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lunes, 21 de enero de 2019

Y de repente, en un momento...


   Me tomó de la mano y casi se la suelto por miedo. Su mano se sentía seca y muy caliente. Creo que quiso abrir los ojos, porque su cabeza giró hacia mi pero pronto fue enderezada por uno de los paramédicos que le puso una mascarilla para suministrarle oxigeno. Su ropa estaba destrozada y la tuvieron que cortar con rapidez, por miedo a que el fuego hubiera podido fusionarla con la piel. Por la cara de los paramédicos me di cuenta de que las cosas estaban mal pero no tanto como ellos habían esperado.

 Tuve que coger con mi otra mano un cajón del que pude agarrarme para no caer mientras la ambulancia iba a toda velocidad por entre otros vehículos, dando giros inesperados y deteniéndose a veces de golpe, esperando que los carros se hicieran a un lado para dejar pasar. Cuando por fin se detuvo la ambulancia, la puerta se abrió de golpe y la camilla salió rápidamente, dejándome atrás como si no estuviera allí. Por supuesto, tuve que soltarle la mano, un poco aturdido por todo lo que ocurría.

 Bajé de la ambulancia y caminé hasta la puerta del hospital. Ya no estaba él allí y seguramente lo habían pasado a un lugar en el que yo no podía estar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y más que nada porque él había estado entre la explosión y yo. Él me había caído encima y me había protegido de lo peor del estallido. Solo tenía quemados algunos pelos y partes de la ropa, lo menos que me había podido ocurrir en semejante momento. Sin embargo, me zumbaban los oídos y me sentía temblar.

 De la nada, una enfermera me tomó del brazo y me hizo a un lado. Me puso una linterna pequeña en los ojos y los revisó con rapidez. Me tomó el pulso y me miró por todos lados. Me dijo que era obvio que había estado en la explosión. Se puso a hablar de otros heridos que estaban llegando, algunos con heridas mucho más graves que las de Tomás. De repente salí de mi ensimismamiento y le pregunté por Tomás, necesitaba verlo y saber que de verdad iba a estar bien.

 Fue en ese momento que los vi, por encima del hombro de la enfermera que me estaba preguntando el nombre completo de Tomás. Eran Jessica y Francisco, la prometida y el mejor amigo de Tomás. Me di cuenta en ese mismo momento que ya no era necesario. Ya no necesitaba que le sostuviera la mano ni que estuviera allí. Los saludé y le dije a la enfermera que ellos eran los familiares directos del herido. Los saludé y solo les dije que necesitaba descansar pero que volvería pronto para saber qué había ocurrido. Solo es algo que dije, sin pensarlo demasiado.

  Cuando llegué a casa me duché y luego tomé la máquina con la que me arreglaba a veces el cabello y me lo corté por completo. No solo era para quitarme la zona que había sido quemada sino porque tuve un impulso de hacer algo drástico como eso. Fue algo del momento. Tuve que entrar a la ducha de nuevo para limpiarme los pelos de encima y fue entonces cuando él se metió de nuevo a mi cabeza. No creo que hubiese salido en ningún momento, solo que trataba de no pensar en él.

 Cuando me recosté en la cama, estaba todavía allí conmigo y pude sentir su mano en la mía. Seguía pensando en lo que habíamos estado hablando cuando explotó la bomba y eso me apretó el corazón, forzando algunas lágrimas que brotaron lentamente de mis ojos. Me rehusaba a llorar por algo así pero tal vez no podría evitarlo por mucho tiempo más. Me había dicho algo que nadie nunca más me había dicho y simplemente no era algo que pudiera ignorar. Sin embargo, tal vez era lo mejor.

 Cuando desperté al día siguiente, vi los mensajes que Jessica me había enviado, hablando del estado de Tomás. Estaba bien, fuera de cualquier tipo de peligro. Noté que ella hablaba de a poco, cada decena de minutos escribía algo. Fue mucho después de haber empezado a enviar los mensajes cuando me llegó uno diciéndome que él pedía verme. Quedé frío cuando lo leí. Lo había enviado ella, como si no pudiera ser ninguna otra persona en este mundo. Me sentí mal de nuevo y odié toda la situación.

 Después de ducharme, mientras me vestía, oía en las noticias que la explosión había sido causada por un atentado contra el vehículo de un empresario bastante polémico. Por alguna razón, habíamos estado no muy lejos del carro al momento exacto en el que el chofer había metido la llave y encendido el carro. Había muerto al instante y la onda explosiva nos había enviado lejos, igual que a otras personas que también estaban cerca. Después de todo, era una zona muy transitada, llena de gente yendo y viniendo.

 Decidí dejar mis miedos aparte y visitar a Tomás sin pensar en nada más. Tuve que hablar con Francisco cuando llegué y esperar a que Jessica bajara pues solo podía haber un visitante por vez. Cuando por fin bajó, la saludé con un abrazo. Menos mal ella no tenía muchas ganas de hablar pero no dudó en decirme que no debería demorarme demasiado porque quería estar con él para cuidarlo todo el tiempo. No me gustó mucho su tono al decirlo pero no quería discutir con nadie. Solo caminé al ascensor y subí al piso que me habían dicho. Cuando entré a la habitación, un doctor hablaba con él.

 Al parecer debían seguir haciéndole terapias para curar sus quemaduras, que afortunadamente no eran tan graves como lo habían imaginado en un principio. El doctor salió pronto y pude saludar a Tomás, que estaba algo pálido pero me sonrió apenas estuve cerca. Lo primero que me preguntó fue si la puerta estaba abierta. Me di la vuelta y le dije que no. Entonces me guiñó un ojo y yo sonreí, como siempre lo había hecho antes, cuando no teníamos tantas cosas metidas en la cabeza y en nuestros cuerpos.

 Cuando cerré la puerta, volví con él rápidamente. Me tomó de la mano de nuevo y sin dudarlo le di un beso y él estuvo feliz de aceptarlo. Era como volver a casa después de mucho tiempo, un sentimiento cálido que era hermoso y perfecto. Lo abracé después y el me apretó un poco, con la poca fuerza que tenía. Fue en ese momento cuando no pude evitar llorar y la barrera que había tenido arriba por tanto tiempo se vino abajo en segundos. Lloré como no lo había hecho en muchos años.

 No me dijo nada, solo secó las lágrimas y vi que él tenia los ojos húmedos también. Nos dimos otro beso y estuvimos abrazados un rato hasta que me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo. Le dije que pensaría en lo que había dicho pero que la verdad era que él era la única persona que podía ganar o perder con una decisión como esa. No podía pedirme que empezáramos a salir así como así, teniendo ya una boda en el futuro con una chica que lo quería demasiado y que lo conocía hacía mucho.

 Él se puso serio cuando hablé de Jessica, pero sabía que ella estaba allí y que seguiría allí hasta que el hospital lo dejara salir. Solo le dije que tenía que pensarlo todo bien, porque salir del clóset de esa manera podía ser un caos, podía causar mucho malestar con su familia y situaciones difíciles que tal vez él no querría manejar en ese momento. Fue entonces cuando se abrió la bata que tenía puesta y me mostró sus quemaduras. No eran graves pero sí que eran notorias. Me miró fijamente cuando cerró la bata y tomó mis manos.

 Me dijo que era el momento perfecto para hacerlo. Para él, la explosión había sido una suerte de bendición disfrazada. Era horrible pensarlo así pues al menos una persona había muerto esa noche, pero era la verdad. Para él, ese suceso le decía que debía empezar a vivir una vida más honesta, la que de verdad quería.

 Volví a casa un poco más tarde, mirando lo que tenía allí y mi lugar en el mundo en ese momento de mi vida. Yo no me sentía como nadie, no me sentía especial de ninguna manera. Y sin embargo, él me quería en la suya y eso me hacía sentir extraño. Tal vez yo también ganaría mucho de todo el asunto.

viernes, 19 de octubre de 2018

Fragmentos


   La torre explotó en mil pedazos. Los extremistas habían ganado el día. Su plan, desconectar a la región de la red de telecomunicaciones, había sido un éxito completo. La resistencia no había podido organizarse bien y estaban demasiado ocupados viendo quien ocupaba el puesto de mando para notar que sus mayores enemigos estaban a la puerta y con nada más y nada menos que una bomba. Los pedazos de la torre, doblados y quemados, cayeron por los alrededores, sellando el futuro inmediato de la región.

 Los que resistían debieron de pasar a la oscuridad, a escondites lejanos y profundos en los que los extremistas no pudiesen encontrarlos. Los nuevos lideres se alzaron con rapidez e impusieron pronto sus ideas para un mejor país y una mejor sociedad. Se prohibieron las reuniones en el primer día del nuevo gobierno y para el segundo, se forzó a todos los hombres jóvenes a unirse a las fuerzas armadas. Al fin y al cabo, solo tenían autoridad sobre una región y lo que querían era tener control sobre todo lo que había sido el país.

 Un país lleno de hipócritas e imbéciles que había caído en varias trampas hasta que la última de verdad les pasó la cuenta de cobro. El comienzo del final fue una votación en las urnas, cosa que nadie hubiese previsto. Fueron las personas mismas las que eligieron su destino, el desorden y el caos completo en el que se sumió el país en meses. La guerra fue rápida y destructiva y dio por nacidas regiones aisladas, únicamente enlazadas por torres de comunicación que los extremistas derrumbaron a la primera oportunidad.

 Lo hicieron para tomar el control de formar más fácil, impidiendo que los demás pudiesen meterles ideas “raras” a la gente en la cabeza. Y como estas personas eran tontas, ignorantes y, de nuevo, hipócritas, jamás se resistieron a que los extremistas tomaran el poder. Se quedaron de brazos cruzados mientras que otros, pocos, se escondían entre el mugre de la guerra. Pronto los tuvieron marchando, cultivando a la fuerza y aprendiendo lecciones que no eran más sino un elaborado conjunto de mentiras.

 Incluso alguno que habían resistido se devolvieron a las ciudades con el tiempo, cansados de esconderse y de estar lejos de sus familias. Les importaba más su propio bienestar que la supervivencia de una sociedad decente y educada. Fueron los más grandes traicioneros de la historia del país, cosa que la historia jamás les perdonaría. Los verdaderos resistentes poco a poco huyeron hacia las zonas despobladas, donde el gobierno no ejercía autoridad alguna. Se escondieron entre el monte y aprendieron por vez primera como sobrevivir en lo salvaje, sin todo lo que habían tenido antes.

 Algunos, los más brillantes de entre ellos, crearon pequeñas antenas, de apenas unos cuantos metros de altura, para poder comunicarse con regiones que todavía no hubiesen sido conquistadas por los extremistas. Pero los esfuerzos parecían ser inútiles, pues nadie contestaba. Sus vidas eran tristes, cazando bajo la constante lluvia que ahora reinaba en los bosques o tratando de mantener casitas que podían caerse con el mínimo soplo del viento. Era una vida difícil, que los frustraba constantemente.

 Sus únicos momentos de paz, de una tranquilidad relativa, eran las noches en las que algunos contaban historias del pasado. Los más mayores todavía recordaban como era el mundo antes de la guerra. Siempre repetían que nunca había sido perfecto pero que muchas cosas indicaban que la humanidad podía llegar a ser mucho más de lo que era, pero que simplemente los seres humanos parecían estar más interesados en cosas personales o en temas que a nadie le ayudaban a nada. Eso generaba su presente.

 A los adultos les gustaban las historias sobre los personajes históricos y las grandes civilizaciones. Les fascinaba escuchar de los acontecimientos más importantes de la humanidad, así que como de sus curiosidades más interesantes. A los niños, por lo contrario, les parecían más graciosas y entretenidas las historias de ficción que se habían creado en esos tiempos. Ya nadie generaba ficción, por lo que para ellos era un mundo completamente diferente, una ventana abierta a mundos que les fascinaban.

 Las sesiones de historias empezaban, más o menos, a las ocho de la noche. Como no había electricidad ni relojes, la gente confiaba en el suave sonido de un ave de plástico para notificar que la sesión de la noche iba a empezar. El ave era un artículo encontrado en la selva, probablemente dejado atrás por alguien que huía. Sabían bien que el bosque estaba probablemente repleto de gente huyendo de las fuerzas extremistas, pero no era la mejor idea buscarlos y unirse porque eso podría llamar la atención del enemigo.

 Solo una persona contaba historias cada noche. La idea era que tuvieran historias para siempre y que todos aprendieran bien lo que habían escuchado, porque tal vez serían los encargados de repetir la historia en el futuro. Dependiendo del orador, se podían demorar entre dos y ocho horas contando una sola historia, dependiendo de su complejidad y del número de preguntas que hiciesen los espectadores. Por supuesto, la cosa siempre mejoraba cuando había muchas preguntas que responder. Eso le daba un nivel más a las historias, una realidad que las hacia más cercanas.

 En las ciudades, la gente no tenía el lujo de contarse historias en la noche. De hecho, cada familia debía permanecer en su unidad de vivienda todo el día, excepto durante las horas asignadas para el trabajo. Y todos trabajaban, sin excepción. No importaba la edad o el genero, no importaban las enfermedades o afecciones físicas, todo el mundo trabajaba en algo. Era la idea del gobierno que todos colaboraran para volver a tener una sociedad que funcionara como una máquina y eso solo podrían lograrlo entre todos.

 Se pensaría que la imagen del gobierno sería mejor entre la gente que gobernaban que entre los resistentes, pero la verdad esto no era así. Muchos llegaban a sus hogares a criticar al gobierno y a hablar pestes de lo que hacían y como lo hacían. Por eso ellos instauraron un sistema en el que si alguien delataba a un vecino, amigo o familiar, serían recompensados con una ración más grande de comida y otros objetos personales. Por supuesto, muchos vieron allí una oportunidad y las cárceles empezaron a abarrotarse.

 Con los nuevos ingresos gracias al trabajo de la mano de obra forzada, el gobierno pudo ampliar sus cárceles, así como su presencia en las ciudades. En cada esquina se instaló una cámara de seguridad de última generación, capaz incluso de ver a través de los muros más densos. No iban a meter cámaras en las casas de las personas, pues no querían tener títeres sino solo aquellos que de verdad quisieran el mismo país que ellos tenían en la mente. Y en poco tiempo, la mayoría de mentes contrarias estaban en las cárceles o en la selva.

 Allá lejos, más allá de las carreteras y las últimas conexiones eléctricas, los pequeños poblados rebeldes se mantuvieron. No crecieron en número ni en tamaño, tampoco que movieron mucho más de lo que ya se habían movido. No construían estructuras vistosas ni se internaban cerca de las regiones controladas por el gobierno. Simplemente vivían y no querían saber nada de quienes los habían traicionado. Había mucho dolor todavía, mucho resentimiento que jamás podría ser propiamente curado.

 En ese mundo, los rebeldes nunca quisieron retomar las ciudades ni nada por el estilo. No se enfrentaron al gobierno de manera frontal ni buscaron tomar su lugar. Eran personas que solo querían una vida tranquila y, de una manera o de otra, habían conseguido tenerla sin tener que recurrir a la guerra, a la muerte.

 Y como el poder aumentaba para los extremistas, se terminaron confiando demasiado y ese siempre es el problema con aquellos que se embriagan de poder. Creyeron que el enemigo había huido, cuando ellos mismos lo fueron creando poco a poco en las partes más oscuras de las cárceles más sórdidas.

viernes, 21 de septiembre de 2018

La sensación del silencio


   El lugar estaba en completo silencio. Eso, combinado con el panorama casi completamente blanco, era más que inquietante. Por supuesto que había vida en las cercanías. El bosque que habían pasado hacía poco estaba lleno de criaturas y de plantas hermosas. Pero justo en ese lugar, en ese punto tan alejado de todo, parecía que se hacía realidad el mito de la nada. Aquella cosa que no entendemos porque jamás hemos echado un vistazo a lo que de verdad es nada, porque todo lo que vemos es algo.

 Nadie se movió. No solo porque estaban sobrecogidos por lo que veían o no veían, sino porque algo parecía haber tomado posesión de sus cuerpos. Algunos de verdad querían moverse pero simplemente no podían hacerlo. Ni sus manos, ni sus piernas respondían a las ordenes del cerebro. Era como si el cuerpo y la mente de cada uno de los integrantes se hubiesen desconectado y no supieran como volverlos a conectar. La sensación era desesperante y sus caras pronto reflejaron miedo y angustia.

 De golpe, el sonido pareció volver a la cima de la montaña. Irrumpió en la zona en la forma de una ventisca tremendamente fuerte. Fue muy apropiado que, para ese momento, cada una de las personas allí en la nieve recuperaran la movilidad de su cuerpo. Lo único que pudieron hacer fue agacharse y tratar de cubrirse lo mejor posible para evitar que la ventisca los enterrara. Se movían despacio ahora, como insectos tratando de llegar hasta una madriguera. Les tomó una buena hora salvar ese paso.

 Cuando por fin empezaron a descender, la ventisca había terminado. O, mejor dicho, se había quedado en la parte alta de la montaña. Desde donde estaban, podían apreciar claramente como el viento estaba barriendo con fuerza la nieva de la cima y de sus alrededores. Era un espectáculo hermoso desde allí abajo pero nada que quisieran volver a vivir muy pronto. Dejando de mirar, retomaron el camino y descendieron la montaña con relativa facilidad hasta llegar al campamento más cercano.

 Solo había otro grupo, de unas cinco personas. Se saludaron pero en esos lugares nadie esperaba que las demás personas fueran demasiado amables o demasiado comunicativas. Era apenas entendible que el trabajo de haber atravesado una montaña cansara a cualquiera, y en esos momentos nadie tenía muchas ganas de ponerse a hablar o relacionarse con nadie. Los recién llegados solo querían descansar en camas o lo que hubiese, eso sí no sin antes haber comido algo para llenar la panza. Y eso fue lo que hicieron, en completo silencio, sin hablar de nada de lo ocurrido ese día.

 Al otro día el grupo debía elegir como proseguir. Una de las opciones era continuar por la cordillera, subiendo tres picos nevados para luego llegar a un campamento relativamente pequeño al otro lado de todo. El problema recaía en que para hacer esa ruta debían permanecer tres noches en las montañas, durmiendo allí y combatiendo cada segundo el viento, el frío y la falta de oxigeno para el cerebro. La mayoría de miembros del grupo estuvo de acuerdo en posponer la decisión al día siguiente.

 Querían tener un momento para pensar, un momento para de verdad reflexionar acerca de las implicaciones de seguir por las montañas o simplemente regresar a casa. Claro que todos querían volver con sus familiares y a sus hogares, llenos de comida rica y caliente y de abrazos y besos. Incluso los que no tenían mucha familia se alegraban tan solo de pensar en volver a sus hogares, a una cama propia y caliente y a una vida mucho más pausada. Ese pensamiento era de propiedad común.

 Sin embargo, los que estaban allí no eran aficionados ni mucho menos. Eran personas que ya habían intentado hacer algo así antes. Eran hombres y mujeres que ya habían vivido las dificultades que existen en una empresa de ese calibre. No les asustaba nada o al menos nada lo había hecho hasta que habían quedado congelados allá arriba en la montaña. Ese extraño suceso era algo que también se negaba a dejar sus pensamientos. Cada vez que dejaban de pensar, la sensación volvía a sus cuerpos y los debilitaba.

 Uno de ellos tuvo una reacción más que fuerte y se desmayó la tarde del día que se habían dado extra. Lo encontraron con una taza de café congelada a sus pies y una mirada perdida que no denotaba ni miedo ni nada por el estilo, pero sí que daba angustia a cualquiera que lo mirara. Al comienzo pensaron que tal vez estaba enfermo de algo pero un médico lo revisó y no encontró nada mal en él aparte de lo afectado que su cuerpo estaba por el frío. Fue el primero en irse, a pesar de que no había tomado en verdad ninguna decisión.

 El resto tuvieron que encontrar una respuesta clara pronto. La salida de uno de los miembros del equipo daba la oportunidad de poder dejar la aventura también sin sentirse demasiado culpables y sin tener que responder demasiadas preguntas. Pero el misterio tenía cierto nivel de atracción que era casi imposible de ignorar. Aunque lo sucedido les daba miedo, la mayoría quería entender mejor que era lo que había sucedido en la cima de esa montaña. Y la única manera de saberlo era subiendo de nuevo, esperando que lo mismo ocurriera en una cima diferente, tal vez con menos personas.

 A la mañana siguiente, la mitad del grupo anunció su retirada. Nadie los juzgó y nadie les pidió explicaciones. Se encargaron de llevar al hombre enfermo al pueblo más cercano, mientras los demás alistaban su equipo para empezar el ascenso del primer pico lo más pronto posible. Era cierto que el misterio los llamaba pero no quería tomarse más tiempo del necesario en esas montañas. Era bien sabido que podían ser traicioneras y tendrían que tener todos sus sentidos bien alertas para evitar contratiempos.

 Para el mediodía, ya llevaban buen ritmo montaña arriba. El aire era limpio y dulce. Eso los instó a caminar con más precisión y gracia, estaban contentos porque el día parecía querer que todo les saliera bien. Incluso cuando llegaron al lugar donde empezaba la nieve, hicieron la transición de una manera alegre y despreocupada. Se daban cuenta de que se habían preocupado por nada y que lo que habían vivido en la otra montaña no era nada a lo que debieran ponerle mucha atención. Debía haber sido una ilusión, nada más que eso.

 Llegaron al primer pico a la mañana siguiente. A pesar del bajo nivel de oxigeno, tuvieron tiempo para tomarse varias fotos. Cada uno fue el centro de una de ellas y las hicieron en todas las poses e incluso con expresiones faciales diferentes. Hasta ahora recordaban que esa aventura, a pesar de todo, era simplemente una salida con amigos y así era que debían de tomárselo. No con caras largas y silencios prolongados sino con alegrías y departiendo sobre todo lo que pasaba en sus vidas, compartiéndolo todo.

 La segunda noche la pasaron en un paso nevado a gran altura. Les fue complicado poder establecer el campamento, pero fue entonces cuando agradecieron ser menos que antes, así no debían armar tantas tiendas de campaña. Pudieron dormir un par de horas, hasta que un ruido sordo los despertó a la mitad de la noche. Por un momento, pensaron que se trataba de una ventisca lejana que bramaba con fuerza. Pero cuando salieron de las tiendas, se llevaron una gran sorpresa.

 Cayó sobre ellos la misma nube de silencio que había caído antes. El sonido que los había despertado ya no se escuchaba por ninguna parte. De nuevo perdieron control sobre sus cuerpos y pensaron, correctamente, que el ruido había sido solo una trampa para hacerlos salir de sus lugares de descanso.

 Sin embargo, esta vez también vieron algo. Tiesos como estaban, vieron unas luces dar vueltas sobre sus cabezas. Eran colores e hicieron varias piruetas sobre ellos. Luego se fueron y los montañistas pudieron moverse de nuevo. Fue entonces que se dieron cuenta que había una persona menos en el grupo.

lunes, 2 de julio de 2018

Mundialista


   De pronto, un gruñido pareció salir de la mismísima tierra, como si algo oculto en las profundidades del planeta se hubiese despertado. Por supuesto, eso no era posible pero era la sensación que semejante sonido causó en quienes no habían estado poniendo mucha atención a los hechos del día. Aquellas personas que no tuviesen un televisor en frente seguramente habían sentido el estruendo colectivo que se expandió como una ola por el aire y la tierra, alcanzando a todos, al menos en las ciudades.

 Sin embargo, había algunas personas mucho más interesadas en la causa del sonido que las demás. En una oficina alejada, Mario miraba la pantalla de su computador que expectativa. Lo que veía era algo muy simple: un partido de fútbol, el deporte más popular en el planeta. Y eso no era algo que se pudiese debatir, era simplemente un hecho. Y por eso todo el país se había detenido durante un instante para ver que pasaba en un estadio en un país lejano, tan lejano que la diferencia horaria alcanzaba los dos dígitos.

 Mario veía el partido pero más que nada buscaba, entre tantas figuras corriendo de un lado a otro,  a una en especial. Miraba con cuidado los números de los jugadores y no descansó hasta por fin encontrar el que estaba buscando. Era el catorce, que resaltaba por su color rojo sobre un fondo negro. Arriba del número, en letras pequeñas, estaba escrito el apellido del jugador. En este caso era Martínez. Mario sonrió y se alegró de haber podido terminar la reunión en la que había estado antes de lo programado.

 No podía haber dicho que quería ver a su amante en la televisión. Primero, porque nadie sabía que a él le gustaran los hombres. Segundo, porque sería un poco increíble alardear por ahí que se está en una relación, cualquiera que sea, con alguien famoso. Y tercero, y tal vez más importante, el jugador número catorce estaba muy públicamente casado con una mujer y tenía dos hijos pequeños. En todas las revistas aparecía con ellos, feliz, con una sonrisa que alcanzaba a ocultar su verdad.

 Por eso Mario no podía forzar la reunión de ninguna manera obvia. Solo tenía que recurrir a los hechos que, afortunadamente, estaban a su favor. La reunión había sido convocada para verificar la cantidad de materiales que tenían y  resultaba apropiado que el cargamento que habían pedido justo había llegado al puerto a primera hora del día. Por eso la reunión solo trató temas más sencillos y pudo terminar mucho más rápido de lo planeado. Mario casi corre a su oficina para ver el final del partido, que afortunadamente el equipo nacional estaba ganando con dos goles a favor y ninguno en contra.

 Cuando dieron el silbatazo final, Mario pudo respirar y casi al mismo tiempo suspirar por el número catorce, que fue el primero en ser entrevistado por la cadena nacional que transmitía el partido. Estaba claramente cansado, sudando bastante y con la mirada algo perdida. Mario trataba de reconocer en él algo que hubiese visto antes, pero la verdad era que hasta ese día había evitado a toda costa ver los partidos en los que su amante participaba. Es más, jamás lo había visto jugar en ninguno de los equipos en los que había estado.

 Para Martínez eso siempre había sido algo gracioso pero en parte le había parecido atractivo acerca de Mario. Se habían conocido en una fiesta privada, de la cual habían salido juntos a una casa mucho más privada donde habían tenido una noche de sexo casual. Para Mario, eso había sido algo pasajero e increíble, algo que podría contar en el futuro a sus amigos o para alardear con ciertas personas. Cosas irreales.

 Sin embargo, durmió toda la noche con Martínez y al otro día se despertó mirando al jugador de futbol que seguía profundo. Solo lo observó un rato, hasta el momento en el que le pareció escuchar gente en alguna parte, cerca, y decidió que no podía arriesgarse. Se vistió de manera apresurada y salió como pudo de la enorme casa, corriendo por el jardín y luego saltando una cerca por su parte más baja. Le dio miedo que lo vinieran a detener algunos agentes de seguridad privada, pero eso no pasó.

 Pasaron semanas hasta que Martínez lo contactó por correo electrónico. Al comienzo tomó el mensaje como una broma, puesto que no tenía ningún sentido que una persona famosa enviara correos así como así, a cualquier persona, sin importar lo que había pasado antes. Mario borró el mensaje y decidió no ponerle atención. Llegaron algunos correos más pero los siguió borrando, cansándose de los bromistas que parecían no tener nada mejor que hacer que elaborar mensajes falsos.

 Fue cuando el futbolista apareció en su edificio un día que se dio cuenta que todo lo que había pasado hacía tantos días, todavía significaba algo. No solo para él sino también para el catorce, que había llegado con un guardaespaldas, convenciendo al portero que lo que venía a hablar con Mario era un tema de negocios muy importante y por eso la privacidad era lo primordial. Para sorpresa de todos, el vigilante cumplió su palabra de no decir nada, a cambio de un par de mercancía relacionada con la selección nacional, autografiada por el futbolista. Todo enviado a la casa del vigilante, casi al instante y con algunas sorpresas más por si eran necesarias.

 Esa vez, Martínez y Mario hablaron por largo rato. El futbolista le confesaba al otro que no había dejado de pensar en él desde esa noche de la fiesta y que se había sentido muy mal por no haber pensado en él cuando lo había llevado a la casa. No había calculado la cantidad de alcohol que había consumido y eso había causado que no se despertara a tiempo para poder ayudarlo a salir de la casa sin ser visto. Eso lo hacía sentir mal y se le notaba por su postura y su lenguaje físico, que hablaba mucho.

 Mario le dijo que no había problema pero la verdad pensaba en cual sería la mejor manera de cortar todo el asunto de una vez. Sí, había sido emocionante y muy placentero lo que había ocurrido, eso no se podía negar. Pero tampoco se podía negar el hecho de que, cada vez que hablaban de él en la televisión, siempre aparecían fotos de su mujer y sus hijos o incluso todos ellos aparecían como tal a su lado, como una gran familia feliz que nunca se aparta el uno del otro. Y para Mario eso era mucho más que incomodo.

 No solo era que no quería destruir una bonita unión familiar pero era más que todo el hecho de que no quería ser él el que causara semejante noticia a nivel nacional. Además, estaba el hecho de que él no había salido del closet ante todo el mundo, solo ante sus padres y algunos amigos, y la verdad no le sonaba muy buena la idea de que todo el país supiese que era homosexual y que, además, supieran que había sido la persona que había destruido una de las relaciones más celebradas por la gente.

 Sin embargo, y como siempre suele pasar, Martínez convenció a Mario para que pudieran seguir adelante con su relación. Aclaró que no era solo sobre el sexo, sino que también le interesaba poder llegar a conocer mucho mejor a Mario y poder hablar de él de cosas varias y compartir un poco de sus vidas, eventualmente. Mario sabía que eso no tenía ningún sentido, que no había ningún futuro en una relación que tenía que ser a escondidas. Pero se dio cuenta de su hipocresía, al no estar cómodo con ser abiertamente homosexual.

 Por eso le dijo a Martínez que sí, por eso tuvieron relaciones sexuales esa tarde y por eso hablaron por internet por mucho rato, a lo largo de todo el tiempo que Martínez tuvo para entrenar y prepararse para el evento más importante de toda su carrera como futbolista. Mario fue parte de todo eso.

 Por eso vio ese primer partido con alegría. Una alegría que le hizo doler el pecho porque sabía que no sería algo permanente. No se trataba de saber si las cosas iban o no a funcionar, sino de cuando dejarían de hacerlo y como sería ese final, para los dos. No podía terminar bien pero de resto, nada se sabía.