Mostrando las entradas con la etiqueta dos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta dos. Mostrar todas las entradas

lunes, 24 de diciembre de 2018

Estábamos muertos


   Eran cómo triángulos, solo que volaban en silencio muy alto en el aire, como viendo que había debajo pero sin acercarse demasiado. Ramón no pudo sacar sus binoculares a tiempo para verlos más de cerca. La espesura del bosque nos protegía, así que no había caso en preocuparse por nada. Además, parecían ser naves de búsqueda y no bombarderos ni nada por el estilo. Sin embargo, había que ser cuidadoso. Nos quedamos quietos mientras los tres aviones triangulares surcaron el cielo. Desaparecieron de un momento a otro.

 Ramón me contó que el ejercito probaba desde hace años con tecnología de otros países, algo así como lo que les daban por regalar pedacitos del país a diestra y siniestra. Ya había varios campos fracturados por las máquinas para buscar gas y petróleo en áreas dónde nadie nunca había buscado antes. Me dijo que incluso era posible que los aviones estuviesen vigilando las zonas donde estaban esos puntos de extracción, y que nada tenía que ver con nosotros. Al fin y al cabo, puede que ni supieran de nosotros.

 Lo único que habíamos hecho era fingir nuestra desaparición, planeada por completo con todas las personas que conocíamos, las más cercanas en todo caso. Nos había llegado la noticia de que íbamos a ser arrestados, llevados a la cárcel sin juicio alguno. Era lo que ocurría en esos tiempos, sobre todo cuando se trataba de defender aquellas cosas por las que la gente ya ni peleaba. La mayoría quería ignorar todo lo que pasaba a su alrededor, pero nosotros estábamos hartos y queríamos hacer algo para hacerlos reaccionar.

 Se nos ocurrió perdernos. Pero no solo eso, sino perdernos con una ruta determinada, buscando los lugares que nadie quería que viéramos. Ya habíamos tomado fotos de las maquinarias en varios lugares y de los cráteres y fisuras en el suelo, que habían ya hecho un daño irreparable a los bosques y las demás áreas vírgenes del país. La idea era seguir así, con un perfil bajo, puesto que ninguno de ellos sabía que nosotros estábamos allí. No tenían porqué encontrarnos, puesto que no nos estaban buscando.

 Mi madre fue la que tuvo la idea de fingir nuestra muerte. Al comienzo, tengo que admitirlo, me pareció que la idea era un poco exagerada y que no era para tanto. Pero después ella empezó a explicar su plan, basado en algo que había visto en la televisión. Eso no fue lo que más me impactó, sino su pasión por lo que nosotros queríamos hacer. Estaba claro que solo seríamos Ramón y yo pero ella se encargó de que todos tuviesen esa misma pasión por nuestro proyecto y por eso terminamos ejecutando su idea. Y, hay que decirlo, fue un éxito rotundo. Para el resto del mundo, estábamos muertos.

 Ramón se dejó crecer la barba y se me hacía raro verlo así todos los días, pues no estaba acostumbrado. Incluso él se quejó mucho los primeros días, puesto que le picaba mucho y no podía cortar los pelitos que le molestaban. No habíamos echado en las mochilas nada para el cuidado del vello facial. Pero con el pasar de los días se fue acostumbrando, tanto que luego no le importaba mojarse la barba o que se untara de comida. Su sonrisa ocasional era la que me recordaba que las cosas estaban bien.

 Claro que no todo estaba bien porque allí estábamos, durmiendo en suelos húmedos o ni siquiera cerrando los ojos porqué no había donde hacerlo de manera segura. Habíamos cruzado montañas, bosques y pantanos y pronto tendríamos que llegar a las zonas más calurosas, que presentaban problemas particulares. El clima era diferente, claro está, pero eso requería cambios de ropa, cosa que podía ser un problema pues teníamos un surtido limitado de cosas que ponernos y donde guardar las prendas.

 Lo otro, era que antes de llegar a las selvas habría planicies de pastos bajos y pocos poblados. Eso quería decir que nuestra detección podía ser extremadamente sencilla, si es que alguien se molestaba en pensar un poco más de la cuenta. Por eso tuvimos que idear otra mentira que pudiésemos actuar a cabalidad, para poder llegar a nuestro destino real. Me alegré un poco cuando dejamos el frío atrás, tal vez porque sentía que no estaba muy lejos de resfriarme. Ramón en cambio, era el hombre más resistente del mundo.

 Cruzamos el primer tramo de planicie y llegamos a un pequeño poblado, poniendo así en marcha nuestro plan para llegar a la selva. Dijimos que éramos estudiantes investigando para nuestra tesis. Que viajábamos por la región investigando una muy particular especie de pájaro que pasaba por allí durante su migración. Era una historia simple e inocente, que estaba más que todo recargada en el conocimiento que tenía Ramón de la biología del país y de todo lo que tenía que ver con el mundo natural.

 Él era un artista, un actor de teatro que yo había conocido por pura casualidad. Fue en una fiesta antes de Navidad, hace muchos años. Creo que bebí un poco más de lo que debí y él hizo lo mismo. Hablamos como tres horas seguidas en un balcón, mientras bebíamos aún más y comíamos cualquier cosa que pudiésemos encontrar en la casa de una amiga en común. Al otro día, todavía no recuerdo muy bien cómo, amanecimos en la misma cama, abrazados el uno al otro. A veces todavía pasa lo mismo en las mañanas. Sonrío siempre que recuerdo lo graciosa que puede ser la vida, cuando quiere.

 Nuestra mentira pareció funcionar. Nos quedamos dos días en ese poblado, argumentando que nos documentábamos de la mejor forma posible y luego seguimos a otro poblado y luego a otro más, hasta que por fin dimos con una ciudad de tamaño medio, en la que había un aeropuerto con vuelos comerciales a la ciudad más grande de la selva. Ese era nuestro destino, puesto que entrar a la selva por cualquier otra parte sería suicidio. Lo bueno era que no necesitábamos ningún tipo de identificación, siendo un vuelo domestico.

 En un momento pensamos que nos iban a pedir algo, pero Ramón sacó el actor que tenía adentro y le dijo a la mujer que vendía los boletos que debíamos estar allí pronto porque nos esperaba nuestro grupo, después de que perdiéramos varias maletas con equipo muy importante. La mujer se creyó todo lo que dijo, sin siquiera verificar si algo así había pasado de manera reciente. Nos dio los boletos con los nombres falsos que le dimos, pagamos en efectivo y a la media hora estábamos adentro del aparato.

 Mientras volábamos sobre el verde tapete que parece ser la selva impenetrable, tomé la mano de Ramón y la apreté algo fuerte. Él no se quejó ni dijo nada, porque sabía qué era lo que yo quería decir. Estaba contento con el avance que habíamos tenido, pero a la vez estaba nervioso de que todo estuviese saliendo tan bien. En algún momento tendríamos que estrellarnos contra un muro, contra algún obstáculo que no pudiésemos franquear o que al menos pareciera imposible de superar. Tuve razón.

 Cuando llegamos al aeropuerto, el ejercito revisaba los boletos y los documentos de los pasajeros que se bajaban del avión. Éramos unas cincuenta personas y tarde o temprano llegarían a nosotros. Yo miraba de un lado al otro, esperando que apareciera alguien que nos salvara la vida. Pero mientras la fila avanzaba, me daba cuenta de que no iba a pasar nada. Ellos verían que no teníamos identificaciones, nos llevarían a la estación de policía y allí se darían cuenta que no estábamos tan muertos como se creía.

 Sin embargo, las cosas de nuevo se dieron a nuestro favor. Un trío de aviones triangulo apareció en el cielo. Nadie los hubiese visto sino fuera porque uno de ellos explotó causando un estruendo tremendo, los pedazos cayendo en llamas entre los altos árboles de la espesa selva.

 Los policías corrieron, no sé si a ayudar o solo a mirar, y nosotros aprovechamos para correr con los demás pasajeros a la terminal. Allí nos escabullimos y penetramos la selva sin mayor contemplación. Estábamos allí, gracias a algo que parecía casual, pero era todo menos eso.

lunes, 23 de abril de 2018

Obsesiones


   Desde siempre, había sido un hombre en contacto cercano con su sexualidad. A su más tierna edad recordaba siempre tocarse el pene en público, lo que causaba escenas de molestia y vergüenza en la familia. Sus padres nunca lo castigaron de manera física pero sí de manera sicológica, dejándolo solo por largas horas, a veces con Maxi el perro que le habían comprado, pero otras veces completamente sin ninguna persona que lo mirara. Entonces hacía lo que quería y aprendió a que la vida muchas veces tenía dos caras.

 Supo bien como manejar esas dos facetas de si mismo, como poner ante el mundo una imagen de alguien casi perfecto en todo sentido pero al mismo tiempo ocultar pensamientos que tenía seguido y que no iban con su edad ni con su apariencia social. Su primer encuentro sexual fue a los doce años, cuando apenas y estaba entrando a la pubertad. Tenía afán por ser adulto pero, más que todo, era un afán por ser libre de las ataduras que él mismo y su entorno le habían puesto desde pequeño.

 Había ido al sicólogo en sus años de primaria y había mentido entonces varias veces, siempre de manera exitosa. Ninguno de los sicólogos que tuvo, unos tres, notaron nunca sus mentiras ni su manera de manipular de una manera tan sutil que muchos ni se daban cuenta de lo que ocurría. Fue así como pudo tener esa primera relación sexual sin que nadie lo supiera. Había invitado a un amigo mayor del colegio a su casa, uno de esos días en los que estaba solo, y lo había llevado al sótano en el que tenía su lugar de juegos.

 El sexo era todo lo que él había soñado pero quería más y fue así que sus mentiras debieron volverse más hábiles, pues empezó a explorar más de lo que cualquiera de sus compañeros, a esa edad, experimentaba. Solo cuando tuvo un susto con una de sus citas fue que decidió parar y reevaluar cómo estaba haciendo las cosas y si debería cambiar el enfoque que le daba a algo que le daba demasiado placer. Tal vez mucho más del que jamás se hubiese imaginado. Se dio cuenta que había un problema.

 Tantas visitas cuando chico a sicólogos le hicieron entender que lo que sentía era una obsesión pero no sabía qué hacer. Probó abstenerse por algún tiempo pero siempre recaía. La tecnología, a su alcance por todas partes, hacía que todo fuese mucho más sencillo para él pero agravaba horriblemente su problema. Sentía que en cualquier momento lo podrían atrapar sus padres o que alguien más lo descubriría y les diría. Incluso se imaginaba escenas en las que la policía lo atrapaba en la cama con otra persona y entonces el problema sería para ambos y él sería el culpable.

 Fue un acto de malabarismo el que tuvo que llevar a cabo por varios años, hasta que se graduó del colegio y se matriculó en la universidad. Con el tiempo, sus impulsos eran menos fuertes, menos severos. Pero al empezar la universidad todo empezó de nuevo como si fuese el primer día. No solo el hecho de ser un adulto legalmente era un factor importante, sino que esta vez no tenía nada que lo detuviera. Sus padres habían decidido que lo mejor para él, para no ser tan dependiente de ellos, sería que estudiara en otro país.

 Era hijo único y entendía que sus padres también querían algo de tiempo para ellos, pues habían trabajado toda la vida para darle una educación y todo lo que quisiera, pero ahora que eran mucho mayores querían disfrutar de la vida antes de que no pudieran hacerlo. Siempre que les escribía un correo electrónico o por el teléfono, estaban de vacaciones o planeando una salida a alguna parte. Le alegraba verlos así, tan felices y despreocupados, pero le entristecía que no parecían extrañarlo.

 Fue eso, combinado con esa nueva libertad, que lo empujaron de nuevo al mundo del sexo. Cuando se dio cuenta, estaba haciendo mucho más de lo que jamás había hecho antes. Iba a fiestas privadas casi todos los fines de semanas y algunos días tenía citas con desconocidos en lugares lejanos a su hogar. Su compañero de apartamento a veces le preguntaba acerca de sus llegadas tarde y de su mirada perdida, pero él no respondía nada y pronto se dieron cuenta de que no eran amigos y las preguntas no tenían lugar.

 El momento en el que se dio cuenta de que tenía un problema grande en las manos fue cuando, por dinero, recurrió a un tipo que había conocido en una de las fiestas. Este le había contado que hacía películas para adultos y que le podría conseguir trabajo en alguna de ellas en cualquier momento. Lo llamó sin dudar, sin pensar en sus padres que le hubiesen enviado la cantidad que el necesitase, y acordó que se verían en una hermosa casa en un barrio bastante normal y casual de la ciudad.

 Cuando se vio a si mismo en internet, teniendo sexo con más de una persona a la vez, haciendo escenas fetichistas que nadie nunca hubiese creído de él, se dio cuenta de que el problema que alguna vez había creído tener era ahora más real que nunca. Decidió ir a la sicóloga de la universidad, pero se arrepintió a último momento pues ella podría contarle a otras personas y eso sería más que devastador. Ya estaba el internet para diseminar lo que había hecho, no necesitaba más ayuda. Los juramentos de esas personas tienen limites muy blandos y etéreos.

  Fue entonces que decidió dejar de combatir lo que sentía y se hundió casi de lleno en el sexo y todo lo que había hecho antes y más. Por primera vez se afectó su desempeño académico, pero no se preocupaba porque siempre había sido un alumno estrella y sabía que podría recuperarse en un abrir y cerrar de ojos. Al fin y al cabo, todavía tenía mucho de ese niño que había armado una personalidad perfecta para mostrar al mundo. Ese niño era ahora un hombre con esa misma armadura.

 En una fiesta en una gran casa con una vista impresionante, salió a la terraza para refrescarse un poco. El aire exterior era frío, en duro contraste con el calor intenso que había adentro. No tenía ropa en la que pudiera cargar cigarrillos, que solo fumaba cuando iba a lugares así. Entonces solo pudo contemplar la ciudad y sentirse culpable, como siempre, de lo que hacía. Sabía que estaba mal, sabía que arriesgaba mucho más de lo que creía. Pero no podía detenerse, medirse. No sabía cómo hacerlo.

 Entonces la puerta se abrió y un hombre de cuerpo y cara muy comunes salió del lugar. Tenía el pelo corto y era de estatura baja. Le sorprendió ver como cargaba en la mano una cajetilla de cigarrillos. Se llevó uno a la boca y de la cajetilla sacó un encendedor. Cuando prendió el cigarrillo, él le pidió uno y el hombre se lo dio sin decir nada. Debía tener su edad o incluso ser menor. La verdad era difícil de saber pero no preguntó. Solo fumaron en silencio, mirando los destellos de la ciudad en la distancia.

 Cuando la fiesta acabó, se encontraron en la salida. Tenían que bajar en coche hasta la avenida, que quedaba cruzando un tramo de bosque bastante largo. Él pensaba bajar caminando, para pensar, pero el tipo de los cigarrillos lo siguió y se fueron juntos caminando a un lado de la carretera. Compartieron el último cigarrillo y solo hablaron cuando estuvieron en la avenida. Se dijeron los nombres, compartieron redes sociales con sus teléfonos inteligentes y pronto cada uno estuvo, por separado, camino a casa.

 Meses después se reencontraron, por casualidad, en un centro comercial. Fueron a beber algo y en esa ocasión hablaron de verdad. Más tarde ese día tuvieron relaciones sexuales y al día siguiente compartieron mucho más de lo que nunca jamás hubiesen pensado compartir con alguien salido de esas fiestas.

 Con el tiempo, se conocieron mejor y entendieron que lo que necesitaban era tenerse el uno al otro. No solo para no ceder a sus más bajos instintos sino para darse cuenta que lo que tenían no era una obsesión por el sexo sino por el contacto humano, por sentir que alguien los deseaba cerca, de varias maneras.