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lunes, 17 de abril de 2017

Pablo, hoy

   Como muchas veces antes, soñé que mi vida era mucho más emocionante de lo que en verdad es. Tenía amigos y estaba en un lugar diferente y creo que sentía que las cosas estaban en movimiento, que todo cambiaba con frecuencia o al menos con cierta regularidad. Para pensar así a veces no necesito quedarme dormido sino que con soñar despierto es suficiente. Y no tengo que imaginar nada, solo remontarme a un pasado inmediato, cuando todo parecía estar lleno de posibilidades.

 Pero, al parecer, ellas no están ahí. Claro que me dicen que debo ser persistente y que algo saldrá eventualmente. Yo no soy tan optimista y de pronto por eso no consiga nada. ¿Pero que hago? ¿Cambio mi manera de ser para conseguir algo que francamente me aterroriza encontrar? No me enorgullece decir que nunca he trabajado en mi vida para ganarme nada. Mejor dicho, nunca me he ganado nada con el sudor de mi fuerte o el esfuerzo de mi cerebro. Nunca ha ocurrido.

 La vida en sociedad dicta que eso es lo que debo hacer ahora, debo ser productivo a la sociedad, debo servirle de algo a alguien, supuestamente más que todo a mi mismo. Pero la verdad, la clara y honesta verdad, es que yo no siento que necesite hacer nada para comprenderme mejor, Creo que el nivel de entendimiento al que he llegado conmigo mismo es más que suficiente. Y puede que eso suene a excusa barata pero, de nuevo, no puedo fingir que las cosas son diferentes a como son.

 El caso es que se supone que deba trabajar y en esa búsqueda he estado ya varios meses. Los primeros tres meses de vuelta, lo confieso, nunca busqué nada de nada. No hice ningún esfuerzo. Estaba mental y físicamente agotado. No sabría explicar muy bien las razones para esa apatía o cansancio pero así fue y decidí que hasta después de Año Nuevo, no iba a hacer nada de nada. Y así tal cual lo hice. Así que si nos atamos a los hechos, he estado buscando trabajo por casi cuatro meses.

 Y nada. Lo único que he recibido son llamadas de dos lugares, para atender teléfonos en otro idioma y hacer yo no sé que cosas. Al comienzo lo pensé, lo consideré. Pero al final de cuenta me di cuenta que no puedo hacerlo por el tiempo y dinero invertido en una educación de calidad. No puedo terminar haciendo algo por debajo de mi nivel académico y sé que eso puede sonar ofensivo, y tal vez lo sea, pero es la realidad de las cosas, y no la puedo cambiar porque así es. Estudié y estudié y eso no lo puedo tirar a la basura en dos segundos.

 El problema está en que a nadie parece importarle que yo haya estudiado tanto. En el mundo de hoy lo único que se necesita es alguien que se deje utilizar. La única manera de evitarlo es teniendo alguna palanca, alguna amistad metida en algún lado que lo pueda ayudar a uno a obtener un empleo. Ni siquiera tiene que ser una buena amistad, basta con tener que deber un favor que después se cobrará, de una manera o de otra. Pero yo no tengo esas amistades entonces ese camino no existe para mí.

 Debo tomar el camino de intentar e intentar e intentar y ver si en algún momento a alguien le importa mi existencia. Sé que suena fatalista y dramático pero así son las cosas. A la gente se le olvidan las cosas después de que suceden, por eso me miran como si fuera un perro verde, porque no recuerdan cuando ellos mismos estaban en mi lugar. Eso sí, si es que alguna vez estuvieron allí porque puede que sus vidas hayan sido tan diferente que simplemente no entienden mi situación.

 No importa que nadie entienda nada. Por lo menos a mi me da igual. Yo quisiera que solo una persona se fijara en lo que puedo hacer, que no es mucho pero es algo y ahí empezara todo para mí. Porque es bien sabido que el empleo es el que hace a la persona. Sin él, nadie es nada. ¿O porqué será que cuando hablas con alguien por primera vez, lo primero que preguntan es “Y que haces en la vida”? Yo nunca tengo respuesta y por eso no he conocido a nadie desde mi época de la universidad.

 Ese cuento de que a la gente le gustan las historias de esfuerzo y originalidad es exactamente eso, un cuento para niños que no tiene ninguna base real. A la gente lo que le encanta es alguien que tenga un empleo despampanante, así no pague ni para envenenarse. Podrías decir que eres actor o que eres ayudante en alguna compañía. Da igual porque la respuesta sería la misma: las personas quedarían encantadas porque se dan cuenta de que tienes una seguridad como la de todos.

 O casi todos. La gente pierde el interés rápido cuando no tienes para decir lo que quieren oír. No se quedan por las historias que no terminan en dinero. Puedo que eso suene duro pero casi siempre es la verdad, a menos que se trate de una amistad o un amor que se construyó por otro lado. En ese caso las cosas cambian. De resto, dinero. Suena a que culpo a mi falta de empleo de mi falta de vida sentimental y de hecho creo que tiene todo el sentido pero me importa tan poco esto último, que la verdad me tiene muy sin cuidado esa particular consecuencia.

 En este tiempo tampoco es que no haya hecho nada. Como dije antes, me he conocido más a mi mismo y no voy a decir que eso sea bueno o malo, es solo un hecho. Además he podido pasar más tiempo con mi familia y darme cuenta de lo mucho que los quiero. A veces me dan ataques de pánico porque sé que los estoy decepcionando, sé que ellos pensaron en muchas cosas para mí, sé que quieren otra vida para mí. Pero aquí estoy, un fracaso y todos los días trato de remediarlo.

 Solo me interesa que ellos estén bien y contentos. La demás gente no me interesa tanto. De nuevo, puedo parecer cruel pero la verdad no se va por las ramas y prefiero no hacerlo yo. Quisiera tener una vida de esas como las de todos para que ellos no se preocuparan por mi. Ese podría ser mi único deseo de verdad en la vida porque de resto, no me interesa tener nada material o inmaterial. La tranquilidad es lo único que busco y eso incluye el codiciado dinero.

 Porque hay que admitirlo: en este mundo, sin dinero, las personas no son nada. La gente no viene a ver espectáculos patéticos de gente que se esfuerza. Eso es para el cine, donde las cosas tienen una magia especial que interesa a las masas. Pero la realidad dicta que si no estás produciendo nada, ni para ti ni para los demás, simplemente no eres nadie. Y así es. En este momento de mi vida me he dado cuenta que yo, para la sociedad, no existo. Y no me he sorprendido con la noticia.

 Es una de esas cosas que se saben así, sintiéndolas y ya. Yo hago el esfuerzo de enviar hojas de vida todos los días. Debería intentar más con otras cosas, aumentar mi energía. Pero de nuevo, no me engaño. Jamás seré nadie más que yo y yo no soy una persona tremendamente activa y participativa y no lo voy a ser ahora porque no quiero. A estas alturas no voy a engañar a la gente y a mi mismo con una actuación que seguramente no podré mantener por el resto de mis días, y eso es lo que se me pide.

 Seguiré como estoy porque no sé que más hacer. O mejor dicho, sí sé pero no quiero pensar en esos caminos poco frecuentados porque requieren un valor que yo simplemente no tengo. Requieren de mi mucho, demasiado. Y me confunden.


 Llorar a veces, nervios siempre y dolores frecuentes. No soy una persona así que no debería sentir nada de eso. Por eso oculto lo que me ocurre por dentro para poder seguir, hacia donde sea que sea adelante. Tanteo el camino y sigo porque no tengo ninguna otra opción.

miércoles, 29 de marzo de 2017

El mal estudiante

   La temporada de exámenes terminaba y así también lo hacía el año escolar. Era ya hora de descansar para retomar un par de mees después. Y no solamente era un descanso para los alumnos sino también para los profesores. Durante meses, habían corregido sinfín de trabajos y había tenido que mantener salones de clase enteros en orden. No era nada fácil cuando el número de alumnos era cercano a los treinta y siempre había alguno que era más difícil de manejar que los demás.

 En ese grupo estaba Carlos Martínez, hijo de uno de los hombres más ricos del país y con una personalidad que ninguno de los profesores podía soportar. Carlos no solo era del tipo de estudiante que interrumpe las clases con preguntas obvias o que se ríe por lo bajo y nunca confiesa porque lo hace, Carlos además era simplemente un pésimo estudiante. No estaba interesado en nada y se la pasaba con la cabeza en las nubes, cuando no estaba haciendo bromas pesadas.

 Sin embargo, los profesores no hacían nada respecto a su comportamiento y eso no era porque no quisieran sino porque no podían. El director del colegio protegía al niño Martínez como si fuera su propio hijo, incluso más. Eso era porque el padre del niño daba una gran cantidad de dinero al año para el mantenimiento de la escuela y la frecuente renovación de equipos y muchas otras cosas. No quería que nadie dañara esa relación económica tan importante, sin importar las consecuencias.

 Y la consecuencia directa era el hecho de no poder castigar a Carlos. Así literalmente se quedara dormido en clase, no podían hacer nada. Y el joven era tan descarado que incluso roncaba a veces, para mayor molestia de sus compañeros. Muchos de los otros padres de familia habían querido quejarse oficialmente, pero al saber quién era el niño, se frenaban y preferían no decir nada. No se trataba solo de miedo sino porque sabían bien lo del dinero que aportaba para todas las causas escolares.

 Cada año se celebrara un festival, donde los alumnos y los profesores participaban haciendo juegos y preparando comida. Así recaudaban dinero para una fundación infantil a la que apoyaban. Por alguna razón, el señor Martínez ayudaba al festival y no directamente a la fundación infantil, tenía que ver con algo de impuestos o algo por el estilo. El caso era que el festival siempre era un éxito rotundo gracias a su aporte económico: traía artistas reconocidos para que cantasen y los equipos para cocina y juegos eran de última tecnología, lo mejor de lo mejor.

 En cuanto a Carlos, a pesar de ser un fastidio para muchos de sus compañeros y profesores, tenía amigos que siempre estaban ahí para él. Muy pocos de verdad lo apreciaban a él como persona pero a él eso le daba igual. Desde que tenía noción de las cosas, sabía que la gente se comportaba rara alrededor de él a causa de su dinero. Muchos querían una parte y otros solo querían sentirse abrigados por una persona que tuviera todo ese poder económico. Se trataba de conveniencia.

 Todos los chicos querían que jugara en los equipos deportivos del colegio y todas las chicas vivían pendientes de fiestas y demás para poder invitarlo. O bueno, casi todos los chicos y las chicas, porque había algunos a los que simplemente no se les pasaba por la cabeza tener que estar pendientes de lo que hacía o no un niño mimado como Carlos. De hecho, algunas personas no ocultaban su desdén hacia él en lo más mínimo, lanzándole miradas matadoras en los pasillos.

 Pero los que querían estar con él eran siempre mayoría. Jugó en el equipo de futbol y el año siguiente en el de baloncesto y el siguiente en el de voleibol, hasta que un día se cansó de todo eso y decidió no volver a los deportes. Para su penúltimo año, el que acababa de terminar, no había estado con ningún equipo, ni siquiera los había ido a apoyar a los partidos. A Carlos todo eso ya no le importaba y estaba empezando a sentir que todos los aduladores eran un verdadero fastidio.

 Puede que fuera la edad o algo por el estilo, pero Carlos tuvo unas vacaciones que los cambiaron bastante. Como era la norma en su familia, las vacaciones eran él solo, a veces con sus abuelos, en algún hotel cinco estrellas de un país remoto. Lo bueno era que le había cogido el gusto a caminar y explorar y fue así como se dio cuenta de lo que quería para su vida. Quería vivir en paz consigo mismo, sin preocuparse de lo que unos u otros dijeran de él o hicieran por él.

 Fue un viaje largo, en el que nadó mucho, caminó aún más y se descubrió a si mismo. La realidad era que no era un flojo como él creía y apreciaba mucho cuando las personas eran más naturales con él. Además, descubrió que tenía un amor innato por lo manual, algo que quería seguir al convertirse en profesional en el futuro inmediato. Todas estas revelaciones se las quedó para sí mismo. Hablar con sus padres no era una solución a nada y no había nadie más con quien pudiese relajarse y hablar tranquilamente sin que la otra persona pensara en el dinero del señor Martínez.

 Cuando volvió al colegio, trató de que no se notara tanto que había cambiado. Pero desde el primer trimestre, sus notas y su comportamiento había tenido un cambio tan brusco, que era inevitable que la gente no se diera cuenta. Al comienzo fueron algunos de sus profesores y luego los compañeros que siempre lo habían tratado con resentimiento. Sin embargo, todo siguió igual porque la mejor manera para evitar problemas es no hacer escandalo con ningún cambio drástico.

 Así que todo siguió igual hasta el final de ese año escolar. Para entonces, Carlos ya no hablaba con nadie. La razón principal era que su cabeza estaba ya muy lejos, en un lugar donde su imaginación estaba activa y vibraba de felicidad. Sus notas fueron excelentes y algunos incluso lo felicitaron por la mejora. Pero nada más cambió, ni los que se habían mantenido al margen de su vida lo abrazaron por su cambio ni los aduladores dejaron de revolotear a su lado buscando dinero.

 Al terminar las clases, Carlos simplemente desapareció de las vidas de todos ellos. En casa, decidió hablar con sus padres a día siguiente de la graduación. Ellos no habían ido pues estaban de viaje pero apenas llegaron del aeropuerto, Carlos les pidió un momento para hablar. La solicitud era tan poco común, que su padre quiso saber de que se trataba al instante. No fue para él una sorpresa muy grata el sabor que su hijo quería ser carpintero y para eso estudiaría diseño industrial.

 No era la elección lo malo del asunto sino que Carlos era hijo único y sin él no habría nadie más que pudiese dirigir la empresa familiar, que poco o nada tenía que ver con hacer muebles, que era lo que Carlos quería hacer por el resto de sus días. La respuesta inmediata fue un no rotundo pero el chico aclaró que, después de sus estudios, pedía un año para ver si podía ser alguien en la vida con lo que había elegido. Si fallaba, estudiaría lo que su padre quisiera y tomaría su puesto en la empresa.

 Su padre lo pensó varios días hasta que le dijo que estaba de acuerdo. Le daba cuatros años para estudiar diseño y luego un año para ver si podía hacer su propio camino, a su manera y por sus propios medios. Carlos viajó a Europa a estudiar poco después.


 Sin embargo, cuando ya se cumplían los cuatro años de estudio, Carlos desapareció. Pero no sin antes dejar una nota en su apartamento, pagado por sus padres. Pedía perdón y decía que no tomaba nada de la familia, solo lo que tenía encima. Nunca supieron si fue exitoso o no, ni lo que fue de él.

miércoles, 1 de marzo de 2017

La misión

   Al guardar las cosas en mi mochila, vi de nuevo su camiseta y decidí ponérmela para el gran día. Me quité la que tenía puesta, me puse la otra y doblé la que no iba a usar lo más rápido que pude. En la mochila solo me cabían unas cuatro camisetas, un par de pantalones, tres pares de medias, mis sandalias, cuatro pares de calzoncillos y otro par de objetos que tenía que llevar para todos lados. Usaba los mismos zapatos deportivos todos los días. Alguna vez tendría que lavarlos.

 Pero no sería ese día, no sería pronto. Tenía que mantenerme en movimiento si quería llegar algún día a mi destino. Me dirigí a la recepción del hotel, entregué la llave de mi habitación y dejé atrás el edificio, después de dejar todo en orden. Lo siguiente por hacer era conseguir transporte para la siguiente gran ciudad y para eso haría falta dinero. Así que antes que nada debía pasar por un cajero electrónico para sacar un poco de dinero, lo suficiente para sobrevivir unos días pero no demasiados.

 Caminé algunas calles hasta que llegué a un cajero que no quedaba sobre la calle sino que era de esos que quedan dentro de un cuarto aislado. Los prefería pues no quería que nadie me viera con una tarjeta que no era mía. Técnicamente no era robada pero tampoco era mía, así que lo mejor era evitar preguntas o momentos incomodos. Entré en el cajero e hice todo lo que había que hacer, lo que había hecho durante los últimos dos meses. Pero esta vez hubo un cambio: el retiro no se efectuó.

 En la pantalla apareció un aviso que pronto desapareció. No lo pude leer completo pero, al parecer, la tarjeta había sido bloqueada. Esperaba que algo así sucediera en algún momento pero ciertamente ese no era el mejor para que eso sucediera. En verdad no tenía nada de dinero, solo un billete que había reservado para comprar algo de comer, lo del día y nada más. Salí del cajero, pues había recordado las cámaras de seguridad, y empecé a caminar sin pensar mucho.

 No tenía dinero para el autobús que necesitaba abordar. Y no había una sola moneda en mi cuenta personal. Allí hacía mucho tiempo que no había un solo centavo, así que no era una opción. La cuenta de la tarjeta que utilizaba era la de Marco y sabía muy bien que solo una persona podía haberla bloqueado: su madre. Era lo obvio después de lo que había sucedido. Me arrepentí de no haber sacado todo el dinero antes de irme, para así no tener que preocuparme, pero él mismo me lo había desaconsejado. Porque todo esto era idea de él. Pero ya no estaba para solucionarme los problemas.

 Decidí concentrarme en lo urgente: pagar el billete de autobús. Decidí ir a la estación de buses y allí averiguar cuanto costaba el billete que necesitaba. Lo siguiente era ingeniármelas para conseguir el dinero, esperando que no fuese demasiado. Y no lo era, lo que había guardado para comer era una buena ayuda pero necesitaba el triple. Pregunté si no había boletos más económicos y me dijeron que no. Así que puse manos a la obra y me pasee por todo el terminal ofreciendo mis servicios en todos los comercios.

 Como vendedor, cocinero, limpiador de platos, barrendero,… Cualquier cosa con tal de ganar el dinero suficiente. En algunos lugares me ayudaron y otros me echaron. El caso es que estuve en ese terminal por dos semanas, yendo y viniendo por todas partes, casi mendigando por el dinero. De comer casi no había nada, solo el agua gratis de los lavabos del baño y algún pan duro que me daban por física lástima. De resto, había que aguantar lo más posible y me era fácil hacerlo.

 Cuando por fin tuve lo suficiente para el boleto, me lavé la cara lo mejor posible y fui a comprarlo. Me di cuenta que la vendedora me miraba mucho pues sabía quién era yo, el que pedía trabajo por todos lados, y seguramente pensaba de mí muchas cosas que yo ignoraba y que, francamente, me importaban un rábano. Por fin me dio un boleto. Estuve allí en la hora exacta y abordé el bendito bus de primero. Ese día de nuevo me puse su camiseta, para la buena suerte.

 El viaje era de varias horas, unas doce. El camino era largo y sinuoso. No había contado con marearme, así que cuando empecé a sentirme mal, hice un esfuerzo sobrehumano para quedarme dormido. Era lo mejor pues tener mareo sin nada en el estomago siempre parece doler el triple. Cuando me desperté era de noche y supe que íbamos por la mitad del recorrido. Allí, en mi destino, tendría otra misión asignada por alguien ya muerto. Por un momento, dude en seguir.

 Pero al llegar allí a la mañana siguiente, no había sombra de duda en mi mente. Como no tenía dinero para alojamiento o comida, lo primero que hice fue hacer lo que Marcos me había encomendado hacía mucho tiempo. Caminé como por una hora desde la estación de autobuses hasta que llegué a la playa. Era hermosa, con el mar de un azul casi irreal, las nubes blancas flotando en el cielo y la arena muy blanca y suave. Yo nunca antes había estado allí pero Marcos sí y por eso me había pedido viajar hasta ese lugar, hogar de uno de sus más queridos recuerdos.

 Sin demora, saqué la bolsita de plástico que llevaba en el bolsillo frontal de la mochila y me lo puse entre las manos. Quería sentirlo una última vez antes de dejarlo ir. Hacerlo era una tontería pero al fin y al cabo ese era Marcos o al menos había sido parte de él. De repente me acerqué más al agua, aproveché una ráfaga de viento y dejé ir en él todo el contenido de la bolsa. Una nube gris oscura flota frente a mi por varios segundo y, con cierta gracia, voló mar adentro, dispersándose sobre el agua.

 Me quedé con la bolsa en la mano durante varios minutos, lo que me demoré en procesar todo lo que había estado haciendo. Desde la muerte de Marcos todo había ido de mal en peor. Mejor dicho, todo había vuelto al estado anterior de las cosas, todo era malo y estaba vuelto mierda. Mi vida era un infierno de nuevo y esa misión que me había encomendado era el clavo final en mi vida. Para mí no había nada más allá, no había nada mejor ni peor. Nada de nada en mi futuro, porque no existía.

 Tiré la bolsa en un bote de la basura y caminé por el borde de la playa pensando en él. Recordé su sonrisa y el sonido que hacía cuando algo le gustaba. Tenía registrado en mi mente el olor de su cuello cuando despertaba y el de las salchichas que le gustaba cocinar. Recordé sus zapatos viejos, los que usaba para correr, y también el sabor de su boca que jamás podría olvidar, incluso si lo intentara. Por supuesto, también recordé la razón de porqué había tenido que ir hasta allí.

 Esa playa había sido el escenario del recuerdo más feliz de la infancia de Marcos. Me había contado una y otra vez como su madre y su padre estaban todavía juntos en ese entonces y como, para sorpresa de todos, ellos eran muy felices y cariñosos el uno con el otro. Había jugado correr, a hacer castillos de arena y muchas cosas más. Ese recuerdo tan simple era el que más lo acosaba, pues era el de algo que había durado muy poco. Antes de morir, me hizo prometer que haría lo que acababa de hacer.

 Me dolió no ser su mejor recuerdo y ahora me dolía más estar allí, solo y desamparado, sin saber que hacer. No tenía dinero ni posibilidad alguna de dormir en un lugar limpio esa noche. Tal vez lo mejor sería quedarme en la playa y luego caminar de vuelta, sin importar cuanto me tomara.


 Pero el problema era que en casa, o mejor dicho en mi ciudad, tampoco había nada que me esperara. Tampoco tenía nada que me moviera hacia delante, que me impulsara para seguir viviendo una vida que jamás había sido mucho. No estaba él.

viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.