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lunes, 17 de septiembre de 2018

Madres


   Elisa bebió una botella entera de agua en pocos segundos. Después tomó otra, pero solo consumió la mitad de su contenido. Después solo se sentó y trató de recuperar su respiración, pero le era difícil. Desde donde estaba, podía ver como pasaban los demás concursantes de la carrera, cada uno con su número en el pecho y con cara de no poder moverse nunca más a tal velocidad. Todos se agolpaban alrededor de la gente que daba las botellas de agua y ver eso hizo que Elisa se tomará lo que quedaba en la suya.

 Tocó sus piernas con una mano y se dio cuenta que estaban algo entumecidas, casi no podía ni sentirlas. Empezó a moverlas arriba y abajo, haciendo girar los tobillos ligeramente. Uno de los organizadores la vio haciendo esto y se le acercó para preguntar si estaba bien. Elisa trató de sonreír lo mejor que pudo y le dijo que todo estaba bien. El chico respondió también con una sonrisa y le dijo que en pocos minutos habrían llegado todos los concursantes y entonces podrían entregar las medallas y los premios a los tres primeros corredores.

 A Elisa se le había olvidado por un momento ese detalle. Como había gastado sus últimas energías en el último segundo, no se había fijado cuantas mujeres más había en su cercanía. Cuando corría de esa manera no tenía tiempo ni la intención de estar mirando a un lado o al otro. Tenía que poner toda su concentración en poder llegar a la meta, sin importar cuanto lo que costara o que le doliera. El caso es que podría haber ganado su categoría pero no tenía ni idea si eso de verdad fuese posible.

 Cuando los últimos concursantes llegaron, la gente explotó en aplausos y vítores. Elisa se puso de pie y se dio cuenta que sus piernas estaban casi dormidas, por lo que tenia que caminar para no quedarse allí sentada más rato del necesario. Además, ya todos se estaban acercando a la tarima central para escuchar lo que los organizadores tenían para decir. Algunos sabían que no iban a ganar nada pero otros estaban expectantes pues creían tener la posibilidad de al menos ganar una de las brillantes medallas.

 Elisa se sostuvo como pudo, apoyándose ligeramente contra un poste de luz que en ese momento no estaba sirviendo aunque pronto lo haría. Al mirar al cielo, notó que gruesas nubes oscuras se acercaban y el viento parecía decidido a traerlas encima del parque donde estaban reunidos. En ese momento, Elisa solo quiso estar en casa, con su pequeño hijo y su perro labrador. Eran los tipos de tardes que le gustaba tener, sin importar si afuera estaba lloviendo o haciendo sol. Esos eran sus dos tesoros más grandes, y aquellos seres a los que debía proteger a toda costa.

 Uno de los organizadores empezó a hablar por un micrófono, visiblemente preocupado por el clima. Su voz sonaba apuraba y parecía decidido a terminar con todo el proceso en minutos, incluso cuando tenía que entregar unas cuarenta medallas, además de cheques a los tres primeros lugares de cada categoría. Mientras hablaba, Elisa miró a un lado y al otro, esperando ver a Nicolás y a Bruno por algún lado. Su hermana los estaba cuidando mientras ella concursaba pero no sabía si ya estaban allí o venían de camino.

 Fue entonces cuando se escuchó el estruendo y todo se hizo silencio en un segundo. Una luz potente aclaró el cielo sobre los concursantes de la carrera. Por un momento, todos lo vieron fascinados, algo asustados también. Pero segundos después empezaron a correr y a gritar. El rayo cayó justo encima de la tarima, electrocutando al presentador de la ceremonia de medallas. Elisa pudo oírlo gritar y, al salir corriendo, el olor a carne quemada inundaba ya todo el lugar. El caos subsecuente era apenas de esperar.

 Otros rayos cayeron pero un poco más lejos, a pesar de que todavía lo hiciesen en el parque. Elisa cayó entonces en cuenta que su hermana, su hijo y su perro podían estar esperándola en el estacionamiento, cosa que la asustó y la hizo correr como pudo. Su cuerpo entero le dolía pero un afán sin medida se apoderó de ella. Los rayos podían haber caído en cualquier lado y su familia podía estar herida o aún peor. Corrió como pudo hacia la salida más cercana, cerca de donde debía estar su familia.

 El problema era que había demasiada gente en el parque, tanto concursantes como público. Eso sin contar a aquellos que simplemente habían ido al parque a disfrutar el día, antes de que se convirtiera en algo tan horrible. Elisa tuvo que detenerse cerca del cerco del parque para mirar a su alrededor. No podía estar corriendo como loca, sin fijarse para donde iba o como lo hacía. Debía tener sangre fría para pensar bien e ir al lugar donde fuese más probable encontrar a sus seres queridos. Esperó entonces allí, por un rato más.

 Cuando vio el fuego a lo lejos, tuvo que moverse. En la salida del parque se agolpaba la gente, mucha que estaba cerca de casa y otra que había corrido sin pensar y ahora se daba cuenta de que su automóvil estaba lejos de allí. Elisa miró hacia un lado, donde había algunos vehículos, pero no vio a nadie conocido. Ella no llevaba encima su celular, pues precisamente se lo había dado a su hermana para que se lo guardara. Esos aparatos eran un estorbo completo mientras se corría y no habría tenido sentido quedárselo durante la competencia. Otros dos rayos cayeron en el parque.

 Y la lluvia por fin comenzó, con fuerza. Todas las personas allí se lavaron por completo, asustadas y sin saber que hacer. Elisa decidió moverse en vez de quedarse allí. Recordó donde quedaba el estacionamiento más grande y se apresuró hacia esa dirección. Sus piernas, de nuevo, no parecían responder muy bien al hecho de que las estuviese haciendo correr de nuevo, pero no tenía ninguna opción. Ignoró el dolor que le causaba hacer ese esfuerzo y trató de correr más rápido, para llegar más pronto.

 En el estacionamiento había enormes cantidades de gente. Se había formado un atasco enorme por culpa de la cantidad de vehículos que habían querido salir al mismo tiempo. Además, el sistema eléctrico estaba fallando y los que manejaban el estacionamiento no querían dejar salir a la gente sin pagar, así que se ponían a calcular su cuenta a mano, lo que se demoraba el triple de lo normal y causaba problemas graves bajo la tupida lluvia que estaba cayendo. A lo lejos se escuchó una sirena de bomberos. Muy tarde.

 Elisa miró uno por uno los vehículos pero no reconoció ninguna cara en ninguno de ellos. Golpeó ventanas y gritó, pero nadie corría hacia ella ni ella veía a nadie, ni a su hermana, ni a su hijo, ni siquiera al perro. Trató de recordar la marca y el aspecto del automóvil de su hermana, que los había traído en la mañana, pero siempre había sido pésima identificando automóviles. Estuvo un buen rato mojándose, tratando de encontrar el vehículo hasta que lo encontró, un poco alejado del caos que había saliendo del estacionamiento.

 El coche, sin embargo, estaba casi completamente quemado de un solo lado. Un rayo parecía haber caído encima del automóvil de al lado, que había quedado inutilizado. Miró por la ventana y pudo ver un par de juguetes de su hijo y la correa de Bruno. En ese momento se asustó y varias cosas le cruzaron por la mente en cuestión de segundos. La puerta del lado de su hijo estaba calcinada, por lo que tal vez habían tenido que salir de urgencia hacia algún hospital. Podrían haberse quemado todos y ella no tenía idea.

 Trató de buscar quién la ayudara, pero nadie parecía interesado en otra cosa que no fuese irse de ese lugar lo más pronto posible. El fuego había desaparecido y no había más rayos, pero la gente estaba asustada y ese es el estado más peligroso en el que puede estar una persona.

 Elisa se salió de allí y se acercó a la tienda más cercana a pedir un teléfono, para llamar a su madre. Ella podría saber algo. Entonces fue cuando le volvió el alma al cuerpo pues su familia estaba allí, sentados alrededor de una mesa, comiendo. Al parecer, su hijo no había aguantado las ganas de comer algo.

viernes, 27 de enero de 2017

Ama de casa

   Cuanto tuvo todo listo, Gloria contempló la mesa con orgullo. Sin embargo, no se sentía tan contenta como en otras ocasiones. Se había pasado prácticamente todo el fin de semana cocinando para su familia pero no se sentía como antes, cuando ansiaba verlos comer y saber cuales serían sus reacciones. Ahora que veía la mesa llena de fuentes y cuencos con comida, sentía un vacío extraño en su interior. Era como si algo que siempre había estado allí, de repente se hubiese esfumado.

 Apenas sus hijos y su esposo llegaron, trató de concentrarse en preguntar como les había ido buscando los últimos regalos que faltaban comprar. No estaban muy contentos. Se limitaron a decir que el centro comercial estaba lleno de gente y que casi no se podía caminar. Ella les preguntó si habían conseguido lo que faltaba pero ninguno de ellos le dijo nada más, cada uno yendo a un sitio distinto de la casa. La cena era por la noche y, al parecer, no querían ver a nadie hasta entonces.

 La gente empezó a llegar después de las siete. Fue la misma Gloria quien los recibió, después de ponerse el vestido que había comprado para la ocasión, de pelear con su marido porque él no quería vestirse de una vez y de calentar la comida que necesitaba estar a una buena temperatura. Fue recibiendo a amigos y familiares hasta que hubieron unas veinte personas en la casa. Supuse que por el ruido y las voces, sus hijos y su esposo por fin habían decido bajar a unirse a la fiesta.

La cena como tal empezó a las nueve, la idea siendo que terminarían hacia las once. Podrían entonces hacer una pausa, tal vez comer algo de postre y luego, después de medianoche, los regalos podrían ser abiertos. Había al menos uno para cada uno, Gloria había sido muy cuidadosa con ello, o al menos eso había hecho con la lista que les había dado a su esposo y a sus hijos. Quiso ir a revisar los regalos pero la gente le hablaba seguido a ella para pedir más comida o al ver que los demás no parecían tan interesados.

 La cena estuvo deliciosa. Todas las personas disfrutaron cada uno de los platillos, sin importar si eran ensaladas o algún tipo de carne. La mayoría de los invitados la felicitó por su sazón pero otros al parecer habían decidido no decir nada. A ella le gustaba pensar que se les había olvidado mencionarlo pero en su subconsciente sabía muy bien que no se trataba de eso sino de que no querían agradecerle a propósito. Trataba de no pensar en ello pero a cada rato veía algo que le indicaba que a ellos, a sus hijos y a su esposo, no les importaba mucho nada de lo que ella hiciera.

 A la hora de los regalos, la mujer casi pasa un momento de vergüenza pues uno de los niños pequeños de una familiar casi se queda sin regalo. Al parecer no le habían comprado el juguete para bebé que ella había puesto en la lista. No habiendo otra opción, se hizo la que iba al baño y entonces fue a uno de los armarios donde guardaban cosas viejas y encontró un peluche que su hijo ya no usaba. Se lo dio al bebé sin dudarlo y así pudo evitar un problema o eso creyó ella.

 Cuando fue momento de despedirse, su hijo mayor hizo un escandalo a propósito del peluche. Fue tan exagerado, que le ordenó que se fuera a su cuarto, lo que causó una airada pelea con su marido frente a los invitados que quedaban. Él había bebido demasiado y parecía estar buscando pelea, como si en verdad quisiera enfrentarse a alguien. Ella manejó primero lo de los invitados que quedaban, acompañándolos a la puerta y disculpándose en nombre de su esposo.

 Después de dejar la cocina limpia y ordenada, aprovechando así un momento lejos de su borracho marido y de sus hijos, Gloria volvió a su habitación para encontrar que su esposo se había quedado dormido encima de la cama, sin quitarse la ropa. En otro tiempo ella le habría quitado todo, puesto la pijama y acostado correctamente, pero esa noche simplemente no tenía ganas de hacer nada de eso. Estaba muy cansada y de más de una manera. Esta vez, las cosas tendrían que quedarse como eran.

 Se acostó como pudo al lado del cuerpo inerte de su esposo y, menos mal, pudo quedarse dormida casi al instante. Al fin y al cabo estaba cansada de todo su trabajo del día. Empezó a tener un raro sueño con un insecto gigante cuando se despertó de repente en la mitad de la madrugada. Parecía que iba a amanecer pronto. Su esposo al parecer se había ido a la sala y tenía puesta música a todo volumen. Ella estaba tan cansada que solo se puso de pie para cerrar bien la puerta de su cuarto y tomar unos tapones de oídos de su mesa de noche.

 No volvió a soñar con el insecto pero sí tuvo otro tipo de pesadilla, de esas que parecen repetirse una y otra y otra vez y no dejan que la persona se libere de ella. Cuando despertó, estaba visiblemente cansada, no sentía que hubiese descansado nada. Se levantó sin embargo para hacerle el desayuno a su familia pero ninguno de ellos estaba despierto. Su marido, de hecho, ni siquiera estaba en la casa. La sala estaba desierta. Decidió que no se iba a preocupar y se puso, de nuevo, a cocinar. Sus hijos, como siempre, se sentaron a la mesa sin decirle nada, ni siquiera un “Hola”.

La Navidad pasó y también el Año Nuevo. La vida para Gloria seguía como siempre, sin cambios demasiado pronunciados pero con ese gusto extraño que seguía insistente en su boca y en su mente. Cada día sentía con más fuerza que había algo que no cuadraba para nada. Era como si algo faltara pero podía ser también que había algo de más en su vida. Era muy difícil saber que era lo que le pasaba, por lo que fue a un psicólogo pero eso solo fue una manera de tirar el dinero.

 Intentó tener relaciones sexuales con su marido, haber si lo que le hacía falta era eso pero fue más complicado llevarlo a cabo que pensarlo. Su marido no parecía tener el mínimo interés y ella se dio cuenta entonces de dos cosas: lo primero era que ella tampoco tenía ganas de acostarse con él. Lo segundo era que así no era como había sido en el pasado. Antes no había tenido que rogar para que su esposo la tocara y eso era algo que, así no quisiera, no le gustaba para nada.

 Intentó ver si era que necesitaba mantenerse ocupada pero tenía tanto que hacer en la casa que estuvo segura en poco tiempo que esa no era la razón. Se la pasaba limpiando y cocinando, haciendo cosas para los niños y para su marido, yendo de un lugar a otro, haciéndoles comprar y recibiendo a cambio respuestas frías o desproporcionadas, como si ella adivinara que por alguna razón a su hijo ya no le gustaba nada el amarillo y que a su marido nunca le había gustado su carne al horno.

 Un día, se encontró desviándose de su ruta normal al supermercado para ir a un parque lejano que no conocía bien. Paró antes de llegar para comprar algo en una tienda. Llevó la bolsita que le dieron al parque y allí la abrió mientras miraba a la gente y a la naturaleza. Se había comprado un galón de helado para ella sola y también una botella pequeña de tequila. No sabía porqué pero eso era lo que había hecho y le parecía lo más natural del mundo. No tenía deseos de volver a casa y solo quería quedarse allí por un largo rato más, disfrutando del momento.


 Cuando llegó el atardecer, Gloria se dio cuenta de la hora y regresó a su hogar sin demora. Apenas abrió la puerta, recibió un regaño de su marido por no recordarle una reunión del colegio de los niños y estos se quejaban de nuevo por alguna otra cosa. Gloria, ya sin reacción aparente, subió las escaleras, y con toda la calma del mundo, metió la mayoría de su ropa en una gran maleta y luego la bajó, sin que ellos se dieran cuenta, al automóvil. Estaban tan ocupados ignorándola, que no vieron cuando subió al coche y se alejó de sus vidas para siempre.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Correo misterioso

   Teresa ya estaba acostumbrada al trabajo y hacía todo de forma automática. Estando encargada de reabastecer los estantes de un pequeño supermercado, sabía cuando tiempo debía tomarse en cada estante para demorarse el tiempo justo hasta la hora de almorzar. Si hacía todo antes de esa hora y si los dueños decidían que estaba siendo muy lenta, la ponían a limpiar los pisos y eso era lo peor que podía ocurrirle. Los brazos terminaban doliéndole mucho y cuando llegaba a casa en la noche tenía espasmos al acostarse. Pero hacía lo que le pidieran pues necesitaba el trabajo y el dueño del lugar pagaba muy bien, pues solo tenía tres empleados: su hijo que ayudaba a veces con los mismo que Teresa y su esposa que atendía la caja.

 A la vez que trabajaba en el supermercado, Teresa también estudiaba en la universidad. Su sueño era convertirse en una arquitecta renombrada pero tenía que confesar que no tenía la misma imaginación e inventiva que muchos de sus compañeros de clase. Había momentos de lucidez intelectual, como a ella le gustaba llamarlos, pero no ocurrían todo el tiempo y menos cuando llegaba a clase cansada luego de trabajar de siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Estudiar de noche era lo único que le quedaba pero la mayoría del tiempo no sabía ni lo que estaba haciendo y eso que todo el resto de compañeros pasaban por lo mismo. Teresa luchaba muchas veces por estar despierta y poner atención pero las ideas simplemente no fluían tan fácilmente.

 Además, y puede que lo más difícil del cuento, es que Teresa vivía completamente sola en un pequeño apartamento y su universidad la pagaba el Estado. Esto era un arreglo modelado para ella pues sus padres habían trabajado para el país por muchos años y habían muerto en el trabajo. Hasta donde se acordaba, ellos habían sido trabajadores del ministerio de obras públicas y habían muerto atendiendo una tragedia natural pero no sabía si había sido un terremoto o un volcán u otra cosa. En todo caso el Estado, a modo de compensación, le pagaba la universidad. El apartamento era uno que había sido de su padre cuando joven, o algo así, y ella lo había heredado.

 A ella siempre se le había hecho curioso que una persona joven fuera dueña de un apartamento y que el Estado fuese tan atento con ella solo porque sus padres habían muerto en un accidente del que nadie hablaba. Muchas noches, cuando no estaba rendida, Teresa trataba de recordar las caras de sus padres y el momento en que ella había entendido que ellos habían muerto. Pero simplemente no recordaba nada de nada, ni de alguien diciéndole la noticia ni los detalles del accidente de sus padres. Solo sabía que era pequeña, que la cuidó una tía hasta que tuvo dieciocho años y ahí se independizó y empezó a estudiar y trabajar.

 Secretamente, porque de eso Teresa no hablaba con nadie, ella soñaba que sus padres volvían y que le explicaban que todo había sido un terrible malentendido, en el que habían confundido a su padres con otra pareja. Y la habían dejado sola porque eran espías o algo parecido. Al final, cuando terminaba de soñar despierta, sonría y se daba cuenta de lo ridículo de las cosas. Ella incluso había ido a las tumbas de sus padres pero no le gustaba ir al cementerio pues no creía mucho en ir a hablarle a dos personas que ni existían. Sonaba cruel, pero así eran las cosas y a pesar de que ella soñaba siempre con los mismo, la verdad era que ahora era una persona independiente y ya no necesitaba de ningún tipo de familiar que velara por ella.

 Sin embargo, alguien comenzó a preocuparse. Se dio cuenta uno de esos días que llegaba rendida, cuando revisó la casilla del correo y se dio cuenta que había un sobre blanco pequeño solo con su dirección. En su cama, abrió el sobre y al hacerlo vio como cayeron varios billetes y adentro del sobre había más. Era mucho dinero. Pero lo más sorprendente del asunto no fue eso sino que por esos días ella tenía una deuda que debía pagar con una tienda de suministros para estudiantes de arquitectura, donde vendían todos los materiales para hacer las maquetas y demás. En el sobre había un poco más de lo que necesitaba para saldar la cuenta.

 Al día siguiente fue a pagar y la mujer del lugar le contó que habían recibido su carta para esperar un poco más y darle un día más de plazo para pagar. Ella sonrió y no dijo nada pero la verdad era que no había escrito ninguna carta. Ella pensaba que el plazo vencería y el monto a pagar simplemente se volvería más difícil de pagar pero eso no fue lo que ocurrió. Alguien la estaba ayudando, enviando esa carta y el dinero para pagar su cuenta. No preguntó por la carta pues hubiese sido extraño pedirle a la mujer algo que ella misma había escrito. Tampoco quería que la gente pensara que se había vuelto loca y eso que ya lo parecía a veces, cuando tenían mucho trabajo y estudio acumulado. Después de pagar se fue a casa y la semana siguió sin nada a notar.

 Por lo menos fue así hasta que recibió una caja llena de bolsitas de té. Era muy curioso, no solo porque la caja de nuevo no tenía remitente, sino porque ella amaba el té y la persona que lo había enviado seguramente sabía que a ella le gustaba. Esta vez, dentro de la caja, había una pequeña nota escrita en computador. Simplemente decía “No duermas en clase”. Esto la asustó más que nada y dejó la caja en la cocina sin revisar nada más. Esa noche no pude dormirse rápidamente, pensando que la persona que le había escrito ese mensaje sabía que ese mismo día ella se había quedado dormida en clase, sin que nadie se diese cuenta. O eso pensaba ella.

 Las próximas clases, estuvo despierta y con los ojos muy abiertos pero más que todo por el miedo de alguien, un pervertido o un loco, la estuviera vigilando en todas partes. Lo sucedido la estaba volviendo paranoica pues saltaba con cualquier sonido y respondía de mala gana a cualquier pregunta. Ya no tenía la concentración de antes para arreglar las estanterías y tuvo que pagarle a la esposa del dueño dos frascos de aceitunas que fueron a dar al piso por ella estar distraída mirando a su alrededor a ver si alguien las estaba observando. Todos los días era lo mismo y a veces se volvía peor, en especial cuando le llegaba algún sobre con un mensaje parecido al anterior, alguna frase corta que destruía con un encendedor.

 Ella no quería consejos ni dinero ni ayuda de nadie. Quería tener una vida en paz, tranquila y sin tener que estar mirando pro encima del hombro. Era una pesadilla tener que abrir la casilla de correo para ver si ese día el loco o la loca que la perseguía le había enviado algo. Estaba tan mal, que empezó a pensar que de pronto era que sus sueño se había convertido en realidad y que sus padres habían vuelto de donde sea que estaban para hablar con ella y vivir juntos todos de nuevo. Pero esa conclusión tenía problemas pues no tenía sentido que sus propios padres jugaran a las escondidas con ella, y menos ella sabiendo que le habían dicho que estaban muertos. No hubiese tenido sentido que se ocultaran como si fueran asesinos o algo peor que eso.

 Nada parecía tener sentido. Al menos no hasta que Teresa decidió tomar el toro por los cuernos y se fue con todas las cartas más recientes a la oficina de correos, donde preguntó por el remitente de las cartas. Por ley, ella tenía derecho a saber quién era la persona que le estaba enviando tantos mensajes y dinero y cosas para comer. Un hombre de la oficina de correos, que parecía ser muy hábil con el sistema, le dijo que le prometía encontrar al remitente pero que tomaría tiempo pues la persona se había ocultado muy bien detrás de todo el embrollo que era el sistema de correos. El hombre trabajó en ello toda una semana hasta que dio con una dirección y se la dio a Teresa por teléfono.

 Ella fue hasta allí. Hubiese podido averiguar un teléfono o incluso un correo electrónico pero pensó que lo mejor era hacer las cosas en persona para que quien sea que la acosaba, entendiera el mensaje de que ella no iba soportar más esa situación. Tocó a la puerta y abrió una anciana, una mujer muy encorvada y con demasiadas arrugas en la cara. Al ver la cara de Teresa, la mujer empezó a llorar. Del fondo de la habitación, vinieron una mujer y un niño y cuando vieron a Teresa también hicieron caras pero se ocuparon primero de la anciana. Todos entraron a la casa y después de un rato, la mujer sentó a Teresa a una mesa y le explicó lo que había estado sucediendo.


 La anciana era su abuela, la madre del padre de Teresa. Ella se había distanciado de su hijo pero había sabido de su muerte hasta hacía poco y la culpa la había hecho investigar sobre él. Había dado con la existencia de Teresa y había utilizado a su enfermera y a su hijo para que siguieran a Teresa y averiguaran que necesitaba. Ellos la habían ayudado con todo y ahora la mujer estaba bastante frágil de salud, razón por la cual había hecho todo lo posible por acercarse a Teresa pero sin hacerle daño. Teresa tuvo sentimiento encontrados pero al fin de cuentas esa era su abuela. La cuidó unos meses hasta que murió y entonces empezó a ir al cementerio. Tenía que hacer las paces con su familia y con el pasado.