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viernes, 28 de diciembre de 2018

El llamado


  La selva ardía y no podíamos hacer nada para detenerlo. El fuego subía por los árboles como si estuviera vivo, carcomiendo la madera y haciendo que el ruido llenara los oídos de todos los que estábamos observando. Uno de los indígenas llamaba por la radio a los bomberos del pueblo más cercano, pero no era muy posible que llegaran pronto. El humo había vuelto el aire un infierno igual que el que se pasaba de árbol en árbol. La mayoría de los que estábamos allí solo podíamos observar lo que ocurría, sin hacer nada más.

 Al otro día, exploramos los restos carbonizados de los árboles, que ya habían sido empujados por el viento hacia un lado y el otro. Era increíble el silencio que había, sin animales ni ningún tipo de planta viviente. Los insectos habían huido quien sabe adónde y la mayoría de los indígenas ni siquiera querían acercarse. Para ellos, el sitio era sagrado y su destrucción era algo que debían primero procesar para luego hacer una ceremonia que ayudara a los espíritus pasar a una mejor vida con el resto de sus ancestros.

 Solo un pequeño grupo se acercó a los restos, con uno solo de los indígenas que dijo tener que mirar solamente hacia abajo para no tener que ver toda la destrucción causada la noche anterior. Por los sonidos que hubo a primera hora del día, era obvio que los bomberos habían venido muy temprano pero su llegada había sido demasiado tarde. Al menos habían detenido el fuego antes de que pasara a una zona más cercana al centro de la comunidad. Pero ahora ya no había nadie, todo estaba en absoluto silencio.

 Tocamos el suelo y nos quedaron las manos negras. Ver ese color en las manos de cada uno de nosotros nos impactó, en especial porque en esa misma parte de la selva había ocurrido nuestra ceremonia de introducción a la cultura de los indígenas. En esa ocasión nuestras manos habían sido pintadas de muchos otros colores a partir de los tintes naturales de la selva. Había amarillo, verde, blanco y rojo, colores que mezclados representaban todo lo que existía en el mundo de las personas que vivían en ese mundo.

 Habíamos luego lavado esos colores en el río, creando surcos en el agua que parecían cobrar vida con el movimiento del fuego de las antorchas y del agua misma. Nuestros cuerpos parecían mezclarse con el agua misma, con los aceites que habían sido extraídos con cuidado de las plantas, con la brisa misma que surcaba con suavidad sobre todo y con el cielo estrellado que teníamos sobre las cabezas. Fue un momento hermoso, lleno de una paz extraña que invadió nuestros cuerpos y nos ayudó a dormir esa noche. Fue un sueño tranquilo, sin sueños, totalmente perfecto.

  Pero de eso ya no había nada. Nuestros pies quedaron completamente negros de caminar tanto entre las maderas retorcidas. Cuando regresamos al pueblo, no había nadie adentro de las estructuras. Todos estaban afuera, trabajando o haciendo lo que hacían normalmente. Se habían pintado en sus brazos la marca del duelo y habían seguido con sus vidas, como lo dictaban sus costumbres. No podían detenerlo todo por una tragedia que no era nueva, que ahora se había convertido en algo casi cotidiano.

 Los fuegos arrasaban con frecuencia la selva, tragándose partes pequeñas cada cierto tiempo, carcomiendo un poco a la vez hasta que un día ya no habría nada. Los indígenas sabían que era algo posible, que el futuro se les venía encima pero no podían cambiar su estilo de vida de un momento a otro. E incluso si lo hicieran, eso no garantizaría que vivirían mucho más de lo que la selva sobreviviría, si es que lo hacía. Planeaban lo de siempre y luego ya pensarían en grupo que acciones tomar.

 Pero no eran todos iguales. Algunos hablaban con los granjeros de las fincas vecinas, para ayudarlos a atrapar a los leñadores y a los pescadores ilegales que entraban a destruir la selva a cada rato. También los ayudaban a no matar a los animales que invadían las granjas para comerse las vacas. Los dormían con químicos especiales de la selva, que eran muy apropiados para tratar los animales y no matarlos de un sobredosis. Buscaban tener una relación en la que ambos se beneficiaran, para construir algo mejor.

 Pero muchos de los incendios no eran precisamente causados por el calor o por productos de turistas dejados en la mitad de los árboles. Eran mucho de los granjeros que quemaban árboles pues necesitaban cada vez más espacio para plantar soya y maíz o para pasear de un lado al otro sus reses. Incluso había veces en las que se dejaban comprar por empresas madereras para que ellos quemaran los árboles y luego los leñadores les pagaran por sus acciones. Eran crímenes que a nadie le importaban.

 Muchas veces habían venido extranjeros, como nosotros, a visitar las comunidades para conocer más de la cultura y tener una experiencia especial. La idea era que cuando vinieran se les enseñara la realidad de vivir en la selva, los riesgos y lo que tenían que afrontar en el futuro inmediato. Pero la gran mayoría de los visitantes nunca volvían y jamás corrían la voz de lo que habían visto. Para ellos había sido solo una oportunidad de pintarse la cara y hacer algo “exótico”, diferente a lo que eran sus vidas en las grandes ciudades, fuera de sus repetitivos y alienantes trabajos.

 Algunos indígenas querían prohibir el ingreso a más visitantes de afuera y fue en ese momento cuando llegamos nosotros, con nuestras cámaras y preguntas sobre todo y nada. Muchos nos dieron la espalda y luego enviaron a una persona para dejar en claro que no tenían ningún interés en conocernos o en compartir con nosotros. Respetamos su decisión y nos dedicamos a construir nuestro programa con aquellos que sí se acercaban y tenían curiosidad de lo que hacíamos e incluso de nuestras vidas.

 Fueron ellos los que nos introdujeron a su mundo, con la ceremonia en el bosque y luego en el río. Nos enseñaron al pasar de los días a pescar y a cazar, a identificar las flores que usaban para sus medicinas, así como las plantas que necesitaban en el día a día. Grabamos todo lo que pudimos, sin pedirles nada sino solo dejando que sus vidas pasaran por enfrente de nuestros lentes. Pudimos ver la vida real que esas personas llevan en un sitio tan remoto, como son de verdad y no como creemos que son.

 Cuando llegó el momento de irnos, nos hicieron una fiesta muy divertida y especial e incluso aquellos que no nos querían allí asistieron, tal vez felices de que nos fuéramos. Sin importar la razón, estuvieron allí compartiendo comida con nosotros y dándonos una nueva muestra de sus cultura. Bailaron para nosotros, cantaron y también desplegaron algunos otros de sus talentos. Fue una experiencia única, que creo que se incrusto en el pensamiento de cada uno de nosotros y nos comprometió con ellos de manera permanente.

 En el avión de vuelta la ciudad, empezamos a trabajar, editando de una vez algunos de los apartes que habíamos grabado. Todos estábamos como distraídos, como si todo lo que hubiese pasado no fuese real. Debía ser lo que sentían todos los que habían estado allí antes de nosotros y por eso sus respuestas a todo lo ocurrido habían sido similares. Por eso nadie había hecho nada, no que fuera algo muy fácil de hacer. Era extraño como se sentía, por eso ya no hicimos nada más hasta muchos días después.

 Sin embargo, cuando por fin empezamos a trabajar, los hicimos sin parar ni un solo momento. Estuvimos encerrados día y noche, apenas comiendo y saliendo a la calle a ver la luz del día. Queríamos que todo fuera perfecto y cuando lo tuvimos terminado sentimos que era lo mejor que podíamos dar.

 Nunca sabremos de verdad si el programa tuvo el efecto deseado. Pero la realidad es que nos esforzamos tanto como pudimos y desde ya planeamos nuestro regreso. Se siente como algo necesario, como algo que no podemos evitar así lo quisiéramos. La selva nos llama.

viernes, 5 de octubre de 2018

La ceremonia de Manuk


   El hombre tenía la piel azul, como el color del cielo. Era un poco inquietante, sobre todo porque la mitad de su cara estaba cubierta de pintura negra. Esto era simplemente un maquillaje ceremonial que debían usar todos los hombres de cierta edad. Dejaban atrás los años de la juventud y entraban a los de la adultez, con todas las responsabilidades y deberes que eso conllevaba. Y el primer paso para pasar a esa nueva etapa era ejecutar una de las ceremonias más antiguas de ese pueblo, pasada por generaciones de padres a hijos.

 Las mujeres tenían el suyo propio pero era diferente y los hombres nunca habían sabido de que se trataba. Para ser claros, los hombres no se interesaban por eso ya que en aquella comunidad nadie se metía en los asuntos de los demás, a menos que esos otros lo pidieran de manera expresa. Así que las ceremonias eran casi secretas, aún más cuando se desarrollaban casi en completa soledad. Solo asistían el involucrado y un chamán que, guiado por las estrellas y los animales, llegaba adónde fuera necesitado.

 El joven que cruzaba la selva en ese momento se hacía llamar Manuk, y desde ese momento sabía que se convertiría en el más importante y notable cazador de toda su tribu. Había practicado en secreto, cosa que estaba prohibida, y tenía claro que no había otro futuro para él. Incluso ya tenía sus armas favoritas e incluso había aprendido de las matronas algunas recetas y técnicas para cocinar los animales. No era suficiente para él dar el siguiente paso natural en su vida. Tenía que hacerlo mejor que los demás.

 Como todos los de su tipo, Manuk se había adentrado a la selva con la intención de buscar el lugar donde tendría lugar la ceremonia. Ningún hombre sabía nunca como sería todo el asunto, ni siquiera el lugar o el chamán que estaría presente. Casi todo era un misterio, excepto el hecho de que debían pasar por ese acontecimiento para en verdad ser considerado hombres con una profesión clara. Algunos decían que los dioses eran los que susurraban todos los detalles al oído, pero Manuk de eso no sabía nada.

 Las gruesas y grandes hojas amarillas y purpuras de los árboles bajos se cruzaban por el camino, pero Manuk sabía por donde iba. A diferencia de otros de su tribu, él ya había estado en aquellos parajes. Se escapa en las noches y cazabas serpientes de diez metros y gruesas como un árbol, así como los increíbles conejos, que eran capaces de usar sus orejas para volar lejos de quienes quisieran comerlos. Lo que lo diferenciaba a él de otros era que de verdad le tenía respeto a aquellas criaturas, le fauna original y salvaje de su mundo, los cuidadores originales de su tierra.

 Tuvo que caminar dos días enteros por la selva, sintiendo y escuchando con cuidado todo lo que ocurría alrededor. Recordaba los cuentos de las matronas, en los que varios de los hombres que habían partido a su ceremonia jamás regresaban. Hay que decir que era normal partir luego y empezar una familia lejos de la comunidad central, pero también era una posibilidad la de desaparecer por completo sin dejar rastro. Había algunos que simplemente no estaban hecho para la tarea.

 Manuk sintió, de un momento a otro, un vacío increíble en su interior. Era una sensación preocupante, que lo hacía pensar en mil cosas a la vez. Era como si su cerebro se volviera loco y empezara a mostrarle todos sus recuerdos al mismo tiempo, casi impidiendo el uso de sus ojos o de sus piernas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en la tierra, siendo observado por criaturas peludas desde lo más alto de los árboles.  Los hubiera cazado de la rabia, pero sabía que era necesario seguir.

 Esa extraña sensación había causado en él un efecto bastante extraño: sentía que podía detectar el movimiento de todo lo que lo rodeaba. No se trataba nada más de los animales y el viento, sino del planeta mismo. Era como si ese dolor, esa agonía inexplicable, lo hubiese conectado de manera increíblemente profunda con todo lo que existía a su alrededor. Se sentía raro pero Manuk supo que ese era el punto de todo el viaje. Debía confiar en lo que sucediera, así como en sus más básicos instintos.

 La nueva sensación le hizo ver que había estado caminado en el sentido contrario al que debía dirigirse. Sin tomar descanso, casi corrió por horas, compensando una distancia increíble que había desperdiciado durante los últimos días. No paraba. No le daban ganas de detenerse a descansar, ni tenía hambre ni sed. Solo miraba hacia delante y seguía y seguía, puesto que la meta para él estaba demasiado cercana y no tenía sentido alguno bajar la guardia faltando tan poco y con semejante nueva herramienta a la mano.

 Al siguiente amanecer, Manuk surgió de la selva y fue a dar a una inmensa playa. Él jamás había visto tanta agua junta y sobre todo tan clara y hermosa. La arena del lugar era del negro más profundo y los pies del joven se marcaban con suavidad a cada paso que daba. A lo lejos, pudo divisar unas rocas enormes, tal vez tres veces más grandes que el propio Manuk. Supo que era hacia allí que debía dirigirse, que ese era su destino final y que su vida cambiaría en cuestión de momentos. Su corazón latía muy deprisa, pero no sabía si era por la emoción o por no parar desde hacia horas.

 Cuando llegó a las rocas, se detuvo en seco. El sentimiento extraño que le había llegado en la selva, desapareció sin dejar rastro. La ausencia causó algo de mareó en el pobre Manuk, que cayó de rodillas sobre la arena, a poca distancia del agua. Tuvo ganas de vomitar, pero no tenía nada en el estomago para vomitar. Todo su cuerpo estuvo en pánico y dolor por un momento, esperando que pudiese retomar la misión que había comenzado. Alzó como pudo la cabeza y miró hacia un lado, hacia la piedra más grande.

 De pie, justo al lado de la roca, estaba un hombre muy delgado. El color azul de su piel se había vuelto más intenso, cosa normal en los adultos mayores de la especie. Tenía rayas dibujadas por todo su cuerpo con una tinta amarilla intensa: eso significaba que era el chamán para la ceremonia. No dio ni una sola palabra mientras Manuk se puso de pie como pudo, se acercó al hombre, y agachó su cabeza frente a él en señal de respeto. El hombre, como previsto, puso una mano sobre la cabeza de Manuk y rezó en voz baja.

 Según la tradición, la ceremonia debía tener lugar en el mismo sitio donde se encontraran el chamán y el joven. Así que esa playa de arena oscura y la enorme roca harían de templo por un día. Manuk se arrodilló, como intuyó que debía hacer, y el chamán entonces empezó a invocar a las fuerzas de la naturaleza, pero sobre todo al mar mismo. No siempre se elige el mismo elemento pero estando en la playa era obvio que el mar debía de ser una parte importante de la ceremonia del chico.

 El agua empezó entonces a moverse, a retorcerse casi, estirándose desde la playa hasta acercarse a los dos personajes. Lentamente y como una serpiente, el agua empezó a apretar a Manuk hasta tenerlo por completo en una burbuja a la que le rezaba el chamán. El hombre no parecía impresionado por lo sucedido. Solo seguía con sus oraciones y hacía algunos movimientos extraños, como dirigiendo al agua pero ella ya no se movía. La burbuja envolvía a Manuk y, dentro de ella, él abrió los ojos y la boca.

 Pero no se ahogó. Respiró como el más común de los peces. Irguió bien la cabeza y pareció feliz, como si algo de verdad importante hubiese cambiado en su interior. Su expresión era casi eufórica. Se levantó y la burbuja creció, ajustándose a su talla ahora que miraba de frente al chamán.

 Hubo más rezos y Manuk respondía, en un idioma que ya nadie usaba. Poco después, el agua empezó a retirarse y pronto el joven descubrió que ya no era un niño sino un hombre. El chamán lo bendijo una última vez y se despidió con una sonrisa. Manuk hizo lo mismo, todo el tiempo, de regreso a casa.

lunes, 4 de julio de 2016

Graduación

   La ceremonia empezó sin mayor retraso. Cada persona tomó su asiento al instante, de manera ordenada. Las luces únicas luces que quedaron prendidas fueron las del escenario, donde un hombre empezó a hablar casi de inmediato. La verdad, la mayoría de las personas no lo ponían atención. Aunque muchos lo grababan con sus celulares, otros utilizaban esos mismos aparatos para ver que más estaba pasando en el mundo. No le interesaba o muy poco lo que tenía que decir el dueño y señor de la universidad.

 Después vino el discurso de uno de los graduados y eso fue mucho más divertido, pues todo el mundo escuchaba con atención para saber en que momento sería adecuado burlar o decir algo. Fue un rato divertido, pues el joven que leía se perdió unas cuantas veces y parecía estar a punto de reír muchas otras. Se notaba que a la gente de la universidad no le caía nada en gracia que lo hiciera pero a los alumnos les fascinaba tener algo de que reírse.

 Cuando el joven terminó, vino otro discurso más. Cada año invitaban a una celebridad, algún erudito de la ciencia o las letras para que llenara de bonitas palabras el ambiente. Ciertamente el invitado de ese año era alguien muy interesante pero la gran mayoría de las personas los escuchó solo a ratos. Antes de que empezara a hablar, cuando lo introdujeron como “poeta y autor”, casi todo el mundo decidió al instante no ponerle mucha atención pues suponían que sería sorprendentemente aburrido.

 Técnicamente, no se equivocaron. Hubo algunas anécdotas graciosas, unas observaciones inteligentes, pero el resto fue tal cual se esperaba. Por fin, el tipo dejó de hablar y entonces comenzaría la última etapa de la ceremonia: la entrega de diplomas. Esa era la razón para la que todos habían venido. Las palabras bonitas y los adornos encima de un papel les daba un poco lo mismo. Les interesaba lo que ese papel podía hacer para sus vidas y que significara que no habían perdido el tiempo.

 Faltaban muchas personas, pues algunos no estaban en el país o no habían cumplido con todos los requisitos para recibir su diploma ese día. Seguramente tendrían que reclamarlo en la sede de la universidad, sin vítores de compañeros ni fotos de padres orgullosos. La ceremonia tenía ese sentido muy relacionado con el orgullo y el estar seguro de si mismo. Era algo especial, a pesar de todo.

 Uno a uno, todos los jóvenes en el recinto pasaron a tomar su diploma. Algunos hacían algo gracioso después pero la mayoría solo estrechaba la mano de los directivos y seguía su camino hacia fuera del escenario. Cada persona tenía sus estilo, su manera de celebrar el mismo logro. Al final, era el mismo para todos, no importaba la disciplina.

 La siguiente etapa del día siempre era la misma en la mayoría de familias. Los que tenían algo más de dinero optaban por invitar a su graduado, o graduados si eran más de uno, a comer algo especial para celebrar la graduación. El lugar de celebración cambia según lo que pueda costear cada familia pero casi siempre la idea es que sea un lugar que valga la pena, al que no se vaya todos los días. Se trata de hacer que la persona se sienta especial y única.

 A veces comen los más finos cortes de carne, otras veces pescados y comida de mar perfectamente marinados. El pollo casi nunca es una comida de celebración pues es poco frecuente que se use en platillos caros. Por supuesto, todo va acompañado de un buen vino y de un brindis que puede ser largo o corto, pero eso depende de la familia que lo celebre. Algunos se alargan con discursos sin destino pero sentidos y otros solo tienen el brindis y poco más.

 Esas comidas de celebración normalmente no toman mucho tiempo. Lo normal para una cena especial, que suelen ser dos horas considerando que la comida demora más en llegar a la mesa y que nadie tiene verdadera prisa de llegar a ningún lado. Son casi siempre en la tarde, pues la noche está reservado para otro tipo de celebraciones. Después algún postre la gente se dirige casi corriendo a casa, a descansar.

 Los que tienen menos dinero para gastar o quienes tal vez estén solos y no tengan con quien festejar, pueden inventarse diversas maneras de hacerlo a su manera. Por ejemplo, está el hecho de ir a cualquier restaurante común y corriente pero agregándole alguna celebración extra para indicar que el momento lo amerita. El vino también puede jugar un papel, aunque seguramente la calidad del mismo sea comparativamente inferior al del caso anterior.

 Es un almuerzo mucho más corto pero seguramente igual de familiar y de cercano. Al fin y al cabo, la gente está orgullosa de graduado sea como sea, no importa la celebración. Lo que interesa es que sea un día feliz y memorable, del que se pueda sentir orgulloso en el futuro y que pueda recordar una y otra vez, como uno de los momentos más felices de su vida, sin exagerar.

 Eso sí, hay muchas personas que no tienen como celebrar. Y otras que no tienen familias. Normalmente la solución es la misma en estos casos: se celebra en casa con algo más personal pero más sentido. Puede que no haya vino pero podría haber algo más, sea lo que sea. El caso es que se celebre de alguna manera porque no hay quien no considere la graduación un logro.

La noche está reservada para la celebración entre graduados. Casi todos los celebran del mismo modo y, si sus padres no les dan dinero, seguramente ellos han ahorrado ya lo suficiente para pasar el mejor rato posible. En esto, nadie es diferente ni especial. Todos celebran porque sienten que es el día que sean han ganado para celebrar y estar con sus compañeros, aquellos con quienes se ha logrado el objetivo. El orgullo normalmente es motor suficiente para toda la noche y hasta el día siguiente, en la mañana, cuando el alcohol lo ha agotado casi por completo.

 Porque claro, sin alcohol, la mayoría de graduados no siente que haya ganado nada ni llegado a ninguna parte. Sea cerveza o alguna otra bebida alcohólica, siempre tienen que estar presente para, supuestamente, alegrar el ambiente. Normalmente esto es cierto, pues ayuda a subir el ánimo y a que el baile y la diversión duren mucho más tiempo de lo que uno pensaría. El gasto en alcohol es normalmente exponencial. Es decir, se comienza de a poco y al final de la noche gastan los que tengan más dinero.

 Los que no tengan casi, saben que es su noche para aprovechar el dinero de otros. Y no se ve como algo malo, al fin y al cabo todos están celebrando. Así que si una persona toma de una botella que no ayudó a pagar, la verdad no interesa porque nadie está vigilante un objeto de vidrio con tanto ahínco. Prefieren disfrutar la noche y tener mucho que contar los días que sigan, para construir el mejor recuerdo posible.

 Se trata de “hacerlo memorable”, lo que es gracioso pues el hecho de graduarse debería ser lo suficientemente memorable. Sin embargo, a los jóvenes les fascina que todo tenga un significado más personal y que no todo tenga que ver con el estudio como tal. La graduación también celebra las relaciones construidas durante el tiempo de la carrera, celebra aquellos dramas cotidianos y todas las costumbres y anécdotas graciosas que tienen para contar por muchos años más.

 Esas relaciones son las que todavía esa noche y mucho después, afectarán su manera de ver el mundo y de interactuar con los demás. Además, tienden a tener un efecto mucho más duradero que en el pasado, tal vez porque la personalidad de las personas termina de forjarse en sus años de universidad y logra establecerse por completo. Es decir, ya son personas completamente formadas, completas.


 La celebración termina al otro día, casi para todos, cuando despiertan y tienen recuerdos borrosos de todo lo ocurrido. Otros recuerdan mejor otros peor pero todos entienden la importancia del ritual. No importa cómo se haga, donde o con quién, es primordial entender su rol en nuestras vidas.