaba para donde estaba yendo. Lo importante en ese momento era buscar un lugar para cubrirse. Lamentablemente para ella, la calle era más que todo residencial y tuvo que correr dos cuadras más para llegar a una zona de pastelerías y tiendas de artículos para el hogar. Entró por la primera puerta que vio, asustada por otro trueno, más cercano.

 Cuando se dio la vuelta, se dio cuenta que había entrado en una especie de casa de té. Estaba un poco oscuro por la tormenta en el exterior pero varias velas alumbraban el entorno. Varias personas comían postre, la mayoría eran personas mayores pero había también otros que parecían estar en alguna reunión de negocios o simplemente comiendo algo con un amigo. Susana caminó al mostrador, con el pelo escurriendo agua. Miraba lo que había disponible para comer aunque en verdad no tenía nada de hambre. La mujer que atendía, más joven que ella, la miraba con curiosidad.

 Susana fue a abrir la boca pero la cerró de nuevo. La verdad no sabía si quería quedarse mucho tiempo en el lugar. Pero al mirar la ventana que daba a la calle, se dio cuenta que ir caminando ya no era una opción. Era increíble la cantidad de agua que caía del cielo. Parecía como si no hubiese llovido nunca. El cielo se había puesto de un color muy oscuro y no se veía ya nada de gente en la calle. Sin embargo, las personas que había en la casa de té no parecían interesadas en el exterior.

 Por fin se decidió por un café y un pastelito pequeño que parecía no saber a nada. La mujer le cobró y Susana le pagó sin mirarla. No era algo consciente, sino algo que siempre hacía cuando interactuaba con la gente en lugares así. Su mirada fija estaba reservada para reuniones como la que pensaba tener en poco tiempo. Apenas pudo, tomó una pequeña mesa en un rincón y trató de arreglarse un poco el cabello. La misma cajera le trajo el café y el pastelito, que Susana dejó sin tocar por un momento.

 Lo primero era ver la hora. Faltaban ahora solo cinco minutos para la cita y el lugar, aunque no era lejos, era ahora inaccesible por la tormenta. Decidió llamar y preguntar por el hombre con el que tenía la cita, para disculparse, pero nadie respondió. La línea funcionaba pero nadie contestaba, ni siquiera el conmutador automático. Colgó y tomó algo de café. Su mirada estaba perdida, puesto que el negocio que iba a concretar hubiese significado algo muy importante para su empresa.

 Suspiró rendida y tomó el pastelito para darle un mordisco. La decepción de repente le había abierto el apetito. Era un pequeño bizcocho blanco con relleno verde y Susana se sorprendió con el sabor. Sonrió por primera vez en mucho tiempo, puesto que el bocado le había provocado un cierto calor en el corazón, o en el pecho. Donde fuera,  había sentido como si se hubiese tragado una barra energética de gran potencia, que no solo daba ganas de moverse sin una alegría bastante particular.

 Era como un optimismo extraño que la invadía y sabía que tenía que hacer algo con ello. Pensó en salir del lugar y enfrentar la tormenta o llamar de nuevo para ver si podía arreglar otra cita con el hombre. Pero la respuesta estaba mucho más cerca de lo que pensaba.


 A su lado, un hombre vestido de traje y corbata la miró, puesto que Susana se había  levantado de la silla y se había quedado quieta. Ella lo miró y soltó una carcajada. Era él con quién tenía la cita y resultaba que estaba allí, tomando algo con otra persona. Se saludaron de mano y empezaron a hablar.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sentir no es tan fácil

   Desde arriba podía ver como el granizo se había acumulado sobre los tejados y en los parques. Todo parecía haber cambiado en contados minutos, porque la tormenta no había sido duradera pero sí bastante intensa. La baranda que cerraba la terraza estaba mojada y fría como el hielo pero no me importo poner mis manos allí y apretar con fuerza. Por alguna razón sentía mucha rabia, sentía que había algo que la naturaleza me quería decir, pero al no hablar en español, la cosa era difícil de descifrar.

 Estuve mirando la tormenta alejarse por varios minutos. Obviamente me mojé bastante porque, aunque el granizo ya había parado e incluso empezaba a derretirse, la lluvia permanecía, cerrando el paso de las nubes más fuertes, de las que estaban causando caos por toda la ciudad pero yo no lo sabía ni me importaba. ¿Porqué me iba a importar lo que le pasaba a cientos o miles de otras personas, si a esas personas no les importaba en lo más mínimo lo que le pudiese pasar a alguien como yo?

 Entré al apartamento y subí directamente al baño que había en el piso superior. Allí tomé la toalla que usaba todas las mañanas para secarme el cuerpo y la usé para secarme el pelo y el resto del cuerpo, pues había decidido pararme en la terraza sin nada de ropa. Había oído el rugir del granizo, la lluvia y el viento cuando me cambiaba y tomé la decisión consciente de salir así, desnudo, a ver que era lo que pasaba y el caos que había en el exterior. Me sentí libre, por un breve momento.

 Momentos después, ya seco y en silencio, con solo algunas gotas de lluvia cayendo contra el vidrio de la ventana, traté de volver a sentir esa libertad en mis huesos. Quise recrear ese increíble momento en el que mis pies tocaron el ladrillo congelado y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al sentir la violencia del agua que venía del cielo. No pude hacerlo tan bien como la naturaleza, aunque mi mente siempre se había caracterizado por su creatividad, pero sí sentí algo.

 Era algo profundo, muy adentro de mi mismo y no tenía nada que ver con lo que pasaba afuera, con la meteorología o con las personas que después se quejaban de haber sido golpeados por granizos del tamaño de pelotas o por los vidrios rotos en su casa. Eso que tenía por dentro también estaba roto pero había liberado algo nuevo, algo que sentí diferente y que sabía que jamás había sentido. Sin camiseta pues aún, sentí un calor recorrerme el cuerpo. Mi cuerpo completo se erizó en un segundo, como si un placer casi erótico se apoderara de mí.

 No duró nada, como mi breve mirada a la libertad. Era cruel, pensé, poder sentir algo así, tan potente y excitante, por solo un breve momento de la vida. Estaba seguro que había muchas personas en el mundo que jamás habían sentido nada por el estilo. No era que quisiera sentirme mejor que ellos sino que las cosas así eran. Por alguna razón yo había sido elegido para ser uno de los pocos que sentirían algo semejante en su vida y tengo que confesar que me hizo sentir especial.

 Tuve que echarme en la cama, así como estaba, con los ojos cerrados. Trataba de respirar correctamente, de controlar mi corazón y mis sentimientos. Estaba conmocionado pero no me podía dejar llevar por algo tan efímero. De pronto me estaba imaginando cosas y solo había sido algo más normal, como el viento frío que se colaba por alguna parte y se insertaba en el cuerpo como una daga congelada. No todo es tan increíble como quisiéramos que fuera. Por eso ya nadie se asombra con nada.

 Hemos descubierto que el universo que nos rodea no es tan fantástico como siempre habíamos pensado. Y no es que se así sino que también nos dimos cuenta de que solo somos seres humanos que jamás comprenderemos lo que está adentro y afuera de nuestros débiles cuerpos. Los misterios del universo son demasiado grandes y los que tenemos adentro son íntimos y podrían decir mucho más de nosotros mismos de lo que nos gustaría. Entonces preferimos no hablar de ello y ya está.

 Cuando por fin me levanté, pensé por un momento en salir de nuevo a la terraza pero me di cuenta al instante que el momento ya no estaba. No era algo que se pudiese hacer cuando quisiera, como una droga sintética. No sé que fue lo que sentí pero puedo asegurar que era mucho mejor que cualquier cosa que alguien pueda inventarse para neutralizar su mente y sus sentimientos. Era lo contrario, un potencializador de todo lo que somos capaces de sentir, de lo que nos hace humanos.

 Más tarde la casa se llenó de mi familia, como estaba siempre. El momento había sido casi perfecto y por eso todo ese día no pensé en nada más sino en esa corriente que me había pasado por todo el cuerpo, estimulándolo todo. Mis padres me preguntaron en que pensaba y porqué estaba tan raro y la verdad es que no pude darles una respuesta clara y convincente. Solo pude argumentar alguna tontería, improvisando algo en el momento para poder seguir pensando en ello en privado, en mi pequeña mente que se había visto inundada de pensamientos varios.

 Esa noche, ansioso por experimentarlo de nuevo, me quité toda la ropa y me acostó desnudo en mi cama. Cometí el error de tocarme, creyendo que eso alentaría el suceso de más temprano pero así no funcionan las cosas. Terminé estimulándome de una forma mucho más terrenal y humana, sintiendo puro placer y nada más. No tenía la gama de sentimientos y amplitud de consecuencias que había tenido el extraño evento que había vivido. Un orgasmo es otra cosa.

 Al otro día, lo pensé más y me di cuenta de que podría haber sido algo imaginado. Puede que nada de eso, ni lo que sentí ni lo que pensé, haya sido real. Era algo normal pensarlo puesto que lo que había ocurrido había tenido las mismas consecuencias que un sueño común y corriente: todo se iba desvaneciendo con el tiempo, como si no hubiese ocurrido. Ya no me acordaba como se había sentido exactamente, si había comenzado en algún punto y terminado en otro.

 Solo sabía que había ocurrido y por eso se volvió un asunto de fe. Un hombre que nunca había ido a una iglesia y que aborrecía a la religión por la esclavitud a la que sometía a la mente humana, pensaba ahora que la fe era la única manera de poder explicar lo que había ocurrido. Ese estimulo tan complejo y maravilloso había sido algo de otro mundo y si no podía creer en él, entonces simplemente no había nada en lo que pudiera creer. Por eso se convirtió casi en una religión para mí.

 Todos los días subsiguientes traté de desmenuzar cada pequeño momento de ese día, desde que oí la primera gota de lluvia en el vidrio de mi ventana hasta que pude respirar después de sentir ese choque eléctrico extraño que me había cruzado el cuerpo como nada que hubiese sentido jamás. Cada día agregaba detalles a mis notas y esa fue la única manera de mantener el recuerdo vivo, siempre con la esperanza de que todo se repitiera algún día, ojalá más pronto que tarde.

 Ya han pasado meses de eso y trato de forzar que pase. Salgo al balcón y me quedo allí por largas horas, a veces solo vestido de un pantalón corto para ver si la falta de ropa fue la culpable de todo. Trato mantener los ojos cerrados, para ver si eso ayuda.


 Me he causado más placeres carnales tratando de descifrar todo el asunto pero sé que no se trata de eso. Sé que no era un orgasmo y tampoco era amor, porque aunque no lo conozco, sé que si lo sintiera no tendría nada parecido con lo que me pasó ese día. Eso sí, también puede que todo esté en mi mente.

miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Qué pasa en el bosque?

   Lo que fuera que tenía en el brazo, no parecía haberme afectado tanto como pensaba. Me mire varias veces en el camino, tocando la piel que hay entre la mano y el codo, mirando de cerca y de lejos. Pasaba las yemas de los dedos lentamente y esperaba, como si algo fuera a pasar de la nada. Pero no pasó nada. La piel ni siquiera se puso roja ni de ningún color fuera de mi color de piel normal. Me preocupaba sentir dolor sin verlo, sin poder saber de donde venía.

 Las dos cosas que se me veían a la mente eran bichos, algún piquete por alguna de las muchas criaturas del bosque. Me miré de nuevo el brazo, caminando sobre un montón de hojas secas, y no tuve problema en imaginar los miles de insectos que podrían haberme hecho algo en la noche. Después de todo, había estado acampando en el bosque por una semana y no era del todo imposible que algo hubiese entrado en mi tienda de campaña por la noche y me hubiese atacado sin yo saberlo.

 Sin embargo, no había picaduras en la piel. Y por muy pequeño que fuese el animal, no hubiese sido muy posible que entrara por mi nariz o mi boca. Conocía muy bien el lugar y sabía que no había de ese tipo de criaturas en un lugar como ese, no era la selva amazónica sino un bosque templado medianamente alejado de la civilización. Pero, a diferencia de alguien en el Amazonas, podría caminar un par de horas y llegar a un lugar con electricidad y una buena comida caliente.

 Seguí mi camino en silencio, tratando de no pensar en el dolor en el brazo. También podría haber sido el sol pero no había hecho un clima especialmente propenso a altas temperaturas. De hecho, los días se habían vuelto cada vez más grises desde mi entrada al parque y la humedad había subido a niveles que ya eran insoportables. Ese mismo día decidí no bañarme, en parte porque ya estaba empapado y no quería mojarme más, pero también porque no había un lugar donde limpiarme apropiadamente.

 En mi segundo día había nadado desnudo en un lago, bajo la lluvia. Había deseado, por un breve momento, haber tenido a alguien conmigo en ese lugar. Y había imaginado la cara de esa persona. Pero ni siquiera recordando con muchas ganas podría decirles cual era la apariencia de ese hombre. Él era solo un producto de mi imaginación, basado en experiencias personales basadas y en gustos efímeros, de los que tenemos todos. En fin, ese momento en el lago fue hermoso y cuando la lluvia se detuvo me vestí y seguí contento mi camino, tomando fotos y sonriendo como tonto.

 En cambio ahora seguía mirando mi brazo, automáticamente. Era como una manía extraña, como si algo me dijera que ese dolor en el brazo era algo más de lo que yo pensaba. Tal vez no era nada pero se me había metido en la cabeza que había algo mal conmigo, con mi cuerpo y tal vez con mi mente. Me detuve en seco, en la mitad de la nada, y decidí asentarme ahí para pasar la noche. Faltaban todavía varias horas para el atardecer pero no me importaba. Simplemente no quería seguir caminando, pensando.

 Armas mi tienda de campaña y mi área de cocina tomó un buen rato, quitándome tiempo para no pensar en tonterías. Hacía una cosa y otra, recoger palos pequeños y grandes e ir a un pequeño arroyo por agua. Llené una sola vez mi pequeño balde amarillo pero me demoré bastante a propósito, tratando de ver el bosque como lo que era y no como lo que yo tenía en mi mente. Traté de escuchar la melodía de los pájaros y los susurros de las pequeñas bestias a mi alrededor.

 Sin embargo, el silencio se había apoderado del lugar. Solo el viento movía un poco las ramas de algunos árboles altos. De resto, el lugar parecía ser el cementerio del bosque. Era un poco más oscuro, de pronto por la espesura del follaje, pero en general todo parecía tener menos color, ser más triste que el resto del parque natural. Saqué un mapa que me habían dado en la entrada y lo extendí todo para ver todas las áreas del bosque al mismo tiempo. Intenté seguir mi camino por el plano, pero me perdí varias veces.

 Después de intentarlo varias veces, me di por vencido. No tenía ni idea en que parte del bosque estaba. Creí ubicar el arroyo pero lo cierto es que había decenas de ellos, tal vez más, y no había ninguna manera de saber cual era el que tenía ahora cerca. La espesura del bosque no era algo que se mostrara con claridad, así que ese factor tampoco ayudaba en nada. Traté de seguir el trazado de los caminos que creía haber seguido pero ninguno de ellos conducía a una zona como en la que me había asentado.

 De hecho, ni siquiera sabía en que momento me había desviado de la ruta que me había propuesto seguir. Mi plan había sido caminar lo suficiente hasta llegar a un gran acantilado, cerca del cual armaría mi campamento. Desde allí se podría ver con facilidad el reconocido cañón del parque, en el que se decía había varios lugares hermosos para explorar a pie o a nado. Era un lugar sacado de las fantasías de algún escritor trastornado pero ciertamente no parecía estar ni remotamente cerca de ese sitio. Sin embargo, había caminado tanto como para haber llegado ya.

 Mi brazo dolió de nuevo. Me dejó de importar el hecho de estar perdido y me propuse hacer la cena. Saqué una lata de frijoles blancos, de los dulces, y la vertí completa en una pequeña olla que usaba para cocinar lo que sea que tuviera a mano. Las latas que llevaba eran todas de tamaño personal y no eran muchas. Prefería comer algún animal pequeño o hacer una ensalada con los frutos del bosque pero no había nada parecido alrededor. Además, no quise ni levantarme de mi lugar.

Era como si una ola de apatía me hubiese invadido y no me dejaba ni ponerme de pie. Solo prendí el fuego y cociné mis frijoles en silencio. La ausencia de escandalo por parte del bosque dejó de ser algo importante para mí. Me serví en un plato viejo y esmaltado que traía como amuleto de buena suerte y comí sin que me molestara nada, ni en la mente ni en el corazón. El dolor del brazo pasó y, tras haber terminado la comida, caí dormido en el mismo lugar donde había hecho todo lo anterior.

 Cuando desperté, desconfié de lo que veía. Porque el bosque ya no era el mismo sino una versión aún más sombría de lo que había visto hasta ahora. Lo peor, fue ver como alguien salía de entre los arbustos, jadeando, y se escondía en mi tienda de campaña. Yo veía pero no podía hacer nada. Estaba como paralizado o algo así. Eso pensé al comienzo. Vi como dos sombras oscuras llegaban al claro y empezaban a destrozar mi tienda de campaña. Oí los gritos y vi sangre por todos lados.

 Fue justo antes de despertar que me di cuenta de que no podía hacer nada porque no tenía cuerpo para poder ayudar. Lo que me despertó fue el susto combinado con el fuerte olor a quemado que emanaba de mi hoguera. Lentamente, se había quemado lo poco que había quedado de los frijoles. Ese olor no era algo que alegrara a los guardabosques. Quise empacar, irme de allí en el momento. Pero había algo que me impedía correr o gritar. No podía hacer nada.

 Fue entonces cuando, de nuevo, salieron dos sombras de entre los arbustos. Pero esta vez no eran sombras, esta vez pude ver exactamente como eran, sus ojos rojos brillantes y su aspecto terrorífico. Si hubiese podido, habría gritado como nunca en mi vida.


 Me encontraron días después, lejos de ese sitio, en shock. Me llevaron al hospital y aquí sigo. Me rescató alguien que se parece al hombre que me imaginé en el lago. Y fue él quién me hizo notar el pequeño bulto que tenía en mi brazo, bajo el escozor que había tenido durante varios días.