Mostrando las entradas con la etiqueta destino. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta destino. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de enero de 2018

Es lo que hay

   Apenas entró en la habitación, empujó la puerta con uno de sus pies y se dejó caer en la cama. Estaba muy cansado. No supo como hizo para incorporarse, quitarse toda la ropa y acostarse debajo de las mullidas sabanas. Durmió por casi ocho horas, sin soñar nada o al menos sin recordarlo. La luz del sol se filtraba por entre la persiana pero ni eso fue capaz de despertarlo. Lo bueno era que era sábado y no habría nada que hacer excepto relajarse y descansar de una semana de estudio.

 Cuando por fin se despertó eran casi las tres de la tarde. Aunque en un principio se sobresaltó por ello, se calmó rápidamente al recordar que no tenía nada que hacer y que el tiempo en verdad no había sido perdido, pues en verdad necesitaba dormir varias horas y por fin lo había hecho. El proyecto de su posgrado lo había mantenido despierto casi todas las noches de la semana anterior, por lo que era apenas justo recibir un poco de descanso y diversión a cambio del esfuerzo.

 Apenas abrió los ojos, lo único que hizo fue darse cuenta de que no sabía muy bien como había llegado a su casa. Por supuesto sabía muy bien donde había estado toda la noche. El sitio era más o menos cerca, así que caminar no debería haber supuesto un gran peligro. Fuera de eso, esa ciudad era mucho más tranquila y segura que su ciudad natal, que no veía hacía varios meses. Había venido a estudiar por un año y ya se había amoldado a la vida local, sin mayores inconvenientes.

 Nadie lo iba a oír decir nada de esto, pero la verdad era que sentía que podría llegar a vivir en un sitio así. Tenía rincones apacible como parques y plazas pero también avenidas llenas de comercio y con gente por todos lados. Tenía callejones que explorar y grandes estructuras que atraían a miles de turistas cada día. El mar y la montaña estaban a la misma distancia desde su casa y el calor del verano era intenso y con brisa y el invierno era suave pero se hacía sentir con cierto carácter.

 Además, estaba el hecho de que allí no sentía cuatro mil ojos encima viendo todo lo que él hacía a cada momento. Podía ir a los sitios que quisiera, comprar lo que se le apeteciera (considerando el precio) y simplemente vivir la vida que él eligiera. El único inconveniente era que todo eso lo estaba haciendo con dinero de sus padres puesto que él jamás había ganado una sola moneda por nada que hubiese hecho. Se había concentrado en ser un adolescente en el colegio y en la universidad se esforzó por aprender y obtener buenas calificaciones.

 Sin embargo, cuando todo lo que tiene que ver con estudios terminó, se dio cuenta de que no tenía experiencia alguna en el mundo laboral. Por unos meses buscó empleo pero no hubo nadie que se interesara en alguien que solo había estudiado una carrera universitaria y sabía hablar en tres idiomas. Esa fue la razón para que saliera de su casa por primera vez e hiciera lo mismo que estaba haciendo ahora: estudiar en otro país. Quiso hacer más que eso pero al parecer allí tampoco necesitaban a uno como él.

 Ahora estaban en la segunda ronda de sus estudios de posgrado. Había elegido una ciudad diferente a la suya y diferente a la otra en la que había vivido. Y sí, se sentía bien y le gustaba lo que estaba estudiando. Pero, de nuevo, nadie parecía interesado en contratarlo para nada. Todos los días enviaba entre diez y veinte hojas de vida a diferentes empresas. Lo hacía en la mañana, antes de salir para clase. Si acaso recibía un par de respuestas diciendo que por ahora no estaban buscando personal.

 La búsqueda se había intensificado en días recientes, pues cada vez más se acercaba la fecha del final de sus estudios y, por consecuente, el regreso a casa. Eso lo tenía pensando mucho puesto que una parte de él ansiaba volver a su ciudad natal y ver a sus padres, amigos y demás. Quería hablar con ellos y escuchar lo que no le contaban por video llamada.  Los quería cerca de nuevo porque aquello le brindaba algo así como una protección especial, un lugar seguro en el mundo.

 Pero otra parte de su ser pensaba que lo mejor era quedarse allí, en una ciudad que había sido amable con él y le había mostrado que su vida podría ser algo mucho mejor de lo que siempre había imaginado. Había aprendido mucho de si mismo allí, y quedarse podría significar el descubrimiento de muchas cosas más y la realización personal que tanto buscan todos los seres humanos. Era una opción que no podía dejar de lado y que consideraba con cada currículo enviado por correo electrónico.

 Sin embargo, todo dependía de ese maldito puesto de trabajo que parecía evitarlo a toda costa. Había estudiado y bastante durante su vida. Pero pronto se dio cuenta que eso en el mundo laboral no vale nada, a menos que ya se haya empezado a escalar la escalera que llaman del éxito. Con cada día que pasaba, con cada momento en el que pensaba en sus opciones, se iba dando cuenta de que esa escalera se alejaba más y más de él. Incluso un día se aseguró a si mismo que jamás sería nadie más de lo que ya era: un simple tonto sin nada que ofrecer a nadie.

 Las cosas pasaron más o menos como él lo había imaginado: llegó el día de la presentación del proyecto de posgrado y fue mucho más sencillo de lo que pensaba. No le importaban las calificaciones ni nada por el estilo, solamente pasar ese obstáculo y por fin estar del otro lado. Ese día fueron todos los alumnos a beber algo y tuvo una sensación que ya había tenido varias veces cuando estaba con un grupo de personas: la sensación de estar solo en el mundo, de no tener nada en que sostenerse.

 Poco después, compró el billete de avión para volver a su ciudad. Eso sellaba su destino inmediato. Había fracasado en sus intentos por hacer algo y por ser alguien. Sabía muy bien que la gente lo juzgaría, por no haber hecho suficiente, por haber sido un flojo que en verdad no quería nada más sino quedarse sentado frente a un computador todos los días. Al volver a casa, descubriría que todo esto no solo estaba en su cabeza, sino que de hecho pasaría a ser algo clave en el siguiente año de su vida.

 Cuando llegó, no hizo nada. Estaba abatido y por primera vez en su vida no veía un camino claro a seguir. Ya se le habían acabado los caminos y solo podía seguir adelante, así lo que tuviera enfrente fuesen solo sombras y una oscuridad horrible. Sus padres no decía nada y nunca supo si eso era bueno o malo. Al menos no hasta que su padre empezó diciendo cosas, indirectas, pero que eran más claras que el agua. ¿Y que podía hacer? Nada más sino empezar a buscar empleo de nuevo.

 Así pasó más de un año, buscando y buscando, enviando sus datos personales a miles de lugares, hablando con personas que pudiesen saber de alguien que pudiera ayudarlo. Pero nada de eso surtió efecto. Nadie ayuda a nadie en este mundo, al menos no en el mundo laboral, sin esperar algo a cambio. Ya con casi treinta años y sin experiencia laboral, las personas empezaban a verlo como un flojo, un bueno para nada que había perdido su tiempo y que no tenía nada para probar que servía de algo.

 No lo decían pero estaba claro que era lo que pensaban. El rechazo casi diario se volvió en una costumbre. También el hecho de que sus amigos dejaron de serlo, apoyados en los cambios que todos habían vivido, excusas flojas que no escondían bien las razones reales.


 Él siguió haciendo lo mismo. Día tras día, con una sombra sobre su cuello que le susurraba ideas al oído, cada una más peligrosa y sórdida que la anterior. Lo ignoraba pero podría llegar un momento en el que eso sería imposible. Pero esa es la historia que hay. La mía.

domingo, 4 de octubre de 2015

Soledad

   La soledad es algo difícil de vivir y de sentir. Hay quienes la adoran y hay otros que la aborrecen. Es un sentimiento que pone a la gente a la defensiva o, por el contrario, los pone contra una pared y los debilita hasta que no saben quienes son. Es difícil manejar algo de ese estilo, algo que se transforma cuando quiere y nunca es lo que creemos que es. La soledad ha transformado a muchos en locos y a otros en genios, a unos en cascarones vacíos y a otros en la mejor versión de sí mismos. Es el sentimiento como tal el que provoca semejantes transformaciones o son sus efectos en el ser humanos los que empujan a este a ser una u otra cosa, a no permanecer en lo que han sido por un tiempo sino más bien transformarse al extremo de sus capacidades?

 No lo sé. Y tampoco lo sabía Juan que,  desde que su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados, no sabía que lado era el correcto para nada. Su familia había muerto trágicamente hacía un tiempo y no le quedaban sino algunos familiares amigables pero lejanos. Y por amores no había que preocuparse porque nunca había habido ninguno y era poco posible que lo hubiese en el futuro. Estaba completamente solo, recogiendo los pedazos de la vida que había tenido antes y tratando de hacer algo con todos ellos, pero la verdad era que nada se podía hacer, nada que no tuviera una sombra de recuerdos infinitos de su familia. Los podía ver todos los días y todos los días se le rompía el corazón un poco y era la maldita soledad la que lo hacía posible.

 Había heredado la casa de la familia, en la que todos habían crecido por tanto tiempo. Juan antes vivía en un apartamento pequeño que había conseguido cuando por fin se había podido independizar de la familia. Pero eso duró pocos meses antes de que sucediera lo que había ocurrido y antes de que Juan debiera ponerse en frente de todos los asuntos financieros de su familia. Nunca había pensado que la vida podía ser tan difícil pero ahora vivía el día a día pagando cosas que no eran de él, vendiendo otras, ignorando facturas, hablando con gente que conocían a su padre y que siempre decían las peores palabras de apoyo. Él no quería seguir escuchando sus estúpidas voces pero no tenía opción.

 El primer mes fue un infierno pues, cuando no estaba atendiendo un montón de problemas que no eran suyos, estaba llorando en algún rincón de la casa como un fantasma pero vivo. El dolor que sentía era inmenso, era imposible de calmar y de ignorar. Se sentía como algo que crecía por dentro, inflándose hasta adquirir dimensiones extraordinarias que empujaban a todos los órganos al extremo del cuerpo. Por eso, creía él, que sentía que no podía respirar con propiedad y que su corazón ya no bombeaba tanta sangre como debía. Incluso, un par de veces, perdió el conocimiento al instante, de tanto llorar.

 Cuando eso pasaba se despertaba como si nada en lugares en los que no recordaba haber estado. Su cara le dolía igual que su cuerpo y como casi siempre era de madrugada se arrastraba a si mismo a su cama y allí se quedaba dormido, con algo de dolor en su cuerpo. Era casi una rutina que sentía que estaba acabando con su cuerpo. Tanto era el dolor que tuvo que guardar todos los recuerdos de su familia y decidió vender el apartamento que tantos recuerdos guardaba para él. No podía seguir allí, torturándose porque sí. Debía encontrar una forma de parar el dolor, ese sentimiento de culpa que salía de la soledad que lo acosaba día tras días y en todos los rincones de la maldita ciudad.

 Porque no era solo en casa que se sentía así. Era también en la calle, afuera en el mundo donde había tantas personas y tanto ruido. Lo  que pasaba allí era potencialmente peor porque la gente le daba rabia. La soledad no solo lo hacía sentir mal sino que le sacaba una faceta de rabia, de resentimiento contra todas las demás personas que se atrevían a sonreír en el mundo cuando él no tenía ya la capacidad para hacer algo así. Trataba siempre de ir a lugares de comida rápida para que lo atendieran con celeridad y pudiese sentarse en una mesa pequeña para comer y luego irse. Si estaba en una tienda, iba directo a lo que necesitaba y si decidía curiosear lo hacía por los pasillos que estuvieran solos.

 Los pocos amigos que tenía se fueron alejando. Al parecer, su nueva actitud no les caía muy en gracia, cosa que a él poco o nada le importaba. La verdad era que esos amigos nunca habían sido muy importantes para él porque eran del trabajo, era gente con la que tenía ese único enlace en común y, como ya lo había cortado, ya no había nada que los uniera de verdad. Él descubrió que ellos eran tan aburridos como el resto de la humanidad y ellos descubrieron que el lado oscuro de Juan no les gustaba ni un poco y tampoco su poca voluntad para reírse de chistes malos o tomar cerveza hasta que estuviesen perdidos. Eso débiles lazos de amistad se rompieron con facilidad.

 Así que Juan de verdad estaba solo y no deseaba cambiarlo por nada del mundo. La razón era simple: el dolor, la angustia, la soledad… Todos esos sentimientos lo llenaban y lo empujaban hacia delante. Los recuerdos también y la rabia hacía su parte. Todos ellos lo hacían moverse, como si se tratase de una marioneta. Y él estaba dispuesto a seguir siendo esa marioneta de la vida, al menos hasta que no pudiese aguantarlo más. Siguió así por mucho tiempo después de la tragedia y consiguió incluso un trabajo solitario, entregando licor en tiendas de barrio en las noches. Era peligroso o eso decían pero a él le daba lo mismo. El peligro ahora era relativo para él y la verdad era que no le importaba.

Así siguió Juan con su descenso al infierno, sus lentos pasos hacia un destino que él conocía muy bien pero al que no tenía ni una pizca de ganas de evitar. La vida, en general, le daba ya un poco lo mismo y no le interesaba como o que fuese a ocurrir en el futuro. Para él, ya nada tenía verdadera importancia y su vida se había convertido en una de esas cosas que solo funcionan porque no tienen más remedio que seguir trabajando hasta que se dañen y colapsen solas. Esa era su idea, seguir adelante hasta que todo, por arte de la vida, se detuviera de una manera o de otra. No pensaba en los detalles de todo eso pero la verdad era que habían momentos, muchos momentos, en los que deseaba que lo que fuese a suceder pasara pronto.

 La soledad no solo se había tragado su tiempo y personalidad sino también su espíritu casi al completo. Las únicas veces que demostraba sentimientos diferentes a los de siempre era cuando veía fotos de su familia, que era una vez cada semana por lo menos. Entonces lloraba de nuevo, las pocas lágrimas que le quedaban, pero también sonreía por momentos y parecía entonces un ser humano completo, real y común y corriente. Pero esa ilusión no duraba mucho y rápidamente volvía a ser la sombra que había empezado a ser desde hacía mucho tiempo. Comía cada vez menos y casi no salía de la casa para nada.

 Para nadie fue sorpresa saber, no mucho tiempo después, que Juan había sido encontrado muerto en su casa. El olor fue lo que alertó a los vecinos quienes llamaron a la policía. Estos rompieron la puerta y encontraron el cuerpo sin vida de Juan en el baño. Se había metido a la bañera y allí se había cortado las venas y lo había hecho como solo quienes en verdad quieren morir lo hacen. Al parecer los sentimientos adentro de su cuerpo no estaba actuando con la suficiente velocidad y él había decidido darles un pequeño empujón. No hubo velación ni entierro, solo una cremación rápida y sus cenizas fueron dadas a familiares lejanos que las esparcieron por la tumba de los padres de Juan.

 Y como él lo había previsto, su vida no quedó impresa en el mundo. Su mayor miedo, incluso antes de lo que había ocurrido, siempre había sido morir sin dejar una huella, sin que nadie supiese que había existido. Pero en sus últimas horas se dio cuenta de que la visa humana en realidad no es tan valiosa como todos dicen, o sino se trataría por más medios de mejorarla y de hacerla más fuerte contra todo lo que atenta contra ella. Juan había perdido todas las fuerzas y, aunque no había pedido ayuda, nadie tampoco le dio una mano ni una mera palabra de aliento para que pudiese soportar el trago amargo de la muerte de sus padres.


 La soledad se lo llevó y nadie nunca supo nada más ni nada menos de él.