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viernes, 5 de agosto de 2016

El valle de los molinos

   Desde hacía unos cien años, os habitantes del valle habían construido varios molinos altos y vistosos en las colinas que rodeaban su hogar. Esto tenía dos funciones esenciales: la primera era tener lugares para procesar la cosecha de trigo que era esencial para la vida en el valle. La segunda razón, sin embargo, era mucho más particular: eran para defensa. Los molinos eran estructuras altas, con cuerpo delgado y con una escalera interna que llegaba hasta un piso superior desde donde se podían ver kilómetros y kilómetros a la redonda.

 Desde su construcción, la gente del pueblo había asignado a una persona diferente por día para vigilar el valle desde la parte alta de cada molino. Eran en total diez estructuras, cada una actuando como vigía para prevenir cualquier invasión. Según un antiguo cuento que todavía recordaban, se decía que un ejército de miles y miles de hombres había arrasado el valle, dejándolo al borde de la extinción.

 Pero el sitio se recuperó y ahora vivían una vida idílica en uno de los lugares más hermosos del mundo. Incluso se creía que muchos seres humanos habían olvidado lo que sabían del valle y por eso era que desde los tiempos antiguos nadie invadía ni se atrevían a pasar por allí. Los molinos eran estructuras que quedaban de esos tiempos. Sin embargo, seguían asignando vigilantes para cada estructura como una tradición que no planeaban dejar de lado.

 El pueblito en el valle tenía forma estirada. Las casas y negocios se acomodaban a lo largo del centro del valle, por donde pasaban un riachuelo del que, todas las mañanas, los habitantes del pueblo sacaban agua para diferentes cosas que necesitaban en el día. Había algunas casas que quedaban en un sitio más alto que otras y normalmente aquellos que vivían en esa zona más alta eran quienes tenían las casas más grandes y más poder.

 A pesar de ser un pueblo pequeño y de no  tener una estructura política o social demasiado estructurada, lo cierto era que las personas que plantaban más trigo controlaban buena parte de los negocios que se daban en el pueblo, que no eran mucho pero podían ser importantes de vez en cuando. Por otra parte, la mayoría de vigilantes para las torres-molino de las colinas eran siempre personas de las casas bajas. Era un trabajo demasiado simple para los demás pero al menos daba cierto honor.

 Un día, una tormenta se acercó rápidamente por el sur, cubriendo el pequeño valle, las suaves laderas con campos de trigo y las colinas con sus torres. Empezó a llover al mismo tiempo que anochecía. Al comienzo la gente pensó que era una tormenta común y corriente, de las que tenían cada mucho tiempo. Pero no era así.

 Llovió por todo un día, sin parar. La fuerza de la tormenta no aumentó en ese lapso de tiempo pero tampoco pareció calmarse. El agua hizo que el riachuelo creciera y todos en el pueblo tuvieron que trabajar para crear una barrera para impedir que hubiera un desbordamiento que afectara de manera grave las casas de las personas. Usaron viejos sacos de los cultivos pero llenos de tierra y los fueron poniendo en fila, a un lado  y al otro del riachuelo, formando una barrera que recorría el pueblo de la parte más alta, a la parte más baja, donde empezaba el bosque en el que cazaban.

 De ese bosque, el segundo día de la tormenta, empezaron a salir criaturas que jamás habían salido en la noche. Algunos de los habitantes del pueblo entraban cada cierto tiempo al pueblo para cazar o para buscar hierbas medicinales para cuando había algunos enfermos graves o algo por el estilo. Pero esta vez, los animales salían y no eran conejos o faisanes sino criaturas enormes como osos de ojos rojos y lobos que parecían listos para atacar en cualquier momento. De hecho, eso fue lo que hicieron y fue entonces cuando el pueblo tuvo su primera tragedia.

 El pobre atacado fue un niño que ayudaba a sus padres a proteger las ventanas y a tapar todos los agujeros por donde se pudiera entrar el agua. Por estar tan ocupados no vieron el lobo entre la lluvia: la criatura se lanzó sobre el niño y los destrozó en poco tiempo. Los gritos se oyeron hasta el molino más alto y todo en el pueblo sintieron una profunda tristeza en sus corazones por lo que había pasado. Al fin y al cabo que hacía muchos años que nadie moría así en el valle. La violencia no era común.

 Para la tercera noche, la gente supo ya que debían quedarse en casa y esperar. Lo malo era que las reservas de comida de cada familia estaban aminorando y si la tormenta no amainaba, no podrían cazar nada ni pescar en el riachuelo ni procesar el trigo que habían logrado guardar antes de la lluvia. Porque los campos, como estaban, ya no servían para nada. Pero los molinos seguían procesando el trigo puesto que no podían dejar de lado su modo de vida por un montón de agua.

 Sin embargo, la cuarta noche trajo algo que ninguno nunca esperó: al pueblo entraron tres hombres a caballo. Dos de ellos escoltaban a uno de capa púrpura y mirada penetrante. Aunque ocultaba su cara bajo la capa, su mirada era intimidante. Los dos otros, sus guardaespaldas, llevaban armaduras finamente decoradas, complementadas con sendas espadas y escudos, también adornados con varios glifos y diseños. Entraron al pueblo a la vez que la lluvia pareció calmarse un poco y la gente los pudo ver, a la luz del día, merodeando por ahí.

 El hombre de la capa miraba a los habitantes del pueblo con una expresión de susto pero cuando llegó a la parte más alta del valle, decidió quitarse la gorra de la capa y revelar su rostro completo. Sus ojos no solo eran penetrantes por si solos sino que tenían un color lila que parecía internarse en la mirada de cualquiera que lo mirara directamente. Tenía una larga cicatriz en una mejilla y, en general, parecía cansado y asustado al mismo tiempo.

 Se bajó de su caballo y trepó por la escaleras del molino más alto. Cuando llegó al último nivel, miró al vigilante con sus ojos poderosos, haciendo que el pobre hombre se escurriera del miedo, efectivamente desmayándose. Entonces, sacó un palo de madera de su bolsillo, muy parecido a una ramita sin hojas, y se apunto con él a la garganta. El palo brilló por un instante. Entonces el hombre habló y su voz sonó atronadora a lo largo y ancho del valle. Quien no estaba en la calle, salió a ver que era lo que ocurría.

 El hombre se presentó como Jordred. Era el consejero real de un reino lejano. Había viajado por años buscando un objeto fantástico, que se creía legendario, para devolverlo a su reino pues su rey lo necesitaba para terminar con una guerra que había durado ya casi cien años, causando millones de muertos y devastación por millones de kilómetros cuadrados en ese lado del mundo.

 Según él, el objeto debía estar en un valle abandonado en el que un antiguo dragón había posado su último huevo. Dentro del huevo estaba la clave que buscaban, aquello que solucionaría todos sus problemas. Entonces Jordred apuntó su varita al cielo y la lluvia se detuvo. Las nubes se retiraron con celeridad y revelaron al sol que brillaba alegremente sobre el húmedo valle. La gente entendió que lidiaban con alguien muy poderoso.

 Jordred les pidió que se reunieran en el pueblo y así lo hizo la gente. Los mayores le dijeron que conocían una historia similar a la del dragón pero la verdad era que nadie nunca la había creído como cierta y menos aún se sabía nada del paradero del famoso huevo. Le dijeron al mago que podía buscar por todas partes, cuanto quisiera, pero que ese objeto tan especial jamás había sido visto por nadie allí. Frustrado, Jordred se reunió con sus guardaespaldas y partieron al instante, no sin antes disculparse por los daños causados. Él necesitaba ese huevo y necesitaba que ellos colaborasen.


 Cuando se fue, todo volvió a la normalidad en el valle. El trigo se recuperó, los molinos comenzaron de nuevo su trabajo de siempre y las familias no temieron más al bosque. Sin embargo, todos tenían una expresión de risa constante. Eso era porque todos sabían que lo que Jordred buscaba, jamás lo obtendría. La leyenda del valle decía que el huevo del dragón tenía dentro nada más y nada menos que al primer habitante del valle. Y ese era un anciano que había hablado con Jordred, a la cara. Era un hombre de casi quinientos años pero aparentaba muchos menos. La gente rió por mucho tiempo hasta que la llegada de Jordred al valle también se convirtió en leyenda.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Fuego de Cambio

Horacio sabía muy bien que hacer. Lo repasaba una y otra vez en su mente, mientras subía a toda prisa por unas escaleras en caracol que parecían eternas.

Por fin llegó al cuarto que había en la punta de la torre y desde allí pudo apreciar lo que sucedía abajo. El dragón, negro como la noche, sobrevolaba el pueblo cercano y lanzaba fuego sobre algunas casas. Desde la torre, Horacio podía ver como la gente escapaba pero era seguro que habría muertes en el lugar.

Dejó de mirar por la ventana para buscar por todo el suelo una losa suelta. Tocaba el suelo de piedra como si estuviera ciego. Yrene había dicho que lo había dejado allí, cuando la habían encerrado después de su captura.

Afuera se oían gritos y parecían más cercanos que antes. Horacio tuvo que ponerse de pie para mirar de nuevo y darse cuenta que algunos aldeanos habían decidido refugiarse en el castillo, poniendo en peligro la misión que el hombre tenía a su cargo.

De nuevo, se echó al piso a tantear losa por losa hasta que, pasado un rato, encontró la que estaba suelta y sacó de un hueco de abajo de ella un collar que consistía en una cadena de oro delgada y un pendiente del tamaño de un pulgar. Era una piedra gruesa color rojo sangre que, de solo verla, estremeció a Horacio.

Él sabía bien la historia de este artefacto y prefería no pensarlo mucho. Se puso de pie rápidamente y salió disparado por la escalera. A medio camino se detuvo al iluminarse el estrecho espacio de un tono ámbar. Vio por una rendija al exterior al dragón atacando el castillo y lanzando una llamarada cerca a la torre. Se guardó el collar en un bolsillo del chaleco y prosiguió su camino.

De haber estado viendo al dragón un par de segundos más, Ignacio hubiera muerto. Al pasar al corredor del quinto piso, la bestia demolió con la cola la torre, que cayó en pedazos al patio inferior, matando a varios refugiados.

Ignacio se detuvo un momento, frente a unas escaleras más grandes para tomar aire. El dragón parecía haberse ido ya que ya no escuchaba sus rugidos. Sacó el collar del bolsillo y lo contempló.

La leyenda decía que ese pequeño articulo de vestir tenía el poder de conceder la habilidad de controlar el mundo al antojo del portador. Yrene, hábilmente, lo había robado al morir el decadente ser que habían llamado el Supremo y lo había escondido con ella hasta que fue arrestada por el nuevo reino.

Ahora Ignacio sabía que hacer, aunque violaba su misión. En vez de bajar al patio inferior y salir por la puerta de atrás, como le habían dicho que hiciera, el hombre de barba y amplios hombros bajó un par de pisos más y penetró con fuerza en la biblioteca del castillo. Era un secreto a voces que varios libros de magia negra habían sido escondidos allí y el hombre pensaba que al usar un conjuro con el collar, podría terminar para siempre con la maldad en su hogar.

Los rugidos del dragón se sentían lejanos pero solo por los gruesos muros del lugar. La criatura seguramente había vuelto a atormentar a la gente que se había refugiado en el castillo.

Ignacio entró a un pequeño cuarto oculto tras varios objetos antiguos, que rompió sin ningún cuidado. Sabía de él por lo que el mago Mortus le había confesado. Había tan solo un estante de tres niveles con libros polvorientos. Rápidamente sacó uno y otro y otro hasta que dio con un conjuro satisfactorio.

Vale aclarar que mientras el buscaba, más personas morían y, lejos, en el mar, otra bestia atacaba la nave en la que viajaba Yrene.

El hombre salió corriendo de la biblioteca y se ubico frente a una ventana, desde la que podía ver al dragón. Y entonces, empezó a leer, en otro idioma, uno antiguo que Mortus le había enseñado al convertirse.

Entonces las criaturas, tanto el dragón como el calamar gigante, empezaron a rajarse, como porcelanas viejas. Al terminar de leer el conjuro, Ignacio vio como el dragón explotaba pero la luz permaneció después de desaparecer la criatura. El hombre no entendía. La luz, o mejor, las luces, empezaron a expandirse hasta cegar a todos quienes la vieron. El mundo conocido, se vio envuelto en luz y cambió para siempre.