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miércoles, 15 de agosto de 2018

Relatividad no teórica

   Fue lo último, la gota que rebasó el vaso, como diría mi abuelita. Ese día volví a casa resuelto a largarme de este país de mierda, a llegar a un lugar tan lejano que ni siquiera internet podría brindarme noticias de mi lugar de nacimiento. Empecé a buscar trabajo de manera frenética, casi como si tuviera una obsesión con ello. De hecho, la tenía. Pero no una obsesión con trabajar sino con irme tan rápido como fuese posible. No soportaba más estar en donde había estado toda mi vida.

 Cada vez que salía a la calle, era como si todo se me viniera encima. Toda la gente me parecía cada vez más insoportable. Su desorden y falta de educación eran algo que simplemente ya no podía soportar. Me había visto envuelto, en menos de una semana, en cuatro incidentes en los que les había gritado a varias personas varias cosas a la cara. Claro que en varios de los incidentes había pasado algo, no eran cosas que pasaran de la nada. Todo venía de algo que sucedía y que yo veía cada vez de manera más evidente.

 El caso es que cada vez era más evidente que mi salud mental estaba en juego en todo esto. Así que traté de concentrarme y de hacer el mejor trabajo posible tratando de hacer todo en orden y con todo lo que necesitase. Mi esfuerzo se prolongó durante varios meses hasta que por fin dio frutos. Sin embargo, no era lo que yo esperaba. Me habían aceptado como trabajador en una empresa que básicamente contrataba a cualquiera. Era casi esclavista y había podido verlo muy bien, con referencias de muchas otras personas.

 Pero, esclavistas o no, seguían los pasos necesarios para ayudar al proceso de emigración. El contrato era por un año pero se podía ampliar, siempre y cuando hubiese un trabajo consistente y a la altura de lo que ellos pedían. Tengo que decir de paso que lo que me pedían hacer en ese trabajo no tenía nada que ver con lo que estaba estudiando, que a la vez no tenía nada que ver con el trabajo que iba a dejar una vez saliera del país. Pero la verdad eso me daba igual. Estaba listo a hacer cualquier esfuerzo necesario.

 Si el trabajo resultaba ser físico, trataría de mejorar ese aspecto de mi persona. Si el trabajo fuese demasiado cerebral, trataría de aprender y adaptarme al nuevo entorno. Simplemente no quería darle la oportunidad a nadie de verme fallar y muchos menos metería la pata para volver a un lugar al que sabía que no quería volver nunca en mi vida. Estaba todo ya tan decidido que no había manera de echarse para atrás. Empecé el proceso, llevando lo que necesitaran los del consulado y enviaba lo que necesitaran los del empleo. Todo lo hice, paso a paso, sin decir “no” y sin demora alguna.

 Sn embargo, no tenía la partida completamente ganada. No solo mi familia estaba completamente en contra de mi partida, sino que también mis amigos y prácticamente todos a los que les hablaba del tema parecían tener un problema con que me fuera de esa manera y con esas razones. Yo traté siempre de razonar con ellos y de hacerme entender pero nunca sirvió de mucho. Siempre terminábamos peleando y yo quedaba como el malo de la película y ellos como las victimas que no tenían la culpa de nada.

 Y no la tenían, eso es cierto. Pero yo no era un villano en mi propia historia. Solo quería algo que ellos no querían o tal vez algo que ellos simplemente no podían o no querían ver. Trataba de explicarles mis razones para creer que nuestro país había fallado, era uno de esos países que simplemente, por mucho que se haga, nunca van a mejorar. Trataba siempre de estar bien informado, de tener información completa y pertinente, pero eso nunca era suficiente para ellos, para los que pensaban en mi como un traidor.

 Para ellos, el país había mejorado notablemente en los últimos años. Casi siempre que alguien quería convencerme, hablaba de la cantidad de cosas que podían comprar hoy en día y de cómo era más seguro que antes. Yo les decía que lo de la seguridad era siempre muy relativo y que lo de poder comprar no tenía nada que ver con sentirse feliz o completo, y mucho menos con sentirse tranquilo. Tenía más que ver con una comodidad relativa que en verdad no terminaba siendo más que un camino oscuro y sin salida.

 Cuando me ponía así, más sombrío de lo normal, era cuando estaba más que seguro que mis argumentos iban a fracasar. No había manera de convencerlos de lo que yo pensaba y por eso siempre terminaba con algo que les llegara profundo o que al menos los hiciese pensar. No sé si alguna vez lo logré pero al menos intenté hacerlo varias veces. Era un gesto desesperado pero al menos sincero de que no quería dejarlos a todos atrás sin que ellos entendieran por completo las razones que me habían llevado a mi decisión.

 El boleto de ida lo compré con mis ahorros. Menos mal había sido cuidadoso con el dinero y tenía bastante para una situación como la que se me venía encima. Fue ya casi al final cuando mi padre ofreció ayudarme pero era muy poco y muy tarde. No se lo dije, solo le agradecí y nada más. Creo que él entendió que quería hacer esta etapa de mi vida yo solo, sin ayudas ni nadie que viniera a mi rescata. Era ya un viejo para unos, incluso para mi mismo, así que no lo dude más. La fecha fue elegida y los días pasaron de una manera bastante apresurada. Fue muy extraño, casi anormal.

 El día que me acompañó mi familia al aeropuerto fue también un día raro. Los sentía distantes pero al mismo tiempo nunca habían sido más cariñosos y atentos conmigo. Parecía que era necesario que me fuera de la casa para que dejaran de ser las personas que siempre habían sido y empezaran a ser un poco más parecidos a lo que tal vez ellos podrían haber sido de haber vivido una vida un poquito diferente. El caso es que lo disfruté durante esas horas, no importa lo escasas que hayan sido. Era un regalo de despedida.

 Otros regalos fueron menos agradables. Algunos me insultaron como despedida, otros simplemente dejaron de hablar. Y hubo un grupo que claramente prefirió la hipocresía. Ninguno de todos ellos me importaba demasiado. Me di cuenta de que no eran amigos sino solo personas que estaban ahí, por una razón u otra. Así que irse era algo que esperaban hacer de un momento a otro. Yo solo les había ayudado a decidir el momento para hacerlo y no me sentí mal cuando llegó esa hora.

 Un grupo pequeño, francamente muy pequeño, sí me deseo lo mejor con sentimientos verdaderos y se mantuvieron en contacto irregular durante ese primer año afuera, que suele ser siempre el más difícil. Tengo que confesar, tanto tiempo después, que me hizo mucho bien tenerlos alrededor. Ellos y mi familia estaban allí así no pudieran abrazarme o divertirme en vivo y en directo. A veces fue muy difícil y tuve el extraño sentimiento de que debía de volver, casi corriendo, a casa.

Pero no lo hice. Me mantuve en el lugar que había elegido e hice lo que me había propuesto: luché por el lugar que me habían dado y empecé a escalar con rapidez. Sin embargo, dejé el trabajo que me llevó allí relativamente rápido. Hice amigos nuevos y ellos me llevaron a un lugar mucho mejor, haciendo cosas que disfrutaba y con las que podía ganar dinero. Era feliz de verdad y, cuando salía a la calle, no quería matar a todo el mundo. Podía respirar y hacer lo que quisiera. Ser de verdad libre era posible.

 Nunca me arrepentí de la decisión que tomé porque ahora sé que no todos podemos ni debemos vivir la misma vida. Sé bien que no todas las personas tenemos la misma tolerancia a las injusticias o el mismo aguante para situaciones que pueden ser no tan extenuantes para unos y otros.

 Estoy contento y no me avergüenza estarlo. Estoy feliz de poder ser quién soy por fin y de haber tenido la oportunidad de encontrarme con esa persona. Jamás hubiese pasado si me hubiera quedado quieto, aguantando una posición eterna que jamás iba a cambiar. La esperanza siempre había sido relativa.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Volver al presente

Sabíamos que así debía de ser, tarde o temprano. Lo habíamos hablado tantas veces durante los últimos años que ya era rutinario invertir al menos media hora al día reflexionando al respecto. Como volveríamos y en que condiciones?

Eric era quien más hablaba de ello, yo prefería vivir mi vida como estaba y no como iba a ser. Después de casi cinco años, teníamos una pequeña casa en un valle remoto y gracias a nuestros amigos, que habían fallecido hacía poco, teníamos un gran rebaño de ovejas con el que podíamos subsistir.

Yo me encargaba de los animales y Eric se había dedicado a crear un pequeño huerto y a vender lo que salía de allí en un pueblo cercano. Gracias a nuestros amigos, habíamos podido conseguir documentos falsos. Y como Eric era alto y algo rubio, no tenía problemas cuando se acercaba a los demás habitantes del valle. Yo prefería mantenerme lejos, no porque fuera a ser evidente que no era del lugar, sino porque lo prefería así.

Mientras paseaba al rebaño, me gustaba sentir el frío viento en la cara y sentirme único en el mundo, alejado de todo lo que no quería recordar. Pero era inevitable que los recuerdos llegaran a nuestras mentes cada cierto tiempo: recuerdos de nuestras familias, lo que habíamos vivido en nuestra travesía y los horrores de los que oíamos de vez en cuando.

La guerra había seguido y no parecía que la Confederación quisiera detenerse en sus planes de expansión. Ya era bien conocido que las Américas y parte de Europa habían caído y habían rumores de que África pudiese ya estar bajo su control. No quedaban muchos que pelearan y no había manera de oír noticias del otro lado. Al fin y al cabo el país estaba parcialmente ocupado y era obvio que no querían que supiéramos más de los necesario.

Tras una discusión particularmente aireada en la que Eric creía que era cada vez más necesario que regresáramos y yo decía que el mundo estaba mejor con nosotros a un lado, él salió de la casa tirando la puerta. Yo lo amaba y por lo mismo no podía admitir que regresáramos a un campo de batalla, donde uno o los dos podríamos morir.

Para mi sorpresa, Eric regresó al cabo de una hora. Cuando estaba de mal humor, normalmente iba al pueblo y luego volvía y eso tomaba mucho más tiempo. Pero allí estaba y detrás había una mujer rubia, hermosa. Parecía modelo de las revistas de antes.

Se presentó: su nombre era Helga Rottmiller. Era ciudadana alemana y había desembarcado en la isla hacía poco. Según lo que decía, trabajaba para la resistencia en Europa y tenía como encargo reclutar gente para la causa. Había escuchado de nosotros y había pensado que éramos los candidatos perfectos.

Yo iba a hablar pero Eric me interrumpió. Al parecer ya habían discutido el asunto afuera. Él decía que apoyaba a la resistencia pero que solo dejaría Islandia si hubiera razones de peso para irse. Le decía a la mujer que las noticias no eran alentadoras y que no quería arriesgar lo que había logrado por algo sin futuro.

Tengo que decir que su pequeño discurso me alegró. Tanto así que le tomé la mano sobre la mesa y se disipó cualquier rastro de las discusiones que habíamos tenido. No en vano habíamos hecho tanto para venir hasta allí y era feliz sabiendo que él pensaba igual que yo.

La mujer nos dijo que las noticias no eran tan malas: los chinos habían derrotado a la Confederación un par de veces y otros países también resistían con fuerza. Les contaba que Alemania estaba ocupada por ellos y que la central de la resistencia estaba en Donetsk, en territorio todavía en disputa.

Dijo que la Confederación estaba debilitada ya que en su mismo territorio habían surgido varios movimientos rebeldes y, en su opinión, era imposible extinguirlos todos. Era inevitable la caída del imperio. Les dijo que volvería al continente en cuatro días. Les dijo el lugar donde atracaría el barco si querían ir con ella y se fue, sin decir más.

Esa noche, no hablé con Eric aunque nuestras manos se mantuvieron unidas casi todo el tiempo. Al día siguiente me sorprendió ver que no estaba en el huerto sino en la cocina. Había cocinado el desayuno para ambos y cuando lo comimos solo hubo sonrisas y bonitos recuerdos e historias cómicas.

Me acompañó a pasear al rebaño y el la colina más alta me dio un beso como hacía mucho no lo hacía y me pidió perdón por pelear y por buscar más de lo que ya tenía. Le dije que no debía pedirme disculpas. Yo tampoco había sabido manejar la situación.

Entre las ovejas comimos algo y vimos el atardecer y al bajar a la casa bailamos recordando música de nuestra juventud y cantando alegremente. En la noche hicimos el amor y recordé porque lo amaba tanto.

El día siguiente fue igual de perfecto y el día después de ese tuvimos que hablar de lo que urgía: o nos íbamos con la mujer extranjera y peleábamos por nuestro país o nos quedábamos allí y veíamos como sucedían las cosas a una distancia prudente.

Había argumentos en pro y en contra de cada opción y las contemplamos todas, juntos, queriéndonos más que nunca. Llegada la noche, me acerqué a Eric y le dije:

 - Te acuerdas de como nos conocimos?

Claro que se acordaba. Eramos terroristas en ese momento y nos habíamos conocido al tener una causa en común. Queríamos libertad. Queríamos vivir en nuestra tierra, juntos, libres de verdad. Eramos más jóvenes, de hecho parecían recuerdos remotos, y teníamos una visión más esperanzadora que la que teníamos en Islandia.

Al otro día alistamos todo con rapidez. Eric habló con un granjero que vivía cerca y le confío nuestras ovejas. La casa la cerramos con llave y, en silencio, nos tomamos de la mano y nos despedimos de ella. Había sido nuestro pequeño paraíso y jamás podría retribuirle a esta tierra lo que había hecho por mi.

En el pueblo pedimos prestada una moto a un amigo de Eric quien la dio sin preguntas y llegamos a la zona acordada tras una hora de viaje. Dejamos la moto en la carretera y bajamos a la rocosa playa a pie. Allí había un barco pesquero viejo y nos reímos. La ironía de la vida: salir como llegamos.

Abordo había un hombre grande y gordo que nos saludó con gracia. También estaba la mujer rubia y dos personas que había podido reclutar, ambas mujeres. Según nos contaba, les habían quitado a sus hijos para ponerlos a luchar lejos y querían venganza. Solo les sonreí porque no quería involucrarme en eso. Yo no quería venganza, quería paz en mi vida.

Y así zarpó el barco, cobijado por la neblina de la noche. Lo que pasó el siguiente año cambió mi vida para siempre y me haría pensar mucho en el poder que tienen las decisiones, tanto las que tomamos como las que toman por nosotros.