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lunes, 29 de mayo de 2017

En llamas

   El hombre estaba arrodillado, gritando. El sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.

 El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.

 Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún mayor que el de quemarse vivo.

 Su cara también se estaba llenando de ampollas y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin problema. Pero este estaba ocupado.

 Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras. El bombero, asustado, le respondió al rato.

 “Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.

 ¿Pero como llegar a los restos con el hombre ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser procesados, como tenía que hacerse.

  El bombero joven estaba sudando. No solo por los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.

 Fue entonces que el bombero entendió que el calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente. Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto, la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y corriente, a pesar de sus extrañas heridas.

 El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

 Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con sus cámaras, no entendió que pasaba.

 Los ojos y la boca del hombre parecían haberse ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja, amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho, parecía más fuerte que antes.

 El bombero quiso salir corriendo pero se quedó firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato, dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio, se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar de que no lo eran en el sentido tradicional.

 De golpe, todo el cuerpo del hombre se encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin precedentes en la historia humana.

 El hombre se acercó al bombero y le dijo, en una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.


 Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.

viernes, 16 de octubre de 2015

Después del fuego

   Sin poder hacer nada más que mirar, la familia Martínez mira como su hogar de muchos años es consumido por las llamas. La casa, una humilde residencia ubicada en un barrio igual de antiguo, ha empezado a arder por un fallo eléctrico grave. Lo peor es que la de los Martínez no es la única casa afectada. Pronto el fuego pasa de una a otra y para cuando los bomberos llegan ya es muy tarde. La pintura y lo que hay dentro de las casas ha acelerado el proceso y ya no hay nada que hacer. Salvan la última casa de la calle, bloqueando las llamas con químicos y agua pero la ironía es que allí no vive nadie hace años. Las familias están en la calle, sin poder emitir palabra o si quiera pronunciarse sobre lo que han tenido que vivir. La mayoría se va del lugar pero no todos.

 Al amanecer, cuando la luz del sol empieza a bañar fríamente al barrio, los bomberos terminan su labor y dan por perdidas todas las casas de un lado de la calle excepto la última que solo ha sido afectada por algunas chispas. Tras asegurarse de que todo ya terminó, dejan que miembros de cada familia entre al lugar y busquen, con cuidado, cosas que quieran rescatar, si es que las hay. Los bomberos acompañan a la gente en esta labor y es así que se dan cuenta que la última casa sí fue afectada: todo uno de sus muros fue destruido y dejó un hueco a un lado de la casa. Uno de los bomberos, de los más jóvenes allí, decide acercarse a la casa para echar un vistazo. Al fin y al cabo, piensa él, no hay nadie allí y no vendrá mal ver si otras partes de la casa fueron afectadas.

 Pisando con cuidado, entra directamente a la sala de estar. Sus pasos, por alguna razón, resuenan por todo el espacio. Es como si la casa llevara mucho más tiempo del que parece vacante o como si el sonido rebotara más de la cuenta. Entonces, se da cuenta de que al pisar suena hueco. Así que busca debajo de la alfombra de la sala y se da cuenta que hay una apertura. No hay como halar así que pide a uno de sus compañeros una palanca que usan para abrir tapas de alcantarillas. Con ella rompe un poco el piso peor libera una trampilla y descubre que debajo de la sala hay un deposito, al parecer poco profundo con revistas, casetes, videocasetes, discos compactos, memorias USB y discos duros.

 Los bomberos se miran entre sí porque saben que esto no es algo muy común. Uno de ellos, el que trajo la palanca, decide ir al camión a llamar a la policía. El otro se queda para ver con detenimiento lo que hay allí y entonces se da cuenta de que son las revistas y de que hay fotografías. Todo es prueba de que en esa casa vacía vivía un pedófilo que escondió todo lo que tenía allí. El bombero se pone de pie y decide revisar cuarto por cuarto la casa. En la cocina no hay nada pero está impecable, es el cuarto más lejano al incendio. Sube las escaleras y revisa los cuartos. Parece haber sido una casa familiar y no la de un soltero, al menos juzgando por los muebles.

 Mientras está en la alcoba principal, revisando bajo la cama por más trampillas, se da cuenta de un sonido particular. Parece casi imaginado, como si en verdad viniese de tan lejos que no pudiese haber seguridad de su verosimilitud. El bombero se queda en silencio, mirando para todos lados. Entonces otra vez distingue un sonido pero no puede descifrar que es: un quejido? Un grito? Alguien comiendo? Entonces mira el techo y tiene una idea. Llama por radio a su compañero para que le traiga una escalera. Cuando llega, le cuenta que la policía ha llegado y que están revisando el escondite debajo de la sala. El bombero le pide silencio, se sube a la escalera y de nuevo se queda mirando al techo. Esperando. No pasa nada hasta pasados unos momentos.

 A lo lejos, suenan golpes y otros sonidos que no se logran distinguir. Entonces el bombero empieza a golpear el techo con su puño y a escuchar como suena. Su compañero parece confundido pero no interrumpe el silencio. Lo ayuda a correr la escalera varias veces, tantas que los policías, cuando suben, anuncian que ya están llevándose todo lo que había en el escondite para revisarlo con el mayor detalle. Entonces el joven bombero da otro puñetazo al techo y esta vez cae bastante polvo, haciendo que todos los demás se tapen la cara para evitar quedar cegados. El golpe además, emitió un sonido claro y no sordo como en todos los demás puntos. El otro bombero va en busca de la palanca de nuevo, dándose cuenta que es necesaria.

 Cuando vuelve, la policía ayuda halando y entonces otra trampilla en el techo cede, haciendo caer una nube de polvo y tierra encima de los oficiales y los bomberos. Tosen pesadamente y tratan de quitarse el mugre de encima pero cuando terminan se dan cuenta que el bombero joven ya ha subido y les pide que pidan una ambulancia. Con cuidado y con ayuda de los demás, el bombero baja a dos niños del ático secreto de la casa. El lugar era polvoriento y apenas tenía ventanas, tapiadas parcialmente con tablas y telas. Los niños estaban ahogándose por los gases del incendio y ya estaban desmayados cuando el bombero pudo acceder a ellos.

 Cuando llegó la ambulancia, los vecinos que estaban allí sacando sus cosas no pudieron evitar mirar lo que sucedía. Estaban a punto de cerrar la puerta de la ambulancia cuando el bombero pidió que esperaran y llamó a gritos a los vecinos que estuviesen más cerca. Se acercaron y él les pidió que identificaran a los niños, si les era posible. Una era niña de unos doce años, vestida con un largo camisón rosa y de pelo rizado. El otro era un niño de unos nueve años, también vestido de pijama. No parecían ser hermanos. Ninguno de los vecinos los reconoció así que el bombero dejó ir la ambulancia y volvió a la casa.

 Había ya tres oficiales de policía en el ático y otros dos sacando en bolsas plásticas lo que había debajo de la sala. Ya el hueco estaba vacío cuando el joven bombero pasó de camino al piso superior. Allí vio bajar del ático a uno de los policías, que parecía más afectado que nadie. No se dijeron nada ente sí pero se comprendieron cuando se cruzaron. El bombero subió la escalera y quedó cegado por un momento por los flashes de las cámaras que la policía usaba para registrarlo todo. No habían movido nada pero revisaban cada esquina. Entonces el joven les preguntó qué habían encontrado y ellos respondieron que el sitio había sido por mucho tiempo la celda de esos niños. Había excrementos en un balde y orina en el otro. No había comida ni mantas para dormir.

 El bombero se acercó a una de las pequeñas ventanas y miró al exterior. La verdad era que desde allí no se podía ver mucho y sin embargo quién había tenido a esos niños atrapados, los había privado de la luz del sol. Por la poca tela y tabla que había en el piso, se podía deducir que los niños habían tratado de quitarlo todo pero sus fuerzas habían disminuido muy rápidamente. Los policías anunciaron que en camino venía un equipo experto en revisión de escenas de crímenes. Ellos tomarían huellas y revisarían todo con mucho más cuidado para que se pudiese saber con quién estaban tratando en este caso. El bombero decidió entonces bajar para recibir a ese equipo de expertos.

 Pero en la sala no estaban ellos sino uno de los vecinos. Era una mujer algo delgada, que tenía las manos y la cara con varias manchas de hollín. Era obvio que había estado revisando su casa en busca de cosas que rescatar. La mujer le preguntó al bombero si era cierto lo que decían los vecinos, que en esa casa habían encontrado unos niños casi muertos y otras cosas que ni siquiera pudo describir. El bombero asintió. Pero ella no pareció asustada o sorprendida. Fue casi como un alivio para ella ver ese gesto. Le dijo al bombero que siempre había sabido que había algo raro con esa casa y con sus propietarios.

 Eran una pareja de esposos, o eso habían dicho, que se había mudado al barrio hacía unos dos años. Lo habían dejado todo atrás hacía unos seis meses, anunciando a algunos que habían ganado un viaje a Europa y que se iban a disfrutarlo. Pero nunca volvieron y nadie pensó mucho en ellos hasta ahora. Siempre habían sido sociables pero tal vez demasiado, pues para la mujer cubierta de hollín, la gente normal siempre tiene secretos y no se abre al completo ante extraños. Le dijo los nombres que ella conocía de la pareja y le pidió al bombero que hiciesen todo lo posible por encontrarlos y hacerlos pagar por lo que habían hecho. La mujer se alejó y el bombero quedó allí, sorprendido y consternado.


 Pasado algún tiempo se descubrió que los nombres que el barrio había conocido eran falsos y que nadie sabía donde estaba esa pareja. Se habían ido hace tanto que era difícil seguirlos, incluso con retratos hablados y demás. Nunca se encontraron fotos de ellos. En cuanto a los niños, fue una situación más pública y traumática. El niño murió pues su cuerpo no pudo aguantar los gases. La niña sobrevivió pero tuvo una recuperación difícil. La gente la ayudó a seguir adelante pero tuvo un episodio y quedó sin poder hablar. El bombero, por su parte, convirtió ese caso en el centro de su vida y le dedicó todo el tiempo que pudo, tanto que decidió convertirse en detective de policía, algo que la comunidad agradecería por muchos años.