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lunes, 9 de mayo de 2016

Mi amigo el asesino

  Siempre querían saber lo mismo: si lo había visto en los días antes a que matara a toda esa gente o si tenía yo algún indicio de lo que iba a hacer. Y siempre respondí, una y otra vez, que no. No sabía nada, no había tenido la fortuna de leerle la mente a una de las personas que más quería y ahora yo era solo una parte más de todo el circo mediático que se armó. No solo por la masacre, sino también por el juicio y ser una de las personas más cercanas al asesino.

 Para mi es todavía difícil pensar en él como mi amigo el asesino. Para mí, el siempre será Simón, el que me había reír en clase y durante los descansos. Me acuerdo de él cuando veo alguna película y sé que él hubiese debido todos los datos sobre ella o cuando paso por alguna tienda juguetes y veo que a él le hubiese gustado tener uno de esos. Le encantaba coleccionar, sobre todo los relacionados a ciencia ficción y a videojuegos que a vece me enseñaba a jugar yo siempre fracasaba en entender.

 Más de una vez me preguntaron si yo había tenido algo que él, si había habido una relación íntima entre los dos. Y les respondo la verdad, lo mismo de siempre: Simón era un chico bastante privado con esa parte de su vida y solo hablábamos de sexo o cosas así cuando él lo planteaba. A mi a veces se me salían algunas cosas y él nunca se interesaba mucho por nada de eso. Nunca pensé que fuese por mi sino porque simplemente yo no le interesaba en absoluto.

 Supo que era homosexual casi enseguida. Siempre he tenido buen ojo para eso, o eso creo yo. Cuando me lo contó, le dije que lo sabía desde siempre y que no cambiaba nada nuestra relación. Fue muy extraño porque nos abrazamos y pensé que nuestra relación había mejorado en ese momento, que las cosas iban a cambiar al abrir esa puerta, al él contarme uno de sus más grandes secretos.

 Pero, de hecho, fue al revés. Parecía más triste que nunca y no me contaba nada de lo que le pasaba. Por ese tiempo yo tenía una novio con el que llevaba casi dos años. Él no hablaba mucho con Simón pero un día me dijo que le parecía que era muy raro y que yo debía preguntarle qué le pasaba. Dudé pero le conté a mi novio que Simón era gay. Pero según él, eso no era lo que era raro. Él creía que había algo más.

 Yo le pregunté, una y otra vez, si todo andaba bien. Lo llamaba algún día y le preguntaba si nos veíamos para tomar algo y casi siempre me decía que no. Yo le insistía y le preguntaba si había algo mal, si se sentía mal o si necesitaba algo. Pero él siempre me decía que no y que simplemente estaba ocupado con otras cosas. Nunca pensé que las otras cosas fueran tan chocantes para mí.

 Fue en el juicio cuando me enteré que todo ese tiempo había estado haciéndose cortes en los brazos. Traté de pensar si vi algo alguna vez pero creo que no, creo que nunca me fijé en nada las pocas veces que o vi por esa época. Recuerdo que había cambiado un poco su estilo y había empezado a ponerse sacos holgados. Decía que era porque se sentían bien para estar en la casa y no hacer nada.

 Como yo, Simón no tenía trabajo. Pero la diferencia era que yo me gustaba mis oficios, cosas pequeñas para hacer y en las que me pagaban cualquier cosa mientras conseguía un trabajo real. Él en cambio no parecía esforzarse en absoluto y yo siempre pensé que podía ayudar pero nunca supe como. Fue por ese tiempo que empezó a alejarse de mi y a hablarme menos. Yo pensaba, tontamente, que la razón era que tenía nuevos amigos o algo por el estilo. Que tonta fui…

 El día en el que sucedió todo, yo estaba con mi novio en la casa de su familia. Me habían invitado a comer y recuerdo que era pasta a la boloñesa. La verdad es que estaba muy rico todo, no sé porque lo recuerdo tan claramente. El caso es que la familia tenía la costumbre de dejar la tele prendida mientras almorzaban y fue entonces cuando el canal que tenían puesto interrumpió la programación para un boletín urgente: alguien había disparado varias veces en una reunión escolar.

 Al comienzo no le di importancia y eso me hizo sentir pésimo. Ignoré la noticia por el resto de la tarde que pasé en esa casa y solo volví a oír sobre ella en la noche. Prendía la tele cuando llegué a mi casa pero entonces me puse a hablar con mi mamá sobre el almuerzo y después le conté de un vestido que había visto y de no sé qué otras cosas. Muchas cosas sin importancia. Y fue ella, mi madre, la que lo vio primero en la pantalla y me hizo dar la vuelta para verlo.

 Se veía mal. No era para menos. Estaba pálido y lo llevaban en una camilla, esposado a ella por una muñeca. Al parecer no podía moverse mucho de todas maneras. Le habían puesto una máscara de oxígeno y lo metieron a una ambulancia rápidamente. Solo fueron algunos segundos pero las dos supimos que era él. Yo no sabía que pensar, que decir o que hacer.

 Así que no hice nada. Esa noche casi no duermo y, cuando me desperté, empezó a sonar el teléfono. Fue la primera vez durante todo el proceso y no dejarían de sonar los teléfonos hasta mucho tiempo después. Aún suenan, a veces. Tuve que cambiar mi número de celular varias veces y mis padres cambiaron la línea fija también un par de veces pero siempre averiguaban el nuevo número.

 Yo trataba de ignorarlos pero a veces estaban allí cuando iba a llevarme el carro por las mañanas o incluso cuando sacaba la basura. Fue por entonces cuando terminé con mi novio y, al poco tiempo, inicié una nueva relación con él que hoy es mi esposo. Creo que gracias a él pude superar mucho de lo que ocurrió entonces. Todas las preguntas y los ataques y la culpa. Todo era demasiado para una sola persona y eso que yo era solo una amiga. Varias veces no dormía pensando en él.

 Fui llamada a testificar en el juicio a favor de él pero no pude decir mucho, solo lo que yo ya he contado aquí: que éramos buenos amigos pero que él me fue haciendo de lado con el tiempo hasta que oí lo que había hecho. La reunión en la que había abierto fuego era una de su antigua clase del colegio. Alguna vez me había hablado de ellos, diciendo que había sido la peor época de su vida y que odiaría volver a vivirla si le tocara. Eso dije en el juicio.

 Mostraron fotos de la masacre y, como todo el mundo, no pude evitar llorar. Los había ejecutado, no solo asesinado. Era horrible pensar que la persona que me había hecho reír por tanto tiempo era la misma persona que había hecho todo eso, que había sido capaz de torturar a tanta gente en un salón de eventos que había sabido bloquear y al que había metido un arma y un tipo de ácido con el que le arruinó el rostro a un par de personas. Creo que los odiaba más que a los otros.

 Sin embargo, seguí pensando en él, En parte porque sentía algo de culpa, pero también creía que en algún lado debía estar mi amigo. Cuando el juicio hizo un descanso por algunos meses, él me pidió que lo visitara y fue la única vez que lo vi en prisión. Tratamos de hablar como siempre, pero había una barrera enorme donde antes no había nada. De su parte y de mi parte había algo que nos bloqueaba. Le llevé un kit de limpieza personal y le deseé lo mejor.

 Por ese tiempo, me fui a vivir con mi novio y me pidió matrimonio. Yo dije que sí al instante porque él había sido una de las mejores personas conmigo. No solo me quería sino que de verdad le importaba como estuviera. Se preocupaba por mí. El juicio se reanudó y creo que Simón pudo ver mi anillo pero no pudimos hablar, nunca más. Lo condenaron a cuarenta sesenta años, la condena más alta.

 Yo lloré. Me daba vergüenza pero al fin y al cabo era como un hermano para mi y me dolía. Los periodistas me acosaron por mi reacción pero los mandé al diablo. Mi novio propuso que visitara a Simón al menos una vez antes del matrimonio. Que intentara reconectar, una última vez.

 Pedí que me pusieran en su lista de visitas pero nunca logré entrar a la cárcel. Solo una semana después de su condena, otro recluso lo apuñaló en la cafetería de la cárcel. Dijeron que era un tipo inestable, un loco que no debía estar allí. Pero estaba y así terminó la vida de Simón.


 Los periodistas me acosaron. Yo aproveché la boda para desaparecer, para perderme de todo. Pero tiempo después, decidí aceptar una de ellas. Dar mi versión de los hechos era lo correcto y no tenía porque pedir perdón ni sentirme mal por haber tenido un amigo que había caído en al oscuridad.

jueves, 18 de febrero de 2016

Sangre

   La sangre de Daniela cayó en pequeñas gotitas sobre las flores, resbalando sobre los pétalos hasta caer en la tierra debajo de las plantas. Se quedó un momento observando el amplio corte que se había hecho con las tijeras para cortar las flores, viendo como la sangre seguía saliendo y como sentía el flujo del liquido por entre la herida. Dolía pero era fascinante para ella, como si sangrar fuera algo nuevo. Cuando empezó a sentirse débil reaccionó y fue caminando, tranquila, hacia el edificio principal de la plantación. Allí había siempre una enfermera, una mujer gordita y muy amable que le curó el dedo en un dos por tres.

 Cuando salió al invernadero, el sol brillaba furiosamente sobre los campos. Volvió adonde se había cortado y continuó hábilmente con su trabajo, aumentado la velocidad un poco pues tenía una cuota que cumplir. Sus manos era increíblemente hábiles y no usaba guantes porque decía que le era más fácil saber por donde cortar si lo hacía con las manos desnudas, usando su tacto nada más. Las reglas era que tenía que usar los guantes y los llevaba en la cintura pero nunca los usaba. Solo se los ponía cuando venía algún supervisor o cuando su turno terminaba, después del mediodía.

 Apenas salía de allí volvía al pueblo en un camión en el que todas las mujeres de la plantación se subían para que las acercaran a sus casas. Pero ella no veía su hogar en todo el día, prefiriendo comer algo en la plaza de mercado y luego yendo a trabajar a la tienda de Doña Marta, una amiga de su madre cuando esta vivía. Los dos trabajos le daban lo justo para poder comer decentemente todos los días y poder mantener a sus hermanos menores.

 Comiendo una sopa con todo y caliente, el dedo cortado de Daniela empezó a sangrar de nuevo, causándolo un horrible dolor. La venda que la enfermera le había puesto parecía no haber servido de nada pues estaba tan roja como una de las rosas de la plantación. Tuvo que coger la cuchara con la otra mano e ignorar el dolor, lo que era casi imposible. No terminó la sopa y le dijo a la mujer del puesto que no tomaría jugo. Pagó y salió a la calle a buscar el camino hacia la tienda.

 Estaba solo a cuatro calles pero en su camino Daniela empezó a sentirse de verdad mal. No era solo el dedo en el que sentía pulsaciones de dolor sino que ahora la cabeza le daba vueltas y se sentía con ganas de vomitar. La gente que la veía la miraba como a un bicho raro, pues ella se apoyaba en los muros de las casas y respiraba apuradamente. Además había empezado a sudar frío y a temblar como loca. Faltando solo una calle más para llegar a la tienda, Daniela cayó del andén a la calle, desmayada, raspándose la cara y las rodillas pero también sangrando por la boca.

 Cuando se despertó, reconoció al instante dónde estaba. Era una de las grandes salas del antiguo hospital del pueblo vecino, que era más grande que el suyo. Reconocía el lugar pues su madre había estado internada por varios meses allí hasta que su cuerpo no pudo más y la dejó sola en el mundo con sus hermanos. Se sentía muy débil, como si la hubieran golpeado, y no quería ni siquiera mantener los ojos abiertos. Los cerró para ahorrar energía y entonces oyó la conversación de dos enfermeras. Intuyó que hablaban de ella pero como se fue deslizando hacia sus sueños, nunca escuchó las palabras exactas.

 Se despertó de nuevo cuando ya estaba oscuro y ahora se sentía menos débil y notaba que estaba menos medicada que antes. Sentía dolor en su cara, en sus piernas y en su mano pero no podía hacer nada más sino estar ahí, echada en la cama sin decir nada pues las palabras tampoco lo salían. Quiso llamar a alguien, que la vieran y se acercaran a hablarle, pero eso no fue posible. Era como si hubiera perdido la facultad del habla, como si ya no fuera a poder hacerlo nunca más. Un sentimiento de desesperación se apoderó de ella y entonces las máquinas que tenía conectadas al cuerpo fueron las que hicieron ruido por ella. Vinieron a inyectarle varias cosas y para cuando se fueron Daniela, de nuevo, estaba dormida.

 En la noche tuvo una pesadilla horrible, de esas que dicen que a todo el mundo le pasan: caía eternamente por un apertura circular que luego era otra y otra y otra y así hasta el infinito. Las formas cambiaban a veces y el color del entorno pero la pesadilla en sí no era modificada. Cuando ese mal sueño por fin terminó, se sintió rara y creyó haber cambiado de espacio. Sentía frío y voces lejanas pero eso terminó rápidamente. Luego tuvo otro sueño, uno tan violento que su mente misma se encargó luego de jamás dejarlo subir a la consciencia de Daniela.

 Despertó de nuevo, a la mañana siguiente. Se sentía un poco mejor pero todavía muy adolorida. Una enfermera vio que estaba despierta y enseguida le trajo algo de beber. Le contó que no podría comer solidos por unos días pero que no se preocupara por eso. La idea era que se recuperara lo más rápido posible. Ella no entendió muy bien pero no preguntó nada. Solo bebió su jugo lentamente y luego durmió.

 Lo hizo toda la noche, sin apenas moverse o despertarse unos minutos. Al otro día concluyó que algo debía de tener el jugo para hacerla dormir tanto pero la verdad era que no le importaba porque no había soñado y ahora se sentía mucho mejor. Podía mover sus manos, el dolor en general era menor pero sí se sentía muy débil todavía. Trató de hablar y solo podía susurrar pero eso era suficiente para comunicarse en el hospital.

 Un médico vino esa misma tarde y le explicó lo sucedido. Su corte en el dedo, para resumir la historia, había sido el culpable de todo pero a la vez su salvación. Ese corte profundo había alterado hormonas en el cuerpo que ya estaban alteradas desde antes y habían hecho que el cuerpo reaccionara de manera violenta para luchar contra algo mucho peor que subyacía en el estado médico de Daniela y que ella no había notado. El hombre le preguntó, antes que nada, por su historial amoroso, algo que la incomodó mucho. Ella respondió que solo había tenido una pareja y que hacía unos años había dejado el pueblo para trabajar como obrero en la capital. Después nunca más tuvo tiempo para novios o cosas de esas.

 El médico entonces le explicó que habían encontrado que en su vientre tenía un feto calcificado, es decir, un bebé que nunca había evolucionado más allá de sus primeras etapas de crecimiento y simplemente había quedado allí. El corte en su dedo había dejado entrar unas baterías muy especiales de las rosas que atacan un poco por todas partes, pues básicamente es veneno. Llegó hasta su vientre y por eso ella colapsó en la calle. Los raspones en la cara y las piernas respondía a una caída violenta pero se curarían sin duda.

 Daniela tenía la boca ligeramente abierta pues estaba entre la sorpresa y no entender del todo que era lo que pasaba. Le explicaron entonces que había sido sometida a una cirugía en la que le había extraído el feto y la habían tenido con antibióticos fuertes para eliminar tanto el veneno de las rosas como cualquier batería o infección relacionada al feto. El médico entonces le preguntó a Daniela si entendía lo que había pasado y ella le respondió que si podía verlo. Era algo muy raro y se arrepintió apenas lo dijo pero el médico le dijo que solo podría verlo cuando estuviera mejor pues podrías ser algo difícil.

 Días después, antes de darle la salida a Daniela, la llevaron a una zona fría del hospital donde guardaban diferentes especímenes, órganos para transparentes y cosas por el estilo. La hicieron esperar junto a una mesa y entonces le trajeron un frasco bastante grande y adentro estaba lo que debía ser el feto, su hijo en otras palabras. Sí era impactante pero fácil de aceptar. Preguntó si se sabía el sexo pero ellos dijeron que era difícil de saberlo pero que lo más probable era que fuera un niña.


 Entonces, con Daniela sosteniendo el gran frasco, empezó a sangrar por la nariz y las gotas cayeron suavemente sobre el vidrio que la separaba de su hijo. Las gotas resbalaron y ella entró en un trance extraño por varios minutos. La hicieron sentar, se llevaron el fresco y ella quedó allí, con los labios rojos de sangre y con la mente llena de pensamientos extraños. Daniela había quedado atrapada allí, para siempre.