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viernes, 19 de agosto de 2016

Terminamos

   El día de hoy creo que tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado. Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.

 Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la cantidad de rabia que tenía acumulada.

 Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo, eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.

 Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al menos, una hora.

 Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer había salido y no me había dicho nada.

 Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo pues no era tan tarde como pensaba.

 En el restaurante en el que quedamos había mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.

 Le pedí que me disculpara un momento pues tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más relajado pero aún no completamente tranquilo.

 Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.

 Me di la vuelta al instante y vi a Martín a través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera, hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me causó un dolor de cabeza más grande.

 No oía de que hablaban pero parecían muy contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando, contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando por terminada la velada de ayuda.

 A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se pusiera mucho peor.

 Al entrar a casa, casi me muero al ver que él estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y momentos para los que no estaba nada listo.

 Me aclaré la garganta y, con una voz temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano. El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La rabia que me dio no fue normal.

 Según él, ese hombre era solo un compañero del trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.

 Matías me respondió que tal vez no era lo mejor del mundo pero que  sí ganaba dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.

 El abrió el portátil que tenía al lado y me mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película. Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.

 Le pregunté porque no me había hablado de eso y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.


 Creo que vio en mis ojos que yo también podía pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó. Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta de confianza en mi e incluso en si mismo.