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lunes, 14 de noviembre de 2016

Tenis de mesa

   El torneo tenía una duración de dos semanas. Cada día había algún evento, algo que hacer. Pero siendo los partidos de tenis de mesa tan cortos, no era que Adriana pudiese mantener ocupada la mesa por mucho tiempo. Desde que había descubierto que tenía dotes para ese deporte, lo había práctica con dedicación, al punto de que sus padres le habían inscrito en cuanta escuela se les había cruzado y le habían patrocinado ya montones de viajes a diferentes partes del país e incluso del mundo solo para jugar esos cortos partidos.

 Lo que le gustaba de los viajes era quedarse en un hotel y, por un instante, que podía fingir que su vida era mucho mejor y más interesante de lo que creía. Ella podía fingir que todo estaba a la perfección, pero no lo estaba. Dentro de la pobre Adriana tenía lugar una tormenta épica que solo ella podría ser capaz de liberar o de calmar. Pero la verdad era que nunca había explorado mucho de ese anhelo de vivir otra vida distinta a la suya. De verdad que tenía mucho miedo pues no sabía donde estaba parada o casi nunca.

 El partido de ese día terminó en empate. Era muy poco particular empatar de tenis de mesa y por la cara de limón agrio de su contrincante, era obvio que a ella tampoco le hacía mucha gracia el resultado del partido. A Adriana le dio lo mismo. Lo único que quería era subir a la cama y descansar. De pronto pedir algo de comida a la habitación y tener una noche para ella sola sin nadie más que la pudiese molestar. Su padre, que la acompañaba casi a todos los evento deportivos, dijo también estar exhausto y que quería dormir como una piedra.

 Adriana pidió una pizza con todos sus ingredientes favoritos y se puso a esperar tomando una de las muchas botellas de agua que les ofrecían a los deportistas. Salió a la terraza de su habitación y cayó en cuenta que la piscina estaba justo debajo. Eso sí, había unos quince pisos de diferencia así que el vértigo que le do fue bastante natural. Se hizo un poco más lejos del balcón y luego ya entró cuando la pizza llegó. El medero la anotó a su nombre en la cuenta y se fue sonriendo. Adriana, en cambio, no pareció mostrar emociones en ningún momento.

 Empezó a comer su pizza, al mismo tiempo que veía una película en la televisión. Todo iba bien hasta que empezó a oír gritos, de los gritos que solo una mujer sabe hacer. Salió al balcón y se dio cuenta que eran un grupo de chicas jóvenes, tal vez incluso del torneo, que habían salido en bikini para bañarse un rato. A Adriana eso no le importaba así que volvió a su plan de pizza con película. Pero mucho después, tal vez una hora más tarde, la chica volvió a escuchar ruidos y salió a mirar. Al comienzo casi no se ve nada pero sus ojos se ajustaron rápidamente.


 Eran un hombre y una mujer que peleaban. Era difícil saber si era una de las chicas que habían estado antes. El caso es que el hombre se oía amenazante y de repente pareció golpear a la mujer. Ella no se quedó quieta pues le pegó una cachetada pero el hombre lanzó mucho la siguiente vez y la mujer cayó al suelo. El tipo se le acercó para mirarla pero la mujer lo tomó de la mano y quiso como tumbarlo pero no pudo. El tipo la pateó de nuevo y entonces la tomó por la ropa y la lanzó, sin problema, a la piscina. La mujer empezó a chillar y trataba de gritar peo no podía.

 La escena no duró demasiado. La mujer dejó de hacer ruidos y entonces el hombre miró a todos lados, excluyendo hacia arriba. Recogió sus cosas y se quedó mirando más tiempo hasta que por fin se fue, dejando el cuerpo inerte de la mujer flotando en la piscina. Adriana no sabía que hacer, solo su instinto la empujó a retirarse del balcón, cosa que la hizo tropezar con una pequeña matera que se rompió y regó todo su contenido por todos lados. No solo eso, sino que se lastimó un pie de la nada y encima había visto a alguien morir o, mejor, ser asesinado.

 Se preguntó si lo mejor en esas ocasiones sería llamar a la policía o esperar a que llegaran para preguntar si la información era correcta. No, lo mejor tenía que ser llamar de manera anónima y denunciar lo que había visto. Podía fingir la voz como pasaba en las películas, así no sabrían que era ella la único testigo en la muerte de una mujer que ni idea quien era. Se arrastró al teléfono, pues todavía estaba allí de la caída, y marcó el número de la policía pero colgó rápido porque no estaba nada segura de lo que estaba haciendo.

 Esa mujer era un ser humano y no merecía flotar en esa piscina hasta la mañana, siendo una sorpresa para el grupo de ancianos que hacía ejercicios en agua todas las mañanas. No, tenía que hacerlo. Tomó bien el teléfono, marcó y con agilidad se tapó la cara con la chaqueta de su equipo nacional que le habían dado a su llegada al torneo. Cuando contestaron, habló a través de ella y dijo que quería denunciar un crimen. La pasaron a otra persona y luego a otra u estuvo a punto de colgar por la cantidad de burocracia en el ese momento.

 Pero por fin pudo contar la historia que había visto y la dijo con la mayor cantidad de detalles que pudieron ser recordados por su mente tranquila. Dio la ubicación del cuerpo y las señas del hombre, que no eran muchas por la altura pero algo era algo. Cuando preguntaron quién era ella, dijo que debía irse y colgó. En poco tiempo escuchó sirenas. Eran los policías que entraron al hotel y pronto vieron el mismo cuerpo muerto que ella había visto vivo.

 Se iba a alejar del balcón, para que nadie supiese que había sido ella la llamada, pero la no importaba porque el escándalo de la policía había hecho del lugar un foco de ruido y de luces potentes. Al cuerpo de la joven lo sacaron por fin varias horas después de discutir largo y tendido si habían despejado la zona de pistas y demás indicios que pudiesen llevar al asesino. Pero entonces ellos mismos sacaron la conclusión de que, tal vez, no era un homicidio sino un suicidio. Averiguaron cuál era la habitación de la muerte y, en efecto, tenía balcón que daba a la piscina.

 Al parecer, y era una coincidencia muy grande, la muerta dormía en la habitación directamente inferior a la de Adriana. Nunca la había escuchado pero era una persona muy simpática, muy hermosa. Ella la había visto alguna vez pero no había razón para que hablaran así que nunca lo hicieron. El caso es que era un mujer hermosa ahora estaba muerta y la policía no creía en lo que ella estaba diciendo. ¿Es que no había cámaras o algún tipo de vigilancia en las piscinas, con tantas cosas feas que pueden en las cercanías de una?

 Al parecer no era así. Era uno de esos hoteles que instalan varias cámaras de seguridad pero es más bien para que la gente crea que hay seguridad cuando en verdad esas cámaras son solo bonitas cajas de papel con cables sueltos pegados para que la gente crea que es otra cosa. Adriana se sentía frustrada porque la idea era hacer justicia por su propia mano o al menos con su ayuda y eso no había ocurrido. Estaba frustrada pero, a la vez, tenía una energía extraña adentro que jamás había sentido antes. Era más fuerte que todos o al menos así se sentía.

 Decidió llamar de nuevo a la línea de emergencias y esta vez no dudó en nada de lo que dijo y lo llamó asesinato varias veces. Dijo estar frustrada por el poco interés de la policía y tuvo que asegurarse de que su rabia no permitía que su voz se oyera como siempre pues eso podía ser peligroso. La mujer operadora le dijo que todo estaba anotado y que ahora era cosa de la policía hacer la investigación como tal. Cuando Adriana se fue a quejar de nuevo, la línea fue cortada y ella lanzó la bocina del teléfono hacia la pared, quebrándose en mil pedazos.


 Estaba frustrada y con rabia. Entonces timbraron y ella pensó que sería su padre, aunque él casi no iba a su habitación excepto en las mañanas. Abrió y era el asesino. Estaba segura. Parecía preocupado y pasó sin que se le invitara. Adriana no cerró la puerta pues pensó en salir por ella pero al ver la pistola que sacó el tipo del bolsillo, decidió no moverse. ¿Que estaba pasando? Era su deseo cumplido de una vida emocionante, más de lo que jamás hubiese querido.

domingo, 26 de julio de 2015

Lo desconocido

   Lo que ellos vieron o no vieron fue materia de discusión por años y años. Al fin y al cabo, solo eran una pareja de amigos que viajaban de noche y, para muchos que escuchaban la historia, podría tratarse de un caso relacionado con el alcohol o las drogas. No habían sido personas de desconfiar ni nada parecido, pero es que la historia era tan increíble que no se sostenía de pie por si misma y era más fácil asumir que algo externo había tenido que ver en todo el asunto. Ellos contaron sus historia varias veces, tanto a la policía como a todo el que se sentara a escucharlos el tiempo suficiente. Pero después de un tiempo dejaron de hacerlo. No tenía más sentido tener que decir lo mismo una y otra vez si nunca les iban a creer ni media palabra.

 Años después, un tabloide sacó la noticia de que habíamos sido abducidos por extraterrestres. Ellos quisieron decir algo, para que la gente dejara de pensar que eran locos y que eran ellos los que inventaban semejantes historias pero se lo pensaron mejor y decidieron no hacerlo. Para qué volver a revivir el ridículo y  todos esos momentos donde los hacían sentirse del tamaño de una pulga. No, no valía la pena. La verdad solo vale la pena cuando le sirve a alguien de algo y lo cierto es que muchas veces no es así entonces todo el mundo prefiere ignorar lo que pasa. Con el tiempo, los dos amigos, unidos por el suceso que habían compartido, se enamoraron y se casaron. Pero eso nadie lo supo sino hasta tiempo después.

Fue cuando ya habían pasado unos diez años cuando Arturo empezó a sentirse mal. Se mareaba, algunas veces desmayándose por completo en sitios como la oficina o la cocina de la casa. Cuando Daniel llegaba del trabajo, lo encontraba allí tirado y pensaba que los males para ellos nunca iban a terminar. Muchas veces se preguntaron que era lo malo que habían hecho, que daño le habían causado a la gente? Era todo como una maldición. Arturo se sometió a exámenes que revelaron que no era cáncer ni nada parecido. Pero si encontraron algo en su pie un objeto que salía en las radiografías. Pero dijeron que era mejor no operar y que probablemente era grasa acumulada, algo muy normal.

 Cuando volvieron a casa, discutieron. A los dos, el suceso les había recordado lo vivido hacía años. Los nervios, la incertidumbre y todo lo demás. No era lo correcto tener que sentir miedo de esa manera y vivir así, al borde de la silla. Arturo pensaba que debían hablar con alguien, discutirlo y evitar que todo ello les carcomiera la mente. Pero Daniel no quería revivir nada del pasado y prefería que se quedara allí lejos, en un lugar donde no pudiera lastimarlos más. Se sentían débiles y cansados pero a la final Arturo le dijo a Daniel que si no se sacaban todo lo que tenían en sus mentes, siempre estaría corriendo de sí mismo y que así no se podía vivir. Así que Daniel aceptó hablar con alguien.

 Buscaron por todos lados un sicólogo que fuese competente pero que no tuviera nada que ver con fenómenos inexplicables. Querían alguien que les dijera la verdad y que fuese objetivo. Encontraron al doctor Warner, un hombre reconocido en su campo por ayudar a victimas de grandes desastres como las familia de varios accidente aéreos. El hombre parecía saber lo que decía e hicieron una cita. Ese día estaban muy nerviosos y cuando los hicieron pasar, las piernas les temblaban. Normalmente el doctor no hacía citas dobles, pero aceptó esa ocasión por tratarse de un caso especial. Lo primero que hizo el hombre fue indagar sobre su relación y ver si era tan fuerte como parecía. Lo comprobó rápidamente y siguieron a lo principal.

 El doctor prefirió que para esa parte, Daniel se retirara. Le iba a preguntar lo que recordaba de ese día y tener a alguien más allí podría influenciar un cambio de versión en alguno de los dos. Daniel se retiró y Arturo empezó su relato. Recordaba haber estado manejando, con la música casi a todo volumen. Daniel estaba en el asiento del copiloto y cantaba con el alguna canción de moda. En ese tiempo ya sentían algo de atracción el uno por el otro pero jamás lo habían discutido. Solo eran amigos y venían de acampar unos días en un parque nacional no muy lejos de la ciudad donde estaba su universidad. Daniel le dijo a Warner que todo era muy normal y que la carretera estaba perfecta pues no había casi automóviles.

 Después recuerda que la radio empezó a cambiar de estación sin ayuda de sus manos y que el reloj del automóvil también se volvió loco. Eran las once y media en punto, según recordó en su revisión. El automóvil se apagó a los pocos metros y no avanzaron más. De nuevo, no había ni un solo vehículo en la cercanía así que no había como pedir ayuda. Trataron de usar sus celulares pero ninguno servía, parecía que la zona era un punto negro para todo tipo de cosas eléctricas. Salieron del auto y mientras Arturo revisaba bajo el capó, Daniel intentaba comunicarse, también encendiendo la linterna que tenían, sacudiéndola pero sin éxito. Entonces sintieron algo extraño, cada uno donde estaba, sintió como si el tiempo se hubiese vuelto lento.

 Arturo recordó una luz que los envolvió y los cegó. Lo siguiente que recuerda es estar dentro de su vehículo, conduciendo de nuevo. Cuando cayó en cuenta de lo que hacía, frenó en seco y miró un indicador de la carretera que se veía con la luz de los faros. Si se le había de creer, había viajado unos quince kilómetros después de que se les apagara el auto pero no recordaba nada al respecto. Era como si ese pedazo de sus vidas les hubiese sido arrebatado. En lo que quedaba del camino, no hablaron más, a pesar de que su malestar era evidente. De hecho, Arturo recuerda que Daniel vomitó cuando lo dejó en su casa y el se sintió mareado toda esa noche y durmió mal.

 La entrevista de Warner con Daniel no fue muy diferente excepto en algunos puntos clave. Por ejemplo, Daniel recordaba lo mismo de haber estado escuchando música y cantando pero él sí recordaba algunos vehículos que los pasaron antes de que el vehículo se apagara. De hecho, recordaba haberle dicho a Arturo que deberían empujar el auto fuera de la carretera. Después, concordaban en lo del tiempo que iba más despacio y la luz. Pero Daniel tenía algo más que agregar antes de que aparecieran en el vehículo de nuevo. Según él, cuando la luz los rodeó, sintió una presencia que no era la de Arturo. Había algo más allí con ellos y recordar la sensación lo hizo sentirse muy incomodo.

 Concordaban en lo de la sensación de perdida del tiempo y cuando Arturo se detuvo y dijo lo de los quince kilómetros, Daniel confesó que nunca reflexionó mucho al respecto. Obviamente era algo extraño pero para él lo más raro de todo había sido esa sensación de sentir que alguien estaba con ellos en ese haz de luz. Daniel no recordaba haber vomitado al bajarse del automóvil pero sí dijo que se había sentido muy mal y que había tenido que tomar aire para calmar sus nervios

Las historias, en esencia, eran las mismas excepto por algunos detalles que daban cuenta de dos cosas: las prioridades de cada persona y la manera de ver el mundo de cada uno. Warner les explicó que es muy común que dos personas difieran un poco cuando experimentan exactamente el mismo suceso ya que las experiencias pasadas y la educación tienen un rol fundamental en la comprensión de lo que cada uno vive. Lo único que Warner no podía comprender era lo de la presencia que Daniel sintió y Arturo ni mencionó. Eso era algo distinto y trataron en varios días de llegar al punto de esa experiencia pero Daniel no sabía más. Ellos pidieron ser sometidos a hipnosis pero Warner les explicó que eso solo haría que su estado se volviese peor. Según él, la hipnosis solo empeoraba las cosas mezclando recuerdo e implantando ideas que no estaban en el cerebro antes. Pero algo tenían que hacer.

 No llegaron a saber que más se podría hacer porque, un día saliendo de la terapia, fueron asaltados por reporteros que les preguntaban si era cierto que estaban diciendo que habían sido raptados por extraterrestres. De nuevo, el pasado venía a acosarlos y la gente volvió a juzgarlos por cosas que ni siquiera habían dicho en público. Descubrieron que la secretaria de Warner había filtrado información y la denunciaron, ganando famosamente un caso que los sometió a la mirada del público que pudo ver lo quebrantados que ya estaban. Después del juicio, desaparecieron una vez más y ya nunca se supo de ellos. Unos decían que se los habían llevado definitivamente y otros que habían cometido suicidio.


 La realidad era que se habían ido a vivir lejos, a un pueblo pequeño donde nadie sabía nada de ellos. Trabajaron empleos simples y vivieron el resto de sus vidas más tranquilos que nunca, pero siempre preguntándose que era lo que habían vivido y porque era tan importante para la gente desacreditar lo que ellos decían. Era la verdad, su verdad al menos y ellos no tenían la culpa de que las cosas hubiesen pasado como lo hicieron. Sin embargo, Arturo y Daniel hablaron entre ellos de lo sucedido y compartieron su historia anónimamente por internet. Muchos les creyeron y eso les ayudó para cerrar un capitulo doloroso de su historia juntos.