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lunes, 19 de diciembre de 2016

Rosa del viento

   Cuando empezaron a usar al valle y luego al cañón como pista aérea de carreras, todavía el pueblo no existía. Venían volando de más lejos, de una pista de tierra que quedaba a muchos kilómetros de allí. Con el pueblo construido, los aficionados habían construido un aeródromo más confortable y cerca de los lugares que les gustaba frecuentar. De hecho, se podía decir que el pueblo había nacido gracias a la afición de la gente de la zona por volar. Los aerodeslizadores que usaban eran de los más avanzados en el mundo.

 Uno de ellos, el capitán Cooke, fue el fundador del pueblo cuando se estrelló aparatosamente a la entrada del valle. Venía de atravesar todo el cañón y luego el valle pero no se había fijado en los cambios del viento y eso causó que se estrellara estrepitosamente contra el suelo. Allí mismo donde cayó, y donde se puede decir que sobrevivió de puro milagro, fue donde fundó el pequeño pueblo de Rosa del Viento. Era en honor a la clave del vuelo, lo que debía siempre tenerse en cuenta para ser un piloto de verdad exitoso.

 Cooke construyó allí una casita modesta y luego se mudó la mujer que se convertiría en su esposa. De hecho, jamás se casaron formalmente pero eso jamás les importó demasiado. Para cuando tuvieron el primer hijo, el caserío ya contaba con unas 10 personas, todas relacionadas de una y otra manera con el vuelo o al menos con todo lo que tenía que ver con el valle y el cañón, pues también había una gran cantidad de científicos que venían de las grandes ciudades para ganar conocimiento acerca de las especies que habitaban la zona.

 Estaban a un par de cientos de kilómetros de una ciudad grande, de todo lo que significara una verdadera conexión con el mundo. Lo único que los conectaba a ellos era volar. Sus aerodeslizadores podían llegar a Monte Oca, el pueblo con hospital más cercano, en apenas diez minutos con el viento a favor. Eso era bastante bueno si necesitaban con urgencia una medicina o si era urgente llevar un enfermo a la clínica. El problema era que las aeronaves que poseían casi nunca tenían dos asientos pero se las arreglaban como podían.

 Para cuando Cooke completo cuatro hijos, dos niñas y dos niños, el pueblo contaba ya con casi doscientas personas, muchas atraídas por el particular clima de la zona y por la tranquilidad. Además seguían siendo mayoría fanáticos del vuelo. Tanto así, que empezaron a organizar el torneo anual de Rosa del Viento, una carrera a través del valle y el cañón que daba un gran premio en metálico a quien ganara. El dinero era casi siempre proporcionado por todo en el pueblo, ganado en principio con publicidad y el incipiente turismo.

 Para cuando Cooke murió, en un grave accidente en el cañón, el pueblo contaba más de mil almas y el torneo de Rosa del Viento era sencillamente el más conocido en el continente, y seguramente uno de los más reconocidos del mundo. Una estatua de Cooke fue erigida frente a su hogar, y luego fue puesta en un nuevo parque que sería el centro geográfico del pueblo. No había turista que se perdiera ese punto de atractivo, así como las expediciones y caminatas por toda la zona que era altamente atractiva para el turismo de aventura.

 Pero, sin lugar a dudas, el pueblo siempre se llenaba al tope cuando se celebraba el torneo aéreo. La gente moría por ver a los pilotos volando bajo por el cañón, aunque a los locales ahora les daba un poco de fastidio ver esa parte pues así habían perdido a su más grande piloto. En todo caso, la gente iba en grandes cantidades y gastaba mucho dinero en hoteles, comida y turismo en general. Por eso el torneo pudo mejorar, haciéndose más seguro y con mejor tecnología visual para que la gente que lo viera en televisión se sintiera dentro del aeroplano.

 Los cambios fueron un éxito y colaboraron a la construcción de una mejor infraestructura en el pueblo, que siempre había luchado contra los elementos para poder abastecerse de agua, de electricidad e incluso de gas natural. Todo eso se convirtió en una realidad, casi treinta años después de la muerte de Cooke. Sus hijos todavía vivían en el pueblo pero no así sus nietos que se habían dispersado por el mundo. El punto es que Rosa del Viento se convirtió en punto de parada obligatorio para todos los que quisieran vivir una verdadera aventura.

 Las expediciones por el valle eran las mejores para familias o incluso personas mayores. La gente acampaba en terrenos abiertos y aprendían de la vida de antes, cuando había que hacer una fogata y cocinar lo primero que se pudiera cazar para aplacar el hambre. Obviamente, ya no había que sacrificar ratas ni nada parecido para vivir confortablemente. Los grupos de llevaban casi siempre comida enlatada y repelentes contra varios animales, aunque era casi imposible que no hubiera algún encuentro indeseado, especialmente siendo una zona árida.

 El valle era hermoso y verde en algunos parches aislados. La tierra era roja y salvaje y por eso era tan adorada por los visitantes. Los hacía sentirse, según lo que la mayoría decía, en otro planeta. Les encantaba el aroma dulce del viento y las caras siempre amables de los habitantes de la zona. Nunca se sentía que fueran expresiones forzadas, poco sinceras. Era solo que así eran y a todo el mundo le fascinaba. Por eso el turismo no hacía sino aumentar, como el número de hoteles y negocios.

 Cuando el pueblo llegó a los dos mil habitantes, se hizo una fiesta por todo lo alto y se celebró una edición especial del torneo de Rosa del Viento. La celebración se planeó con muchos meses de antelación y había preparativos de toda clase, desde un recorrido innovador para el torneo como nuevas plantas solares para la ciudad que eran las que abastecían todo de energía. Sin embargo, la tragedia volvió a asomar su fea cabeza cuando tres pilotos murieron en el torneo. El accidente fue el peor, de lejos, en la historia de la competencia y de la región.

 El pueblo casi no se recupera. Durante un año no hubo competencias aéreas y no era porque no quisieran sino porque el turismo tuvo un bajó increíble. Tan mal estuvo que muchos de los nuevos comercios tuvieron que cerrar e incluso se limitaron los tures que se hacían por el valle y por el cañón, pues la gente ahora le tenía mucho miedo a todo y no quería arriesgarse yendo muy lejos o caminando cerca de la zona donde había sido el accidente. Sin embargo, muchos terminaban yendo porque, al fin y al cabo, la gente es así y siempre lo será.

 La única manera de mejorarlo todo, hace un año aproximadamente, vino de la mano de un grupo de jóvenes exploradores que habían decidido visitar zonas remotas del mundo para  ver si podían descubrir nuevas especies de plantas y animales. Ya habían estado en un par de densas selvas lejanas y, según dijeron a la gente del pueblo, estaban felices de poder visitar un lugar seco donde la lluvia no fuera constante y pudiesen trabajar a un mejor ritmo. Descubrieron pronto que el calor y la aridez tenían sus inconvenientes pero lo supieron soportar bien.

 El foco de su expedición era el cañón sobre el que pasaban antes los aviones durante el torneo. Era raro pero nadie nunca lo había explorado mucho, pues acceder a pie era mucho más difícil que entrar volando, y eso que eso tampoco era demasiado sencillo. El grupo de jóvenes se quedó allí por casi un mes entero, acompañados de algunos residentes del pueblo que iban y venían. Un buen día, uno de ellos anunció que la expedición terminaba y que harían un anuncio. En la plaza de Cooke, el je de la expedición anunció que habían descubierto quince especies nuevas.


 El interés de parte de conservacionistas y biólogos hizo que el pueblo reviviera. Tanto era el flujo de gente, que reactivaron de nuevo el torneo y las grandes masas del pasado volvieron varias veces más, aunque no en tan gran número, a contemplar a los arriesgados pilotos que ahora volaban sobre las cabezas de campistas novatos o de exploradores empedernidos. Todos podían apreciar con facilidad la belleza del acto del vuelo, ayudado por el sitio donde tenía lugar.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Incompleto

   Cuando me di cuenta, no estaba. Nunca supe en que momento se fue. Aunque, técnicamente, jamás estuvo ahí. Jamás lo tuve así que no puedo decir que extraño algo que ya no está. A veces pienso que podría adivinar como se siente estar completo, como se siente tenerlo, pero la verdad es que es solo una suposición. Lo más probable es que la sensación sea muy distinta a la que yo conozco, pues cuando no has experimentado o vivido algo, es muy difícil imaginarlo correctamente.

 Casi nunca pienso en ello. No es porque haga un esfuerzo consciente por no hacerlo sino porque simplemente no lo hago. No tengo nada mejor que hacer ni más interesante, pero es de esas cosas en las que uno no piensa pues son hechos y los hechos es muy difícil ponerse a discutirlos. Cuando las cosas son de una manera determinada, no sirve de mucho ponerse a pelear y quejarse. Lo mejor es hacer las paces con esa realidad o, como yo he hecho, no pensar en ello.

 Me ha funcionado bien porque, como no está en mi mente, simplemente no puede hacer daño alguno. Pero de vez en cuando, se me cruza por la mente esa ausencia y me hace sentir de muchas maneras. Un poco tonto porque no entiendo como me puede afectar algo que se me olvida con tanta frecuencia pero también muy sensible. Es difícil tener que confrontar hecho, tener que darse cuenta que las cosas son de una manera y que no van a cambiar, no importa lo que hagas.

 Por eso creo que supongo que prefiero cuando no me acuerdo de nada. No me hace daño de esa manera y es la mejor vía para tratar de aceptar mi problema. No importa si fallo una y otra vez porque ahí seguirá al otro día o en la siguiente ocasión que me acuerde que está ahí. No es algo en lo que pueda fallar por que no cambia nunca, ni para bien ni para mal, así que no tengo porque temer mis enfrentamientos con ello.

 Sucede seguido cuando estoy a punto de dormir o apenas despertando. Son esos minutos en los que estás más alerta o más sensible, en los que te das cuenta que hay algo que falta o que sobra, dependiendo del caso. En esos momentos uno está más consciente de todo lo que lo rodea, sea lo que eso sea. Mi cerebro trabajo a cuatro mil por hora, pensando y pensando, reordenado cosas como si sirviera de algo.

 El cerebro nunca se cansa de intentar, de crear soluciones para problemas que no son tal o evitando los problemas que sí son potencialmente peligrosos. Supongo que eso va a en cada quién y en como nos asumamos frente a las dificultades que se nos pueden presentar en la vida. Obviamente no todos reaccionamos igual frente a los mismos problemas.

 Aquellos que son de esta naturaleza, sin embargo, son siempre más frontales. Como decía antes, son hechos y los hechos son cosas que no cambian o que solo cambian con una voluntad o un acto físicamente increíble. De resto, siempre serán hechos como que el cielo es azul o que las nubes flotan en el aire. Son cosas que son así. ¿Podrían cambiar? Seguramente. Pero no es probable. Así pienso yo en las cosas. Si son fáciles de cambiar o si son simplemente imposibles.

 Detesto escuchar sonidos en la mañana, me saca de quicio. Lo mismo con las luces brillantes. Me parecen casi insultantes cuando no he acabado de despertarme, como ahora. Menos aún cuando trato de escribir sobre algo que me incomoda y sobre lo que la gente no quiere saber. Porque, al fin y al cabo, es algo que no le importa a nadie. Es de esos hechos, como decíamos, que solo me afectan a mi y a nadie más así que no tendría porque confesarlo como si fuera algo trascendental.

 Pero supongo que esa es la cosa con mucho de lo que sentimos y por lo que pasamos, no se trata de si a alguien más le importa sino si a nosotros nos parece relevante en nuestras vidas. A cada uno le parece importante algo distinto. Por lo mismo, no hay nada que sea poco importante o demasiado importante pues las prioridades de cada persona son completamente diferentes. Es como los gustos en colores o en ropa: no importa las diferencias, todo es válido.

 Pero creo que me estoy alejando un poco del tema y no es que sea algo difícil porque nunca es fácil hablar de uno mismo. Hablo de que hay algo que me falta y siempre me ha hecho sentir incompleto pero solo cuando me pongo a pensar en ello, cuando dejo todo por lo que camino en la vida y estoy vacío mirando a la nada. Es entonces que esa vieja preocupación, esa molestia, entra a mi cerebro.

 En principio, puede pasar cuando uso las manos. En la ducha era frecuente pero ahora me doy cuenta que ya no lo es tanto. Cuando vives poco satisfecho con tu apariencia física, todo es un problema entonces no hay nada que resalte más que lo otro, al menos no con frecuencia. Pero las manos, o mejor dicho la piel, es ese órgano que no puede mentir y que te hace pensar casi de inmediato.

 No por nada se usan las manos para revisar el mismo cuerpo y determinar si hay algo malo en alguna parte o no. Esas mismas manso sirven para explorar otros cuerpos y, al fin del día, sirve para sentir y sentir es lo mejor que tenemos en la vida. Es el sentido más completo, más real, y aquel que nos hace ser nosotros. Si no pudiésemos sentir, nada tendría el más mínimo sentido.

 Lo he investigado varias veces. Nunca he ido a un médico porque creo que no vale la pena. El médico no va a dar una solución de la nada porque no es algo que se solucione así como así. Supongo que por eso se le llama un síndrome y no una enfermedad o una condición. Un síndrome es algo mucho más permanente, algo que no tiene reversa y que es bastante difícil de deshacer. Es cuando la naturaleza ha hecho que ni siquiera los seres humanos pueden o incluso quieren arreglar.

 Creo que lo mío se podría arreglar. Requeriría una operación, o varias, y mucha piel extra. Seguramente cortarían partes de mi trasero o de mi brazo o no sé de donde para tener piel suficiente para recubrir lo nuevo que tendría encima. No puedo ni imaginar lo extraño que eso sería, lo poco natural que podría verse o sentirse. Ni siquiera sé si semejante procedimiento sea posible porque estamos hablando de músculos y los músculos están todos conectados.

 ¿O es que acaso la tecnología ya está tan avanzada que ha logrado conectar musculo y todo lo demás? Si así es, que me anoten para una de esas y para una operación para crecer unos cuantos centímetros. A eso no se le llama síndrome pero sí que es un problema que no tiene solución. Supongo que mucha gente nunca habrá vivido con la sensación de que son muy pequeños a comparación a los demás así que no tienen ni idea de cómo es.

 El punto es, que a veces me he sentido menos hombre, menos deseado, menos querido y menos buscado incluso por el hecho de que a la naturaleza, por alguna razón, no se le dio la gana de completar el trabajo que tantas veces había hecho. No sé cuantas veces pasamos en no sé cuanto millones. El punto es que no es frecuente y menos de la manera en la que está todo pero así es y así son las cosas.

 Siempre he pensado que es como esas armaduras del Imperio Romano, en las que el pecho no estaba cubierto por completo sino solo parcialmente. Caso siempre pienso en eso cuando recuerdo lo que no tengo. Es como si ellos también hubiese tenido el mismo problema y hubiese pensado en esa solución, como si los soldados no debieran salir sin esa protección a la batalla.


 Por alguna razón me falta un musculo pectoral, el derecho. Mi mano y mi brazo son normales así como el resto de los músculos de esa zona. Pero allí faltó algo, algo que no está, que no existe y que tal vez nunca vaya a existir. Algo que me hace poco frecuente en la naturaleza pero también me pone en desventaja en un mundo en constante lucha por lo superficial, por lo físico. Soy un hombre incompleto, al que se le olvida muy seguido.